Catequesis 3 - Nacido de la Virgen: Verdadero Dios y verdadero Hombre
Contemplar el misterio de la Encarnación (Navidad) según sus dimensiones
propias, ayudando a recuperar el asombro ante la Misericordia de Dios
SÍNTESIS:
1. La respuesta de Dios es una Persona, tiene nombre: Jesús. Por eso la
cuestión es conocer y amar a Jesús. Convivir con Él.
2. El corazón cristiano se asombra ante el misterio de la Encarnación: el
abajamiento de Dios y su condescendencia; la colaboración de la libertad del
hombre, tal y como se ve en el misterio de la Virgen María; la humanidad de
Dios.
3. El misterio de la Encarnación inaugura el método que Dios ha elegido para
manifestarse: el método del encuentro. Los encuentros de Jesús narrados por
los Evangelios. El encuentro con Cristo como inicio de un camino y de una
experiencia de convivencia con Él.
Textos complementarios
Oración
TEXTO:
1. La respuesta tiene un nombre
«José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu esposa, porque lo
concebido en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo a quien
pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt
1, 20-21). La respuesta personal que Dios ha ofrecido humanamente a nuestra
sed de infinito, su propio Hijo, supera todos nuestros deseos. Es
absolutamente sobreabundante. Y, sin embargo, como dice el ángel a José -
cuyo corazón se había llenado de temor ante algo incomprensible para él -
dicha respuesta es lo más concreto que existe, tiene hasta un nombre
preciso: Jesús.
La respuesta de Dios al hombre es una Persona: su Hijo Jesús. Es
importantísimo que no pasemos por alto esta afirmación: Dios no ha querido
respondernos dictándonos unos principios doctrinales o enseñándonos un
camino moral para que pudiésemos recorrerlo. El Papa nos lo enseña al
principio de la encíclica Deus caritas est: «No se comienza a ser cristiano
por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva» (DCE 1).
Dios nos ha respondido enviando a su Hijo. Un Hijo al que podemos llamar con
su nombre propio: Jesús.
Por eso la tarea de la vida es la amistad con Jesús, conocerle y amarle.
Convivir con Jesús es el modo para que nuestro corazón sacie permanentemente
su sed. Es impresionante que el Evangelio describa la primera intención de
Jesús al elegir a sus amigos más directos, los doce, con estas palabras:
«instituyó doce para que estuvieran con él» (Mc 3, 14). Estar con Cristo:
esta es la respuesta, este es el camino, esto es ser cristiano. Y esto,
atención, es el contenido de la vida: porque la vida se nos ha dado para que
nuestro corazón se sacie, para que seamos felices.
Normalmente cuando nos hacemos amigos de alguien, vamos conociendo, poco a
poco, su vida: quienes son sus padres, dónde ha nacido y crecido, qué es lo
que le gusta y lo que prefiere evitar. También la amistad con Jesucristo
implica conocerle más y más, para poder seguirle. El misterio de la Navidad,
que pronto celebraremos, es una ocasión privilegiada para profundizar en el
conocimiento de Jesús.
2. El asombro ante Dios hecho hombre
Jesús, lo hemos visto, es la respuesta de Dios que sale humanamente a
nuestro encuentro: Dios y hombre verdadero. Quizá estemos demasiado
acostumbrados a escuchar estas palabras como para volver a conmovernos con
lo que anuncian y significan. A veces decimos "Dios se ha hecho hombre", con
la misma intensidad de "hoy hace frío": ¡cómo si fuese lo más normal del
mundo! Y, sin embargo, basta detenerse un momento y repetir estas palabras
pensando lo que decimos, para que el asombro y la conmoción nos invadan:
Dios se ha hecho hombre.
Es importante que contemplemos la verdad de estas palabras.
a) Dios se abaja para encontrar humanamente a los hombres.
El Nuevo Testamento nos ofrece numerosos pasajes que nos pueden ayudar a
acercarnos de manera nueva a este misterio de misericordia:
«El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba
desposada con José, y antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró
encinta por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18).
«El ángel les dijo: No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será
para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador,
que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño
envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2, 10-12).
«Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto
su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de
verdad» (Jn 1, 14).
«Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo: El cual,
siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino
que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante
a los hombres y apareciendo en su porte como hombre» (Flp 2, 5-7).
«De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a
nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha
hablado por medio del Hijo» (Heb 1, 1-2).
«Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto
con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la
Palabra de vida, - pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y
damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el padre y
que se nos manifestó - lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que
también vosotros estéis en comunión con nosotros» (1Jn 1, 1-3).
Todos estos textos nos hablan de un hecho concreto: Dios ha nacido. Dios,
siendo Dios, ha querido hacerse hombre para poder ser visto, oído y tocado;
para poder hablar humanamente a los hombres, para ser salvador del pueblo.
Se trata de un hecho desconcertante porque implica un "abajamiento de Dios".
La tradición de la Iglesia usa una palabra muy expresiva para referirse a la
voluntad amorosa de Dios de salir a nuestro encuentro, haciéndose hombre
como nosotros: condescendencia.
Una palabra que muestra la absoluta gratuidad y el abismo de amor de la
Encarnación del Señor. Un antiquísimo himno litúrgico - el Te Deum -
describe esta condescendencia cantando: "Tu, ad liberandum suscepturus
hominem, non horruisti Virginis uterum", Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana sin desdeñar el seno de la Virgen. La
traducción española del himno enmascara un poco el original latín: ¡la
Iglesia canta, llena de asombro, que a Jesús no le ha producido horror ser
concebido en el seno de la Virgen!
El misterio de la Encarnación expresa, por tanto, el amor gratuito y
desbordante de Dios por el hombre. Un amor tan sobreabundante que no teme
hacerse en todo igual al amado, menos en el pecado.
b) Dios, para manifestarnos su amor, cuenta con nosotros
La sobreabundancia del amor de Dios se manifiesta de manera particular en el
hecho de que nos llama a colaborar con Él.
Dios se ha hecho hombre a través del sí de María Virgen:
«Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea,
llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la
casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando donde ella
estaba dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo". Ella se
conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El
ángel le dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios;
vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por
nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor
Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por
los siglos y su reino no tendrá fin". María respondió al ángel: "¿Cómo será
esto, puesto que no conozco varón?". El ángel le respondió: "El Espíritu
Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por
eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también
Isabel, tu pariente ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto
mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para
Dios". Dijo María: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu
palabra". Y el ángel dejándola se fue» (Lc 1, 26-28).
El amor no impone. Quien ama invita al amado a responder, espera su sí como
el don más precioso. Contemplando el misterio de la Encarnación, podemos
reconocer que Dios llama discretamente a nuestra puerta, pide la ayuda de la
libertad del hombre - la libertad inocente de María, la Inmaculada - para
poder entregarse a él y amarle.
La condescendencia del amor de Dios llega hasta solicitar la colaboración de
su criatura en la obra de la salvación. Por ello contemplando el misterio de
la Encarnación a través del sí de la Virgen, podemos aprender la verdad y el
valor de la libertad. La libertad, - «uno de los más preciados dones que a
los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que
encierra la tierra ni el mar encubre», como dice don Quijote a Sancho (II,
LVIII)- es, ante todo, la capacidad de decir sí, de adherirse al designio de
amor de Dios. Y el hombre es el único ser de la creación que puede decir sí
a su Creador, que puede ser un verdadero interlocutor, que puede libremente
amarle. En la vida de la comunidad cristiana, el hombre aprende
permanentemente el significado y el valor de la libertad. Y cuando dicha
libertad decae por el pecado, el cristiano es recuperado y sus heridas son
curadas con el bálsamo de la misericordia.
Un gesto sencillo recuerda cotidianamente a los cristianos que Dios les
llama a colaborar con Él, que la libertad es el don precioso que Dios les ha
concedido para poder amar: la oración del Ángelus. Tres veces al día - en
algunos pueblos todavía se oyen las campanas que llaman a oración -
recitando las palabras del ángel y del Ave María, somos llamados a reconocer
el gran misterio de Dios que se hace hombre.
c) La "humanidad" de Dios
El misterio de la Encarnación nos permite, por último, hablar -
¡paradójicamente! - de la humanidad de Dios. Así lo hace el texto latino de
la Carta a Tito: «Cuando se manifestó benignitas et humanitas Dei (la bondad
de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres)» (Tt 3, 4).
Ya hemos dicho que Dios ha querido responder humanamente al hombre. Esto
significa que el camino que Él ha elegido, el lenguaje que ha preferido, ha
sido el camino y el lenguaje de los hombres: Dios habla con palabra humana.
Por eso, desde que Dios se ha hecho hombre, para conocerle y amarle, para
verle, oírle y tocarle - como dice san Juan - la vía que se nos ofrece es el
hombre. Concretamente este hombre: Jesús de Nazaret. Y en Él todo lo humano.
La Iglesia no deja de recordárnoslo cuando afirma que nada humano nos es
ajeno: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los
hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son
a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de
Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.
La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo,
son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre
y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La
Iglesia, por ello, se siente íntima y realmente solidaria del género humano
y de su historia» (Gaudium et spes 1).
3. Encontrarse con Jesús
Los Evangelios de la infancia nos narran el nacimiento de Jesús. Los
ángeles, los pastores, los magos. fueron testigos de este hecho inaudito:
Dios se hace hombre y nace en Belén. Los prodigios de la noche de Navidad,
sin embargo, se sumergieron en la normalidad de la vida cotidiana de la
familia de Nazaret. Y lo hicieron durante treinta años. El Evangelio nos
dice simplemente que Jesús, tras el episodio del encuentro con los doctores
en el templo a la edad de doce años, «bajó con ellos y vino a Nazaret, y
vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en
su corazón. Y Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante
Dios y ante los hombres» (Lc 2, 51-52).
Creciendo Jesús se dio a conocer. Dios hecho hombre salió al encuentro de
los hombres: concretamente, en la historia de los hombres, en medio de sus
faenas cotidianas.
El camino que Dios ha elegido para comunicarse a los hombres - hacerse uno
de ellos, hacerse hombre - adquiere toda su densidad a través del método
normal y cotidiano con el que se conocen los hombres entre sí: el método del
encuentro.
Los Evangelios nos narran los encuentros de Jesús con los hombres y mujeres
de su tiempo. Encuentros que acontecen en las circunstancias normales de la
vida, las circunstancias que todos vivimos: la boda de unos amigos (cfr. Jn
2, 1-10), la muerte de un hijo (cfr. Lc 7, 11-17), la enfermedad (cfr. Mt 8,
1-17), un paseo con los amigos (cfr. Mc 2, 23-28).
Como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica «los Evangelios fueron
escritos por hombres que pertenecieron al grupo de los primeros que tuvieron
fe (cf. Mc 1, 1; Jn 21, 24) y quisieron compartirla con otros. Habiendo
conocido por la fe quién es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su
Misterio durante toda su vida terrena.
Desde los pañales de su natividad (Lc 2, 7) hasta el vinagre de su Pasión
(cf. Mt 27, 48) y el sudario de su resurrección (cf. Jn 20, 7), todo en la
vida de Jesús es signo de su Misterio. A través de sus gestos, sus milagros
y sus palabras, se ha revelado que "en él reside toda la plenitud de la
Divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Su humanidad aparece así como el
"sacramento", es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la
salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena
conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión
redentora» (n. 515).
De todos los encuentros de Jesús leamos el episodio de Zaqueo. En esta
página evangélica podemos percibir algunos rasgos fundamentales de lo que
significa encontrarse con Jesús:
«Habiendo entrado en Jericó atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado
Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús,
pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se
adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por
allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo:
"Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa". Se
apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, muchos murmuraban,
diciendo: "Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador". Zaqueo, puesto
en pie, dijo al Señor: "Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y
si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo". Jesús le dijo:
"Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también este es hijo de
Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba
perdido"» (Lc 19, 1-10).
Jesús sale a nuestro encuentro sin que nosotros lo merezcamos, sin que
tengamos ningún título que nos haga dignos de encontrarle. Más aún: la razón
por la que sale a nuestro encuentro es que necesitamos ser salvados. Jesús
sale a nuestro encuentro porque viene a buscarnos, a nosotros que estábamos
perdidos. Viene a buscarnos y se dirige a nosotros pronunciando nuestro
nombre. La conmoción del corazón de Zaqueo al oír su nombre, es la misma que
la de san Pablo cuando dice: Cristo «me amó y se entregó a sí mismo por mí»
(Gal 2, 20). El encuentro gratuito con Jesús llena el corazón de Zaqueo de
alegría: es el signo de la presencia de Dios en la vida. Esa alegría que
nace de la conciencia de ser amado, y amado hasta el punto de que nuestro
pecado es redimido y abrazado, sumergido en un océano de misericordia. Y a
tanto amor el hombre quiere corresponder: es el deseo de cambiar, de seguir
a Jesús. El encuentro con Jesús, que es un encuentro de salvación, pone
siempre al hombre ante la decisión de seguirle, de cambiar, de convertirse.
De nuevo nuestra libertad vuelve a ser protagonista, de nuevo el amor llama
a la libertad del hombre a colaborar con él.
En todos los encuentros de Jesús que nos narran los Evangelios podemos
descubrir estos rasgos: la vida cotidiana de los hombres muestra su
necesidad, Jesús se apiada de ella y sale a su encuentro, la salva y colma
el corazón de alegría, de paz, y entonces el hombre desea seguirle, cambiar.
Pero el encuentro con Jesús es el inicio de un camino. Miles de personas le
encontraron. Algunos empezaron a seguirle. A unos pocos les invitó a
convivir con Él más estrechamente. En el camino de seguimiento de Jesús la
libertad de los discípulos - ¡y hoy la nuestra! - se ponía en juego día a
día. Conviviendo con Él aprendieron a conocerle, le escuchaban, le veían
tratar a la gente, conmoverse por su necesidad, reprocharles su obcecación o
su hipocresía. Fue un camino en el que compartieron la humanidad de Dios. Y
en ese camino, poco a poco, creció el conocimiento y el amor por Jesús.
Una tarde, viendo que muchos le habían abandonado, «Jesús dijo entonces a
los Doce: "¿También vosotros queréis marcharos?". Le respondió Simón Pedro:
"Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros
creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6, 67-69). Dios se ha
hecho hombre y nos ha salido al encuentro para que cada uno de nosotros, un
día, podamos hacer nuestras las palabras de Pedro.
Textos complementarios
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Nacido de María Virgen: verdadero Dios y verdadero hombre
Palabra de Dios
"Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer,
nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que
recibiéramos el ser hijos por adopción" (Gálatas 4, 4-5).
"En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a
nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado
por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha
ido realizando las edades del mundo.
Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con
su palabra poderosa" (Hebreos 1, 1-3).
"Estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba,
dice: -Este es el Cordero de Dios.
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús; se volvió y, al
ver que lo seguían, les pregunta: -¿Qué buscáis? Ellos le contestaron: -Rabí
(que significa Maestro), ¿dónde vives? Él les dijo: -Venid y lo veréis.
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían
las cuatro de la tarde" (Juan 1, 35-39).
"Todo lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de
Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con
tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía -la de la
ley-, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de
Dios y se apoya en la fe. Para conocerlo a él, y la fuerza de su
resurrección y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte,
para llegar un día a la resurrección de entre los muertos" (Filipenses 3,
8-11).
"Dijo Jesús a Tomás: -Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al
Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre.
Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.
Felipe le dice: -Señor, muéstranos al Padre y nos basta.
Jesús le replica: -Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me
conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú:
Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo
que yo digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él
mismo hace las obras" (Juan 14, 6-10).
Santos Padres
"Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre.
Gracias sean dadas a Dios, que ha hecho abundar en nosotros el consuelo en
medio de esta peregrinación, de este destierro, de esta miseria.
(.) Un niño se nos ha dado, pero en quien habita toda la plenitud de la
divinidad. Ya que cuando llegó la plenitud del tiempo, hizo también su
aparición la plenitud de la divinidad. Vino en carne mortal para que, al
presentarse así ante quienes eran carnales, en la aparición de su humanidad
se reconociese su bondad. Porque, cuando se pone de manifiesto la humanidad
de Dios, ya no puede mantenerse oculta su bondad. ¿De qué manera podía
manifestar mejor su bondad que asumiendo mi carne?" (SAN BERNARDO ABAD,
Sermón 1 en la Epifanía del Señor, 1-2).
"Fue el Padre quien envió la Palabra, al fin de los tiempos. Quiso que no
siguiera hablando por medio de un profeta, ni que se hiciera adivinar
mediante anuncios velados; sino que le dijo que se manifestara a rostro
descubierto, a fin de que el mundo, al verla, pudiera salvarse.
Sabemos que esta Palabra tomó un cuerpo de la Virgen, y que asumió al hombre
viejo, transformándolo. Sabemos que se hizo hombre de nuestra misma
condición, porque, si no hubiera sido así, sería inútil que luego nos
prescribiera imitarle como maestro. Porque, si este hombre hubiera sido de
otra naturaleza, ¿cómo podría ordenarme las mismas cosas que él hace, a mí,
débil por nacimiento, y cómo sería entonces bueno y justo?
Para que nadie pensara que era distinto de nosotros, se sometió a la fatiga,
quiso tener hambre y no se negó a pasar sed, tuvo necesidad de descanso y no
rechazó el sufrimiento, obedeció hasta la muerte y manifestó su
resurrección, ofreciendo en todo esto su humanidad como primicia, para que
tú no te descorazones en medio de tus sufrimientos, sino que aun
reconociéndote hombre, aguardes a tu vez lo mismo que Dios dispuesto para
él" (SAN HIPÓLITO PRESBÍTERO, Refutación de todas las herejías, cap. 10,
33-34).
Catecismo de la Iglesia Católica
464 El acontecimiento único y totalmente singular de la Encarnación del Hijo
de Dios no significa que Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni
que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano. Él
se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios.
Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. La Iglesia debió defender y
aclarar esta verdad de fe durante los primeros siglos frente a unas herejías
que la falseaban.
516 Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus
obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús
puede decir: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9), y el Padre: "Este es
mi Hijo amado; escuchadle" (Lc )-
Oración
Santa María, Madre de Dios,
tú has dado al mundo la verdadera luz,
Jesús, tu Hijo, el Hijo de Dios.
Te has entregado por completo
a la llamada de Dios
y te has convertido así en fuente
de la bondad que mana de Él.
Muéstranos a Jesús. Guíanos hacia Él.
Enséñanos a conocerlo y a amarlo,
para que también nosotros
podamos llegar a ser capaces
de un verdadero amor
y ser fuentes de agua viva
en medio de un mundo sediento.
(BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 42)