El Papa Francisco explica el Sacramento de la
Reconciliación, la Confesión.
"...pues crucifican por su parte de nuevo
al Hijo de Dios" (Hebr 6, 6)
CIUDAD DEL VATICANO, 19 de febrero de 2014
A través de los Sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la
Confirmación y la Eucaristía, el hombre recibe la vida nueva en Cristo.
Ahora bien, todos lo sabemos, llevamos esta vida “en vasijas de barro” (2
Cor 4, 7), todavía estamos sometidos a la tentación, al sufrimiento, a la
muerte y, a causa del pecado, podemos incluso perder la vida nueva. Por esta
razón el Señor Jesús ha querido que la Iglesia continúe su obra de
salvación, incluso a través de sus propios miembros, en particular con el
sacramento de la Reconciliación y la Unción de los Enfermos, que pueden
unirse bajo el nombre de "Sacramentos de curación". El Sacramento de la
Reconciliación es un sacramento de curación, cuando voy a confesarme es para
curarme, curarme el alma, curarme el corazón, de algo que he hecho que no
está bien. El icono bíblico que mejor los expresa, en su profundo vínculo,
es el episodio del perdón y la curación del paralítico, donde el Señor Jesús
se revela al mismo tiempo médico de las almas y de los cuerpos (cf. Mc 2,
1-12 / Mt 9, 1-8; Lc 5, 17-26).
1. El sacramento de la Penitencia, de la Reconciliación, también nosotros lo
llamamos de la Confesión, surge directamente del misterio pascual. De hecho,
la misma noche de la Pascua, el Señor se apareció a los discípulos
encerrados en el cenáculo, y, después de dirigirles el saludo "¡La paz con
vosotros!", sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A
quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados" (Jn 20, 21-23). Este
pasaje nos revela la dinámica más profunda que contiene este Sacramento. En
primer lugar, el hecho de que el perdón de nuestros pecados no es algo que
podemos darnos a nosotros mismos. No puedo decir: “Me perdono los pecados”.
El perdón se pide, se pide a Otro. Y en la Confesión pedimos el perdón a
Jesús. El perdón no es el fruto de nuestros esfuerzos, sino que es un
regalo, un don del Espíritu Santo, que nos llena con el baño de misericordia
y de gracia que fluye sin cesar del corazón abierto de par en par de Cristo
crucificado y resucitado. En segundo lugar, nos recuerda que solo si nos
dejamos reconciliar en el Señor Jesús con el Padre y con los hermanos
podemos estar verdaderamente en paz. Y esto lo hemos sentido todos en el
corazón cuando nos vamos a confesar, con un peso en el alma, un poco de
tristeza y cuando sentimos el perdón de Jesús estamos en paz, con esa paz en
el alma tan bella que solo Jesús nos puede dar. ¡Sólo Él!
2. Con el tiempo, la celebración de este sacramento ha pasado de una forma
pública, porque al principio se hacía públicamente... Ha pasado de esta
forma pública a aquella personal, a aquella forma reservada de la Confesión.
Sin embargo, esto no debe hacernos perder la matriz eclesial, que constituye
el contexto vital. De hecho, la comunidad cristiana es el lugar donde se
hace presente el Espíritu, el cual renueva los corazones en el amor de Dios
y hace de todos los hermanos una cosa sola, en Cristo Jesús. He aquí la
razón por la que no basta pedir perdón al Señor en la propia mente y en el
propio corazón, sino que es necesario confesar humildemente y confiadamente
los propios pecados al ministro de la Iglesia. En la celebración de este
sacramento, el sacerdote no representa sólo a Dios, sino a toda la
comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que
escucha conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con él, que lo
alienta y lo acompaña en el camino de conversión y de maduración humana y
cristiana.
Uno puede decir: "Yo me confieso solo con Dios". Sí, tú puedes decir Dios
perdóname, puedes decirle tus pecados, pero nuestros pecados son también
contra los hermanos, contra la Iglesia. Y por esto es necesario pedir perdón
a la Iglesia y a los hermanos en la persona del sacerdote. “Pero padre, me
da vergüenza”. También la vergüenza es buena, es saludable tener un poco de
vergüenza. Porque avergonzarse es saludable. Porque cuando una persona no
tiene vergüenza en mi país decimos que es un 'sin vergüenza', un
"sinvergüenza" (lo dice en español), un 'sin vergüenza'. Pero la vergüenza
también nos hace bien, porque nos hace más humildes. Y el sacerdote recibe
con amor y con ternura esta confesión y en el nombre de Dios perdona.
También desde el punto de vista humano, para desahogarse es bueno hablar con
el hermano y decir al sacerdote estas cosas con son tan pesadas en mi
corazón, y uno siente que se desahoga ante Dios, con la Iglesia, con el
hermano. ¡No tengáis miedo de la Confesión! Uno, cuando está en la cola para
confesarse, siente todas estas cosas, incluso la vergüenza. Pero cuando
termina la confesión, sale libre, grande, hermoso, perdonado, blanco, feliz.
¡Esto es lo hermoso de la confesión!
Yo quisiera preguntaros, pero no decirlo en voz alta, cada uno se contesta
en su corazón: ¿Cuándo ha sido la última vez que te has confesado? Que cada
uno piense… ¿Eh? ¿Dos días, dos semanas, dos años, veinte años, cuarenta
años? Que cada uno haga la cuenta. Que cada uno se diga: "¿Cuándo ha sido la
última vez que me he confesado?" Y si ha pasado mucho tiempo, no pierdas un
día más, ve adelante, que el sacerdote será bueno. Está Jesús ahí. Y Jesús
es más bueno que los sacerdotes. Y Jesús te recibe. Te recibe con mucho
amor. ¡Eres valiente y vas adelante a la Confesión!
Queridos amigos, celebrar el Sacramento de la Reconciliación significa estar
envueltos en un cálido abrazo: es el abrazo de la infinita misericordia del
Padre. Recordamos esa hermosa, ¡hermosa!, parábola del hijo que se ha ido de
su casa con el dinero de la herencia, ha malgastado todo ese dinero y
después, cuando no tenia nada, ha decidido volver a casa, pero no como hijo
sino como siervo. Tenía tanta culpa en su corazón y tanta vergüenza. ¿Eh? La
sorpresa ha sido que, cuando comenzó a hablar y pedir perdón, el padre no le
dejó hablar. Lo abrazó, lo besó e hizo fiesta. Pero yo os digo, ¿eh?: Cada
vez que nosotros nos confesamos, Dios nos abraza, Dios hace fiesta. ¡Vayamos
adelante en este camino! ¡Qué el Señor os bendiga!