Discurso del Papa Francisco en vigilia de oración con los jóvenes JMJ Río 2013
27 Jul. 13 / 06:58 pm
Queridos jóvenes
Mirándolos a ustedes en este momento, me hace recordar a la historia de San
Francisco de Asís, que mirando al crucifijo escucha la voz que le dice:
“Francisco, repara mi casa”. Y el joven Francisco responde con prontitud y
generosidad a esta llamada del Señor: “repara mi casa”. Pero, ¿qué casa?
Poco a poco se da cuenta de que no se trataba de hacer de albañil y reparar
un edificio de piedra, sino de dar su contribución a la vida de la Iglesia;
se trataba de ponerse al servicio de la Iglesia, amándola y trabajando para
que en ella se reflejara cada vez más el rostro de Cristo.
También hoy el Señor sigue necesitando a los jóvenes para su Iglesia.
Queridos jóvenes, el Señor los necesita. También hoy, llama a cada uno de
ustedes a seguirlo en su Iglesia y a ser misioneros. ¿Cómo? ¿De qué manera?
…como tuvimos que cancelar por el mal tiempo la realización de esta vigilia
en el Campo Fidei en Guaratiba, ¿no estaría el Señor queriendo decirnos que
el verdadero campo de la fe, el verdadero Campo Fidei no es un lugar
geográfico, sino que somos nosotros? Sí, es verdad, cada uno de nosotros,
cada uno de ustedes, yo, todos. Y ser discípulo misionero significa saber
que somos el campo de la fe de Dios. Por eso, a partir de la imagen del
Campo de la Fe, pensé en tres imágenes que nos pueden ayudar a entender
mejor lo que significa ser un discípulo-misionero: la primera, el campo como
lugar donde se siembra; la segunda, el campo como lugar de entrenamiento; y
la tercera, el campo como obra en construcción.
1. El campo como lugar donde se siembra. Todos conocemos la parábola de
Jesús que habla de un sembrador que salió a sembrar en un campo; algunas
simientes cayeron al borde del camino, entre piedras o en medio de espinas,
y no llegaron a desarrollarse; pero otras cayeron en tierra buena y dieron
mucho fruto (cf. Mt 13,1-9). Jesús mismo explicó el significado de la
parábola: La simiente es la Palabra de Dios sembrada en nuestro corazón (cf.
Mt 13,18-23). Hoy, todos los días, pero hoy de manera especial, Jesús
siembra. Cuando aceptamos la Palabra de Dios, entonces somos el Campo de la
Fe. Por favor, dejen que Dios y su Palabra, entren en su vida. Dejen entrar
la simiente de la Palabra de Dios. Dejen que germine, dejen que crezca.
¡Dios hace todo, pero ustedes déjenlo hacer! Dejen que Él trabaje en ese
crecimiento.
Jesús nos dice que las simientes que cayeron al borde del camino, o entre
las piedras y en medio de espinas, no dieron fruto. Creo que con honestidad
podemos hacernos la pregunta ¿Qué clase de terreno somos, qué clase de
terreno queremos ser? Quizás somos a veces como el camino: escuchamos al
Señor, pero no cambia nada en la vida, porque nos dejamos atontar por tantos
reclamos superficiales que escuchamos. Yo les pregunto, pero no contesten
ahora, contesten en su corazón ¿Yo soy un joven, una joven atontado? O somos
como el terreno pedregoso: acogemos a Jesús con entusiasmo, pero somos
inconstantes ante las dificultades, no tenemos el valor de ir
contracorriente. Cada uno contestamos en nuestro corazón, ¿tengo valor o soy
cobarde?; o somos como el terreno espinoso: las cosas, las pasiones
negativas sofocan en nosotros las palabras del Señor (cf. Mt 13,18-22).
¿Tengo en mi corazón la costumbre de jugar a dos puntas? ¿Quedar bien con
Dios y quedar bien con el diablo? ¿Querer recibir la semilla de Jesús y a la
vez regar las espinas y los yuyos que nacen en mi corazón? Cada uno en
silencio se contesta. Hoy, sin embargo, estoy seguro de que la simiente
puede caer en buena tierra. Escuchamos estos testimonios, ¡cómo la simiente
cayó en buena tierra! “No Padre, yo no soy buena tierra, soy una calamidad,
lleno de piedras, de espinas y de todo”. Sí, puede que eso haya arriba, pero
hacé un pedacito, hacé un cachito de buena tierra, y dejá que caiga ahí ¡y
vas a ver cómo germina! Yo sé que ustedes quieren ser buena tierra.
Cristianos en serio, no cristianos a medio tiempo, no cristianos almidonados
con la nariz así, que parecen cristianos y en el fondo no hacen nada. No
cristianos de fachada. Esos cristianos que son pura facha, sino cristianos
auténticos. Sé que ustedes no quieren vivir en la ilusión de una libertad
“chirle” (aguado, inconsistente) que se deja arrastrar por la moda y las
conveniencias del momento. Sé que ustedes apuntan a lo alto, a decisiones
definitivas que den pleno sentido. ¿Es así o me equivoco? Bueno, si es así,
hagamos una cosa, todos en silencio, mirémonos al corazón y cada uno dígale
a Jesús que quiere recibir la semilla, dígale a Jesús ‘mirá Jesús las
piedras que hay, mirá las espinas, mirá los yuyos, pero mirá este cachito de
tierra que te ofrezco para que entre la semilla. En silencio dejamos entrar
la semilla de Jesús. Acuérdense de este momento. Cada uno sabe el nombre de
la semilla que entró. Déjenla crecer y Dios la va a cuidar.
2. El campo, además de ser lugar de siembre, es lugar de entrenamiento.
Jesús nos pide que le sigamos toda la vida, nos pide que seamos sus
discípulos, que «juguemos en su equipo». A la mayoría de ustedes les gusta
el deporte. Aquí, en Brasil, como en otros países, el fútbol es una pasión
nacional ¿Sí o no? Pues bien, ¿qué hace un jugador cuando se le llama para
formar parte de un equipo? Tiene que entrenarse y entrenarse mucho. Así es
nuestra vida de discípulos del Señor. San Pablo nos dice: «Los atletas se
privan de todo, y lo hacen para obtener una corona que se marchita;
nosotros, en cambio, por una corona incorruptible» (1 Co 9,25). ¡Jesús nos
ofrece algo más grande que la Copa del Mundo! Nos ofrece la posibilidad de
una vida fecunda, una vida feliz, y también un futuro con él que no tendrá
fin, allá en la vida eterna. Pero nos pide que paguemos la entrada. La
entrada es que nos entrenemos para «estar en forma», para afrontar sin miedo
todas las situaciones de la vida, dando testimonio de nuestra fe. A través
del diálogo con él: la oración. ‘Padre, ahora no nos va a hacer rezar a
todos, ¿no?’ Les pregunto, pero contestan en su corazón en silencio ‘¿yo
rezo?’ cada uno se contesta. ¿Yo hablo con Jesús? ¿o le tengo miedo al
silencio? ¿dejo que el Espíritu Santo hable en mi corazón? Yo le pregunto a
Jesús ¿qué querés que haga? ¿Qué querés de mi vida? Esto es entrenarse.
Pregúntenle a Jesús, hablen con Jesús. Y si cometen un error en la vida, si
se pegan un resbalón, si hacen algo que está mal. No tengan miedo. ‘Jesús,
mirá lo que hice ¿qué tengo que hacer ahora?’ Pero siempre hablen con Jesús.
¡En las buenas y en las malas! ¡Cuando hacen una cosa buena y cuando hacen
una cosa mala! ¡No le tengan miedo, eso es la oración! Y con eso se van
entrenando en el diálogo con Jesús en este discipulado misionero. Y también
a través de los sacramentos, que hacen crecer en nosotros su presencia. A
través del amor fraterno, del saber escuchar, comprender, perdonar, acoger,
ayudar a los otros, a todos, sin excluir y sin marginar. Estos son los
entrenamientos para seguir a Jesús: La oración, los sacramentos y la ayuda a
los demás. El servicio a los demás.
3. El campo como obra en construcción. Acá estamos viendo cómo se ha
construido esto aquí (la iglesia de madera levantada por los jóvenes) Se
empezaron a mover los muchachos, las chicas, movieron y construyeron una
iglesia. Cuando nuestro corazón es una tierra buena que recibe la Palabra de
Dios, cuando «se suda la camiseta», tratando de vivir como cristianos,
experimentamos algo grande: nunca estamos solos, formamos parte de una
familia de hermanos que recorren el mismo camino: somos parte de la Iglesia;
Los muchachos, estas chicas, no están solos. En conjunto hicieron un camino
y construyeron la iglesia. En conjunto hicieron lo de San Francisco:
construir, reparar la iglesia. Les pregunto ¿quieren construir la Iglesia?
¿Se animan? ¿Y mañana se van a olvidar de este ‘sí’ que dijeron?
Somos parte de la Iglesia. Más aún, nos convertimos en constructores de la
Iglesia y protagonistas de la historia. Chicos y chicas, por favor, no se
metan en la cola de la historia, ¡sean protagonistas! ¡Jueguen para
adelante! ¡Pateen adelante! ¡Construyan un mundo mejor! ¡Un mundo de
hermanos, un mundo de justicia, de amor, de paz, de fraternidad, de
solidaridad! ¡Juéguenla adelante siempre! San Pedro nos dice que somos
piedras vivas que forman una casa espiritual (cf. 1 P 2,5). Y mirando este
palco, vemos que tiene la forma de una iglesia construida con piedras, con
ladrillos. En la Iglesia de Jesús, las piedras vivas somos nosotros, y Jesús
nos pide que edifiquemos su Iglesia. Cada uno de nosotros es una piedra
viva, es un pedacito de la construcción, y si falta ese pedacito cuando
viene la lluvia entra la gotera y se mete el agua dentro de la casa. Cada
pedacito vivo tiene que cuidar la unidad y la seguridad de la Iglesia. Y no
construir una pequeña capilla donde sólo cabe un grupito de personas. Jesús
nos pide que su Iglesia sea tan grande que pueda alojar a toda la humanidad,
que sea la casa de todos. Jesús me dice a mí, a vos, a cada uno: «Vayan, y
hagan discípulos a todas las naciones». Esta tarde, respondámosle: Sí,
Señor, también yo quiero ser una piedra viva; juntos queremos construir la
Iglesia de Jesús. Quiero ir y ser constructor de la Iglesia de Cristo.
Tu corazón joven quiere construir un mundo mejor. Sigo las noticias del
mundo y veo que en tantos jóvenes, en muchas partes del mundo han salido por
las calles para expresar el deseo de una civilización más justa y fraterna.
Los jóvenes en la calle. Son jóvenes que quieren ser protagonistas del
cambio. Por favor, no dejen que otros sean los protagonistas los cambios.
¡Ustedes son los que tienen el futuro! Por ustedes entra el futuro en el
mundo. A ustedes también les pido que sean protagonistas de este cambio.
Sigan superando la apatía y ofreciendo una respuesta cristiana a las
inquietudes sociales y políticas que se van planteando en diversas partes
del mundo. Les pido que sean constructores del futuro. Que se metan en el
trabajo por un mundo mejor. Queridos jóvenes, por favor ¡no balconeen en la
vida! ¡Métanse en ella! ¡Jesús no se quedó en el balcón, se metió! ¡No
balconeen la vida, métanse en ella como hizo Jesús! Sin embargo, queda una
pregunta: ¿Por dónde empezamos? ¿A quién le pedimos que empiece esto? Una
vez le preguntaron a la Madre Teresa qué era lo que debía cambiar en la
Iglesia, y para empezar, ¿por qué pared de la Iglesia empezamos? ¿Por dónde
hay que empezar?: ‘Por vos y por mí’, contestó ella. Tenía garra esta mujer.
Sabía por dónde había que empezar. Yo también, hoy, le robo la palabra a la
Madre Teresa, y te digo ¿empezamos?, ¿por dónde? Por vos y por mí. Cada uno
en silencio, otra vez, pregúntese si ¿tengo que empezar por mí? ¿Por dónde
empiezo? Cada uno abra su corazón para que Jesús le diga por dónde empiezo.
Queridos amigos, no se olviden: ustedes son el campo de la fe. Ustedes son
los atletas de Cristo. Ustedes son los constructores de una Iglesia más
hermosa y de un mundo mejor. Levantemos nuestros ojos hacia la Virgen. Ella
nos ayuda a seguir a Jesús, nos da ejemplo con su «sí» a Dios: «Aquí está la
esclava del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho» (Lc 1,38). Se lo
digamos también nosotros a Dios, junto con María: Hágase en mí según tu
palabra. Que así sea.