La alegría del matrimonio (II)
Decía la pasada semana que el adjetivo cristiano añade al matrimonio mucho
más que un lugar y unos ritos más solemnes que los de la boda civil: añade
un enfoque distinto, donde el amor pleno entre dos personas se funde en el
amor pleno a Dios que funda y enriquece el amor de los esposos. ¿Qué
características tiene ese amor que está detrás del compromiso matrimonial?
Para un cristiano están nítidamente recogidas en la primera carta que
escribió San Pablo a los cristianos de Corinto. Me parece muy recomendable
que todos los esposos cristianos la lleven a su oración personal y hagan
examen sobre aspectos concretos en donde puede haberse metido la rutina en
sus vidas:
-“El amor es paciente, benigno; no es envidioso, no obra con soberbia, no se
jacta, no es ambicioso, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el
mal, no se alegra por la injusticia, se complace con la verdad; todo lo
excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Cor, 13: 4-7).
Cuando se plantea la unión conyugal con estas notas, cualquier contrariedad
en la vida cotidiana será superada. Ciertamente, no es fácil que un
matrimonio pueda afirmar con rotundidad que vive estas propiedades en su
amor, que sea generoso, paciente, benigno, comprensivo, humilde. Todos somos
limitados, y nuestro egoísmo —amor propio— está demasiado presente en
nuestra vida, pero seguramente ése es el amor al que deberíamos tender los
cristianos, si verdaderamente queremos serlo, y desde luego ése es el amor
que nos hará felices. ¿Qué significa un amor generoso? Es un amor que piensa
en el otro, en su bien, sin cansarse, sin reivindicar un trato equiparable.
El amor excede la justicia.
El hoy por ti, mañana por mí no es el fundamento de la donación mutua, sino
más bien el siempre por ti. Es difícil pensar siempre en el otro, porque
implica relegar los propios gustos, las preferencias más personales. Tal vez
esa entrega fue patente en el inicio del amor, cuando la juventud y el
idealismo presidían la relación, cuando no se contemplaban los defectos del
cónyuge.
Novios viene de nuevos, para remarcar que un amor permanente requiere un
constante rejuvenecimiento, una sana tensión para evitar que envejezca con
el tiempo. “Abrir el corazón a todos es renunciar a la propia casa” ,
escribió un amigo mío en uno de sus libros de poemas. El amor generoso
excluye el apacible rincón de la intimidad, del solo-para-mí, para encontrar
un lugar más espacioso, porque caben dos, para empezar, y luego más: los
hijos. “Para que en el matrimonio se conserve la ilusión de los comienzos,
la mujer debe tratar de conquistar a su marido cada día; y lo mismo habría
que decir al marido con respecto a su mujer. El amor debe ser recuperado en
cada nueva jornada, y el amor se gana con sacrificio, con sonrisas y con
picardía también” (San Josemaría).
El amor es comprensivo. La comprensión incluye los defectos del cónyuge,
evidencia sus limitaciones. Nos llevará a pasar por alto tantas pequeñeces,
que acaban enturbiando la relación, a callar, cuando no es momento de
recriminar, a esperar cuando el cónyuge no tiene su mejor día,
El amor no busca lo suyo, antes bien se entusiasma con los gustos del amado,
que pasan a ser propios, hasta disfrutarlos, sin sensación de heroísmo, sin
pasar factura por ello. Hace años visitaba la casa de un amigo, por cierto
muy espaciosa y bien puesta. Me sorprendió el tamaño de la televisión que
tenían, por aquel entonces mucho más grande de lo habitual. Me comentó, con
un cierto tono de sorna: “Al principio nos divertíamos mucho, luego nos
compramos una televisión”. No deja de ser un tanto triste que el amor
inicial se haya cambiado por un aparato. La televisión puede suponer
descanso tras una jornada laboral difícil, pero es más eficaz, y más
divertido a la postre, jugar con los hijos, escuchar al cónyuge, evadirse de
los problemas propios colgándolos de perchas ajenas. El amor es fructífero.
Los hijos no son un estorbo. No deben serlo para un matrimonio cristiano,
que recibe como una bendición de Dios los hijos que envíe. El amor entre dos
se hace entre tres, cuatro, cinco… Se expansiona, se hace fruto.
El amor no es soberbio. La humildad no es claudicación, no es aceptación del
dominio ajeno. La humildad nos ayuda a evitar tensiones, a no encasquillarse
con cuestiones más o menos anodinas, que sólo magnifica el cansancio o la
susceptibilidad. Las discusiones son casi inevitables cuando dos personas
conviven de cerca, pero nunca deberían terminar en disputa: intercambiar
pareceres sabiendo que podemos estar en el error, y siempre evitar riñas en
presencia de los hijos, para evitar que consideren como desavenencias lo que
no debería ser más que fruto del cansancio momentáneo.
El amor es sincero, la falta de diálogo puede arruinar el amor, porque es
espiritual y requiere riego espiritual. Las situaciones de tensión pueden
evitarse con una conversación pausada, cambiando ideas, sinceramente, sin
prejuzgar, confiando. El amor también es fiel y es puro. Las relaciones
conyugales son corporales, pero no sólo. El lenguaje del cuerpo o se engarza
perfectamente en la dinámica del amor, del darse, o se convierte en
instinto. La fidelidad conyugal es testimonio de valores espirituales más
profundos. Me parece sumamente injusto incluso ponerse en ocasión de
infidelidad marital, frecuentando amistades que pueden apartar, en un
momento de especial debilidad, del compromiso inicialmente adquirido. No
menciono cosas más burdas, por ejemplo las relacionadas con el ocio con
ocasión de viajes profesionales, donde pueden producirse situaciones que
abochornarían a cualquiera en un momento de serenidad. No se puede jugar con
la fidelidad, es demasiado preciosa para arriesgarse bajo la excusa de que
no pasa nada, de que ya somos maduros. Uno no va por un barrio peligroso, de
noche, con un Rolex de oro, si aprecia ese reloj. Puede que no pase nada,
pero es probable que sí pase, y la pérdida sería difícil de reparar: cuanto
más se valora lo que uno puede perder, más nos esforzamos en asegurarlo. La
prudencia nos lleva a evitar riesgos innecesarios.
El amor finalmente es alegre, optimista. Las dificultades de una vida en
común se salvan mejor juntos. Las dificultades también fortalecen, porque
afrontar el dolor une a las personas, pues tantas veces somos más próximos
cuando somos más débiles. En definitiva, el amor verdadero lleva consigo el
sacrificio personal, el olvido de sí, fuente de paz en el hogar.