Francisco: "¡Jóvenes, no llevan su cruz solos!" Emotivas palabras del papa en el Via Crucis de la JMJ
RíO DE JANEIRO, 27 de julio de 2013 (- El papa presidió la celebración
de una ceremonia que se ha convertido ya en un hito de las JMJ, como es el
Via Crucis de los jóvenes. Fueron estaciones que hicieron visible los
diversos rostros actuales de la juventud mundial. Francisco abrió su corazón
nuevamente y dirigió un emotivo mensaje que reproducimos a continuación.
Queridísimos jóvenes:
Hemos venido hoy aquí para acompañar a Jesús a lo largo de su camino de
dolor y de amor, el camino de la Cruz, que es uno de los momentos fuertes de
la Jornada Mundial de la Juventud. Al concluir el Año Santo de la Redención,
el beato Juan Pablo II quiso confiarles a ustedes, jóvenes, la Cruz
diciéndoles: «Llévenla por el mundo como signo del amor de Jesús a la
humanidad, y anuncien a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado hay
salvación y redención» (Palabras al entregar la cruz del Año Santo a los
jóvenes, 22 de abril de 1984: Insegnamenti VII,1(1984), 1105). Desde
entonces, la Cruz ha recorrido todos los continentes y ha atravesado los más
variados mundos de la existencia humana, quedando como impregnada de las
situaciones vitales de tantos jóvenes que la han visto y la han llevado.
Queridos hermanos, nadie puede tocar la Cruz de Jesús sin dejar en ella algo
de sí mismo y sin llevar consigo algo de la cruz de Jesús a la propia vida.
Esta tarde, acompañando al Señor, me gustaría que resonasen en sus corazones
tres preguntas: ¿Qué han dejado ustedes en la Cruz, queridos jóvenes de
Brasil, en estos dos años en los que ha recorrido su inmenso país? Y ¿qué ha
dejado la Cruz en cada uno de ustedes? Y, finalmente, ¿qué nos enseña para
nuestra vida esta Cruz?
1. Una antigua tradición de la Iglesia de Roma cuenta que el apóstol Pedro,
saliendo de la ciudad para escapar de la persecución de Nerón, vio que Jesús
caminaba en dirección contraria y enseguida le preguntó: «Señor, ¿adónde
vas?». La respuesta de Jesús fue: «Voy a Roma para ser crucificado de
nuevo». En aquel momento, Pedro comprendió que tenía que seguir al Señor con
valentía, hasta el final, pero entendió sobre todo que nunca estaba solo en
el camino; con él estaba siempre aquel Jesús que lo había amado hasta morir.
Miren, Jesús con su Cruz recorre nuestras calles y carga nuestros miedos,
nuestros problemas, nuestros sufrimientos, también los más profundos. Con la
Cruz, Jesús se une al silencio de las víctimas de la violencia, que ya no
pueden gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos; con la Cruz, Jesús
se une a las familias que se encuentran en dificultad, y que lloran la
trágica pérdida de sus hijos, como en el caso de los doscientos cuarenta y
dos jóvenes víctimas en el incendio en la ciudad de Santa María a principios
de este año. Rezamos por ellos. Con la Cruz Jesússe une a todas las personas
que sufren hambre, en un mundo que, por otro lado, se permite el lujo de
tirar cada día toneladas de alimentos. Con la cruz, Jesús está junto a
tantas madres y padres que sufren al ver a sus hijos víctimas de paraísos
artificiales, como la droga. Con la Cruz,Jesús se une a quien es perseguido
por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel; en la
Cruz, Jesús está junto a tantos jóvenes que han perdido su confianza en las
instituciones políticas porque ven el egoísmo y corrupción, o que han
perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, por la incoherencia de los
cristianos y de los ministros del Evangelio. Cuánto hacen sufrir a Jesús
nuestras incoherencia. En la Cruz de Cristo está el sufrimiento, el pecado
del hombre, también el nuestro, y Él acoge todo con los brazos abiertos,
carga sobre su espalda nuestras cruces y nos dice: ¡Ánimo! No la llevás vos
solo. Yo la llevo contigo y yo he vencido a la muerte y he venido a darte
esperanza, a darte vida (cf. Jn 3,16).
2. Podemos ahora responder a la segunda pregunta: ¿Qué ha dejado la Cruz en
los que la han visto y en los que la han tocado? ¿Qué deja en cada uno de
nosotros? Miren, deja un bien que nadie más nos puede dar: la certeza del
amor fiel de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro
pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para
sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y salvarnos. En la
Cruz de Cristo está todo el amor de Dios, está su inmensa misericordia. Y es
un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer. Queridos jóvenes,
fiémonos de Jesús, confiemos en Él (cf. Lumen fidei, 16). Porque Él nunca
defrauda a nadie. Sólo en Cristo muerto y resucitado encontramos la
salvación y redención. Con Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen
la última palabra, porque Él nos da esperanza y vida: ha transformado la
Cruz de ser un instrumento de odio, y de derrota, y de muerte, en un signo
de amor, de victoria, de triunfo y de vida.
El primer nombre de
Brasil fue precisamente «Terra de Santa Cruz». La Cruz de Cristo fue
plantada no sólo en la playa hace más de cinco siglos, sino también en la
historia, en el corazón y en la vida del pueblo brasileño, y en muchos otros
pueblos. A Cristo que sufre lo sentimos cercano, uno de nosotros que
comparte nuestro camino hasta el final. No hay en nuestra vida cruz, pequeña
o grande quesea, que el Señor no comparta con nosotros.
3. Pero la Cruz invita también a dejarnos contagiar por este amor, nos
enseña así a mirar siempre al otro con misericordia y amor, sobre todo a
quien sufre, a quien tiene necesidad de ayuda, a quien espera una palabra,
un gesto. La Cruz nos invita a salir de nosotros mismos para ir al encuentro
de ellos y tenderles la mano. Muchos rostros, lo hemos visto en el
Viacrucis, muchos rostros acompañaron a Jesús en el camino al Calvario:
Pilato, el Cireneo, María, las mujeres… Yo te pregunto hoy a vos: Vos, ¿como
quien querés ser. Querés ser como Pilato, que no tiene la valentía de ir a
contracorriente, para salvar la vida de Jesús, y se lava las manos? Decidme:
Vos, sos de los que se lavan las manos, se hacen los distraídos y miran para
otro lado, o sos como el Cireneo, que ayuda a Jesús a llevar aquel madero
pesado, como María y las otras mujeres, que no tienen miedo de acompañar a
Jesús hasta el final, con amor, con ternura. Y vos ¿como cuál de ellos
querés ser? ¿Como Pilato, como el Cireneo, como María? Jesús te está mirando
ahora y te dice: ¿me querés ayudar a llevar la Cruz?Hermano y hermana, con
toda tu fuerza de joven ¿qué le contestás?
Queridos jóvenes, llevemos nuestras alegrías, nuestros sufrimientos,
nuestros fracasos a la Cruz de Cristo; encontraremos un Corazón abierto que
nos comprende, nos perdona, nos ama y nos pide llevar este mismo amor a
nuestra vida, amar a cada hermano o hermana nuestra con ese mismo amor.