PARA EL «ASOMBRO EUCARÍSTICO» DESDE LOS PREFACIOS DE LA COLLECTIO MISSARUM DE BEATA MARIA VIRGINE
Dr.
Antonio C. Molinero Espadas*
1. INTRODUCCIÓN**
Con el presente trabajo queremos ofrecer un material que puede servir «para tomar conciencia del tesoro incomparable que Cristo ha confiado a su Iglesia. [Y que así] sea estímulo para celebrar la Eucaristía con mayor vitalidad y fervor, y que ello se traduzca en una vida cristiana transformada por el amor»[1] .
Para ello, tomando como base una serie de inspiraciones que
encontramos en las enseñanzas de Juan Pablo II en la Encíclica
Ecclesia de Eucharistia
(= EE)[2]
Y
en las Cartas Apostólicas
Spiritus et Sponsa
(=
SS)
Y
Mane nobiscum Domine
(=
MnD),
buscamos iluminar,
desde los prefacios de la
Collectio Missarum de Beata
Maria Virgine
(=
CMBVM)[3],
las «líneas de espiritualidad
eucarística»
que nos ofrece, en los
números 20-31. el documento de la Congregación para el Culto Divino y la
Disciplina de los Sacramentos llamado
Año de la Eucaristía.
Sugerencias y Propuestas[4]
(= SyP).
I.1. Las «inspiraciones» de Juan Pablo II
Cada vez que releemos la Encíclica
Ecclesia de Eucharistia,
no podemos evitar que nos vuelva a llamar la atención la finalidad que
el Santo Padre se fijaba al escribir dicho documento:
«Con
la presente
Carta encíclica, deseo suscitar este "asombro"
eucarístico» (EE 6).
Y como método particularmente
importante para alcanzar dicho objetivo propone: «Contemplar el rostro
de Cristo, y contemplarlo con María» (ibíd.).
Haciéndose eco de esta idea básica y de otros textos pontificios, la
Congregación para el Culto y la Disciplina de los Sacramentos afirma:
Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une
Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María,
Madre y modelo de la Iglesia
...
El encuentro con el «Dios con nosotros y por nosotros» incluye a
la Virgen María ...
Para vivir profundamente el sentido de la celebración eucarística y
hacer que deje una huella en nuestra vida, no hay mejor manera que
dejarse
«educar»
por María, la «mujer
eucarística»
...
Ella «nos introduce de modo natural en la vida de Cristo y nos hace como
respirar
sus sentimientos». Por otra parte, ...
en la celebración eucarística,
en cierto modo,
nosotros recibimos siempre, con el memorial de la muerte de Cristo.
también el don de María,
que nos ha sido hecho por el Crucificado en la persona de Juan
(He ahí a tu madre:
Jn 19,27)
... [Lo cual] significa asumir.
al mismo tiempo, el compromiso de conformamos a Cristo,
aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella.
María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas
nuestras celebraciones eucarísticas.
(SyP 5)
Este párrafo, que es de gran riqueza teológica y existencial, culmina
con una propuesta de corte litúrgico: «Sobre la celebración de la
Eucaristía en comunión con María, extendiendo las actitudes cultuales
que resplandecen ejemplarmente en ella, véase Collectio Missarum de
Beata Maria Virgine» (ibid).
Y
así, queda encajada toda esta cuestión dentro del marco de una recta
teología espiritual, «adecuada» a los retos que presenta la Nueva
Evangelización en el inicio del tercer milenio[5].
En efecto, establecidos los pilares teológico, litúrgico y existencial,
el cristiano tiene opción de entrar en una relación «viviente y personal
con Dios vivo y verdadero» en el punto de fusión de dichos tres pilares,
la vida espiritual cristiana: lex orandi[6]
.
Posibilitando el teorema lex credendi-lex celebrandi-lex vivendi:
tres rostros de la única realidad que conocemos como «vida cristiana"[7].
Más aun, puesto que el punto de fusión de los referidos tres aspectos,
la vida espiritual es precisamente lo que permite que dichos aspectos se
relacionen tan íntimamente entre sí, hasta el punto que podamos
considerarlos, sin confundirlos entre sí, como una única realidad; es
legítimo que hablemos de una «espiritualidad teológico-bíblica»,
una «espiritualidad litúrgica»
y una «espiritualidad
existencial de comunión».
Pensamos que el presente modelo tiene enormes posibilidades, pero no es
ahora el momento de desarrollarlas. Para el objeto de nuestro trabajo es
suficiente con lo expuesto.
I.2. Las «líneas de espiritualidad eucarística»
Nos encontramos,
por consiguiente,
en el campo de la teología espiritual. Y más específicamente en
el
campo de la espiritualidad eucarística.
Para ayudamos recurrimos al documento,
ya citado, Año de la Eucaristía.
Sugerencias
y
Propuestas,
de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos; allí se nos recuerda,
en primer lugar y confirmando todo lo expuesto con anterioridad, que:
En la Carta Apostólica
Spiritus el Sponsa
con motivo del XL aniversario de la Constitución sobre la Sagrada
Liturgia, el Papa ha expresado el deseo de que se desarrolle en la
Iglesia una
«espiritualidad
litúrgica».
Es la perspectiva de una liturgia que nutre y orienta la existencia,
plasmando el actuar del creyente como auténtico
«culto
espiritual» (cf. Rom 12,
1). Sin el cultivo de una
«espiritualidad
litúrgica»,
la práctica litúrgica fácilmente se
reduce a «ritualismo»
y vuelve vana la gracia que brota de la celebración.
Esto vale de modo especial para la Eucaristía: «La Iglesia vive de .la
Eucaristía».
En verdad. la celebración eucarística está en función del vivir en
Cristo, en la Iglesia, por la potencia del Espíritu Santo.
Es necesario, por tanto.
cuidar el movimiento que va de la Eucaristía celebrada a la Eucaristía
vivida:
del misterio creído a la vida renovada.
(n.
4)
Y
en el mismo número se nos ofrecen cuatro puntos referenciales que no
deben nunca ser olvidados:
1) la Eucaristía es
culmen et fons
(cumbre y fuente) de la vida espiritual en cuanto tal, más allá de los
variados caminos de la espiritualidad;
2)
el regular alimento eucarístico sostiene la correspondencia a la gracia
de los diversos tipos de vocaciones y estados de vida (ministros
ordenados, esposos y padres, personas consagradas ...) e ilumina las
diferentes situaciones de la existencia (alegrías y dolores, problemas y
proyectos, enfermedades y pruebas);
3) la caridad, la concordia, el amor
fraterno son fruto de la Eucaristía y vuelven visible la unión con
Cristo realizada en el sacramento; al mismo tiempo, el ejercicio de la
caridad en estado de gracia es la condición para que se pueda celebrar
con plenitud la Eucaristía: ella es «manantial», pero también «epifanía»
de la comunión;
4) la presencia de Cristo en nosotros
y entre nosotros hace brotar el testimonio en la vida cotidiana, fomenta
la construcción de la ciudad terrena: la Eucaristía es principio y
proyecto de misión.
Pero sobre todo nos interesa el Capítulo 3 (nn. 20-31), donde se
describen lo que llama el documento unas «líneas de espiritualidad
eucarística», Evidentemente, tal como se indica en el n. 20, «un tratado
de espiritualidad eucarística exigiría mucho más de cuanto nos
proponemos ofrecer en estas páginas». Su
objetivo se limita «a
dar unas ideas, con la esperanza de
que sean las Iglesias particulares las que afronten el tema, dando
estímulos y contenidos más amplios para iniciativas específicas de
catequesis y formación. Es importante, en efecto, que la Eucaristía sea
acogida no solamente en los aspectos de la celebración, sino también
como proyecto de vida; es importante que esté a la base de una auténtica
“espiritualidad eucarística».
Ahora bien, conviene resaltar que el método utilizado para trazar estas
líneas de espiritualidad es sumamente inspirador. No se trata de
reflexiones más o menos piadosas sobre el hecho eucarístico siguiendo un
plan teórico preconcebido. La Congregación pretende «dilatar la mirada
más allá de los aspectos típicamente celebrativos ... [y partiendo de
los mismos textos litúrgicos] se quiere así subrayar cómo la
espiritualidad litúrgica se caracteriza por su anclaje en los signos,
ritos y palabras de la celebración y puede encontrar en ellos alimento
seguro y abundante»
(ibíd.),
Las «líneas de espiritualidad eucarística» que allí se nos describen son
once, y aparecen en el siguiente orden: «Escucha de la Palabra» (n. 21),
«Conversión» (n.
22), «Memoria» (n. 23),
«Sacrificio» (n. 24),
«Acción de gracias» (n. 25),
«Presencia de Cristo» (n. 26), «Comunión y caridad» (n.
27), «Silencio» (n. 28),
«Adoración» (n. 29), «Gozo-Alegría» (n. 30)
y «Misión» (n. 31).
En cada una de estas «líneas de espiritualidad
eucarística», el documento, partiendo
de los textos litúrgicos del Ordinario de la Eucaristía en los que se
puede encontrar algún eco de las referidas líneas de espiritualidad,
desarrolla brevemente el concepto de espiritualidad al que se refiere.
Ahora bien, dichas «líneas de espiritualidad eucarística», atendiendo a
la misma estructura de la celebración de la Eucaristía[8],
pueden ordenarse,
describirse y articularse de la siguiente manera:
1.°) Ritos iniciales: El Pueblo de
Dios que se reúne como un cuerpo
(estructurado jerárquicamente):
a)
En comunión y caridad
(SyP 27).
b)
En conversión
(SyP
22).
2.°) Liturgia de la palabra: El Pueblo
de Dios en tomo a la «mesa de la Palabra»:
a)
Que escucha la Palabra de Dios
(SyP
21).
b)
Que interioriza (silencio)
(SyP 28).
3.°) Liturgia eucarística: El Pueblo de Dios en tomo a la «mesa de la
Eucaristía- :
a)
Que proclama las maravillas de Dios (Prefacio), lleno de gratitud y
gozo, y grita Santo
(SyP 25 y SyP 30).
b)
Que hace «memorial» del Misterio Pascual
(SyP 23).
c)
Que intercede por la Iglesia y por toda la humanidad.
d)
Que se parte, se reparte y se derrama: dimensión sacrificial de la
Eucaristía
(SyP
24).
e)
Que come lo que es
...
gracias a la presencia real y «transubstancial» de Cristo
(SyP
26).
4.°) Ritos conclusivos: El Pueblo de
Dios que es enviado a fermentar la humanidad.
a)
La Iglesia escucha: Id y anunciad la Buena Noticia
(SyP
31).
b)
Para una vida transformada en adoración perpetua
(SyP 29).
Dos observaciones. Por una parte, nos hemos permitido unir dos «líneas
de espiritualidad» (<<Acción de gracias», n. 25, y «Gozo-Alegría», n.
30) bajo un mismo momento celebrativo, dentro de la Liturgia
eucarística:
A) Que proclama las maravillas de Dios (Prefacio), lleno de gratitud y
gozo, y grita Santo. B)
Por otro lado, hemos introducido un concepto que no aparece en el
documento de la Congregación de forma expresa, pero que consideramos que
es preciso tener presente:
C)
Que intercede por la Iglesia y por toda la humanidad.
La «intercesión» ciertamente es una dimensión de la espiritualidad
eucarística que tiene suficiente entidad teológica para ser considerada
por sí misma
y
que para nuestro trabajo queremos fundamentarla específicamente en una
expresión de la Encíclica
Ecclesia de Eucharistia:
«Las celebraciones eucarísticas me hacen experimentar intensamente su
carácter universal y, por así decir, cósmico.
i
Sí, cósmico!»
(n.8).
1.3. Los Prefacios de las Misas de la Virgen María
Puestas las bases inspiradas por el magisterio de Juan Pablo
II
y fijado
un margen referencial de las «líneas de espiritualidad eucarística»,
pasamos a delimitar el otro margen para nuestro trabajo: los prefacios
de las Misas de la Virgen María.
Lo primero que debemos recordar es el concepto de prefacio. El
prefacio (de
praefari
=
decir delante) no debe entenderse simplemente
como un prólogo o introducción, sino que-en
el latín antiguo del Misal
significa
Oración, Confesión solemne
o incluso
Proclamación solemne[9];
y por eso debemos afirmar que con él «empieza el centro y el culmen de
toda la celebración,
a saber, la Plegaria eucarística, que es una plegaria de
acción de gracias y de consagración. El sacerdote invita al
pueblo a elevar el corazón hacia Dios, en oración y acción de gracias, y
lo asocia a su oración que él dirige en nombre de toda la comunidad, por
Jesucristo en el Espíritu Santo, a Dios Padre. El sentido de esta
oración es que toda la congregación de los fieles se una con Cristo en
el reconocimiento de las grandezas de Dios y en la ofrenda del
sacrificio ... [El primero de los]
principales elementos de que consta la Plegaria eucarística [es
la] Acción de gracias (que
se expresa sobre todo en el prefacio): en la que el sacerdote,
en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da
las gracias por toda la
obra de salvación o por alguno de sus aspectos
particulares, según las variantes del día, fiesta o tiempo
litúrgico»[10].
Es decir, nos encontramos con la voz de la Iglesia que proclama
solemnemente las «maravillas de Dios»
(mirabilia
Dei)
suscitando un canto de acción de gracias, de
«” asombro'' eucarístico», que viene
admirablemente definido ya desde el diálogo introductorio.
Ahora bien. es conocido por todos que la Santísima Madre del
Redentor constituye
la figura (el typus)
de la Iglesia[11],
de tal forma que podemos
«ver a la Iglesia en María y a María en la Iglesia. María ...
es el tipo de la Iglesia. el modelo, el compendio y como el resumen de
todo lo que luego iba a
desenvolverse en la Iglesia, en su ser y en su
destino»[12].
De aquí podemos deducir que no es
exagerado afirmar que, al escuchar la voz de la Iglesia, en los
prefacios, escuchamos la voz de María:
en los prefacios habla la Virgen porque habla la Iglesia.
Pero más aún, cuando profundizamos releyendo el
Magnificat
en perspectiva eucarística[13],
descubrimos el sorprendente paralelismo entre
la estructura y los contenidos del
Magnificat
y de los prefacios de la
Plegaria eucarística: los diálogos introductorios, la solemne
proclamación
de las «maravillas de Dios», el «"asombro" eucarístico» que suscita,
etc. El
Magníficat
se nos muestra, por consiguiente, como el gran «prefacio» de la Virgen
María. Y por la comunicación de lenguaje existente entre María y la
Iglesia, podemos afirmar que el
Magnificat
se explicita (se explica, se expone) en los prefacios eucarísticos. Los
prefacios eucarísticos son
como un caleidoscopio, de figuras infinitas, del
Magnificar[14].
Escuchar la voz de María en los prefacios eucarísticos es ciertamente
sentarse en la «escuela de María» (EE Cap. VI), y así la Iglesia (y en
ella, el cristiano):
- asociándose a la voz de la Madre del Señor bendice a Dios Padre
y lo glorifica con su mismo
cántico de alabanza;
- con ella quiere escuchar la Palabra de Dios
y meditarla asiduamente;
- con ella desea participar en el Misterio Pascual de Cristo y ser
asociada en la obra de la salvación de los hombres;
- con ella, que esperaba orando en el Cenáculo, juntamente con los
Apóstoles, la venida del Espíritu Santo, pide sin cesar el don del
Espíritu;
- apelando a su intercesión, se acoge bajo su amparo,
y la invoca para que visite al
pueblo cristiano y lo llene de sus beneficios;
- con ella, que protege sus pasos hacia la patria celeste, sale gozosa
al encuentro de Cristo[15].
De esta forma, «la Iglesia que quiere vivir el misterio de Cristo con
María y como María, a causa de los vínculos que la unen a ella,
experimenta continuamente que la bienaventurada Virgen está a su lado
siempre, pero sobre todo en la sagrada liturgia, como Madre y como
Auxiliadora»[16].
I.4. Las «líneas de espiritualidad
eucarística»
explicadas por la Santísima Virgen María
Planteadas de esta forma las cosas, vamos a sentamos en la «escuela de
María» y a escucharla proclamando las «maravillas de Dios», para unimos
a su voz y así contemplar la obra admirable de nuestra redención:
contemplando a Cristo con los ojos del corazón de María.
Para ello vamos a seleccionar algunos de los prefacios de la CMBVM, los
que pensamos que más se pueden ajustar a las «líneas de espiritualidad
eucarística» antes trazadas, y trataremos de comprender y profundizar lo
que en ellos se dice. Sabemos que nos acercamos a algo que nos supera
absolutamente y que de ninguna manera somos capaces de agotar, nos
acercamos al
Mysterium
fidei.
Con el presente trabajo, de hecho, pretendemos simplemente abrir pistas
de estudio, reflexión y oración; ya que «el panorama abierto por el Año
de la Eucaristía exige y promueve un
trabajo de envergadura, que conjuga todas las dimensiones del
vivir en Cristo en la
Iglesia. La Eucaristía, de hecho, no es un "tema" entre los demás, sino
que es el corazón mismo de la vida cristiana» (SyP 1).
Por todo ello creemos que la mejor manera de acercarnos a nuestro
estudio es con los mismos sentimientos que expresa Sta. Catalina de
Siena en el siguiente texto:
¡Oh Divinidad eterna, oh eterna Trinidad, que por la unión con tu divina
naturaleza hiciste de tan gran precio la sangre de tu Hijo unigénito!
Tú, Trinidad eterna, eres como un mar profundo en el que cuanto más
busco, más encuentro, y cuanto más encuentro, más te busco. Tú sacias el
alma de una manera en cierto modo insaciable, ya que siempre queda con
hambre y apetito. deseando con avidez que tu luz nos haga ver la luz,
que eres tú misma.
Gusté y vi con la luz de mi inteligencia, ilustrada con tu luz, tu
profundidad insondable. Trinidad eterna, y la belleza de tus criaturas
...
¡Oh abismo, oh Trinidad eterna, oh Divinidad, oh mar profundo!: ¿qué don
más grande podías otorgarme que el de ti mismo? Tú eres el fuego que
arde constantemente sin consumirse; tú eres quien consumes con tu calor
todo amor del alma a sí misma. Tú eres, además, el fuego que aleja toda
frialdad e iluminas las mentes con tu luz ...
En esta luz. como en un espejo, te veo reflejado a ti, sumo bien, bien
sobre todo bien, bien dichoso, bien incomprensible, bien
inestimable, belleza sobre
toda belleza, sabiduría sobre toda sabiduría; porque tú
eres la misma sabiduría, tú el manjar de los ángeles, que por tu
gran amor te has comunicado a los hombres[17].
Y
así nos ajustamos a la invitación de Juan Pablo II: «Sigamos, queridos
hermanos y hermanas, la enseñanza de los Santos, grandes intérpretes de
la verdadera piedad eucarística. Con ellos, la teología de la Eucaristía
adquiere todo el esplendor de la experiencia vivida, nos "contagia" y,
por así decir, nos "enciende"» (EE 62).
En el siguiente cuadro, respetando la estructura básica de la
celebración eucarística, señalamos, en la primera columna,
las «líneas de espiritualidad eucarística»,
acompañada de la referencia oportuna del documento
Año de la Eucaristía. Sugerencias y Propuestas
(en negrita) y de un pensamiento mariológico en relación con cada «línea
de espiritualidad» (en cursiva). En la segunda columna reflejamos, del
total de cuarenta y seis esquemas de Misas que nos ofrece la CMBVM, la
Misa de la Virgen María que hemos seleccionado porque su eucología y sus
textos bíblicos se ajustan al pensamiento en cuestión (subrayado) y
debajo el título del prefacio de la misma (en letras mayúsculas).
Pretendemos, en la segunda parte de nuestro trabajo. desgranar los once
prefacios seleccionados. Repasarlos, como se desgranan las cuentas del
Santo Rosario,
añadiendo alguna consideración que pensamos puede ser útil para
contemplar la Celebración de la Eucaristía con los ojos del corazón de
la Madre del Redentor. A tal fin, reproducimos el cuerpo central de cada
prefacio, prescindiendo del comienzo y del paso al Santo, y añadiendo en
notas al pie de página referencias bíblicas al texto (se señalan,
oportunamente,
las citas de la Sagrada Escritura que el Leccionario de la CMBVM indica
como propias para la Misa que nos ocupa), ciertas resonancias
litúrgicas, patrísticas, magisteriales,
etc.,
y algunos breves comentarios. Todo ello con la intención de abrir pistas
para la reflexión, esforzándonos por no oscurecer con nuestra palabra la
belleza,
la fuerza y la autenticidad de la voz de la Iglesia en su eucología.
l
«asombro
eucarístico»
II.
LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA DESDE LOS OJOS DEL CORAZÓN DE MARÍA
II.1. El Pueblo de Dios que se reúne como un cuerpo (estructurado
jerárquicamente):
a)
En comunión (unidad, paz y
caridad)[18]:
«La principal manifestación de la Iglesia se realiza en la participación
plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas
celebraciones litúrgicas, particularmente en la misma Eucaristía, en una
misma oración, junto al único altar donde preside el Obispo, rodeado de
su presbiterio
y ministros»
(SC 41). Manifestación que se muestra, esencialmente, como
Cuerpo de
Cristo[19];
el cual no es un cuerpo amorfo, sino que, para que
mantenga su funcionalidad, necesita estar en comunión entre sus
miembros.
Diversos aspectos pueden definir el concepto de comunión eclesial, entre
ellos destacamos tres: unidad, paz
y caridad. La Virgen María es alma de
la unidad[20],
madre de la paz[21]
y reina de la caridad[22].
LA FUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA EN LA
UNIDAD DE LA IGLESIA[23]
Porque él [Cristo J, autor de
la fe integra[24]
y amante de la unidad[25],
eligió para sí una Madre incorrupta de alma y de cuerpo[26]
y quiso Esposa a la Iglesia una e indivisa[27].
Elevado sobre la tierra, en presencia de la Virgen Madre[28],
congregó en la unidad a tus hijos dispersos[29],
uniéndolos a sí mismo con los vínculos del amor[30].
Vuelto a ti y sentado a tu derecha[31],
envió sobre la Virgen María,
en oración con los apóstoles, el Espíritu[32]
de la concordia y de la unidad, de la paz y del perdón[33].
b)
En conversión[34]:
Aunque el sentido nuclear de la Eucaristía es «eucarístico», la dimensión penitencial está muy presente (en los ritos iniciales, en el Gloria, en el Cordero de Dios, antes de la comunión ...) porque nos es necesaria. Necesitamos conocemos y tomar conciencia de nuestra absoluta indigencia[35], para así poder conocer quién es Dios y cuál es su acción en favor nuestro.
María, «refugio de pecadores y madre de la reconciliación», nos acompaña
y nos instruye para que podamos recorrer un verdadero camino de
conversión, de regreso al que nos llama con gritos de amor.
LA BIENAVENTURADA VIRGEN, REFUGIO DE PECADORES
Y MADRE DE LA RECONCILIACIÓN[36]
Por tu inmensa bondad,
no abandonas a los que andan
extraviados[37],
sino que los llamas para que puedan volver a tu
amor[38]:
tú diste a la Virgen María, que no conoció el pecado,
un corazón misericordioso con los
pecadores[39].
Estos perciben su amor de madre,
se refugian en ella implorando tu perdón;
al contemplar su espiritual
belleza[40],
se esfuerzan por librarse de la fealdad del pecado,
y, al meditar sus
palabras[41]
y ejemplos, se sienten llamados
a cumplir las
mandatos[42]
de tu
Hijo[43].
II. 2. El Pueblo de Dios en torno a la «mesa de la Palabra»:
a) Que escucha la Palabra de Dios[44]:
María escuchó y guardó tan fielmente la Palabra de Dios que concibió
al Verbo por obra del Espíritu Santo.
LA BIENAVENTURADA VIRGEN,
DISCÍPULA DEL VERBO ENCARNADO, ES PROCLAMADA
DICHOSA[45]
Cuya Madre, la gloriosa Virgen María,
con razón es proclamada bienaventurada,
porque mereció[46]
engendrar a tu
Hijo[47]
en sus entrañas
purísimas[48]:
Pero con mayor razón es proclamada aún más dichosa,
porque, como discípula de la Palabra
encarnada[49],
buscó
solícita tu voluntad
y supo
cumplirla fielmente[50].
b) Que interioriza la Palabra que escucha[51]:
Para poder escuchar e interiorizar es imprescindible una actitud de
silencio, y se conoce que la Palabra escuchada ha sido acogida en el
interior por la respuesta que suscita.
María, en silencio, escucha y acoge la Palabra de Dios. Ella está
siempre detrás de todo lo que dice y hace Dios por su Hijo: «María, por
su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón»
(Lc
2, 19).
VIDA DE LA VIRGEN MARÍA EN LA CASA DE NAZARET[52]
Ella, en Nazaret, al recibir con fe el anuncio del ángel,
concibió en el tiempo como
salvador y hermano para
nosotros a tu
Hijo[53],
engendrado desde toda la
eternidad[54].
Allí, viviendo unida a su
Hijo[55],
alentó los comienzos de la Iglesia,
ofreciéndonos un luminoso ejemplo de vida[56].
Allí, la Madre. hecha discípula del
Hijo[57],
recibió las primicias del
Evangelio[58],
conservándolas en el corazón y meditándolas en su
mente[59].
Allí,
la Virgen purísima[60],
unida a José, el hombre justo[61],
por
un estrechísimo y virginal vínculo de amor[62],
te celebró con cánticos[63],
te adoró en silencio[64],
te alabó con la vida[65]
y te glorificó con su trabajo[66]:
II. 3. El Pueblo de Dios en torno a la «mesa de la Eucaristía»:
a) Que proclama las maravillas de Dios (Prefacio), lleno de
gratitud y gozo, y grita Santo[67]:
Ya nos hemos referido más arriba de la estrecha conexión que existe
entre el
Magnificat
de la Virgen María
y los prefacios de la celebración
eucarística de la Iglesia, en los que «la Iglesia da gracias al Padre,
por Cristo, en el Espíritu Santo, por todas sus obras, por la creación,
la redención y la
santificación. Toda la asamblea se une entonces a la alabanza incesante
que la Iglesia celestial, los ángeles y
todos los santos, cantan al
Dios tres veces santo» (CEC 1352).
Ahora. con una sola voz -María, la Iglesia
y nosotros- quisiéramos exclamar:
«proclama mi alma la grandeza del Señor ...
porque ha mirado mi
humillación. ... ».
LA VIDA DE LA VIRGEN, CAUSA DE NUESTRA ALEGRÍA[68]
Padre santo ... proclamar[69]
tu grandeza[70]
en esta memoria de la Virgen María, tu hija amada.
Su nacimiento dichoso anunció la alegría[71]
a todo el mundo[72];
su maternidad virginal manifestó la Luz gozosa[73];
su vida humilde[74]
ilumina a toda la Iglesia[75];
y su tránsito glorioso la llevó a los cielos,
donde espera, como hermana y madre,
hasta que podamos alegrarnos con ella[76],
contemplándote para siempre[77].
b) Que hace «memorial» del Misterio Pascual[78]:
Solo puede hacer «memorial» quien guarda en su corazón las «maravillas
de Dios». María, al guardar en su corazón la obra redentora de Cristo,
es capaz de hacer «memorial».
LA BIENAVENTURADA VIRGEN
ESPERÓ CREYENDO LA RESURRECCIÓN DEL HIJO[79]
Porque en la resurrección de Jesucristo, tu Hijo,
colmaste de alegría[80]
a la santísima Virgen
y premiaste maravillosamente su fe:
ella había concebido al Hijo creyendo,
y creyendo esperó su resurrección[81];
fuerte en la fe[82]
contempló de antemano el día de la luz y de
la vida,
en el que. desvanecida la noche
de la muerte[83],
el mundo entero saltaría de gozo
y la Iglesia naciente, al ver[84]
de nuevo[85]
a su Señor inmortal,
se alegraría entusiasma[86].
c) Que intercede por la Iglesia y por toda la humanidad[87]:
María, como la Iglesia, permanece constantemente con sus manos
levantadas, haciendo "plegarias. oraciones, súplicas y acciones de
gracias por todos los hombres" (1 Tm 2, 1).
LA BIENAVENTURADA VIRGEN. ESCLAVA HUMILDE,
ES ENSALZADA COMO REINA DE LOS CIELOS[88]
Porque, con tu misericordia y tu justicia[89],
dispersas a los soberbios y enalteces a los humildes[90],
A tu Hijo, que voluntariamente se rebajó[91]
lo coronaste de gloria y lo sentaste a tu derecha[92],
ya la Virgen. que quiso llamarse tu esclava[93]
la exaltaste sobre los coros de los ángeles,
para que reine[94]
gloriosamente con él,
intercediendo por todos los hombres
como abogada de la gracia y reina[95]
del universo[96].
d) Que se parte, se reparte y
se derrama: dimensión sacrificial de la Eucaristía[97]:
Nuestros ojos ven que en la Eucaristía se rompe el Pan para ser
repartido y comido, pero nuestra fe nos dice que Cristo mismo se parte,
se reparte y se deja triturar para nuestro bien, sembrando en nosotros
una semilla que fructifica en nuestra vida al dejamos partir, repartir y
comer por nuestros hermanos. Con Cristo se nos entrega su Madre, con
Cristo nuestra Madre interviene en nuestra transformación.
JUNTO A LA CRUZ DEL HIJO, LA MADRE
PERMANECIÓ FIEL[98]
Porque en tu providencia estableciste
que la Madre permaneciera fiel junto a la cruz de tu
Hijo[99],
para dar cumplimiento a las antiguas figuras[100],
y ofrecer un ejemplo nuevo de
fortaleza![101].
Ella es la Virgen santa
que resplandece como nueva Eva[102],
para que así como una mujer contribuyó a la
muerte![103]
así también la mujer contribuyera a la vida.
Ella es la misteriosa Madre de Sión[104]
que recibe con amor materno a los hombres
dispersos[105],
reunidos por la muerte de
Cristo[106],
Ella es el
modelo![107]
de la Iglesia Esposa[108],
que, como Virgen intrépida, sin temer las
amenazas[109]
ni quebrarse en las
persecuciones[110]
guarda íntegra la
fidelidad[111]
prometida al Esposo
e) Que come lo que es... gracias a la presencia real
y «transubstancial» de Cristo[112]:
El Verbo se hizo carne en María, tomó la naturaleza humana, para que el
hombre pudiera tomar la naturaleza divina. Al comer su Cuerpo y
beber su Sangre, gracias a la presencia real y eficaz, que
aptísimamente llamamos
«transubstancial»[113],
de Cristo en la Eucaristía, el
cristiano se transforma en
lo que come y bebe experimentando su «divinización» , su
«cristificación»[114],
que comenzó con el Bautismo, se
perfeccionó con la
Confirmación y llega a su plenitud con la Eucaristía[115].
Fruto de la comunión con el Cuerpo y Sangre del Señor es la
«inhabitación»: «El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí,
y yo en él»
(Jn
6, 56). «Porque somos
hechos partícipes de Cristo, si es que retenemos el principio de
nuestra seguridad firme hasta el fin»
(Hb
3,14)[116].
MARÍA, LA NUEVA MUJER, PRIMERA DISCÍPULA
DE LA NUEVA ALIANZA[117]
Porque a Cristo, autor de la nueva Alianza[118],
le diste por Madre y asociada[119]
a la Virgen santa María,
y la hiciste primicia[120]
de tu nuevo pueblo[121].
Pues ella, concebida sin
pecado[122]
y colmada de tu gracia[123],
es en verdad la mujer
nueva[124]
y la primera
discípula[125]
de la nueva Ley[126]:
Ella es la mujer alegre en tu servicio,
dócil a la
voz[127]
del Espíritu Santo[128],
solícita en
la fidelidad a tu Palabra[129].
Ella es la mujer dichosa por su fe[130],
bendita[131]
en su Hijo
y ensalzada entre los humildes[132].
Ella es la mujer fuerte en la
tribulación[133],
firme junto a la cruz del Hijo
y gloriosa en su salida de este
mundo[134].
II. 4. El Pueblo de Dios que es enviado a fermentar la humanidad:
a) La Iglesia escucha: Id y
anunciad la Buena Noticia[135]:
María, desde que escuchó al ángel que le anunciaba que sería Madre del
Salvador, sintió en su interior el mandato: «id y anunciad la Buena
Noticia», y presurosa fue a visitar a su prima. También sintió este
mandato en las bodas de Caná, y dijo: «haced lo que Él os diga». Del
mismo modo resonó dicho mandato cuando' escuchó: «mujer, ahí tienes a tu
hijo», y desde entonces acompaña al cristiano en su misión, ya que el
cristiano la «acoge en su casa» como madre.
LA ENTREGA MUTUA DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN
Y DEL DISCÍPULO[136]
Porque junto a la cruz de Jesús,
por voluntad suya,
se establece, entre la Virgen y los fieles discípulos,
un fuerte vínculo de
amor[137]:
María es confiada como
madre[138]
a los discípulos, y estos la reciben como herencia
preciosa del
Maestro[139].
Ella será para siempre la madre de los creyentes,
que encontrarán en ella refugio seguro[140].
Ella ama al Hijo en los
hijos[141],
y estos, escuchando los
consejos[142]
de la
Madre[143],
cumplen[144]
las palabras del
Maestro[145].
b) La vida del cristiano transformada en adoración ininterrumpida[146]:
El apóstol nos manda: «orad constantemente»[147],
para transformar
nuestra vida en «alabanza de la gloria de la gracia» de Dios[148].
Esto será
posible si nos sentamos en la escuela de oración, escuela de
adoración[149]
ininterrumpida, de la Santísima Virgen María
POR MEDIACIÓN DE LA VIRGEN, CRISTO
SE MANIFIESTA AL MUNDO[150]
Porque por mediación de la Virgen María[151]
atraes a la fe del Evangelio[152]
a todas las familias de los pueblos[153].
Los pastores, primicias de la Iglesia de
Israel[154],
iluminados por tu
resplandor[155]
y advertidos por los ángeles[156],
reconocen[157]
a Cristo Salvador.
Pero también los magos[158];
primeros retoños de la Iglesia de los paganos[159],
impulsados por tu gracia y guiados por la estrella,
entran en la humilde casa
y, hallando al Niño con su Madre,
lo adoran[160]
como Dios, lo proclaman como
Rey[161]
y lo confiesan[162]
como
Redentor[163].
III. CONCLUSIÓN
Terminamos con las mismas palabras de la Iglesia:
Por todo esto,
«innumerables ángeles en tu presencia, contemplando la gloria de tu
rostro, te sirven siempre y te glorifican sin cesar. Y
con ellos también nosotros, llenos de alegría, y por nuestra voz las
demás criaturas, aclamamos tu nombre
cantando[164]:
Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo.
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
Hosanna en el cielo.
Bendito el que viene en nombre del Señor.
Hosanna en el cielo.
Santo eres en verdad, Padre, y con razón te alaban todas tus
criaturas, ya que por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la
fuerza del Espíritu Santo,
das vida y santificas todo, y congregas a tu pueblo
sin cesar, para que ofrezca en
tu honor un sacrificio sin mancha desde
donde sale el sol hasta el
ocaso»[165].
Notas
*Doctor en S,
Teología
y
Profesor de la Facultad de Teología
Redemptoris
Mater
del
Callao,
Perú.
** En el caso de este artículo.
para facilitar su lectura,
las notas
han
sido
ubicadas al final.
[1]
JUAN
PABLO
Il,
Carta Apostólica
Mane
nobiscum
Domine,
n.
29.
[2]
Especialmente
el
n.
6 y el
cap. VI.
[3]
Cfr. JOSE
ALDAZÁBAL,
«Las
nuevas
misas
marianas.
El lenguaje de
su
eucología»,
Phase
159
(1987) 207-236.
PEDRO FARNES,
«Liturgia
y
pastoral
de las
nuevas
"Misas"
de la Virgen María»,
Oración de las Horas
7/8
(1988) 233-240.
MANLlO
SODl,
«La
"Collectio
Missarum
de
Beata
Maria Virgine"
a dieci anni dalla
sua
pubblicazione»,
Notitiae
358
(1996)
316-358.
[4]
Documento publicado en Roma el 15 de octubre de 2004.
[5]
Cfr. SS
16.
[6]
Cfr. CEC 2558.
Utilizamos
para este apartado la terminología que se encuentra en la
Introducción del
recientemente aparecido
Catecismo
de
la
Iglesia
Católica
-
Compendio
(28 de
junio de 2005), que matiza la usada ordinariamente hasta el
momento.
El binomio lex
credendi
- lex
orandi
parece remontarse a Próspero
de
Aquitania,
discípulo
de S. Agustín,
y es patrimonio común de la teología de los últimos siglos
(cfr.
A.G.
MARTIMORT,
La
Iglesia
en oración,
Ed. Herder,
Barcelona 1987,
pp. 300s).
El asimilar
a
dicho binomio el tercer
aspecto,
lex vivendi,
es fruto propiamente de la teología posterior
al Concilio
Vaticano
II
y
queda
reflejado en la misma estructura
del
Catecismo
de la
Iglesia
Católica,
tal como
se
explica en
el citado número
2558 del
mismo.
Detrás de esta nueva visión,
no creemos equivocamos al afirmar
que existe
la
preocupación de la Iglesia por hacer desaparecer
el
dramático divorcio
entre fe,
liturgia
y vida
que descubrimos en la inmensa
mayoría de los
bautizados
y que se presenta como el gran reto de la Iglesia
ante la Nueva
Evangelización.
Por otra parte,
al diferenciar la lex
orandi
de la lex
celebrandi
se
abre paso a otros
dos asuntos
de
sumo interés: precisar los límites de las
acciones litúrgicas
y
delimitar
las
coordenadas específicas en las que se desarrolla
la espiritualidad.
[7]
Cfr. ANTONIO
C.
MOLINERO,
«Consideraciones
sobre
la
"espiritualidad
litúrgica"
que es
preciso
desarrollar
al inicio del Tercer Milenio»,
Catechumenium
4 (2005) 100-148
[8]
Cfr. Ordenación General
del
Misal Romano,
tercera edición,
n. 28:
«La
Misa podemos decir que consta de dos partes: la liturgia de la
palabra y la liturgia eucarística,
tan estrechamente unidas entre sí,
que constituyen un
solo
acto de culto,
ya que en la Misa se dispone la mesa,
tanto
de la palabra de Dios corno
del
Cuerpo
de Cristo,
en la que los fieles
encuentran instrucción
y alimento. Otros ritos abren y concluyen la celebración».
[9]
Cfr.
PEDRO F ARNES,
«El
prefacio y las
palabras de la consagración:
Liturgia
y
Espiritualidad
6 (2004) 267ss
[10]
Ordenación General del Misal Romano,
tercera edición,
nn.
78-79a.
[11]
Cfr.
CEC 967,
LG 63,
CMBVM Orientaciones
generales
15.
[12]
EMILlANO
JIMENEZ
HERNÁNDEZ,
María. Madre
del
Redentor
Grafite
Ediciones
Bilbao 2000,
21.
[13]
En la Eucaristía,
la Iglesia
se
une plenamente
a
Cristo
y
a
su
sacrificio,
haciendo
suyo el
espíritu de Mana.
Es
una verdad
que
se
puede profundizar releyendo
el
Magnificat
en
perspectiva
eucarística.
La Eucaristía,
en efecto,
como el
canto
de María,
es
ante
todo alabanza
y acción
de
gracias.
Cuando María
exclama
"mi
alma
engrandece
al
Señor,
mi
espíritu
exulta
en Dios,
mi
Salvador:',
lleva
a Jesús en
su
seno. Alaba
al
Padre
"por"
Jesús,
pero
también lo alaba
en
Jesús
y con'
Jesús.
Esto es precisamente
la
verdadera
"actitud
eucarística".
Al mismo tiempo,
María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia
de la salvación,
según
la promesa
hecha
a
nuestros padres (cf.
Le 1,55),
anunciando la que supera a todas ellas,
la encarnación redentora.
En el
Magnificat,
en fin,
está presente la tensión escatológica de la Eucaristía.
Cada vez que el Hijo de Dios se presenta bajo la
"pobreza"
de las especies sacramentales,
pan
y
vino,
se pone en el mundo el germen de la nueva historia,
en la que se
"derriba
del trono a los poderosos"
y se
"enaltece
a los humildes"(cf.
Lc 1,
52). María canta el
"cielo
nuevo"
y la
"tierra
nueva"
que se anticipan en la Eucaristía y, en cierto sentido,
deja
entrever su "diseño"
programático.
Puesto
que
el
Magnificat
expresa
la
espiritualidad
de María,
nada
nos ayuda
a vivir mejor
el
Misterio
eucarístico que esta espiritualidad.
[La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea,
como
la
de María,
toda ella un magnificat»
(EE 58).
[14]
Esta afirmación
vale
para todos los prefacios en general,
y con mucha más propiedad para los prefacios que encontramos en
CMBVM.
15
CMBVM Orientaciones
generales
13.
[15]
CMBVM Orientaciones
generales 12.
[16]
CMBVM Orientaciones
generales 12.
[17]
Del
Diálogo
de santa Catalina de Siena,
virgen,
sobre
la
divina
providencia;
versión castellana para el Oficio de Lectura del 29 de abril.
18 Cfr. SyP 27.
[18]
Cfr. SyP 27
[19]
Cfr.
1
Co 12
[20]
Ella ha engendrado,
ha dado luz,
ha vivificado,
al Hijo único del Dios Uno (1 Jn 4,
9):
causa de la unidad del género humano.
Él es
el
«nuevo
Adán»
por el que todos revivirán (1 Co 15,
22).
[21]
Ella es la
madre del
«príncipe
de paz»
(1s
9,5),
que nos ha dejado la paz y nos ha
dado
su propia paz (Jn 14,27).
[22]
A ella ha estado sujeto (Lc 2,
51) Aquel al que están sometidas todas
las
cosas (J Co
15,
27s).
[23]
Prefacio de la
Misa: Santa
María,
Madre
y
Reina de la unidad (CMBVM 38).
[24]
Cfr. Hb 10.23; 2 Tm 1. 14. Siendo la Eucaristía la fuente y la
cumbre de la vida y comunión de la Iglesia, "la celebración de
la Eucaristía, no obstante, no puede ser el punto de partida de
la comunión, que la presupone previamente, para consolidarla y
llevarla a perfección" (EE 35). El punto de partida de la
comunión es la fe íntegra. Fe que, básicamente, es Trinitaria y
que supone el conocimiento de la economía trinitaria y la
participación (como experiencia personal) de la salvación en mi
vida: salvación-redención que viene del Padre, por el Hijo, en
el Espíritu Santo y me conduce hacia el Padre.
De ahí que el signo de la cruz, al comienzo de la Misa,
manifiesta a la Iglesia que, como "pueblo congregado", se reúne
en nombre de la Santísima Trinidad; y de esta manera responde
al Padre celeste que llama a sus hijos para estrecharlos consigo
por Cristo, en el amor del Espíritu Santo. El fruto de la
comunión. que nace de la fe íntegra, es la edificación de la
Iglesia, reflejo visible de la comunión trinitaria (Cfr. EE 34).
La Santísima Virgen María, la "llena de Gracia" (Lc 1, 28),
conoció por su propia experiencia su ser más profundo,
configurado por el plan salvífico de Dios: hija del Padre,
esposa del Espíritu Santo y madre del Hijo. Fe-experiencia que
nace de la unidad de Dios y que se derrama en la unidad de su
propio ser. Por eso. ciertamente, es la madre y maestra de la
comunión, porque nos engendra y educa en la participación de la
vida Trinitaria. Es el alma, el espíritu, que vivifica por su
intercesión la vida del cristiano y de la Iglesia que tantas
veces parece que se apaga, cuando desaparece la alegría vital,
cuando todo se impregna de amargura hasta el extremo de vemos a
nosotros mismos y a todos los que nos rodean como algo
repulsivo. Ella entonces dice: "no tienen vino" (Jn 2. 3) y Dios
mismo transforma nuestra agua de incapacidad de amor y alegría,
en el vino nuevo que inaugura el banquete del Reino de los
Cielos. Ella, sentada junto al trono de su Hijo, el Rey del
Universo a quien le están "sometidas todas las cosas" (1 Co 15,
28), es soberana de la unidad, la paz y la caridad: de la
comunión.
La Fe íntegra precede a la celebración de la Eucaristía, pero a
la vez la expresa haciéndola realidad en la vida y en las obras,
obras de vida eterna, del cristiano y, finalmente, también es
fortalecida y alimentada gracias al hecho de que todos
escuchamos una misma Palabra y comemos y bebemos un mismo pan y
un mismo cáliz.
Así se reproduce en el cristiano el modelo diseñado en la "llena
de gracia": en ella la fe íntegra precedió a la Encarnación del
Verbo, la realizó y la llevó hasta su plenitud, Ella fue la que
aguardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón" (Lc
2, 19) Y por eso es doblemente bienaventurada: "[Dichoso el seno
que te llevó y los pechos que te criaron! ... ¡Dichosos más bien
los que oyen la Palabra de Dios y la guardan!" (Lc 11, 27s).
[25]
Cfr.
1
Co
12,
12;
Rm
12,
5.
«Dios
es amor»
(1
Jn
4,
8),
pero
antes
de revelarse
como
Amor,
.se
revela como
Uno:
((Escucha,
Israel:
Yahveh
nuestro
Dios
es el
único
Yahveh»
(Dt
6,
4). Unidad y amor, en DIOS,
son realidades
inseparables.
Tan
inseparables
que
su
reflejo en la comunidad cristiana son el
único
medio por el que la humanidad pueda
llegar a conocerlo,
conocer
a
su
Enviado
y
reconocer
a
sus discípulos
(Cfr.
Jn
13,35;
17,20-26).
El enemigo
del Amor y la Unidad es
el
«Diablo»
(=
el que divide).
Por
eso:
«Padre
nuestro que estás en los cielos ...
líbranos del Maligno»
(cfr.
CEC 2850-2855).
El
germen de la división,
sembrado desde siempre por el
Enemigo
(Adán-Eva,
Caín-Abel,
Babel.),
encuentra
su antídoto oportuno en el
germen de la unidad que constituye la comunidad de los fieles:
El «pueblo mesiánico, por tanto,
aunque de momento no contenga a todos
los
hombres,
y
muchas veces aparezca como una pequeña
grey
es,
sin
embargo,
el germen
firmísimo
de unidad,
de esperanza y de salvación para todo el género
humano»
(LG 9).
[26]
Cfr.
Ap
14:
4;
Le
1,
27.
María
es
la que
«sigue
al Cordero
a dondequiera
que
vaya»
(Ap
14,4),
y
esta
es la raíz
de la incorrupción del
«cuerpo
y
del
alma»
y
la
raíz
de
la unidad
y
de la comunión:
«vosotros
sois
uno en
Cristo
Jesús»
(Gál
3,
28).
El
pecado
nos
impide
seguir
a Cristo,
corrompe
el cuerpo
y
el alma,
destruye
la unidad
y
la comunión.
[27]
Cfr. Ap 21, 9. Si Iglesia y Eucaristía son un binomio
inseparable, lo mismo se puede decir del binomio Mana y
Eucaristía (cfr. EE 57). La Iglesia, y en consecuencia el
cristiano (puesto que la Iglesia concibe y da a luz a los fieles
cristianos y los fieles cristianos forman la Iglesia una y
santa), será Esposa fiel en tanto sea una en seguir al Cordero
"a dondequiera que vaya>; si admite la división se le puede
llamar "infiel" (adúltera), ya que tendría el corazón dividido
entre dos esposos, entre dos señores (Mt 6, 24), siendo objeto
de la interpelación del profeta: "¿Hasta cuándo vais a estar
cojeando con los dos pies? Si Yahveh es Dios seguidle, si Baal,
seguid a éste" (1 R 18).
'
,
Por otra parte, dado que "la Eucaristía edifica la Iglesia y la
Iglesia hace la Eucaristía se deduce que hay una relación
sumamente estrecha entre una y otra" (EE 26); y en consecuencia
podemos afirmar que la Eucaristía es ciertamente la fuente y el
culmen de la unidad y fidelidad de la Iglesia a su Esposo.
Además, puesto que "el Concilio ha querido ver en la Liturgia
una epifanía de la Iglesia, pues la Liturgia es la Iglesia en
oración. Celebrando el culto divino, la Iglesia expresa lo que
es: una, santa, católica y apostólica" (Vicesimus quintus annus
9), dos preguntas tienen modo de ser resueltas. ¿Qué es la
Iglesia?: mira en el espejo de la Eucaristía. ¿Qué eres tú?:
mírate en el espejo de la Eucaristía. Y paralelamente, dado que
María es el icono de la Iglesia "eucarística" (cfr. SyP 5) (no
debemos olvidar que la Iglesia, antes que apostólica o petrina,
es mariana: cfr. Hch 1, 14), también podemos expresar las
cuestiones anteriores de la siguiente manera. ¿Quieres saber que
es la Iglesia?: mira en el espejo de María. ¿Quieres saber qué
eres tú?: mírate en el espejo de María.
[28]
Cfr.
Mc
16,
19.
[29]
Cfr.
So
3,
14-20; Jr 31,
10-14
Y Jn
11,
45-52:
primera lectura,
salmo
responsorial y
evangelio
propios
de esta
Misa.
¿A
dónde
va el
Cordero?
Va
a
la
cruz,
y
por
la
cruz
llega
a su
trono
de
gloria
a
la derecha
del Padre,
y
así va a congregar
a
la
humanidad
en
el
Reino
de
los
Cielos.
La
Iglesia,
como
esposa
fiel,
sigue
a
su
Esposo
en todo
su
camino.
Consciente
de que
«el
camino
de
Cristo
...
[es
el]
único
camino
hacia
la
dicha
eterna
a
la
que
aspira
el
corazón
del
hombre»
(CEC
1697).
Cristo-Jesús,
que
está
sentado
a
la
derecha
del Padre,
es
el
único
que
tiene
poder
para
reunir
a los
hijos
dispersos.
La Iglesia
es enviada,
por
el
mismo
Señor
y con
su
mismo
poder
la realiza:
esta
misión
para
servicio
de
la
humanidad
entera:
«Cristo
se.
ha proclamado
Hijo
de
DIOS,
íntimamente
unido
al
Padre,
y,
como
tal,
ha
Sido reconocido
por
los
discípulos.
confirmando
sus
palabras
con
los
milagros
y su
resurrección.
La
Iglesia
ofrece
a
los
hombres
el Evangelio,
documento
profético
que
responde
a
las
exigencias
y aspiraciones
del
corazón
humano
y
que
es siempre
Buena
Nueva.
La
Iglesia
no puede
dejar
de
proclamar
que Jesús
vino a
revelar
el
rostro
de
Dios
y alcanzar,
mediante
la
cruz
y
la
resurrección,
la
salvación
para
todos
los
hombres»
(Redemptoris
Missio
11,2).
Si
la
Iglesia
traiciona
esta
misión
... ¿quién
la
realizará?
[30]
«A
los
gérmenes
de
disgregación
entre
los
hombres,
que
la
experiencia
cotidiana
muestra
tan
arraigada
en la
humanidad
a
causa
del
pecado,
se contrapone
la
fuerza generadora
de
unidad
del
cuerpo
de
Cristo.
La
Eucaristía,
construyendo
la Iglesia,
crea
precisamente
por
ello
comunidad
entre
los hombres»
(EE
24).
La
Eucaristía
hace la
Iglesia,
colmándola
de
la
caridad
de Dios
y
espoleándola
a la caridad.
La
unidad en la humanidad
y
la
unidad
en
la
Iglesia
solo
podrá
alcanzarse
si
permanecemos
unidos en Cristo
por vínculos
de
amor.
Esta
unión en
Cristo
nace
de la
relación
personal y viva
con
el Señor,
de ahí la importancia
sustancial
de responder,
personalmente,
de forma adecuada a la pregunta que nos
dirige
el
Señor
a cada
uno de nosotros:
«¿y
vosotros
quién
decís que soy yo?»
(Mt
16,
15).
Estos
vínculos
de amor que
construyen
la unidad
son
gestados
precisamente
en la celebraci��n de la Eucaristía,
ya que en ella escuchamos
la
única
y
misma
Palabra
divina
y
comemos el mismo pan
y
bebemos del mismo cáliz,
para así
asociamos
al «sacrificio vivo y santo»
del Señor:
«para
que,
fortalecidos
con
el
Cuerpo
y
la
Sangre
de tu Hijo,
y
llenos
del Espíritu
Santo,
formemos
en
Cristo
un
solo
cuerpo
y
un
solo
espíritu»
(Plegaria
eucarística
III).
Dando,
en definitiva,
cumplimiento
a
las
palabras del apóstol:
«Mas
ahora,
en Cristo
Jesús,
vosotros,
los que
en otro tiempo
estabais
lejos,
habéis
llegado
a estar
cerca por
la sangre
de Cristo.
Porque él
es
nuestra
paz:
el
que
de
los
dos
pueblos
hizo uno,
derribando
el
muro que
los separaba,
la
enemistad,
anulando
en
su
carne
la
Ley
de
los
mandamientos
con
sus
preceptos,
para
crear
en
sí
mismo,
de los
dos,
un
solo
Hombre
Nuevo,
haciendo
la
paz,
y
reconciliar
con
Dios
a ambos
en
un
solo
Cuerpo,
por medio
de
la
cruz,
dando
en
sí
mismo
muerte
a
la
Enemistad»
(Ef 2,
13-16).
[31]
Cfr.
1 Tm
2,5-8:
primera lectura
propia
de esta
Misa;
F/p 2,
9.
[32]
Cfr.
Hch
2,
1ss;
Jn
17,20-26:
evangelio
propio de esta
Misa;
Flp
2,
I
s.
El
«hacedor»
de la comunión
es
el
Espíritu
Santo,
el
Espíritu
de
Cristo
(el Siervo
de Yahveh
que no
se
resistió
al mal que le hacían
(cfr.
Mt
5,
39)
y
de
esta
forma
venció
al mal con
el bien
(cfr.
Rm
12,
17.21).
El Espíritu
Santo,
como
es Espíritu,
solo
modela
nuestro
espíritu
de
forma
espiritual,
esto
es
en la
oración
(cfr.
CEC
2558).
Además,
para
que
el milagro de
la
comunión
pueda
realizarse,
suscita
carismas
que,
«presidiendo
en la
caridad»,
gobiernan
sirviendo
a
la
comunión;
administran,
como José (cfr.
Gn
51,
55-57),
los
tesoros del amor,
la unidad,
la
caridad
y
la comunión,
atesorados en el Triduum sacrum
en el que se enmarca el mysterium
paschale
(EE
2),
a la Iglesia
y la humanidad
entera que está hambrienta y clama.
Toda la celebración de la Eucaristía
es
reflejo
de
este
nuevo orden
de
cosas:
uniformidad
en los movimientos,
aclamaciones
y respuestas
«una
voce
dicentes»,
el
«beso
santo
de la paz»
(cfr.
Rm 16,
16;
I
Co
16,20;
2 Co
13,
12;
1
Ts
5,
26).
Por este
camino
se
llegará
a
una verdadera
«eclesiología
de comunión»,
cuya
alma es
la
«espiritualidad
de comunión»,
por la que
puedo reconocer
al
otro como
un don
para
mí,
porque
el
otro
es
Cristo
...
(cfr.
Novo Millennio
ineunte
43;
Ecclesia
de
Eucharistia,
Cap.
IV; CONGREGACIÓN
PARA
LA
DOCTRINA
DE LA FE,
Communionis
notio.
Carta
a los
obispos
de
la
Iglesia
católica
sobre
algunos
aspectos
de
la Iglesia
considerada
como
comunión,
28
de mayo
de
1992).
[33]
La
comunión
(unidad,
paz,
concordia,
caridad)
da paso,
ineludiblemente
la
reconciliación
y
al perdón
mutuo. Donde
no existe
reconciliación
y
perdón mutuo es
imposible
que
se
pueda
dar
la
comunión.
[34]
Cfr. SyP 22
[35]
Cfr.
Rm
7, 18.
[36]
36
Prefacio de la Misa:
La Virgen María,
Madre de la Reconciliación
(CMBVM 14).
[37]
Cfr.
2 Co 5, 17-21:
primera lectura propia de esta Misa; Hb 5,
l
s;
Sal
144,
8s;
Rm 5,
10.
Mirar al hombre como lo mira Dios,
mirar al débil y pecador como lo mira Cristo:
«y
al ver a la muchedumbre,
sintió compasión de ella,
porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen
pastor»
(Mt
9,
36). Esa es la misma mirada de María,
que,
atenta a la necesidad,
descubre
que a la humanidad le falta el vino que alegra la vida del
hombre y le dice a su Hijo:
«No
tienen vino» (Jn 2,3).
Esta es la misma mirada de la Iglesia,
es la mirada del cristiano, del hombre nuevo.
Esta forma de mirar es totalmente desconocida para el
hombre-Adán y para el
mundo.
El pecado lleva al hombre-Adán a verse a él mismo y al otro
desnudos,
se siente vulnerable ante la alteridad.
Esto le provoca sentir la
«experiencia
originaria»
(sobre el riquísimo concepto de
«experiencias
originarias» ver JUAN PABLO II,
Hombre
y
mujer,
Ed.
Cristiandad,
Madrid
2000) del miedo y su
única salida: esconderse (cfr.
Gn 3,
10). Los filósofos existencialistas han expresado perfectamente
esta forma de mirar al otro: «el infierno son los otros»
(cfr.
JEAN-PAUL SARTRE, A
puerta cerrada, Ed. Alianza,
Madrid 1989).
[38]
Cfr.
I
Jn
3, l. La Eucaristía llama al hombre y
lo
estimula a la conversión,
purificando el corazón penitente, consciente de las propias
miserias y deseoso del perdón de Dios:
nos libera de la autocomplacencia,
nos mantiene en la verdad delante de Dios,
nos lleva a confesar la misericordia del Padre que está en los
cielos,
nos muestra el camino
que nos espera,
nos conduce al sacramento de la Penitencia,
nos abre a la alabanza
y
acción
de gracias,
nos ayuda
a ser benévolos con el prójimo.
La Eucaristía llama al cristiano a sumergirse en el infinito
amor de Dios por nosotros, a ser recreados por las entrañas de
misericordia de Dios (cfr.
Lc
1,
78),
lo cual lo capacita para ser misericordioso (cfr. Col 3,
12): «sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial»
(Mt 5, 48).
[39]
Cfr. Sal 102,
1-4.8s.13s.17s
y Jn 19,25-27:
salmo responsorial
y
evangelio propio de esta Misa.
Así como Dios tiene
«entrañas
de misericordia»
(con capacidad de recrearnos), la que no conoció
el pecado
tiene
«corazón
misericordioso»
(con capacidad
de
comprendemos y desde su espíritu mover nuestro espíritu) gracias
al cumplimiento de
la palabra profética:
«¡y
a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que
queden al descubierto
las
intenciones de
muchos corazones»
(Le
2,
35).
[40]
Cfr.
Jdt
10,19;
Est
4,
l7-kl;
Sal
26,
8.
[41].
Cfr.
Lc
8,
15.
[42]
De entre los mandatos del Señor,
mirando al acceso para la celebración-participación
de la Eucaristía, dos nos parece que son los más
urgentes y necesarios que debemos atender.
Es preciso,
en primer lugar,
tomar en serio la orden de Jesús de reconciliamos con el hermano
antes de llevar la ofrenda al altar:
«Si,
pues,
al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que
un hermano tuyo tiene algo contra ti,
deja tu ofrenda allí,
delante del altar,
y vete
primero a reconciliarte con tu hermano;
luego vuelves y presentas tu ofrenda»
(Mt
5,
23 24).
En segundo lugar,
atendamos la llamada del Apóstol a examinar nuestra conciencia
antes de participar en la Eucaristía:
«quien coma el
pan o beba la copa del Señor indignamente,
será
reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor.
Examínese,
pues,
cada cual,
y
coma
así
el pan y beba de la copa. Pues quien come
y
bebe
sin discernir
el Cuerpo,
come
y
bebe
su propio castigo»
(cfr.
1 Cor 11
,27
-29).
[43]
Cfr.
Jn
14,
15;
Pr
4,
4;
Ez
24,
13s;
EJ5,
14.
Percibir,
contemplar
y
meditar
la belleza
del amor que se muestra en las palabras del Verbo
Encarnado.
Al percibir el amor encontramos
un refugio seguro, al contemplar la belleza
se
provoca en nuestro
interior la
atracción
irresistible
hacia «lo bello»
y al
«escuchar
y entender»
la Palabra despertamos
del
sueño de la muerte.
[44]
Cfr.
SyP
21.
[45]
Prefacio de la Misa:
Santa María,
discípula
del Señor (CMBVM 10).
[46]
Cfr.
Lc
1,48.
[47]
¿Cómo
concibió la Santísima
Virgen?:
escuchando.
Escuchando
las profecías
del
Antiguo Testamento,
escuchando al Ángel...,
escuchando y guardando,
en definitiva,
la
Palabra de Dios.
S.
Agustín nos lo explica con las siguientes palabras;
«Os
pido que atendáis
a lo
que dijo Cristo,
el Señor,
extendiendo la mano sobre sus discípulos:
Estos
son
mi madre
y
mis hermanos.
El que cumple la voluntad
de mi Padre,
que me ha enviado,
ése es mi hermano,
y mi hermana
y mi madre.
¿Por ventura no cumplió la voluntad del Padre la Virgen María,
ella, que dio fe al
mensaje
divino, que concibió por su fe,
que fue elegida para que de ella naciera entre los hombres el
que había de ser nuestra salvación,
que fue creada por Cristo antes que Cristo
fuera creado por ella?
Ciertamente,
cumplió santa María,
con toda perfección,
la voluntad del Padre,
y, por
esto,
es más importante su condición de discípula
de Cristo que la de madre de Cristo,
es
más dichosa por ser discípula
de Cristo que por ser madre de Cristo. Por esto,
María fue bienaventurada,
porque,
antes de dar a luz a su maestro, lo llevó en su seno.
Mira si no es tal como digo. Pasando el Señor,
seguido de las multitudes y realizando milagros, dijo una mujer:
Dichoso el vientre que te llevó. Y el Señor, para enseñarnos que
no hay que buscar la felicidad
en las realidades de orden material,
¿qué es
lo
que respondió?:
Mejor dichosos los que escuchan la palabra de Dios y
la
cumplen.
De ahí que María es dichosa
también porque escuchó la palabra de Dios y la cumplió;
llevó en su seno el cuerpo de Cristo,
pero más
aún
guardó en su mente la verdad de Cristo.
Cristo es la verdad,
Cristo tuvo un cuerpo:
en la mente de María estuvo Cristo,
la verdad,
en su
seno
estuvo Cristo hecho carne,
un cuerpo.
Y es más importante lo que está en la mente que lo que se lleva
en el
seno»
(San Agustín,
Sermón 25,
7s:
versión castellana para el Oficio de Lecturas del 21 de
noviembre,
La Presentación de la
Santísima Virgen).
[48]
Cfr.
Lc
2,
41-52 y Mt 12,
46-50:
evangelios propios de esta
Misa; Jn 1,
14.
Y concibió en lo más interno de su ser:
en sus entrañas-corazón.
Entrañas purísimas reflejo de su corazón «sin división».
[49]
Cfr. Eclo
51,13-18.20-22
y Sal 18,8-11.15:
primera lectura
y
salmo responsorial
propios de esta Misa.
El Himno del Oficio
de lectura del martes IV presenta así la Palabra de Dios:
¡Espada de dos filos
/
es,
Señor
tu palabra!
/
Penetra como
Juego
/
y
divide
la entraña.
/¡Nada
como tu voz,
/
es terrible tu espada!
/
¡Nada
como tu aliento,
/
es dulce tu palabra!
//
Tenemos que vivir
/
encendida la lámpara,
/
que para virgen necia
/
no
es
posible la entrada.
/
No basta con gritar
/
solo palabras vanas,
/
ni tocar a la puerta
/
cuando
ya
está cerrada.
//
Espada de dos filos
que me cercena
el
alma,
/
que hiere a
sangre
y
Juego
/
esta
carne mimada,
/
que mata los ardores
/
para encender la gracia.
//
Vivir de tus
incendios,
/ luchar
por tus batallas,
/
dejar por los caminos
/
rumor de tus sandalias.
/
¡Espada de
dos filos es,
Señor, tu palabra!
/
Amén.
Verbum Domini:
Palabra que sale de la boca de Dios.
Palabra viva con la que Dios interpela al hombre
...
¡nos interpela a nosotros! Y nos interpela en lo más íntimo de
nosotros
mismos (cfr.
Hb
4, 12),
hasta el punto de dejar al descubierto las intenciones más
profundas
de nuestro corazón (cfr.
Le
2,35).
Y es que Dios tiene un deseo «incontrolable»
de comunicarse
con el hombre, de comunicar,
de hacer participar, a su creatura de su ser,
su propia
vida:
la
Vida
trinitaria.
Un solo ejemplo:
«Cuando
Israel era niño,
yo le amé,
y
de Egipto llamé
a
mi hijo.
Cuanto más los llamaba,
más se alejaban de mí: a los Baales sacrificaban,
y a los
ídolos
ofrecían
incienso.
Yo enseñé
a Efraím a caminar,
tomándole por los brazos,
pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos.
Con cuerdas humanas los atraía,
con lazos de amor,
y era
para ellos como los
que
alzan a un niño contra su mejilla,
me inclinaba hacia él y le daba de comer»
(Os
11,
1-4).
Él habla
«aquí
y ahora»,
en la celebración eucarística,
a los que quieren
escucharlo.
El comienzo de la vida espiritual cristiana es
la actitud de escucha.
Creer en Cristo
es
escuchar
su
palabra
y
ponerla
en
práctica:
lo
que es
lo
mismo
que
la actitud
de
docilidad
a
la
voz
del
Espíritu
Santo,
el
Maestro
interior
(cfr.
CEC
16977,
1995,
2672.
2681)
que nos guía
a la verdad
completa
(Jn
16,
13):
verdad
en
el
conocer
y verdad
en
el
obrar.
[50]
Cfr.
2 M 1,
3;
Sal 40, 8s;
Mc
3,
31-35;
Jn
6, 63.
El
culto
que
Dios quiere:
«llega
la hora
(ya
estamos
en
ella)
en
que los
adoradores
verdaderos
adorarán
al Padre
en espíritu
y
en
verdad,
porque
así
quiere
el Padre
que
sean
los
que
le
adoren.
Dios
es
espíritu,
y
los
que
adoran,
deben
adorar
en
espíritu
y
verdad»
(Jn
4, 23s).
Este
nuevo
culto,
el
que
Dios
quiere.
se
ha realizado
en
plenitud
en
Cristo
que
«al
entrar
en
este
mundo,
dice:
Sacrificio
y
oblación
no
quisiste:
pero
me
has
formado
un
cuerpo.
Holocaustos
y sacrificios
por
el
pecado
no
te
agradaron.
Entonces
dije:
“He
aquí
que
vengo
--pues
de mí está
escrito
en
el
rollo
del
libro-
a
hacer,
oh
Dios. tu
voluntad'»
(Hb
10,5-7).
El relato
de
Jesús
en
el huerto
de Getsemaní
es
una
descripción
admirable
de la profunda realidad antropológica,
teológica
y cristológica
que
configura
el
culto
que Dios
quiere
(cfr.
CEC
2746-2751).
Escuchar
la
Palabra
de
Dios
y
ponerla
por
obra
es
ciertamente
la
lámpara
(cfr.
Sal 118,
105-112)
que ilumina
nuestros
pasos
en
esta
vida
y
produce
como
fruto
«hacer
la
voluntad
de
Dios»;
fruto
que madura
en
el
vivir
cotidiano
de la vida del
cristiano,
para lo
cual es
necesario
tener
afinado
el
oído del corazón.
La lectura personal
de las
Sagradas
Escrituras,
su meditación
y contemplación
son los
instrumentos
adecuados
para tal
fin.
[51]
Cfr.
SyP
28
[52]
Prefacio de la
Misa:
Santa
María
de
Nazaret
(CMBVM
8).
[53]
Cfr.
Gál
4,
4-7:
primera
lectura
propia
de esta
Misa:
Le
1, 26-38
[54]
Cfr.
Jn
1, 1ss;
Mt
1, 20s.
Es
admirable
la confrontación:
«en el tiempo
/ en la
eternidad».
La vida de Cristo-Jesús
se realiza
bajo
estas
coordenadas.
También
nuestra
propia
existencia
se
desarrolla
«en
el
tiempo
en
la
eternidad».
Dios
tiene sobre
nosotros
un designio
eterno
de
salvación
que
se
va
realizando
en
nuestra
vida
temporal,
en un proceso
de
configuración
de
nuestro
ser
y
existencia
como
alter
Christus.
Poder
reconocer
este
diseño
original
y
descubrir
las
huellas
de
Dios
que
lo
hace
realidad es
ciertamente
una aventura
fantástica
que
se nos
propone
a
los cristianos.
[55]
Cfr.
Col
3, 12-17;
Sal
83,
2-6.9s
y
Lc
2,
22.39-40:
primera
lectura,
salmo
y
evangelio
propios
de
esta
Misa.
[56]
Cfr.
Lc
11,
34-36.
Es
urgente
descubrir
la
humildad
de
la
vida
de Nazaret
y
la
necesidad
que
tenemos,
para
nuestra
vida,
de
esa
humildad.
Es
una
humildad
propia
de los
comienzos.
Del
que cada
día
comienza
de
nuevo.
Del que
cada
día
se considera
como
«recién
llegado».
No
hay rechazo
más
escandaloso
de
esta
imagen
que cuando
de la
vida del
cristiano
y
de la
Iglesia
se
apodera el espíritu
del
«deseo
de
ser»,
de
ser
importantes,
de
ser
estimados,
de la
<ducha
por
el
poder».
de la
carrera
por
ser
considerados
y
por
imponerse
a los
demás,
Es
la antítesis
de
Cristo,
el
«cordero
manso»
(Jr
11,19).
«Jesús
manso
y
humilde
de
Corazón,
óyeme.
Del
deseo
de ser
lisonjeado,
líbrame
Jesús.
Del deseo
de
ser
alabado,
líbrame
Jesús.
Del
deseo
de
ser
honrado,
líbrame
Jesús.
Del
deseo
de ser
aplaudido,
líbrame
Jesús. Del
deseo de ser preferido
a
otros,
líbrame
Jesús.
Del deseo
de ser consultado,
Líbrame
Jesús.
Del
deseo
de ser
aceptado.
líbrame
Jesús.
Del
temor de
ser
humillado.
líbrame
Jesús.
Del
temor
de
ser
despreciado,
líbrame
Jesús.
Del temor
de
ser
reprendido.
líbrame
Jesús.
Del
temor
de
ser
calumniado,
líbrame
Jesús.
Del
temor
de
ser
olvidado,
líbrame
Jesús,
Del temor
de
ser
puesto
en
ridículo,
líbrame
Jesús.
Del
temor
de
ser
injuriado,
líbrame
Jesús.
Del temor
de
ser
juzgado
con
malicia,
líbrame
Jesús.
Que
otros
sean
más
estimados
que
yo.
Jesús
dame
la
gracia
de
desear/o.
Que
otros
crezcan
en la
opinión
del
mundo
y yo me
eclipse,
Jesús
dome
/a
gracia
de desear/o.
Que
otros sean
alabados
y
de mí no se haga
caso,
Jesús
dame
la
gracia
de
desear/o.
Que
otros
sean empleados
en
cargos
y
a
mí
se
me
juzgue
inútil.
Jesús
dome
la
gracia
de
desear/o.
Que
otros
sean
preferidos
a mí
en
todo.
Jesús
dome
la
gracia
de
desear/o.
Que
los
demás
sean
más santos
que yo,
con
tal
que
yo
sea
todo
lo
santo
que pueda,
Jesús
dame
la
gracia
de
desear/o.
Oh
Jesús
que,
siendo
Dios,
te
humillaste
hasta
la muerte,
y
muerte
de
cruz,
para
ser
ejemplo perenne
que
confunda
nuestro
orgullo
y
amor
propio:
concédenos
la gracia
de aprender y practicar tu ejemplo
para que,
humillándonos
como corresponde
a nuestra
miseria
aquí
en la
tierra,
podamos ser ensalzados
hasta
gozar
eternamente
de ti en el cielo.
Amén»
(CARDENAL
RAFAEL
MERRY
DEL
VAL,
Letanías
de
la
humildad).
¡SANTA
HUMILDAD DE
CRISTOI
¿QUIÉN
TE
ENCONTRARA?
[57]
El
cristiano
también debe
aprender
a
ser
discípulo-madre
de
Cristo,
Lo primero es
ser
discípulo:
escuchando,
creyendo
y poniendo
por
obra
su
Palabra.
Como
fruto del
ser
discípulo,
el
cristiano
se
transforma
en madre de
Cristo: lo lleva
en
su seno,
[o gesta
hasta que llega el momento de
que nazca
el
«hombre
nuevo»;
cuando
comulgamos
el Cuerpo
y
la
Sangre
del
Señor,
esta
maternidad empieza
a realizarse
en nosotros
de forma
sacramental.
[58]
Cfr.
Lc
2,
41-52:
evangelio
propio de
esta
Misa.
Las
primicias
son
indicio
y
garantía
de la
cosecha.
Por
eso
debemos
preguntarnos:
hoy,
¿qué
«primicias»
tengo
yo
del
Evangelio
en
mi vida?
¿Cuáles
son?
¿Cuántas
son?
¿Cómo
son?
[59]
Cfr.
Eclo
21, 17. La oración en sus diversos matices -alabanza,
súplica,
invocación,
grito,
lamento,
agradecimiento-
toma
forma,
para
ser
auténtica,
a partir del
silencio,
«hábitat»
natural
de la interiorización.
[60]
Cfr.
Ap
12,4-6.
[61]
Cfr.
Mt
2,
13-15.19-23:
evangelio
propio de esta Misa,
[62]
El
«vínculo»
entre José
y
María
puede actualizarse en nosotros,
en
nuestro interior.
María concibe escuchando-guardando
en
su
corazón:
nosotros escuchando-creyendo
concebimos.
José
le da nombre-presencia legal,
lo
enraíza
con la historia
de
salvación
de la humanidad
«ajustándose»
a la
voluntad
de Dios:
nosotros,
ajustándonos
a la voluntad de
Dios,
nos
entroncamos
-tenemos
lugar-
en la
historia
de la salvación de la
humanidad.
[63]
63
Es
necesario
redescubrir
la importancia
del
canto
litúrgico,
de tal
forma
que
la
letra
y
la música,
concordes
con
el misterio
que
celebramos,
ayuden
a una
más profunda participación,
y
así,
por
ejemplo,
descubramos
que no
es
lo mismo
«cantar en la misa, que
cantar la
misa»,
Cómo
no
recordar
en
este
punto el Motu
proprio
Tra
le
sollecitudini
de S.
Pío X
(cfr.
JUAN
PABLO
II,
«En
el centenario
del motu
proprio
"Tra
le
sollecitudini'
sobre
la
música
sacra»,
Phase
259
(2004)
54
64;
COMISIÓN
EPISCOPAL
DE
LITURGIA
DE LA
CONFERENCIA
EPISCOPAL
ESPAÑOLA,
«"Fuente
primera
e indispensable
de la
vida
cristiana".
Declaración
de la
....
en el
Centenario
del
Motu Proprio
"Tra
le
sollecitudini"
de
san
Pío
X y
en
el
XL
aniversario
de la
Constitución
litúrgica del Concilio Vaticano II: 22 de
noviembre de 2003»,
Phase
259 (2004)
65
70; JORDI
AOUSTÍ PIQUÉ,
«"Tra
le
sollecitudini":
lectura teológica
desde
la perspectiva
de
la sacramentalidad
de la música
en la liturgia»,
Phase
258 (2003)
501 516;
VALENTí
MISERACHS,
«El
motu
proprio “Tra
le sollecitudini"
de san
Pío
X.
Historia
y
contenido»,
Phase
259 (2004)
9-28).
[64]
Cfr.
Sal
130,
1-3:
salmo
responsorial
propio de
esta Misa.
El
silencio
es
necesario
para
el recogimiento,
la interiorización
y
la oración
interior.
El
silencio
al
que nos
referimos
no
es vacío, ausencia,
desembarco en un
«nirvana
gnóstico»
y alienante.
Es
presencia,
receptividad,
respuesta
a Dios
que nos
habla
«aquí
y
ahora»,
y reacción
a
su
acción
en
nosotros
también
«aquí
y
ahora».
Si la palabra
no
está
anclada
en este
silencio,
puede desgastarse,
transformarse
en
ruido,
en palabrería,
incluso
en
aturdimiento.
[65]
Los
momentos de
silencio,
la
experiencia
de interiorización,
si
son
auténticos
buscan
ser
prolongados
fuera
de la
celebración.
Es
a lo
que se refiere Sta.
Teresa
de
Jesús
cuando
emplea
frases como:
«Muchas
veces
se
engolfa el alma o la engolfa el Señor en
sí,
por
mejor
decir»
(Libro de In
vida,
cap.
20, 19), tan usadas por
ella,
Se trata,
en
definitiva, de pasar
de la experiencia
litúrgica del silencio a la
«espiritualidad
del
silencio»
que nos
abre
a
la
dimensión
contemplativa
de la
vida
ordinaria;
para
que nuestra
vida,
según
la
voluntad
de
Dios,
pueda
ser:
«alabanza
de
la
gloria
de
su
gracia
con
la
que
nos
agració
en
el
Amado»
(Ef
1,
6).
Son varios los momentos particularmente importantes para
prolongar la experiencia del silencio:
la oración personal en lo oculto de la propia
habitación (Mt 6,
6),
el silencio de los
días
de retiro y,
sin duda,
los ratos
de
adoración,
oración y contemplación
delante del Santísimo
Sacramento.
[66]
Cfr.
Eclo
35,
7.
[67]
Cfr.
SyP 25 y SyP 30.
[68]
Prefacio de la Misa:
La Virgen María,
causa de nuestra alegría (CMBVM 34).
[69]
La Eucaristía (=
acción de gracias) es la cristalización de
la
espiritualidad
de la acción de gracias por los dones recibidos de Dios.
Agradecer es algo propio de quien se siente amado,
renovado,
perdonado: «gratuitamente»,
sin mérito alguno.
«En
verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación darte gracias SIEMPRE y EN TODO
LUGAR,
Señor,
Padre santo,
Dios
todopoderoso y eterno
...
Y
a nosotros,
pecadores,
siervos tuyos,
que confiamos en tu infinita misericordia,
admítenos en la asamblea de los santos
...
;
y acéptanos en su compañía,
no por nuestros
méritos,
sino conforme a tu bondad»
(Plegaria Eucarística 1).
La
«acción
de gracias»
es,
además,
lo opuesto absolutamente
a la murmuración.
El murmurador se cree con derecho,
nada le es suficiente y provoca la queja del mismo Dios: «¿Hasta
cuándo esta comunidad perversa, que está murmurando contra mí?
He oído las quejas de los israelitas,
que están murmurando contra mí»
(Nm
14, 27).
[70]
Cfr. Za 2,
14-17;
ls
61,9-11:
primera lectura propia de esta Misa;
ls
61,
9-11 Y So 3,14.
[71]
La alegría es uno de los frutos del Espíritu Santo (Ga 5,
22):
«que
nos
consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros
consolar a los que están en toda tribulación,
mediante
el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios»
(2
Co
1,
4).
La alegría cristiana no niega el sufrimiento,
sino que lo transforma en esperanza del gozo de la mañana de
Pascua. Por el contrario,
la tristeza es síntoma de enfermedad,
es síntoma de temor,
es síntoma, en definitiva,
del pecado.
«Por
esencia,
la alegría cristiana es participación en la gloria insondable, a
la vez divina y humana, que se encuentra en el corazón del
Cristo glorificado,
y esta participación en la alegría del Señor no se puede disociar
de la celebración del misterio eucarístico»
(Pablo VI,
Exhortación
Apostólica Gaudete
in Domino,
Il,
IV).
[72]
Cfr.
Lc
1,39-47:
evangelio propio de esta Misa y
Tb 13,
11.
[73]
Cfr.
Jn
15,9-12:
evangelio
propio de esta Misa.
[74]
Cfr.
Eclo
35,
17.
[75]
Ilumina el camino de la vida de la Iglesia y del cristiano
porque la humildad es el camino necesario e ineludible para
llegar a lo que el Señor nos tiene reservado.
«El
que se ama a sí mismo no puede amar a Dios;
en cambio,
el que,
movido por la superior excelencia de las riquezas del amor a
Dios, deja de amarse a
sí mismo ama a Dios.
Y,
como
consecuencia,
ya no busca nunca su propia gloria,
sino más bien la gloria de Dios.
El que se ama a sí mismo busca su propia gloria,
pero el que ama a Dios desea la gloria de su Hacedor.
En efecto,
es propio del alma que siente el amor a Dios buscar siempre y en
todas sus obras la gloria de Dios y deleitarse en su propia
sumisión a él,
ya que la gloria conviene a la magnificencia de Dios;
al hombre,
en cambio,
le conviene la humildad, la cual nos hace entrar a formar parte
de la familia de Dios.
Si de tal modo obramos,
poniendo nuestra alegría
en la gloria del Señor,
no nos cansaremos de repetir,
a ejemplo de Juan Bautista:
Él tiene que crecer y yo tengo que menguar.
Sé de cierta persona que,
aunque se lamentaba de no amar a Dios como ella hubiera querido,
sin embargo,
lo amaba de tal manera que el mayor deseo de su alma consistía
en que Dios fuera glorificado en ella, y que ella fuese tenida
en nada.
El que así piensa no se deja impresionar por las palabras de
alabanza, pues sabe lo que es en realidad;
al contrario, por su
gran amor a la humildad, no piensa en su propia dignidad,
aunque fuese el caso que sirviese a
Dios en calidad de sacerdote;
su deseo de amar a Dios hace que se vaya olvidando poco a poco
de su dignidad y que extinga en las profundidades de su
amor a Dios,
por el espíritu de humildad,
la jactancia que
su dignidad pudiese ocasionar,
de modo que llega
a considerarse
siempre a sí mismo como un
siervo
inútil,
sin
pensar para nada en
su
dignidad,
por su amor a la humildad.
Lo mismo debemos hacer también
nosotros,
rehuyendo
todo
honor
y
toda gloria,
movidos por la superior excelencia
de las
riquezas
del
amor
a Dios,
que
nos
ha
amado
de verdad»
(DIADOCO
DE
FOTlCÉ,
Sobre
la
perfección
espiritual,
Caps.
12.13.14:
versión
castellana para
el Oficio de Lecturas del viernes
II del Tiempo
Ordinario).
[76]
Cfr. Col 1,5;
Hb
6,
11.
[77]
La Eucaristía nos educa a gozar junto con los otros, sin retener
para nosotros mismos la alegría recibida como don.
Alegramos
siempre en el Señor (Flp 3,
1),
alegría del encuentro fraterno y alegría de compartir la misma
alegría. La alegría de la Eucaristía será verdadera cuando nos
haga decir con verdad:
«Hemos
visto al Señor
(Jn
20,
24).
Cantar la Misa (no simplemente cantar en la Misa) es un buen
síntoma de que ciertamente el Señor Jesús ha venido a hacer
comunión con nosotros,
a hacer
«pascua»
en nosotros:
¡Nos colmarás de alegría,
¡Señor, con tu presencia! (cfr.
ls
9,
2;
Sal
16,
11).
En nuestra asamblea eucarística,
la asamblea
celestial se nos une y canta con alegría las alabanzas del
Cordero inmolado que vive para siempre,
porque con Él
ya
no hay más luto,
ni llanto,
ni lamento.
Gozo
y
alegría que serán colmados en nuestro destino definitivo¡
cuando los que
compartimos y compartiremos
la
muerte de Jesucristo,
compartamos con El la gloria de la
resurrección,
«cuando
Cristo haga resurgir de la tierra a los muertos,
y transforme nuestro
cuerpo frágil en cuerpo glorioso como el suyo ... en tu
reino,
donde esperamos gozar todos
juntos de la plenitud eterna de tu gloria;
allí enjugarás las lágrimas de nuestros
ojos,
porque,
al contemplarte
como tú eres,
Dios nuestro,
seremos para siempre semejantes a ti y cantaremos
eternamente tus alabanzas»
(Plegaria Eucarística III).
[78]
Cfr.
SyP 23
[79]
Prefacio de la Misa:
La Virgen María en la resurrección
del Señor (CMBVM 15).
[80]
Cfr.
Is
61,
10s; 62, 2s: primera lectura propia de esta Misa;
Le
24,41
y Jn
20, 20. El fruto de la fe es la alegría colmada que
produce el cumplimiento de las promesas de las que ahora
se nos dan las
primicias,
especialmente en la Eucaristía.
[81]
Cfr.
Col
2,12;
1 P
1,21.
[82]
Cfr.
Sal
27,1.
[83]
Cfr.
Ap
21,
1-5
y
Mt
28,
1-10:
primera
lectura
y
evangelio
propios de esta Misa.
La Eucaristía es,
en sentido específico,
«memorial»
de la muerte y resurrección del Señor;
pero ambos extremos,
absolutamente inseparables (EE 5),
incluyen todo lo que ha hecho y dicho el Señor y toda la
historia de la salvación,
hasta el punto de impulsar a «que todo tenga a Cristo por
Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra»
(Ef
1,
10).
[84]
Cfr.
1
Co
13,
12
[85]
Esta experiencia de «ver de nuevo a su Señor inmortal»,
¿quedó
reservada a la
Iglesia
naciente?
De ninguna manera.
Nosotros podemos disfrutar hoy de aquellos milagros (en el
tiempo verbal imposible para nuestra gramática:
«pasado
en presente»),
ya que «a aquel lugar y a aquella hora vuelve espiritualmente
todo presbítero que celebra la Santa Misa, junto con la
comunidad cristiana que participa en ella» (EE 4).
[86]
Del
«memorial»
eucarística brota,
de forma natural, pero por virtud sobrenatural,
una
vida distinguida por la «gratitud»,
por el «"asombro"
eucarístico»
que nos lleva necesariamente a un serio sentido de
«responsabilidad»
ante nuestra vida,
la vida de la Iglesia y la vida de toda la humanidad.
[87]
Cfr. EE. N. 8.
[88]
Prefacio de la Misa: La Virgen María,
reina del universo (CMBVM 29).
[89]
Cfr.
St
2,
13.
[90]
Cfr.
Is
9,
1-3.5s:
primera lectura propia de esta Misa;
SI
4,
6;
1 P 5,
5;
Lc
14,
11;
Flp 2,
8ss.
«Una
consecuencia
significativa
de la tensión
escatológica propia de la Eucaristía es que da Impulso a nuestro
camino
histórico,
poniendo una semilla de viva esperanza en la dedicación
cotidiana y asó
colaborar a la edificación de un mundo habitable y plenamente
conforme al designio de Dios» (EE 20).
[91]
Cfr.
Jn
1,26-38:
evangelio propio de esta Misa;
Jn
10,
18;
Hb
2,
9.
[92]
Su Santidad Juan Pablo II nos explica en la EE:
«Las
celebraciones eucarísticas me hacen experimentar intensamente su
carácter universal y,
por así decir, cósmico.
iSí,
cósrnico!»
(EE 8).
Esta dimensión cósmica de la Eucaristía,
que posee en virtud de los méritos y del señorío
universal de Cristo,
hace de la Eucaristía la columna vertebral del universo y
podemos rastrearla a cuatro niveles.
.
En primer lugar, en relación con la creación entera:
la Eucaristía
«une
el cielo y la tierra.
Abarca e Impregna toda la creación. El Hijo de Dios se ha hecho
hombre,
para reconducir todo lo creado, en un supremo acto de alabanza,
a Aquél que lo hizo de la nada»
(EE 8).
En segundo lugar, para beneficio de toda la humanidad:
«Ciertamente [la Eucaristía] es un don en favor nuestro,
más aún,
de toda la humanidad» (EE 13).
En tercer lugar, redimensiona y reconduce la historia:
«Cada vez que el Hijo de Dios se presenta bajo la pobreza» de
las especies sacramentales,
pan y vino,
se pone en el mundo el germen de la nueva historia» (EE 58).
Y finalmente,
en cuarto lugar, las tres dimensiones anteriores se proyectan en
la
tensión escatológica:
«Cuando
María exclama
"mi
alma engrandece al Señor,
mi espíritu exulta en DIOS, mi Salvador.
.",
María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia
de la salvación,
según la promesa hecha a nuestros padres (cf. Lc 1,55),
anunciando la que supera a todas ellas,
la encarnación redentora. En el Magníficat,
en fin,
está
presente la tensión escatológica de la Eucaristía.
Cada vez que el Hijo de Dios se presenta bajo la
"pobreza"
de las especies sacramentales,
pan y vino,
se pone en el mundo el germen de la nueva historia,
en la que se
"derriba
del trono a los poderosos"
y se
"enaltece
a los humildes"
(cf. Le 1,52).
María canta el
"Cielo
nuevo"
y la
"tierra
nueva"
que se anticipan en la Eucaristía y en cierto sentido deja
entrever su "diseño"
programático»
(EE 58).
[93]
Cfr.
Lc
1,38.
[94]
Cfr.
Sal
44,
11-18:
salmo responsorial propio de esta Misa.
[95]
Cfr. Est 4,
14;
4,17k.
[96]
La Eucaristía,
al ser
«memorial
de toda la obra redentora de Cristo,
hace siempre
presente también
la presencia y acción de María
en esa obra redentora.
Y así,
hace presente a
María Inmaculada: mostrando la capacidad de Dios para «llenamos
de su gracia»;
a María escuchando
al ángel y concibiendo a Cristo:
concibiéndonos a nosotros e inaugurando el camino
para que podamos~ concebir nosotros mismos;
a María en las bodas de Caná:
intercediendo por
nosotros;
a Mana Junto a la cruz:
cuidándonos
maternalmente;
a María en el cenáculo:
acompañándonos
en nuestra oración, deseos,
angustias,
sufrimientos
...
a María en cuerpo y
alma, sentada a la derecha de Jesucristo Rey del universo (Cfr.
Sal
44,
10): participando de su
remado sobre todo lo creado e indicando que «en Dios
también hay lugar para el cuerpo»
(BENEDICTO XVI, Homilía en la Solemnidad de la
Asunción de la Virgen María, 15 de agosto
de 2005) y que ese lugar está reservado para nosotros.
[97]
Cfr.
SyP 24.
[98]
Prefacio de la Misa: La Virgen María junto a la cruz del Señor I
(CMBVM 11).
[99]
Cfr. Jn 19, 25-27:
evangelio propio de esta Misa.
La Eucaristía actualiza de forma sacramental,
el Misterio Pascual de Cristo;
el cual supone, de manera inseparable,
et'
sacrificio de Cristo en la cruz y su resurrección (cfr. EE 5).
El Misterio Pascual de Cristo es el momento culminante de toda
la vida de Jesús,
ofrecida como holocausto continuo,
como víctima que se entrega absolutamente,
sin reservas perseverante mente a la voluntad del Padre.
Benedicto
XVI,
hace
poco,
ha
expresado
todo
este
proceso
y sus
efectos
en
nosotros
con
palabras
muy sugestivas:
«¿Qué
está
sucediendo?
¿Cómo
Jesús puede
repartir
su
Cuerpo
y su
Sangre?
Haciendo del pan
su
Cuerpo y del vino
su
Sangre,
anticipa su muerte,
la acepta
en lo más íntimo y la transforma
en una acción de amor.
Lo que
desde el exterior es
violencia
brutal la crucifixión,
desde el interior se transforma
en un acto de un amor que se
entrega
totalmente:
Esta es la transformación sustancial que se realizó
en el Cenáculo
y
que estaba
destinada a
suscitar
un proceso
de transformaciones
cuyo
último fin es la transformación del mundo hasta que Dios sea
todo en todos
(cfr. /
Co
15,28).
Desde siempre todos
los
hombres
esperan
en su corazón,
de algún modo,
un cambio,
una transformación del mundo.
Este es,
ahora,
el acto central de transformación capaz de renovar
verdaderamente el mundo: la violencia se transforma en amor y,
por tanto,
la muerte en vida.
Dado que este acto convierte la muerte en amor,
la muerte como tal está ya,
desde
su
interior,
superada;
en ella está ya presente la resurrección.
La muerte ha sido,
por así
decir,
profundamente herida,
tanto que,
de
ahora
en adelante,
no puede ser la última palabra.
Esta es,
por usar una imagen muy conocida para nosotros,
la fisión nuclear llevada
en lo más íntimo del ser;
la victoria del amor sobre el odio,
la victoria del amor sobre la muerte.
Solamente esta íntima explosión del bien que vence al mal puede
suscitar después
la cadena de transformaciones que poco a poco cambiarán el mundo.
Todos los demás cambios
son
superficiales y no salvan.
Por esto hablamos de redención:
lo que desde
lo más íntimo era necesario ha sucedido,
y nosotros podemos entrar en este dinamismo.
Jesús puede distribuir
su
Cuerpo,
porque se entrega realmente a sí mismo»
(BENEDICTO
XVI,
Homilía
del 21 de agosto de 2005).
María,
junto a su Hijo y de forma particular junto a la cruz,
se hizo a
sí
misma holocausto,
participando
en el holocausto de
su
Hijo. Con el Hijo,
que se entregó
como
víctima
por nuestro bien,
se entrega su Madre.
Y
esta entrega es imagen de la obra que Dios puede
y
quiere reproducir en nosotros,
si
lo dejamos.
Así se lo suplicamos en la Plegaria Eucarística:
«que
Él nos transforme
en ofrenda
permanente»
(Pleg.
Euc. III)
«a
cuantos compartimos este pan y este cáliz,
que,
congregados
en un solo cuerpo por el Espíritu Santo,
seamos
en Cristo víctima viva para alabanza de tu gloria»
(Pleg. Euc.
IV) y así
«al
participar aquí de este altar, seamos colmados
de gracia
y bendición»
(Pleg, Euc,
I).
[100]
De las diversas figuras del Antiguo Testamento que profetizan la
Eucaristía queremos recordar tres,
las que menciona expresamente la Plegaria Eucarística 1,
interpretadas por la Epístola a los Hebreos.
Los
dones
del
justo
Abel:
«Por
la
fe,
ofreció
Abel
a
Dios
un
sacrificio
más
excelente
que Caín,
por ella fue declarado justo,
con la aprobación que dio Dios
a
sus
ofrendas;
y
por
ella,
aun
muerto,
habla todavía»
(Hb
11,4).
El sacrificio
de Abraham,
nuestro
padre
en la fe:
«Por
la fe,
Abraham,
al
ser
llamado
por Dios,
obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia,
y
salió
sin
saber a dónde iba.
Por la fe,
peregrinó
por la Tierra Prometida como en tierra extraña,
habitando
en
tiendas,
lo
mismo que Isaac
y
Jacob,
coherederos de las mismas promesas
...
Por la fe,
Abraham,
sometido
a la prueba,
presentó a Isaac como ofrenda,
y el que había recibido las promesas,
ofrecía a su unigénito,
respecto del cual se le había dicho:
Por Isaac tendrás descendencia.
Pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los
muertos. Por eso lo recobró para que Isaac fuera también figura»
(Hb 11, 8s.17-19).
La oblación pura de tu sumo sacerdote Melquisedec:
«Entonces Melquisedec,
rey de Salem,
presentó pan y vino, pues era sacerdote del Dios Altísimo,
y le bendijo diciendo:
[Bendito sea Abram del Dios Altísimo,
creador de cielos y tierra, y bendito sea el Dios Altísimo,
que entregó a tus enemigos en tus manos!»
(Gn 14,
18-20).
«Como
también dice en otro lugar:
Tú eres sacerdote para siempre,
a semejanza de Melquisedec.
El cual,
habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y
súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía
salvarle
de la muerte,
fue escuchado por su actitud reverente»
(Hb
5,
6s ).
[101]
Cfr.
Jdt
13,
17-20;
2
M7,
1.20-29;
Sal
143,
Is.4-9.
[102]
Cfr.
1
Co
15,22.45;
1
Tm
2,
15.
La
Nueva
Eva,
al igual
que
la
primera,
tiene
capacidad
de
engendrar
nuevos
hijos.
Pero
mientras
que
la
primera
Eva engendra
por
intervención
de varón,
la
Nueva
Eva engendra
por
obra
del
Espíritu
Santo,
por
pura
Gracia,
sin
concurso
de hombre alguno:
sin
concurso
de nuestros
méritos.
La oración
confiada
de
la
Iglesia
lo
expresa,
entre
otros
muchos
momentos
en
la
Eucaristía:
«y a
nosotros,
pecadores,
siervos
tuyos,
que
confiamos en
tu infinita
misericordia,
admítenos
en
la
asamblea
de
los
santos
...
mártires
...
y
de
todos
los
santos;
y acéptanos
en su compañía,
no
por nuestros
méritos,
sino
conforme a tu bondad»
(Plegaria
Eucarística
1).
[103]
Cfr.
Sal
18,2-6;
1 Tm
2,
13s
[104]
Cfr. Sal
86,
5; Ct
3,
11.
[105]
Cfr.
Jn 11,
49-52.
[106]
Cfr.
Rm
8,
31-39:
primera lectura propia
de
esta
Misa.
[107]
Cfr.
Ef
5,
32;
Col 1,24.
[108]
Al sacrificio
pascual
de Cristo la Iglesia
asocia
su
sacrificio,
para llegar a
ser
un solo cuerpo
y
un
solo
espíritu
en Cristo,
del cual es
signo
la comunión
sacramental.
La
Iglesia
ofrece el
sacrificio
de
Cristo
«ofreciéndose»
con
Él,
puesto
que lo propio
de los
esposos
es
unirse
en el amor
y
transformarse
en
«una
sola
carne»
(Ef
5,
31).
Participar de
la
Eucaristía,
obedecer el Evangelio que escuchamos,
comer
el Cuerpo
y
beber
la
Sangre
del
Señor
quiere
decir
hacer
de nuestra
vida un
sacrificio
agradable a Dios
por
Cristo,
con
Cristo
y en
Cristo.
Pero
para
que
esto
no quede en mera
reflexión,
sino
que
se
transforme
en lex
vivendi,
podemos
preguntarle
al
Señor:
«¿cómo
nos
amaste
tú para saber nosotros
cómo
hemos
de amamos?
Escuchad:
nadie tiene
mayor
amor que
quien entrega
su
vida
por sus
amigos.
Amaos
los unos
a
los
otros
de
tal manera que
cada
uno
entregue
su
vida
por
los
demás.
Eso mismo
hicieron
los
mártires
...
Vais
a acercaros
a
la
mesa
del poderoso
Señor;
bien
sabéis
los
fieles
a qué mesa
vais
a
acercaros;
recordad
lo
que
dice
la
Escritura:
cuando
te
acerques
a la mesa
del
poderoso sábete
que conviene
que tú prepares otra
igual.
¿Cuál
es
la
mesa
del poderoso
a
la que
os
acercáis?
Aquella
en
la que
Él
se ofrece
a
sí
mismo;
no una mesa
con alimentos
preparados
según
el
arte
culinario.
Cristo
te
muestra
su
mesa,
es
decir,
a sí
mismo.
Acércate
a esta
mesa
y sáciate
...
Sábete
que conviene
que
tú prepares otra
mesa
igual.
Para que
entiendas
la
frase
...,
escucha
al
comentarista:
Como
Cristo
entregó
su vida
por
nosotros,
así
también
nosotros
debemos
preparar
tales
cosas
¿Qué
significan
tales
cosas?
Entregar
la
vida
por los
hermanos»
(S.
Agustín,
Sermón
332,
2).
[109]
Cfr. Ap
12,
l
s;
Gn
3,
15.
[110]
Cfr.
Sal
17,
2-7.19s:
salmo
responsorial
propio
de
esta
Misa;
Mt
10,
16-22;
24.
[111]
Cfr.
Os 2, 21s;
Rm
3, 3; 2 Tm
2,
12s.
[112]
Cfr. SyP
26.
[113]
Denz.-Schönmetzer
1652.
[114]
«Si
Él
ha querido
llamar
eternamente
al hombre
a participar
de
la
naturaleza
divina (cfr.
2
P
1,
4),
se
puede afirmar
que ha predispuesto
la divinización
del hombre
según su condición histórica,
de
suerte
que,
después
del
pecado,
está
dispuesto
a restablecer
con gran precio el designio
eterno
de
su
amor mediante
la
humanización
del
Hijo,
consubstancial a Él»
(JUAN
PABLO.II,
Encíclica
Redemptoris
Mater
51,
3).
«Él
nos
llamó
desde
la
eternidad
"en"
y "mediante"
Cristo
para que
fuéramos
"santos”,
es
decir,
para que participáramos
de la
"vida
santa"
de Dios,
de
su infinita transcendencia.
Eso constituye la
"consagración"
de todos
los
bautizados,
más bien,
se
puede decir que en el proyecto
de
Dios
cada
ser
racional tiene
esta
vocación.
La consagración
se
identifica con la divinización del hombre
y
ésta
con
su
cristificación
que
ocurre
por la efusión
del
Espíritu»
(CONGREGACIÓN
PARA
LOS
INSTITUTOS
DE
VIDA
CONSAGRADA y LAS
SOCIEDADES
DE
VIDA
APOSTÓLICA,
Jubileo de
la vida
consagrada.
2
de
febrero
del
año
2000,
Apéndice
LA:
Consagración-Vocación,
n.
2).
[115]
«En
efecto,
incorporados
a
Cristo
por el Bautismo,
constituyen el pueblo de Dios,
reciben
el perdón de todos sus pecados,
y
pasan
de la condición humana en que nacen como
hijos
del primer Adán al
estado de hijos adoptivos, convertidos
en una nueva criatura por el agua y el
Espíritu
Santo.
Por esto
se
llaman y
son
hijos
de Dios.
Marcados luego en
la
Confirmación por el don
del Espíritu,
son más perfectamente
configurados
al
Señor y llenos
del
Espíritu Santo,
a fin
de
que,
dando
testimonio de él ante
el
mundo,
cooperen a /a expansión
y
dilatación del
Cuerpo
de Cristo para llevarlo
cuanto antes
a
su plenitud.
Finalmente,
participando
en la asamblea eucarística,
comen
la
carne del
hijo del
hombre y beben su sangre,
a fin
de
recibir
la
vida
eterna
y expresar
la
unidad
del
pueblo
de Dios;
y
ofreciéndose
a sí
mismos
con
Cristo,
contribuyen
al
sacrificio
universal
en
el
cual
se ofrece a Dios,
a través del
Sumo
Sacerdote,
toda
la
Ciudad
misma
redimida;
y
piden
que,
por
una
efusión
más
plena
del
Espíritu
Santo,
/legue
todo
el
género
humano
a
la
unidad
de la familia
de Dios.
Por tanto,
los
tres
sacramentos
de la
iniciación
cristiana
se ordenan
entre
sí para llevar
a su pleno desarrollo
a
los
fieles,
que
ejercen
la
misión
de
todo
el
pueblo
cristiano
en
la
Iglesia
y en el
mundo»
(Ritual de
la
Iniciación
Cristiana de adultos,
Observaciones
generales,
n.
2).
[116]
«participes
enim
Christi
effecti
sumus
si
tamen
initium
substantiae
usque
ad
finem
firmum retineamus»
(versión de Hb 3,
14
de
la
Vulgata).
[117]
Prefacio de
la
Misa: Santa
María,
la
nueva
mujer
(CMBVM 20).
[118]
Cfr.
Ap
21,1-5:
primera lectura
propia
de
esta
Misa;
Jr
31,
31s;
Le 22,
20.
«También
vosotros estáis sobre
la
mesa;
también
vosotros
estáis
dentro
del
cáliz»
(S. Agustín,
Sermón 229,6).
«Si
queréis
entender
el
Cuerpo
de
Cristo,
escuchad
lo
que
el
apóstol
dice
a sus
fieles:
Ahora bien, vosotros
sois
el
Cuerpo
de Cristo
y sus
miembros
(1
Co
12,27).
Por
tanto,
si sois (el cuerpo
de Cristo
y sus
miembros,
vosotros
sois
el
misterio
que
ha
sido
colocado
sobre
la
mesa
del
Señor;
lo
que
recibís
es el
misterio
que sois vosotros mismos.
Respondéis
Amén
a
lo
que
sois,
y
con vuestra respuesta expresáis
vuestro
asentimiento»
(S. Agustín,
Sermón 272).
[119]
Cfr. Ga 4,
4.
[120]
Cfr. Hb
9,
15;
Sal
86,
5.
[121]
Es un pueblo
capaz de reconocer
al Señor.
Y de
reconocerlo
especialmente
en la celebración de la
Misa,
donde
se
iluminan
gradualmente
los
diversos
modos
de
la
presencia
real
de Cristo:
asamblea,
palabra, ministro
y
especies eucarísticas.
[122]
Cfr.
Gn
3,
15ss.
[123]
Cfr.
ls
61,
10s;
62,
2s;
Le
1,26-38: salmo
responsorial
y evangelio
propios
de esta
Misa.
[124]
Cfr.
Ez
11,
19.
[125]
María
es la
primera
discípula
de
un
pueblo
nuevo que
se
describe
delante
de
Dios
con
una
serie
de
notas:
«tiene
como
meta,
tu
reino;
como
estado,
la
libertad
de
tus
hijos:
como ley,
el
precepto
del
amor»
(Prefacio
común
VII),
lo
cual
es
posible
solo
porque
en
él
ha
sido
«derramado
el
Espíritu»,
un
espíritu
nuevo
que
transforma
la
antigua
vida en
una
vida
«nueva
en
Cristo»;
como
explica
San
Pablo:
el
«Dios
y
Padre
de
nuestro
Señor
Jesucristo
...
nos
ha
elegido
en él
antes
de
la
fundación
del
mundo,
para
ser
santos
e
inmaculados
en
su
presencia,
en el
amor;
eligiéndonos
de antemano
para
ser
sus
hijos
adoptivos
por medio
de Jesucristo,
según el
beneplácito
de su voluntad,
para
alabanza
de la
gloria
de
su
gracia
con
la
que
nos
agració
en
el
Amado.
En
él
tenemos
por medio
de
su
sangre
la
redención,
el
perdón
de
los
delitos,
según la riqueza
de
su
gracia
que
ha
prodigado
sobre
nosotros
en
toda
sabiduría
e
inteligencia,
dándonos
a conocer el
Misterio
de
su
voluntad
según
el
benévolo
designio
que en
él
se propuso
de
antemano,
para
realizarlo
en
la
plenitud
de
los
tiempos:
hacer
que todo tenga
a Cristo
por Cabeza,
lo que
está
en
los
cielos
y
lo
que
está
en
la
tierra»
(Ef
1,3-10).
.
La Iglesia
expresa
esta
experiencia
en
sus
oraciones:
«Señor,
tú
que amas
la
inocencia
y
la
devuelves
a
quien
la
ha
perdido, atrae
hacia
ti nuestros
corazones
y
abrásalos
en
el
fuego de
tu
Espíritu,
para
que
permanezcamos
firmes
en la fe
y
eficaces
en
el
bien
obrar»
(Or. colecta
del
jueves
de
la
II
Semana
de
Cuaresma)
...
«para
que siempre
vivan
a
la
luz
de tu verdad
los
que
han
sido
librados
de
las
tinieblas
del
error»
(Or.
Colecta
del
Miércoles
de
la
V Semana del
Tiempo
Pascual).
Esta
revolución,
iniciada
en
el
Bautismo,
se
realiza en
nosotros,
poco a poco,
por
el
mismo
Cristo
que
se
nos
entrega
en
el
alimento
de
su
propio
Cuerpo
y Sangre;
y que
como
germen
sembrado
en
nuestra
interior crece y
se
desarrolla
hasta
su
plenitud.
[126]
Cfr.
Jn
2,
1-11:
evangelio
propio
de
esta
Misa;
Rm
6,
14s
[127]
El
Espíritu
Santo
es
un
espíritu
«parlante»,
que
habla
como
agua
mansa
y
dice
continuamente:
«hoy
conviértete».
Hoy
renuncia
a Satanás
y a
todas
sus
obras
y a todas
sus pompas y a todos sus engaños;
y
acoge
la
Palabra
viva
y eficaz
de
Dios,
ponla
en
práctica,
sométete
a la santa voluntad del Padre que te
ama
eternamente,
hasta
el extremo,
y encontrarás
la paz,
la
alegría,
la felicidad
...
la vida
eterna.
Porque lo que te
pesa,
lo que
te hace
sufrir y te destruye,
son las cargas que te impone el enemigo,
no
el
yugo
de
Cristo
que es
suave
y
liviano (cfr.
Mt
11,30).
¡Escuchemos
la voz
del
Espíritu
de
Cristo
que en nuestro
interior quiere hacer morada por la
comunión
de su Cuerpo y Sangre,
y cantemos!:
«Dios
omnipotente
y
misericordioso,
que admirablemente creaste al hombre y más admirablemente
aun
lo redimiste;
que
no abandonas
al pecador,
sino
que lo acompañas con amor paternal.
Tú enviaste tu Hijo
al
mundo para
destruir con
su
pasión
el pecado
y
la muerte
y
para
devolvemos,
con
su
resurrección,
la
vida
y
la alegría.
Tú has
derramado
el
Espíritu
Santo
en
nuestros
corazones
para
hacemos
herederos
e
hijos
tuyos.
Tú nos
renuevas
constantemente
con los
sacramentos
de
salvación
para liberamos
de la
servidumbre
del pecado
y
transformamos,
de
día
en
día,
en
una
imagen
cada
vez
más
perfecta
de tu Hijo amado
...»
(Ritual
de la
Penitencia,
Oración
final
de
acción
de
gracias,
n.
137).
[128]
Cfr.
Rm
14,17;
Rm
15,
13.
[129]
Cfr.
St 1,
21.
[130]
Cfr.
Rm
4,
1-21.
[131]
En
María,
las
Bienaventuranzas
(Mt 5,
1-11)
se han
hecho
carne;
por
lo
que
podemos
reconocer
que María
es
la
«luz»
para
nuestro
camino,
la
«sal»
para
nuestra
existencia
y
el
«fermento»
de nuestra
vida
(cfr.
MI
5,
13s;
13,
33).
[132]
Cfr.
1 P 3,
9.
[133]
Cfr.
1
Ts
1,6;
Rm
5,2-5
[134]
La
Eucaristía
es,
ante
todo,
acción
de Dios.
Su
celebración,
en
la
medida
que
sea
auténtica,
nos
debe llevar
a
exclamar:
«¡Hemos
visto
al
Señor!»
(in
20,
25)
Y
la
experiencia
de ver
al
Señor
en
la participación
eucarística
nos
debe
ayudar
a
«ver»
los
signos
de
su
divina presencia
en
el
mundo
y
a reconocerlo
en
el
«otro».
[135]
Cfr. SyP 31.
[136]
Prefacio de la Misa:
La
Virgen
María
confiada
como
madre
a
los
discípulos
(CMBVM
13).
[137]
Cfr.
Hch
1,
14;
2 Tm 2,
10.
[138]
Cfr.
1 M 7,
1.20-29:
primera lectura
propia
de
esta
Misa.
[139]
La Iglesia
es fruto de la misión
que Jesús
confió
a los
Apóstoles
y
recibe
en cada generación el mandato misionero.
El
signo
por el que los
hombres
reconocerán
que la Iglesia apostólica
es
la
comunidad de los discípulos
del
Señor,
que
Él
mismo
envía
al
mundo a anunciar la
Buena
Noticia,
es el
amor mutuo (Jn 13,
35).
A María
la
encontramos
en
medio
de los
discípulos
que
reciben
el
mandato
misionero
y
por
eso
la
podemos
descubrir
también
en
el centro
del
signo
que
da
autenticidad
a
la
misión
de
la
Iglesia:
el
Amor.
[140]
Cfr. Sal
17,2-7.19s:
salmo
responsorial
propio
de
esta
Misa;
Jl 14,
16
[141]
Cfr.
Jn
19,25-27:
evangelio
propio
de esta
Misa.
[142]
Cfr.
Pr
1,8;
Lc
5,
5.
[143]
La
misión
es
llevar
a Cristo,
de manera
creíble,
a la
vida
del hombre,
es conducir
al hombre a escuchar
la
Palabra
eterna
de Dios
y conseguir
que
resuene
en su interior
el
consejo
de
María:
«Haced
lo que
él
os
diga»
(in
2,
5).
Llevar
al hombre al encuentro
con
Cristo
que
abraza
el
horizonte del mundo
y
de la humanidad entera.
[144]
La
Iglesia
recibe
la
fuerza
espiritual
necesaria
para cumplir su misión
en la
Eucaristía.
Así la
Eucaristía
es
la fuente
y cumbre
de toda
la
evangelización:
se puede llamar a la
Eucaristía
con justicia
el Pan
de
la
misión,
es
el pan que
se le da
a
Elías (cfr.
EE 61),
quien
«con
la fuerza
de
aquel
alimento,
caminó
cuarenta
días
y cuarenta
noches
hasta
el Horeb,
el monte del Señor:
(1
Re
19,8).
Es
el alimento que nos permite descubrir
(cfr.
Sal
76,
20) y seguir las huellas
de
Cristo
(cfr.
1 P
2,
21) para
seguirle
a dondequiera
que vaya (cfr.
Ap
14,4).
Y nos protege de tentar
a Dios,
intentando
que siga nuestras huellas,
que Él se amolde a nuestros planes y se ajuste a nuestras
ideas.
Ya que
«se
te ha declarado,
hombre,
lo que es bueno,
lo que Yahveh de ti reclama:
tan sólo practicar la equidad,
amar la piedad y caminar
humildemente con tu Dios»
(Mi
6,
8).
[145]
Para evangelizar el mundo son necesarios apóstoles
«expertos»
en la celebración,
adoración
y
contemplación
de la Eucaristía (cfr.
JUAN
PABLO
II,
Mensaje para la Jornada Mundial de las
Misiones
2004,
3). Y, en consecuencia:
¿cómo
anunciar a Cristo
sin
volver,
regularmente,
a conocerlo
en los santos misterios?;
¿cómo
dar testimonio sin alimentarse de la
fuente
de la comunión eucarística con
Él?;
y ¿cómo
participar en la misión de la Iglesia,
libre de todo individualismo,
sin cultivar
el vínculo eucarístico que nos une con cada hermano
de
fe,
incluso
con cada hombre?
«Nuestra
misión es
de amor,
de auténtico amor,
de verdadero amor,
con todas
sus
consecuencias
--que
las
tiene muy
graves el amor-
y
con todas sus exigencias
--que
son
muy
grandes
las
exigencias
del amor-o
Porque hay
que
entregarse
del todo,
hay que darse
del
todo.
La
santidad
no olvidemos
que
es
amor
...
No
hay
más
deber que hacer lo que
Dios
quiere en cada
momento.
Que
esto
os
entre
por
los
ojos
y
por
los
poros de
vuestro
cuerpo,
y
penetre
hasta
el fondo del
alma:
que
no
hay
otra
santidad
más que
ésta:
cumplimiento de la voluntad de Dios.
Lo demás
es mentira,
engaño
de
Satanás
...
como el demonio no puede con nosotros,
no tiene
más
resorte
que
entretenemos,
y nosotros
nos dejamos
entretener.
Planes,
organizaciones,
...
Pero,
si después,
la oración,
la compenetración
con
el
Señor,
la vida íntima de unión
con
Él se esfuma con tanto apostolado,
con tanta actividad
y
con tantas
empresas,
al fin
y al
cabo, nos ha jugado una mala partida el diablo:
nos ha
entretenido,
haciéndonos
jugar
al
apostolado»
(JOSÉ MARIA
GARCIA
LAHlGUERA,
Santidad sacerdotal,
Ed.
S.
Pablo,
Madrid 1998,
44s).
[146]
Cfr.
SyP 29
[147]
1Ts
5,17
[148]
Cfr.
Ef
1,6.
[149]
«La
adoración
...
llega a ser
...
unión.
Dios no solamente está frente a nosotros,
como el totalmente Otro.
Está dentro de nosotros,
y nosotros estamos en él.
Su dinámica nos
penetra
y
desde nosotros
quiere propagarse a los demás y extenderse a todo el mundo,
para que su amor sea realmente la medida dominante del mundo.
Yo encuentro una alusión muy bella a este nuevo
paso que la última Cena nos
indica con la diferente acepción de la palabra adoración
en griego
y en latín.
La palabra
griega es proskynesis.
Significa
el gesto de sumisión,
el reconocimiento de
Dios
como nuestra
verdadera
medida,
cuya norma
aceptamos
seguir. Significa
que la libertad
no quiere
decir gozar de
la vida,
considerarse absolutamente
autónomo,
sino orientarse
según
la medida
de
la
verdad
y
del bien,
para
llegar
a
ser,
de
esta
manera,
nosotros mismos,
verdaderos
y
buenos.
Este
gesto
es
necesario,
aun
cuando nuestra
ansia
de libertad
se resiste,
en
un primer
momento,
a esta perspectiva.
Hacerla
completamente
nuestra
sólo
será
posible
en el
segundo
paso que nos
presenta la última Cena.
La
palabra
latina
para
adoración
es ad
oratio,
contacto boca a boca,
beso,
abrazo y,
por
tanto,
en
resumen,
amor.
La
sumisión
se
hace
unión,
porque
aquel
al cual nos sometemos es
Amor.
Así
la sumisión
adquiere
sentido,
porque no nos impone cosas extrañas,
sino que
nos
libera desde
lo
más
íntimo
de nuestro
ser»
(BENEDICTO
XVI,
Homilía
en la Solemnidad de
la Asunción
de
la
Virgen
María,
15 de agosto de
2005).
[150]
Prefacio de
la
Misa:
La Virgen María en la epifanía del Señor (CMBVM 6).
[151]
Cuando
la Iglesia anuncia el Evangelio
(la
Buena Noticia del
kerigma
apostólico) proclama
también,
porque
el Misterio
de la obra
redentora
de Cristo la incluye,
la «Buena Noticia de María»:
llena
de gracia,
virgen,
madre,
signo,
figura
... [porque
en mí ha hecho
maravillas el Señor
Todopoderoso!
[152]
Cfr.ls
60,
1-6:
primera
lectura
propia
de esta Misa.
[153]
Cfr.
Sal
71,
ls.7-13:
salmo
responsorial
propio
de esta Misa;
Sal
46,
2;
95,
7;
Is
66,
18ss.
«Cuando
vino
para
comunicar
a
los
hombres
la
vida de
Dios,
el Verbo
que
procede
del
Padre
como
esplendor
de
su
gloria,
el
Sumo
sacerdote de
la
nueva
y eterna A
lianza,
Cristo
Jesús,
al
tomar
la naturaleza
humana,
introdujo
en este
exilio
terrestre
aquel himno que
se canta
perpetuamente
en
las
moradas
celestiales.
Desde entonces,
resuena
en el
corazón
de
Cristo
la
alabanza
a
Dios
con palabras
humanas
de adoración,
propiciación
e intercesión:
todo
ello lo
presenta
al
Padre,
en nombre
de
los
hombres
y para bien
de
todos
ellos,
el
que
es
príncipe
de
la
nueva
humanidad
y mediador
entre
Dios y
los
hombres»
(Ordenación
General
de
la
Liturgia de
las
Horas,
n.
3).
[154]
Cfr. Lc 2,
8-20;
Is
2,
11.
[155]
«Cristo
manifiesta,
ante todo,
que el reconocimiento honesto y abierto de la verdad
es condición para la auténtica libertad:
Conoceréis
la verdad
y
la verdad
os hará libres (Jn 8,
32).
Es
la
verdad
la
que
hace libres ante el
poder
y da
la
fuerza del martirio. Al respecto dice Jesús ante Pilato:
Para esto he venido al mundo:
para dar testimonio de la verdad (Jn
18,37).
Así los verdaderos
adoradores
de Dios deben adorarlo
en espíritu y en verdad (Jn 4,
23). En virtud
de esta adoración
llegan
a ser libres.
Su relación con la verdad y la adoración
de
Dios se manifiesta en
Jesucristo
como
la raíz más profunda de
la
libertad.
Jesús
manifiesta,
además,
con su misma
vida y no sólo con palabras,
que la libertad
se realiza en
el
amor,
es decir,
en el don de
uno
mismo.
El que
dice:
Nadie tiene mayor amor
que el
que da su vida
por sus amigos (Jn
15,
13),
va libremente al encuentro de la Pasión (cfr.
Mt
26,46),
y en su
obediencia
al Padre en la Cruz
da
la vida por todos los
hombres
(cfr.
Flp
2,
6 -11).
De
este
modo,
la
contemplación
de Jesús crucificado
es la vía maestra por la
que
la
Iglesia
debe caminar
cada día
si
quiere
comprender
el pleno
significado
de la libertad:
el
don
de
uno
mismo en
el
servicio
a
Dios
y a los
hermanos.
La comunión
con el Señor
resucitado
es
la
fuente
inagotable
de
la que
la
Iglesia
se alimenta
incesantemente
para vivir
en
la libertad,
darse
y servir. San
Agustín,
al
comentar
el versículo
2
del
salmo
100/99,
servid al Señor con alegría,
dice:
"En
la
casa
del
Señor
libre
es
la
esclavitud.
Libre,
ya que
el
servicio
no
lo
impone
la
necesidad. sino
la
caridad
...
La caridad
te convierte
en
esclavo,
así como
la
verdad
te
ha
hecho
libre
...
Al mismo
tiempo
tú
eres esclavo
y
libre:
esclavo,
porque
llegaste
a serio;
libre,
porque
eres amado
por
Dios,
tu
creador
...
Eres
esclavo
del
Señor
y eres
libre
del
Señor.
¡No
busques
una
liberación
que te lleve
lejos
de
la
casa
de
tu libertador!"
...
Por
lo
tanto,
Jesús
es
la
síntesis
viviente
y
personal
de
la
perfecta
libertad
en
la obediencia
total
a la voluntad
de
Dios.
Su
carne
crucificada
es
la
plena
revelación
del
vínculo
indisoluble
entre
libertad
y verdad,
así como
su
resurrección
de
la
muerte
es
la
exaltación
suprema de
la
fecundidad
y de la fuerza salvífica
de
una
libertad
vivida
en
la
verdad.
Caminar en
la
luz
(cfr.
1
Jn
1,7»)
(JUAN
PABLO
II,
Encíclica
Veritatis splendor
87).
[156]
Cfr.
Ez
10,3-5
[157]
En
la
Eucaristía
adoramos
al Dios
con
nosotros
y
por nosotros,
Dios
uno
y único
revelado a
Israel
y reconocido
por
los
pequeños
y
humildes,
y
nos
educa
a
no
doblar
nuestras
rodillas ante los
ídolos.
[158]
Cfr. Mt
2,1-12:
evangelio
propio
de
esta
Misa.
[159]
Cfr.
Lc
2, 31s;
Heh
9,
15;
Hch
10,45;
Rm
3, 29.
[160]
La
postura física
que adoptamos
en la celebración
eucarística busca ayudar
y
expresar
las actitudes del corazón.
El estar en pie confiesa
la libertad de los hijos de Dios
que
han
sido
constituidos
sacerdotes.
El
estar
sentados
nos hace presente la receptividad cordial de María.
Cuando estamos
de rodillas
o profundamente inclinados
queremos hacemos
pequeños
delante
del
Altísimo.
La genuflexión
ante la Eucaristía expresa
la fe en la presencia real del
Señor Jesús.
Pero en todos los casos,
si
hay autenticidad,
solo queremos mostrar un sentimiento: adoración.
«La
adoración es la primera actitud
del hombre que
se
reconoce criatura
ante su
Creador.
Exalta
la grandeza del
Señor que nos ha hecho (cfr.
Sal
95,
l 6) y la omnipotencia del Salvador que nos libra del mal.
Es
la acción de humillar el espíritu ante el
"Rey
de la gloria"
(Sal
24,
9 10) y el silencio
respetuoso
en presencia
de Dios
"siempre
mayor"
(S.
Agustín,
Sal.
62,
16). La adoración
de
Dios
tres veces santo
y
soberanamente
amable
nos
llena
de
humildad
y da seguridad a nuestras súplicas» (CEC 2628).
[161]
Los
poderes
de este
mundo
-políticos,
económicos, sociales,
intelectuales,
etc.-
siempre han
pretendido
y
pretenden
ser considerados
como señores absolutos,
como si fueran dioses.
Es
la
tentación
que
le
propuso
Satanás
a Jesús:
«todo
esto
te
daré si postrándote me adoras»
(Mt
4,
9).
El Señor-Jesús
rechazó
al
tentador tajantemente:
«apártate
de
mí,
Satanás,
porque
está escrito:
Al Señor
tu Dios adorarás,
y sólo
a él darás culto»
(Mt
4,
10).
El
cristiano
siempre
tendrá
que afrontar
esta
tentación,
incluso
a riesgo de
su
propia
vida.
Los
cristianos de Roma de
los
primeros siglos
sembraron con su sangre las tierras
del Imperio por afirmar,
de manera inamovible,
que
«el
César no es
Kyrios,
Jesús
es el Kyrios».
Estaban convencidos de
«que
poderoso era Dios aun para
resucitar de entre los muertos»
(Hb
11,
19),
Y por eso
se
atrevían
a provocar a
sus
perseguidores
expresando,
como los jóvenes
del
libro
de Daniel ante Nabucodonosor,
su
seguridad:
«Ciertamente
nuestro Dios a quien servimos
puede libramos del horno de fuego ardiente;
y
de tu mano,
oh rey,
nos librará. Pero
si
no
lo
hace,
has de saber,
oh rey,
que no serviremos
a tus
dioses
ni adoraremos la estatua de oro que has levantado»
(Dn
3,
17s).
Y
de esta manera se ajustaban a las palabras del Apóstol:
«Os
digo,
pues,
esto
y
os conjuro en el Señor,
que no viváis ya como
viven
los
gentiles,
según la vaciedad de su mente
...
[más bien] renovar
el
espíritu
de vuestra mente,
y revestiros
del Hombre Nuevo»
(El
4,
17,
23s).
[162]
La Sagrada Escritura muestra
diversos
signos
para reconocer al Mesías
y
adorarlo.
A los pastores se les dice que la señal será
«un
niño envuelto en pañales»
(Le
2,
12),
un signo de la vida
ordinaria;
también nosotros podemos encontrar al
Señor en lo ordinario.
A los magos
se les
da
por señal
«la
Madre con el Niño»
(Mt
2,
11),
del mismo modo nosotros podemos
descubrirlo en
la
Iglesia
virgen-madre
que engendra
a Cristo
en
cada
generación.
A Juan
el Bautista se
le
dice
que
reconocerá
al
Mesías en aquel
«sobre
el
que
baje
el
Espíritu y se
quede
sobre Él»
(Jn
1,
33),
del mismo
modo
nosotros
podemos verlo
en
los
carismas
y gracias que
Dios derrama sobre
su
pueblo.
[163]
Cfr.
Is
44,
6s.24.
[164]
164
Plegaria
Eucarística IV
[165]
Plegaria
Eucarística
III.