San Alberto Hurtado: «un verdadero contemplativo en la acción»
En esta entrevista, el cardenal Jorge Medina Estévez, antiguo prefecto de la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos,
chileno como el padre Hurtado, comenta las palabras del obispo de Roma.
--En su homilía durante la celebración eucarística, el Santo Padre definió a
San Alberto Hurtado como «un verdadero contemplativo en la acción». ¿De que
modo particular se plasma a su juicio en la vida de San Alberto Hurtado la
inseparabilidad y continuidad permanente que existe entre oración y acción?
--Cardenal Medina: He tratado de leer escritos de San Alberto Hurtado y me
parece que de esos escritos y de los testimonios de las personas que lo
conocieron bastante de cerca, se desprende que en él todo nace de una
profunda intimidad con Dios. San Alberto Hurtado fue un hombre de oración;
nunca dejaba de rezar el santo Rosario antes de entregarse al sueño, ni la
oración prolongada --según el modelo de la oración jesuita-- en las mañanas
antes de celebrar la misa y también a lo largo del día, como se lo he oído
contar a personas que lo conocieron muy de cerca. Cuando se veía en la
necesidad de tomar una decisión o de dar un consejo, para él era
imprescindible sumirse antes en la oración, porque la oración lejos de ser
un «torcerle la mano» a Dios, para que Él haga lo que uno quiere, es lo
contrario: ponerse bajo la luz de Dios, para hacer uno lo que Dios quiere de
uno; así lo dice Jesús en el Evangelio, cuando nos enseña el Padrenuestro:
«Hágase Tu voluntad en la tierra como en el Cielo».
--La unidad o inseparabilidad entre el amor a Dios y el amor al prójimo fue
el tema central de las lecturas y de la homilía en la misa de canonización.
¿De que manera cree usted que esta unidad, de la cual San Alberto Hurtado es
un ejemplo a seguir, puede ser malentendida u olvidada? ¿Y cómo cree que el
ejemplo de San Alberto Hurtado podría llegar a desvirtuarse?
--Cardenal Medina: Como usted bien dice, el amor a Dios y el amor al prójimo
forman una unidad. Se ama a Dios por ser Él quien es; por ser Él de quien
todo lo hemos recibido; por ser Él a quien están orientadas nuestras vidas.
Y se ama al prójimo, por amor de Dios. No simplemente por una simpatía
humana o por una conmiseración filantrópica, sino porque el cristiano ve en
el prójimo --sobre todo en el prójimo doliente-- el rostro de Jesucristo.
Eso San Alberto Hurtado lo tuvo sumamente claro, cuando comenzó esa tarea de
proteger y ayudar a los niños abandonados en los puentes del río Mapocho. El
veía en el rostro de cada uno de esos niños el rostro de Jesucristo. Porque
se ve el rostro de Cristo en el pobre, por eso es que se le dedica al pobre
el respeto, la ayuda, el esfuerzo de educación y de dignificación que
corresponde a quien es un miembro sufriente de Cristo.
Estas cosas se pueden desvirtuarse cuando se deja a un lado el amor de Dios,
se deja a un lado la perspectiva teocéntrica de la vida. O bien, cuando el
amor del prójimo se desarrolla en una clave meramente humana, que de suyo no
es algo malo, pero que está por debajo de lo que pide el Evangelio. El
Evangelio nos enseña a mirar en toda persona que sufre el rostro de Cristo
conforme a las palabras del mismo Señor en el capitulo 25 de San Mateo: «Lo
que ustedes hicieron [o no hicieron] con uno de estos pequeños que creen en
mi, lo hicieron [o no lo hicieron] conmigo».
--¿Es posible que haya algunos aspectos fundamentales en el ejemplo de San
Alberto Hurtado que no hayan sido o no estén siendo suficientemente
resaltados, incluso -tal vez de modo inconsciente- entre aquellos que desean
seguirlo o llaman a imitarlo?
--Cardenal Medina: Yo no estoy al tanto de toda la literatura que se ha
publicado alrededor de la figura de San Alberto Hurtado, pero por los
testimonios que yo he oído a personas que lo conocieron muy de cerca, veo en
San Alberto Hurtado varios aspectos y no encuentro que a todos se les haya
dado el debido énfasis. Primero, el hombre de Dios: ese hombre para el cual
el mundo, prescindiendo de Dios, carece de sentido. Segundo, el hombre de
oración: el hombre sumergido en la presencia de Dios para conocer allí el
querer de Dios sobre nosotros personalmente y sobre nosotros con respecto a
las otras personas. Tercero, San Alberto Hurtado como director de
conciencias. En el sacramento de la Penitencia, en la dirección espiritual y
como predicador de retiros, iluminó a muchas personas llevándolas a un
encuentro profundo con Jesucristo. San Alberto Hurtado era una persona que
tenía una gran capacidad de escucha. Oía, oía mucho a las personas que
acudían a el, y por eso era un director espiritual extraordinario. A la vez,
tenía un vivo sentido del pecado como ofensa a Dios y como daño para el ser
humano, y por eso dedicó muchas horas de su jornada a administrar el
sacramento de la Penitencia, en la Iglesia de San Ignacio, al lado de la
cual vivía el en la residencia jesuita. Los retiros espirituales --según el
modelo de San Ignacio de Loyola--,que son un instrumento importante para
descubrir la voluntad del Señor para cada uno de nosotros, fue un apostolado
que él ejercito de una manera admirable. Incluso comenzó la construcción de
la Casa de Ejercicios, en aquel lugar antes llamado «Marruecos» y hoy
«Alberto Hurtado», para realizar este apostolado de los ejercicios
espirituales.
De manera que la personalidad de San Alberto Hurtado es muy rica, y creo yo
que seria dañoso reducirla a una sola de sus actividades, real por lo demás:
la actividad de socorro a los necesitados. Esa actividad deriva de su
calidad de hombre de Dios, de su calidad de discípulo de Jesucristo, y de su
meditación profunda del Evangelio. Por eso fue capaz de descubrir con tanta
agudeza lo que significa el sufrimiento, la pobreza y la miseria.
--Decía San Alberto Hurtado: «Cuando se empieza un camino, y no se es ni
imbécil ni cobarde, hay que recorrerlo hasta el fin, pase lo que pase. (...)
Me dan compasión los hombres semihonestos, y con mayor razón, los
semicristianos. No hay verdad sino en lo absoluto». ¿De que manera en una
vida santa se hace compatible la defensa irrestricta y hasta las últimas
consecuencias de una sola verdad, y por otro lado la compasión caritativa?
¿Que suerte corre a su juicio en el mundo de hoy el llamado de San Alberto
Hurtado a no quedarse a medio camino ni con medias verdades?
--Cardenal Medina: La verdad es la que Dios comunica. Conocemos la verdad a
través del ejercicio de la razón; podemos llegar racionalmente a un número
bastante importante de verdades. Pero la verdad mas profunda es la que se
nos comunica a través de la Palabra de Dios, de la revelación de Jesucristo
y su Evangelio, de la doctrina de la Iglesia que nos entrega la Palabra de
Verdad. Ahora, frente a esta Palabra de Verdad, hay hombres que se
encuentran --digámoslo así-- en situación «deficiente»: porque no la han
conocido, porque no se les ha enseñado, porque han vivido sometidos a la
presión de un medio que ignora la verdad o que erige en verdad cosas que no
la son. De tal manera que para un cristiano es un imperativo tratar de
ofrecer a sus demás hermanos este tesoro riquísimo de la verdad, que en
definitiva es Jesucristo.
Ahora bien, cuando una persona no acepta la verdad, no por ello yo tengo el
derecho de despreciarla o juzgarla como malvada, pues no tengo los
antecedentes para poder juzgar hasta qué punto llega su culpabilidad en el
no conocimiento o conocimiento imperfecto de la verdad. Mas bien nos
corresponde no perder la esperanza, presentar la verdad en la forma más
amable posible. Pero «amable» no significa transigiendo, de tal manera que
presentemos medias verdades y pongamos entre paréntesis las cosas que la
gente no quiere escuchar. La verdad, como dice Jesús en el Evangelio, nos
hace libres. El que adhiere a la verdad es la única persona que llega a ser
verdaderamente libre.
El mensaje de San Alberto Hurtado a los jóvenes (II)
Entrevista con el cardenal Jorge Medina Estévez
CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 30 octubre 2005 (ZENIT.org).- La relación de
san Alberto Hurtado, canonizado por Benedicto XVI el 23 de octubre, con los
jóvenes constituye uno de los pasajes centrales de la segunda parte de esta
entrevista concedida por el cardenal Jorge Medina Estévez, antiguo prefecto
de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
--En un discurso dirigido a los jóvenes en el Cerro San Cristóbal, el ano
1938, San Alberto Hurtado los llamaba a ponerse en la siguiente situación:
«Si Cristo descendiese al San Cristóbal esta noche caldeada de emoción les
repetía mirando la ciudad oscura: ‘Me compadezco de ella’, y volviéndose a
ustedes les diría con ternura infinita: ¿‘Quieren colaborar conmigo?
¿Quieren ser mis apóstoles?’. Este es el llamado ardiente que dirige el
Maestro a los jóvenes de hoy». Señor cardenal, ¿cuál considera usted que son
actualmente las principales necesidades de la juventud y los principales
obstáculos para seguir el llamado de Cristo?
--Cardenal Medina: No es fácil responder exhaustivamente a esa pregunta. Yo
comenzaría diciendo que la primera necesidad de la juventud es conocer la
verdad. La verdad es el origen de la verdadera libertad, y el error es en el
fondo una forma de esclavitud. Los jóvenes necesitan que se les diga la
verdad y que se les enseñe a buscar la verdad, a amarla y a detestar la
mentira y la falsedad en cualquier forma que se presente. La mentira
destruye la confianza, disloca la postura y la actitud del hombre frente a
los demás y frente a las cosas de este mundo. La mentira es una actitud que
hace imposible la convivencia confiada entre personas. Tan grave es la
mentira, que Jesús llama al demonio, «padre de la mentira».
Un segundo punto, diría yo, es la mirada sobre los bienes de la tierra. En
realidad no somos dueños de nada, somos administradores. El único verdadero
dueño es Dios, quien nos concede usufructuar de los bienes de esta tierra,
pero encargándonos estos bienes a titulo de administración, o sea teniendo
que rendir cuentas a Dios de como hemos utilizado, empleado los bienes que
el Señor puso a nuestra disposición. Ahora, el Señor nos entrega bienes, y
muchos de esos bienes los podemos ganar también con nuestro esfuerzo, no
solamente para que sirvan a nuestro beneficio personal, sino también al de
nuestra familia, al del grupo social al cual pertenecemos, a la comunidad
social en la que estamos insertos, etc. Una inmensa responsabilidad con
respecto al mundo que nos rodea. Eso lo diría San Alberto Hurtado, tal vez
con palabras distintas, pero exactamente en la misma línea.
También les diría el a los jóvenes que fueran trabajadores, que no esperaran
todo gratis y de regalo. Que fueran esforzados, empeñosos, responsables.
Personas capaces de asumir una responsabilidad y llevarla adelante con gran
esfuerzo, perseverancia, empeño, para el bien personal y de las personas que
nos rodean. El perezoso es un antisocial.
Creo que San Alberto Hurtado hoy, como lo hizo en su época, inculcaría en la
juventud un gran amor a la virtud e la pureza. O sea, a una manera de vivir
casta, a una forma de considerar la sexualidad no como un objeto simplemente
de placer, sino como cumplimiento de una tarea señalada por Dios, que se
ejercita en el matrimonio con vistas a la multiplicación de los hijos de
Dios, etc. La pureza exige –como lo dijo expresamente San Alberto Hurtado–
el pudor. Una manera de hablar, de presentarse, de vestirse, que no provoque
las pasiones bajas que, como consecuencia del pecado original, anidan en el
corazón del ser humano y de los jóvenes también. Si no hay pureza, no hay
amor verdadero. Cuando una persona es considerada como objeto, para
apoderarse de ella y usarla para una satisfacción personal, esa actitud no
tiene nada que ver con el amor. Amar es darse, no es usar de otra persona en
provecho propio. Creo que San Alberto Hurtado hoy día volvería a insistir
muchísimo en la pureza, y creo que la pureza y la castidad en la juventud
son valores que construyen enormemente en el sentido de la caridad, del
servicio, del defendernos del egoísmo que se insinúa en muchísimos aspectos
de la vida humana. La pureza del corazón es «condición para ver a Dios», tal
como dice una de las Bienaventuranzas, y es condición también de caridad.
– En relación a los jóvenes y al tema de la castidad, escribía San Alberto
Hurtado : «El primer elemento de la educación de la castidad será, pues,
ofrecer al joven un ambiente de vida profundamente cristiana en el sentido
integral de la palabra. Luego es necesario que los padres y educadores se
dediquen con toda el alma a fortalecer la voluntad del niño, a entrenarla
como se entrena un soldado, pero no por imposiciones externas cuya razón de
ser no ve el niño, sino acostumbrándole a obrar el mismo por motivos de
generosidad, por un ideal superior, noble, caballeresco, sobrenatural,
plenamente comprendido y amado». ¿Considera usted que, en la línea de la
acción educativa, Chile sigue los pasos trazados por San Alberto Hurtado en
este tema? Quisiera preguntarle, por ejemplo, concretamente por la reciente
campaña del Gobierno chileno contra el SIDA.
--Cardenal Medina: No tengo una información completa al respecto, pero los
antecedentes que yo tengo me hacen ver que ciertos esfuerzos de educación
sexual son bastante cortos de miras, y parecieran no tener otra perspectiva
que la de impedir que haya embarazos precoces. La verdadera castidad no está
en eso. No he visto en algunos programas de educación sexual ningún énfasis
en la formación de la castidad. Virtud que, por lo demás, conocieron los
paganos antes de Cristo y hablaron de ella. Últimamente he visto las
fotografías de la propaganda para detener el SIDA y realmente los eslóganes
que se ponen en muchos de los cuadros que se presentan, no tienen nada que
ver con una formación a la castidad. Es simplemente evitar un resultado
indeseado, de un uso del sexo en el cual no se insinúa ningún uso correcto y
conforme a la naturaleza humana y a la voluntad de Dios. Ahora, para un
cristiano hay un argumento poderosísimo: el cuerpo es templo del Espíritu
Santo, es miembro de Cristo. El cristiano es un miembro de Cristo, y por lo
tanto, mantenerse puro y casto es un respecto a Jesucristo mismo. Y ser no
puro o impuro, y no casto o lujurioso, es una ofensa a la dignidad de
Cristo. Tiene en la fe cristiana una importancia grande la presencia de la
Santísima Virgen María, modelo de pureza virginal, que Dios escogió para que
de su seno purísimo –a través de la acción del Espíritu Santo– viniera Dios
hecho hombre a nuestra tierra. En los evangelios hay muchos episodios en que
Jesús subraya la castidad: a la mujer adultera, la dice «no lo vuelvas a
hacer». A la gente de esa época, los llama a descartar el divorcio, con la
advertencia de que quien deja al legítimo cónyuge y se une a otra persona
comete adulterio. También está la advertencia del apóstol San Pablo de que
los que viven en forma contradictoria con la castidad, no verán el Reino de
Dios. Y así, tantos ejemplos que demuestran hasta qué punto ésta no es una
imposición externa, sino precisamente una necesidad interna del ideal
cristiano.
--¿Cuál espera usted sea la principal reforma en el corazón de los chilenos,
y del continente americano, por la que San Alberto Hurtado intercediera
especialmente ante el Santísimo? ¿Cuál cree usted será la pobreza por la que
el abogara desde el Cielo para que encuentre un Hogar en la tierra?
--Cardenal Medina: Creo que lo que más desearía San Alberto Hurtado es que
todo cristiano, que desee ser verdaderamente tal, vuelva sus ojos a
Jesucristo y haga suya la voluntad de Cristo en todos los aspectos de su
vida. Esa, me parece a mí, es la conversión esencial y total que el nuevo
santo siempre busco y siempre quiso, y que –por lo demás– es el cristianismo
verdadero. Parcializar el cristianismo, aceptando solo aquellas de sus
partes que nos resultan gratas y dejando de lado las que parecieran no
serlo, es en el fondo falsificar el cristianismo, y San Alberto Hurtado
nunca habría aceptado un cristianismo falsificado.