Catequesis 5: Llamaba a compartir su vida y su misión
Mostrar la existencia personal como respuesta a una llamada de Dios
OBJETO DE LA CATEQUESIS:
Mostrar la existencia personal como respuesta a una llamada de Dios: a la
vida de hijos de Dios en el seguimiento de Jesús, participando de su misión.
Meditar los pasajes del Evangelio que ayudan a discernir los signos de la
llamada de Dios e invitan a responder con prontitud y alegría
SÍNTESIS:
1. El inconformismo, la radicalidad, la búsqueda de autenticidad, son
sentimientos que pueden dinamizar el proceso de crecimiento y maduración.
2. En el origen de nuestra vida hay una llamada; vivir es responder. Creados
a imagen de Dios, llamados a ser sus hijos, encontramos en su Hijo Jesús el
esclarecimiento de nuestro destino.
3. La llamada de Jesús mantiene viva la llamada a la existencia y, a la vez,
la concreta. Responde a nuestras preguntas y, al mismo tiempo, nos abre a
nuevas metas.
4. Jesús hace partícipes a los suyos de la misión que el Padre le había
confiado. La llamada de Jesús siempre es a dar la vida: sacerdocio
ministerial, vida de especial consagración, familia cristiana.
5. La respuesta es libre, como libre es la iniciativa divina. La respuesta
positiva abre a metas siempre nuevas, siempre más altas.
TEXTO:
1. Juan Pablo II a los jóvenes
"En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él
quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la
belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de
radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os
empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el
corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús
el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, la
voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejaros atrapar por la
mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para
mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y
fraterna. Queridos jóvenes, (JUAN PABLO II, Jornada Mundial de la Juventud,
Roma, agosto 2000).
Cada uno tiene que pararse a pensar si son éstos los sentimientos que más
frecuentemente ocupan su corazón: soñar la felicidad, sentir insatisfacción
con lo que se encuentra, sentirse atraídos por la belleza, tener sed de
radicalidad, dejar las máscaras que falsean la vida, hacer de la vida algo
grande, seguir un ideal, hacer una sociedad más humana y fraterna. Cada uno
tiene que pararse a pensar si verdaderamente se siente insatisfecho, si vive
buscando algo que llene su vida.
Juan Pablo II no se limitaba a afirmar lo que con toda probabilidad eran los
sentimientos más comunes de los jóvenes. Interpretaba esos sentimientos y
declaraba su significado: "Es Jesús a quien buscáis., es Él quien os
espera., es Él la belleza que os atrae., es Él quien os provoca., es Él
quien os empuja a dejar las máscaras., es Él quien os lee en el corazón., es
Jesús quien suscita en vosotros el deseo. Diciendo sí a Cristo decís sí a
todos vuestros ideales más nobles. No tengáis miedo de entregaros a Él. Él
os guiará, os dará la fuerza para seguirlo todos los días y en cada
situación".
La llamada de Jesús resuena dentro de nosotros mismos, en nuestra propia
vida. En nuestra insatisfacción, nuestra búsqueda, nuestros deseos de
radicalidad y de algo grande, podemos reconocer la pregunta que hizo Jesús a
los dos discípulos de Juan Bautista, cuando le seguían sin saber bien
adónde: "¿Qué buscáis?" (Jn 1,37). Y podemos reconocer también la respuesta
que acertaron a balbucir los discípulos: "Maestro, ¿dónde vives?" (Jn 1,39).
Se dejaron atraer por Jesús y consintieron en seguirle.
2. Escuchamos la Palabra de Dios (Mc 1,16-20; Lc 9,59-62; Jn 1,35-42)
Existir es responder a una llamada
Nuestra existencia no es puro azar, no hemos sido arrojados al mundo, no
existimos por casualidad o por un absurdo. El Señor tiene un plan para cada
uno de nosotros, nos conoce y nos llama por nuestro nombre. Cuenta con
nosotros para confiarnos una misión: es lo que estamos llamados a hacer en
la vida para tejer la historia y contribuir a la edificación de su Iglesia,
templo vivo de su presencia.
En origen de nuestra vida hay una llamada. Vivir es percibirla, permanecer a
la escucha, ser valientes y generosos para responder. Al final de nuestra
existencia en la tierra seremos considerados siervos fieles que han
aprovechado bien los dones que se nos han concedido .
Llamados a vivir como hijos de Dios
Hemos sido creados a imagen de Dios, para ser sus hijos, unidos por la
acción del Espíritu Santo a Jesucristo, que es el Hijo. Estamos tan
fuertemente llamados a vivir unidos a Jesucristo, que sólo conociéndole a Él
nos entendemos a nosotros mismos y comprendemos nuestro destino. El Concilio
Vaticano II lo dice así: "El misterio del hombre sólo se esclarece en el
misterio de Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre" (Gaudium et spes
22). "Desde que existo, mi existencia no tiene otro fin que Cristo mismo",
decía el teólogo Henri de Lubac.
Si, como hijos de Dios, estamos llamados a vivir unidos a Jesucristo, el
primer paso de nuestra respuesta es el Bautismo, por el que fuimos hechos
miembros de su Cuerpo. En Él se va formando el pueblo de los llamados. La
Humanidad entera va realizando en Cristo el destino al que está llamada como
pueblo, como comunidad.
Nadie mejor que Jesucristo, el Hijo Eterno de Dios hecho hombre, puede
hablarnos y reproducir en nosotros su imagen de hijo. Por eso nos invita a
seguirle, a ser como Él, a compartir su vida, su palabra, sus sentimientos,
su muerte y resurrección. El Hijo de Dios se hizo hombre para que la llamada
de Dios resuene siempre en nosotros. No existe un solo párrafo en el
Evangelio, o un encuentro o un diálogo, que no tenga un sentido vocacional,
que no exprese, directa o indirectamente, una llamada por parte de Jesús.
Según los relatos de los evangelios, parece que, Jesús siempre deja a
quienes se encuentran con Él la misma preocupación: ¿qué hacer de mi vida?,
¿cuál es mi camino?
Llamados por Jesús
La relación de Jesús con sus seguidores no era como la de los demás
maestros. La forma en que Jesús llamó a sus discípulos, la finalidad de
dicha llamada y las consecuencias que tuvo en la vida de quienes le
siguieron son los rasgos más novedosos de la experiencia de discípulos que
encontramos en los evangelios.
Lo habitual era que un joven buscara una escuela o un maestro para hacerse
discípulo. Los discípulos de los rabinos buscan algo parecido a una
enseñanza más bien técnica para luego llegar a ser maestros. Sin embargo,
los discípulos de Jesús no eligen ellos. Jesús es quien da el primer paso
llamándolos a ellos. Él es quien llama y pone condiciones (Mc 1,16-20; Lc 9,
59-62) con una autoridad poco común.
Jesús no enseña una doctrina, sino que pide una adhesión incondicional a su
persona para hacer la voluntad de Dios. En ninguno de los grupos religiosos
de la época encontramos una exigencia de adhesión personal como la que
encontramos en Jesús. El imperativo ¡sígueme! constituye el núcleo de su
llamada. Seguir a Jesús, ir detrás de él, constituirá el centro del estilo
de vida de sus discípulos. Él siempre será el Maestro, y los llamados
siempre serán discípulos.
La iniciativa de Jesús de llamar a los discípulos y la autoridad con la que
llama revelan una conciencia singular de sí mismo. Al actuar así, Jesús se
sitúa en el mismo lugar que ocupa Dios en los relatos del Antiguo
Testamento, en los que se cuenta la llamada a caudillos y profetas del
pueblo para encomendarles una misión. Jesús es el Hijo de Dios.
Llama a todos. Es una llamada universal. Rompe las barreras de lo
puro-impuro, pecadores-fieles. Llama a los publicanos que están lejos de la
comunidad, incluso a los zelotes, o a los simples iletrados pecadores. Y a
algunos los llama para una misión concreta.
A algunos, dice el evangelio de san Marcos, los llamó para que "estuvieran
con él y para enviarlos a predicar". En primer lugar, para que establecieran
una nueva relación con él, una relación que implica no sólo el aprendizaje
de su doctrina, sino compartir su estilo de vida e identificarse con su
destino. Esta identificación con Jesús es, además, la condición para que los
discípulos puedan ser enviados a anunciar y hacer presente el reinado de
Dios.
La llamada de Jesús incluye una misión o servicio: ser pescadores de
hombres, anunciar el reino de Dios.
La llamada es apremiante. La respuesta debe ser rápida y sin reservas. No
valen excusas sutiles, ni hacerse el sordo. Ante su llamada no se puede
tergiversar nada ni tomarse ningún tiempo para realizar otras tareas
humanas. A la llamada de Jesús para el Reino los discípulos responden
inmediatamente y con toda la vida. Esa misión de los discípulos comporta el
mismo riesgo a que ha estado sometido el maestro.
Jesús responde a nuestras preguntas
"Venid y lo veréis" (Jn 1, 39). Así responde Jesús a los dos discípulos de
Juan el Bautista, que le preguntaban donde vivía. En estas palabras
encontramos el significado de ser discípulo de Cristo. En esta escena tan
conmovedora reconocemos todo el misterio de la vocación cristiana.
Los discípulos siguieron a Cristo. Seguir a Jesús es la expresión evangélica
favorita para designar el discipulado. Se sigue a una persona, y no un
programa o una ideología. Cuando Jesús habla de la actitud de sus discípulos
hacia él, Jesús dice: "seguir". Como las ovejas siguen al pastor (Jn
10,4.5.27). Seguir a Jesús es fiarse de Él, dejarse iluminar por Él: "El que
me sigue no camina en las tinieblas, sino que tiene la luz de la vida" (Jn
8,12). La "obra" principal que el Padre pide de quienes siguen a su Hijo es
"que crean en él" (Jn 6,29).
Los dos discípulos son invitados a seguirle viviendo con Él y como Él. Es la
llamada de Jesús a todo hombre. Una llamada que, para ser escuchada,
requiere búsqueda y generosidad. De otro modo es difícilmente perceptible.
El cristianismo prende en los apasionados por la verdad y por el amor. Hay
mil maneras de buscar. Pero todos los corazones persiguen lo mismo. Se llama
felicidad, amor, alegría, razones para vivir, etc. Son nombres más o menos
afortunados. Todos los nacidos de mujer, sabiéndolo o no, buscamos lo mismo.
Eso, detrás de lo cual el corazón anda ansioso, tiene un nombre, toma
cuerpo, se deja ver, se puede decir que pasa delante de uno. Un verdadero
cristiano es quien se ha encontrado con el rostro de Jesucristo y este
encuentro no le ha dejado indiferente. ¿Nos atrevemos a avanzar por el
camino que se abre ante nosotros? ¿Consentimos al seguimiento sincero y
generoso de Jesucristo?
Jesús llama a dar la vida
Lo experimentaron los primeros discípulos y todos los que le han seguido
después. Seguir a Jesús consiste en compartir su propio destino, en ser y
obrar como Él. Más en concreto: vivir su misma relación con el Padre y con
los hombres, sus hermanos. Los discípulos de Jesús aceptan la vida como un
don recibido de las manos del Padre, para "perderla" y verter este don sobre
aquellos que el Padre les ha confiado.
La vida toda de Jesús, y todo su ser, gira en torno a la misión. En ella se
concentra y se expresa su obediencia al Padre y su amor tan extremado a sus
hermanos: "Nadie tiene un amor más grande que éste: el de dar la vida por
los propios amigos" ( Jn 15,13).
Jesús hace a sus discípulos partícipes de la misión que ha recibido del
Padre. "Como me ha enviado a mí el Padre, así también yo os envío a
vosotros" (Jn 20,21). Estamos llamados, por tanto, a reproducir y revivir
los sentimientos del Hijo, que se sintetizan en el amor. Pero estamos
llamados a hacerlo visible diversamente, según las circunstancias concretas,
los dones recibidos, el modo de participar cada uno en la misión de Jesús.
Las modalidades serán diversas, pero la vocación fundamental de los
discípulos es única: entregar la propia vida como lo hizo Jesús. El envío
es, en efecto, el mandato de la tarde de Pascua (Jn 20,21), la última
palabra antes de subir al Padre (Mt 28,16-20).
Jesús llama hoy
"Jesús, al invitar al joven rico a ir mucho más allá de la satisfacción de
sus aspiraciones y proyectos personales, le dice: 'Ven y sígueme'. La
vocación cristiana nace de una propuesta de amor del Señor y sólo puede
realizarse gracias a una respuesta de amor: 'Jesús invita sus discípulos al
don total de su vida, sin cálculo ni interés humano, con una absoluta
confianza en Dios.
Los santos acogen esta invitación exigente y, con humilde docilidad, se
ponen a seguir a Cristo crucificado y resucitado. Su perfección, en la
lógica de la fe que muchas veces no se comprende bien, consiste en dejar de
colocarse en el centro y elegir avanzar contra corriente, viviendo según el
Evangelio'
Siguiendo el ejemplo de tantos discípulos de Cristo, acoged también vosotros
con alegría, queridos amigos, la invitación a seguirle para vivir
intensamente y con fecundidad en este mundo. Por el Bautismo, en efecto,
llama a cada uno a seguirle a través de acciones concretas, a amarle por
encima de todo y a servirle en sus hermanos. El joven rico, infelizmente, no
acogió la invitación de Jesús y se marchó muy triste. Le había faltado
valentía para desprenderse de los bienes materiales para encontrar el bien
incomparable que Jesús le proponía.
La tristeza del joven rico del Evangelio es la que nace en el corazón de
cada uno cuando no se tiene la valentía de seguir a Cristo, de elegir la
mejor opción. ¡Pero nunca es demasiado tarde para responderle!
Jesús no deja de volver su mirada de amor y de llamar a hacerse discípulos
suyos, pero a algunos les propone una opción más radical.
En este Año Sacerdotal, querría exhortar a los jóvenes y adolescentes a
estar atentos para saber si el Señor no les está invitando a un don mayor,
por el camino del sacerdocio ministerial, y a estar disponibles para acoger
con generosidad y entusiasmo este signo de predilección particular,
emprendiendo el necesario camino de discernimiento con un sacerdote o con su
director espiritual.
No tengáis miedo, queridos muchachos y queridas muchachas, si el Señor os
llama a la vida religiosa, monástica, misionera o de especial consagración:
él sabe dar una profunda alegría a quienes responden con valentía.
Invito, además, a los que sienten la vocación la matrimonio a acogerla con
fe, comprometiéndose a poner sólidas bases para vivir un gran amor, fiel y
abierto al don de la vida, que es riqueza y gracia para la sociedad y para
la Iglesia" (BENEDICTO XVI, Mensaje a los Jóvenes en la XXV JMJ, 2010).
3. Nuestra respuesta
Un encuentro de dos libertades
La historia de toda vocación cristiana es la historia de un diálogo entre
Dios y el hombre, entre el amor de Dios que llama y la libertad del hombre
que responde a Dios en el amor. Un encuentro de dos libertades. Nada más
sagrado, nada que exija más respeto.
La intervención libre y gratuita de Dios que llama es absolutamente
prioritaria, anterior y decisiva. La primacía absoluta de la gracia en la
vocación encuentra su proclamación perfecta en la palabra de Jesús: «No me
elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros y os he destinado
para que vayáis y deis fruto y que vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 16).
Esa primacía de la gracia requiere la respuesta libre del hombre. Una
respuesta positiva que presupone siempre la aceptación y la participación en
el proyecto que Dios tiene sobre cada uno; una respuesta que acoja la
iniciativa amorosa del Señor y llegue a ser para todo el que es llamado una
exigencia moral vinculante, una ofrenda agradecida a Dios y una total
cooperación en el plan que Él persigue en la historia . En la vocación
brillan a la vez el amor gratuito de Dios y la exaltación de la libertad del
hombre; la adhesión a la llamada de Dios y su entrega a Él.
"Para acoger una propuesta fascinante como la que nos hace Jesús, para
establecer una alianza con él, hace falta ser jóvenes interiormente, capaces
de dejarse interpelar por su novedad, para emprender con él caminos nuevos.
Jesús tiene predilección por los jóvenes, como lo pone de manifiesto el
diálogo con el joven rico (cf. Mt 19, 16-22; Mc 10, 17-22); respeta su
libertad, pero nunca se cansa de proponerles metas más altas para su vida:
la novedad del Evangelio y la belleza de una conducta santa.
Siguiendo el ejemplo de su Señor, la Iglesia tiene esa misma actitud. Por
eso, queridos jóvenes, os mira con inmenso afecto; está cerca de vosotros en
los momentos de alegría y de fiesta, al igual que en los de prueba y
desvarío; os sostiene con los dones de la gracia sacramental y os acompaña
en el discernimiento de vuestra vocación" .
Es posible responder "no"
El joven rico se acercó a Jesús preguntando por el algo más que le faltaba.
Había vivido cumpliendo los mandamientos desde pequeño. Cuando el joven
pregunta sobre el 'algo más': "¿Qué me queda aún?", Jesús lo mira con amor y
este amor encuentra aquí un nuevo significado. Jesús añade: "Si quieres ser
perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en
los cielos, y ven y sígueme".
El joven es invitado a vivir según la dimensión del don, una dimensión no
sólo superior a la de las meras obligaciones morales, como a veces se
consideran los mandamientos, sino más profunda y fundamental. El joven es
invitado a pasar de la vida como proyecto a la vida como vocación.
El cristianismo sólo se puede vivir en plenitud si se vive desde la llamada.
"Si quieres" dice el Señor. Él respeta nuestra decisión, nuestra libertad.
Texto complementario
Palabra de Dios
"Jesús salió de nuevo a la orilla del lago; la gente acudía a él y les
enseñaba. Al pasar vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los
impuestos, y le dijo: -Sígueme. Se levantó y lo siguió.
Estando Jesús a la mesa en su casa, de entre los muchos que lo seguían, un
grupo de recaudadores y otra gente de mala fama se sentaron con Jesús y sus
discípulos".
(Mateo 3, 13-15).
"Se acercó uno a Jesús y le preguntó: -Maestro, ¿qué tengo que hacer de
bueno para obtener la vida eterna?
Jesús le contestó: -¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno.
Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.
Él le preguntó: -¿Cuáles?
Jesús le contestó: -No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás
falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a
ti mismo.
El muchacho le dijo: -Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?
Jesús le contestó: -Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes,
da el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo- y luego vente
conmigo.
Al oír esto, el joven se fue triste, porque era rico".
(Mateo 19, 16-22)
"La gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios,
estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban
junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las
redes. Subió a una de las barcas, a la de Simón, y le pidió que la apartara
un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: -Rema mar adentro y echad las redes
para pescar.
Simón contestó: -Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos
cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande, que reventaba
la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca para que vinieran a
echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se
hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo:
-Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.
Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él al
ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y
Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón:
-No temas: desde ahora serás pescador de hombres.
Ello sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron".
(Lucas 5, 1-11)
Santos Padres
"Habéis oído, hermanos, que Pedro y Andrés abandonaron las redes para seguir
al Redentor a la primera llamada de su voz. Tal vez alguno se diga por lo
bajo: Para obedecer a la llamada del Señor, ¿qué pudieron abandonar estos
dos pescadores que no tenían casi nada? Pero en esta materia tenemos que
considerar las disposiciones del corazón más que la fortuna.
Deja mucho el que no retiene nada para sí; deja mucho el que lo abandona
todo, por muy poco que sea. Nosotros conservamos con pasión lo que poseemos,
y tratamos de conseguir lo que no tenemos. Sí, Pedro y Andrés dejaron mucho,
puesto que tanto uno como otro abandonaron hasta el deseo de poseer.
Abandonaron mucho porque al renunciar a sus bienes renunciaron también a sus
ansias. Siguiendo al Señor renunciaron a todo lo que hubieran podido desear
de no haberlo seguido.
Que nadie, pues, se diga al ver que algunas renuncian a grandes bienes:
Quisiera imitar a los que se desprenden así del mundo, pero no tienen nada a
qué renunciar.
Hermanos, cuando renunciáis a los deseos terrestres, abandonáis mucho.
Nuestros bienes exteriores, aunque sean pequeños, bastan a los ojos del
Señor. El se fija en el corazón, no en la fortuna. El no pesa el valor
comercial del sacrificio, sino la intención del que lo ofrece. Considerando
los bienes exteriores, nuestros santos comerciantes obtuvieron la vida
eterna, que es la de los ángeles, por una barca y unas redes. El Reino de
Dios no tiene precio, y sin embargo te cuesta exactamente lo que tengas.
A Pedro y a Andrés les costó exactamente una barca y unas redes; a la viuda
le costó dos moneditas de plata; a otro, un vaso de agua fresca (Mt 10,42).
Ya lo hemos dicho, el Reino de Dios te cuesta lo que tengas. ¿Veis qué cosa
tan fácil de adquirir y más preciosa para poseerla?
Tal vez ni siquiera tengas un vaso de agua fresca que ofrecer al pobre que
lo necesita. Aun en este caso, la Palabra de Dios nos tranquiliza. Porque
cuando nació el Redentor, los habitantes del cielo se aparecieron clamando:
Gloria a Dios en el cielo, y paz en la tierra a los hombres de buena
voluntad. En efecto, a los ojos de Dios, la mano nunca se encuentra
desprovista de un presente si el interior del corazón está lleno de buena
voluntad. Por eso dice el salmo: En mí están, Dios mío, los presentes que yo
ofreceré en alabanza tuya (Sal 55,12). Es como si dijera: Aunque no tengo
nada externo que ofrecerte, encuentro, sin embargo, en mí mismo lo que
pondré en el altar para tu alabanza. Porque si tú no te alimentas con
nuestros dones, sí que te complaces en la ofrenda del corazón".
(SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 5 sobre el Evangelio; PL 76, 1093)
Catecismo de la Iglesia Católica
La misión de los Apóstoles
858 Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio,
"llamó a los que él quiso, y vinieron donde él. Instituyó Doce para que
estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3, 13-14). Desde
entonces, serán sus "enviados" [es lo que significa la palabra griega
"apostoloi"]. En ellos continúa su propia misión: "Como el Padre me envió,
también yo os envío" (Jn 20, 21; cf 13, 20; 17, 18). Por tanto su ministerio
es la continuación de la misión de Cristo: "Quien a vosotros recibe, a mí me
recibe", dice a los Doce (Mt 10, 40; cf Lc 10, 16).
859 Jesús los asocia a su misión recibida del Padre: como "el Hijo no puede
hacer nada por su cuenta" (Jn 5, 19.30), sino que todo lo recibe del Padre
que le ha enviado, así, aquellos a quienes Jesús envía no pueden hacer nada
sin Él (cf Jn 15, 5) de quien reciben el encargo de la misión y el poder
para cumplirla. Los apóstoles de Cristo saben por tanto que están
calificados por Dios como "ministros de una nueva alianza" (2 Co 3, 6),
"ministros de Dios" (2 Co 6, 4), "embajadores de Cristo" (2 Co 5, 20),
"servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1 Co 4,
1).
860 En el encargo dado a los apóstoles hay un aspecto intransmisible: ser
los testigos elegidos de la Resurrección del Señor y los fundamentos de la
Iglesia. Pero hay también un aspecto permanente de su misión. Cristo les ha
prometido permanecer con ellos hasta el fin de los tiempos (cf Mt 28, 20).
"Esta misión divina confiada por Cristo a los apóstoles tiene que durar
hasta el fin del mundo, pues el Evangelio que tienen que transmitir es el
principio de toda la vida de la Iglesia. Por eso los apóstoles se
preocuparon de instituir... sucesores" (LG 20).
Los laicos. La vida consagrada
940 "Siendo propio del estado de los laicos vivir en medio del mundo y de
los negocios temporales, Dios les llama a que movidos por el espíritu
cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento" (AA 2).
941 Los laicos participan en el sacerdocio de Cristo: cada vez más unidos a
El, despliegan la gracia del Bautismo y la de la Confirmación a través de
todas las dimensiones de la vida personal, familiar, social y eclesial y
realizan así el llamamiento a la santidad dirigido a todos los bautizados.
942 Gracias a su misión profética, los laicos, "están llamados a ser
testigos de Cristo en todas las cosas, también en el interior de la sociedad
humana" (GS 43, 4).
943 Debido a su misión regia, los laicos tienen el poder de arrancar al
pecado su dominio sobre sí mismos y sobre el mundo por medio de su
abnegación y santidad de vida (cf. LG 36).
944 La vida consagrada a Dios se caracteriza por la profesión pública de los
consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia en un estado de vida
estable reconocido por la Iglesia.
945 Entregado a Dios supremamente amado, aquél a quien el Bautismo ya había
destinado a El, se encuentra en el estado de vida consagrada, más
íntimamente comprometido en el servicio divino y dedicado al bien de toda la
Iglesia.
Testimonio
"Así como Magdalena, agachándose, sin apartarse del sepulcro vacío, llegó
por fin a encontrar lo que buscaba, así también yo, agachándome hasta las
profundidades de mi nada me elevé tan alto, que conseguí mi intento...
Sin desanimarme, seguí leyendo, y esta frase me reconfortó: "Buscad con
ardor los dones más perfectos, pero voy a mostraros un camino más
excelente". Y el Apóstol explica cómo todos los dones, aun los más
perfectos, nada son sin el amor... Afirma que la caridad es el camino
excelente que conduce con seguridad a Dios.
Había hallado por fin el descanso... Al considerar el cuerpo místico de la
Iglesia, no me había reconocido en ninguno de los miembros descritos por San
Pablo; o mejor dicho, quería reconocerme en todos...
La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía
un cuerpo compuesto por diferentes miembros, no le faltaría el más
necesario, el más noble de todos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón,
y que este corazón estaba ardiendo de amor.
Comprendí que solo el amor era el que ponía en movimiento a los miembros de
la Iglesia; que si el amor llegara a apagarse, los apóstoles no anunciarían
ya el Evangelio, los mártires se negarían a derramar su sangre...
Comprendí que el amor encerraba todas las vocaciones, que el amor lo era
todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y todos los lugares... En una
palabra, ¡que el amor es eterno!
Entonces en el excelso de mi alegría delirante, exclamé: ¡Oh Jesús, amor
mio!... Por fin he hallado mi vocación, ¡mi vocación es el amor!
Sí, he hallado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, ¡oh, Dios mío!, vos
mismo me lo habéis dado...: en el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré
el amor!... ¡¡¡Así lo seré todo..., así mi sueño se verá realizado!!!"
(TERESA DEL NIÑO JESÚS, Manuscritos autobiográficos, cap IX)
Oración
Señor Jesús,
que nos llamas a todos
a trabajar por Ti, a trabajar contigo.
Tú que quieres que te sigamos
y tengamos la vida verdadera,
Tú que has iluminado con tu palabra
a los que has llamado,
ilumínanos con el don de la fe en Ti.
Tú que nos has sostenido en las
dificultades, ayúdanos a vencer nuestras
dificultades de jóvenes de hoy.
Y si llamas a alguno de nosotros,
para consagrarnos del todo a Ti,
que tu amor aliente esta vocación
desde el comienzo y la haga crecer
y perseverar hasta el final.