Catequesis 8: Nos da su Espíritu que nos une a Él y nos consagra.
Jesús nos envía el Espíritu Santo para mostrar el amor de Dios
Objeto de la Catequesis:
Mostrar que en la venida del Espíritu Santo se realiza plenamente el
designio salvífico de Dios. Jesús envía el Espíritu del seno del Padre para
mostrar el amor de Dios, que se manifiesta de un modo privilegiado en el
corazón humano. Ser conscientes de que el Espíritu sigue actuando hoy en la
Iglesia. El único Espíritu se manifiesta en los distintos dones y carismas
realizando la unidad de la Iglesia a través de diferentes ministerios.
Síntesis:
1. El acontecimiento de Pentecostés
2. El Espíritu Santo en el Antiguo Testamento
3. Jesús es el Cristo, el Ungido por el Espíritu Santo
4. El cristiano recibe la unción del Espíritu Santo a imagen de Cristo
5. El Espíritu en la vida de la Iglesia
Texto complementario
Oración
Texto:
1. El acontecimiento de Pentecostés
Es San Lucas, el autor del libro de los Hechos de los Apóstoles, el que
describe lo que sucedió en Pentecostés:
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar.
De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento
impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les
aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre
cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a
hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Había en
Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones
que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se
llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. Estupefactos
y admirados decían: "¿Es que no son galileos todos estos que están hablando?
Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa?
Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el
Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con
Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos
les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios". Todos estaban
estupefactos y perplejos y se decían unos a otros: "¿Qué significa esto?".
Otros en cambio decían riéndose: "¡Están llenos de mosto!". Entonces Pedro,
presentándose con los Once, levantó su voz y les dijo: "Judíos y habitantes
todos de Jerusalén: Que os quede esto bien claro y prestad atención a mis
palabras: No están éstos borrachos, como vosotros suponéis, pues es la hora
tercia del día, sino que es lo que dijo el profeta: Sucederá en los últimos
días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán
vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros
ancianos soñarán sueños. Y yo sobre mis siervos y sobre mis siervas
derramaré mi Espíritu. Haré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en
la tierra" (Hch 2, 1-19).
En Pentecostés se manifiesta el Espíritu Santo a los apóstoles. Es el
Espíritu que Jesús había prometido que enviaría del seno del Padre: "Yo
pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para
siempre" (Jn 14,16). La promesa de Jesús "yo estoy con vosotros todos los
días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20) se cumple en su Espíritu. El Padre,
que había enviado a Jesús en la encarnación, envía en Pentecostés al
Espíritu Santo (Gal 4,4-6) que lleva a cumplimiento lo que Jesús había
manifestado.
El Espíritu que aparece en Pentecostés con dones extraordinarios es el mismo
Espíritu que se ha manifestado en toda la historia de la salvación: desde la
creación hasta hoy. En el Antiguo Testamento ya se manifiesta este Espíritu,
pero es en Cristo cuando el Espíritu se muestra en plenitud.
2. El Espíritu Santo en el Antiguo Testamento
Hay unidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Lo que se manifiesta
claramente en la Nueva Alianza, a partir de la venida de Jesús a la tierra,
ya aparece veladamente en la Antigua.
En el Génesis Dios crea el cosmos por su Espíritu "que aleteaba sobre las
aguas" (Gn 1,2). Este mismo Espíritu es el que interviene, junto con el
Padre y el Hijo, en la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios (Gn
1,26), es el Espíritu que Yahvé sopla sobre el barro modelado según el
segundo relato de la creación del hombre (Gn 2,7).
El Espíritu se manifiesta en el Antiguo Testamento a través de personajes
elegidos por Dios para ser los mediadores de su acción y de su vida. En los
patriarcas el Espíritu se revela por medio de la bendición que reciben y
transmiten de generación en generación. Abrahán, el primero de los
patriarcas, es bendecido por el Dios que cumple con su promesa de una gran
descendencia. Él recibe, a su vez, la vocación de bendecir a la posteridad.
Después de la época de los patriarcas, el pueblo de Israel, esclavizado bajo
el poder egipcio recibe un nuevo mediador. Dios elige a Moisés para salvar a
su pueblo, para que haga de puente entre Dios y el pueblo. Además, Moisés
unge con el óleo santo a los sacerdotes de la tribu de Leví para que sirvan
a Dios y a los israelitas a través del culto. En la Ley Dios manifiesta su
Amor por el pueblo. Pero son los profetas los que reciben la inspiración del
Espíritu Santo de un modo especial. El Espíritu viene y manifiesta a través
de los profetas un mensaje (palabra) o les encomienda una acción (obra).
Encontramos muchas veces que se dice: "Vino el Espíritu sobre." (p. ej. en
2Cro 15, 1; 20, 14; Jc 3, 10; 11, 29; 15, 14); "el espíritu de Yahvé
revistió a." (Jc 6, 34; 1Cro 12, 19; 2Cro 24, 20). El Espíritu viene al
elegido, lo reviste y le comunica un mensaje o le encomienda una misión
concreta, que puede ser temporal o permanente.
Los profetas anuncian a Cristo y preparan el camino para su venida. El
último profeta, gozne entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, es Juan
Bautista, el Precursor. Su nacimiento singular de una estéril (Isabel) será
principio de su singular misión: señalar al Mesías. "Ve a Jesús venir hacia
él y dice: He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn
1,29).
3. Jesús es el Cristo, el Ungido por el Espíritu Santo
Las profecías se cumplen en Jesús. Él es el Mesías anunciado por los
profetas. Sus rasgos se manifestaron en los Cantos del Siervo de Yahvé (Is
42,1-9; 49,1-6; 50,4-10 y 52,13-53,12). Jesús se apropia la profecía de Is
61,1ss:
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los
pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los
cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y
proclamar un año de gracia del Señor. Enrollando el volumen lo devolvió al
ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él.
Comenzó, pues, a decirles: "Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha
cumplido hoy". Y todos daban testimonio de él y estaban admirados de las
palabras llenas de gracia que salían de su boca (Lc 4, 18-22).
Cristo es el Profeta escatológico. Es profeta pero más que profeta. Es el
Hijo de Dios que recibe también como hombre el Espíritu Santo. La misión de
Jesús consiste en manifestar el amor del Padre a través de la predicación y
de sus obras, signos y milagros . Así se manifiesta su designio de
salvación: anunciar la Buena Noticia, liberar, curar. El poder del Espíritu
Santo capacita a la humanidad de Jesús para ser cauce de la salvación de
Dios.
Jesús es el Mesías, el Cristo, el "Ungido". Mesías (en hebreo ) es lo mismo
que Cristo (en griego) y significa "Ungido". El Padre unge a Jesús con el
Espíritu Santo, como asegura Pedro: "Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el
Espíritu Santo y con poder" (Hch 10, 38). Es Dios Padre, la fuente en la
Trinidad, que envía al Espíritu para que descienda sobre la humanidad de
Jesús.
El Hijo de Dios ha recibido desde siempre la unción del Espíritu Santo por
el Padre. La novedad, de la que habla Pedro en el texto de los Hechos de los
Apóstoles, es que también Jesús, en cuanto hombre, recibe la unción del
Espíritu. Por tanto en Jesucristo podemos distinguir dos unciones: la unción
como Hijo de Dios, que recibe desde toda la eternidad, y la unción en su
humanidad. Él es Cristo (=Ungido) desde siempre como Dios y, es Cristo
(=Ungido) también como hombre desde la encarnación. A su vez, en su
existencia humana, es ungido en distintos momentos por el Espíritu Santo.
El proceso de glorificación de la naturaleza humana se da en la propia carne
de Jesús a través de toda su vida. San Lucas nos habla de este crecimiento
de gracia: "Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios
y ante los hombres" (Lc 2, 52; cf. Lc 2, 40). Desde niño Jesús crece no sólo
físicamente, sino también en la acogida del Espíritu en su humanidad. Si
bien la vida de Cristo desde su concepción es un ir recibiendo el Espíritu
para que Éste vaya poseyendo la carne humana, hay momentos clave de ese
progreso: la encarnación, el bautismo en el Jordán, la muerte y la
resurrección.
En la encarnación el Verbo de Dios, sin dejar su divinidad, asume la carne
humana por la acción del Espíritu Santo. El credo apostólico lo dice así:
"concebido por obra y gracia del Espíritu Santo". De manera que el Hijo de
Dios, tomando la carne y sin perder su condición divina, se hace hombre. Por
la encarnación, en Jesús está presente y actuante el Espíritu Santo. Lo está
en su divinidad (ahí no hay cambios) y comienza a hacerse presente en su
humanidad: hay una presencia incipiente del Espíritu que ha intervenido en
su concepción de María Virgen. Al encarnarse el Verbo asume la humanidad,
toma la carne humana para divinizarla. Por tanto, el Verbo encarnado, en
cuanto hombre, no tiene desde el principio la plenitud del Espíritu (en
cuanto Dios sí, pero no como hombre). El Verbo divino toma la carne para
ungirla con el Espíritu y llevarla a la gloria del Padre.
Después del bautismo en el Jordán recibe la unción del Espíritu con vistas a
su misión de mediación entre Dios y los hombres. El Espíritu Santo se
manifiesta a través de la humanidad de Jesús revelando su inmenso poder. La
carne de Cristo, como también la letra de la Sagrada Escritura, es mediación
privilegiada de la manifestación del Espíritu Santo. A través de la
humanidad de Jesús el hombre de fe descubre la fuerza del Espíritu Santo,
así como mediante la Escritura el creyente accede a comprender la Palabra de
Dios desde el Espíritu Santo. Sólo desde la fe se puede acoger al Espíritu,
escondido bajo los límites de la carne de Cristo y velado bajo la letra de
la Sagrada Escritura.
La humanidad tiene carácter de mediación. Es tal la fuerza del Espíritu que
su acción se transmite a través del cuerpo de Jesús, de todos sus miembros
corporales, llegando incluso a la orla de su manto . El poder salvífico de
Jesús se realiza a través de su humanidad, que es, en este sentido,
sacramento (signo) de la acción de salvación de Dios con su pueblo.
La última etapa de la vida de Jesús es el misterio pascual. Solamente cuando
Jesús resucita es glorificado plenamente también en su cuerpo. Cristo es
plenificado por el Espíritu en la resurrección después de ser perfeccionado
por la pasión y la cruz.
Todo esto tiene un sentido. El Verbo asume la carne para que el ser humano
pueda ser glorificado por el Espíritu Santo y así participar de la condición
divina. Si la "carne" (humanidad) de Cristo se va "espiritualizando",
recibiendo progresivamente la efusión del Espíritu hasta la glorificación
total, lo hace con el fin de que también todo hombre pueda ser glorificado
en Cristo por la acción del Espíritu Santo.
4. El cristiano recibe la unción del Espíritu Santo a imagen de Cristo
Cristiano quiere decir ser discípulo de Cristo, ser "ungido" como Cristo,
marcado con el sello del Espíritu Santo con una marca indeleble. Así la hizo
el bautismo y luego la confirmación la consolidó.
¿Quién soy yo? Mi identidad viene dada por ser hombre y cristiano. Como ser
humano he sido creado a imagen de Dios: soy hijo del Padre a imagen del Hijo
por el Espíritu Santo. Como cristiano, por el bautismo soy hijo de Dios,
miembro de Cristo al participar de su misterio pascual (muerte y
resurrección), soy parte de su Cuerpo (la Iglesia) y soy Templo del Espíritu
Santo.
Al ser creado he recibido una gracia natural: el don de ser moldeado por el
Padre con sus manos (con el Hijo y el Espíritu Santo). Con el bautismo he
sido re-creado. He recibido la gracia santificante. Es un nuevo don que se
añade al de la creación. Es tanto el amor de Dios conmigo que ha querido
asociarme más hondamente a su propia vida, no sólo concediéndome una
naturaleza capaz de comunicarse con Él, sino también me hace posible ser
otro Cristo, a imagen del Verbo encarnado.
Es el Espíritu Santo el que nos hace hijos en Cristo y sólo por su acción
podemos llamar a Dios "Padre": "Como sois hijos, Dios envió a nuestros
corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!" (Gal 4,6). El
lugar donde el Espíritu es enviado para habitar es el corazón humano, el
alma, el espíritu, es decir: lo más profundo de nuestro ser. Dirá San
Agustín que Dios es más íntimo que nuestra misma intimidad.
El ser humano, sin ser divino, tiene algo divino dentro que le hace capaz de
comunicarse con Dios, de ser como Dios, de entrar en comunión con Él.
Gracias a la presencia del Espíritu en el corazón el hombre pertenece a la
familia de Dios como hijo suyo.
El Espíritu habita en nuestros corazones que han quedado sellados, pero en
nuestra historia hay otras experiencias que quedan impresas en nuestra
sensibilidad. Son experiencias que pueden revelar el sello espiritual o
velarla. ¿Qué experiencias revelan el don de Dios? Las que tienen que ver
con la esencia de Dios: las vivencias de amor, acogida, entrega, comunión.
En cambio velan la presencia del Espíritu en nosotros las experiencias de
desamor, rechazo, desprecio, que vividas como fracasos, frustraciones y
desengaños nos llevan a complejos, miedos, dudas. La experiencia del amor
nos hace sentirnos seguros, pero las de desamor nos llevan a la inseguridad.
Dios nos ha dado el don del Espíritu Santo para que vivamos en la seguridad-
confianza de un amor incondicional.
5. El Espíritu en la vida de la Iglesia
El texto de los Hechos de los Apóstoles manifiesta la sorpresa de los que
ven ese acontecimiento: "La gente se congregó y se llenó de estupor al
oírles hablar cada uno en su propia lengua. Estupefactos y admirados.". El
Espíritu se manifiesta cumpliéndose la profecía de Joel: "Derramaré mi
Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas;
vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños. Y yo
sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu" (Joel 3,1-5).
Esta promesa se cumple en la Iglesia desde los principios. El Espíritu Santo
es el don de Dios para la Iglesia: "Convertíos y que cada uno de vosotros se
haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados;
y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch 2,38). El don del Espíritu es
la entrega amorosa del Padre y el Hijo. Hablar de don es hablar de gracia,
amor, donación, entrega, que es la que desea Pablo a los corintios: "La
gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del
Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2Co 13,13). El Espíritu Santo es
la gracia, el amor de comunión que Dios entrega como don gratuito para
nuestra salvación.
El don del Espíritu Santo tiene, como todo regalo, un donante y un receptor.
El dador es la Trinidad. El receptor es todo hombre. ¿Y qué dona? La gracia,
que no es una cosa, sino una presencia personal, la presencia de la tercera
persona de la Santísima Trinidad, que es el mismo Espíritu del Padre y del
Hijo, que es el Espíritu Santo.
a) Los dones del Espíritu Santo
El don del Espíritu Santo se manifiesta de muchas maneras. Los "talentos"
son las gracias espirituales que cada uno recibe "según su capacidad" (Mt
25,15). El don del Espíritu es único, pero multiforme. Inspirados en Is
11,1-3 , la Iglesia ha concretado el único don del Espíritu en siete dones,
que Dios concede para la santificación personal:
La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu
Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para
seguir los impulsos del Espíritu Santo. Los siete dones del Espíritu Santo
son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de
Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David. Completan y llevan a
su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles
dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas. Tu espíritu
bueno me guíe por una tierra llana (Sal 143,10). Todos los que son guiados
por el Espíritu de Dios son hijos de Dios... Y, si hijos, también herederos;
herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rm 8,14.17) .
La docilidad a la vida en el Espíritu es una gracia que nos impulsa
interiormente al bien, que nos mueve a abrirnos a Dios. Pero no siempre es
fácil ser dócil al Espíritu Santo, porque hay tentaciones y también
resistencias que tienen que ver con nuestras heridas del pasado. A veces
aparecen bloqueos que imposibilitan la apertura. Es la experiencia de querer
y no poder (querer abrirse al Espíritu, querer creer, esperar, amar,
perdonar. pero no poder). Estas dificultades no impiden la vivencia de los
dones, que nos permiten ser santos a imagen del que es el Santo. Veamos
brevemente el significado de cada uno de estos dones.
El don de piedad es la gracia de saberse hijo de Dios, como Jesús (cf. Lc
3,21s). Este don nos lleva a la confianza, la audacia y la familiaridad con
Dios. La conciencia de ser hijo lleva a la infancia espiritual del que se
abandona y se entrega confiadamente (como Santa Teresa del Niño Jesús).
El don de sabiduría es el impulso del Espíritu para gustar de las cosas de
Dios como por connaturalidad, por una especie de instinto y de gusto por las
cosas de Dios. Al igual que hay una sintonía entre, por ejemplo, el azúcar y
las papilas gustativas que detectan el gusto dulce, así este don nos da la
facultad de sintonizar con Dios. Esto en Jesús se daba de un modo
espontáneo: gustaba en cualquier realidad de la presencia de Dios.
El temor de Dios es el don del Espíritu por el que reconocemos su misterio y
nos postramos en adoración ante Él como criaturas. Es la actitud de Moisés
al descalzarse en la tierra sagrada (Ex 3,5.6). El temor ante Dios se
refiere al misterio trascendente, que hace temblar y llena de reverencia, y
al mismo tiempo que atrae irresistiblemente y fascina.
El don de entendimiento es el impulso interior que procede del Espíritu para
comprender la revelación que acogemos por la fe. Este don consiste en la
ayuda del Espíritu para penetrar en las verdades divinas y así irlas
comprendiendo más. Sin perder su carácter de misterio el don de
entendimiento nos permite entrar en la razonabilidad de las cosas divinas.
El don de ciencia es la luz que el Espíritu da para entrar más en
profundidad en el conocimiento de las cosas humanas. Mientras que el don de
entendimiento nos ayuda a penetrar en las realidades divinas, el don de
ciencia nos conduce a un conocimiento desde Dios de las realidades humanas.
Este don nos ayuda a ir más allá de lo aparente, teniendo una mirada desde
Dios.
El don de consejo es una luz por la cual el Espíritu Santo muestra lo que se
debe hacer en el lugar y en las circunstancias presentes. Ilumina la
conciencia en las opciones de la vida diaria. Ayuda para las decisiones y el
discernimiento (del estado de vida, pero también ante qué hacer en un
momento determinado).
El don de fortaleza es la fuerza de Dios para combatir frente a las
tentaciones del mal espíritu, nos capacita para hacer el bien y evitar el
mal y nos alienta para dar testimonio de la fe, incluso hasta la ofrenda
final de la vida con el martirio. Con el don de fortaleza podemos realizar
lo que hemos recibido en el don de consejo.
b) Los carismas
Junto con los dones desde los comienzos de la vida eclesial aparecen los
carismas. "Carisma" significa en sí don gratuito de Dios , pero en San Pablo
tiene un carácter técnico que designa manifestaciones extraordinarias del
Espíritu (1Co 12, 4. 9; 28. 30; Rm 12, 6). Desde este sentido, mientras que
el don es una ayuda para la santificación personal, los carismas son gracias
que uno recibe con vistas a la edificación de la Iglesia .
Los carismas son dados para el bien de la comunidad, la construcción del
Cuerpo Místico. Sin embargo, afecta al sujeto siendo para él fuente de
fervor y, en definitiva, de santificación. Pero éste no es su fin
primordial, sino una consecuencia. No están ligados al mérito personal: el
Espíritu Santo los distribuye a quien quiere (1Co 12,11), según la utilidad
de la comunidad y no las cualidades del sujeto. Suelen ser pasajeros, pero
algunos constituyen una cualidad más o menos estable del sujeto (apóstol,
profeta, doctor.).
Desde este sentido más técnico San Pablo enumera 4 listas de carismas: 1 Co
12, 8-10; 12,28-30; Rm 12, 6-8; Ef 4,11, que podemos estructurar en 3
categorías:
- Instrucción: carisma de apóstol, profeta, doctor, evangelista, exhortador,
palabra de sabiduría, palabra de ciencia, discernimiento de espíritus,
hablar en lenguas, don de interpretarlas.
- Alivio o consuelo: Carisma de fe, gracias de curaciones, poder de
milagros, limosna, hospitalidad, asistencia.
- Gobierno: carisma de pastor, ministerio.
c) Los frutos del Espíritu Santo
Junto con los dones y carismas, están los frutos a través de los cuales se
manifiesta la acción del Espíritu: "Los frutos del Espíritu son perfecciones
que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna.
La tradición de la Iglesia enumera doce: 'caridad, gozo, paz, paciencia,
longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia,
continencia, castidad' (Ga 5,22-23, vg.)" .
Estos frutos son los efectos concretos de la gracia del Espíritu. Nos
permiten discernir si llevamos una "vida en el Espíritu" o "una vida en la
carne", según describe San Pablo en Rm 8.
Texto complementario
Palabra de Dios
Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos so hijos de Dios.
Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino
un espíritu e hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre). Ese
Espíritu y nuestro espíritu dan testimonio concorde: que somos hijos de
Dios; y si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos
con Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados.
(Romanos 8, 14-17)
Nadie puede decir: "Jesús es Señor", si no es bajo la acción del Espíritu
Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de
servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo
Dios que obra todo en todos.
En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo
que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del
cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados
en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un
solo Espíritu. (1 Corintios 12, 3b-7. 12-13)
Andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne.
Si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la Ley. Las obras de la
carne están patentes: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría,
hechicería, enemistades, contiendas, celos, rencores, rivalidades,
partidismo, sectarismo, envidias, borracheras, orgías y cosas por el estilo.
Y os prevengo, como ya os previne, que los que así obran no heredarán el
Reino de Dios.
En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, comprensión,
servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí. Contra eso no va
la Ley. Y los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus
pasiones y sus deseos. Si vivimos por el Espíritu, marcharemos tras el
Espíritu. (Gálatas 5, 16-25)
Santos Padres
Mientras Cristo vivía corporalmente entre sus fieles, se les mostraba como
el dispensador de todos sus bienes; pero cuando llegó la hora de regresar al
Padre celestial, continuó presente entre sus fieles mediante su Espíritu, y
habitando por la fe en nuestros corazones. De este modo, poseyéndole en
nosotros, podríamos llamarle con confianza: "Abba, Padre", y cultivar con
ahínco todas las virtudes, y juntamente hacer frente con valentía invencible
a las asechanzas del diablo y las persecuciones de los hombres, como quienes
cuentan con la fuerza poderosa del Espíritu.
Este mismo Espíritu transforma y traslada a una nueva condición de vida a
los fieles en que habita y tiene su morada. Esto puede ponerse fácilmente de
manifiesto con testimonios tanto del antiguo como del nuevo Testamento.
Así el piadoso Samuel a Saúl: Te invadirá el Espíritu del Señor, y te
convertirás en otro hombre. Y san Pablo: Nosotros todos, que llevamos la
cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando
en su imagen con resplandor creciente; así es como actúa el Señor, que es
Espíritu.
No es difícil percibir cómo transforma el Espíritu la imagen de aquellos en
los que habita: del amor a las cosas terrenas, el Espíritu nos conduce a la
esperanza de las cosas del cielo; y de la cobardía y la timidez a la
valentía y generosa intrepidez de espíritu. Sin duda es así como encontramos
a los discípulos, animados y fortalecidos por el Espíritu, de tal modo que
no se dejaron vencer en absoluto por los ataques de los perseguidores, sino
que se adhirieron con todas sus fuerzas al amor de Cristo.
(SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA, Comentario sobre el evangelio de san Juan, Libro
10: PG 74, 434)
Catecismo de la Iglesia Católica
687 "Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Co 2, 11).
Pues bien, su Espíritu que lo revela nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su
Palabra viva, pero no se revela a sí mismo. El que "habló por los profetas"
nos hace oír la Palabra del Padre. Pero a él no le oímos. No le conocemos
sino en la obra mediante la cual nos revela al Verbo y nos dispone a recibir
al Verbo en la fe. El Espíritu de verdad que nos "desvela" a Cristo "no
habla de sí mismo" (Jn 16, 13). Un ocultamiento tan discreto, propiamente
divino, explica por qué "el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le
conoce", mientras que los que creen en Cristo le conocen porque él mora en
ellos (Jn 14, 17).
El Espíritu Santo, el Don de Dios
733 "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el primer don, contiene
todos los demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por
el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).
734 Puesto que hemos muerto, o al menos, hemos sido heridos por el pecado,
el primer efecto del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. La
Comunión con el Espíritu Santo (2 Co 13, 13) es la que, en la Iglesia,
vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado.
735 El nos da entonces las "arras" o las "primicias" de nuestra herencia
(cf. Rm 8, 23; 2 Co 1, 21): la Vida misma de la Santísima Trinidad que es
amar "como él nos ha amado" (cf. 1 Jn 4, 11-12). Este amor (la caridad de 1
Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque
hemos "recibido una fuerza, la del Espíritu Santo" (Hch 1, 8).
736 Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar
fruto. El que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos "el fruto
del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad,
fidelidad, mansedumbre, templanza"(Ga 5, 22-23). "El Espíritu es nuestra
Vida": cuanto más renunciamos a nosotros mismos (cf. Mt 16, 24-26), más
"obramos también según el Espíritu" (Ga 5, 25):
Por la comunión con él, el Espíritu Santo nos hace espirituales, nos
restablece en el Paraíso, nos lleva al Reino de los cielos y a la adopción
filial, nos da la confianza de llamar a Dios Padre y de participar en la
gracia de Cristo, de ser llamado hijo de la luz y de tener parte en la
gloria eterna (San Basilio, Spir. 15,36).
Testimonio
"El evangelio de hoy -fiesta de la Santísima Trinidad- añade una afirmación
particularmente importante: Jesús promete el Espíritu de la verdad (cf Jn
16,13), que en el mismo discurso llama varias veces 'Paráclito'. ¿Qué quiere
decir? En latín esta apalabra se traduce con el término Consolador, el
Consolador. El término latino significa, al pie de la letra, el que está con
nosotros cuando estamos solos. Así nuestra soledad deja de serlo. Para el
hombre la soledad es el espacio de la tristeza: el hombre necesita amor, y
la soledad que no está iluminada por el amor, la soledad que es una pérdida
de amor, amenaza al mismo tiempo la más íntima condición de nuestra vida. El
no ser amados es el núcleo central del sufrimiento humano, de la tristeza de
una persona. La palabra Consolador nos dice precisamente que nunca estamos
solos, que nunca podemos sentirnos abandonados por el amor. Por medio del
Espíritu Santo Dios ha penetrado en nuestra soledad y la ha quebrantado.
Este es el verdadero consuelo, no un consuelo a base de palabras, sino un
consuelo que tiene la fuerza de una realidad efectiva y eficaz. Precisamente
a partir de esta definición de Espíritu Consolador, en la Edad Media se
derivó el deber humano de entrar en la soledad de los que sufren. Los
primeros antiguos hospicios y hospitales se dedicaban al Espíritu Santo: de
este modo los hombres se encargaban de continuar la obra del Espíritu, se
comprometían a ser 'consoladores', a entrar en la soledad de los que sufren
y de los ancianos y a iluminarla.
¡Esta es la tarea que todos nosotros tenemos, también hoy, precisamente en
nuestra época!".
(JOSEPH RATZINGER, Homilía para la fiesta de la Santísima Trinidad,
pronunciada el 6 de junio de 2004 en la catedral de Bayeux)
Oración
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.
* * *
El mundo brilla de alegría.
Se renueva la faz de la tierra.
¡Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo!
Esta es la hora
en que rompe el Espíritu
el techo de la tierra,
y una lengua de fuego innumerable
purifica, renueva, enciende, alegra
las entrañas del mundo.
Esta es la fuerza
que pone en pie a la Iglesia
en medio de las plazas
y levanta testigos en el pueblo,
para hablar con palabras como espadas
delante de los jueces.
Llama profunda,
que escrutas e iluminas
el corazón del hombre:
restablece la fe con tu noticia,
y el amor ponga en vela la esperanza
hasta que el Señor vuelva.
Amén.