Discurso del Papa Francisco en el encuentro con la clase dirigente de Brasil Jornada Mundial de la Juventud Rio 2013
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27 Jul. 13 / 09:52 am
Excelencias,
Señoras y señores
Doy gracias a Dios por la oportunidad de encontrar a una representación tan
distinguida y cualificada de responsables políticos y diplomáticos,
culturales y religiosos, académicos y empresariales de este inmenso Brasil.
Hubiera deseado hablarles en su hermosa lengua portuguesa, pero para poder
expresar mejor lo que llevo en el corazón, prefiero hablar en español. Les
pido la cortesía de disculparme.]
Saludo cordialmente a todos y les expreso mi reconocimiento. Agradezco a
Monseñor Orani y al Señor Walmyr Júnior sus amables palabras de bienvenida y
presentación.
Veo en ustedes la memoria y la esperanza: la memoria del camino y de la
conciencia de su patria, y la esperanza de que ella, siempre abierta a la
luz que emana del Evangelio de Jesucristo, continúe desarrollándose en el
pleno respeto de los principios éticos basados en la dignidad trascendente
de la persona.
Quien tiene un papel de responsabilidad en una nación está llamado a
afrontar el futuro «con la mirada tranquila de quien sabe ver la verdad»,
como decía el pensador brasileño Alceu Amoroso Lima («Nosso tempo», en A
vida sobrenatural e o mondo moderno, Río de Janeiro 1956, 106).
Quisiera considerar tres aspectos de esta mirada calma, serena y sabia:
primero, la originalidad de una tradición cultural; segundo, la
responsabilidad solidaria para construir el futuro y, tercero, el diálogo
constructivo para afrontar el presente.
1. En primer lugar, es importante valorar la originalidad dinámica que
caracteriza a la cultura brasileña, con su extraordinaria capacidad para
integrar elementos diversos.
El común sentir de un pueblo, las bases de su pensamiento y de su
creatividad, los principios básicos de su vida, los criterios de juicio
sobre las prioridades, las normas de actuación, se fundan en una visión
integral de la persona humana.
Esta visión del hombre y de la vida característica del pueblo brasileño ha
recibido mucho de la savia del Evangelio a través de la Iglesia Católica:
ante todo, la fe en Jesucristo, el amor de Dios y la fraternidad con el
prójimo. Pero la riqueza de esta savia debe ser valorada en toda su
plenitud.
Puede fecundar un proceso cultural fiel a la identidad brasileña y
constructor de un futuro mejor para todos. Así dijo el amado Papa Benedicto
XVI en su discurso inaugural de la V Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano en Aparecida.
Hacer crecer la humanización integral y la cultura del encuentro y de la
relación es la manera cristiana de promover el bien común, la alegría de
vivir. Y aquí convergen la fe y la razón, la dimensión religiosa con los
diferentes aspectos de la cultura humana: el arte, la ciencia, el trabajo,
la literatura... El cristianismo combina la trascendencia y la encarnación;
revitaliza siempre el pensamiento y la vida ante la frustración y el
desencanto que invaden el corazón y se propagan por las calles.
2. Un segundo punto al que quisiera referirme es la responsabilidad social.
Esta requiere un cierto tipo de paradigma cultural y, en consecuencia, de la
política. Somos responsables de la formación de las nuevas generaciones,
capaces en la economía y la política, y firmes en los valores éticos.
El futuro nos exige una visión humanista de la economía y una política que
logre cada vez más y mejor la participación de las personas, evite el
elitismo y erradique la pobreza. Que a nadie le falte lo necesario y que se
asegure a todos dignidad, fraternidad y solidaridad: éste es el camino a
seguir.
Ya en la época del profeta Amós era muy fuerte la admonición de Dios:
«Venden al justo por dinero, al pobre por un par de sandalias. Oprimen
contra el polvo la cabeza de los míseros y tuercen el camino de los
indigentes» (
Am 2,6-7). Los gritos que piden justicia continúan todavía hoy.
Quien desempeña un papel de guía debe tener objetivos muy concretos y buscar
los medios específicos para alcanzarlos, pero puede haber el peligro de la
desilusión, la amargura, la indiferencia, cuando las expectativas no se
cumplen.
La virtud dinámica de la esperanza impulsa a ir siempre más allá, a emplear
todas las energías y capacidades en favor de las personas para las que se
trabaja, aceptando los resultados y creando las condiciones para descubrir
nuevos caminos, entregándose incluso sin ver los resultados, pero
manteniendo viva la esperanza.
La dirigencia sabe elegir la más justa de las opciones después de haberlas
considerado, a partir de la propia responsabilidad y el interés por el bien
común; ésta es la forma de ir al centro de los males de una sociedad y
superarlos con la audacia de acciones valientes y libres.
En nuestra responsabilidad, aunque siempre sea limitada, es importante
comprender la totalidad de la realidad, observando, sopesando, valorando,
para tomar decisiones en el momento presente, pero extendiendo la mirada
hacia el futuro, reflexionando sobre las consecuencias de las decisiones.
Quien actúa responsablemente pone la propia actividad ante los derechos de
los demás y ante el juicio de Dios.
Este sentido ético aparece hoy como un desafío histórico sin precedentes.
Además de la racionalidad científica y técnica, en la situación actual se
impone la vinculación moral con una responsabilidad social y profundamente
solidaria.
3. Para completar la «visión» que me he propuesto, además del humanismo
integral que respete la cultura original y la responsabilidad solidaria,
termino indicando lo que considero fundamental para afrontar el presente: el
diálogo constructivo. Entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta,
siempre hay una opción posible: el diálogo.
El diálogo entre las generaciones, el diálogo con el pueblo, la capacidad de
dar y recibir, permaneciendo abiertos a la verdad. Un país crece cuando sus
diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la cultura
popular, universitaria, juvenil, la cultura artística y tecnológica, la
cultura económica, de la familia y de los medios de comunicación.
Es imposible imaginar un futuro para la sociedad sin una incisiva
contribución de energías morales en una democracia que no sea inmune de
quedarse cerrada en la pura lógica de la representación de los intereses
establecidos. Es fundamental la contribución de las grandes tradiciones
religiosas, que desempeñan un papel fecundo de fermento en la vida social y
de animación de la democracia.
La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada
por la laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición
confesional, respeta y valora la presencia del factor religioso en la
sociedad, favoreciendo sus expresiones concretas.
Cuando los líderes de los diferentes sectores me piden un consejo, mi
respuesta es siempre la misma: Diálogo, diálogo, diálogo. El único modo de
que una persona, una familia, una sociedad, crezca; la única manera de que
la vida de los pueblos avance, es la cultura del encuentro, una cultura en
la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar, y todos pueden recibir
algo bueno a cambio.
El otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con
actitud abierta y disponible, sin prejuicios. Sólo así puede prosperar un
buen entendimiento entre las culturas y las religiones, la estima de unas
por las otras sin opiniones previas gratuitas y en el respeto de los
derechos de cada una.
Hoy, o se apuesta por la cultura del encuentro, o todos pierden; seguir la
vía correcta hace el camino fecundo y seguro.
Excelencias,
Señoras y señores
Gracias por su atención. Tomen estas palabras como expresión de mi
preocupación como Pastor de la Iglesia y del amor que tengo por el pueblo
brasileño. La hermandad entre los hombres y la colaboración para construir
una sociedad más justa no son una utopía, sino que son el resultado de un
esfuerzo concertado de todos por el bien común.
Les aliento en su compromiso por el bien común, que requiere por parte de
todos sabiduría, prudencia y generosidad. Les encomiendo al Padre celestial
pidiéndole, por la intercesión de Nuestra Señora de Aparecida, que colme de
sus dones a cada uno de los presentes, a sus familias y comunidades humanas
y de trabajo, e imparto a todos mi Bendición.