La Renovación de la Parroquia por medio de la Liturgia
CAPÍTULO II
PARTICIPACIÓN ACTIVA EN LA MISA
En las páginas que siguen quisiera exponer al sacerdote que tiene cura de almas la participación activa del pueblo en la santa misa. Quiero antes que nada mostrar la manera de esta participación siguiendo las diversas partes de la misa y exponer luego las posibilidades que hay en las misas hoy en uso.
¿Qué participación corresponde a las diferentes partes de la misa? Para responder a esta cuestión recordemos las partes principales de la misa. La misa actual tiene dos partes, ante-misa y misa-sacrificio, cada una de las cuales exige una participación determinada por parte del pueblo.
La ante-misa: se compone de oraciones y de la palabra divina. Las oraciones debe recitarlas el sacerdote y la palabra divina debe ser solamente escuchada. Orando bajo la dirección de la Iglesia y escuchando la palabra del Señor el cristiano participa activamente en la ante-misa.
El sacrificio: ¿En qué consiste? La Iglesia ofrece al Padre celestial el cuerpo y sangre de Cristo como memorial de su obra redentora. Tanto el sacerdote como el pueblo entero ofrecen este sacrificio siguiendo términos prefijados por la liturgia. "Por lo que, Señor, nosotros tus siervos y vuestro pueblo santo, recordando la bienaventurada Pasión del mismo Jesucristo vuestro Hijo, ofrecemos a vuestra preclara majestad una
y principal sacrificador es el sacerdote, sin el cual no puede haber sacrificio; esto es evidente. Mas preguntémonos, ¿cómo exteriorizan esta ofrenda de la víctima los fieles? De doble modo: uniéndose al sacrificio por medio de la ofrenda y participando del fruto del sacrificio por medio de la comunión. Estas dos partes principales de la misa, ofrenda y comunión, son propiamente para el pueblo y confirman su sacerdocio en la misa. Su participación es menor en el sacrificio propiamente tal; en el canon su intervención es mínima: únicamente al principio con el Sanctus y al fin con el Amen, que expresa su adhesión al sacrificio.
De las cinco partes de la misa el pueblo puede y debe tomar parte activa en cuatro: en la ante-misa, orando y escuchando; en la misa-sacrificio, con la ofrenda y la comunión. El sacrificio propiamente tal lo ofrece por mano del sacerdote consagrado.
Pasemos ahora a otra idea fundamental: En la actualidad el pueblo se hace representar en la misa por los acólitos y el coro de cantores. Pero sería un error creer que el acólito no es más que el representante de los fieles, de tal manera, que todo lo que él hace y dice debería hacerlo y decirlo el pueblo. El acólito es también el sustituto del clero que antiguamente asistía y celebraba con el sacerdote. Las oraciones que se dicen, por ejemplo, antes de subir al altar no son ni han sido nunca para dichas por el pueblo, sino por el clero (que las pronunciaba mientras el pueblo cantaba el introito), alternando con el sacerdote. Si los fieles, antes de la misa o durante las oraciones que se dicen ante las gradas del altar, quieren hacer una preparación análoga, hacen bien, pero deben proceder cada cual por su parte; sin embargo, siempre será un gesto al margen de la preparación del sacerdote. Por eso yo no soy partidario de que en la missa recitata se alternen dichas oraciones entre sacerdotes y fieles. Con el pretexto de participación activa no debe el pueblo atribuirse derechos que no le competen. Bajo este punto de vista nunca fallará nuestro criterio si nos guiamos por la misa primitiva.
Examinemos ahora más de cerca y detalladamente la participación activa:
Primera parte: Oraciones. ¿Qué debe hacer el pueblo durante las oraciones? Tenemos cinco: las que se dicen delante del altar, el introito, el Kyrie, el Gloria y la colecta. Con respecto a las primeras, de que ya he hablado. propongo que los fieles las digan antes de comenzar la misa, o bien mientras las dice el sacerdote, pero cada cual aparte.
Introito. Para el aspecto dramático de la misa tienen gran importancia los cantos a dos coros y las procesiones. Hoy día el introito ha quedado reducido a su mínima expresión. En realidad hay dos introitos, el reducido que ha perdido todo su sentido, y el que se dice ante las gradas del altar (Introito) que nunca cambia. El ideal sería hacer revivir el antiguo introito. El clero debería volver de nuevo a dirigirse al altar por medio de la iglesia, mientras la ¡asistencia canta no el introito reducido sino el extensos que /va alternando una antífona con los versículos de un salmo } apropiado. Esta entrada solemne y cantada será un medio magnífico para que la misa adquiera vida y se acreciente la participación activa. El introito es con respecto al sagrado drama de la misa lo que para un espectáculo de teatro la subida del telón.
Kyrie. Es un verdadero canto popular. La antigua Iglesia gustaba repetirlo con tanta profusión como la Iglesia griega. Hoy día los cantores ocupan el puesto del pueblo; tratemos de hacer que el pueblo vuelva a cantar el Kyrie o bien recitarlo alternando con el sacerdote.
Gloria. También el Gloria es un canto popular, un canto matinal de la comunidad cristiana. En la misa con coro debe recitarse en común e incluso cantarse. Todas las parroquias deberían saber cantar algún Gloria en latín. El Gloria es propio de la participación activa.
Dominus vobiscum. Estas fórmulas cortas en latín de nuestra liturgia deben ser familiares al pueblo; es difícil traducir este saludo; nadie debe extrañarse de ver entre los cantos de lengua vulgar estos saludos y respuestas latinas; en nuestra misma liturgia tenemos varios casos en los que el griego (Kyrie) y el hebreo (Alleluia, Amen) alternan con las demás oraciones en latín. Estas breves fórmulas son precisamente una especie de paréntesis que unen al pueblo con el sacerdote. El Dominus vobiscum es la llamada continua que hace el sacerdote al pueblo para participar en los sagrados misterios. Podríamos traducir así: ¡Atención, lo que sigue os interesa!
Colecta. El sacerdote dice o canta esta oración de tal modo que el pueblo la oiga y comprenda. Esto es fácil de demostrar: el sacerdote se vuelve hacia la asistencia saludándola con el Dominus vobiscum y la invita con el Ore-mus; el pueblo da su asentimiento con el Amen (así sea). Si el pueblo no tiene conocimiento del latín debe traducírsela de algún modo.
En suma, puede afirmarse que las colectas exigen una participación plenamente activa por parte del pueblo; se dicen por el pueblo y ante el pueblo.
Segunda parte: Escuchamos las lecturas. Una lectura y una alocución de las que los asistentes no comprenden ni oyen nada, son en sí algo que no tienen razón de ser. Estamos tan hechos a las actuales circunstancias litúrgicas que no nos extraña la lectura muda de las misas rezadas (missa lecta). Tras eso nos encontramos con una lengua incomprensible para el pueblo... Si la Iglesia no se decide a que el pueblo oiga estas lecturas en su lengua, al menos deberá buscar y dar con el medio de hacer llegar a los oídos de los fieles una traducción. Creo que no es posible resistir a esta lógica.
En cuanto a la Epístola no existen actualmente más que estos dos medios indicados: poner su texto en manos del pueblo, o bien, leer su traducción durante o después de que se haya dicho en latín. El pueblo agradece al final las palabras de Dios que acaba de escuchar (Deo gratias); es preciso que estas palabras no estén desprovistas de sentido.
Gradual. Es un eco y una transición de las lecturas. Como todo lo que se canta contribuye al dramatismo y a la variedad de la misa. Lo esencial aquí es la idea y no precisamente el texto: a la lectura sigue una pieza inspi1 rada en la fiesta, en el tiempo litúrgico o en la lectura y cantada en forma de responsorio.
Evangelio. El Alleluia es el toque de trompeta que anuncia la llegada del Rey, mientras la procesión se dirige al ambón para el canto del Evangelio. El pueblo debe volver a ver en el canto del Evangelio al Rey divino que nos habla: todo ese aparato de ciriales, incienso y demás ceremonias no es más que un solemne homenaje a Cristo Rey en el que también los fieles deben tomar parte. Todas estas ceremonias deben salir de su estado rudimentario y volver a su antiguo carácter dramático. Fijémonos también en las dos respuestas del pueblo antes y después del canto del Evangelio: "Gloria a Ti, Señor" y "Loor a Ti, Cristo"; ambas suponen la presencia de Jesucristo.
El sermón, que es parte integrante de la liturgia, tiene en este momento su lugar apropiado. Muchas veces se le ha desconectado del altar, siendo así que tiene como fin poner al alcance de los fieles la solemnidad litúrgica. Esforcémonos, pues, por devolverle su primitivo lugar. De esta manera, si el pueblo no ha podido oir o comprender las lecturas, podía tener una idea más o menos general de lo que en ellas se dice. Pero el ideal sería que estas "palabras de Dios", contenidas en la Epístola, en el Evangelio y en el sermón mantuvieran entre sí una íntima conexión progresiva.
El Credo es la conclusión y el eco de toda la ante-misa. Toda la asistencia debería expresar su fe de pie rezando o cantando en lengua vulgar o en latín sea el Credo de la misa o el símbolo de los Apóstoles.
Tercera parte: Ofertorio. Actualmente el Ofertorio es un acto puramente sacerdotal. Los textos litúrgicos primitivos (ofertorio y secreta) suponen que el pueblo atestigua su participación en el sacrificio por medio de la ofrenda. Resto de esta participación son las colectas que se hacen en estos momentos. Muchos miran la restauración de la ofrenda como cosa puramente externa y ridícula. Pero si acudimos a la liturgia primitiva veremos que no es cosa secundaria sino que, hablando con propiedad, es lo esencial de esta parte de la misa sacrificial, porque todas las oraciones del Ofertorio son de una época muy antigua y, sin embargo, no llegan a suplir la ofrenda del pueblo suprimida después. Así expresa el pueblo en la liturgia romana su participación en el sacrificio. Podríamos añadir que la ofrenda, la procesión de los fieles hacia la mesa del sacrificio, está repleta de simbolismo, acentúa el carácter dramático de la misa y es la expresión visible de la participación activa; es también la acción con que los fieles ejercen y expresan su sacerdocio universal. Los modernos estamos tan sumergidos en el intelectualismo del culto divino que este desfile, esta procesión, estorba nuestra piedad. Pero la ofrenda, desde el punto de vista de la participación activa, debe cultivarse y fomentarse.
La ofrenda se presenta bajo este doble aspecto: como ofrenda de la hostia y como aportación de limosnas. Sim-bólicamente la primera es más expresiva y más bella: damos nuestro pan y lo recibimos después consagrado. Pero esta ofrenda no deja de ofrecer en la práctica dificultades de varios géneros. En las grandes parroquias es casi imposible; por otra parte son muchos los obispos que se oponen a ella. Más viable y natural es la ofrenda de dones que nunca ha desaparecido enteramente de la Iglesia y que incluso en algunas partes sigue siendo muy popular. Ella nos ofrece un medio de unir al altar nuestra caridad, puesto que después esos dones serán repartidos entre la Iglesia y sus pobres. Si la parroquia ofrece sus dones en especie, entonces este hermoso simbolismo será más perceptible. Aun cuando esta ofrenda no tenga su sentido fundamental: la ofrenda reemplaza a la persona que de esta manera participa en el sacrificio.
Durante la ofrenda se cantaba una pieza en relación con la fiesta, con el tiempo litúrgico, y de la cual el actual Ofertorio no es más que un resto. Un canto alusivo en lengua vulgar respondería muy bien aquí al espíritu de la liturgia. Las oraciones del pequeño Canon son todas exclusivas del sacerdote. En la misa comunitaria yo no suelo dar importancia a estas oraciones; sin embargo, ambas son aplicables a los fieles para despertar ideas de sacrificio.
El Orate fratres primitivamente no se refería al pueblo, sino al clero que actuaba en la celebración de la santa misa; ahora el representante de este último es el ayudante. Resumiendo: la esencia del Ofertorio en la primitiva Igle-sia consistía en la ofrenda de los fieles: la única oración que tenía lugar entonces era la secreta, que no significa tanto oración en voz baja cuanto oración sobre los dones escogidos (segregados). Insisto en la idea: todo esto con-tribuye mucho a dar vida y prestar dramatismo a los sagrados misterios y más si los fieles dan la vuelta del altar cantando mientras el sacerdote realiza el Ofertorio. Se trata de que el pueblo tome parte activa. Ya me doy cuenta de que el pueblo y muchos sacerdotes no están todavía preparados para aceptar prácticamente esta idea.
Cuarta parte: El Canon. La liturgia romana procede de diverso modo que la griega. Mientras que esta última rodea el momento más solemne y sagrado del sacrificio de cantos y de fórmulas pronunciadas en voz alta, la nuestra, la romana, se retira tras el muro del silencio. Hay que tener, pues, en cuenta este deseo de la liturgia romana. El pueblo toma parte activa en el Prefacio respondiendo a las invocaciones: Sursum corda (llamada de atención), Gratias agamus (gratitud y alabanza); escucha seguidamente la alabanza y canta al Rey que va a llegar el canto de la adoración Sanctus y Benedictus (antes de la consagración). Es en este momento precisamente donde más se deja sentir que la misa sea con frecuencia rezada. El Canon debería, a continuación, detenerse; el sacerdote ha penetrado ya en el Sancta Sanctorum rodeado de la nube sagrada, mientras que el pueblo sigue fuera. Pero, pedagógicamente, puesto que el pueblo no está todavía preparado para ocupar activamente este tiempo de silencio, tenemos que pre-parar la transición haciendo que un coro recite en voz baja con frases cortas los Mementos, cosa que por lo demás no está en pugna con el espíritu de la antigua liturgia porque en estos momentos era cuando tenía lugar la lectura de los dípticos. Durante el Canon sería preferible no se cantase nada. Enseñemos al pueblo a guardar silencio. Las hachas que se sacan al canto del Sanctus, la campanilla y la elevación de las sagradas especies son invitaciones que se hacen al pueblo para que advierta la presencia de la Santísima Eucaristía Sin embargo, hay que decir que el Canon es la única de las cinco partes de la misa en la que el pueblo no toma una parte plenamente activa, sino que es la liturgia propiamente sacerdotal. Con su Amen final los fieles asienten al ministerio sacrificial del sacerdote.
Quinta parte: Recepción. La Sagrada Comunión. Sale de su silencio el sacerdote e invita al pueblo a participar otra vez en el cantó del Pater noster, oración de la familia divina que se sienta a la sagrada mesa. (Oremus. Audemus dicere). Las dos fórmulas, Per omnia y Pax Domini, atraen la atención del pueblo sobre la fracción de la Sagrada Hostia.
El Agnus Dei es el canto popular que sirve de preparación a la comunión. Sigue después el beso de paz que el pueblo podría recibir por medio del instrumento correspondiente. ¡Qué hermoso signo de unión y del amor con Cristo y con la comunidad! Las oraciones preparatorias siguientes son oraciones privadas del sacerdote que el pueblo puede utilizar si así lo quiere. Viene inmediatamente la comunión. No tengo necesidad de subrayar que nuestros esfuerzos deben tender a conseguir que los fieles unan su comunión a la del sacerdote. En la misa primitiva no se concebía una misa sin la comunión del pueblo. El movimiento de renovación litúrgica desearía que desapareciera el Confiteor antes de la comunión; esta nueva purificación no tiene ningún sentido si, como se supone, la asamblea se purificó ya al comienzo de la misa, y si en el Canon se convirtió en un "pueblo santo" formando un solo Cuerpo Místico con Cristo. Además este Confiteor data de una época que no comprendía la participación activa. Por otra parte el acceso a la sagrada mesa debería ser también una procesión litúrgica, durante la cual cantara el coro y el pueblo la antífona de la comunión; la comunión actual no es tampoco más que un resto.
La Postcomunión es cosa que atañe a toda la comunidad (Dominus vobiscum, Oremus, Amen).
Termina la misa con una despedida solemne con la bendición. El Evangelio de San Juan es una oración pri-vada del sacerdote, mas no estaría mal que el pueblo la diga también.
Las tres Aves y oraciones siguientes evidentemente nada tienen que ver con la liturgia del sacrificio y sin duda están llamadas a desaparecer pronto.
Tal es el contenido y alcance de la participación activa del pueblo en la misa. De lo que venimos diciendo se dedu-ce que el pueblo está o debería estar en la misa constantemente ocupado, con lo cual la misa ganaría en valor dramático y en variedad.
II
Preguntémonos ahora cómo puede prácticamente realizarse en la misa actual la participación activa. Veámoslo en las distintas clases de misas: misa rezada dialogado-cantada, misa con coros y misa coral.
1. Misa rezada. Para evitar malas inteligencias y equívocos digamos que las rúbricas no conocen más que dos clases de misas: la misa lecta, o misa en que el sacerdote reza por lo bajo, sea que los fieles la oigan en silencio o que canten y recen en voz alta; la missa cantata, misa en la que el sacerdote canta ciertas partes de la misa mientras que el coro canta los textos latinos que le corresponden. Durante la misa rezada se permite, conforme al uso general, cantar y rezar oraciones en lengua vulgar. De ordinario no se permite esto en las misas cantadas. Tomamos aquí la palabra misa rezada no en el sentido de las rúbricas, sino en un sentido más estricto, puesto que la misa cantada, la dialogada y la misa con coros pertenecen también a la missa lecta.
¿Qué posibilidades de participación activa caben en la misa rezada? Ante todo hay que descartar toda falsa actividad: todo aquello que no pertenece a la misa y estorba la verdadera participación activa debe dejarse a un lado. Hay que demostrar al pueblo cristiano que la misa no es el momento para cumplir los ejercicios de piedad. La misa no es un ejercicio más de devoción sino el sacrificio de Jesucristo. Persuadamos de esto a los fieles desde su juventud. La exigencia más elemental de nuestros esfuerzos es lograr que los fieles no asistan a la misa sin entender nada. En esta época de formación del pueblo respecto de la misa hay que luchar denodadamente contra toda práctica de devoción durante ella. El rosario nada tiene que ver con la misa. La autoridad del Papa León XIII prescribiendo el rosario en el mes de octubre no se opone a lo que vamos diciendo. Cierto que dijo: "...o bien por la tarde o durante la misa". Al expresar así no acentuó el rezo del rosario durante la misa, sino el hecho de que debía rezarse todos los días. Por otra parte los tiempos han cambiado mucho desde aquella época en la que el movi-miento litúrgico aún no se había despertado y nadie había reconocido su valor. Debemos agradecer a Dios que hoy día se miren las cosas más a fondo. Entonces nada se sabía aún de la participación activa en la misa y el rezo meditado del rosario constituía ciertamente un buen ejercicio de piedad. Pero lo mejor es enemigo de lo bueno, y hoy se miran ya las cosas de otro modo...
Igualmente debe desaparecer durante la celebración del santo sacrificio de la misa el rezo de las letanías, ejercicios de las asociaciones piadosas, novenas, etc.
Pero vamos a lo positivo: se trata aquí de que los fieles tomen parte en silencio en la misa. Hay dos medios: Las oraciones de la misa y el misal.
a) Las oraciones de la misa que traen los devocionarios pueden encontrarse en la mayoría de ellos y pueden ayudar a los fieles a seguir la misa. Pero en la práctica la experiencia dice que estas oraciones de los devocionarios gustan poco y llegan a resultar monótonas y pesadas. Hay que buscar oraciones que sigan lo más posible el texto mismo del ordinario de la misa. Sé de párrocos que colocan en los bancos de su iglesia hojas o folletos con el texto de las oraciones de la misa. Para introducir esa costumbre en la parroquia podríamos valernos de los niños.
b) El misal. Mejor es aún que se ponga a disposición de los fieles el texto mismo de la misa y que se les enseñe a participar en ella siguiendo ese texto. Naturalmente eso obligará al sacerdote a celebrar la misa con más pausa. Para empezar resulta muy práctico un misal reducido que contenga el ordinario, el propio y algunas oraciones escogidas. Una queja común de los fieles es que pasan la misa revolviendo páginas; por eso es conveniente que el sacerdote les enseñe la manera práctica de usar el misal. La misa comunitaria es un buen medio para enseñar a orar en silencio. En el catecismo se debería enseñar a los niños a buscar los textos de la misa.
Con esta preparación ya se puede poner en manos de los fieles un misal completo. Conseguir que toda la pa-rroquia lo utilice costará sin duda mucho tiempo, pero ya podría darse por contento el que lograra este resultado con una mayoría de los fieles. Sin embargo, no debemos detenernos aquí porque esto todavía no es la participación activa.
c) Pero, aun así, siempre sería posible cierta actividad en las misas rezadas, si se tienen en cuenta estas tres cosas: predicación de la divina palabra, colecta y comunión durante la misa; tres cosas que constituyen la médula de las tres partes principales: palabra de Dios, ofrenda, comunión.
aa) Como vemos por la historia la lectura y la instrucción pertenecen a la esencia de la ante-misa. El párroco cuidará de que las lecturas o al menos el Evangelio se lean al pueblo, cosa que nunca debería omitirse los domingos y fiestas, y en Cuaresma todos los días.
El sermón u hornilla se ha de tener una vez leído el Santo Evangelio por ser liarte esencial de la liturgia. Esta predicación no ha de tener nada de larga ni ha de ir so-
brecargada de mil recursos, sino que ha de ser breve y a tono con la misa. El ideal es que sea una explicación de la misa del día.
Muy bien estaría incluso que el sacerdote, aun entre semana, todos los días o de cuando en cuando, hablara algo edificante. De dos a cinco minutos bastarían, y esas cortas frases serían de gran utilidad para edificación de los fieles e inteligencia de la misa. Para uno que vive con la Iglesia y medita diariamente el misterio litúrgico, esto no puede resultar difícil ni requerirá preparación especial. En cambio para el sacerdote será éste un medio de ir infiltrando paulatinamente en los fieles el espíritu litúrgico. Gota a gota se cava la roca...
bb) En la mayoría de las iglesias la colecta suele hacerse durante el ofertorio. Ya hemos visto lo que la ofrenda significaba en la misa romana; con ella el pueblo expresaba su participación en el sacrificio. Hágase, pues, siempre la colecta en el momento del ofertorio y no después de la consagración. Quizás no fuera difícil en ciertos lugares el restaurar la ofrenda tradicional. El párroco no debe buscar exclusivamente con la ofrenda los ingresos pecuniarios sino la idea de la participación del pueblo en el sacrificio. Según los tiempos la ofrenda podría tener distintas aplicaciones: en Epifanía, por ejemplo, se destinaría a pagar el incienso del año, en la fiesta de la Candelaria la cera, en verano las hostias, en otoño el vino de misa, etc. De ese modo la parroquia se dará cuenta de que contribuye a los gastos del culto proporcionando la materia de los sagrados misterios. Hermoso sería también que de cuando en cuando, por ejemplo, en las Témporas, la ofrenda se destinara a los pobres.
cc) La comunión forma parte de la misa. La comunión de los fieles es el elemento más importante de la participación activa.
Antes que nada es preciso que nos pongamos de acuerdo sobre este principio. Hay que quitar a los fieles la idea de que la comunión es una práctica piadosa distinta de la misa, una unión amorosa con Cristo que nada tiene que ver con ella e incluso que la comunión es lo más importante de la misa. Comprendo perfectamente que entre
N semana se dé la comunión antes de la misa a los muy ocupados porque tienen que llegar a tiempo a su trabajo, pero el domingo, cuando todos tienen obligación de asistir a la misa, no debería de suceder esto, al menos por principio. De lo contrario los fieles se confirmarían en la idea de que la misa no es más que una hora de acción de gracias.
Conozco bien las dificultades que en las grandes iglesias encuentran los sacerdotes para la distribución de la Sagrada Comunión durante la misa: se prolonga la misa de una manera considerable. Examinemos objetivamente si no sería posible una distribución durante la misa, aun en el caso de que las comuniones fueran muy numerosas. Podría, por ejemplo, recurrirse a varios sacerdotes. Podría también empezar la comunión después del Pater noster. Es más, si hay alguno que no puede aguardar hasta el fin de la misa, puede marcharse con tranquilidad, ya que el fin de la misa no es parte tan importante que no pueda omitirse en casos de urgente necesidad. En todo caso se debe mantener el principio de que la comunión es parte de la misa. Si el párroco no trata de poner en práctica este principio va ciertamente contra el espíritu y las prescripciones de la Iglesia.
Con estas tres cosas: palabra divina, colecta y comunión el pueblo fiel ejerce en las misas rezadas cierta actividad: tal es la exigencia mínima de nuestro movimiento.
2. Misa con cantos. En estas tierras se prodiga y aprecia mucho la misa con cantos. Consiste ésta en que durante la misa rezada (missa lecta) los fieles cantan en lengua vulgar. Examinemos qué clase de actividad sabe en tales misas. Lo primero que hay que decir es que los tres elementos de participación activa que hemos estudiado en la misa rezada: predicación después del Evangelio, colecta y comunión dentro de la misa, son igualmente posibles y deseables en esta clase de misa con cantos.
a) Asentemos como base que el canto es un factor importante de la participación activa. De ningún modo puede tomar parte en las ceremonias religiosas una parroquia mejor que cantando todos. También los amantes de la liturgia debemos favorecer y conservar los cantos en lengua vulgar: ciertamente el mejor testimonio de la vida religiosa de una parroquia es el canto frecuente.
b) Pero también en este terreno hay que descartar una falsa actividad. Las piezas que se cantan deben responder a la misa, pues de lo contrario estorbarían la participación activa lo mismo que las devociones esencialmente extrañas. El que el pueblo, por ejemplo, cante, durante toda la misa, piezas a la Virgen o villancicos, es un abierto atentado a la verdadera participación; es posible que esos cantos mantenga a los fieles recogidos durante la misa, pero eso no es participación activa en el sacrificio. La solución es que el párroco intervenga directamente en la elección de los cantos y forme en este sentido a su organista.
c) Es preciso también guardarse de la exageración. Evidentemente no está bien que el pueblo cante estrofas y más estrofas durante toda la misa... Hay que dar tiempo para que los fieles oren; hay quienes cantan por cantar sin preocuparse de hacerlo por piedad, y la mayoría de las veces sin pensar en lo que dicen. De ordinario no se debe cantar sino en aquellas partes de la misa que lo permiten. La santa misa es un bello conjunto que funde en admirable variedad el canto, la oración, la lectura y la acción. El empeñarse en cantar durante toda la misa sería destruir ese edificio. La misa mayor (missa cantata) nos da lá norma con toda claridad para saber cuándo y qué cantos es preciso cantar en la misa. Comprende de ordinario seis piezas comunes y cuatro propias. Las comunes son: el Kyrie, el Gloria, el Credo, el Sanctus, el Benedictus y el Agnus Dei; los cantos propios son el introito, el gradual, el ofertorio y la comunión. Estos son los cantos que pueden sustituirse con otros. Mas hay momentos en los que no se canta nada, por ejemplo, durante las oraciones, las lecturas y el Canon. Había que formar de tal modo a los fieles que oraran en silencio durante todo el Canon. En esos momentos debería reinar en la iglesia un silencio absoluto.
d) ¿De qué modo se podrían perfeccionar estas misas con cantos en el sentido litúrgico? Propongo el siguiente plan: Se necesitaría un buen poeta de estilo popular, a ser posible sacerdote, que tradujera en versos las piezas del común Kyrie, Gloria, Sanctus, Benedictus y Agnus Dei. Después se precisaría también un compositor que arreglara para tales textos una música fácil de cantar para el pueblo, a ser posible en dos o tres "tonadas". Naturalmente el celebrante debería aguardar, como lo hace en las misas solemnes, a que terminaran los cantos (no soy partidario de que se cante el Credo; sería mejor decirlo en coro hablado por ser una confesión pública de nuestra fe).
Necesitamos además poetas y compositores para los demás cantos de los diversos tiempos litúrgicos. Bastaría, según creo, cuatro estrofas para los de Adviento, Navidad, Epifanía, domingos de Epifanía, Cuaresma, Pasión, Tiempo Pascual, Ascensión y Pentecostés. Para los domingos después de Pentecostés habría que componer algunas más para que hubiera un poco de variedad. Para el argumento de cada una de estas piezas de cuatro estrofas no sería preciso recurrir siempre a los responsorios litúrgicos correspondientes; se podrían aprovechar otros textos típicos del ciclo litúrgico. La razón por que cada canto debe tener cuatro estrofas es para que correspondan a las cuatro piezas propias de la misa: introito, gradual, ofertorio y comunión; las dos primeras estrofas estarán inspiradas en el tiempo litúrgico, la tercera unirá a esta idea de sacrificio y la cuarta será alusiva a la comunión. Podrían tenerse preparadas también algunas estrofas suplementarias para el caso de una comunión un poco más larga. Si llegamos a realizar todo esto nos habremos acercado, en lo esencial, al ideal litúrgico.
3. La misa dialogada con cantos. Como se acaba de ver, la misa con cantos presentaría un grado ideal de participación activa, mas hemos comprobado que en ciertos momentos se echa de menos la palabra hablada o rezada. Esta es la ventaja que nos ofrece la misa dialogada con cantos, de la que trataremos expresamente más adelante.
4. Misa coral o Missa recitata. Si en la misa con cantos los fieles participan intensamente, falta, sin embargo, algo: el sacerdote y la asistencia obran separadamente uno de otro. Falta ese magnífico contacto previsto en la misa por las aclamaciones que tienen lugar entre sacerdote y pueblo. El pueblo está en ella representado por los acólitos. ¿Por qué el sacerdote no dirige en alta voz a todos los fieles el Dominus vobiscum, que equivale a "Dios os bendiga"? Y ¿por qué la asamblea litúrgica no responde et cum spiritu tuo, es decir, "que Dios os bendiga también", siendo sobre todo el Dominus vobiscum una invitación para que la asistencia participe activamente en lo que va a tener lugar a continuación? ¿Qué necesidad hay de que los fieles se hagan representar por los acólitos o los cantores? Hoy todos buscan la actividad tanto en la vida política como en el culto divino. Estas ideas nos llevan a la Missa recitata o misa coral. La primera consiste esencialmente en que los participantes asumen el papel de acólitos y cantores y dicen en voz alta todos en unión lo que aquéllos dicen o cantan. Las oraciones las dice el sacerdote en voz alta. La missa recitata se dice, pues, en latín y es propia de gente ilustrada que conoce esa lengua. Por lo mismo suele practicarse en colegios y seminarios.
La misa coral es otro género de misa comunitaria entre la misa dialogada y la missa recitata. Tiene de la última el contacto con el sacerdote y de la primera los cantos y oraciones en lengua vulgar.
La missa recitata es una misa hablada y viene a ser más o menos como un oficio coral hablado. La misa coral admite más variedad. Litúrgicamente es una misa lecta en la que se permite orar y cantar en lengua vulgar. Si están autorizadas esas oraciones y cantos que nada tienen que ver con la misa (rosario, cantos a la Virgen, etc.), con mayor razón se permitirán oraciones y cantos tomados de la liturgia.
Hemos dado, pues, con un justo medio para vernos libres de los dos extremos: errores y exageraciones. Hay ciertamente una actividad ilegítima; en el drama sagrado de la misa cada cual tiene su papel, el sacerdote el suyo y el pueblo también el suyo. Si el pueblo usurpa las funciones y las fórmulas propias del sacerdote, será ésta una participación ilegítima. Hemos conocido misas comunitarias en las que el pueblo dice en voz alta y a coro todas las oraciones, aun las del Canon. Esto es ir demasiado lejos y rebasar la medida.
Varias son las clases de misa coral conforme a la formación litúrgica del pueblo y al tiempo de que se dispone. Se puede sencillamente recitarla leyendo algunas partes un lector; pero también puede cantarse el ordinario (Kyrie, Gloria, Sanctus y Agnus Dei) al principio en lengua vulgar y más tarde en latín. Por fin puede cantarse también cantos del propio.
5. Oficio coral y misa solemne. La missa cantata presenta en la actualidad dos formas: el oficio coral en el que las partes cantadas están interpretadas por un coro, y la misa solemne en la que frecuentemente se canta polifonía y que por otros muchos aspectos reviste una solemnidad inusitada. ¿Qué posibilidades ofrecen estas misas para la participación activa? Ante todo hay que admitir que la missa cantata es la verdadera misa plenamente litúrgica. Antiguamente no existían las misas rezadas y aún actualmente no se conocen en la liturgia griega. La misa rezada procede de la misa privada y no se presta a la participación activa. Si no fuera la lengua latín un obstáculo para la participación activa, el oficio coral sería la única forma de misa dentro del espíritu de la liturgia. En ella se da un íntimo contacto entre el sacerdote y el pueblo; el pueblo queda invitado a la oración común y da su asentimiento con el Amen. Las lecturas se hacen de una manera efectiva y sacerdotes y fieles cantan juntos las divinas alabanzas. En una palabra, se encontrarían en ella las condiciones ideales para la participación activa si el pueblo entendiera realmente todo esto. Por desgracia nuestros fieles ignoran de ordinario el latín y tienen pocos conocimientos litúrgicos para poder superar la dificultad de la lengua. Es este el principal motivo por el que los fieles no entienden ni aprecian la liturgia.
¿Solución? Dos son los caminos a seguir: el primero procura lograr el fin valiéndose de las misas antes descritas, sobre todo de la misa coral. Una vez que la gente haya aprendido a seguir la misa en su lengua podrán también entenderla en la lengua de la Iglesia. El segundo camino va derecho: comienza por introducir al pueblo en el oficio coral y por hacerle participar activamente según sus posibilidades. En la práctica se siguen estos dos caminos y "los dos conducen a Roma". Según la formación de los fieles y las diversas circunstancias podrá seguirse uno u otro camino.
En todo caso se precisarán ciertas condiciones previas si se escoge el camino directo del oficio coral.
1. Estudio del latín. Deberíamos facilitar de nuevo al pueblo el conocimiento del latín. Estos últimos años sabemos que se han hecho con éxito ensayos en este sentido.
2. Se necesita además un buen organista y un buen director de coro. Sólo los cantos selectos y bien ejecutados son los que edifican al pueblo.
3. Otra de las condiciones indispensables es la buena formación litúrgica del pueblo. Habría que facilitar a los fieles los textos litúrgicos traducidos.
Y ¿qué posibilidad de participación activa nos ofrece la missa cantata?
1. El pueblo canta las respuestas. Hasta ahora la asistencia estaba representada por los acólitos y cantores y de ese modo se condenaba a sí misma a la inacción; detrás tenla a los cantores en la tribuna y delante el sacerdote oficiaba asistido de los acólitos: en medío estaba el pueblo que se contentaba con escuchar. Mas ahora ese pueblo renuncia a estar representado por los cantores y quiere actuar él mismo, al menos, en las respuestas breves. No hay duda de que participa activamente a la asamblea si responde al Dominus vobiscum y si da su asentimiento cantando el Amen. De ese modo se siente llevado a comprender y a participar en la misa.
2. El pueblo canta el ordinario de la misa. Pero además es necesario que los cantores bajen de la tribuna del fondo del templo para situarse en medio de toda la asamblea o delante del altar. Los cantores deberán cantar las partes más difíciles y guiar a los fieles en la ejecución del ordinario de la misa.
3. Todavía hay que subrayar ciertos detalles que exige la participación activa. En lo que al horario se refiere, la it misa solemne debería celebrarse bastante temprano para facilitar la comunión de los fieles. En cuanto a las lectu- ras sería mejor hacerlas no mirando al altar sino desde el ambón de cara al pueblo.
Naturalmente ha de llegar el día en que el altar se volverá hacia los fieles y el clero se colocará detrás de él: entonces habremos llegado a una digna celebración de la misa en común.
Hemos expuesto toda la cuestión en su complejidad. Lo expuesto no ha sido al azar sino fruto de una experiencia de muchos años. Cada cual puede aprovechar para su parroquia aquella que le resulte más viable y útil.
Y para terminar, un consejo: ir avanzando poco a poco, pero seguro...
CAPITULO III
LA MISA DIALOGADA CON CANTOS
1. Orígenes de la misa dialogada.
Encabezamos esta materia con el principio de la parti-cipación activa del pueblo: Los fieles -ha dicho Pío XI-no deben asistir a los cultos de la misa como "mudos oyentes". El pueblo tiene el derecho y el deber de tomar parte activa en la santa misa. Tal participación debe inspirarse en las formas tradicionales: canto y oración, atención, ofrenda y comunión.
Hay dos clases de misas: la missa cantata (nuestra misa mayor) y la missa lecta (nuestra misa rezada, sea que el pueblo asista en silencio o bien que cante y rece en voz alta). Ya sabemos que la primera, la cantata constituye la forma ideal de la celebración de la misa. La misa rezada no es más que un forma derivada en la que tanto las partes esenciales como las menos esenciales de la misa se suceden con uniformidad. Ella es la responsable de que los cristianos no comprendan su sacrificio central y de que se haya éste convertido en una devoción o al menos en el momento en el que caben todas las devociones y meditaciones posibles (La introducción en la liturgia de la misa rezada trajo consigo la cesación de la participación del pueblo en el santo sacrificio. Es en este sentido en el que el autor dice que fué la responsable de que los cristianos llegaran a ignorar su verdadera importancia en el culto cristiano. N. del T).
Es evidente que el movimiento litúrgico debiera cultivar y adoptar la missa cantata. Es, en efecto, la forma ideal, ya que en ella quedan perfectamente delimitados los papeles del sacerdote, de la "schola" y del pueblo. El canto coral representa la forma ideal de la participación activa. Pero ahí está precisamente el gran inconveniente: el latín es un obstáculo para los fieles. En la actualidad, y por bastante tiempo todavía, el pueblo, completamente des-acostumbrado a una misa cuya lengua le es extraña, no podrá participar de un modo activo. Si más tarde será de otra manera, no lo sabemos. A nosotros nos toca enfrentarnos con la situación actual. Creemos que sería prematuro e inconsistente el querer que los fieles cantaran exclusivamente en latín. No es que yo me oponga al canto coral en latín, pero precisamente por el aprecio que le tengo, quisiera evitar su profanación... Este canto coral, por parte del pueblo exige una preparación interior y exterior. En muchas iglesias su uso prematuro ha retrasado el movimiento por varios años impidiendo que durante ellos se pudiera hablar de este asunto. El canto es el coronamiento de la construcción litúrgica; para que la comunidad parroquia] cultive el canto de un modo regular se necesitan varios años de preparación. Para la mayoría de las parroquias de hoy día no será posible el canto coral más que en algunos casos. Reconozco que también aquí hay laudables excepciones.
Ante esta realidad tuvimos que recurrir de grado o por fuerza a esa clase de misa menos perfecta, que es la misa rezada ("Menos perfecta", se sobreentiende en cuanto a la participación activa de los fieles.). En estas misas rezadas pueden los fieles emplear su lengua materna. Examinamos entonces los medios y procedimientos conducentes a la participación activa de los fieles en la liturgia de la misa. Vimos las dificultades, pero las vencimos y llegamos con ello a la missa recitata, o misa dialogada con cantos.
Hemos cultivado este tipo de misa comunitaria con gran celo. El lector, que en la liturgia griega juega un papel necesario, formaba el lazo de unión entre el sacerdote y la asamblea. En vista de que la misa simplemente rezada no podía satisfacer a la larga, ensayamos cantar lo que podía cantarse tanto del ordinario como del propio. Así lo hemos venido haciendo durante más de veinte años en nuestra comunidad de Klosterneubourg.
Sin embargo, no se nos oculta que este tipo de misa comunitaria tiene que resultar demasiado difícil y elevado para la mayoría de las parroquias. En vista de ello hicimos ensayos para introducir como culto popular una misa en parte dialogada y en parte cantada, pero sin resultado duradero y decisivo. En cierta parroquia organicé durante todo un año esta misa y se mantuvo algunos años, pero no llegó a imponerse. Un término medio de los fieles no tiene suficiente formación litúrgica para poder utilizar el texto de la misa de una manera inteligente sin ser orienta-dos. La formación litúrgica es condición indispensable para la missa recitata.
Vimos entonces la necesidad de una forma más fácil de misa comunitaria; de esa misma necesidad nació la misa dialogada con cantos. Partimos del hecho de que en la misa rezada se cantan piezas en lengua vulgar.
Por supuesto que esta clase de misa amenizada con cantos en lengua vulgar no es el ideal sino un medio de entretener piadosamente a los fieles y por lo mismo un paso hacia la participación activa. Por eso seguimos nos-otros un camino distinto. La misa cantata nos sirvió de modelo. En esta misa se pueden distinguir dos clases de cantos: los del ordinario y los del propio. Los primeros acompañan a las partes esenciales del sacrificio y nunca cambian: Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus y Agnus Dei. Los propios varían conforme al tiempo litúrgico y las fiestas. Razonamos de la siguiente manera: si hacemos de todos estos cantos otros de idéntico contenido, habremos encontrado para el pueblo un camino fácil para su participación activa. Mas, para mantener la estructura de la misa no se debe cantar sino en aquellos momentos en que se canta en la missa cantata. Cuando el sacerdote o sus ministros oran o leen en alta voz, el lector debe rezar esa oración o leer ese texto. De esta manera todo aquello que no es esencial en la misa pasa a segundo plano para dejar más destacados únicamente los trazos esenciales. Esta es la misa dialogada.
Pronto vimos que este procedimiento era eficaz. Recibió el bautismo de fuego el 10 de septiembre de 1933 en el Congreso Católico de Viena, en el que doscientas mil almas pudieron participar en una misa de ese tipo sin previa preparación.
Lo que dice o lee el sacerdote en alta voz lo repite en lengua vulgar un lector: oraciones, epístola, evangelio, prefacio, Pater noster y comunión. El pueblo entero responde a las aclamaciones del sacerdote: Dominus vobiscum, Et cum spiritu tuo, etc. Con esto tenemos ya una misa sencilla y fácil y que responde totalmente al espíritu de la liturgia y de la participación. Esperamos que se vaya imponiendo en un futuro próximo en las parroquias que quieran tener misa comunitaria.
2. Cómo ha de prepararse una misa dialogada.
A) Preparación remota. Ante todo es preciso que el párroco explique la misa a sus fieles. Cualquiera que conozca la actual situación religiosa verá que son muy pocos los católicos, aun de los más fervorosos, que están capacitados para comprender la misa y participar en ella de un modo conveniente. El sacerdote debe dar en su parroquia una serie de sermones sobre la misa en domingos sucesivos o en el curso de una semana litúrgica. Esto es hacer acción católica en su raíz. La misa tiene que ser la central espiritual de la vida religiosa de una parroquia: la renovación deberá comenzar por el altar.
B) Preparación próxima. Si el párroco quiere pasar ya a los hechos con la celebración de una misa con oraciones y con cantos deberá contar con un sacerdote de buenas disposiciones, de un lector formado litúrgicamente, de un organista inteligente, de una "schola" diestra y de textos apropiados.
a) El sacerdote. El sacerdote ha de estar ante todo identificado con la comunidad. Aunque este tipo de misa deba desarrollarse de tal modo que retrase lo menos posible la marcha de las ceremonias, podrá ocurrir, sin embargo, alguna vez que el celebrante tenga que esperar un poco, por ejemplo, en el Gloria. Una vez terminado ese canto es el momento de decir el Dominus vobiscum. Así como espera en una misa cantada debe también esperar en la misa dialogada. Ni hay que temer que esta misa se prolongue demasiado, ya que una misa con oraciones y cantos como la dialogada, con una breve homilía y la distribución de la Sagrada Comunión se puede terminar muy bien en 35 ó 40 minutos. Importa mucho que el sacerdote haga la misa accesible al. pueblo, y por eso sería conveniente que el altar estuviera, a ser posible, en medio de la iglesia; en muchas iglesias existe para esta clase de misas un altar portátil. Sería aún mucho mejor que el altar estuviera vuelto versus populum, y en torno de él toda la parroquia, la "schola", los niños, etc. El emplazamiento del altar y de la asamblea debe ya indicar que se va a desarrollar una ceremonia realmente colectiva. De esta forma el celebrante no considerará como un retraso molesto el que alguna vez tenga que esperar un poco, con ocasión de cualquier canto. Evidentemente para una misa como ésta los ornamentos, tanto del sacerdote como los de los acólitos, la ornamentación del altar y la manera de celebrar el sacerdote, no son cosas indiferentes. Los fieles se fijan en todo, todo les interesa, saben el significado de todos los gestos y de todos los objetos, y por lo mismo, todo ha de estar bien y en orden.
b) El lector. El oficio de lector, tan importante en la primitiva Iglesia y en la actual Iglesia oriental, vuelve a adquirir preponderancia. Escoja el párroco a algunos hombres o jóvenes de su feligresía y fórmelos y edúquelos de un modo especial. El lector debe en primer lugar estar dotado de una buena voz y tener una conveniente formación litúrgica, puesto que ha de saber desenvolverse con el misal. La experiencia demuestra lo raro que es encontrar buenos lectores. Sería de desear que al principio hiciera el oficio de lector otro sacerdote que podría dirigir la misa desde el púlpito y leer los textos. Más tarde podría valerse de lectores seglares, hombres, naturalmente, y sólo en rarísimos casos excepcionales mujeres. En las misas para niños de la catequesis la función de lectores podría confiarse a los mismos niños; hay quienes lo hacen muy bien. Hasta podrían señalarse dos lectores: uno para el ordinario y otro para el propio de la misa. Tenga el párroco especia] solicitud sobre el lector y nunca comience la misa sin percatarse de que todo está ya bien preparado.
c) El organista. El organista es un personaje importante para el éxito de la misa dialogada; debe tener sus ensayos de una manera regular tanto con los fieles como con la "schola" y saber en qué momentos debe tocar y cesar de tocar. La misa dialogada supone que el pueblo vuelve a cultivar otra vez Ja música religiosa; esta labor sólo puede realizarla un buen organista amante del canto popular. Si el director de coro no ama más que el gran arte de la música polifónica y mira al canto popular como una cosa de poco valor no será nunca el hombre que necesitamos para esta empresa. La misa dialogada no debe estar considerada como una misa de segunda clase. Estamos persuadidos de que tiene mucho más valor litúrgico que cualquiera otra misa solemne polifónica que excluye toda participación activa de los fieles y hace del santo sacrificio un marco y un medio para cultivar el arte y el gusto artístico.
Estos tres personajes, sacerdote, lector y organista deben de estar de acuerdo entre sí y entenderse de suerte que se logre tener una misa realmente edificante.
d) La "schola". Rodéese el párroco de un grupo selecto con el que pueda contar. Aunque a la masa del pueblo le suele gustar cantar, sin embargo, es muy poco activa; el párroco precisa de un grupo de elementos capa-citados. Las circunstancias particulares le indicarán dónde ha de encontrarles: puede ser que tenga que convocar a los mejores elementos con que cuenta la parroquia o bien utilizar una congregación o asociación ya existentes. Podría también comenzar con los niños del catecismo por ser más fáciles de dirigir y formar con más cuidado para que integren más tarde la "schola".
La "schola" es vital para la renovación litúrgica popular de una parroquia. En su formación ha de intervenir un director capaz, un sacerdote u organista. Alguien podría pensar que para formar la "schola" de la misa dialogada podría valer la ya existente. La experiencia, sin embargo, enseña que la coral no se adapta ni moral ni técnicamente a esta labor. Ocurre que los miembros de esas corales no son necesariamente los mejores católicos ni los más piadosos de la parroquia, aparte de que aprecian poco la música popular para poder arrastrar a la masa de los fieles. Y sabemos que tanto la coral como el director suelen ser muchas veces un grave obstáculo para el desenvolvimiento del culto litúrgico popular y de la misa diaria dialogada.
El párroco, por tanto, debe crear otra "schola". El ideal sería un grupo de jovencitos que tuviera cada semana un ensayo de los cantos de la misa y que en el momento de la celebración guiase y arrastrase a toda la parroquia.
El canto es un factor que tiene su importancia en la participación activa de la liturgia y, por eso, si se quiere que el movimiento litúrgico se imponga, ha de cultivarse con gran celo.
e) El ensayo. Una vez preparadas estas personas y estas condiciones indispensables el párroco ha de dedicarse al ensayo de la misa. Mucho depende de un buen comienzo; el éxito inicial puede asegurar para el porvenir la existencia de la misa, así como un fracaso podría comprometerla definitivamente. De ahí la necesidad de una buena preparación. Pero el párroco, por otra parte, no tiene por qué temer. Si el sacerdote, el lector y el organista ocupan sus puestos y si se ha preparado la parte musical, la empresa no podrá fracasar.
Forme ante todo el párroco a su equipo de selectos y a sus cantores, reúna a sus feligreses para hacer un ensayo general de toda la misa con la ayuda de las tres personas antes citadas, y el éxito está asegurado. Pero no hay que dormirse en los laureles... sino que hay que continuar trabajando con constancia; sólo cuando haya transcurrido cierto número de meses y de años sentirá que su parroquia ha llegado a aclimatarse a la misa dialogada y que el espíritu litúrgico ha ido penetrando paulatinamente en su parroquia. Una vez más podemos aplicar la máxima: la letra mata y el espíritu vivifica. El cuerpo de la misa dialogada debe recibir un alma y ésta es el espíritu litúrgico.
3. Cómo ha de celebrarse una misa dialogada.
Vamos a describir ahora de un modo exacto cómo se desarrolla una misa dialogada. Se prepara el altar, si se puede, en medio de la iglesia; los cantores junto al altar, los niños y los hombres al lado contrario. El organista sentado a la consola del órgano en la tribuna o bien al armónium junto a los cantores. El lector, para que todos puedan oírle, sobre una grada y de cara al pueblo, y, si es sacerdote, puede ponerse en el púlpito. Suena la campanilla: la asamblea se pone de rodillas y dicen, dirigidos por el lector, el Confiteor; pónense luego de pie. Al segundo toque de la campanilla comienza el órgano u armónium a tocar y cantan todos el Introito. Entretanto el sacerdote avanza hacia el altar. Esta entrada podría solemnizarse mucho más con acólitos y demás precedidos de la cruz avanzando delante del sacerdote, e incluso atravesando la nave de la iglesia procesionalmente. Durante esta solemne entrada se cantan una o dos estrofas (si sólo se ha preparado una se la vuelve a repetir). Acércase el sacerdote al altar (el cáliz se puede colocar de antemano), reza las oraciones que se dicen antes de subir al altar, los fieles permanecen siempre de pie y cantan el Introito.
Hacia la mitad de las oraciones que dice el sacerdote antes de subir al altar cantan de pie el Kyrie. El organista debe calcular el tiempo necesario para que el Kyrie esté terminado cuando el sacerdote, una vez terminado el Introito, vuelve al medio del altar para rezar el Kyrie y entonar el Gloria, si le hay. Por una parte hay que procurar que no haya demasiadas pausas en el canto y que, por otra, no se vea el sacerdote obligado a esperar. Entona el sacerdote el Gloria y lo canta la asamblea de pie. El sacerdote aguarda a que termine el Gloria y se vuelve luego al pueblo para saludarle con el Dominus vobiscum al que los fieles responden en latín. Reza el celebrante la oración que lee en lengua vulgar el lector y responden todos Amén. Basta con que el lector recite una oración, o a lo más dos, omitiendo las demás. Sigue el celebrante diciendo las oraciones en voz baja hasta el Evangelio. La Epístola la lee el lector o un acólito lentamente y vuelto hacia el pueblo, comenzando así - Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los romanos (sin indicar capítulo ni versículo); si no es Epístola: Lectura del Libro de la Sabiduría. Cuide el párroco de que el lector lea en voz alta, despacio, en un solo tono y sin hacer ninguna inflexión al terminar cada frase. Terminada la lectura responde la asamblea: "Gracias a Dios".
Antes hemos hablado de un canto que sirve de eco de la primera lectura y de transición al Evangelio. Durante la Epístola y ese canto intermedio todos los asistentes han de estar sentados. Ese canto puede suprimirse por falta de tiempo entre la Epístola y el Evangelio. Con respecto al Evangelio se ofrecen dos posibilidades: la más sencilla consiste en que el sacerdote, después del gradual, pase al otro lado y diga en alto: Dominus vobiscum, a lo que responderán todos Et cum spiritu tuo, continuando después Sequentia sancti Evangelii secundum Matthaeum, Gloria tibi, Domine. Lee inmediatamente en lengua vulgar el lector ese mismo Evangelio al que escucharán todos de pie y responderán al fin: "Alabanza a Ti, ¡oh Cristo!" La otra forma más solemne consiste en que haga el sacerdote mismo la lectura del Evangelio. No aguarda durante el canto del gradual sino que lee inmediatamente el Evangelio en latín en voz baja, se vuelve después hacia los fieles o se pone en el ambón y lee él mismo el texto evangélico en lengua vulgar. Puede decir para empezar: "Oíd el Santo Evangelio según San Mateo", y el pueblo responderá: "¡Gloria a Ti, Señor!" En este caso los fieles no se ocupan del Evangelio mientras el sacerdote lo dice en latín y no se levantan hasta que lo lee en lengua vulgar. Al final responden todos "Alabanza a Ti, ¡oh Cristo!" Para la lectura del Evangelio en lengua vulgar podrían también acompañar al sacerdote los acólitos. Creo que ésta es la mejor manera de proceder y la más conveniente, porque siempre leerá mejor el Evangelio el sacerdote que el lector. Después de esto, dejando a un lado oraciones y avisos de costumbre, el sacerdote podría predicar una breve homilía en relación con la misa. Esta predicación durará como máximum diez minutos. Para terminar ya la ante-misa entonará el sacerdote el Credo y entonces se levantarán todos para rezar lentamente el símbolo de los Apóstoles; es realmente la profesión de fe de toda la asamblea. No hablamos aquí de las misas
en que se canta el Credo.
La ante-misa ha terminado. Ha quedado bien clara la unidad de su conjunto: canto, oraciones y lecturas se encadenan estrecha y armoniosamente y el pueblo participa constantemente. En este momento va a comenzar el sacrificio que se compone de tres partes: ofertorio o prepara-ción del sacrificio, consagración o Canon y comunión. Se trata sólo de presentar al pueblo clara y sencillamente es-tas tres partes a fin de que tome su parte en ellas de una manera inteligente.
La primera parte del sacrificio es la preparación: por parte del sacerdote la disposición de la materia para el sacrificio, y por parte del pueblo su adhesión al mismo sacrificio. Esto último tenía lugar antiguamente en la ofrenda que hacían los fieles. Suprimida ésta con tan poco acierto, se introdujeron en su lugar para esos momentos toda una serie de oraciones del sacerdote, que nada tienen que ver con la oración colectiva de los fieles. Actualmente el coro suele cantar una reducción del Ofertorio. El ideal sería reintroducir en esta parte de la misa la ofrenda para que volviera a tener su carácter activo, y durante la cual se cantaría el Ofertorio. La ofrenda podría consistir en dones, no precisamente hostias. El sentido de esto es claro: el donante se da en su presente; es, pues, un sacrificio que hace a Dios. El cristiano, antes de ofrecer el gran sacrificio de Cristo, se ofrece él a sí mismo.
Conocemos, empero, las notables dificultades con que tropieza todavía la introducción de la ofrenda, por eso hemos de aconsejar la ofrenda espiritual, y que el pueblo recite en común una de las oraciones del sacerdote. Inmediatamente canta la asamblea el cántico del Ofertorio de pie; es preferible que se cante éste en vez de un canto del ciclo litúrgico, aunque también se puede cantar el mismo ofertorio de la misa. Si se hace la colecta se debe proceder a ella en este momento por ser también una ofrenda. Procure el párroco recordar continuamente a los fieles el sentido de esta parte de la misa, puesto que es el acto más humano de toda ella y en el que los fieles pueden afirmar más intensamente su sacerdocio universal y su participación activa.
La segunda parte, la consagración, comienza con el diálogo que se entabla entre el sacerdote y el pueblo al comienzo del prefacio. Ese diálogo ha de ser en latín, mas el prefacio lo debe de leer en lengua vulgar el lector. Al principio bastará el prefacio común, después los propios. El prefacio va seguido del Sanctus y del Benedictus que cantarán los fieles antes de la elevación, o dejando el Benedictus para después de la misa. Terminado el Sanctus se colocarán de rodillas hasta terminada la consagración y elevación, y después de pie hasta la comunión. En el caso en que por la costumbre o idiosincrasia de la parroquia pudieran surgir algunas dificultades en este punto, podría adoptarse una postura diferente; lo interesante es que se guarde la uniformidad. Durante el Canon hasta el Pater noster toda la asistencia ha de guardar un silencio completo, pudiendo cada cual rezar en particular las oraciones que se dicen en ese lapso de tiempo. Pero la experiencia demuestra que los fieles tienen necesidad de una formación especial para que puedan aprovechar este silencio. Por tanto y a título de transición podría el párroco hacer rezar los Mementos y algunas oraciones del Canon en un tono muy bajo o también hacer cantar la estrofa correspondiente de los cantos de la misa. El sacerdote dice en voz alta el Per omnia saecula... que precede al Pater noster y el pueblo responde Amen, con lo que da su solemne aprobación a toda la consagración.
El Pater noster es la plegaria que se dice antes del banquete sacrificial de los hijos de Dios; puede el pueblo recitarla, pero hay que cuidar de que la diga lentamente, separando cada petición y sin añadir el Ave María. Inmediatamente después se canta el Agnus Dei: si el celebrante quiere decir en voz alta el diálogo de la fracción de la hostia puede hacerlo.
Lo esencial de la tercera parte del sacrificio es la comunión. Ha de procurar el párroco que todos los asistentes al sacrificio se acerquen a la sagrada mesa. La comunión es esencialmente una participación activa. Debemos también hacer recitar al pueblo una de las oraciones preparatorias del sacerdote; después, pasado un tiempo, será preferible que las rece cada uno en particular. Viene luego la comunión de los fieles. Estaría permitido y sería de desear que se tocase la campanilla solamente a la comunión de los fieles y no a la del sacerdote. El Confiteor de antes de la comunión basta con que lo recen en voz baja los acólitos: no es preciso que lo diga todo el pueblo por haberlo hecho ya antes de la misa. Durante la comunión de los fieles, que debería hacerse a modo de procesión, se canta el cántico de la comunión con una o dos estrofas. Terminada la comunión el sacerdote invita a los fieles con el Dominus vobiscum a escuchar la postcomunión que ha de leer en lengua vulgar el lector. Tiene luego lugar la despedida de los fieles con la bendición del sacerdote. En vez de rezar el último evangelio cantan los fieles una pieza final para terminar la ceremonia.
No debe darse para terminar la bendición con el San-tísimo, ni se recen las oraciones finales (las tres Avemarías, etc.).
Como puede verse esta misa dialogada y con cantos presenta la estructura esencial y las grandes líneas de la misa. Este alternar el canto, la palabra y la acción presta al conjunto esta hechura dramática y armoniosa que admiramos en la misa de la antigüedad cristiana.