La vocación del artista:LAS PIEDRAS, LOS SONIDOS, LOS COLORES DE LA CASA DE DIOS
Mons. Mauro Piacenza -
"La vocación del artista" (I)
En la Carta que dirigió a los Artistas con ocasión del Gran Jubileo del Año
2000, el Santo Padre Juan Pablo II trazó una audaz comparación entre la
actividad creadora de Dios y la de los artistas. Después de haber citado en
epígrafe la frase del Génesis 1, 31: "Dios vio todo lo que había hecho, y
vio que todo era bueno", compara el pathos con el que Dios vio la creación
apenas salida de sus manos con el sentimiento con que " los artistas de
todos los tiempos, atraídos por el asombro del ancestral poder de los
sonidos y de las palabras, de los colores y de las formas, habéis admirado
la obra de vuestra inspiración, descubriendo en ella como la resonancia de
aquel misterio de la creación a la que Dios, único creador de todas las
cosas, ha querido en cierto modo asociaros. […].La página inicial de la
Biblia nos presenta a Dios casi como el modelo ejemplar de cada persona que
produce una obra: en el hombre artífice se refleja su imagen de Creador."
(Juan Pablo II, Carta del Papa a los artistas, 4 de abril de 1999, 1).
Son palabras muy fuertes, pero no por ello deben asustar o enorgullecer a
aquellos a quienes se dirige; deben más bien constituir el fundamento de una
sólida espiritualidad del artista, llamado también él a un camino de
santificación a través de los dones particulares que le han sido concedidos.
Ante todo, hay que subrayar que la distinción entre artífice y Creador no es
solo formal, sino sustancial. Sólo Dios es Creador, porque sólo Él dona la
existencia a aquello que antes no existía; quien por el contrario, emplea
algo que ya existía es un artífice. Por tanto, cuando se afirma que un
artista "crea" algo, obviamente se dice por analogía.
En segundo lugar, el fundamento de la capacidad del hombre de ser artífice
o, si queremos, "creador" de algo, es la condición de haber sido creado por
Dios "a su imagen", con la misión consiguiente de dominar la tierra (cf
Génesis 1, 27-28). Si esto se puede decir de toda la actividad humana, eso
es particularmente verdadero en la creación artística, en la que el hombre
se revela de modo excelente como imagen de Dios. Pero el Santo Padre añade
que el artista "realiza esta misión ante todo plasmando la estupenda
'materia' de la propia humanidad" y luego también a través del mismo arte.
Por tanto, una vocación espiritual precede y sustenta la vocación artística,
la de ser artífice de la misma vida, haciendo de ello, en cierto sentido,
"una obra de arte, una obra maestra" (Carta 1-2).
La vocación espiritual y moral es pues distinta de la vocación artística,
que consiste en el actuar según las exigencias y los dictámenes específicos
del arte, pero las dos vocaciones están también en conexión, porque una obra
será necesariamente el reflejo, el espejo de la interioridad del artista. Si
tomamos como ejemplo a San Francisco de Asís, él fue ante todo un hombre en
paz con Dios; de esta condición espiritual se derivó su amistad con los
hombres, su amor a las criaturas del Señor y su inspiración poética, que
entra en la más antigua lírica de la literatura italiana.
Es sabido que la versión griega de la Biblia, llamada de los Setenta, para
indicar que Dios considera todo lo que ha creado "cosa buena", utiliza la
palabra "kalón", es decir , "bonito" (Génesis 1, 10 ss); además el "Buen
Pastor" (cf Jn 10, 11) es literalmente el "Pastor bello, kalòs", síntesis de
integridad y belleza así como las "buenas obras", necesarias para ser
discípulos de Cristo (cf Mt 5, 14-16) son literalmente también "obras
bellas, kalà", ya que manifiestan la bondad interior de quién las realiza y
producen alegría en quien goza de ellas. Esto ciertamente tiene algunas
consecuencias para el arte, puesto que existe una relación esencial entre
bello y bueno, que ya la filosofía griega señaló, en el sentido de que "la
belleza es, en cierto sentido, la expresión visible del bien, como el bien
es la condición metafísica de la belleza". Por tanto, "en un sentido muy
verdadero se puede decir que la belleza es la vocación dirigida al artista
por el Creador con el don del 'talento artístico"' (Carta, 3).
Para conseguir dicha meta el artista debe ser consciente de que su obra
contribuye a una comprensión más profunda de la realidad, porque él está
dotado de una sensibilidad superior a la de los otros hombres. Al mismo
tiempo debe saber también que su arte no es neutral desde el punto de vista
de la comunicación de valores morales. Si el arte es precisamente expresión
del estro artístico, que actúa como una fuerza interior, de la que el mismo
artista no puede sustraerse, si no quiere traicionar su inspiración, es
también verdad que tiene claramente un papel social y educativo, que
comporta por tanto una responsabilidad respecto a los que gozan de ella,
especialmente los jóvenes. Y no se habla aquí tanto de obscenidad o de
blasfemia, que ciertamente se deben desterrar, sino del contradictorio
nihilismo absoluto que se ve a veces en ciertas obras, plásticas, literarias
o musicales, desgraciadas y desesperadas.