Cómo vestimos y nos comportamos en el templo
Por el Pbro. Jordi Rivero
La forma en que vestimos refleja cuánto respetamos al anfitrión y la
dignidad del acontecimiento. Es por eso, por ejemplo, que nos presentamos
bien vestidos a una entrevista de trabajo, a un banquete de gala, o a un
concierto de ópera. ¿Y cuando vamos a la Santa Misa?
Si los católicos comprendieran el significado sublime de la Santa Misa,
deberían manifestar el mayor respeto en la forma en que se visten.
Comprendo el pecado que es juzgar a las personas por su apariencia. Bien nos
lo enseña el apóstol Santiago: «Supongamos que entra en vuestra asamblea un
hombre con un anillo de oro y un vestido espléndido; y entra también un
pobre con un vestido sucio; y que dirigís vuestra mirada al que lleva el
vestido espléndido y le decís: 'Tú, siéntate aquí, en un buen lugar'; y, en
cambio, al pobre le decís: 'Tú, quédate ahí, de pie', o 'Siéntate a mis
pies'. ¿No sería esto hacer distinciones entre vosotros y ser jueces con
criterios malos?» (Santiago 2,2-4).
Ciertamente no debemos juzgar. La persona con vestido sucio puede que sea
pobre, puede que haya salido del trabajo y es su única oportunidad de
asistir a Misa. Puede que venga con grandes problemas personales y no esté
pensando en su forma de vestir. En fin, hay muchas razones y no se debe
juzgar. Es importante que extendamos una bienvenida llena de amor a todos.
Pero debemos juzgarnos a nosotros mismos. Si vamos a Misa vestidos como si
fuéramos a cualquier acto, si estamos descuidando la forma de vestir en el
templo, hacemos mal. Recordemos que somos unidad de cuerpo y alma. Todo
nuestro ser debe prepararse para la gran celebración que es la Misa
dominical. Todo lo visible ayuda a elevarnos al Dios invisible: la
arquitectura, la música, las vestimentas del presbítero, las imágenes
sagradas, los utensilios sagrados, en fin, todo, debe manifestar la sublime
importancia de la Santa Misa.
Aun si somos pobres, llevemos lo mejor que tenemos. Lo importante es la
actitud que representan nuestros actos. He podido constatar muchas veces
cómo los campesinos pobres van a la Santa Misa bien arreglados. No tienen
ropa de lujo pero visten lo mejor que tienen. Hay un ambiente de respeto que
manifiesta que la Misa es lo mas importante en la semana.
Si no vestimos la mejor ropa para la Santa Misa, ¿para quien la reservamos?
Recordemos que no solo se habla con las palabras sino también con el
lenguaje de nuestras actitudes externas. Es por eso que Jesús nos enseña en
el Evangelio según san Mateo: «Entró el rey a ver a los comensales, y al
notar que había allí uno que no tenía traje de boda, le dice: 'Amigo, ¿cómo
has entrado aquí sin traje de boda?'. Él se quedó callado. Entonces el rey
dijo a los sirvientes: 'Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de
fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes'» (Mateo 22,11-13).
Evidentemente no se trata de un pobre que no tenía otra cosa que vestir,
pues entonces aplicaría el pasaje de Santiago expuesto arriba. Se trata de
una falta de respeto que no se puede justificar.
Si visitamos las basílicas de Roma encontraremos que allí no se permiten los
pantalones cortos, los vestidos sin mangas o los escotes provocativos. No
vamos a discutir aquí la delimitación exacta de cada pieza. El pudor y el
respeto nos deben guiar. No abogamos tampoco por hacer de la ropa el centro
de la atención. Pero hoy día nos hemos ido al otro extremo, olvidando que
vestir respetuosamente sí tiene su importancia.
Cómo nos comportamos
El templo es un lugar sagrado, reservado para el culto a Dios. Ahí está
reservado el Santísimo en el tabernáculo, y su presencia real requiere de
nosotros la mayor reverencia. Es por eso que, aunque no se esté celebrando
la Santa Misa, el ambiente en el templo debe conducir a la oración y el
respeto a Dios.
No es que la casa de Dios sea un lugar sombrío y severo, pero tampoco es
lugar para diversión ni para andar a las anchas. Es mas bien un lugar
sagrado, diferente a todos los demás. ¡Es casa de oración! No es necesaria
la rigidez, pero no se debe andar como en el parque o en un centro
comercial. Toda nuestra actitud debe reflejar nuestra fe en la presencia de
Cristo.
No es necesaria la rigidez y, una vez más, debemos cuidarnos de no juzgar a
otros. Pero sí tenemos la obligación moral de reflexionar sobre nuestro
propio comportamiento y enseñar a nuestros hijos. Los presbíteros y los
encargados de formación deben, igualmente, enseñar el respeto debido en el
templo.
El respeto, el orden, el decoro ante lo sagrado ha sufrido mucho en nuestra
cultura moderna, precisamente porque hemos perdido de vista que Dios es
Dios. El hecho de que Dios es nuestro Padre y que nos ama infinitamente no
se opone a la necesidad de rendirle adoración y gloria y manifestar sumo
respeto en su templo. Recordemos con qué celo defendió Jesús el respeto que
debemos tener a la casa de Dios (cfr. Mt. 21,13).
Fuente: Corazones.org