La oración y homilía del Papa Francisco ante la Virgen de Aparecida y la Oración Oficial de la Jornada Mundial de la Juventud Rio 2013
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Oración
24 Julio 01:03 pm
Oración Oficial JMJ
Homilía 24 Jul. 13 / 09:15 am
Antes de celebrar la Santa Misa en el Santuario de Nuestra Señora de
Aparecida en Brasil, el Papa Francisco oró emocionado primero en silencio y
luego en voz alta, frente a la imagen original de la Patrona de Brasil en la
Capilla de los doce Apóstoles, ubicada dentro del Santuario.
Este es el texto de la oración:
Madre Aparecida, tal como vos un día,
así hoy me siento yo delante de ti y de mi Dios,
que nos propone para la vida una misión cuyos contornos y límites
desconocemos, cuyas exigencias apenas vislumbramos.
Pero en nuestra fe de que para Dios nada es imposible, tú, Madre, no dudaste
y yo tampoco puedo dudar.
'He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra’,
de igual manera Madre, como tú, yo abrazo mi misión,
coloco mi vida en vuestras manos, para que vayamo tú, Madre y tu Hijo,
a caminar juntos, creer juntos, luchar juntos, vencer como siempre juntos;
caminantes, tú y tu Hijo.
‘Mujer he aquí a tu hijo, hijo he aquí a tu Madre’.
Madre Aparecida, un día llevaste a tu Hijo al templo para consagrarlo al
Padre,
para que fuese completamente disponible para la misión,
llévame al mismo Padre, conságrame a Él con todo lo que soy
y con todo lo que tengo, aquí estoy, envíame.
Madre de Aparecida, pongo en vuestras manos,
para que la eleves ante el Padre, a nuestra juventud,
vuestra juventud, la Jornada Mundial de la Juventud,
cuánta fuerza, cuánta vida, cuánto dinamismo que brota y explota
y que puede estar al servicio de la vida de la humanidad.
Padre, acoge y santifica a tu juventud.
Finalmente Madre, te pedimos permanecer aquí siempre,
acogiendo a vuestros hijos y a vuestras hijas peregrinos,
pero también ven con nosotros, estate siempre a nuestro lado y acompaña
nuestra misión,
a la familia grande de los devotos, principalmente cuanto más nos pesa la
cruz
sustenta nuestra esperanza y nuestra fe,
sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida. Amén".
Oración oficial de la JMJ Río 2013
Enviaste a Tu Hijo Eterno para salvar el mundo y elegiste hombres y mujeres
para que por Él, con Él y en Él proclamaran la Buena Noticia a todas las
naciones. Concede las gracias necesarias para que brille en el rostro de
todos los jóvenes la alegría de ser, por la fuerza del Espíritu, los
evangelizadores que la Iglesia necesita en el Tercer Milenio.
¡Oh Cristo! Redentor de la humanidad, Tu imagen de brazos abiertos en la
cumbre del Corcovado acoge a todos los pueblos. En Tu ofrecimiento pascual,
nos condujiste por medio del Espíritu Santo al encuentro filial con el
Padre. Los jóvenes, que se alimentan de la Eucaristía, Te oyen en la Palabra
y Te encuentran en el hermano, necesitan Tu infinita misericordia para
recorrer los caminos del mundo como discípulos misioneros de la nueva
evangelización.
¡Oh Espíritu Santo! Amor del Padre y del Hijo, con el esplendor de Tu Verdad
y con el fuego de Tu amor, envía Tu Luz sobre todos los jóvenes para que,
impulsados por la Jornada Mundial de la Juventud, lleven a los cuatros
rincones del mundo la fe, la esperanza y la caridad, convirtiéndose en
grandes constructores de la cultura de la vida y de la paz y los
protagonistas de un nuevo mundo.
¡Amén!
Santa Misa en la Basílica del Santuario de Aparecida
Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
Queridos hermanos y hermanas
¡Qué alegría venir a la casa de la Madre de todo brasileño, el Santuario de
Nuestra Señora de Aparecida! Al día siguiente de mi elección como Obispo de
Roma fui a la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma, con el fin de
encomendar a la Virgen mi ministerio como Sucesor de Pedro. Hoy he querido
venir aquí para pedir a María, nuestra Madre, el éxito de la Jornada Mundial
de la Juventud, y poner a sus pies la vida del pueblo latinoamericano.
Quisiera ante todo decirles una cosa. En este santuario, donde hace seis
años se celebró la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y
el Caribe, ha ocurrido algo muy hermoso, que he podido constatar
personalmente: ver cómo los obispos —que trabajaban sobre el tema del
encuentro con Cristo, el discipulado y la misión— se sentían alentados,
acompañados y en cierto sentido inspirados por los miles de peregrinos que
acudían cada día a confiar su vida a la Virgen: aquella Conferencia ha sido
un gran momento de Iglesia.
Y, en efecto, puede decirse que el Documento de Aparecida nació precisamente
de esta urdimbre entre el trabajo de los Pastores y la fe sencilla de los
peregrinos, bajo la protección materna de María. La Iglesia, cuando busca a
Cristo, llama siempre a la casa de la Madre y le pide: «Muéstranos a Jesús».
De ella se aprende el verdadero discipulado. He aquí por qué la Iglesia va
en misión siguiendo siempre la estela de María.
Hoy, en vista de la Jornada Mundial de la Juventud que me ha traído a
Brasil, también yo vengo a llamar a la puerta de la casa de María —que amó a
Jesús y lo educó— para que nos ayude a todos nosotros, Pastores del Pueblo
de Dios, padres y educadores, a transmitir a nuestros jóvenes los valores
que los hagan artífices de una nación y de un mundo más justo, solidario y
fraterno. Para ello, quisiera señalar tres sencillas actitudes: mantener la
esperanza, dejarse sorprender por Dios y vivir con alegría.
1. Mantener la esperanza. La Segunda Lectura de la Misa presenta una escena
dramática: una mujer —figura de María y de la Iglesia— es perseguida por un
dragón —el diablo— que quiere devorar a su hijo. Pero la escena no es de
muerte sino de vida, porque Dios interviene y pone a salvo al niño (cf.
Ap12,13a-16.15-16a). Cuántas dificultades hay en la vida de cada uno, en
nuestra gente, nuestras comunidades. Pero, por más grandes que parezcan,
Dios nunca deja que nos hundamos.
Ante el desaliento que podría haber en la vida, en quien trabaja en la
evangelización o en aquellos que se esfuerzan por vivir la fe como padres y
madres de familia, quisiera decirles con fuerza: Tengan siempre en el
corazón esta certeza: Dios camina a su lado, en ningún momento los abandona.
Nunca perdamos la esperanza. Jamás la apaguemos en nuestro corazón. El
«dragón», el mal, existe en nuestra historia, pero no es el más fuerte. El
más fuerte es Dios, y Dios es nuestra esperanza.
Cierto que hoy en día, todos un poco, y también nuestros jóvenes, sienten la
sugestión de tantos ídolos que se ponen en el lugar de Dios y parecen dar
esperanza: el dinero, el éxito, el poder, el placer. Con frecuencia se abre
camino en el corazón de muchos una sensación de soledad y vacío, y lleva a
la búsqueda de compensaciones, de estos ídolos pasajeros. Queridos hermanos
y hermanas, seamos luces de esperanza. Tengamos una visión positiva de la
realidad. Demos aliento a la generosidad que caracteriza a los jóvenes,
ayudémoslos a ser protagonistas de la construcción de un mundo mejor: son un
motor poderoso para la Iglesia y para la sociedad. Ellos no sólo necesitan
cosas.
Necesitan sobre todo que se les propongan esos valores inmateriales que son
el corazón espiritual de un pueblo, la memoria de un pueblo. Casi los
podemos leer en este santuario, que es parte de la memoria de Brasil:
espiritualidad, generosidad, solidaridad, perseverancia, fraternidad,
alegría; son valores que encuentran sus raíces más profundas en la fe
cristiana.
2. La segunda actitud: dejarse sorprender por Dios. Quien es hombre, mujer
de esperanza —la gran esperanza que nos da la fe— sabe que Dios actúa y nos
sorprende también en medio de las dificultades. Y la historia de este
santuario es un ejemplo: tres pescadores, tras una jornada baldía, sin
lograr pesca en las aguas del Río Parnaíba, encuentran algo inesperado: una
imagen de Nuestra Señora de la Concepción. ¿Quién podría haber imaginado que
el lugar de una pesca infructuosa se convertiría en el lugar donde todos los
brasileños pueden sentirse hijos de la misma Madre?
Dios nunca deja de sorprender, como con el vino nuevo del Evangelio que
acabamos de escuchar. Dios guarda lo mejor para nosotros. Pero pide que nos
dejemos sorprender por su amor, que acojamos sus sorpresas. Confiemos en
Dios. Alejados de él, el vino de la alegría, el vino de la esperanza, se
agota. Si nos acercamos a él, si permanecemos con él, lo que parece agua
fría, lo que es dificultad, lo que es pecado, se transforma en vino nuevo de
amistad con él.
3. La tercera actitud: vivir con alegría. Queridos amigos, si caminamos en
la esperanza, dejándonos sorprender por el vino nuevo que nos ofrece Jesús,
ya hay alegría en nuestro corazón y no podemos dejar de ser testigos de esta
alegría. El cristiano es alegre, nunca triste. Dios nos acompaña. Tenemos
una Madre que intercede siempre por la vida de sus hijos, por nosotros, como
la reina Esther en la Primera Lectura (cf. Est 5,3).
Jesús nos ha mostrado que el rostro de Dios es el de un Padre que nos ama.
El pecado y la muerte han sido vencidos. El cristiano no puede ser
pesimista. No tiene el aspecto de quien parece estar de luto perpetuo. Si
estamos verdaderamente enamorados de Cristo y sentimos cuánto nos ama,
nuestro corazón se «inflamará» de tanta alegría que contagiará a cuantos
viven a nuestro alrededor. Como decía Benedicto XVI: «El discípulo sabe que
sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro»
(Discurso Inaugural de la V Conferencia general del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13 de mayo 2007: Insegnamenti III/1
[2007], p. 861).
Queridos amigos, hemos venido a llamar a la puerta de la casa de María. Ella
nos ha abierto, nos ha hecho entrar y nos muestra a su Hijo. Ahora ella nos
pide: «Hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5). Sí, Madre nuestra, nos
comprometemos a hacer lo que Jesús nos diga. Y lo haremos con esperanza,
confiados en las sorpresas de Dios y llenos de alegría. Que así sea.