¿Misas divertidas?
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Bruno Moreno ReL
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Ayer leí un artículo interesante titulado “Jesus Christ Superstar
now”, en el que un profesor universitario norteamericano, Randall Smith,
recuerda el musical de los setenta Jesucristo Superstar. Ese musical, que
hace cuarenta años parecía el summum de lo moderno y la única forma de
llegar a los jóvenes y a la sociedad, hoy resulta vergonzosamente anticuado
y kitsch.
Entre otras conclusiones interesantes, este ejemplo le lleva a deducir que
no hay nada peor que intentar convertir la liturgia de la Iglesia en algo
divertido, moderno o “guay”, porque esos intentos están abocados al fracaso
más estrepitoso:
“Hagas lo que hagas, te suplico que no intentes llegar a “los chicos” con
música que crees que conectará con su sentido de “lo que es guay”, porque si
lo haces estarás perdido, totalmente perdido. Nunca podrás mantener el
ritmo. Como te puede decir cualquier ejecutivo de publicidad que se ocupe de
los adolescentes, lo “guay” es algo que cambia cada seis u ocho meses. Al
cabo de un año, lo que era “guay” el año anterior estará totalmente pasado
de moda. No sólo ya no será guay, sino que será embarazosamente “cutre”:
algo que hay que evitar como la peste. De hecho, quizá tendrías más suerte
ofreciéndoles la peste”.
Francamente, los casos en los que he visto a sacerdotes intentando hacer que
las misas fueran más “modernas” o “divertidas” o “diferentes” para los
adultos no han terminado en un fracaso, han terminado en algo mucho peor: la
vergüenza ajena. Es decir, una situación en la que los asistentes,
avergonzados por las tonterías del pobre hombre, intentan soportar como
mejor pueden la función, intentando mantener el rostro impasible para no
herir sus sentimientos. El resultado habitual de esto es que, excepto
algunos incondicionales del cura (que siempre existen), la gente deja de ir
a esa iglesia, porque a nadie le gusta sentir vergüenza ajena, ni que le
aburra un sacerdote que, cualesquiera que sean sus otros talentos, como
showman es un auténtico fracaso.
Cuando se aplican a los niños, los experimentos por lograr una misa más
“divertida” y “celebrativa” tienen un efecto ligeramente distinto. En lugar
de producir vergüenza ajena (de la que los niños generalmente carecen), dan
lugar a un circo de payasos. Los niños aplaudirán, saltarán y gritarán como
lo harían si se lo pidiese un payaso en un circo… y más o menos con el mismo
resultado evangelizador. No olvidemos que, originariamente, divertir es
sinónimo de distraer. Toda esa diversión lo que hace generalmente es
distraer a los niños de lo que realmente está sucediendo en la Misa.
Paradójicamente, pues, si se tiene éxito en el objetivo de divertir a los
niños que están en Misa, a la vez se está consiguiendo que presten atención
a todo menos a la Misa.
Con los niños, casi siempre se produce además otro resultado similar al de
los adultos: antes o después dejan de ir a Misa. Y es normal, porque ¿quién
piensa que un circo de payasos mediocres puede competir con la Play Station,
la televisión o, simplemente, jugar con los amigos? Si lo que promete la
Misa es diversión, y esa diversión es de tercera o cuarta categoría, los
niños, que no son tontos, optarán por una diversión más divertida en cuanto
puedan.
Finalmente, en el caso de los intentos de llegar a los jóvenes por esta vía,
hay que tener en cuenta algo esencial: los adolescentes son seres complejos,
que no se entienden a sí mismos. Exigen a sus padres y al mundo en general
que les den lo que quieren… pero luego resulta que, en realidad, no saben lo
que quieren. Hoy reclaman que nadie esté pendiente de ellos y mañana que
todos les presten atención. Por la mañana están alegres como golondrinas y
por la tarde sombríos y apesadumbrados como mochuelos. Esta semana, lo mejor
del mundo es la guitarra eléctrica, y la siguiente no hay nada como la caja
de percusión. El caos. La adolescencia es una época estupenda, pero como lo
que es, una época de transición, de crisis en el crecimiento, y lo que
verdaderamente necesita el adolescente es salir de sí mismo para poder
madurar.
En muchos lugares, desgraciadamente, la Iglesia ha cometido el error de
sumarse a la idolatría del adolescente propia de nuestra cultura actual.
Innumerables parroquias se han dedicado a la tarea imposible de adaptarse a
los cambiantes caprichos de los adolescentes perpetuos de nuestra época, a
las modas del momento. El resultado: liturgias adolescentes, narcisistas,
subjetivistas, perpetuamente cambiantes e incesantemente abandonadas en
búsqueda de “otra cosa” que no se sabe lo que es.
Como cualquier padre sensato con hijos adolescentes puede corroborar, lo que
nunca hay que hacer es dejar que un adolescente te arrastre a ese torbellino
en el que el centro es su yo. Si lo haces, el resultado será desastroso,
porque no hay nada menos firme que ese yo adolescente y una familia centrada
en un hijo adolescente es lo más parecido a una casa de locos. Además, el
primero que no está contento cuando consigue que su yo sea el centro de todo
es el propio adolescente, que a menudo no se soporta a sí mismo. Esto es
válido tanto para la educación como para la liturgia. El adolescente no
necesita liturgias adolescentes, sino que le ayuden a salir de sí mismo para
contemplar algo que le supera, encontrarse con la Roca firme de Jesucristo
en medio de su confusión, conocer la Tradición y la belleza de la liturgia
que trascienden inmensamente su subjetivismo y las modas del momento. Sólo
así crecerá como cristiano y la Misa no irá al cajón de las diversiones
abandonadas, como la guitarra eléctrica que no llegó a aprender a tocar, el
grupo musical del año pasado o el piercing que se hizo en secreto.
En resumen, el intento de hacer Misas divertidas, modernas, juveniles o
creativas está abocado al fracaso. La Misa no puede competir como diversión
con las diversiones. Ni tiene por qué hacerlo, porque es muchísimo más que
una diversión. Lo único que tiene sentido, en mi opinión, es esforzarse por
que las Misas sean más Misas. Eso significa que las homilías estén bien
preparadas, se basen en lo que enseña la Iglesia y sean eso, homilías (no
discursos políticamente correctos, ni vaguedades acomplejadas), es decir,
que ayuden a comprender cómo la Palabra de Dios se aplica a la vida de cada
fiel, puede transformarla y es en verdad Palabra de salvación en sus
circunstancias concretas. Que los cantos sean genuinamente cristianos, a ser
posible basados en la Escritura y la Tradición de la Iglesia. Que los
signos, que nos hablan de la liturgia celeste, estén bien preparados, sean
cuidados con amor y se expliquen a los fieles. Que la liturgia brille en
todo su esplendor, con la riqueza de las oraciones de la Iglesia, que sanan
las carencias de nuestra subjetividad y nuestra obsesión por las modas del
momento. Que el sacerdote (y esto es especialmente importante) sea
consciente de lo que hace y esté rezando mientras celebra.
Pocas cosas hay
que distraigan más de lo importante que un sacerdote que está mirando a los
fieles cuando recita la plegaria Eucarística o cuando dice cosas como “Señor
Jesucristo, que dijiste a los apóstoles…”, o que está preocupado por cómo se
organizan las colas de comunión mientras tiene en sus manos el Cuerpo de
Cristo. En fin, y otras mil cosas como éstas, pero siempre en el sentido de
revelar lo que ya hay, no de añadir algo que supuestamente le “falta” a la
Misa para ser relevante. Ya sé que todo esto decepciona un poco, porque no
es innovador, ni original, ni rebelde, ni del siglo XXI, pero creo que es lo
único que tiene sentido.
La Misa es un Misterio terrible y consolador, el centro de la historia del
universo, el santo sacrificio de la única Víctima inocente, la actualización
de la Muerte y la Resurrección del Hijo del Dios Eterno, la Pascua de
nuestra salvación, el banquete preparado por Dios para todos los hombres,
acción de gracias del pueblo de la bendición, el maná que baja del cielo
para dar vida a los hombres, la sangre que detiene al ángel vengador, la
asamblea de los santos, fuente y culmen de la vida del cristiano, la Iglesia
que resplandece vestida de novia, la proclamación de la Palabra que creó el
mundo con un simple “hágase”, prenda del cielo y medicina de inmortalidad,
milagro de los milagros, participación en la liturgia celeste, asombro de
los ángeles y confusión de los demonios, el envío hasta los confines del
mundo a proclamar el Evangelio… Sólo alguien que no está en sus cabales o
que no tiene fe intentaría convertir algo así en “divertido”.
También en relación con la Misa con Niños tenemos una seria acusación