La Renovación de la Parroquia por medio de la Liturgia
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CAPÍTULO VI
EL SACERDOTE Y LA BIBLIA
Desearía exponer en este capítulo, basándome en mi propia experiencia sacerdotal, lo que la Biblia significa para el sacerdote; para esto voy a recoger todos mis re-cuerdos que tienen alguna relación con la Biblia.
Cuando ingresé en el noviciado tuve que procurarme una Biblia: tal era la costumbre. Todo lo demás nos lo ponía la casa; únicamente la edición latino-alemana de Allioli debía adquirirla cada novicio por sus propios medios. Durante el noviciado se nos aconsejaba la lectura de la sagrada Biblia. En consecuencia, me propuse leer toda la Biblia -Antiguo y Nuevo Testamento- en ese primer año. No tenía ningún comentario, pero iba subrayando con lápiz todo lo que más me impresionaba. Desde luego no voy a decir que esta primera lectura de la Biblia me fuera muy útil, pero al menos fué el primer contacto con un libro que debía ser tan importante en mi vida. Pronto comenzamos a estudiar teología, exégesis, hebreo y hermenéutica. No quisiera culpar a ninguno de mis antiguos profesores, pero el hecho es que no lograban poner la Biblia a nuestro alcance. Las más de las veces todo se reducía a una pura y árida exégesis. Generalmente nos hablaban en latín. Todavía me parece oír aquello de "scilicet". "id est", "seu"...
El profesor del Antiguo Testamento era algo más moderno...; recuerdo que hicimos una rápida lectura de algunos capítulos de Isaías, cosa que me agradó bastante más. Me atraía tanto el hebreo que después del mediodía nos solíamos juntar tres compañeros para traducir el libro de Ruth. Cursé después exégesis superior en la Universidad de Viena con el profesor Polz. Sus clases me gustaron muchísimo. Se limitaba a la exégesis, pero dominaba las epístolas de San Pablo y estos conocimientos de la Sagrada Escritura me impresionaban enormemente. Hacia el final de mis estudios teológicos procuré que el profesor Polz me encomendara una disertación sobre el tema "La crucifixión según San Pablo". Con esta ocasión tuve necesidad de estudiar a fondo las epístolas paulinas. En resumen puedo decir que la teología me llevó a la Biblia y que me hizo recorrer la primera etapa que calificaría brevemente con el nombre de "exégesis".
Al poco tiempo me dediqué al ministerio que ejercí durante cuatro años en una de las parroquias más grandes de Viena. Por entonces perdí el contacto con la Biblia. Predicaba sobre todo temas apologéticos.
Pasados esos cuatro años volví a la casa-madre, requerido por mis superiores. Estaban vacantes las dos cátedras de pastoral y de Nuevo Testamento. Mi superior me aconsejó que tomara esta última, pero era tal mi afición al ministerio que lo abandoné con disgusto, y en compensación solicité la cátedra de teología pastoral. Hoy día reconozco que debiera haber seguido el parecer de mi superior porque, en realidad, no he hecho nada extraordinario en pastoral, y, en cambio, creo que mi verdadera vocación estaba en la enseñanza de la Biblia.
Poco duró mi actividad como profesor, pues al declararse la guerra tuve que enrolarme en las filas en mayo de 1915 como capellán, permaneciendo en el mismo regimiento hasta el fin de la guerra. Mi actuación personal como capellán entre los soldados fue importantísima para mi ulterior evolución. Me encontré en medio de los hombres tal como son en realidad. En el ministerio parroquial, en el confesonario y atendiendo a las Asociaciones católicas no había tenido ocasión de tratar más que con gente piadosa, lo cual me hacía concebir el mundo de una manera irreal. Mi nuevo cargo de capellán del ejército suponía un ministerio duro y más realista. Nunca quisiera olvidar estos cuatro años de capellán militar.
Al principio, durante los avances, no podía pensar en un ministerio metódico entre la tropa, pero desde últimos de 1915 las posiciones se estabilizaron y pudimos tener nuestros actos religiosos con más regularidad. Debido a la poca actividad militar que teníamos en los Cárpatos, nos fuimos proporcionando refugios confortables. Por estos días me asaltó de repente este pensamiento: "Yo no conozco los Evangelios, no conozco la vida de Jesús...". Tomé un Nuevo Testamento y me sumergí en su estudio. Todo esto me resultaba nuevo e interesante, de tal modo, que no lo dejaba de la mano Hice que me enviaran libros de exégesis que después leía con avidez. Lo que más me atraía hacia la Biblia no era precisamente la exégesis, sino la realidad histórica, la vida y doctrina de Jesucristo, que resplandecía ante mis ojos en los Santos Evangelios. Recuerdo que en Kiew, donde nuestro regimiento había permanecido estacionado seis meses, saqué de la biblioteca del Obispado el comentario del Evangelio de San Lucas, de Polz. Esta convicción de que la doctrina y la vida de Cristo hay que beberla en la Biblia, la considero como una gran gracia que adquirí con ocasión de la guerra europea.
Después de la derrota nos reintegramos a nuestro país en el mes de octubre de 1918, y sin darme lugar a descansar, me encargaron, además de la enseñanza habitual, la instrucción de los novicios. Cada semana dedicaba dos o tres clases a la lectura de los Evangelios, y no hacíamos otra cosa que cotejarlos entre sí. Encargábamos a cada uno de los novicios un Evangelio y llegamos a componer entre todos una sinopsis a base de los cuatro relatos. Les gustaba esto tanto a los novicios que estas lecciones llegaron a ser sus clases preferidas. Entonces me di cuenta de que la vida de Jesús, explicada de una manera palpitante, puede ser de mucho agrado y muy útil para los fieles.
Hasta entonces había pensado que la Biblia era sólo para los sacerdotes.
Por la primavera de 1919 me encomendaron la predicación de Cuaresma en la iglesia de mi monasterio. Me propuse exponer, en un cuadro de conjunto, los grandes tesoros de que disponemos en nuestra religión. El tema fue: conocimiento y amor de Jesucristo. Me lamentaba en los sermones de que los cristianos conocemos muy poco a nuestro Fundador y Salvador Jesucristo; les invité a leer y a meditar el Evangelio. Inmediatamente después del sermón, una señora me preguntó por alguna vida de Jesús. Me pasé algunos apuros, pues no conocía vida alguna que fuera indicada para los fieles. Fue entonces cuando me decidí a dar yo mismo cursillos bíblicos. Nunca me olvidaré del asombro que produjo en sacerdotes y seglares el anuncio e invitación a estos cursillos. Unos miraban aquello como cosa de inspiración protestante, otros se burlaban creyendo que se trataba de clases de Historia Sagrada y de Catecismo. Yo me mantenía sereno. Vi llegar a más de un centenar de personas provistas con su Biblia correspondiente. No solemos tener ocasiones para dar a conocer una idea totalmente nueva... Yo la tuve en este momento... A aquellos señores se les abría un mundo enteramente nuevo. Lo que habían oído en las hornillas sin interés, cobraba ahora vida y sentido.
Lo primero que hice fue armonizar la vida de Jesús, y, como ya estábamos en mayo, comencé no por la infancia del Señor, sino por el mensaje de San Juan Bautista. El blanco propuesto fue la vida real del Salvador tal cual se desarrolló cronológicamente y en sus detalles. Naturalmente, todos estos pasos del Evangelio instruían y edificaban a los oyentes. La sagrada Biblia resultaba, pues, instructiva, edificante y descriptiva.
La preparación de estas conferencias bíblicas la tomé a lo serio; para una sola de ellas empleaba diez y más horas de trabajo, sirviéndome de comentarios, de diversas vidas de Jesucristo y escribiendo después palabra por palabra. Es muy probable que hoy día no necesitaría tanta preparación, pero no me pesa haberme tomado este trabajo. Esta fue la manera cómo empecé a dedicarme a esta especialidad. También a mí me resultaba todo aquello como el descubrimiento de un nuevo mundo y me consideraba siempre como el primer discípulo de todos aquellos estudios bíblicos. De hecho, estas numerosas lecciones o conferencias que di sobre la vida de Jesucristo, me han hecho un servicio enorme, pues desde entonces, puedo improvisar la explicación de cualquier trozo del Evangelio; solamente con encuadrarle en el conjunto de la historia de Jesús se me presenta con todos sus matices.
Lo repito a todos mis hermanos en el sacerdocio: ese es el medio de llegar al estudio, conocimiento y amor de la santa Biblia. Es tristísimo, pero es la realidad: pocos sacerdotes se preocupan de profundizar en el estudio de la Biblia para su provecho. Si es que quiere organizar unos cursillos bíblicos, no tendrá más remedio que abordar a fondo la cuestión, y enseñando a los demás, terminará formándose él a sí mismo. En veinte años he tenido que dar miles de conferencias sobre temas bíblicos, he hablado y explicado casi todos los libros más de cinco veces, siempre he logrado para mí nuevos conocimientos y he sacado gran provecho.
Aparte de las conferencias sobre la vida de Jesucristo, he tratado también en otras de diversos libros del Antiguo Testamento, de los Hechos de los Apóstoles, de las Epístolas, etc. Cuanto más conferencias he dado tanto más me he convencido de que la Biblia no supone una formación superior, sino que hasta la gente más sencilla, y los mismos niños, son capaces de entender los libros de apariencia difícil. También han asistido a mis conferencias niños y jóvenes y han sacado su fruto. He explicado por dos veces a los niños el libro del Apocalipsis y me han escuchado atentamente.
Con mucha frecuencia, por lo menos todas las semanas, he tenido que dar conferencias bíblicas a la comunidad litúrgica de Santa Gertrudis, y en vacaciones casi todos los días. Lo solíamos hacer de este modo; se reunían todos los días los componentes de la comunidad, los niños ju-gaban en la campa, las señoras hacían punto y bordaban; luego se daba una señal y comenzaba la clase de sagrada Biblia. Con frecuencia entonábamos algún canto antes de empezar y luego íbamos a la capilla para cantar las oraciones de la noche (las completas).
A medida que pasaron los años hice un descubrimiento relacionado con la Biblia y que yo consideré como mi tercera etapa, sin duda la más elevada. La primera la constituyó la exégesis que me enseñó el sentido de la Biblia y me infundió el interés por la misma. La segunda fue la realidad histórica: Cristo se presentaba ante mí, veía su vida, escuchaba su doctrina; esto mismo se repitió con los demás libros de la Biblia. Por fin, en la tercera etapa, la Sagrada Escritura fue para mí la palabra de Dios. Dios me habla, su voz traspasa el cuerpo de la letra impresa. Las letras son algo bajo cuya materia late un alma; justamente es hasta esa alma hasta donde hay que penetrar. Antes había considerado la Biblia históricamente, pero ahora la hago realidad y la doy actualidad. No es San Pablo el que habla a los corintios, es Dios quien me habla a mí. Y por ser Dios quien viene hasta mí en alas de las palabras bíblicas, debo respetar esta visita divina.
Cada vez he ido captando más y más el carácter sagrado de la palabra de Dios. Diríase que lo que Dios nos habla en su Escritura viene a ser una especie de encarnación de Cristo, del Verbo. Jesús compara a su Madre con aquel que escucha (recibe) su palabra y la conserva (lleva). Esta sacramentalidad de la Biblia fue mi último y gran descubrimiento. La liturgia ha sido mi guía en este descubrimiento: ella siempre ha reconocido y considerado a la Sagrada Escritura como al símbolo de Jesucristo, y a la predicación del Evangelio como a la misma palabra de Cristo. Después de este descubrimiento, la ante-misa tiene para mí un significado nuevo. Hasta entonces la había considerado como el preámbulo del sacrificio de Cristo.
CAPITULO VII
LITURGIA Y MINISTERIO
El sacerdote en su vida de ministerio se habrá preguntado, pensando en todos los movimientos e iniciativas de tipo espiritual que surgen por doquier: "¿Podría encontrar en ellos alguna utilidad y alguna ayuda para mi ministerio?" Si se trata de algo que favorece de una manera inmediata su tarea pastoral, en seguida se muestra bien dispuesto. Son numerosos los sacerdotes dedicados al ministerio que miran el movimiento litúrgico como algo de gente selecta, de "esotéricos", y creen que no supone gran cosa a favor del ministerio práctico entre las almas de la parroquia: es un plato exquisito y no el pan de cada día de los trabajadores...
Soy liturgista popular y siempre me he opuesto a que la liturgia sea monopolio de los medios académicos y selectos; he trabajado siempre por que la liturgia sea realmente lo que su nombre significa: Leiton ergon-oficio del pueblo. La liturgia es para el pueblo. Lo que el pueblo no puede captar no debe considerarse como meta de un movimiento verdaderamente litúrgico. Espero, pues, que los sacerdotes con cura de almas han de aceptar con más facilidad de un liturgista popular que profesa tales principios, algunas ideas y sugerencias acerca del valor pastoral de la liturgia.
He aquí la cuestión: ¿Qué ayuda presta la liturgia al sacerdote que tiene cura de almas? Quisiera dividir la respuesta en dos partes; en primer lugar respondiendo a los sacerdotes que consideran la liturgia simplemente como un medio más entre los muchos de que dispone el ministerio pastoral, y respondiendo después a los que apuntan más lejos.
1. Los sacerdotes de orientación práctica formulan esta pregunta: "¿En qué puede serme útil el movimiento en mi parroquia?" Para mí la liturgia es algo más que un medio de ejercer el ministerio. Aunque no pretenda agotar la materia trataré de señalar algunas razones.
a) La liturgia presta variedad a la vida parroquial. No hay cosa más peligrosa para un ideal que el quotidiana vilescunt; en la vida religiosa la monotonía del día tras día puede provocar una parálisis espiritual. Siempre las mismas bendiciones del Santísimo, las mismas letanías, siempre misas de Requiem, etc. De este modo, terminará por agonizar y morir la vida de una parroquia... La liturgia presta más variedad y más vida a la parroquia. Por poco que dejemos manifestarse en la parroquia al Año Litúrgico se verá luego esa nota de la variedad. Todos los sacerdotes desean ver su iglesia llena; pues bien, la labor litúrgica les ayudará a llenarla. ¡Qué transformaciones se han operado en los templos y en sus funciones merced a la influencia de la liturgia! La vista, el oído, el corazón y todos los sentimientos humanos participan en la liturgia con un interés mucho más vivo.
b) El renacimiento litúrgico ayuda a los fieles a comprender el culto divino. Pasaron aquellos tiempos, cuando los fieles permanecían sentados pacientemente en el templo sin entender absolutamente nada del desarrollo de la liturgia. A la gente, hoy día, o le gusta entender o evitar esos cultos para ellos enigmáticos. En el cine, en los conciertos, en cualquier sitio, se reparten texto-guías, y el hombre mo-derno quiere también entender en la iglesia.
c) Es una verdad de experiencia que uno se interesa en una cosa en la medida con que tome parte activa en la misma. ¿Por qué no frecuentan los hombres las iglesias? Porque allí no tienen nada que hacer... La participación activa despierta a las parroquias de su letargo. Los cristianos indiferentes, si se les hace participar de una manera activa, vuelven inmediatamente a practicar su religión. Se comprobará cómo la participación activa hace cambiar totalmente al cristianismo seglar. Se está dando ya un nuevo tipo de católico: el católico independiente que se hace cargo del destino de su alma, que lee la sagrada Biblia y hace de ella el libro de su vida. Ciertamente, la práctica de la liturgia puede hacer de una parroquia muda e inmóvil una llena de actividad. Y esto es lo que suele querer el párroco.
d) Así es como el párroco llegará a formar una comunidad parroquial viva. La liturgia educa la comunidad, puede despertar el espíritu de comunidad y hacer de la parroquia una familia parroquial. ¿No se ha venido cultivando y favoreciendo demasiado en estos tiempos pasados , el subjetivismo y el individualismo? En la parroquia de ayer no existía más que el "yo", no se hablaba del "nosotros". Cuando los fieles oran y celebran juntos el culto se engrandecen al unirse mutuamente formando una comunidad. La liturgia ayuda al párroco a conseguir todo aquello que desea: una iglesia llena, una parroquia activa y una familia parroquial viva.
2. Demos ahora una respuesta a los sacerdotes que calan más hondo.
¿Qué ayuda proporciona la liturgia al ministerio? Respondería que la liturgia es una parte esencial del ministerio: no puede haber verdadero ministerio pastoral sin liturgia. El ministerio no consiste sino en cuidar la vida religiosa del hombre. Ahora bien, esta vida religiosa del cristiano consiste -como decimos en el rito del bautismo- en la fe, en la vida eterna y en la guarda de los mandamientos: son los tres grandes bienes de nuestra religión. aunque, en cuanto a la importancia pastoral, no estén coordinados en el mismo plano. La fe es la base, los mandamientos son el muro defensor y la gracia la fortaleza. El Antiguo Testamento poseía la fe y los mandamientos. El enseñar y afianzar la fe y los mandamientos no pertenecería ya al ministerio cristiano, pues con eso estaríamos aún en la Antigua Alianza.
El ministerio específicamente cristiano está en el cuidado de la vida de la gracia. Esta es, pues, la gran labor de nuestra pastoral: perfeccionar al hombre dotado de la gracia. Es éste un ideal que no constituye aún el bien común de todos nuestros pastores de almas. Son muchos todavía los que viven de Ileno en el Antiguo Testamento, puesto que en su predicación, en el confesonario y en el ministerio pastoral no conocen más que este principio. Evitar el pecado y obrar el bien. Para éstos el ministerio consiste en educar gente buena y organizar a los fieles. Usan más de los medios naturales, del contacto personal, de las visitas a domicilio, de las amistades y de la edificación.
(Quiero hacer notar inmediatamente que todos estos medios son ciertamente buenos y necesarios, aunque no suficientes por sí solos.) Con razón dijo San Pablo a los corintios: "Aunque tuvierais diez mil maestros en Jesucristo no tendríais tantos padres. Pues yo mismo os he engendrado en Cristo por el Evangelio". El ministerio ha de izarse encima del naturalismo en el terreno de los sacramentos y de la gracia y menos de los mandamientos, más ministerio de la gracia y menos de los mandamientos. Y yo pregunto: ¿Quién nos ha enseñado esto? Seamos sinceros; la piedad subjetiva de otros tiempos no nos hablaba apenas de la sublimidad de la gracia. Las más de las veces la gracia solamente ha sido tema de la ciencia dogmática. El movimiento litúrgico nos ha abierto los ojos en lo referente a nuestra vida circundada de toda clase de gracias. El movimiento litúrgico ha franqueado el camino del ministerio sacramental y nos ha enseñado que la pastoral no debe pretender otra cosa que perfeccionar al cristianismo posesionado de la gracia.
¿Qué es, pues, la liturgia? La liturgia no es sólo el culto divino reglamentado por la Iglesia, ni sólo, por tanto, lo que el individuo y los hombres congregados en la Iglesia ofrecen a Dios, sino que también es el instrumento o el órgano por el que Dios nos da su gracia. Dios nos da la gracia únicamente por los medios instituidos por Cristo, contenidos todos ellos en la liturgia, los sacramentos y sobre todo la Sagrada Eucaristía. La liturgia, por lo tanto, tiene un doble fin: hacer que los hombres den a Dios el culto que Dios quiere y atraer la gracia a los hombres.
¿Qué valor -pregunto yo ahora- tiene para la vida pastoral la sagrada liturgia? ¿Puede el sacerdote dar algo más grande y mejor a sus fieles que el llevarles al culto de Dios "en espíritu y en verdad" y abrirles abundantemente las fuentes de la gracia? ¿Es que cree poder hacer todo esto mejor y más fácilmente sin la liturgia?
El ministerio pastoral es el cultivo de la vida impregnada por la gracia divina. La liturgia es una fuente y un medio esencial de esta gracia divina. Por tanto, la liturgia es parte esencial del ministerio. Ningún sacerdote puede sustraerse lógicamente a esta consecuencia. Ninguno que quiera llevar seriamente su vida ministerial puede eliminar la liturgia de su programa pastoral.
En cambio, por la liturgia, nos veremos obligados a colocar el ministerio sobre unas bases distintas. En lugar del ministerio pedagógico y del ministerio de los mandamientos debemos colocar en lugar privilegiado el ministerio sacramental. No creamos con esto que la moral y la disciplina no tiene su lugar en la vida de ministerio.
Precisamente el cristiano investido de la gracia acepta los mandamientos de una manera más positiva y optimista. No volverá a oír más "hay que..." y "no hay que...", sino "el hijo debe adquirir los rasgos de su padre y debe parecerse a él en todo".
Ciertamente, si nos situamos en el terreno del ministerio sacramental, veremos que disponemos de medios mejores para la pastoral. La misa se convertirá en el centro de la gran familia parroquial. El sacerdote debe tener sumo empeño en que los fieles adquieran una formación esmerada en lo que se refiere a la santa misa: del altar arranca el edificio de su comunidad a la que ha de mirar como el Cuerpo Místico de Cristo. El párroco, en su feligresía, es como aquella viuda de los tiempos del profeta Elías, que tenía muchos vasos vacíos para llenar con el aceite milagroso; también él tiene que derramar el óleo de la gracia en los vasos que se le han confiado. El valor espiritual de una parroquia se mide por la gracia que ella posee. Deber del sacerdote es basar su ministerio enteramente en la gracia, para lo cual tiene necesidad de la liturgia. Bautismo y Eucaristía, he ahí los dos focos de su ministerio. El poseer una conciencia plena de su bautismo, el renovar su espíritu, es adquirir conciencia de la gracia_ El método que emplea la Iglesia para formar a sus hijos es cultivar la conciencia del bautismo. La Cuaresma, el Tiempo de Pascua y cada domingo están consagrados al cultivo y renovación de la gracia bautismal. La Eucaristía, en cuanto sacrificio y alimento espiritual, debe constituir el eje de la vida cristiana de una parroquia. Cuando el sacerdote distribuye el pan de la doctrina y de la Eucaristía entre sus fieles, adquiere el grado máximo de su dignidad. Esa es la cumbre de su ministerio. El mismo Año Litúrgico, con sus ciclos y sus fiestas, debe considerársele bajo el punto de vista de la vida de la gracia; con ella los hijos de Dios crecen y maduran para el cielo. No daremos aquí más pormenores referentes al ministerio litúrgico.
No obstante, vamos a terminar tocando otro punto: la liturgia nos ha puesto entre las manos un libro de subidísimo valor que hasta ahora hemos tenido empolvado en nuestra biblioteca: me refiero a la sagrada Biblia. Estoy persuadido de que la Biblia reportará a la Iglesia una vida interior y una santidad más hondas. Su uso continuo nos capacitará a los sacerdotes para ejercer con más perfección el importantísimo ministerio de la predicación. La sagrada Biblia convertirá a nuestros fieles en hombres realmente "evangélicos", penetrados de nuevo de la esencia del cristianismo.
Después de veinte años de experiencia estoy firmemente convencido de que la Biblia y la liturgia harán que el ministerio y la Iglesia logren una nueva floración y que los cristianos vuelvan a crecer según el Corazón de Cristo.