'Varón y mujer los creó': Documento sobre la cuestión de género en educación
La Congregación para la Educación Católica ha
publicado en la mañana de este lunes, 10 de junio de 2019, el documento
“Varón y mujer los creó. Para una vía del diálogo sobre la cuestión del
gender (género) en la educación“.
Según dicha congregación, este documento presenta el objetivo de “ofrecer
algunas reflexiones que puedan orientar y apoyar a cuantos están
comprometidos con la educación de las nuevas generaciones a abordar
metódicamente las cuestiones más debatidas sobre la sexualidad humana, a la
luz de la vocación al amor a la cual toda persona es llamada”.
A continuación se expone el contenido del documento completo.
***
INTRODUCCIÓN
Se difunde cada vez más la conciencia de que estamos frente a una verdadera
y propia emergencia educativa, en particular por lo que concierne a los
temas de afectividad y sexualidad. En muchos casos han sido estructurados y
propuestos caminos educativos que « transmiten una concepción de la persona
y de la vida pretendidamente neutra, pero que en realidad reflejan una
antropología contraria a la fe y a la justa razón ». La desorientación
antropológica, que caracteriza ampliamente el clima cultural de nuestro
tiempo, ha ciertamente contribuido a desestructurar la familia, con la
tendencia a cancelar las diferencias entre el hombre y la mujer,
consideradas como simples efectos de un condicionamiento histórico-cultural.
En este contexto, la misión educativa enfrenta el desafío que « surge de
diversas formas de una ideología, genéricamente llamada gender, que “niega
la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de Esta presenta una
sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la
familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices
legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva
radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer.
La identidad humana viene determinada por una opción individualista, que
también cambia con el tiempo” ».
Es evidente que la cuestión no puede ser aislada del horizonte más amplio de
la educación al amor, la cual tiene que ofrecer, como lo señaló el Concilio
Vaticano II, « una positiva y prudente educación sexual » dentro del derecho
inalienable de todos de recibir « una educación, que responda al propio fin,
al propio carácter; al diferente sexo, y que sea conforme a la cultura y a
las tradiciones patrias, y, al mismo tiempo, esté abierta a las relaciones
fraternas con otros pueblos a fin de fomentar en la tierra la verdadera
unidad y la paz. En este sentido, la Congregación para la Educación Católica
ha ofrecido ulteriores profundizaciones en el documento: Orientaciones
educativas sobre el amor Pautas de educación sexual.
La visión antropológica cristiana ve en la sexualidad un elemento básico de
la personalidad, un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con
los demás, de sentir, de expresar y de vivir el amor humano. Por eso, es
parte integrante del desarrollo de la personalidad y de su proceso
educativo. « Verdaderamente, en el sexo radican las notas características
que constituyen a las personas como hombres y mujeres en el plano biológico,
psicológico y espiritual, teniendo así mucha parte en su evolución
individual y en su inserción en la sociedad ». En el pro- ceso de
crecimiento « esta diversidad, aneja a la complementariedad de los dos
sexos, responde cumplidamente al diseño de Dios en la vocación enderezada a
cada uno». «La educación afectivo-sexual considera la totalidad de la
persona y exige, por tanto, la integración de los elementos biológicos,
psico-afectivos, sociales y espirituales ».
La Congregación para la Educación Católica, dentro de sus competencias,
tiene la intención de ofrecer algunas reflexiones que puedan orientar y
apoyar a cuantos están comprometidos con la educación de las nuevas
generaciones a abordar metódicamente las cuestiones más debatidas sobre la
sexualidad humana, a la luz de la vocación al amor a la cual toda persona es
llamada. De esta manera se quiere promover una metodología articulada en las
tres actitudes de escuchar, razonar y proponer, que favorezcan el encuentro
con las necesidades de las personas y las comunidades. De hecho, escuchar
las necesidades del otro, así como la comprensión de las diferentes
condiciones lleva a compartir elementos racionales y a prepararse para una
educación cristiana arraigada en la fe que « todo lo ilumina con nueva luz y
manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre ».
Al emprender el camino del diálogo sobre la cuestión del gender en la
educación, es necesario tener presente la diferencia entre la ideología del
gender y las diferentes investigaciones sobre el gender llevadas a cabo por
las ciencias humanas. Mientras que la ideología pretende, como señala Papa
Francisco, « responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles » pero
busca « imponerse como un pensamiento único que determine incluso la
educación de los niños » y, por lo tanto, excluye el encuentro, no faltan
las investigaciones sobre el gender que buscan de profundizar adecuada-
mente el modo en el cual se vive en diferentes culturas la diferencia sexual
entre hombre y Es en relación con estas investigaciones que es posible
abrirse a escuchar, razonar y proponer.
Por lo tanto, la Congregación para la Educación Católica encomienda este
texto – especialmente en los contextos implicados por este fenómeno – a
quienes se preocupan de corazón por la educación, en particular a las
comunidades educativas de las escuelas católicas y a cuantos, animados por
la visión cristiana de la vida, trabajan en otras escuelas, a los padres,
alumnos, directivos y personal, así como a los Obispos, sacerdotes,
religiosas y religiosos, movimientos eclesiales, asociaciones de fieles y
otras organizaciones del sector.
ESCUCHAR
Breve historia
La primera actitud de quien desea entrar en diálogo es escuchar. Se trata,
antes que nada, de escuchar y comprender lo que ha sucedido en las últimas
décadas. El advenimiento del siglo XX, con sus visiones antro- pológicas,
trae consigo las primeras concepciones del gender, por un lado basadas en
una lectura puramente sociológica de la diferenciación sexual y por el otro
con un énfasis en las libertades individuales. De hecho, a mediados de
siglo, nace una línea de estudios que insistía en acentuar el
condicionamiento externo y sus influencias en las determinaciones per
Aplicados a la sexualidad, estos estudios querían mostrar cómo la identidad
sexual tenía más que ver con una construcción social que con una realidad
natural o biológica.
Estos enfoques convergen en negar la existencia de un don originario que nos
precede y es constitutivo de nuestra identidad personal, formando la base
necesaria de nuestras En las relaciones inter- personales, lo que importa
sería solamente el afecto entre los individuos, independientemente de la
diferencia sexual y la procreación, considera- das irrelevantes en la
construcción de la familia. Se pasa de un modelo institucional de familia –
que tiene una estructura y una finalidad que no dependen de las preferencias
subjetivas individuales de los cónyuges – a una visión puramente
contractualista y voluntarista.
Con el tiempo, las teorías del gender han ampliado el campo de su
aplicación. A principios de los años noventa del siglo pasado, se fueron
concentrando en la posibilidad de los individuos de autodeterminar sus
propias inclinaciones sexuales sin tener en cuenta la reciprocidad y la
complementariedad de la relación hombre-mujer, así como la finalidad
procreativa de la sexualidad. Además, incluso se llega a teorizar una
separación radical entre género (gender) y sexo (sex), con la prioridad del
primero sobre el Éste logro es visto como una etapa importante en el
progreso de la humanidad, en la cual se « presenta una sociedad sin
diferencias de sexo ».
En este contexto cultural se comprende que sexo y género han dejado de ser
sinónimos, es decir, conceptos intercambiables, ya que describen dos
entidades El sexo define la pertenencia a una de las dos categorías
biológicas que derivan de la díada originaria, femenina y masculina. El
género, en cambio, es el modo en el cual se vive en cada cultura la
diferencia entre los dos sexos. El problema no está en la distinción en sí,
que podría ser interpretada rectamente, sino en una separación entre sexo y
gender. De esta separación surge la distinción entre diferentes
“orientaciones sexuales” que no están definidas por la diferencia sexual
entre hombre y mujer, sino que pueden tomar otras formas, determinadas
únicamente por el individuo radicalmente autónomo. Asimismo, el mismo
concepto de gender va a depender de la actitud subjetiva de la persona, que
puede elegir un género que no corresponde con su sexualidad biológica y, de
consecuencia, con la forma en que lo consideran los demás (transgender).
En una creciente contraposición entre naturaleza y cultura, las pro- puestas
de género convergen en el queer, es decir, en una dimensión fluida,
flexible, nómada al punto de defender la emancipación completa del individuo
de cada definición sexual dada a priori, con la consiguiente des- aparición
de las clasificaciones consideradas rígidas. Se deja así el espacio a
diversos matices, variables por grado e intensidad en el contexto tanto de
la orientación sexual como de la identificación del propio género.
La dualidad de la pareja entra también en conflicto con los “poliamoríos”
que incluyen a más de dos Por lo tanto, se observa que la duración del
vínculo – y su naturaleza vinculante – se estructura como una variable de
acuerdo con el deseo contingente de las personas, con consecuencias en el
nivel de compartir responsabilidades y obligaciones inherentes a la
maternidad y la paternidad. Toda esta gama de relaciones se convierte en
“parentesco” (kinships), basada en el deseo o el afecto, a menudo
caracterizada por un tiempo determinado, éticamente flexible o incluso
consensuada sin planificación alguna. Lo que vale es la absoluta libertad de
autodeterminación y la elección circunstancial de cada individuo en el
contexto de cualquier relación emocional.
De esta manera, se apela al reconocimiento público de la libertad de
elección del género y la pluralidad de uniones en oposición al matrimonio
entre hombre y mujer, considerado una herencia del patrimonio Por lo tanto,
se quisiera que cada individuo pudiera elegir su propia condición y que la
sociedad se limite a garantizar tal derecho, también mediante un apoyo
material, de lo contrario, nacerían formas de discriminación social contra
las minorías. La reivindicación de dichos derechos ha entrado en el debate
político de hoy día, obteniendo aceptación en algunos documentos
internacionales e integrándose en algunas legislaciones nacionales.
Puntos de encuentro
En el contexto de las investigaciones sobre el gender, emergen, to- davía,
algunos posibles puntos de encuentro para crecer en la mutua comprensión. De
hecho, a menudo los proyectos educativos tienen la necesidad, compartida y
apreciable, de luchar contra cualquier expresión de injusta discriminación.
Persiguen una acción pedagógica, sobre todo con el reconocimiento de los
retrasos y las Ciertamente no se puede negar que a lo largo de los siglos se
han asomado formas de injusta subordinación, que tristemente han marcado la
historia y han influido también al interior de la Iglesia. Esto ha dado
lugar a rigidez y fijeza que demoraron la necesaria y progresiva
inculturación del mensaje genuino con el que Jesús proclamó igual dignidad
entre el hombre y la mujer, dando lugar a acusaciones de un cierto machismo
más o menos disfrazado de motivaciones religiosas.
Un punto de encuentro es la educación de niños y jóvenes a respetar a cada
persona en su particular y diferente condición, de modo que nadie, debido a
sus condiciones personales (discapacidad, origen, religión, tendencias
afectivas, ) pueda convertirse en objeto de acoso, violencia, insultos y
discriminación injusta. Se trata de una educación a la ciudadanía activa y
responsable, en la que todas las expresiones legítimas de la persona se
acogen con respeto.
Otro punto de crecimiento en la comprensión antropológica son los valores de
la feminidad que se han destacado en la reflexión del gender. En la mujer,
por ejemplo, la « capacidad de acogida del otro » favorece una lectura más
realista y madura de las situaciones contingentes, desarrollan- do « el
sentido y el respeto por lo concreto, que se opone a abstracciones a menudo
letales para la existencia de los individuos y la sociedad». Se trata de una
aportación que enriquece las relaciones humanas y los valores del espíritu
«a partir de las relaciones cotidianas entre las personas». Por esta razón,
la sociedad está en gran parte en deuda con las mujeres que están «
comprometidas en los más diversos sectores de la actividad educativa, fuera
de la familia: guarderías, escuelas, universidades, instituciones
asistenciales, parroquias, asociaciones y movimientos ».
La mujer es capaz de entender la realidad en modo único: sabiendo cómo
resistir ante la adversidad, haciendo « la vida todavía posible incluso en
situaciones extremas» y conservando « un tenaz sentido del futuro ».De
hecho, no es una coincidencia que «donde se da la exigencia de un trabajo
formativo se puede constatar la inmensa disponibilidad de las mujeres a
dedicarse a las relaciones humanas, especialmente en favor de los más
débiles e indefensos. En este cometido manifiestan una forma de maternidad
afectiva, cultural y espiritual, de un valor verdaderamente inestimable, por
la influencia que tiene en el desarrollo de la persona y en el futuro de la
sociedad. ¿Cómo no recordar aquí el testimonio de tantas mujeres católicas y
de tantas Congregaciones religiosas femeninas que, en los diversos
continentes, han hecho de la educación, especialmente de los niños y de las
niñas, su principal servicio?».
Crítica
Sin embargo, hay algunos puntos críticos que se presentan en la vida real.
Las teorías del gender indican – especialmente las más radicales – un
proceso progresivo de desnaturalización o alejamiento de la naturaleza hacia
una opción total para la decisión del sujeto emocional. Con esta actitud, la
identidad sexual y la familia se convierten en dimensiones de la “liquidez”
y la “fluidez” posmodernas: fundadas solo sobre una mal entendida libertad
del sentir y del querer, más que en la verdad del ser; en el deseo
momentáneo del impulso emocional y en la voluntad individual.
Las presuposiciones de estas teorías son atribuibles a un dualismo
antropológico: a la separación entre cuerpo reducido y materia inerte y
voluntad que se vuelve absoluta, manipulando el cuerpo como le plazca. Este
fisicismo y voluntarismo dan origen al relativismo, donde todo es
equivalente e indiferenciado, sin orden y sin finalidad. Todas estas
teorizaciones, desde las más moderadas hasta las más radicales, creen que el
gender (género) termina siendo más importante que el sex (sexo). Esto
determina, en primer lugar, una revolución cultural e ideológica en el
horizonte relativista y, en segundo lugar, una revolución jurídica, porque
estos casos promueven derechos individuales y sociales específicos.
En realidad, sucede que la defensa de diferentes identidades a me- nudo sea
perseguida afirmando que son perfectamente indiferentes entre sí y, por lo
tanto, negándolas en su relevancia. Esto asume una particular importancia
según en términos de diferencia sexual: a menudo, de hecho, el concepto
genérico de “no discriminación” oculta una ideología que niega la diferencia
y la reciprocidad natural del hombre y la « En vez de combatir las
interpretaciones negativas de la diferencia sexual, que mortifican su
valencia irreductible para la dignidad humana, se quiere cancelar, de hecho,
esta d iferencia, proponiendo técnicas y prácticas que hacen que sea
irrelevante para el desarrollo de la persona y de las relaciones humanas.
Pero la utopía de lo “neutro” elimina, al mismo tiempo, tanto la dignidad
humana de la constitución sexualmente diferente como la cualidad personal de
la transmisión generativa de la vida ». Se vacía – de esta manera – la base
antropológica de la familia.
Esta ideología induce proyectos educativos y pautas legislativas que
promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente
libres de la diferencia biológica entre el hombre y la La identidad hu- mana
se entrega a una opción individualista, también cambiante con el tiempo, una
expresión de la forma de pensar y actuar, muy difundida en la actualidad,
que confunde « la genuina libertad con la idea de que cada uno juzga como le
parece, como si más allá de los individuos no hubiera verdades, valores,
principios que nos orienten, como si todo fuera igual y cualquier cosa
debiera permitirse ».
El Concilio Vaticano II, al cuestionarse sobre lo que la Iglesia piensa de
la persona humana, afirma que «en la unidad de cuerpo y alma, el hombre, por
su misma condición corporal, es una síntesis del universo material, el cual
alcanza por medio del hombre su más alta cima y alza la voz para la libre
alabanza del Creador». Por esta dignidad, «no se equivoca el hombre al
afirmar su superioridad sobre el universo material y al no considerarse ya
como partícula de la naturaleza o como elemento anónimo de la ciudad humana
». Por lo tanto, «no ha de confundirse orden de la naturaleza con orden
biológico ni identificar lo que esas expresiones designan. El orden
biológico es orden de la naturaleza en la medida en que este es accesible a
los métodos empíricos y descriptivos de las ciencias naturales; pero, en
cuanto orden específico de la existencia, por estar relacionado
manifiestamente con la Causa primera, con Dios Creador, el de la naturaleza
ya no es un orden biológico ».
RAZONAR
Argumentos racionales
Escuchar el perfil histórico, de los puntos de encuentro y las cuestiones
críticas en la cuestión de gender lleva a consideraciones a la luz de la
razón. De hecho, hay argumentos racionales que aclaran la centralidad del
cuerpo como un elemento integral de la identidad personal y las relaciones
familiares. El cuerpo es la subjetividad que comunica la identidad del En
este sentido, se entienden los datos de las ciencias biológicas y médicas,
según los cuales el “dimorfismo sexual” (es decir, la diferencia sexual
entre hombres y mujeres) está probado por las ciencias, como por ejemplo, la
genética, la endocrinología y la neurología. Desde un punto de vista
genético, las células del hombre (que contienen los cromosomas XY) son
diferentes a las de las mujeres (cuyo equivalente es XX) desde la
concepción. Por lo demás, en el caso de la indeterminación sexual, es la
medicina la que interviene para una terapia. En estas situaciones
específicas, no son los padres ni mucho menos la sociedad quienes pueden
hacer una elección arbitraria, sino que es la ciencia médica la que
interviene con fines terapéuticos, operando de la manera menos invasiva
sobre la base de parámetros objetivos para explicar la identidad
constitutiva.
El proceso de identificación se ve obstaculizado por la construcción
ficticia de un “género” o “tercer género”. De esta manera, la sexualidad se
oscurece como una calificación estructurante de la identidad masculina y
femenina. El intento de superar la diferencia constitutiva del hombre y la
mujer, como sucede en la intersexualidad o en el transgender, conduce a una
ambigüedad masculina y femenina, que presupone de manera contradictoria
aquella diferencia sexual que se pretende negar o superar. Al final, esta
oscilación entre lo masculino y lo femenino se convierte en una exposición
solamente “provocativa” contra los llamados “esquemas tradicionales” que no
tienen en cuenta el sufrimiento de quienes viven en una condición Tal
concepción busca aniquilar la naturaleza (todo lo que hemos recibido como
fundamento previo de nuestro ser y de todas nuestras acciones en el mundo),
mientras que lo reafirmamos implícitamente.
El análisis filosófico muestra también cómo la diferencia sexual
masculino/femenino sea constitutiva de la identidad humana. En las
filosofías greco-latinas, la esencia se pone como un elemento trascendente
que re- compone y armoniza la diferencia entre lo femenino y lo masculino en
la singularidad de la persona humana. En la tradición
hermenéutica-fenomenológica, tanto la distinción como la complementariedad
sexual se interpretan en una clave simbólica y metafórica. La diferencia
sexual constituye, en la relación, la identidad personal ya sea horizontal
(diádica: hombre-mujer) o vertical (triádica: hombre-mujer-Dios), tanto en
el contexto de la relación interpersonal entre hombre y mujer (yo/tu) que
dentro de la relación familiar (tu/yo/nosotros).
La formación de la identidad se basa precisamente en la alteridad: en la
confrontación inmediata con el “tú” diferente de mí, reconozco la esencia de
mi “yo”. La diferencia es la condición de la cognición en general y del
conocimiento de la identidad. En la familia, la comparación con la madre y
el padre facilita al niño la elaboración de su propia identidad/ diferencia
sexual. Las teorías psicoanalíticas muestran el valor tripolar de la
relación padre/hijo, afirmando que la identidad sexual emerge completamente
solo en la comparación sinérgica de la diferenciación.
La complementariedad fisiológica, basada en la diferencia sexual, asegura
las condiciones necesarias para la procreación. En cambio, el recurso a las
tecnologías reproductivas puede consentir la generación a una persona,
pareja de una pareja del mismo sexo, con “fertilización in vitro” y
maternidad subrogada: pero el uso de tecnología no es equivalente a la
concepción natural, porque implica manipulación de embriones humanos,
fragmentación de la paternidad, instrumentalización y/o mercantilización del
cuerpo humano, así como reducción del ser humano a objeto de una tecnología
científica.
Por lo que concierne en particular al sector escolar, es propio en la
naturaleza de la educación la capacidad de construir las bases para un
diálogo pacífico y permitir un encuentro fructífero entre las personas y las
ideas. Además, la perspectiva de una extensión de la razón a la dimensión
trascendente parece no secundaria. El diálogo entre fe y razón « si no
quiere reducirse a un estéril ejercicio intelectual, debe partir de la
actual situación concreta del hombre, y desarrollar sobre ella una reflexión
que recoja su verdad ontológico-metafísica ». En esta dimensión se coloca la
misión evangelizadora de la Iglesia sobre el hombre y la familia.
PROPONER
Antropologia cristiana
La Iglesia, madre y maestra, no solo escucha, sino que, fortalecida por su
misión original, se abre a la razón y se pone al servicio de la comunidad
humana, ofreciendo sus Es evidente que sin una aclaración satisfactoria de
la antropología sobre la cual se base el significado de la sexualidad y la
afectividad, no es posible estructurar correctamente un camino educativo que
sea coherente con la naturaleza del hombre como persona, con el fin de
orientarlo hacia la plena actuación de su identidad sexual en el contexto de
la vocación al don de sí mismo. Y el primer paso en esta aclaración
antropológica consiste en reconocer que « también el hombre posee una
naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo ». Este
es el núcleo de esa ecología del hombre que se mueve desde el «
reconocimiento de la dignidad peculiar del ser humano » y desde la necesaria
relación de su vida « con la ley moral escrita en su propia naturaleza ».
La antropología cristiana tiene sus raíces en la narración de los orígenes
tal como aparece en el Libro del Génesis, donde está escrito que« Dios creó
al hombre a su imagen […], varón y mujer los creó» (Gen 1, 27). En estas
palabras, existe el núcleo no solo de la creación, sino también de la
relación vivificante entre el hombre y la mujer, que los pone en una unión
íntima con Dios. El sí mismo y el otro de sí mismo se completan de acuerdo
con sus específicas identidades y se encuentran en aquello que constituye
una dinámica de reciprocidad, sostenida y derivada del Creador.
Las palabras bíblicas revelan el sapiente diseño del Creador que « ha
asignado al hombre como tarea el cuerpo, su masculinidad y feminidad; y que
en la masculinidad y feminidad le ha asignado, en cierto sentido, como tarea
su humanidad, la dignidad de la persona, y también el signo transparente de
la “comunión” interpersonal, en la que el hombre se realiza a sí mismo a
través del auténtico don de sí ». Por lo tanto, la naturaleza humana, para
superar cualquier fisicismo o naturalismo, debe entenderse a la luz de la
unidad del alma y el cuerpo, « en la unidad de sus inclinaciones de orden
espiritual y biológico, así como de todas las demás características
específicas, necesarias para alcanzar su fin ».
En esta « totalidad unificada » se integran la dimensión vertical de la
comunión con Dios y la dimensión horizontal de la comunión interpersonal, a
la que son llamados el hombre y la La identidad personal madura
auténticamente en el momento en que está abierta a los demás, precisamente
porque « en la configuración del propio modo de ser, feme- nino o masculino,
no confluyen sólo factores biológicos o genéticos, sino múltiples elementos
que tienen que ver con el temperamento, la historia familiar, la cultura,
las experiencias vividas, la formación recibida, las in- fluencias de
amigos, familiares y personas admiradas, y otras circunstancias concretas
que exigen un esfuerzo de adaptación ». De hecho, « para la persona humana
es esencial el hecho de que llega a ser ella misma sólo a partir del otro,
el “yo” llega a ser él mismo sólo a partir del “tú” y del “vosotros”; está
creado para el diálogo, para la comunión sincrónica y diacrónica. Y sólo el
encuentro con el “tú” y con el “nosotros” abre el “yo” a sí mismo ».
Es necesario reiterar la raíz metafísica de la diferencia sexual: de hecho,
hombre y mujer son las dos formas en que se expresa y se realiza la realidad
ontológica de la persona Esta es la respuesta antropológica a la negación de
la dualidad masculina y femenina a partir de la cual se genera la familia.
El rechazo de esta dualidad no solo borra la visión de la creación, sino que
delinea una persona abstracta « que después elije para sí mismo,
autónomamente, una u otra cosa como naturaleza suya. Se niega a hombres y
mujeres su exigencia creacional de ser formas de la persona humana que se
integran mutuamente. Ahora bien, si no existe la dualidad de hombre y mujer
como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia como realidad
preestablecida por la creación. Pero, en este caso, también la prole ha
perdido el puesto que hasta ahora le correspondía y la particular dignidad
que le es propia ».
En esta perspectiva, educar a la sexualidad y a la afectividad significa
aprender « con perseverancia y coherencia lo que es el significado del
cuerpo» en toda la verdad original de la masculinidad y la feminidad;
significa « aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus
significados […]. También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o
masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el
diferente […], y enriquecerse recíprocamente ».Por lo tanto, a la luz de una
ecología plenamente humana e integral, la mujer y el hombre reconocen el
significado de la sexualidad y la genitalidad en aquella intrínseca
intencionalidad relacional y comunicativa que atraviesa su corporeidad y los
envía mutuamente el uno hacia el otro.
La familia
La familia es el lugar natural en donde esta relación de reciprocidad y
comunión entre el hombre y la mujer encuentra su plena actuación. En ella,
el hombre y la mujer unidos en la elección libre y consciente del pacto de
amor conyugal, realizan « una totalidad en la que entran todos los elementos
de la persona: reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y
de la afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad». La familia es
« una realidad antropológica, y, en consecuencia, una realidad social, de
cultura » de lo contrario « calificarla con conceptos de naturaleza
ideológica, que tienen fuerza sólo en un momento de la historia y después
decaen » significa traicionar su La familia, como sociedad natural en la que
se realizan plenamente la reciprocidad y la complementariedad entre el
hombre y la mujer, precede al mismo orden sociopolítico del Estado, cuya
libre actividad legislativa debe tenerlo en cuenta y darle el justo
reconocimiento.
Es racionalmente comprensible que en la naturaleza misma de la familia se
fundan dos derechos fundamentales que siempre deben ser respaldados y El
primero es el derecho de la familia a ser reconocida como el principal
espacio pedagógico primario para la formación del niño. Este« derecho
primario » después se traduce concretamente en la « obligación gravísima »
de los padres de hacerse responsables de la« educación íntegra personal y
social de los hijos », también en lo que respecta a su educación sobre la
identidad sexual y la afectividad, « en el marco de una educación para el
amor, para la donación mutua ». Es un derecho-deber educativo que « se
califica como esencial, relacionado como está con la transmisión de la vida
humana; como original y primario, respecto al deber educativo de los demás,
por la unicidad de la relación de amor que subsiste entre padres e hijos;
como insustituible e inalienable y que, por consiguiente, no puede ser
totalmente delegado o usurpado por otros ».
Otro derecho no secundario es el del niño « a crecer en una familia, con un
padre y una madre capaces de crear un ambiente idóneo para su desarrollo y
su madurez afectiva. Seguir madurando en relación, en confrontación, con lo
que es la masculinidad y la feminidad de un padre y una madre, y así armando
su madurez afectiva ». Y es dentro del mismo núcleo familiar que el niño
puede ser educado para reconocer el valor y la belleza de la diferencia
sexual, de la igualdad, de la reciprocidad biológica, funcional, psicológica
y social. « Ante una cultura que “banaliza” en gran parte la sexualidad
humana, […], el servicio educativo de los padres debe basarse sobre una
cultura sexual que sea verdadera y plenamente personal. En efecto, la
sexualidad es una riqueza de toda la persona – cuerpo, sentimiento y
espíritu – y manifiesta su significado íntimo al llevar la persona hacia el
don de sí misma en el amor ». Estos derechos se acompañan naturalmente a
todos los demás derechos fundamentales de la persona, en particular a aquel
de la libertad de pensamiento, conciencia y religión. En estos espacios se
pueden hacer nacer experiencias fructíferas de colaboración entre todos los
sujetos involucradas en la educación.
La escuela
A la acción educativa de la familia se une la de la escuela, que interactúa
de manera Fortalecida por su fundación evangélica, « la escuela católica se
configura como escuela para la persona y de las personas. “La persona de
cada uno, en sus necesidades materiales y espirituales, es el centro del
magisterio de Jesús: por esto el fin de la escuela católica es la promoción
de la persona humana”. Tal afirmación, poniendo en evidencia la relación del
hombre con Cristo, recuerda que en su persona se encuentra la plenitud de la
verdad sobre el hombre. Por esto, la escuela católica, empeñándose en
promover al hombre integral, lo hace, obedeciendo a la solicitud de la
Iglesia, consciente de que todos los valores humanos encuentran su plena
realización y, también su unidad, en Cristo. Este conocimiento manifiesta
que la persona ocupa el centro en el pro- yecto educativo de la escuela
católica».
La escuela católica debe convertirse en una comunidad educativa en la que la
persona se exprese y crezca humanamente en un proceso de relación dialógica,
interactuando de manera constructiva, ejercitando la tolerancia,
comprendiendo los diferentes puntos de vista y creando con- fianza en un
ambiente de auténtica armonía. Se establece así la verdadera «comunidad
educativa, espacio agápico de las diferencias. La escuela-comunidad es lugar
de intercambio, promueve la participación, dialoga con la familia, que es la
primera comunidad a la que pertenecen los alumnos; todo ello respetando su
cultura y poniéndose en actitud profunda de escuchar respecto a las
necesidades que le salen al paso y a las expectativas de que es destinataria
». De esta manera, las niñas y los niños son acompañados por una comunidad
que « los estimula a superar el individualismo y a descubrir, a la luz de la
fe, que están llamados a vivir, de una manera responsable, una vocación
específica en un contexto de solidaridad con los demás hombres. La trama
misma de la humana existencia los invita, en cuanto cristianos, a
comprometerse en el servicio de Dios en favor de los propios hermanos y a
transformar el mundo para que venga a ser una digna morada de los hombres ».
Asimismo los educadores cristianos que viven su vocación en las es- cuelas
no católicas dan testimonio de la verdad sobre la persona humana y están al
servicio de su promoción. De hecho, « la formación integral del hombre como
finalidad de la educación, incluye el desarrollo de todas las facultades
humanas del educando, su preparación para la vida profesional, la formación
de su sentido ético y social, su apertura a la trascendencia y su educación
religiosa ». El testimonio personal, unido con la profesionalidad,
contribuye al logro de estos
La educación a la afectividad necesita un lenguaje adecuado y En primer
lugar, debe tener en cuenta que los niños y los jóvenes aún no han alcanzado
la plena madurez y empiezan a descubrir la vida con interés. Por lo tanto,
es necesario ayudar a los estudiantes a desarrollar «un sentido crítico ante
una invasión de propuestas, ante la pornografía descontrolada y la
sobrecarga de estímulos que pueden mutilar la sexualidad ». Ante un
bombardeo de mensajes ambiguos y vagos – cuyo final es una desorientación
emocional y el impedimento de la madurez psico-relacional – « ayudarles a
reconocer y a buscar las influencias positivas, al mismo tiempo que toman
distancia de todo lo que desfigura su capacidad de amar ».
La sociedad
En el proceso educativo no puede faltar una visión unificada sobre la
sociedad actual. La transformación de las relaciones interpersonales y
sociales«ha ondeado con frecuencia la “bandera de la libertad”, pero en
realidad ha traído devastación espiritual y material a innumerables seres
humanos, especialmente a los más vulnerables. Es cada vez más evidente que
la decadencia de la cultura del matrimonio está asociada a un aumento de
pobreza y a una serie de numerosos otros problemas sociales que azotan de
forma desproporcionada a las mujeres, los niños y los ancianos. Y son
siempre ellos quienes sufren más en esta crisis ».
Por estas razones, no se puede dejar a la familia sola frente al desafío Por
su parte, la Iglesia continúa ofreciendo apoyo a las familias y a los
jóvenes en las comunidades abiertas y acogedoras. Las escuelas y las
comunidades locales, en particular, están llamadas a llevar a cabo una gran
misión, si bien no reemplacen a los padres, puesto que son complementarias
de ellos. La importante urgencia del desafío educativo puede hoy constituir
un fuerte estímulo para reconstruir la alianza educativa entre la familia,
la escuela y la sociedad.
Como ampliamente se reconoce, este pacto educativo ha entrado en crisis. Es
urgente promover una alianza sustancial y no burocrática, que armonice, en
el proyecto compartido de « una positiva y prudente educación sexual », la
responsabilidad primordial de los padres con la tarea de los maestros. Se
deben crear las condiciones para un encuentro constructivo entre los
distintos sujetos a fin de establecer un clima de transparencia,
interactuando y manteniéndose constantemente informa- dos sobre las
actividades para facilitar la participación y evitar tensiones innecesarias
que puedan surgir a causa de malentendidos debido a la falta de claridad,
información y competencia.
En el marco de esta alianza, las acciones educativas deben ser informadas
del principio de subsidiariedad. « Porque cualquier otro colaborador en el
proceso educativo debe actuar en nombre de los padres, con su con-
sentimiento y, en cierto modo, incluso por encargo suyo ». Procediendo
juntos, la familia, la escuela y la sociedad pueden articular caminos de
educación a la afectividad y la sexualidad dirigidos a respetar el cuerpo de
los demás y respetar los tiempos de su propia maduración sexual y emocional,
teniendo en cuenta las especificidades fisiológicas y psicológicas, así como
las fases de crecimiento y maduración neurocognitiva de niñas y niños para
acompañarlos en su crecimiento de manera saludable y responsable.
La formación de los formadores
Con gran responsabilidad, todos los formadores están llamados a la
realización real del proyecto pedagógico. Su personalidad madura, su
preparación y equilibrio psíquico influyen fuertemente sobre los educan-
dos. Por lo tanto, es importante tener en cuenta su formación, además de los
aspectos profesionales, también aquellos culturales y espirituales. La
educación de la persona, especialmente en la era evolutiva, requiere un
cuidado particular y una actualización constante. No se trata solamente de
una simple repetición de argumentos disciplinarios. Se espera que los
educadores sepan «acompañar a los alumnos hacia objetivos elevados y
desafiantes, demostrar elevadas expectativas hacia ellos, participar y
relacionar a los estudiantes entre de ellos y con el mundo ».
La responsabilidad de los dirigentes, el personal docente y el personal
escolástico es aquella de garantizar un servicio coherente con los
principios cristianos que constituyen la identidad del proyecto educativo,
así como interpretar los desafíos contemporáneos a través de un testimonio
diario de comprensión, objetividad y prudencia. De hecho, es común- mente
compartido que « el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan
testimonio que a los que enseñan, […] o si escuchan a los que enseñan, es
porque dan testimonio ». La autoridad del educador, por lo tanto, se
configura como la confluencia concreta « de una formación general, fundada
en una concepción positiva y constructiva de la vida, y en el esfuerzo
constante por realizarla. Una tal formación rebasa la necesaria preparación
profesional y penetra los aspectos más íntimos de la personalidad, incluso
el religioso y espiritual».
La formación de formadores – cristianamente inspirada – tiene como objetivo
tanto la persona del solo maestro como la construcción y consolidación de
una comunidad educativa a través de un ventajoso intercambio educativo,
emocional y personal. De esta manera se genera una relación activa entre los
educadores donde el crecimiento personal integral enriquece aquella
profesional, viviendo la enseñanza como un servicio de humanización. Por lo
tanto, es necesario que los maestros católicos reciban una preparación
adecuada sobre el contenido de los diferentes aspectos de la cuestión del
gender y sean informados sobre las leyes vigentes y las propuestas que se
están discutiendo en sus propios países con la ayuda de personas calificadas
de manera equilibrada y en nombre del diálogo. Las instituciones
universitarias y los centros de investigación están llamados a ofrecer su
contribución específica para garantizar una capacitación adecuada y
actualizada durante toda su vida.
Con referencia a la tarea específica de la educación a el amor humano–
«teniendo en cuenta el progreso de la psicología, de la pedagogía y de la
didáctica» – se requiere a los formadores « una preparación psico-pedagógica
adaptada y seria, que le permita captar situaciones particulares que
requieren una especial solicitud ». Por lo tanto, « se impone un
conocimiento claro de la situación, porque el método utilizado no sólo
condiciona grandemente el resultado de esta delicada educación, sino también
la colaboración entre los diversos responsables».
Hoy en día, muchas legislaciones reconocen la autonomía y la libertad de
enseñanza. En este contexto, las escuelas tienen la oportunidad de colaborar
con las instituciones católicas de educación superior para profundizar los
diversos aspectos de la educación sexual a fin de obtener subvenciones,
guías pedagógicas y manuales educativos establecidos en la « visión
cristiana del hombre ». En este sentido, tanto los pedagogos como los
docentes, así como los expertos en literatura infantil y juvenil pueden
contribuir a ofrecer herramientas innovadoras y creativas para consolidar la
educación integral de la persona desde la primera infancia frente a visiones
parciales y distorsionadas. A la luz de un pacto educativo renovado, la
cooperación entre todos los responsables – a nivel local, nacional e
internacional – no puede agotarse únicamente mediante el intercambio de
ideas y el intercambio exitoso de buenas prácticas, sino que se ofrece como
un medio importante de formación permanente de los propios
CONCLUSIÓN
En conclusión, el camino del diálogo – que escucha, razona y propone– parece
ser el camino más efectivo para una transformación positiva de las
inquietudes e incomprensiones en un recurso para el desarrollo de un entorno
relacional más abierto y humano. Por el contrario, el enfoque ideológico a
las delicadas cuestiones de género, al tiempo que declara respeto por la
diversidad, corre el riesgo de considerar las diferencias mismas de forma
estática, dejándolas aisladas e impermeables entre sí.
La propuesta educativa cristiana enriquece el diálogo por la finalidad de «
conseguir la realización del hombre a través del desarrollo de todo su ser,
espíritu encarnado, y de los dones de naturaleza y gracia de que ha sido
enriquecido por Dios ». Esto requiere un sentido y acogedor acerca- miento
hacia el otro comprendiéndose como un antídoto natural contra “la cultura
del descarte” y el De esta manera, se promueve « una dignidad originaria de
todo hombre y mujer irreprimibile, indisponible a cualquier poder o
ideología ».
Más allá de cualquier reduccionismo ideológico o relativismo uniformador,
las educadoras y educadores católicos – en su adecuación a la identidad
recibida de su inspiración evangélica – están llamados a transformar
positivamente los desafíos actuales en oportunidades, siguiendo los senderos
de la escucha, de la razón y la propuesta cristiana, así como a dar
testimonio, con las modalidades de la propia presencia, con coherencia entre
las palabras y la vida. Los formadores tienen la fascinante misión educativa
de « enseñar un camino en torno a las diversas expresiones del amor, al
cuidado mutuo, a la ternura respetuosa, a la comunicación rica de sentido.
Porque todo eso prepara un don de sí íntegro y generoso que se expresará,
luego de un compromiso público, en la entrega de los cuerpos. La unión
sexual en el matrimonio aparecerá así como signo de un compromiso
totalizante, enriquecido por todo el camino previo ».
Esta cultura de diálogo no contradice la legítima aspiración de las es-
cuelas católicas de mantener su propia visión de la sexualidad humana en
función de la libertad de las familias para poder basar la educación de sus
hijos en una antropología integral, capaz de armonizar todas las dimensiones
que constituyen su identidad física, psíquica y espiritual. Un Estado
democrático no puede, de hecho, reducir la propuesta educativa a un solo
pensamiento, especialmente en un asunto tan delicado que toca la visión
fundamental de la naturaleza humana y el derecho natural de los padres a
tener una opción de educación libre, siempre de acuerdo con la dignidad de
la persona humana. Por lo tanto, cada institución escolar debe estar
equipada con herramientas organizativas y programas didácticos que hagan que
este derecho de los padres sea real y De esta manera, la propuesta
pedagógica cristiana se concretiza en una respuesta sólida a las
antropologías de la fragmentación y de lo provisional.
Los centros educativos católicos que ofrecen programas de formación afectiva
y sexual deben tener en cuenta las diferentes edades de los alumnos, así
como dar ayuda en el pleno respeto a cada persona. Esto se puede lograr a
través de un camino de acompañamiento discreto y confidencial, con el que
también se acoge a quien se encuentran viviendo una situación compleja y
dolorosa. La escuela debe, por lo tanto, proponerse como un ambiente de
confianza, abierto y sereno, especialmente en aquellos casos que requieren
tiempo y discernimiento. Es importante crear las condiciones para una
escucha paciente y comprensiva, lejos de las discriminaciones.
Consciente de la solicitud educativa y del trabajo diario que realizan las
personas empeñadas en la escuela y en los diversos contextos de la actividad
pedagógica formal e informal, la Congregación para la Educación Católica
alienta a continuar con la misión formativa de las nuevas generaciones,
especialmente de quien sufre la pobreza en sus diversas expresiones y
necesita del amor de los educadores y las educadoras, de modo que « los
jóvenes no solo sean amados, sino que también sepan que son amados» (San
Juan Bosco). Este Dicasterio también expresa gratitud agradecida y, con las
palabras de Papa Francisco, alienta a « los maestros cristianos, que
trabajan tanto en escuelas católicas como públicas, […] a estimular en los
alumnos la apertura al otro como rostro, como persona, como hermano y
hermana por conocer y respetar, con su historia, con sus méritos y defectos,
riquezas y límites. La apuesta es la de cooperar en la formación de chicos
abiertos e interesados en la realidad que los rodea, capaces de tener
atención y ternura ».
Ciudad del Vaticano, 2 de febrero de 2019, Fiesta de la Presentación del
Señor.
Giuseppe Card. Versaldi
Prefecto
Arciv. Angelo Vincenzo Zani
Secretario
publicado JUNIO 10, 2019