Catequesis 7: Resucitó al tercer día
La Resurrección de Jesucristo trae una vida nueva
Objeto de la Catequesis:
Mostrar cómo la Resurrección de Cristo manifiesta la victoria absoluta y
definitiva sobre todo sufrimiento y, en último término, sobre el pecado y la
muerte. Jesús, que ha querido pasar por el dolor, consecuencia de la
libertad humana, lo ha vencido resucitando de entre los muertos.
Síntesis:
1. Un acontecimiento sorprendente
2. La resurrección es muestra del poder de Dios
3. La resurrección: fundamento de la fe de la Iglesia
4. La fe en la resurrección es fuente de salvación
5. La resurrección es un acontecimiento histórico y trascendente
6. La resurrección de Jesucristo trae una vida nueva
7. Es una gran noticia que debe ser comunicada: comunidad y evangelización
Texto complementario
Oración:Cristo la alegría del mundo
Texto:
Jesucristo es el "primogénito de entre los muertos" (Col 1,18; Ap 1,5) que
nos ha abierto el camino de la vida nueva por su resurrección. En ésta se
manifiesta el sentido de su muerte. Jesús resucitado nos revela un Dios de
vivos y no de muertos. Él mismo se autoproclama "la resurrección y la vida"
(Jn 11,25). El cristiano desde el bautismo participa en la muerte y
resurrección de Cristo y así puede encontrar vida en cualquier situación.
1. Un acontecimiento sorprendente
"¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!" (Lc 24,34).
Es el grito de los discípulos a los de Emaús cuando, después de encontrarse
con Jesús, vuelven a la comunidad de Jerusalén.
Jesús verdaderamente resucitó y así lo fueron descubriendo los testigos de
sus apariciones. Al principio no podían creerlo: como vemos por ejemplo en
Tomás (Jn 20,24), los discípulos de Emaús (Lc 24,13ss). Era algo impensable.
Que había muerto era evidente. ¿Quién iba a pensar que un muerto volviera a
la vida? Jesús durante su vida en la tierra resucitó muertos (como Lázaro
-Jn 11,43s), pero la resurrección de Jesús es distinta: ya no morirá más.
El cuerpo de Jesús resucitado es una carne transfigurada, con propiedades
espirituales: es material y espiritual a la vez. ¿Por qué? Porque la carne
ha sido espiritualizada con la presencia del Espíritu Santo. Por eso es nota
común a las apariciones que al principio a Jesús no le reconocen (María
Magdalena -Jn 20,15; los de Emaús -Lc 24,16, etc.). Es el mismo pero está
transformado; ya no es lo mismo, su humanidad ha recibido la plenitud del
Espíritu Santo.
2. La resurrección es muestra del poder de Dios
La primera fórmula de fe que aparece en el Nuevo Testamento es muy básica:
"Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos". La fórmula es un
fragmento kerigmático, es decir, de la fe original predicada por los
apóstoles, como atestigua el primer escrito del Nuevo Testamento, la carta a
los Tesalonicenses 1,10 (escrita por San Pablo hacia el año 50 d.C.) . En
esta primera expresión, ¿por qué Dios es el sujeto? Porque sólo Dios tiene
fuerza para dar vida a un muerto .
Así se muestra el poder de Dios que es el único que puede salvar: "Dios, que
resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder" (1
Co 6,14) (54-57 d.C). No es sólo proclamación de un acontecimiento, sino que
es fuerza que se comunica y propaga a todos los hombres .
Más adelante, sin cambio de sentido, aparecerá la expresión "Cristo
resucitó" (1Co 15,13s); "el Señor ha resucitado" (Lc 24,34). Es Jesús, en
cuanto que es Cristo (es decir: el Ungido por el Espíritu Santo), en cuanto
que es Señor (es decir: título divino del que tiene el poder sobre todo) el
que puede vencer el poder de la muerte con la vida nueva de la resurrección
. La resurrección confirma que Jesús no es un mero hombre, sino que es Dios
.
La resurrección es una "nueva creación", por la que todo vuelve a ser hecho.
Al igual que en la primera creación actuó la Trinidad en unidad, así también
en la resurrección: es el Padre el que resucita a Jesús y es el Hijo el que
resucita por la fuerza del Espíritu Santo
3. La resurrección: fundamento de la fe de la Iglesia
La resurrección de Cristo, realizada con la fuerza de Dios, es el centro y
la originalidad de la fe cristiana.
"Os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la
ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús" (Hch 13,32-33). La
Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo,
creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central,
transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos
del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al
mismo tiempo que la Cruz .
Dios, que se ha hecho hombre en Jesucristo, ha resucitado de entre los
muertos. Así lo expresa 1Co de un modo más desarrollado:
Os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí:
- que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras;
- que fue sepultado y
- que resucitó al tercer día, según las Escrituras;
- que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de
quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y
otros murieron.
Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último
término se me apareció también a mí, como a un abortivo (1 Co 15,3-8).
San Pablo desarrolla en este "credo" primitivo escrito hacia el año 56 la fe
en la resurrección que él ha recibido y por eso "transmite". Los exegetas
dicen que este texto no es invención de Pablo, sino que recoge lo que él ha
escuchado de los apóstoles y lo confirma con su testimonio. El mensaje
central que Pablo ha recibido es que el que murió y fue sepultado resucitó.
Para que haya resurrección es necesario atestiguar la muerte y ésta se
confirma con la sepultura. De ahí que afirmar la muerte y sepultura son
necesarias para poder afirmar la resurrección.
Pero la fuerza de la resurrección está en el testimonio de los testigos.
Pablo señala algunos de ellos: Pedro, los Doce apóstoles, un gran número de
discípulos y, por último, a él mismo. El mismo Pablo es testigo de la
resurrección y si tiene fe en ella y la confiesa con tanta convicción es
porque ha sido testigo de primera mano.
Primero el testimonio del sepulcro vacío y después las numerosas apariciones
hacen posible que el mensaje de la resurrección sea creíble para los
testigos y aquellos a los que éstos comunican esta buena nueva.
4. La fe en la resurrección es fuente de salvación
Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe (1Co 15,17). Por eso la fe
cristiana tiene su fundamento en la victoria de la vida sobre la muerte.
Esto es lo que nos salva. La fe en la resurrección que nos libera del poder
del mal, del pecado, de la muerte:
Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón
que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón
se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir
la salvación (Rm 10,9-10).
La confesión de Cristo muerto y resucitado es tabla de salvación para el
creyente.
La resurrección de Cristo transforma el cansancio y la frustración en
esperanza. ¡Es posible algo nuevo! ¡Siempre es posible el cambio! No hay
nada que esté perdido. Esta es la experiencia de los discípulos: con miedo,
encerrados en el cenáculo, sólo les hace superar el temor ver a Jesús
resucitado. Jesús se aparece, y esto les devuelve la esperanza. Así también
los de Emaús cambian radicalmente: de huir de Jerusalén defraudados por el
triste final de Aquel al que habían seguido y había "fracasado" en la cruz,
pasan a volver rápidamente al descubrir que Jesús está vivo. "Y,
levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén" (Lc 24,33).
5. La resurrección es un acontecimiento histórico y trascendente
"El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo
manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo
Testamento" .
La credibilidad de las apariciones viene dada por las notas comunes que en
ellas se repiten: es un acontecimiento inesperado, en primera instancia no
reconocen que es Jesús, les cuesta salir de la tristeza en la que están, al
principio les cuesta creer que sea Jesús, sólo por sus gestos y palabras lo
reconocen. Así, por ejemplo, los de Emaús salen de Jerusalén decepcionados y
sólo le reconocen cuando Jesús hace el signo del "partir el pan" (Lc 24,31)
y en ese momento se dan cuenta de que su corazón ardía cuando Él les hablaba
en el camino (Lc 24,32).
Es imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y
no reconocerlo como un hecho histórico. Sabemos por los hechos que la fe de
los discípulos fue sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte
en cruz de su Maestro, anunciada por él de antemano (cf. Lc 22, 31-32). La
sacudida provocada por la pasión fue tan grande que los discípulos (por lo
menos, algunos de ellos) no creyeron tan pronto en la noticia de la
resurrección. Los evangelios, lejos de mostrarnos una comunidad arrobada por
una exaltación mística, los evangelios nos presentan a los discípulos
abatidos ("la cara sombría": Lc 24, 17) y asustados (cf. Jn 20, 19). Por eso
no creyeron a las santas mujeres que regresaban del sepulcro y "sus palabras
les parecían como desatinos" (Lc 24, 11; cf. Mc 16, 11. 13). Cuando Jesús se
manifiesta a los once en la tarde de Pascua "les echó en cara su
incredulidad y su dureza de cabeza por no haber creído a quienes le habían
visto resucitado" (Mc 16, 14) .
Muchos se preguntan el "cómo" de la resurrección, pero sólo sabemos el
"qué". La fe de la Iglesia, atestiguada por los testimonios, manifiesta el
hecho de la resurrección, pero no se concreta la forma como ésta se dará.
Así lo dice el Catecismo:
Nadie fue testigo ocular del acontecimiento mismo de la Resurrección y
ningún evangelista lo describe. Nadie puede decir cómo sucedió físicamente.
Menos aún, su esencia más íntima, el paso a otra vida, fue perceptible a los
sentidos. Acontecimiento histórico demostrable por la señal del sepulcro
vacío y por la realidad de los encuentros de los apóstoles con Cristo
resucitado, no por ello la Resurrección pertenece menos al centro del
Misterio de la fe en aquello que transciende y sobrepasa a la historia .
6. La resurrección de Jesucristo trae una vida nueva
Hemos de entender el sentido de la resurrección como complemento al de la
muerte. Si por la muerte de Jesús somos liberados del pecado y de la muerte
eterna, por la resurrección se nos abre el camino a una vida nueva . En
palabras de San Pablo: con la muerte de Cristo muere nuestro hombre viejo y
con su resurrección renace el hombre nuevo: "Despojaos del hombre viejo con
sus obras, y revestíos del hombre nuevo" (Col 3,9).
En el bautismo participamos del misterio pascual a través del signo del
agua. Ser sepultados en el agua significa morir a todo lo viejo (el pecado,
el resentimiento, la frustración.) y salir del agua supone comenzar una vida
nueva en Dios: "Sepultados con él en el bautismo, con él también habéis
resucitado por la fe en la acción de Dios, que resucitó de entre los
muertos" (Col 2,12).
La vida nueva que nos trae Cristo resucitado es la vida eterna . No se trata
sólo de la vida futura, sino que cuando vivimos en el Espíritu ya poseemos
la vida eterna, aunque no plenamente:
Conviene no olvidar que la vida nueva y eterna no es, en rigor, simplemente
otra vida; es también esta vida en el mundo. Quien se abre por la fe y el
amor a la vida del Espíritu de Cristo, está compartiendo ya ahora, aunque de
forma todavía imperfecta, la vida del Resucitado: "Esta es la vida eterna:
que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado,
Jesucristo" (Jn 17, 3). ésta encuentra su "pleno significado" en. la
comunión con el Padre" (EV 1). la vida eterna, siendo "la vida misma de Dios
y a la vez la vida de los hijos de Dios" (EV 38), "no se refiere sólo a una
perspectiva supratemporal", pues el ser humano "ya desde ahora se abre a la
vida eterna por la participación en la vida divina" (EV 37) .
7. Es una gran noticia que debe ser comunicada: comunidad y evangelización
Es nota común a todas las apariciones, que los que ven a Jesús no pueden
callárselo. Es tan grande la noticia que han de anunciarlo. Así pues, la
resurrección lleva a volver a la comunidad y al anuncio. Las primeras en
encontrar el domingo de Pascua el sepulcro vacío fueron mujeres, que corren
para comunicarles a los discípulos la gran noticia (Lc 24,9-10; Jn 20,1 cita
sólo a María Magdalena) y que han visto a Jesús resucitado (Jn 20,18).
Asumen el riesgo de no ser creídas. Pero es más fuerte la experiencia que el
temor al qué dirán.
La experiencia de Jesús resucitado hace volver a la comunidad a los que se
han ido de ella por miedo o decepción (como los de Emaús: Lc 24,33). El
encuentro con Jesús vivo lleva a vivir la fe en la comunidad, a compartirla,
a anunciarla.
Texto complementario
Palabra de Dios
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos
en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto
entró Jesús, se puso en medio y les dijo: -Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: -Paz a vosotros. Como el
Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: -Recibid el Espíritu
Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes
se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino
Jesús. Y los otros discípulos le decían: -Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó: -Si no veo en sus manos la señal de los calvos, si no
meto el dedo en el agüero de los clavos y no meto la mano en su costado, no
lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos.
Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: -Paz a
vosotros.
Luego dijo a Tomás: -Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y
métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás: -¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo: -¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin
haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la
vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es
el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
(Juan 20, 19-31)
Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su
muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así
como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así
también nosotros andemos en una vida nueva.
Porque si nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya, lo
estará también en una resurrección como la suya. Comprendamos que nuestra
vieja condición ha sido crucificada con Cristo, quedando destruida nuestra
personalidad de pecadores, y nosotros libres de la esclavitud del pecado:
porque el que muere ha quedado absuelto del pecado.
Por tanto, si hemos muerto con Cristo, creemos que t; pues sabemos que
Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte
ya no tiene dominio sobre él. Porque su morir fue un morir al pecado de una
vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios.
Lo mismo vosotros consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo
Jesús, Señor nuestro.
(Romanos 6, 3-11)
Santos Padres
Fuisteis conducidos a la santa piscina del divino bautismo, como Cristo
desde la cruz fue llevado al sepulcro.
Y se os preguntó a cada uno si creíais en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo. Después de haber confesado esta fe salvadora, se os
sumergió por tres veces en el agua y otras tantas fuisteis sacados de la
misma: con esto significasteis, en imagen y símbolo, los tres días de la
sepultura de Cristo.
Pues así como nuestro Salvador pasó en el seno de la tierra tres días y tres
noches, de la misma manera vosotros habéis imitado con vuestra primera
emersión el primer día que Cristo estuvo en la tierra, y, con vuestra
inmersión, la primera noche. Porque, así como de noche no vemos nada y, en
cambio, de día lo percibimos todo, del mismo modo en vuestra inmersión, como
si fuera de noche, no pudisteis ver nada; en cambio, al emerger os pareció
encontraros en pleno día; y en un mismo momento os encontrasteis muertos y
nacidos, y aquella agua salvadora os sirvió a la vez de sepulcro y de madre.
(.)
¡Oh maravilla nueva e inaudita! No hemos muerto ni hemos sido sepultados, ni
hemos resucitado después de crucificados en el sentido material de estas
expresiones, pero, al imitar estas realidades en imagen hemos obtenido así
la salvación verdadera.
(.)
Nuestro bautismo, como bien sabemos, además de limpiarnos del pecado y
darnos el don del Espíritu es también tipo y expresión de la pasión de
Cristo. Por eso Pablo decía: ¿Es que no sabéis que los que por el bautismo
nos incorporamos a Cristo Jesús fuimos incorporados a su muerte? Por el
bautismo fuimos sepultados con él en la muerte.
(De las Catequesis de Jerusalén)
Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos.
Cristo no descendió a la tierra sino para destrozar las puertas de bronce y
quebrar los cerrojos de hierro, que, desde antiguo, aprisionaban al hombre,
y para librar nuestras vidas de la corrupción y atraernos hacia él,
trasladándonos de la esclavitud a la libertad.
Si este plan de salvación no lo contemplamos aún totalmente realizado -pues
los hombres continúan muriendo y sus cuerpos continúan corrompiéndose en los
sepulcros-, que nadie vea en ello un obstáculo para la fe. Que piense más
bien cómo hemos recibido ya las primicias de los bienes que hemos mencionado
y cómo poseemos ya la prenda de nuestra ascensión a lo más alto de los
cielos, pues estamos ya sentados en el trono de Dios, junto con aquel que,
como afirma san Pablo, nos ha llevado consigo a las alturas; escuchad, si
no, lo que dice el Apóstol: Nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha
sentado en el cielo con él.
Llegaremos a la consumación cuando llegue el tiempo prefijado por el Padre,
cuando, dejando de ser niños, alcancemos la medida del hombre perfecto. Así
le agradó al Padre de los siglos, que lo determinó de esta forma para que no
volviéramos a recaer en la insensatez infantil, y no se perdieran de nuevo
sus dones.
(SAN ATANASIO DE ANTIOQUÍA, OBISPO, Sermón 5 sobre la resurrección de
Cristo, 6-7)
Catecismo de la Iglesia Católica
El estado de la humanidad resucitada de Cristo
645 Jesús resucitado establece con sus discípulos relaciones directas
mediante el tacto (cf. Lc 24, 39; Jn 20, 27) y el compartir la comida (cf.
Lc 24, 30. 41-43; Jn 21, 9. 13-15). Les invita así a reconocer que él no es
un espíritu (cf. Lc 24, 39) pero sobre todo a que comprueben que el cuerpo
resucitado con el que se presenta ante ellos es el mismo que ha sido
martirizado y crucificado ya que sigue llevando las huellas de su pasión (cf
Lc 24, 40; Jn 20, 20. 27). Este cuerpo auténtico y real posee sin embargo al
mismo tiempo las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado
en el espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad
donde quiere y cuando quiere (cf. Mt 28, 9. 16-17; Lc 24, 15. 36; Jn 20, 14.
19. 26; 21, 4) porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y
no pertenece ya más que al dominio divino del Padre (cf. Jn 20, 17). Por
esta razón también Jesús resucitado es soberanamente libre de aparecer como
quiere: bajo la apariencia de un jardinero (cf. Jn 20, 14-15) o "bajo otra
figura" (Mc 16, 12) distinta de la que les era familiar a los discípulos, y
eso para suscitar su fe (cf. Jn 20, 14. 16; 21, 4. 7).
646 La Resurrección de Cristo no fue un retorno a la vida terrena como en el
caso de las resurrecciones que él había realizado antes de Pascua: la hija
de Jairo, el joven de Naim, Lázaro. Estos hechos eran acontecimientos
milagrosos, pero las personas afectadas por el milagro volvían a tener, por
el poder de Jesús, una vida terrena "ordinaria". En cierto momento, volverán
a morir. La resurrección de Cristo es esencialmente diferente. En su cuerpo
resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del
espacio. En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del
Espíritu Santo; participa de la vida divina en el estado de su gloria, tanto
que San Pablo puede decir de Cristo que es "el hombre celestial" (cf. 1 Co
15, 35-50).
La resurrección como acontecimiento transcendente
647 "¡Qué noche tan dichosa, canta el ´Exultet´ de Pascua, sólo ella conoció
el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos!". En efecto, nadie
fue testigo ocular del acontecimiento mismo de la Resurrección y ningún
evangelista lo describe. Nadie puede decir cómo sucedió físicamente. Menos
aún, su esencia más íntima, el paso a otra vida, fue perceptible a los
sentidos. Acontecimiento histórico demostrable por la señal del sepulcro
vacío y por la realidad de los encuentros de los apóstoles con Cristo
resucitado, no por ello la Resurrección pertenece menos al centro del
Misterio de la fe en aquello que transciende y sobrepasa a la historia. Por
eso, Cristo resucitado no se manifiesta al mundo (cf. Jn 14, 22) sino a sus
discípulos, "a los que habían subido con él desde Galilea a Jerusalén y que
ahora son testigos suyos ante el pueblo" (Hch 13, 31).
Testimonio
« No temas, soy yo, el Primero y el Último, el que vive » (Ap 1, 17-18)
El Resucitado está siempre con nosotros
6. En la época del autor del Apocalipsis, tiempo de persecución, tribulación
y desconcierto para la Iglesia (cf. Ap 1, 9), en la visión se proclama una
palabra de esperanza: « No temas, soy yo, el Primero y el Ultimo, el que
vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y
tengo las llaves de la Muerte y del Hades » (Ap 1, 17-18). Estamos ante el
Evangelio, « la Buena nueva », que es Jesucristo mismo. Él es el Primero y
el Último: en Él comienza, tiene sentido, orientación y cumplimiento toda la
historia; en Él y con Él, en su muerte y resurrección, ya se ha dicho todo.
Es el que vive: murió, pero ahora vive para siempre. Él es el Cordero que
está de pie en medio del trono de Dios (cf. Ap 5, 6): es inmolado, porque ha
derramado su sangre por nosotros en el madero de la cruz; está en pie,
porque ha vuelto para siempre a la vida y nos ha mostrado la omnipotencia
infinita del amor del Padre. Tiene firme en sus manos las siete estrellas
(cf. Ap 1, 16), es decir, la Iglesia de Dios perseguida, en lucha contra el
mal y contra el pecado, pero que tiene igualmente derecho a sentirse alegre
y victoriosa, porque está en manos de Quien ya ha vencido el mal. Camina
entre los siete candeleros de oro (Ap 2, 1): está presente y actúa en su
Iglesia en oración. Él es también el que « va a venir » (cf. Ap 1,4) por
medio de la misión y la acción de la Iglesia a lo largo de la historia
humana; viene al final de los tiempos, como segador escatológico, para dar
cumplimento a todas las cosas (cf. Ap 14, 15- 16; 22, 20).
(JUAN PABLO II, Exhortación postsinodal La Iglesia en Europa, n. 6)
Oración Cristo, la alegría del mundo
Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre";
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Cristo,
alegría del mundo,
resplandor de la gloria del Padre.
¡Bendita la mañana
que anuncia tu esplendor al universo!
En el día primero,
tu resurrección alegraba
el corazón del Padre.
En el día primero,
vio que todas las cosas eran buenas
porque participaban de tu gloria.
La mañana celebra
tu resurrección y se alegra
con claridad de Pascua.
Se levanta la tierra
como un joven discípulo en tu busca,
sabiendo que el sepulcro está vacío.
En la clara mañana,
tu sagrada luz se difunde
como una gracia nueva.
Que nosotros vivamos
como hijos de luz y no pequemos
contra la claridad de tu presencia.