Catequesis 6: Se entrega a la muerte libremente aceptada
La cruz de Jesucristo es la respuesta de Dios al sufrimiento humano.
Objeto de la Catequesis:
Reconocer en la entrega de Cristo, consumada en su muerte en la cruz, la
respuesta de Dios al sufrimiento humano. Este sufrimiento que es
consecuencia, en última instancia, del pecado del hombre y, por tanto, de la
libertad humana ante la capacidad de elección entre el bien y el mal. El
dolor, como la misma libertad, es un misterio insondable ante el cual el
hombre se sigue preguntando sin encontrar respuesta. El objetivo de este
tema es reconocer este misterio y ver cuál es la actitud adecuada ante él.
Síntesis:
1. El sufrimiento es una realidad universal que ningún hombre ni sistema
puede eliminar.
2. El tema del dolor ha sido siempre un misterio para el ser humano.
3. El dolor, una vez asumido, colabora a la realización y plenitud del
hombre.
4. La cruz de Jesucristo es la respuesta de Dios al sufrimiento humano.
5. El sentido de la muerte de Jesús
6. La cruz es fuente de vida.
Texto:
1. El dolor es una realidad universal que ningún hombre ni sistema puede
eliminar
Todos sufrimos: es una realidad universal. Desde que nacemos no podemos
evitar el dolor. No deja de ser algo significativo que lo primero que
hacemos al nacer es llorar. En la Salve rezamos a la Virgen: "a ti
suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas".
En todas las etapas de nuestra vida constatamos esta realidad, pero a medida
que crecemos la vamos sintiendo más. El hombre, en la medida en que es
consciente de lo que le ocurre, sufre más.
Hay una lucha permanente entre dejar de sufrir y aceptar las situaciones
dolorosas que nos sobrevienen inevitablemente. El ser humano busca eliminar
el sufrimiento físico, psíquico y moral. La investigación científica, en el
campo de la medicina por ejemplo, avanza en la lucha contra el dolor, pero
no puede abolirlo. El combate frente al sufrimiento es legítimo y necesario,
pero no puede ser el objetivo final, porque lleva a la frustración de no
poder aniquilar algo que permanece de muchos modos en cada persona y en la
sociedad.
El dolor pone al hombre ante su debilidad. El progreso humano, en todos los
campos, no logra eliminarlo. No conseguimos el control para aniquilar el
sufrimiento. Éste no respeta ninguna edad ni situación. Nos llegan noticias
de desgracias naturales, muertes repentinas, enfermedades incurables.
Conocemos niños y jóvenes a los que les sorprende en edad temprana
situaciones muy dolorosas que no podemos explicar ni entender, lo cual
trunca muchos proyectos aparentemente legítimos.
Esto nos lleva a preguntarnos: ¿El dolor conlleva la ruina y la tristeza
para el que sufre? ¿Es posible sufrir y ser feliz? Si el objetivo final es
abolir el sufrimiento para poder ser feliz, sería imposible la felicidad en
esta tierra, porque es imposible eliminar totalmente el dolor. Entonces,
¿cómo integrar el dolor, las debilidades e incapacidades para que la vida
sea auténticamente lograda?, ¿cómo compaginar una vida plena y auténtica
cuando el dolor sobreviene?
2. El dolor es un misterio
Cuando llega una situación dolorosa se suelen dar las siguientes etapas:
primero la negación de la misma, después la pregunta sobre esa situación y,
tras un tiempo, la tensión entre aceptarlo o rechazarlo. Veamos cómo se dan.
Ante una circunstancia muy dolorosa es muy frecuente negarla diciéndonos:
"esto no ha ocurrido", "no es posible que esto me haya sucedido a mí".
Cuando uno ya no puede negarlo, porque la realidad se acaba imponiendo, se
suscita la pregunta del por qué: ¿por qué esta enfermedad?, ¿por qué la
muerte de este joven?, ¿por qué esta desgracia o aquel desastre natural? Y
no encontramos respuesta ante este cuestionamiento existencial. Atascarse en
esta etapa lleva a la frustración. No hay una respuesta plenamente
convincente ante el porqué del dolor. Pero no podemos quedarnos ahí. La
pregunta del porqué es inevitable y necesitamos hacerla durante un tiempo.
Pero es un callejón sin salida. Necesitamos dar un paso más. Quedarse en la
negación del hecho doloroso o en el cuestionamiento del porqué no permite
integrar y superar ese dolor. El ser humano es el único ser que puede dar
sentido a lo que aparentemente no lo tiene.
El hombre tiene la necesidad de dar sentido a toda realidad. A la pregunta
del por qué debe seguir otra: la del "para qué". Pero dar este paso supone
una decisión previa. Ante la realidad del dolor es necesario tomar una
opción. O el lamento permanente del no poder comprender por qué ha sucedido
ese acontecimiento doloroso, lo cual lleva a la amargura, o bien aceptar
-aunque no se comprenda- que ese hecho tiene un sentido más allá del
aparente. Viktor Frankl (1905-1997), psiquiatra y psicoterapeuta austriaco,
dice: "si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor,
siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento".
Aceptar el dolor lleva a integrarlo y hace posible vivirlo con paz y
alegría. El cura rural de Bernanos lo dice así: "A mi entender, el auténtico
dolor que brota de un hombre pertenece en primer lugar a Dios. Intento
aceptarlo con corazón humilde, tal como es; me esfuerzo por hacerlo mío y
por amarlo".
El dolor nos sitúa ante el misterio de algo que se nos escapa radicalmente.
Y ante el misterio la actitud más adecuada es la del silencio y la
adoración.
El silencio es la mejor reacción ante el dolor ajeno. Cuando alguien está
sufriendo, ¿de qué le sirven las palabras, muchas veces forzadas, del que le
intenta consolar? Ante el sufrimiento lo primero y fundamental es callar; no
malgastar palabras, al menos no decir una sola que no se sienta
completamente, pues ante el dolor todo suena a falso; cuanto más, lo que ya
es falso de por sí. En esas circunstancias lo mejor es acompañar en
silencio, estar junto al que sufre, tratar de asumir interiormente su dolor
y así amarle sin palabras.
Ante el sufrimiento propio lo mejor es expresar el sentimiento (con
palabras, gritos, con lágrimas.) y entregarlo a Dios. Son dos momentos y dos
niveles: el del sentimiento del dolor que necesita ser sacado de nuestro
corazón y se saca expresándolo y luego entregar al Señor ese sentimiento,
ofrecerle esa situación.
Lo peor de cualquier situación dolorosa no es ésta en sí misma, sino el no
poder aceptarla. Hay personas con enfermedades muy graves irreversibles, hay
madres que han perdido a un hijo y que viven felices, no porque no les duela
esa situación, sino porque la han aceptado y la han dado un sentido que les
permite integrarla. Así pues, la adoración del misterio del dolor lleva en
primer lugar a reconocerlo, luego a aceptarlo y finalmente a integrarlo.
3. El dolor, una vez asumido, colabora a la realización y plenitud del
hombre
Cuando se acepta la inevitable realidad de sufrir encontramos sus aspectos
positivos. Podríamos decir que sufrir no es bueno -porque no es agradable y
resulta doloroso- pero sí es bueno haber sufrido, porque nos hace madurar y
crecer, nos permite ser más comprensivos ante los límites de los demás. Dice
Cicerón: "Al sufrimiento debemos todo lo que es bueno en nosotros, todo lo
que hace amable la vida, la piedad, el valor y las virtudes". También
Shakespeare valora el dolor así: "El sufrimiento despierta el espíritu, el
infortunio es el camino de la sensibilidad y el corazón crece en la
congoja".
Todo dolor conlleva una crisis que, cuando se supera, posibilita el
crecimiento y la maduración. El dolor hace madurar y crecer, purifica, nos
sitúa en nuestra más honda realidad. El sufrimiento va limando nuestro
corazón y duele mucho, pero el efecto que deja al ser limado es el de un
corazón más comprensivo, más capaz de amar.
El sufrimiento aceptado permite comprender mejor la debilidad humana. Además
provoca la solidaridad, dar la vida por los demás y no pensar sólo en uno
mismo. El que ha sufrido sabe compadecerse mejor que el que no ha tenido esa
experiencia. Por eso Dios mismo ha querido entrar en el camino del dolor.
Dios, en su Hijo Jesucristo, ha asumido totalmente nuestro dolor para así
consolarnos:
"Porque así dice el Señor: Yo haré derivar hacia Jerusalén, como un río, la
paz; como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones. Llevarán en
brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán: como a un niño
a quien su madre consuela, así os consolaré yo" (Isaías 66, 12s).
El corazón maternal de Dios, como esa buena madre que sufre más por su hijo
que por ella misma, consuela con su amor al hijo atormentado y debilitado
por las dificultades de la vida.
4. La cruz de Jesucristo es la respuesta de Dios al sufrimiento humano
La realidad del sufrimiento es un escándalo para el que espera que Dios
impida el dolor. La célebre acusación contra la existencia de Dios por la
realidad del sufrimiento todavía permanece: ¿cómo puede seguir habiendo
sufrimiento si existe un Dios bueno y omnipotente? Si fuera bueno no lo
permitiría y, por otra parte, si no puede abolirlo es señal de que no es
omnipotente.
Pero Dios, que es omnipotente y podría evitar todo dolor, no lo hace, no
porque sea malo, sino porque acepta la libre decisión del hombre, que al
enfrentarse a Dios y alejarse de Él ha abierto la puerta al dolor y a la
muerte.
Ante esta situación, producida por la libertad humana, Dios libremente no
suprime lo que el hombre produjo con su libertad. Pero no quiere dejarle
solo y por eso Él también asume lo que, de por sí, no le corresponde. Su
modo de actuar es ciertamente difícil de comprender para el hombre. Su
respeto a la libertad es tan grande que más que eliminar el dolor lo que
hace es asumirlo. En Jesucristo Dios acoge toda la realidad humana -y como
el dolor pertenece a la condición humana real existente- Él toma sobre sí el
sufrimiento para acompañar al que sufre. Este es el sentido de la Pasión:
Jesucristo comparte totalmente nuestra condición doliente y nos acompaña en
ella.
Así pues, ¿cuál es la respuesta de Dios ante el sufrimiento humano? Dejar
que su Hijo pasase por lo mismo que nosotros, hasta morir del modo más
ignominioso, como un esclavo. El Bendito por excelencia muere como un
maldito.
¿Cuál es la respuesta de Dios ante el sufrimiento de su Hijo? El silencio.
Nosotros diríamos: pero, Dios mío, ¿por qué no haces algo? Dios calla. Es un
escándalo. Él lo podría haber evitado. Pero no, no lo hizo. ¿Por qué? ¿Por
qué dejó que su Hijo muriese, sufriese? ¿Por qué en Getsemaní, cuando su
Hijo con lágrimas en los ojos y sudando sangre de angustia le pidió
clemencia, que pasase de Él ese cáliz amargo de sangre, por qué en ese
momento calla? Es el Misterio de Dios, el Misterio del sufrimiento, el
Misterio del hombre.
La contemplación del rostro de Cristo nos lleva así a acercarnos al aspecto
más paradójico de su misterio, como se ve en la hora extrema, la hora de la
Cruz. Misterio en el misterio, ante el cual el ser humano ha de postrarse en
adoración.
Pasa ante nuestra mirada la intensidad de la escena de la agonía en el
huerto de los Olivos. Jesús, abrumado por la previsión de la prueba que le
espera, solo ante Dios, lo invoca con su habitual y tierna expresión de
confianza: "¡Abbá, Padre!". Le pide que aleje de él, si es posible, la copa
del sufrimiento (cf. Mc 14,36). Pero el Padre parece que no quiere escuchar
la voz del Hijo. Para devolver al hombre el rostro del Padre, Jesús debió no
sólo asumir el rostro del hombre, sino cargarse incluso del "rostro" del
pecado. "Quien no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros, para que
viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2 Co 5,21).
Nunca acabaremos de conocer la profundidad de este misterio. Es toda la
aspereza de esta paradoja la que emerge en el grito de dolor, aparentemente
desesperado, que Jesús da en la cruz: "Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?" -que
quiere decir- "¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?" (Mc
15,34). ¿Es posible imaginar un sufrimiento mayor, una oscuridad más densa?
.
¿Qué hace Jesús ante su propio sufrimiento durante la Pasión? Jesús
habitualmente calla y cuando habla no lo hace para defenderse, sino para
enseñar, para educar con su actitud.
¿Qué ocurre en el Calvario? Hay silencio, sólo roto por los que se burlan de
Jesús o por sus "siete palabras" en la cruz. En estas palabras está la
oración-lamento del que sufre: "Padre, perdónales porque no saben lo que
hacen"; la exhalación con la que se desahoga (es hombre como nosotros):
"Tengo sed"; con la que se dirige al Padre: "Dios mío, Dios mío por qué me
has abandonado", "Todo está cumplido", "Padre a tus manos encomiendo mi
espíritu". También en la cruz manifiesta su poder y señorío (sigue siendo
Dios): "Hoy estarás conmigo en el paraíso", "Mujer, ahí tienes a tu hijo;
hijo, ahí tienes a tu madre". El resto es silencio y, sobre todo, al
consumarse la muerte, la tierra se estremece, el velo del Templo se parte en
dos y sólo se escucha la estremecida voz del centurión que lo custodiaba:
"Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios". Jesús evangeliza en su vida
terrena, y en su muerte, silenciosamente. Sin dejar de ser Hijo de Dios, en
la cruz manifiesta su lado más humano, del que quiso hacerse en todo
semejante a nosotros excepto en el pecado. Nos resulta difícil comprender
por qué Dios se revela en esa debilidad .
5. El sentido de la muerte de Jesús
La muerte del Hijo de Dios en la cruz es un misterio. Ante el misterio,
decíamos antes hablando del sufrimiento, la mejor respuesta es la
contemplación y la adoración del mismo. No avanzamos preguntándonos por el
por qué. Pero sí cuando nos interrogamos: ¿para qué muere Jesús?
a) Libremente y por amor
Jesús acepta la muerte de un modo voluntario y libre. ¿Para qué? Para
redimirnos del pecado. Este "para qué" contiene un por qué más profundo: el
amor del Padre que se manifiesta en su Hijo Jesucristo:
Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres,
los amó hasta el extremo (Jn 13, 1) porque nadie tiene mayor amor que el que
da su vida por sus amigos (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la
muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor
divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb 2, 10. 17-18; 4, 15;
5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su
Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: Nadie me quita la vida; yo
la doy voluntariamente (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de
Dios cuando él mismo se encamina hacia la muerte (cf. Jn 18, 4-6; Mt 26, 53)
.
Jesús asume la muerte, no porque le resulte agradable, sino porque quiere
hacer la Voluntad del Padre, que por Amor pide esa entrega definitiva. Así
lo expresa un teólogo moderno:
El Crucificado no conserva nada que pertenezca al mundo; por eso Satanás, el
príncipe de este mundo, no tiene ningún poder sobre Él. El Señor ha sido
despojado de todo: de sus derechos, honra y dignidad. Arrebatado a la
justicia, es libre, verdaderamente pobre en el Espíritu, todo humildad y
obediencia. Muerto al mundo, vive para Dios. El Crucificado nos muestra que
el fin verdadero del hombre no es el placer del cuerpo, ni el poder, ni las
riquezas, ni la gloria delante de los hombres; ni siquiera el amor terreno,
la beneficencia o el servicio a la humanidad. El fin es Dios, a quien
pertenecen exclusivamente todo nuestro ser, nuestro amor y nuestras fuerzas.
Por consiguiente, el Crucificado es el modelo de nuestra vocación verdadera:
servir al Amor divino y entrar en ese Amor por la humildad y la obediencia .
Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal, que es anterior a
nuestro mérito: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado
a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por
nuestros pecados" (1 Jn 4, 10; cf. 4, 19). "La prueba de que Dios nos ama es
que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5,
8)" .
En la cruz de Cristo se manifiestan dos realidades: el amor de Dios y la
malicia del pecado:
La cruz. se revela en toda su profundidad y plenitud como Misericordia, como
Amor eterno a los pecadores. Pero al mismo tiempo nos revela qué horrible es
el alejamiento de Dios y el pecado, cuando por su causa muere Cristo en la
Cruz. Hacía falta un acto de amor tan ilimitado e increíble para que se
rompiera el hielo del odio a Dios. Pero al mismo tiempo había que
desenmascarar el pecado en toda su malicia. Cuando estuvo suspendido de la
Cruz, todo el mundo tuvo que reconocer la gravedad del pecado; mas también
todos debieron admitir cómo ama Dios .
b) A todos y cada uno
La eficacia de la redención de Cristo afecta a todos los hombres de un modo
personal. "Como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron
constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos
serán constituidos justos" (Rm 5, 19):
El sentido que Jesús daba a su muerte lo dejó claro anticipadamente, en el
momento de la institución de la Eucaristía: "Tomad y comed todos de él,
porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros". Ninguna fórmula
de fe del Nuevo Testamento y de la Iglesia dice que Jesús murió "a causa de
los pecados de los judíos"; todas dicen que "murió a causa de 'nuestros'
pecados", es decir, de los pecados de todos .
El colectivo "todos" supone que afecta a cada uno en particular. Es un
beneficio del que todos participamos de un modo compartido y no competitivo.
Por eso, todo hombre puede recibir la gracia del perdón redentor de Cristo.
6. La cruz es fuente de vida.
Jesús asume todo lo humano y por eso acepta el sufrimiento como algo que hay
que tomar para que el hombre sea liberado de él. Muchas veces estamos
centrados en nuestro problema o nuestro dolor. Mirar a Cristo en la cruz es
encontrar el consuelo y la paz para vivir nuestros sufrimientos. Centrarnos
en el dolor personal es entrar en una dinámica de frustración. Salir de uno
mismo mirando a la cruz de Cristo es saberse acompañado por Él que ha
querido tomar sobre sí todas nuestras dolencias por amor:
¿Qué cosa manifiesta tanto la misericordia de Dios como el hecho de haber
asumido nuestra miseria? ¿Qué amor puede ser más grande que el del Verbo de
Dios, que por nosotros se ha hecho como la hierba débil del campo? Señor,
¿qué es el hombre para que le des importancia, para que te ocupes de él? Que
comprenda, pues, el hombre hasta qué punto Dios cuida de él; que reflexione
sobre lo que Dios piensa y siente de él. No te preguntes ya, oh hombre, por
qué tienes que sufrir tú; pregúntate más bien por qué sufrió él. De lo que
quiso sufrir por ti puedes deducir lo mucho que te estima; a través de su
humanidad se te manifiesta el gran amor que tiene para contigo. Cuanto menor
se hizo en su humanidad, tanto mayor se mostró en el amor que te tiene, y
cuanto más se anonadó por nosotros, tanto más digno es de nuestro amor .
Esta es la experiencia de los santos, que al unirse a la Cruz de Cristo
encuentran el sentido pleno de su entrega.
a) En la compañía de los santos y de toda la Iglesia
San Pablo experimenta en su propia carne la cruz de Jesús: "Estoy
crucificado con Cristo; vivo yo, pero no soy yo, sino que Cristo vive en mí"
(Gal. 2.19-20). "Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para
los judíos, necedad para los griegos: mas para los llamados... fuerza de
Dios y sabiduría de Dios... Pues no quise saber entre vosotros otra cosa
sino a Jesucristo, y éste crucificado" (1Co 1,23-24: 1Co 2, 2). Vive todas
las penalidades que sufre en la misión con la alegría del que se sabe unido
a Cristo.
San Ignacio de Antioquía, obispo, uno de los primeros mártires, mientras era
conducido al circo romano para ser devorado por las fieras, escribía a las
comunidades cristianas: "Permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios" .
San Francisco de Asís, que tiene una visión y una experiencia mística de la
cruz en la que recibe las cinco llagas dirá: "Me sé de memoria a Jesucristo
crucificado". Este conocimiento se aprende mirando al crucifijo, como hacía
también Santo Tomás de Aquino. Es un conocimiento comprensivo y entrañable.
Es un conocimiento fruto del amor, pues "el amor produce el conocimiento y
lleva al conocimiento" (Platón).
La Beata Teresa de Calcuta dice: "Nuestros sufrimientos son caricias
bondadosas de Dios, llamándonos para que nos volvamos a Él, y para hacernos
reconocer que no somos nosotros los que controlamos nuestras vidas, sino que
es Dios quien tiene el control, y podemos confiar plenamente en Él".
b) En la cruz está la vida y el consuelo
La contemplación de Cristo nos permite ver cómo su muerte es fuente de vida.
Es normal que el dolor asuste -así le pasó a Jesús en el huerto de los
olivos- pero cuando se acepta y se integra como paso necesario para una vida
resucitada es fecundo. Por eso dirá Santa Teresa de Jesús: "En la cruz está
la vida y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo".
La Cruz es el único medio que tenemos para ascender hasta Dios. Lo que no
lleva esta marca no es bien celestial y no llega a buen término. Sólo se
deja paso libre a lo que está marcado con esta señal. Debemos preguntarnos a
cada instante si nuestras acciones salen airosas al confrontarlas con la
Cruz. Sólo entonces son legítimas y están orientadas hacia la eternidad,
hacia la vida. El que entra seriamente en el camino de la Cruz, quedará
cambiado en su interior, maduro, lleno de suavidad y dulzura.
Nosotros seremos iguales a Él, si llevamos su Cruz tras Él. Si tomamos parte
en el dolor, dejándonos marcar por la Cruz, veremos brillar cada vez más
sobre nosotros su misterio en el aspecto más maravilloso, triunfante y
gozoso .
c) La salvación pasa por la cruz.
Cristo murió una vez y por todos, pero en los miembros de su cuerpo sigue
sufriendo cada día. El corazón de Cristo es como un gran océano en el que
confluyen todos los ríos y mares del dolor humano; su Cuerpo es como un
mosaico inmenso en el que se colocan todas las llagas de los hombres. Cristo
sufre con todo el dolor de la humanidad, de cada hombre. Por eso Él y sólo
Él puede restaurar y dar sentido al sufrimiento.
El sufrimiento tiene sentido porque será el paso necesario para que nuestra
vida sea transfigurada. El pan no se puede repartir si antes no se parte, no
se rompe. Tampoco nosotros podremos repartirnos, podremos manifestar la vida
que llevamos dentro y a la que estamos llamados si no nos partimos, si no
aceptamos sufrir por amor. Estar así es camino de salvación, es vía hacia la
resurrección, es vivir como Jesús la humanidad, es ser personas en plenitud.
Todo dolor, como el que es consecuencia de nuestra fidelidad en el trabajo
por el Evangelio, es fuente de vida si lo vivimos unido al de Cristo. El
grano que muere, da fruto; el que es levantado en la cruz tiene una fuerza
que atrae a todos hacia Él; el atravesado por la lanza suscita la fe en
quien lo mira.
La muerte no tiene la última palabra. Cristo con su resurrección ha vencido
el poder del pecado y de la muerte. El significado de la muerte de Jesús
queda iluminado con la gloria de la resurrección.
Texto complementario Se entrega a la muerte libremente aceptada
ra de Dios
Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se
espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto
humano; así asombrará muchos pueblos: ante él los reyes cerrarán la boca, al
ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito. ¿Quién creyó nuestro
anuncio? ¿A quién se reveló el brazo del Señor?
Creció en su presencia como un brote, como raíz en tierra árida, sin figura,
sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los
hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el
cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado. Él soportó nuestros
sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso,
herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado
por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus
cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su
camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado,
voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como un cordero llevado al
matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin
defensa, sin justicia, se lo llevaron. ¿Quién meditó en su destino?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo
hirieron. Le dieron sepultura con los malhechores; porque murió con los
malvados, aunque no había cometido crímenes, ni hubo engaño en su boca. El
Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como
expiación, verá su descendencia, prolongará sus años; lo que el Señor quiere
prosperará por sus manos. A causa de los trabajos de su alma, verá y se
hartará; con lo aprendido, mi Siervo justificará a muchos, cargando con los
crímenes de ellos.
Por eso le daré una parte entre los grandes, con los poderosos tendrá parte
en los despojos; porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los
pecadores, y él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.
(Isaías 52,13 - 53,12)
Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el
asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo,
abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que
a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que
conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo
conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Tengo además otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo
que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por
eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie
me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla
y tengo poder para recuperarla. Este mandato he recibido del Padre.
(Juan 10, 11-18)
El mensaje de la cruz es necedad para los que están en vías de perdición;
pero para los que están en vías de salvación -para nosotros- es fuerza de
Dios. Dice la Escritura: "Destruiré la sabiduría de los sabios, frustraré la
sagacidad de los sagaces". ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el letrado?
¿Dónde está el sofista de nuestros tiempos? ¿No ha convertido Dios en
necedad la sabiduría del mundo?
Y como en la sabiduría de Dios, el mundo no lo conoció por el camino de la
sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación para salvar a
los creyentes.
Porque los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros
predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los
griegos; pero ara los llamados a Cristo -judíos o griegos-, fuerza de Dios y
sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo
débil de Dios es más fuere que los hombres.
(1 Corintios 1, 18-25)
Santos Padres
El Señor fue como cordero llevado al matadero, y sin embargo no era un
cordero; y como oveja enmudecía, y sin embargo no era una oveja: en efecto,
ha pasado la figura y ha llegado la realidad: en lugar de un cordero tenemos
a Dios, en lugar de una oveja tenemos un hombre, y en el hombre, Cristo, que
lo contiene todo.
(.)
El Señor, siendo Dios, se revistió de la naturaleza de hombre: sufrió por el
que sufría, fue encarcelado en bien del que estaba cautivo, juzgado en lugar
del culpable, sepultado por el que yacía en el sepulcro. Y, resucitando de
entre los muertos, exclamó con voz potente: "¿Quién tiene algo contra mí?
¡Que se me acerque! Yo soy quien he librado al condenado, yo quien he
vivificado al muerto, yo quien hice salir de la tumba al que ya estaba
sepultado. ¿Quién peleará contra mí? Yo soy -dice- Cristo; el que venció la
muerte, encadenó al enemigo, pisoteó el infierno, maniató al fuerte, llevó
al hombre hasta lo más alto de los cielos; yo, en efecto, que soy Cristo.
Venid, pues, vosotros todos, los hombres que os halláis enfangados en el
mal, recibid el perdón de vuestros pecados. Porque yo soy vuestro perdón,
soy la Pascua de salvación, soy el cordero degollado por vosotros, soy
vuestra agua lustral, soy vuestra vida, vuestra resurrección, vuestra luaz,
vuestra salvación y vuestro rey. Puedo llevaros hasta la cumbre de los
cielos, os resucitaré, os mostraré al Padre celestial, os haré resucitar con
el poder de mi diestra".
(MELITÓN DE SARDES, Homilía sobre la Pascua Núms 2-7. 100-103)
Catecismo de la Iglesia Católica
La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo
613 La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo
la redención definitiva de los hombres (cf. 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por
medio del "cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1 P 1, 19)
y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre
a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con El por "la sangre
derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28;cf. Lv 16,
15-16).
614 Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los
sacrificios (cf. Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el
Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos con él (cf. Jn 4, 10). Al
mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por
amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio
del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia.
Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia
615 "Como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos
pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán
constituidos justos" (Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús
llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí mismo en
expiación", "cuando llevó el pecado de muchos", a quienes "justificará y
cuyas culpas soportará" (Is 53, 10-12). Jesús repara por nuestras faltas y
satisface al Padre por nuestros pecados (cf. Cc de Trento: DS 1529).
Nuestra participación en el sacrificio de Cristo
618 La Cruz es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y
los hombres" (1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, "se
ha unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22, 2), él "ofrece a todos la
posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien a este
misterio pascual" (GS 22, 5). El llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a
seguirle" (Mt 16, 24) porque él "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para
que sigamos sus huellas" (1 P 2, 21). El quiere en efecto asociar a su
sacrificio redentor a aquéllos mismos que son sus primeros beneficiarios(cf.
Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col 1, 24). Eso lo realiza en forma excelsa en su
Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento
redentor (cf. Lc 2, 35):
Fuera de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo (Sta. Rosa de
Lima, vida)
Testimonio
Soy Lourdes, disminuida física. Mi discapacidad me afecta al habla. No puedo
hablar y tampoco puedo andar; por ello debo utilizar una silla de ruedas.
Durante mucho tiempo he vivido angustiada. A menudo me he preguntado cuál
era el sentido de mi vida y por qué me ha pasado esto a mí. Esta pregunta ha
sido constante y la prueba ha sido dura. Durante años la única respuesta ha
sido descubrir cada mañana que estaba siempre en el mismo sitio: atada a una
silla de ruedas. A veces he sentido que me habían arrancado la esperanza. Me
sentía como si llevara una cruz, pero sin el aliento de la fe.
Un día descubrí a Jesucristo y cambió mi vida. El Señor con su gracia me
ayudó a recobrar la esperanza y a caminar hacia delante. Ahora cuando veo a
otros jóvenes enfermos al lado mío, pienso que mi cruz e muy pequeña
comparada con la de ellos, y me gustaría mostrarlas cómo yo encontré al
Señor para transformar su dolor en un camino de esperanza, de vida y de
santidad.
La fe fortalece mi vida. Cada día me pongo en las manos de Dios. Él me da
fuerza. Él me ayuda siempre a superar los momentos difíciles y ha puesto a
mi lado muchas personas que me quieren y me animan a seguir con alegría mi
camino de fe.
Santo Padre: soy una joven como todos los que le acompañan en esta tarde.
Soy consciente de que tengo una minusvalía, pero me siente útil y, por ello,
alegre. Sé que mi silla de ruedas es como un altar en el que, además de
santificarme, estoy ofreciendo mi dolor y mis limitaciones por la Iglesia,
por Vuestra Santidad, por los jóvenes y por la salvación del mundo.
En mi Via-Crucis me siento alentada por el testimonio de Vuestra Santidad
que lleva también sobre sus hombros la cruz de la enfermedad y de las
limitaciones físicas y, además, el dolor y el sufrimiento de toda la
humanidad. ¡Gracias, Santo Padre, por su ejemplo!
(LOURDES CUNÍ, Testimonio ante el Siervo de Dios Juan Pablo II en Cuatro
Vientos, 3 mayo 2003)
Oración
Pastor que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño;
Tú, que hiciste cayado de ese leño
en que tiendes los brazos poderosos,
vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño,
y la palabra de seguir empeño
tus dulces silbos y tus pies hermosos.
Oye, Pastor que por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres,
espera, pues, y escucha mis cuidados.
pero, ¡cómo te digo que me esperes,
si estás, para esperar, los pies clavados?
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en esa cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.