Via Crucis: Coliseo de Roma Viernes Santo 2012
MEDITACIONES DE Danilo y Anna María Zanzucchi
Movimiento de los Focolares
Iniciadores del Movimiento «Familias Nuevas»
INTRODUCCIÓN
Jesús dice: «Quien quiera seguirme que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga». Es una invitación que vale para todos, casados o solteros, jóvenes, adultos y ancianos, ricos y pobres, de una u otra nacionalidad. Vale también para cada familia, para cada uno de sus miembros o para la pequeña comunidad en su totalidad.
Antes de entrar en su Pasión final, Jesús, en el Huerto de los Olivos, abandonado por los apóstoles adormecidos, tuvo miedo de lo que le esperaba y, dirigiéndose al Padre, suplicó: «Si es posible, que pase de mí este cáliz». Pero añadiendo de inmediato: «No se haga mi voluntad sino la tuya».
En aquel momento dramático y solemne se percibe una profunda enseñanza para todos los que se han puesto a seguirle. Como todo cristiano, cada familia tiene también su via crucis: enfermedades, muertes, apuros económicos, pobreza, traiciones, comportamientos inmorales de uno u otro, discordias con los familiares, calamidades naturales.
Pero, en este camino de dolor, todo cristiano, toda familia puede fijar la mirada en Jesús, Hombre-Dios.
Revivamos juntos la última experiencia de Jesús en la tierra, acogida por las manos del Padre: una experiencia dolorosa y sublime, en la que Jesús ha condensado el ejemplo y la enseñanza más preciosa para vivir nuestra vida en plenitud, según el modelo de su vida.
ORACIÓN INICIAL
El Santo Padre:
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
R/. Amén.
El lector:
Oremos.
Breve pausa de silencio.
Jesús,
en la hora en la que recordamos tu muerte,
queremos fijar nuestra mirada de amor
en los indecibles tormentos que has padecido.
Tormentos condensados en aquel grito misterioso
lanzado en la cruz antes de expirar:
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
Jesús, pareces un Dios eclipsado en el horizonte:
el Hijo sin Padre,
el Padre privado del Hijo.
Aquel grito humano-divino tuyo,
que desgarró el aire en el Gólgota,
nos interroga y asombra todavía hoy,
nos muestra que algo inaudito ha ocurrido.
Algo salvífico:
de la muerte ha brotado la vida,
de las tinieblas, la luz,
de la extrema división, la unidad.
La sed de configurarnos contigo
nos lleva a reconocerte abandonado,
donde quiera que sea, de cualquier modo:
en los dolores personales y en los colectivos,
en las miserias de tu Iglesia y en las noches de la humanidad,
para injertar tu vida siempre y en todo lugar,
para propagar tu luz, establecer tu unidad.
Hoy, como entonces,
sin tu abandono,
no habría Pascua.
R/. Amén.
PRIMERA ESTACIÓN
Jesús es condenado a muerte
V/. Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Juan 18, 38b-40
Y dicho esto, [Pilato] salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo: «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?». Volvieron a gritar: «A ese no, a Barrabás». El tal Barrabás era un bandido.
Pilato no encuentra culpas suficientes para acusar a Jesús; cede a la presión de los acusadores y, así, el Nazareno es condenado a muerte.
Nos parece escucharte:
«Sí, he sido condenado a muerte,
tantas personas que parecían amarme
y entenderme, han hecho caso de las mentiras
y me han acusado.
No han entendido lo que yo decía.
Traicionado, me han llevado a juicio y condenado
A muerte, crucificado, la muerte más infame».
Muchas de nuestras familias sufren por la traición del cónyuge, la persona más querida. ¿Dónde ha quedado la alegría de la cercanía, del vivir al unísono? ¿Qué ha sido del sentirse una sola cosa? ¿Qué pasó de aquel «para siempre» que se había declarado?
Mirarte, Jesús, el traicionado,
y vivir contigo el momento en el que se derrumba el amor
y la amistad que se había creado en nuestra pareja,
sentir en el corazón las heridas de la confianza traicionada,
de la confianza perdida, de la seguridad desvanecida.
Mirarte, Jesús, precisamente ahora
que soy juzgado por quien no recuerda el vínculo
que nos unía, en el don total de nosotros mismos.
Solo tú, Jesús, me puedes entender, me puedes dar ánimo,
puedes decirme palabras de verdad, incluso si me cuesta entenderlas.
Puedes darme la fuerza
que me ayude a no juzgar a mi vez,
a no sucumbir, por amor de esas criaturas
que me esperan en casa
y para las cuales soy ahora el único apoyo.
Todos: Padre nuestro
Estaba la Madre dolorosa
junto a la Cruz, llorosa,
en que pendía su Hijo.
SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús con la cruz a cuestas
V/. Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Juan 19, 16-17
Entonces [Pilato] se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota).
Pilato entrega a Jesús en las manos de los jefes de los sacerdotes y de los guardias. Los soldados le ponen sobre la espalda un manto púrpura y en la cabeza una corona de ramas espinosas. Durante la noche se burlan de él, lo maltratan y lo flagelan. Después, en la mañana, lo cargan con un pesado madero, la cruz sobre la que son clavados los ladrones, para que todos vean cómo acaban los malhechores. Muchos de los suyos escapan.
Este suceso de hace 2000 años se repite en la historia de la Iglesia y de la humanidad. También hoy. Es el cuerpo de Cristo, es la Iglesia la que es golpeada y herida, de nuevo.
Jesús, viéndote así,
sangrando, sólo, abandonado, escarnecido,
nos preguntamos:
«Pero aquella gente que tanto habías amado, iluminado y hecho del bien,
aquellos hombres, aquellas mujeres, ¿acaso no somos también nosotros hoy?
También nosotros nos hemos escondido por miedo a vernos implicados,
olvidando que somos tus seguidores».
Pero lo más grave, Jesús,
es que yo he contribuido a tu dolor.
También nosotros, esposos, y nuestras familias.
También nosotros hemos contribuido
a cargarte con un peso inhumano.
Cada vez que no nos hemos amado,
cuando nos hemos echado las culpas unos a otros,
cuando no nos hemos perdonado,
cuando no hemos recomenzado a querernos.
Y nosotros, en cambio,
seguimos prestando atención a nuestra soberbia,
queremos tener siempre razón, humillamos a quien está a nuestro lado,
incluso a quien ha unido su propia vida a la nuestra.
Ya no recordamos, Jesús, que tú mismo nos dijiste:
«Cuanto hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis».
Así dijiste precisamente: «A mí».
Todos: Padre nuestro
Su alma gimiente,
contristada y doliente
atravesó la espada.
TERCERA ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez
V/. Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Mateo 11, 28-30
«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Jesús cae. Las heridas, el peso de la cruz, el camino abrupto y cuesta arriba. Y el gentío sofocante. Pero no es sólo esto lo que lo ha postrado así. Tal vez es el peso de la tragedia que se abre paso en su vida. Ya no se consigue ver a Dios en Jesús, hombre que se muestra tan frágil, que tropieza y cae.
Jesús, allí, en aquél camino,
en medio de toda aquella gente que grita y alborota,
después de haber caído en tierra,
te vuelves a levantar e intentas seguir subiendo.
En el fondo del corazón sabes que este sufrimiento tiene un sentido,
Te das cuenta de haber cargado con el peso
de tantas faltas, traiciones y culpas nuestras.
Jesús, tu caída nos hace sufrir
porque comprendemos que somos nosotros la causa;
o tal vez nuestra fragilidad,
no sólo física, sino la de todo nuestro ser.
Quisiéramos no caer más;
pero después cualquier cosa, una dificultad,
una tentación o un contratiempo,
y nos dejamos ir, y caemos.
Habíamos prometido seguir a Jesús, respetar y cuidar a las personas que ha puesto a nuestro lado. Sí, en realidad las queremos, o al menos así nos parece. Si faltaran sufriríamos mucho. Pero, después cedemos en las situaciones concretas de cada día.
¡Cuántas caídas en nuestras familias!
¡Cuántas separaciones, cuántas traiciones!
Y después, los divorcios, los abortos, los abandonos.
Jesús, ayúdanos a entender qué es el amor,
enséñanos a pedir perdón.
Todos: Padre nuestro
¡Oh cuán triste y afligida
estuvo aquella bendita
Madre del Unigénito!
CUARTA ESTACIÓN
Jesús encuentra a su Madre
V/. Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Juan 19, 25
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.
En la subida al Calvario Jesús encuentra a su madre. Sus miradas se cruzan. Se comprenden. María sabe quién es su Hijo. Sabe de dónde viene. Sabe cuál es su misión. María sabe que es su madre; pero sabe también que ella es hija suya. Lo ve sufrir, por todos los hombres, de ayer, hoy y mañana. Y sufre también ella.
En verdad, Jesús,
te duele hacer sufrir de ese modo a tu madre.
Pero tienes que hacerla partícipe
de tu divina y tremenda aventura.
Es el plan de Dios
para la salvación de toda la humanidad.
Para todos los hombres y mujeres de este mundo, pero en particular para nosotros, familias, el encuentro de Jesús con la madre allí, en el camino del Calvario, es un acontecimiento intensísimo, siempre actual. Jesús se ha privado de la madre para que nosotros, cada uno de nosotros –también nosotros esposos– tuviéramos una madre siempre disponible y presente. Por desgracia, a veces nos olvidamos. Pero cuando recapacitamos, nos damos cuenta de que en nuestra vida de familia muchísimas veces hemos acudido a ella. ¡Qué cerca de nosotros ha estado en los momentos de dificultad! ¡Cuántas veces le hemos recomendado a nuestros hijos, le hemos suplicado que intervenga por su salud física y aún más por una protección moral!
Y cuántas veces María nos ha escuchado, la hemos sentido cercana, confortándonos con su amor materno.
En el via crucis de toda familia, María es el modelo del silencio que, aún en medio del dolor más desgarrador, genera la vida nueva.
Todos: Padre nuestro
Languidecía y se dolía
la piadosa Madre que veía
las penas de su excelso Hijo.
QUINTA ESTACIÓN
El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz
V/. Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Lucas 23, 26
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.
Tal vez Simón de Cirene representa a todos nosotros cuando de repente nos llega una dificultad, una prueba, una enfermedad, un peso imprevisto, una cruz a veces dura. ¿Por qué? ¿Por qué precisamente a mí? ¿Por qué justamente ahora? El Señor nos llama a seguirlo, no sabemos dónde ni cómo.
Jesús, lo mejor que se puede hacer
es ir tras de ti, ser dócil a lo que nos pides.
Tantas familias lo pueden confirmar
por experiencia directa:
no sirve rebelarse, conviene decirte sí,
porque tú eres el Señor del Cielo y de la Tierra.
Pero no sólo por esto
podemos y queremos decirte sí.
Tú nos amas con amor infinito.
Más que el padre, la madre, los hermanos,
la mujer, el esposo, los hijos.
Nos amas con un amor que ve más lejos,
un amor que, por encima de todo,
aun de nuestra miseria,
nos quiere salvos, felices, contigo, para siempre.
También en familia, en los momentos más difíciles, cuando se debe tomar una decisión importante, si la paz habita en el corazón, si se está atento a percibir lo que Dios quiere de nosotros, somos iluminados por una luz que nos ayuda a discernir y a llevar nuestra cruz.
El Cirineo nos recuerda también los rostros de tantas personas que nos han acompañado cuando una cruz muy pesada se ha abatido sobre nosotros o nuestra familia. Nos recuerda a tantos voluntarios que en muchas partes del mundo se dedican generosamente a confortar y ayudar a quién pasa por momentos de sufrimiento o dificultad. Nos enseña a dejarnos ayudar con humildad, si lo necesitamos, y también a ser cireneos para los demás.
Todos: Padre nuestro
¿Qué hombre no lloraría
si a la madre de Cristo viera
en tanto suplicio?
SEXTA ESTACIÓN
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
V/. Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 4, 6
Pues el Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas» ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo.
Verónica, una de las mujeres que sigue a Jesús, que ha intuido quién es él, que lo ama, y por eso sufre al verlo sufrir. Ahora ve su rostro de cerca, ese rostro que tantas veces había hablado a su alma. Lo ve demudado, sangriento y desfigurado, aunque en todo momento manso y humilde.
No resiste. Quiere aliviar sus sufrimientos. Toma un paño e intenta limpiar la sangre y el sudor de aquel rostro.
En nuestra vida, a veces hemos tenido ocasión de enjugar lágrimas y sudor de personas que sufren. Tal vez hemos atendido a un enfermo terminal en un pasillo de hospital, hemos ayudado a un inmigrante o a un desocupado, hemos escuchado a un recluso. E, intentando aliviarlo, quizás hemos limpiado su rostro mirándolo con compasión.
Y, sin embargo, pocas veces nos acordamos
de que en cada uno de nuestros hermanos necesitados
te escondes tú, Hijo de Dios.
¡Qué distinta sería nuestra vida
si lo recordáramos!
Poco a poco tomaríamos conciencia de la dignidad
de cada hombre que vive en la Tierra.
Toda persona, bonita o fea, capaz o no,
desde el primer instante en el vientre de la madre
o tal vez ya anciana, te representa, Jesús.
No sólo. Cada hermano eres tú.
Mirándote, reducido a bien poca cosa allí en el Calvario,
entenderemos con la Verónica
que en toda criatura humana podemos reconocerte.
Todos: Padre nuestro
¿Quién no se entristecería
a la Madre contemplando
con su doliente Hijo?
SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez
V/. Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 2, 24
Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis curados.
Mientras avanza por la estrecha vía del Calvario, Jesús cae por segunda vez. Entendemos su debilidad física, tras una terrible noche, después de las torturas que le han infligido. Tal vez no son sólo las vejaciones, el agotamiento y el peso de la cruz en sus espaldas lo que le hace caer. Sobre Jesús pesa una carga que no se puede medir, algo íntimo y profundo que se hace sentir más netamente a cada paso.
Te vemos como un pobre hombre cualquiera,
que se ha equivocado en la vida y ahora debe pagar.
Y pareces no tener ya más fuerzas físicas y morales
para afrontar el nuevo día. Y caes.
Cómo nos reconocemos en ti, Jesús,
también en esta nueva caída por agotamiento.
Y, sin embargo, te alzas de nuevo, quieres conseguirlo.
Por nosotros, por todos nosotros,
para darnos el ánimo de levantarnos de nuevo.
Nuestra debilidad está ahí,
pero tu amor es más grande que nuestras carencias,
siempre puede acogernos y entendernos.
Nuestros pecados, que has cargado sobre ti,
te aplastan, pero tu misericordia
es infinitamente más grande que nuestras miserias.
Sí, Jesús, gracias a ti nos levantamos.
Nos hemos equivocado.
Nos hemos dejado vencer por las tentaciones del mundo,
quizá por espejismos de satisfacción,
por querer escuchar que alguien todavía nos desea,
porque alguien dice que nos quiere, incluso que nos ama.
Nos cuesta a veces hasta mantener
el compromiso adquirido en nuestra fidelidad de esposos.
Ya no tenemos la frescura y el dinamismo de una vez.
Todo se hace repetitivo, cada acto parece una carga,
vienen ganas de evadirnos.
Pero tratamos de levantarnos de nuevo, Jesús,
sin caer en la más grande de las tentaciones:
la de no creer que tu amor lo puede todo.
Todos: Padre nuestro
Por los pecados de su gente
vio a Jesús en los tormentos
y doblegado por los azotes.
OCTAVA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén que lloran por él
V/. Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Lucas 23, 27 – 28
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos».
Entre la multitud que lo seguía hay un grupo de mujeres de Jerusalén, lo conocen. Viéndolo en aquellas condiciones, se confunden entre la multitud y suben hacia el Calvario. Lloran.
Jesús las ve, percibe su sentimiento de piedad. Y también en aquel trágico momento quiere dejar una palabra que supera la simple piedad. Quiere que en ellas, en nosotros, no haya sólo conmiseración sino conversión del corazón, esa conversión de reconocer el error, de pedir perdón, de reiniciar una vida nueva.
Jesús, cuantas veces por cansancio o inconsciencia,
por egoísmo o temor,
cerramos los ojos y no queremos afrontar la realidad.
Sobre todo, no nos implicamos personalmente,
no nos comprometemos en la participación profunda y activa
en la vida y las necesidades de nuestros hermanos, cercanos y lejanos.
Continuamos a vivir cómodamente,
reprobamos el mal y quien lo hace,
pero no cambiamos nuestra vida
y no arriesgamos personalmente para que las cosas cambien,
el mal sea abatido y se haga justicia.
Con frecuencia las situaciones no mejoran porque no nos esforzamos en hacerlas cambiar. Nos hemos retirado sin hacer mal a nadie, pero también quizás sin hacer el bien que habríamos podido y debido hacer. Y tal vez alguno paga por nosotros, por nuestro abandono.
Jesús, que tus palabras nos despierten,
nos den un poco de esa fuerza
que mueve a los testigos del evangelio,
tantas veces hasta mártires, padres, madres o hijos que,
uniendo su sangre a la tuya,
han abierto y abren también hoy
el camino hacia el bien en el mundo.
Todos: Padre nuestro
Ea, Madre, fuente de amor,
hazme sentir tu dolor,
contigo quiero llorar.
NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez
V/. Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Lucas 22, 28-30a.
«Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo preparo para vosotros el reino como me lo preparó mi Padre a mí, de forma que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino».
El camino de subida es corto, pero ya no tiene fuerzas. Jesús está acabado física y espiritualmente. Siente sobre sí el odio de los jefes, de los sacerdotes, de la muchedumbre que parecen querer descargar sobre él la rabia reprimida por tantas opresiones del pasado y del presente. Como si buscaran la revancha, haciendo valer su poder sobre Jesús.
Y caes, caes Jesús, por tercera vez.
Pareces sucumbir.
Pero he aquí que con extrema fatiga te vuelves a levantar
y reemprendes el terrible camino hacia el Gólgota.
Ciertamente, muchos de nuestros hermanos en todo el mundo
están sufriendo pruebas tremendas porque te siguen, Jesús.
Están subiendo contigo hacia el Calvario
y contigo están también cayendo
bajo las persecuciones que desde hace dos mil años
laceran tu cuerpo que es la Iglesia.
Con estos hermanos nuestros en el corazón, queremos ofrecer nuestra vida, nuestra fragilidad, nuestra miseria, nuestras pequeñas y grandes penas cotidianas. Vivimos con frecuencia anestesiados por el bienestar, sin comprometernos con todas las fuerzas en levantarnos de nuevo y levantar a la humanidad. Pero podemos volver a ponernos en pie, porque Jesús ha encontrado la fuerza de volverse a alzar y reemprender el camino.
También nuestras familias son parte de este tejido deshilachado, están sujetas a un estado de bienestar que se convierte en la meta misma de la vida. Nuestros hijos crecen. Intentemos habituarles a la sobriedad, al sacrificio, a la renuncia. Tratemos de darles una vida social satisfactoria en el ámbito deportivo, asociativo y recreativo, pero sin que estas actividades sean sólo un modo para llenar la jornada y tener todo lo que se desea.
Por eso, Jesús,
necesitamos escuchar tus palabras,
de las que deseamos dar testimonio:
«Bienaventurados los pobres, bienaventurados los mansos, bienaventurados los constructores de paz, bienaventurados los que sufren por la justicia…».
Todos: Padre nuestro
Haz que mi corazón arda
en el amor de mi Dios
y en cumplir su voluntad.
DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras
V/. Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Juan 19, 23
Los soldados... cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo.
Jesús está en manos de los soldados. Como todo condenado, es desnudado, para humillarlo, reducirlo a nada. La indiferencia, el desprecio y despreocupación por la dignidad de la persona humana se unen con la glotonería, la codicia y el propio interés: «cogieron su ropa».
Tu manto, Jesús, era sin costuras.
Esto demuestra el esmero con que te trataba
tu madre y las personas que te seguían.
Ahora te encuentras sin vestidos, Jesús,
y experimentas la desazón de los sometidos al capricho de gente
que no tiene respeto de la persona humana.
Cuántos han sufrido y sufren por esta falta de respeto por la persona humana, por la propia intimidad. Puede que a veces tampoco nosotros tengamos el respeto debido a la dignidad personal de quien está a nuestro lado, «poseyendo» a quien está a nuestro lado, hijo, marido, esposa, pariente, conocido o desconocido. En nombre de nuestra supuesta libertad herimos la de los demás: cuánto descuido, cuánta dejadez en los comportamientos y en el modo de presentarnos el uno al otro.
Jesús, que se deja mostrar así a los ojos del mundo de entonces y de la humanidad de siempre, nos recuerda la grandeza de la persona humana, la dignidad que Dios ha dado a cada hombre, a cada mujer, y que nada ni nadie debería violar, porque están plasmados a imagen de Dios. A nosotros se nos confía la tarea de promover el respeto de la persona humana y de su cuerpo. En particular a nosotros, los esposos, la tarea de conjugar estas dos realidades fundamentales e inseparables: la dignidad y el don total de sí mismo.
Todos: Padres nuestros
Santa Madre, yo te ruego
que me traspases las llagas
del Crucificado en el corazón.
UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es clavado en la cruz
V/. Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Juan 19, 18-22
Lo crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos».
Llegados al lugar del «Calvario», los soldados crucificaron a Jesús. Pilato hace escribir: «Jesús Nazareno, el rey de los judíos», para ridiculizarlo y humillar a los judíos. Pero, sin quererlo, este escrito certifica una realidad: la realeza de Jesús, rey de un reino que no tiene confines ni de espacio, ni de tiempo.
Apenas podemos imaginarnos el dolor de Jesús durante la crucifixión, cruenta y dolorosísima. Nos asomamos al misterio: ¿Por qué Dios, haciéndose hombre por amor nuestro, se deja clavar en un leño y alzar desde la tierra entre atroces espasmos, físicos y espirituales?
Por amor. Por amor. Es la ley del amor lo que lleva a dar la propia vida por el bien del otro. Lo confirman esas madres que han afrontado incluso la muerte para dar a luz a sus hijos. O los padres que han perdido un hijo en la guerra o en atentados terroristas y que no desean vengarse.
Jesús, en el Calvario nos representas a todos,
a todos los hombres de ayer, de hoy y de mañana.
Sobre la cruz nos has enseñado a amar.
Ahora comenzamos a comprender el secreto de aquella alegría perfecta
de la que hablabas a los discípulos en la última cena.
Has tenido que bajar del cielo, hacerte niño,
después adulto y entonces padecer en el Calvario
para decirnos con tu vida lo que es el verdadero amor.
Mirándote allí arriba en la cruz, también nosotros, como familia, esposos, padres e hijos estamos aprendiendo a amarnos y a amar, a cultivar entre nosotros esa acogida que se da a sí misma y que sabe ser aceptada con reconocimiento. Que sabe sufrir, que sabe trasformar el sufrimiento en amor.
Todos: Padre nuestro
De tu Hijo malherido
que por mí tanto sufrió
comparte conmigo las penas.
DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz
V/. Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Mateo 27, 45-46
Desde la hora sexta hasta la hora nona vinieron tinieblas sobre toda la tierra. A la hora nona, Jesús gritó con voz potente: «Elí, Elí, lemá sabaktaní» (es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»)
Jesús está colgado en la cruz. Horas de angustia, horas terribles, horas de sufrimientos físicos inhumanos. «Tengo sed», dice Jesús. Y le acercan a la boca una esponja empapada en vinagre.
Un grito surge de improviso: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». ¿Blasfemia? ¿El condenado grita el Salmo? ¿Cómo aceptar a un Dios que clama, que se lamenta, que no sabe, no entiende? ¿El Hijo de Dios hecho hombre que se siente morir abandonado por su Padre?
Jesús, te has hecho uno de los nuestros hasta este punto,
uno con nosotros, excepto en el pecado.
Tú, Hijo de Dios hecho hombre, tú, que eres el Santo,
te has identificado con nosotros hasta experimentar
nuestra condición de pecadores,
la lejanía de Dios, el infierno de aquellos que no tienen Dios.
Tú has probado la oscuridad para darnos la luz.
Has vivido la separación para darnos la unidad.
Has aceptado el dolor para dejarnos el amor.
Has sentido la exclusión, abandonado y suspendido
entre el cielo y la tierra, para acogernos en la vida de Dios.
Un misterio nos envuelve
al revivir cada paso de tu pasión.
Jesús, tú no guardas celoso el tesoro
de tu ser igual a Dios,
sino que te haces pobre de todo para enriquecernos.
«En tus manos entrego mi espíritu».
¿Cómo has hecho, Jesús, en aquel abismo de desolación,
para confiarte al amor del Padre,
para abandonarte a él, para morir en él?
Sólo mirándote a ti, sólo contigo,
podemos afrontar las tragedias, el sufrimiento de los inocentes,
las humillaciones, los ultrajes, la muerte.
Jesús vive su muerte como don para mí, para nosotros, para nuestra familia, para cada persona, para cada familia, para cada pueblo, la humanidad entera. En aquel acto renace la vida.
Todos: Padre nuestro
Vio a su dulce Hijo
muriendo desolado
al entregar su espíritu
DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre
V/. Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Juan 19, 38
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo.
María ve morir a su Hijo, Hijo de Dios y también suyo. Sabe que es inocente, y que ha cargado con el peso de nuestras miserias. La Madre ofrece al Hijo, el Hijo ofrece a la Madre. A Juan, a nosotros.
Jesús y María, he aquí una familia que, sobre el Calvario, vive y sufre la suprema separación. La muerte los aleja, o por lo menos así parece, a una madre y a un hijo con un lazo al mismo tiempo humano y divino inimaginable. Lo ofrecen por amor. Juntos se abandonan a la voluntad de Dios.
En la grieta abierta en el corazón de María entra otro hijo, que representa a la humanidad entera. Y el amor de María por cada uno de nosotros es la prolongación del amor que ella ha tenido por Jesús. Sí, porque verá su rostro en los discípulos. Y vivirá para ellos, para sostenerlos, ayudarlos, animarlos, llevarlos a reconocer el Amor de Dios, y que en su libertad se dirijan al Padre.
¿Qué me dicen, qué nos dicen, qué les dicen a nuestras familias esa Madre y ese Hijo en el Calvario? Uno sólo se puede parar, atónito, ante esta escena. Se intuye que esta Madre, este Hijo nos están dando un don único, irrepetible. En efecto, en ellos encontramos la capacidad de ensanchar nuestro corazón y abrir nuestro horizonte a la dimensión universal.
Allí, sobre el Calvario,
junto a ti, Jesús, muerto por nosotros,
nuestras familias acogen el don de Dios:
el don de un amor
que puede abrir los brazos al infinito.
Todos: Padre nuestro
Déjame llorar contigo
condolerme por tu Hijo
mientras yo esté vivo.
DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es colocado en el sepulcro
V/. Te adoramos Cristo y te bendecimos.
R/. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según san Juan 19, 41-42
Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Un profundo silencio envuelve el Calvario. Juan testifica en el evangelio que el Calvario se encuentra en un huerto donde hay un sepulcro que aún no se había usado. Precisamente allí los discípulos de Jesús pusieron su cuerpo.
Aquel Jesús, que poco a poco han reconocido como Dios hecho hombre, está allí, muerto. En la soledad desconocida se sienten perdidos, no saben qué hacer, cómo comportarse. Sólo les queda consolarse mutuamente, darse ánimos unos a otros, abrazarse. Pero justamente allí donde en los discípulos madura el momento de la fe, recordando lo que Jesús ha dicho y hecho cuando estaba entre ellos, y que entonces habían comprendido sólo en parte.
Allí comienzan a ser Iglesia, en espera de la Resurrección y de la efusión del Espíritu Santo. Con ellos esta la madre de Jesús, María, que el Hijo había confiado a Juan. Se reúnen con ella, alrededor de ella. En espera. A la espera de que el Señor se manifieste.
Sabemos que aquel cuerpo después de tres días ha resucitado. Así, Jesús vive por siempre y nos acompaña, él personalmente, en nuestro viaje terreno entre alegrías y tribulaciones.
Jesús, haz que nos amemos mutuamente.
Para tenerte de nuevo entre nosotros,
cada día, como tu mismo has prometido:
«donde dos o tres están reunidos en mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos».
Todos: Padre nuestro
Y cuando mi cuerpo muera,
haz que a mi alma se conceda
del Paraíso la gloria.