«La Jornada Mundial de Juventud cambió mi vida»
Ángeles Conde / J. de Aldecoa, larazon.es
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Madrid-
El pasado año, y apenas cuatro días antes de llegar a España, Benedicto XVI expresaba desde Castel Gandolfo su deseo de que la JMJ de Madrid 2011 produjera «abundantes frutos espirituales». En muchos de aquellos que participaron en la JMJ, los días de agosto en Madrid han dejado una marca indeleble en la historia de sus vidas. Algunos recobraron la fe perdida; otros, la alegría que les había sido arrebatada; hay quien descubrió su vocación al servicio de Dios y de los hombres, y, para otros, fue el germen de sus familias. En uno de los fines de semana más calurosos en Madrid, la lluvia en la Vigilia alivió el calor e hizo que muchos se desprendieran del «hombre viejo». Con razón, Benedicto XVI exclamaba: «Vuestra fuerza es mayor que la lluvia». Esa fuerza tira de la Iglesia. La JMJ trajo vocaciones a la vida consagrada, matrimonios y fuerzas renovadas.
Cada 2 años, el Papa se reúne con los jóvenes. En agosto de 2011, el encuentro se produjo en Madrid. Un año después, los frutos de aquella visita son palpables. Muchos jóvenes se sintieron interpelados y ahora cuentan cómo la JMJ cambió sus vida.
Miguel Ángel Cañas/Seminarista
«Sentí la llamada al sacerdocio, me dejé en manos de Dios»
La familia Cañas nunca pensó que en un lapso de tiempo tan corto les cambiaría tanto la existencia. El punto de inflexión está marcado por su entrada en el Camino Neocatecumenal. El verano pasado decidieron vivir en familia la JMJ. Para Miguel Ángel, el cambio estaba a punto de suceder. Durante el encuentro que celebran los neocatecumenales en el marco de la Jornada, Miguel Ángel reconoció la llamada al sacerdocio. «Era como que algo había cambiado, como una puerta que se había abierto», reconoce el joven de 15 años que, desde la JMJ, se prepara en el seminario Redeptoris Mater de Pamplona . Miguel Ángel recuerda bien el momento en que todo cambió: «Tomé la decisión de dejarme en las manos de Dios. Miré a mi padre y pregunté qué pasaba si subía a recibir la bendición que se imparte a los que deciden consagrarse a Cristo. Mi padre me miró y me dijo: «¿Quién soy yo para decirte que no?».
Carmen Desmonts/Joven reconvertida
«Pedí la fe y me vinieron dos cazos. Me reconvertí»
Después de pasar 9 meses hospitalizada e incluso haber recibido la unción de enfermos, Carmen prácticamente abandonó la Iglesia. En ese período de desierto, la vocación de una de sus primas fue ayudándola a volver poco a poco pero, en realidad, fue la JMJ la que de nuevo «le enganchó», aunque ella sólo pensaba en que vería al chico que le gustaba. Recuerda que uno de los momentos más intensos fue cuando vio pasar al Papa por las calles de Madrid el día que llegó: «Empecé a llorar como una magdalena». Pero lo realmente impactante para ella fue la Vigilia de Cuatro Vientos: «Pedí la fe y me vinieron dos cazos. Pensé entonces que los cristianos no somos nada raros». La JMJ fue para ella una reconversión instantánea, tanto que, a la semana siguiente del encuentro, ya tenía un director espiritual, algo que nunca había tenido. «En la JMJ me reconvertí y sentía la necesidad de contarlo».
María José y Miguel Ángel/Recién casados
«Sacó un anillo en la vigilia y me pidió matrimonio»
María José y Miguel Ángel pasaron varios meses de intenso trabajo preparando diferentes actividades de la JMJ. Ambos, con una intensa vida de fe, ansiaban la llegada del encuentro con Benedicto XVI. Durante los días en Madrid, apenas se vieron porque ella se encontraba en una punta de la capital y él, en la otra. Coincidieron el sábado y el domingo durante el encuentro y la vigilia. La noche del sábado al domingo es uno de los momentos que difícilmente se borrarán de sus memorias. «Mientras el Papa daba la bendición, con el Santísimo expuesto en la custodia de Arfe, Miguel Ángel sacó temblorosamente la mano del bolsillo y me preguntó si quería casarme con él», narra María José. «Yo respondí que sí». Él había preparado la proposición dos días antes. Después de un año y medio juntos, era el momento. Entró en una capilla, rezó y lo vio claro. María José y Miguel Ángel se casaron el pasado 17 de marzo y ahora esperan a su primera hija.
Fátima García Salazar/Joven que recuperó la fe
«Participar en los preparativos me sacó del pozo»
Para Fátima, la JMJ fue una medicina para el alma. Dos años antes, su hermano Luis, de 15 años, falleció repentinamente. Su fe se resintió y pasó un año de confusión, enfado, rabia y desconsuelo. En 2010 decidió inscribirse como voluntaria en la JMJ. «Participar en los preparativos me sacó del pozo», recuerda. La gente que conoció, el ambiente de ilusión, las charlas previas al encuentro…esos elementos crearon la fórmula que le permitió recuperar la sonrisa. El colofón lo pusieron los días de agosto en Madrid. Fátima, que iba a haber asistido a la JMJ con su hermano, nunca había participado en uno de estos eventos; como ella misma reconoce, «las palabras del Papa parecían dirigidas a mí en muchas ocasiones. Son días que no hubiera cambiado». Ella, que tuvo a su hermano muy presente, dice que, tras la JMJ «mi estado de ánimo y mi fe han mejorado. La JMJ me ha enseñado que puedes volver a creer».
Un año después de la JMJ / En primera persona
¿Qué hacía una chica como yo en la JMJ?; por Hermana Getsemaní
Fui a la JMJ de Sidney 2008 sin fe y volví con una invitación del Señor: «Véndelo todo y sígueme». ¿Qué hacía una chica como yo en la JMJ? Sólo unos meses antes había conocido la Iglesia, el único lugar donde se me dijo: «No te conformes, existe lo que buscas, ¿por qué no lo intentas?».
Aunque deseaba un amor limpio, verdadero y puro, trataba de conformarme con un placer sucio, momentáneo y barato. Me empeñaba en alcanzar la felicidad por un camino que sólo me proporcionaba una diversión fugaz. Y la libertad… ¿acaso se podía ser libre en una sociedad que me dictaba cómo vestirme, dónde comprar, a qué lugares ir y qué debía consumir? ¿Quizás fuese sólo un sueño de niña? Sueños muy grandes para una realidad tan pequeña. Siempre, al final, me veía frente al vacío, el sinsentido, la frustración. ¿Por qué? ¿No tenía todo lo que podía desear, dinero, novio, la satisfacción de un trabajo como el de enfermera, que tanto me gustaba, una familia preciosa…? Sin embargo me faltaban las ganas de vivir.
Algo cambió en aquel encuentro de la JMJ. Yo, una joven española, en la otra punta del mundo encontré lo que hacía tiempo buscaba: jóvenes cristianos que se divertían sanamente, miradas limpias de chicos, una amistad que no pretendía poseerte, jóvenes que «pasaban» de las etiquetas con las que algunos pretendían desacreditarlos, jóvenes convencidos de que sólo Cristo daba respuestas verdaderas a la vida. E inmediatamente se me presentó un fantasma: ¿no será una experiencia pasajera, fugaz, sin duda más agradable y bella que otras, pero que se desvanecerá cuando concluyan estos días de encuentro?
No sé cómo ocurrió, pero fui a la capilla y creí. Me arrodillé y pregunté: «Señor, ¿qué quieres de mí?». Una hora después tenía la respuesta en mi mano. Una misionera de la caridad me regaló un papel con una frase que decía: «Sé solamente de Jesús a través de María». Una pregunta me asaltó: ¿yo, en la vida religiosa? Mil dudas inundaron mi cabeza, pero en mi corazón ya reposaba la certeza de que Él era a quien yo estaba buscando, sólo Él daba respuesta a mis interrogantes más hondos. Me dije: «Sí, Señor, te entrego mi vida, pero en las misiones». Sin embargo, con Dios, como decía la Madre Teresa, no hay «peros» que valgan. Desde luego mis caminos no eran los suyos: yo pensaba ser del Señor sin dejar la enfermería, pero Él me mostró que mi misión era otra… aunque más tarde descubrí que su designio para mí resultó ser lo que más deseaba.
Un día antes de salir de Australia, frente a nuestro hotel, un hombre se tiró desde lo alto de un edificio, y una reflexión espontánea se apoderó de mi corazón: «A donde tú quieres llegar no llega la enfermería, sino la oración». Yo, que trabajaba en oncología infantil, había experimentado de cerca que para encontrar el sentido de la enfermedad, del dolor, del sufrimiento, de la muerte no existe ninguna medicación. Conocí mujeres que sufrían angustiadas ante una gripe de sus hijos y también madres creyentes que afrontaban en oración, con fortaleza y ánimo el cáncer de sus bebés… A mí misma, ¿no me salvó la oración? Dije: «Señor, de verdad, haz con mi vida lo que quieras».
Tres meses después, ingresé en el Instituto Iesu Communio, recientemente aprobado por el Santo Padre. En esta última Jornada de la Juventud, celebrada en Madrid, se me concedió el regalo de saludar como religiosa al Santo Padre y echarme a sus pies en representación de mi comunidad, Iesu Communio, que quiere permanecer siempre postrada, fiel y obediente a la Madre Iglesia. Una mirada, un saludo, un gesto del Santo Padre puede cambiar la vida entera. Hoy puedo decir, como el joven rico, que a mí Cristo en su Iglesia me ha mirado con amor.
Llena de alegría en este camino de seguimiento a Jesucristo, quisiera concluir agradeciendo al Santo Padre su testimonio y enseñanza: «Cristo no quita nada, absolutamente nada, de lo que hace la vida libre, bella y grande».
Gracias, Jesucristo; gracias, Madre Iglesia.
Hermana Getsemaní
Iesu Communio