El Papa: no hay futuro para el pueblo sin el encuentro entre
generaciones
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CIUDAD DEL VATICANO, 28 de septiembre de 2014 A las 10.30 de la mañana, XXVI Domingo del Tiempo ordinario, el papa
Francisco ha presidido en el sagrario de la Basílica Vaticana, la santa misa
por los ancianos y abuelos que participan en el encuentro "La bendición de
la más larga de la vida", promovido por el Consejo Pontificio para la
Familia. Han concelebrado con el Santo Padre cientos de sacerdotes ancianos
procedentes de distintas partes del mundo.
El Evangelio que acabamos de escuchar, lo acogemos hoy como el Evangelio del
encuentro entre los jóvenes y los ancianos: un encuentro lleno de gozo, de
fe y de esperanza.
María es joven, muy joven. Isabel es anciana, pero en ella se ha
manifestado la misericordia de Dios, y, junto a con su esposo Zacarías,
está en espera de un hijo desde hace seis meses.
También en esta ocasión, María nos muestra el camino: ir a visitar a la
anciana pariente, para estar con ella, ciertamente para ayudarla, pero
también y sobre todo para aprender de ella, que ya es mayor, una sabiduría
de vida.
La Primera Lectura recuerda de varios modos el cuarto mandamiento: «Honra a
tu padre y a tu madre: así se prolongarán tus días en la tierra, que el
Señor, tu Dios, te va a dar» (Ex 20,12). No hay futuro para el pueblo sin
este encuentro entre generaciones, sin que los niños reciban con gratitud
el testigo de la vida por parte de los padres. Y, en esta gratitud a quien
te ha transmitido la vida, hay también un agradecimiento al Padre que está
en los cielos.
Hay a veces generaciones de jóvenes que, por complejas razones históricas
y culturales, viven más intensamente la necesidad de independizarse de sus
padres, casi de «liberarse» del legado de la generación anterior. Es como
un momento de adolescencia rebelde. Pero, si después no se recupera el
encuentro, si no se logra un nuevo equilibrio fecundo entre las
generaciones, se llega a un grave empobrecimiento del pueblo, y la libertad
que prevalece en la sociedad es una falsa libertad, que casi siempre se
convierte en autoritarismo.
El mismo mensaje nos llega de la exhortación del apóstol Pablo dirigida a
Timoteo y, a través de él, a la comunidad cristiana. Jesús no abolió la
ley de la familia y la transición entre las generaciones, sino que la
llevó a su plenitud. El Señor ha formado una nueva familia, en la que, por
encima de los lazos de sangre, prevalece la relación con él y el cumplir
la voluntad de Dios Padre. Pero el amor por Jesús y por el Padre eleva el
amor a los padres, hermanos y abuelos, renueva las relaciones familiares con
la savia del Evangelio y del Espíritu Santo. Y así, san Pablo recomienda a
Timoteo, que es Pastor, y por tanto padre de la comunidad, que se respete a
los ancianos y a los familiares, y exhorta a que se haga con actitud filial:
al anciano «como un padre», a las ancianas «como a madres» (cf. 1 Tm 5,1).
El jefe de la comunidad no está exento de esta voluntad de Dios, sino que,
por el contrario, la caridad de Cristo le insta a hacerlo con un amor más
grande. Como la Virgen María, que aun habiéndose convertido en la Madre
del Mesías, se siente impulsada por el amor de Dios, que en ella se está
encarnando, a ir de prisa hacia su anciana pariente.
Volvamos, pues, a este «icono» lleno de alegría y de esperanza, lleno de
fe, lleno de caridad. Podemos pensar que la Virgen María, estando en la
casa de Isabel, habrá oído rezar a ella y a su esposo Zacarías con las
palabras del Salmo Responsorial de hoy: «Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud... No me rechaces ahora en la
vejez, me van faltando las fuerzas, no me abandones... Ahora, en la vejez y
en las canas, no me abandones, Dios mío, hasta que describa tu poder, tus
hazañas a la nueva generación» (Sal 70,9.5.18). La joven María escuchaba,
y lo guardaba todo en su corazón. La sabiduría de Isabel y Zacarías ha
enriquecido su ánimo joven; no eran expertos en maternidad y paternidad,
porque también para ellos era el primer embarazo, pero eran expertos de la
fe, expertos en Dios, expertos en esa esperanza que de él proviene: esto es
lo que necesita el mundo en todos los tiempos. María supo escuchar a
aquellos padres ancianos y llenos de asombro, hizo acopio de su sabiduría,
y ésta fue de gran valor para ella en su camino como mujer, esposa y madre.
Así, la Virgen María nos muestra el camino: el camino del encuentro entre
jóvenes y ancianos. El futuro de un pueblo supone necesariamente este
encuentro: los jóvenes dan la fuerza para hacer avanzar al pueblo, y los
ancianos robustecen esta fuerza con la memoria y la sabiduría popular.
“Un pueblo que no custodia a los abuelos, un pueblo que no respeta a los abuelos, no tiene futuro, porque no tiene memoria, ha perdido la memoria. Oremos por nuestros abuelos, nuestras abuelas, que tantas veces han tenido un papel heroico en la transmisión de la fe en tiempo de persecución”
19 de noviembre de 2013.- (Radio Vaticano / Camino Católico) Un pueblo que “no respeta a los abuelos” carece de memoria y por lo tanto de futuro. Fue la enseñanza que ofreció esta mañana el Papa Francisco en su homilía de la Misa celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta. El Obispo de Roma comentó la vicisitud bíblica del anciano Eleazar, que eligió el martirio para ser coherente con su fe en Dios y para dar testimonio de rectitud a los jóvenes.
“La coherencia de este hombre, la coherencia de su fe, pero también la responsabilidad de dejar una herencia noble, una herencia verdadera. Nosotros vivimos en un tiempo en el que los ancianos no cuentan. Es feo decirlo, pero se descartan, ¡eh! Porque dan fastidio. Los ancianos son los que nos traen la historia, nos traen la doctrina, nos traen la fe y nos la dan en herencia. Son los que, como el buen vino envejecen, tienen esta fuerza dentro para darnos una herencia noble”.
Francisco también
recordó una historia que escuchó cuando era chico. Protagonista es una
familia – “papá,
mamá, tantos niños” – y
el abuelo, que cuando tomaba la sopa “se
ensuciaba la cara”. Fastidiado,
el papá
“Esta historia me ha hecho tanto bien, toda la vida. Los abuelos son un tesoro. La Carta a los hebreos... nos dice: ‘Acuérdense de sus mayores, que les han predicado, aquellos que les han predicado la Palabra de Dios. Y considerando su fin, imiten su fe’. La memoria de nuestros antepasados nos lleva a la imitación de la fe. Verdaderamente la vejez tantas veces es un poco fea, ¡eh! Por las enfermedades que trae y todo esto, pero la sabiduría que tienen nuestros abuelos es la herencia que nosotros debemos recibir. Un pueblo que no custodia a los abuelos, un pueblo que no respeta a los abuelos, no tiene futuro, porque no tiene memoria, ha perdido la memoria”.
“Oremos por nuestros abuelos, nuestras abuelas, que tantas veces han tenido un papel heroico en la transmisión de la fe en tiempo de persecución. Cuando papá y mamá no estaban en casa y también cuando tenían ideas extrañas, que la política de aquel tiempo enseñaba, han sido las abuelas las que han transmitido la fe. Cuarto mandamiento: es el único que promete algo a cambio. Es el mandamiento de la piedad. Ser piadoso con nuestros antepasados. Pidamos hoy la gracia a los viejos Santos - Simeón, Ana, Policarpo y Eleazar - a tantos viejos Santos: pidamos la gracia de custodiar, escuchar y venerar a nuestros antepasados, a nuestros abuelos”.