Homilía del Papa Francisco en Misa de Envío de la JMJ Río 2013
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28 Julio 13/ 08:58 am
Queridos hermanos en el episcopado y en el
sacerdocio,
Queridos jóvenes
«Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Con estas palabras, Jesús se
dirige a cada uno de ustedes diciendo: «Qué bonito ha sido participar en la
Jornada Mundial de la Juventud, vivir la fe junto a jóvenes venidos de los
cuatro ángulos de la tierra, pero ahora tú debes ir y transmitir esta
experiencia a los demás».
Jesús te llama a ser discípulo en misión. A la luz de la palabra de Dios que
hemos escuchado, ¿qué nos dice hoy el Señor? Tres palabras: Vayan, sin
miedo, para servir.
1. Vayan. En estos días aquí en Río, han podido experimentar la belleza de
encontrar a Jesús y de encontrarlo juntos, han sentido la alegría de la fe.
Pero la experiencia de este encuentro no puede quedar encerrada en su vida o
en el pequeño grupo de la parroquia, del movimiento o de su comunidad. Sería
como quitarle el oxígeno a una llama que arde.
La fe es una llama que se hace más viva cuanto más se comparte, se
transmite, para que todos conozcan, amen y profesen a Jesucristo, que es el
Señor de la vida y de la historia (cf. Rm 10,9).
Pero ¡cuidado! Jesús no ha dicho: si quieren, si tienen tiempo, sino: «Vayan
y hagan discípulos a todos los pueblos». Compartir la experiencia de la fe,
dar testimonio de la fe, anunciar el evangelio es el mandato que el Señor
confía a toda la Iglesia, también a ti; es un mandato que no nace de la
voluntad de dominio o de poder, sino de la fuerza del amor, del hecho que
Jesús ha venido antes a nosotros y nos ha dado, no algo de sí, sino todo él,
ha dado su vida para salvarnos y mostrarnos el amor y la misericordia de
Dios.
Jesús no nos trata como a esclavos, sino como a hombres libres, amigos,
hermanos; y no sólo nos envía, sino que nos acompaña, está siempre a nuestro
lado en esta misión de amor.
¿Adónde nos envía Jesús? No hay fronteras, no hay límites: nos envía a
todos. El evangelio no es para algunos sino para todos. No es sólo para los
que nos parecen más cercanos, más receptivos, más acogedores. Es para todos.
No tengan miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las
periferias existenciales, también a quien parece más lejano, más
indiferente.
El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su misericordia
y de su amor.
En particular, quisiera que este mandato de Cristo: «Vayan», resonara en
ustedes jóvenes de la Iglesia en América Latina, comprometidos en la misión
continental promovida por los obispos. Brasil, América Latina, el mundo
tiene necesidad de Cristo.
San Pablo dice: «¡Ay de mí si no anuncio el evangelio!» (1 Co 9,16). Este
continente ha recibido el anuncio del evangelio, que ha marcado su camino y
ha dado mucho fruto. Ahora este anuncio se os ha confiado también a ustedes,
para que resuene con renovada fuerza.
La Iglesia necesita de ustedes, del entusiasmo, la creatividad y la alegría
que les caracteriza. Un gran apóstol de Brasil, el beato José de Anchieta,
se marchó a misionar cuando tenía sólo diecinueve años. ¿Saben cuál es el
mejor medio para evangelizar a los jóvenes? Otro joven. Éste es el camino
que hay que recorrer.
2. Sin miedo. Puede que alguno piense: «No tengo ninguna preparación
especial, ¿cómo puedo ir y anunciar el evangelio?». Querido amigo, tu miedo
no se diferencia mucho del de Jeremías, un joven como ustedes, cuando fue
llamado por Dios para ser profeta.
Recién hemos escuchado sus palabras: «¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé
hablar, que sólo soy un niño». También Dios dice a ustedes lo que dijo a
Jeremías: «No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte» (Jr
1,6.8). Él está con nosotros.
«No tengan miedo». Cuando vamos a anunciar a Cristo, es él mismo el que va
por delante y nos guía. Al enviar a sus discípulos en misión, ha prometido:
«Yo estoy con ustedes todos los días» (Mt 28,20). Y esto es verdad también
para nosotros. Jesús no nos deja solos, nunca les deja solos. Les acompaña
siempre.
Además Jesús no ha dicho: «Ve», sino «Vayan»: somos enviados juntos.
Queridos jóvenes, sientan la compañía de toda la Iglesia, y también la
comunión de los santos, en esta misión. Cuando juntos hacemos frente a los
desafíos, entonces somos fuertes, descubrimos recursos que pensábamos que no
teníamos. Jesús no ha llamado a los apóstoles a vivir aislados, los ha
llamado a formar un grupo, una comunidad.
Quisiera dirigirme también a ustedes, queridos sacerdotes que concelebran
conmigo en esta eucaristía: han venido para acompañar a sus jóvenes, y es
bonito compartir esta experiencia de fe. Pero es una etapa en el camino.
Sigan acompañándolos con generosidad y alegría, ayúdenlos a comprometerse
activamente en la Iglesia; que nunca se sientan solos.
3. La última palabra: para servir. Al comienzo del salmo que hemos
proclamado están estas palabras: «Canten al Señor un cántico nuevo» (95,1).
¿Cuál es este cántico nuevo? No son palabras, no es una melodía, sino que es
el canto de su vida, es dejar que nuestra vida se identifique con la de
Jesús, es tener sus sentimientos, sus pensamientos, sus acciones. Y la vida
de Jesús es una vida para los demás. Es una vida de servicio.
San Pablo, en la lectura que hemos escuchado hace poco, decía: «Me he hecho
esclavo de todos para ganar a los más posibles» (1 Co 9,19). Para anunciar a
Jesús, Pablo se ha hecho «esclavo de todos».
Evangelizar es dar testimonio en primera persona del amor de Dios, es
superar nuestros egoísmos, es servir inclinándose a lavar los pies de
nuestros hermanos como hizo Jesús.
Vayan, sin miedo, para servir. Siguiendo estas tres palabras experimentarán
que quien evangeliza es evangelizado, quien transmite la alegría de la fe,
recibe alegría. Queridos jóvenes, cuando vuelvan a sus casas, no tengan
miedo de ser generosos con Cristo, de dar testimonio del evangelio.
En la primera lectura, cuando Dios envía al profeta Jeremías, le da el poder
para «arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para reedificar y
plantar» (Jr 1,10). También es así para ustedes. Llevar el evangelio es
llevar la fuerza de Dios para arrancar y arrasar el mal y la violencia; para
destruir y demoler las barreras del egoísmo, la intolerancia y el odio; para
edificar un mundo nuevo. Jesucristo cuenta con ustedes. La Iglesia cuenta
con ustedes.
El Papa cuenta con ustedes. Que María, Madre de Jesús y Madre nuestra, les
acompañe siempre con su ternura: «Vayan y hagan discípulos a todos los
pueblos». Amén.