Orientaciones pastorales para la coordinación de la familia, la parroquia y la escuela en la transmisión de la fe
Introducción
Necesidades, dificultades y posibilidades en la transmisión de la fe
Responsables de la coordinación en la transmisión de la fe
El servicio de la familia, la parroquia y la escuela en la transmisión de la
fe
Elementos al servicio de la transmisión de la fe en la familia, la parroquia
y la escuela
Medios y modos para la coordinación en la transmisión de la fe
Conclusión
Notas
Introducción
1. «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar
todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 19-20).
Desde la primera proclamación del kerigma apostólico, a la pregunta que les
dirigen aquellos a quienes Dios ha abierto el corazón y perseveraban en la
enseñanza (cf. Hch 2, 37. 42), los apóstoles y sus sucesores no tienen otra
respuesta más que el mandato que el Señor les dio antes de subir al cielo:
ofrecer el pan de la Palabra y la gracia de los sacramentos para que todos
los hombres lleguen al conocimiento de la verdad y se salven.
El mandato del Señor
2. Así, desde los primeros compases de la Iglesia en el mundo, la enseñanza
tuvo un puesto significativo en su seno con acentos diversos: didajé
(enseñanza), didascalía (instrucción) o catequesis (catecumenado). Más
tarde, la creación de las escuelas catedralicias y parroquiales, por un
lado, y el esfuerzo de tantas congregaciones y Órdenes religiosas dedicadas
a la educación, por otro, son testimonio de dicha atención maternal. En las
últimas décadas, la preocupación y ocupación eclesiales por esta tarea han
llevado al Episcopado en España, especialmente por la Conferencia Episcopal
y, en concreto, a través de la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis,
a ofrecer valiosas reflexiones y orientaciones: a las familias, en su
responsabilidad de dar testimonio de la fe a sus hijos; a las parroquias, en
su responsabilidad de proponer la iniciación cristiana a niños, adolescentes
y jóvenes; a las instituciones y a los agentes de enseñanza en general, y de
la enseñanza religiosa en particular, en su responsabilidad de ofrecer una
formación religiosa y moral y como propuesta de diálogo entre la fe y la
cultura. Esto muestra el testimonio vivo y el interés permanente de la
Iglesia por la educación al servicio del hombre y de la sociedad[1].
La emergencia educativa
3. En efecto, la Iglesia, consciente en todo momento de su misión de
anunciar el Evangelio, ha considerado siempre la formación de los fieles
como una de sus tareas esenciales. Hoy, atenta a dicha misión y dadas las
circunstancias socioculturales, donde todo cambia con vertiginosa rapidez y
donde la fe de los creyentes se encuentra acosada y contrastada por tantos
interrogantes, la Iglesia ofrece, también, su regazo de madre y maestra al
servicio de la educación integral del hombre.
4. Reconocemos con profundo agradecimiento que la cultura de nuestro tiempo
ha logrado conquistar y ha adquirido valores importantes que humanizan
muchos aspectos de la vida personal, comunitaria y social. Con todo,
percibimos en ella algunos factores característicos que influyen de modo
particular en la crisis de la transmisión de valores humanos y referencias
específicamente religiosas y, más en concreto, en lo referente a la
comunicación y educación en la fe. Ante este hecho generalizado en la mayor
parte del mundo, con algunas características propias en nuestro país, el
papa Benedicto XVI ha llamado la atención sobre lo que él ha denominado la
«emergencia educativa», o, lo que es lo mismo, la urgencia educativa. Al
hablar de ella en distintos escenarios, el pontífice subraya la necesidad de
«redescubrir y reactivar un itinerario que, con formas actualizadas, ponga
de nuevo en el centro la formación plena e integral de la persona
humana»[2].
Comunión y corresponsabilidad
5. Al acoger estas orientaciones del Santo Padre en lo referente a la
urgencia educativa, entre las que destaca el estudio y análisis de las
raíces de dicha emergencia para responder de manera apropiada a la misma y
ofrecer elementos positivos a los destinatarios, entendemos que una de las
primeras respuestas que nuestra Iglesia debe dar es la de aunar esfuerzos,
compartir experiencias, dedicar personas y priorizar recursos, con el fin de
coordinar objetivos y acciones entre los diversos ámbitos: familia,
parroquia y escuela, en orden a la transmisión de la fe, hoy.
Destinatarios
6. Los obispos miembros de la Conferencia Episcopal Española, fieles al
mandato del Señor, servidores del Evangelio en esta hora de la Iglesia, y
deseando ardientemente ofrecer orientaciones adecuadas para coordinar la
transmisión de la fe, buscamos y queremos ayudar a los padres de familia en
su difícil y hermosa responsabilidad de educar a sus hijos; a los sacerdotes
y catequistas en las parroquias en la paciente y apasionante misión de
iniciar en la fe a las nuevas generaciones de cristianos; así como a los
profesores de religión en los centros de enseñanza, estatales y de
iniciativa social, católicos o civiles, preocupados y entregados a la noble
tarea de formación de niños y jóvenes.
Estructura
7. El presente documento que ponemos en vuestras manos está estructurado en
cinco capítulos: en el primero, hacemos un sencillo análisis de las
necesidades, dificultades y posibilidades de la transmisión de la fe en la
familia cristiana, la catequesis parroquial y la enseñanza religiosa
escolar; en el segundo, tratamos de los responsables para una adecuada
coordinación, en el sentido de aunar esfuerzos, compartir experiencias y
priorizar recursos y personas; en el tercero, exponemos los servicios
distintos y complementarios que corresponden a las respectivas instituciones
mencionadas; en el cuarto, señalamos las dimensiones específicas de estos
servicios en la transmisión de la fe; y, en el quinto, ofrecemos aquellos
medios que favorecen y ayudan a la transmisión de la fe, hoy, según las
distintas situaciones de los destinatarios y las diversas responsabilidades
de padres, catequistas y profesores.
I. Necesidades, dificultades y posibilidades en la transmisión de la fe
8. Muchos creyentes, que vivimos con gozo nuestra fe cristiana, somos
conscientes del servicio que otros, en la familia, en la escuela, en la
parroquia y en los grupos, por diversos medios eclesiales, nos han ayudado a
recibirla y a crecer en ella. Les estamos profundamente agradecidos porque
nos han transmitido lo más valioso que poseemos. Sin embargo, en lo más
profundo de nuestra experiencia creyente, hemos llegado a descubrir que la
fe es para nosotros un don, una gracia de Dios. Sabemos que desde nuestra
libertad, en ocasiones con esfuerzo y no sin cierta dificultad, de modo
especial en determinadas edades y situaciones, hemos llegado a reconocer y
acoger el don de la fe. Estamos asimismo convencidos, sobre todo, de haber
llegado a conocer a quien, a través de otros creyentes y desde lo más íntimo
de nuestro ser, nos estaba llamando a un encuentro personal con él: el mismo
Dios, nuestro Padre del cielo. «El corazón indica que el primer acto con el
que se llega a la fe es don de Dios y acción de la gracia que actúa y
transforma a la persona hasta en lo más íntimo»[3].
En qué consiste la transmisión de la fe
9. No se trata, pues, solo de un traspaso o exportación de ideas o valores,
normas o prácticas a los que los destinatarios serían ajenos. Se trata de
ayudar a la persona a prestar atención, a tomar conciencia y a consentir con
una Presencia con la que dicha persona ha sido ya agraciada. Es la presencia
de Dios que hace de la persona un sujeto creado a su imagen y dotado de una
fuerza divina de atracción que le inscribe en el horizonte sobrenatural de
su gracia. De ahí que «la fe sea decidirse a estar con el Señor para vivir
con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que
se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también
la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de
Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y
del anunciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el
que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo
franco y valeroso.
La misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario.
En efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia. En la fe de la comunidad
cristiana cada uno recibe el bautismo, signo eficaz de la entrada en el
pueblo de los creyentes para alcanzar la salvación»[4].
10. Por ello transmitir o comunicar la fe consiste, fundamentalmente, en
ofrecer a otros nuestra ayuda, nuestra experiencia como creyentes y como
miembros de la Iglesia, para que ellos, por sí mismos y desde su propia
libertad, accedan a la fe movidos por la gracia de Dios. Transmitir la fe
es, pues, preparar o ayudar a otros a creer, a encontrarse personalmente con
Dios revelado en Jesucristo. Toda verdadera transmisión de la fe ha de
respetar la táctica que Jesús usó con los discípulos de Emaús: diálogo,
relación y conocimiento, comunión e Iglesia, conversión y sacramentos[5].
11. Nuestro servicio a la fe de los demás no tiene como efecto directo e
inmediato una respuesta creyente de la persona. Más aún, en esta tarea de
comunicar la fe no nos encontramos solos, apoyados a nuestras propias
fuerzas y capacidades. Somos conscientes que, antes y por encima de todo,
actúa la gracia de Dios, que ofrece a todos el don de la fe. Pero a
sabiendas que ni el mismo Dios con su don priva a nadie de la libertad
personal de creer o no creer, ni nos exime a nosotros de la responsabilidad
de comunicar activamente la fe que hemos recibido. Al conjugar don y tarea
en la transmisión es donde percibimos las necesidades, dificultades y
posibilidades.
12. Sin pretender analizar con profundidad esta cuestión, podemos destacar
algunos factores que, junto a la complejidad y celeridad de los cambios de
todo orden que se vienen produciendo durante las últimas décadas en nuestra
sociedad, nos ayudan a comprender el origen, la amplitud y la persistencia
de la crisis en la comunicación de la fe.
Necesidades y dificultades
13. La mayoría de nosotros vivimos de prisa y, si bien nuestras relaciones
con otras personas se multiplican, estas quedan reducidas muchas veces a un
trato superficial, poco profundo, que se desvanece sin apenas dejar huella.
La vida cotidiana se dispersa en diferentes ámbitos de actividad,
desconectados entre sí, distintos y, a veces, en espacios distantes. Esto
puede originar una fragmentación de la persona en el desempeño de papeles o
roles diversos, faltos de integración y coherencia, que repercute en todos
los órdenes de la vida. Pensemos, por ejemplo, dentro de las relaciones
humanas, lo que esto puede suponer para el desarrollo afectivo en niños,
adolescentes y jóvenes. Ello puede conducir de manera progresiva, y a veces
inconsciente, a un individualismo ciego y caprichoso.
En este mismo sentido, el pluralismo ideológico, cultural y religioso, rasgo
de nuestra situación social, que exige una actitud de respeto y tolerancia,
lleva a confundir, muchas veces, la afirmación de libertades personales con
una postura individualista de desinterés práctico hacia los derechos y
necesidades de los otros. Esto desemboca tarde o temprano en un profundo
relativismo: puedo pensar y decir lo que quiera, de cualquier cosa, sin dar
cuenta ni justificación de lo que afirmo. Al mismo tiempo, bajo el influjo
de la globalización económica y socio-cultural, se van borrando las señas de
identidad peculiares de los distintos pueblos o grupos humanos, dejando
reducidas a simple recuerdo costumbrista antiguas tradiciones despojadas de
su sentido y valor original.
Los medios de comunicación, por su parte, han adquirido un grado de
desarrollo tal que constituyen una fuerza dominante en la selección y
sucesión de los cambiantes centros de atención e interés de la opinión
pública. Cuentan con una rápida difusión, tienen un enorme poder de
convocatoria, ejercen una gran influencia modeladora de criterios, actitudes
y comportamientos, y ofrecen, de modo indiscriminado, modelos de referencia
muy poco consistentes.
Posibilidades y nueva evangelización
14. Todos estos factores son signo y causa de un radical cambio de
mentalidad respecto al valor de lo recibido por herencia y tradición. Esto
ha repercutido de manera significativa en los lugares de la transmisión de
la fe: la familia, la escuela, el ambiente, e incluso, en grupos de
identidad eclesial. De ahí que el papa Benedicto XVI, como antes lo hiciera
el beato Juan Pablo II, conscientes de esta situación, hayan convocado a
toda la Iglesia a una «nueva evangelización». Se trata, en el fondo, del
esfuerzo de renovación que la Iglesia, en cada una de sus comunidades y cada
uno de los cristianos, está llamada a hacer para responder a los desafíos
que el contexto socio-cultural actual pone a la fe cristiana, al anuncio y
testimonio de la misma. Más allá de la resignación, el lamento, el repliegue
o el miedo, los papas alientan a la Iglesia a revitalizar su propio cuerpo,
poniendo en el centro a Jesucristo, el encuentro con él y la luz y la fuerza
del Evangelio. En la nueva evangelización se trata de renovación espiritual
en la vida de las iglesias particulares, de puesta en marcha de caminos de
discernimiento de los cambios que afectan a la vida cristiana, de relectura
de la memoria de la fe, de asunción de nuevas responsabilidades y energías
en orden a una proclamación gozosa y contagiosa del Evangelio de Jesucristo.
15. Nuestra propuesta se enmarca, pues, en este contexto de nueva
evangelización. Es verdad que percibimos las necesidades y que son muchas
las dificultades para que la comunicación de la fe, en la tradición viva de
la Iglesia, sea acogida por los niños, adolescentes y jóvenes. Somos
conscientes de ello, pero como san Pablo nos atrevemos a decir: «Apoyados en
nuestro Dios, tenemos valor para predicaros el Evangelio en medio de una
fuerte oposición… pero quién, sino vosotros, puede ser nuestra esperanza,
nuestra alegría y nuestra hermosa corona ante nuestro Señor… Sí, vosotros
sois nuestra gloria y alegría» (1 Tes 2, 2. 19-20).
Estamos persuadidos de que, a pesar de todo, y desde una sana antropología,
los niños, adolescentes y jóvenes poseen un gran depósito de bondad, de
verdad y de belleza que los antivalores reseñados no pueden ocultar ni
destruir. De hecho «se advierte una sed generalizada de certezas, de
valores» y de objetivos elevados que orienten la propia vida. En el fondo,
«se debaten entre las ganas de vivir, la necesidad de tener certezas, el
anhelo de amor y la sensación de desconcierto, la tentación del escepticismo
y la experiencia de la desilusión»[6]. Con todo, ellos llevan dentro de sí
la búsqueda de la verdad y el ansia por el sentido último de su vida, en
consecuencia, la búsqueda de Dios.
1. En la familia cristiana
16. La familia, reconocida tradicionalmente como importante transmisora de
valores básicos, últimamente experimenta también cambios profundos, no solo
en su estructura, sino en sus relaciones interpersonales. Los lazos y
relaciones familiares han mejorado en espontaneidad y libertad, pero han
perdido densidad, hondura y estabilidad. Para bien o para mal, cada uno de
los miembros de la familia tiene un mayor margen de autonomía e
independencia personal en sus opciones y decisiones desde temprana edad. Es
verdad que la familia sigue siendo un ámbito de referencia altamente
reconocido y valorado por sus miembros, pero no ejerce sobre ellos la
influencia determinante de otros tiempos, en especial si no se asume con
responsabilidad el cultivo de sus potencialidades frente a otras esferas de
influencia.
Sensibilidades y respuestas diversas
17. Reconocemos que muchos padres se interesan y comprometen en la educación
de sus hijos, pero experimentan gran dificultad en la comunicación de los
valores y criterios que ellos consideran referencias importantes para su
vida personal y social. Asimismo, padres y madres creyentes experimentan la
misma dificultad a la hora de transmitir la fe a sus hijos. En este sentido
detectamos diversas sensibilidades: la de aquellos padres que, por respetar
la libertad de sus hijos, creen que proponer la fe o invitar a ella a sus
hijos contradice dicha libertad; otros padres consideran que la práctica
religiosa y los hábitos morales son un camino fundamental para la
comunicación de la fe, e incluso se esfuerzan en inculcarlos a sus hijos,
pero pronto se ven perplejos y desbordados por el abandono de la práctica
religiosa y la contestación de los principios morales cristianos que
descubren en los más jóvenes; en otras familias se percibe el descuido de
todo lo religioso, una escasa valoración práctica por el cultivo de la vida
cristiana y, más en concreto, un debilitamiento de los vínculos de
pertenencia a la Iglesia. No podemos entrar aquí en tantos y diversos casos
de familias desestructuradas y situaciones complejas que tanto dificultan la
propuesta de la fe.
Sin embargo, acogemos con agradecimiento a Dios y tantos hombres y mujeres,
padres y madres de familia que, solos o en matrimonio, se esfuerzan por
vivir en coherencia con su fe en Jesucristo y su adhesión a la Iglesia,
haciendo de su vida un servicio generoso y humilde a la sociedad. Ellos, a
pesar de las dificultades, se preocupan por comprender la fe, la comparten
con otros creyentes y dan testimonio de ella. Hay padres y madres que para
educar a sus hijos en la fe buscan formarse adecuadamente; los hay también
que, para asumir un papel más activo, se ofrecen y capacitan como
catequistas en las comunidades parroquiales; y los hay, finalmente, que para
poder asumir desde la fe compromisos de servicio a los demás, ahondan en su
propia condición de creyentes y discípulos de Jesús, el Señor.
18. En medio de las sensibilidades reseñadas, es de constatar con alegría y
esperanza que son muchas las familias españolas que envían y acompañan a sus
hijos a la parroquia para la catequesis y la recepción de los sacramentos de
iniciación cristiana; y son mayoría las familias que cada año optan
libremente por la formación religiosa de sus hijos en la escuela. Los padres
confían y necesitan de la Iglesia para la educación de sus hijos. Por todo
ello, hemos de hacer el máximo esfuerzo en ayudar, servir y acompañar a la
familia, «objeto fundamental de la evangelización y de la catequesis de la
Iglesia»[7].
2. En la catequesis parroquial
19. La catequesis es un proceso de profundización en el conocimiento y
vivencia de la fe que se desarrolla a partir de una adhesión fundamental a
Jesucristo, a quien se ha llegado a descubrir, al menos de manera inicial,
como revelación de Dios y centro de unificación de nuestra propia vida. En
este sentido, y en función de los destinatarios, hay procesos catequéticos
de infancia, de adolescencia, de jóvenes y de adultos.
Catequesis y catequistas al servicio de la iniciación cristiana
20. Reconocemos y agradecemos el esfuerzo grande y la entrega generosa de
tantos catequistas, sacerdotes, laicos y religiosos. Constituyen uno de los
mejores frutos de nuestras comunidades y grupos apostólicos. Comprobamos con
satisfacción cómo la catequesis va mejorando en muchos casos en sus
distintas dimensiones: en la exposición del mensaje cristiano, en la
iniciación a la oración, en el estímulo a la escucha de la Palabra, en la
sencillez y hondura, a la vez, de las celebraciones, en las propuestas de
vida cristiana, en la invitación al seguimiento de Cristo, etc. En sus
diversos procesos de la catequesis se cuenta con catequistas capacitados,
catecismos renovados y materiales adecuados. En ellos participan niños,
adolescentes, jóvenes y adultos que crecen en la fe y llegan a una digna
madurez cristiana.
21. No obstante, quienes trabajan en la catequesis con los niños y los
jóvenes destacan la dificultad que encuentran para contribuir eficazmente
con estos procesos a la deseada iniciación cristiana. Muchas veces, en el
origen de esta dificultad está la relación entre dichos procesos y la
celebración de los sacramentos. La Iglesia celebra los sacramentos que
suponen, expresan y acrecientan la fe y, en consecuencia, un serio proceso
de formación y preparación, mientras que muchos de los convocados desean el
rito sacramental principalmente por su relieve social. Este desajuste entre
la propuesta de la Iglesia y el deseo de muchos candidatos constituye un
serio problema pastoral.
La situación actual reclama con urgencia el desarrollo de una nueva
evangelización en todos los ámbitos educativos y en todas las edades. En
esta nueva etapa el anuncio misionero y la catequesis, junto con la
educación religiosa escolar y la acción educativa de la familia constituyen
una clara prioridad.
De la indiferencia a la confianza
22. Es de subrayar también que muchos cristianos adultos, a veces con un
pasado de formación y práctica religiosa, pero inmaduros en su fe,
experimentan el desconcierto originado por los profundos cambios sociales y
culturales de nuestro tiempo. Algunos aprovechan la oportunidad de grupos de
inspiración catecumenal, de oración y formación cristiana, para profundizar
y renovarse en su vida de fe; otros, por el contrario, viven manteniendo
débilmente los rescoldos del pasado, sin acertar a revitalizar su vida
creyente, dejándose deslizar hacia actitudes de abandono e indiferencia
religiosa. Hay también entre nosotros un número creciente de hombres y
mujeres que se plantean con sinceridad cuestiones fundamentales en su vida
buscando respuestas a sus dudas de fe; pero muchas veces no llegan a
encontrar a quien dirigirse en busca de ayuda y apoyo, pues más allá de
respuestas prefabricadas a cuestiones que nadie se plantea necesitan de una
acogida reposada y dialogante, servicial y desinteresada por parte de
creyentes, laicos, religiosos o sacerdotes, que les orienten en su camino de
fe.
3. En la enseñanza escolar
23. Los centros educativos, en sus distintos niveles, contribuyen de manera
significativa al proceso de socialización de los niños y jóvenes. Son
depositarios de la confianza de los padres y de la sociedad en la tarea de
comunicar los valores más relevantes de la cultura, desarrollando de modo
progresivo las capacidades físicas, intelectuales y morales de los alumnos.
En este proceso educativo la enseñanza de la religión y la escuela católica
tienen la misión de integrar la dimensión religiosa de la persona y, más en
concreto en nuestra cultura, la tradición de la fe cristiana.
La enseñanza religiosa, un derecho y un deber
24. Constatamos, sin embargo, cómo en la sociedad actual la aportación de
los centros de enseñanza al desarrollo personal de sus alumnos se ve muy
limitada y condicionada por otras influencias, de manera especial en lo que
se refiere a la educación moral y religiosa. Además, en el marco del sistema
educativo actual no se desarrolla, salvo honrosas excepciones, una formación
en principios y valores éticos o morales fuera de la asignatura de religión.
La enseñanza religiosa escolar es una apuesta por la integración de la
cultura religiosa católica en el conjunto de las ciencias humanas, que no
debe confundirse con la catequesis. A pesar del esfuerzo de la Iglesia en
las últimas décadas por cuidar el derecho y deber de padres y alumnos
católicos a la enseñanza religiosa en la escuela, así como en preparar a un
profesorado capacitado y en elaborar los programas adecuados, las
dificultades legislativas y administrativas, la indiferencia e
infravaloración por parte de padres y alumnos, y hasta el menosprecio que la
enseñanza religiosa experimenta entre los conocimientos científicos y
sociales, hacen de ella un medio que, siendo importante, es insuficiente
para trasmitir la fe.
Humanismo y tecnología
25. Es de notar, también, cómo los profundos cambios afectan a la función
social, que desde siempre han venido desarrollando las instituciones de
enseñanza. Aunque felizmente hoy acceden a los diversos niveles educativos
amplios sectores de la sociedad, puede constatarse una pérdida de influencia
de la escuela frente al peso de otras instancias en la transmisión de la
cultura. La cultura predominante se ha tecnificado, modificando de raíz los
presupuestos doctrinales en la formación de los alumnos. De una concepción
humanista se ha pasado a un aprendizaje de las ciencias y la tecnología. La
educación no se concibe ya solo, ni principalmente, como educación para el
perfeccionamiento personal del individuo, sino, ante todo, como una
preparación para la vida profesional. La crisis en la transmisión de valores
y saberes, así como el empeño excesivo por unas metodologías donde prima el
activismo, han sido determinantes en la evolución de la educación. A ello
hay que unir el empeño por la deconstrucción de lo existente, que ha llegado
a desechar todo valor que pudiera ser considerado como tradicional o
antiguo. Así, el esfuerzo, la memoria, el sacrificio y, sobre todo, el
sentido de la vida han sido eliminados de la educación escolar. En este
contexto, la dimensión trascendente de la persona humana, elemento
fundamental de la educación integral, resulta anacrónico, cuando no es
excluido y combatido en el quehacer escolar. Como consecuencia, la enseñanza
religiosa pasa a un segundo o tercer plano en el aprendizaje.
26. Con todo, el profesor de religión católica tiene demasiados frentes y
retos a los que atender para que su enseñanza sea la que la Iglesia le ha
encomendado. Es de justicia reconocer su dedicación y entrega y, a la vez
que reiteramos nuestro apoyo y cercanía, ofrecemos este mensaje del papa
Benedicto XVI: «Quisiera reiterar a todos los exponentes de la cultura que
no han de temer abrirse a la Palabra de Dios; esta nunca destruye la
verdadera cultura, sino que representa un estímulo constante en la búsqueda
de expresiones humanas cada vez más apropiadas y significativas»[8].
II. Responsables de la coordinación en la transmisión de la fe
27. Transmitir o comunicar la fe es responsabilidad propia de todos los
creyentes de cualquier edad y condición. Podemos decir que se trata de una
tarea de corresponsabilidad entre los pastores de la Iglesia, padres de
familia, catequistas, profesores, animadores de grupos, etc. Todo el que
hace de la fe el eje y centro de su vida no puede menos de sentir el deseo
de compartir con los demás aquello que reconoce como un verdadero tesoro.
Sí, todos somos corresponsables en la transmisión de la fe, tanto a nivel
personal como comunitario, aunque no todos estemos llamados a desarrollar
las mismas tareas. Los laicos cristianos tienen un papel especial e
insustituible en la comunicación de la fe en la familia y en los ambientes;
los religiosos y profesores desarrollan su tarea con el testimonio y a
través de la cultura, más aún si son profesores de religión católica; los
sacerdotes y catequistas a través de los diversos procesos de iniciación
cristiana en las parroquias. Y aquí sí que necesitamos una coordinación y
corresponsabilidad.
En comunión al servicio de la misión
28. En este empeño educativo común es fundamental la comunión en la vida y
misión de la Iglesia particular para trabajar juntos, para «formar una red»,
para testimoniar nuestra unión con el Señor y entre nosotros, bajo la
autoridad del obispo, maestro de la fe y principal dispensador de los
misterios de Dios. Los obispos reciben del Señor la misión de enseñar y de
anunciar el Evangelio a todos los pueblos. A ellos les está confiado el
ministerio pastoral, es decir, el cuidado general y diario de los fieles de
su Iglesia particular. El obispo es maestro auténtico por estar dotado de la
autoridad de Cristo[9].
En la Iglesia particular el obispo es «el moderador de todo el ministerio de
la Palabra». Al obispo le están confiados el cuidado, la reglamentación y la
vigilancia de la catequesis, así como la responsabilidad última en la
diócesis para autorizar la enseñanza de las materias relacionadas con la
transmisión de la fe y sus contenidos; esta enseñanza abarca la clase de
religión y moral católica, tanto en la escuela católica como en la escuela
estatal y en otras de iniciativa social. En consecuencia, solo corresponde
al obispo la «missio canonica». El Directorio Apostolorum successores
contempla la acción pastoral de los colaboradores del obispo en el
ministerio de la Palabra y ofrece el ordenamiento general que el obispo ha
de hacer de dicho ministerio, incluyendo orientaciones precisas sobre su
responsabilidad en la catequesis, en la enseñanza religiosa y en la escuela
católica[10].
29. Así pues, conforme a la voluntad del Señor y bajo la guía de los
apóstoles y de sus sucesores, los obispos, los hijos de la Iglesia,
colaboran en la tarea de la evangelización según su propia vocación y
ministerio recibido. Los ministros ordenados, las personas de especial
consagración y los fieles cristianos laicos, que trabajan en el ámbito
concreto de la Iglesia particular, participan en la misma y única misión de
la Iglesia universal. La comunión viva de la Iglesia se hace visible en la
rica variedad de ámbitos en que los cristianos nacen a la fe, se educan en
ella y la viven, como son, de modo privilegiado, la familia, la parroquia y
la escuela. «Porque Cristo es quien vive en su Iglesia, quien por medio de
ella enseña, gobierna y confiere la santidad, Cristo es también quien de
varios modos se manifiesta en sus diversos miembros sociales»[11].
30. Para cumplir su misión, la Iglesia ofrece a todos sus fieles «el camino
firme y sólido para participar plenamente en el misterio de Cristo»;
asimismo, les ofrece firmeza y seguridad en la verdad «en virtud del mandato
expreso, que de los apóstoles heredó el orden de los obispos con la
cooperación de los presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro, Sumo
Pastor de la Iglesia»[12]. La Iglesia católica es maestra de verdad; su
misión no es otra que anunciar y enseñar auténticamente la Verdad, que es
Cristo, y al mismo tiempo declarar y confirmar con su autoridad los
principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana. «La
conservación integra de la revelación, Palabra de Dios contenida en la
Tradición y en la Escritura, así como su continua transmisión, está
garantizada en su autenticidad»[13]. Corresponde, pues, al Magisterio de la
Iglesia la función de interpretar auténticamente la Palabra de Dios y todo
el ministerio que de ella depende. El encuentro con Cristo, objetivo
primordial en la transmisión de la fe, se manifiesta en la escucha de la
Palabra y en la fracción del pan. Por ello, las dimensiones bíblica y
eucarística deben impregnar nuestra tarea.
En la parroquia
31. A la hora de poner en práctica estas orientaciones, tiene una
responsabilidad básica la parroquia, encomendada a uno o varios sacerdotes
bajo la autoridad del obispo, en cuyo ministerio han sido llamados a
participar. Los sacerdotes, junto con toda la comunidad parroquial, están
llamados a poner en práctica el proyecto educativo que la diócesis elabore,
con un equipo formado por responsables de catequesis, familia, movimientos,
escuela católica y enseñanza religiosa escolar, conforme a sus
circunstancias, medios y posibilidades.
En el arciprestazgo
32. En este sentido, una de las vías más eficaces para dicho proyecto podría
ser la programación y la acción conjunta en el arciprestazgo. En él, las
condiciones sociales, educativas y religiosas confluyen y hacen posible una
propuesta adecuada de evangelización a través de la parroquia, la familia,
los grupos y la escuela, como expresión de la fraternidad presbiteral y como
espacio para vivir la comunión y la corresponsabilidad en la misión entre
los presbíteros, religiosos y laicos comprometidos. La comunión entre todos
los agentes favorece la solidaridad ante los problemas y la búsqueda de
soluciones. «Los pastores de la Iglesia, a ejemplo de su Señor, deben estar
al servicio los unos de los otros y al servicio de los demás fieles. Estos,
por su parte, han de colaborar con entusiasmo con los maestros y los
pastores»[14].
En corresponsabilidad
33. Sin rebajar ninguna de las responsabilidades pastorales sobre esta
tarea, es conveniente y necesario indicar lo propio de cada cual. Cada uno
de los agentes de la transmisión de la fe han de ser testigos de la Iglesia,
en total comunión de fe, de actitudes y de esperanzas, bajo la acción del
Espíritu Santo, que actúa mediante la gracia y concede a todos el aceptar y
creer la verdad. Todos ellos se necesitan mutuamente, tanto más cuanto
mayores son las dificultades e influencias que han de superar en el noble
ejercicio de la educación. En este sentido, la formación de los agentes de
pastoral educativa es vital para que dicha coordinación pueda ser eficaz.
La escuela católica
34. A este respecto, la escuela católica, por su misión, sus medios y sus
agentes debe ser responsable, estar disponible e, incluso, tener
protagonismo en las orientaciones que aquí presentamos. Ella cumple su
misión basándose en un proyecto educativo, que pone el Evangelio como centro
y referente en la formación de la persona y para toda la propuesta cultural.
«El contexto socio-cultural actual corre el peligro de ocultar el valor
educativo de la escuela católica, en el cual radica fundamentalmente su
razón de ser y en virtud del cual ella constituye un auténtico
apostolado»[15].
La escuela católica debe ser un referente educativo no solo en su acción
formativa, sino en el testimonio de las personas consagradas y profesores
cristianos laicos. Este testimonio solo será eficiente si se realiza dentro
de la espiritualidad de comunión eclesial. La autoridad del obispo en la
escuela católica no afecta tan solo a la catequesis y a la vigilancia sobre
la clase de religión, sino a la salvaguarda de su identidad y organización,
incluso cuando la escuela católica es promovida por institutos religiosos.
«Compete al obispo el derecho de vigilar y visitar las escuelas católicas
establecidas en su territorio, aun las fundadas y dirigidas por miembros de
institutos religiosos; asimismo le compete dar normas sobre la organización
general de las escuelas católicas; tales normas también son válidas para las
escuelas dirigidas por miembros de esos institutos, sin perjuicio de su
autonomía en lo que se refiere al régimen interno de esas escuelas»[16].
Una espiritualidad de comunión
35. Hemos de tener presente que en la sociedad actual es fundamental para la
transmisión de la fe la presencia activa y testimonial de comunidades
cristianas renovadas, espiritualmente vigorosas, unidas y conscientes del
tesoro que poseen y de la misión que les incumbe. Nos referimos, sí, a las
parroquias, pero también a las comunidades religiosas, especialmente las
dedicadas a la educación de niños y jóvenes, sin olvidar a los sacerdotes, a
los catequistas, a los padres, a los profesores cristianos y a los
profesores de religión y moral católica, a las asociaciones de padres, etc.
La transmisión de la fe nos pide a todos que «antes de programar iniciativas
concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión,
proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma
el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las
personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las
familias y las comunidades. La espiritualidad de comunión significa, ante
todo, una mirada del corazón hacia el misterio de la Trinidad que habita en
nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los
hermanos que están a nuestro lado»[17]. La autonomía del educando en su
proceso formativo, el desvalimiento de los jóvenes sin los necesarios
referentes educativos y la ausencia de valores morales y cristianos, nos
instan a la promoción y compromiso de las comunidades cristianas en pro de
la formación religiosa.
36. Nuestra propuesta de coordinación educativa se enmarca en el documento
de la Conferencia Episcopal sobre la iniciación cristiana[18]. No se
pretende ahora proponer un nuevo camino paralelo a dicho documento, sino de
servir y complementar a la acción catequética propuesta allí. La iniciación
cristiana es elemento fundamental y prioritario de toda acción
evangelizadora de la Iglesia, pero no debe ser confundida con la totalidad
del proyecto evangelizador. Las acciones coordinadas de la catequesis, la
familia, la escuela católica y la enseñanza religiosa escolar, cooperan,
sirven y completan el proceso de iniciación cristiana para niños,
adolescentes y jóvenes.
37. Dicha propuesta pretende aportar elementos para la elaboración de un
«proyecto educativo que brote de una visión coherente y completa del hombre,
como puede surgir únicamente de la imagen y realización perfecta que tenemos
en Jesucristo»[19]. Este proyecto hace referencia a la educación plena e
integral que tiene su raíz en el mismo hombre, llamado a vivir en la verdad
y en el amor. En dicho proyecto, la educación debe potenciar, motivar y
facilitar lo mejor de cada alumno, sus potencialidades, su identidad, sus
raíces y el sentido último de su vida. «La educación en la fe debe
consistir, antes que nada, en cultivar lo bueno que hay en el hombre». El
ser humano recorre en su vida un camino de búsqueda y comprensión de sí
mismo: «El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo (…)
debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad (…)
acercarse a Cristo»[20].
38. La acción formativa de la Iglesia debe estar presente en toda edad y en
todos los ámbitos educativos, si bien aquí no abordamos específicamente lo
que concierne a la transmisión de la fe a los adultos. Es necesario
conseguir una sinergia mayor «entre las familias, la escuela y las
parroquias para una evangelización profunda y para una animosa promoción
humana, capaces de comunicar a cuantos más posibles la riqueza que brota del
encuentro con Cristo»[21].
III. El servicio de la familia, la parroquia y la escuela en la
transmisión de la fe
39. La transmisión de la fe forma parte del proceso global de la
evangelización pero sin confundirse con él. Puede estar presente en
cualquier momento de este proceso, pero se distingue de otras actividades
específicas como la catequesis, la liturgia o la oración. Dicha transmisión
tiene en cuenta los agentes, los destinatarios, los fines propios, los
contenidos fundamentales, los modos y medios posibles, así como los ámbitos
competentes en la educación cristiana. En una primera aproximación,
pretendemos ofrecer los rasgos básicos que identifican y distinguen el
despertar religioso en la familia, la acción catequética en la parroquia y
la enseñanza religiosa en la escuela; en consecuencia, aquellos elementos
que contribuyen y facilitan un trabajo común de coordinación.
1. El despertar religioso en la familia
40. La fe necesita un clima y, para la gran mayoría, la familia es el ámbito
en el que las complejas relaciones, que establecemos en la vida cotidiana,
afectan a lo más profundo de nuestra persona, porque tocan directamente lo
más íntimo de nosotros mismos. Los valores más profundos y los bienes más
valiosos los compartimos en el marco de la vida familiar. Es ahí donde
estamos llamados a compartir el tesoro de la fe. Muchos podemos afirmar que
en nuestra familia aprendimos a rezar y a fiarnos de Dios. Hoy es necesario,
antes que nada, cuidar en las familias el despertar religioso de los hijos y
acompañar adecuadamente los pasos sucesivos del crecimiento de la fe.
La familia, primera escuela e iglesia doméstica
41. En efecto, la familia es la primera escuela y la «iglesia doméstica».
Los padres son los principales y primeros educadores. Ellos son el espejo en
el que se miran los niños y adolescentes. Ellos son los testigos de la
verdad, el bien y el amor; de ahí su gran responsabilidad en el crecimiento
armónico de sus hijos. La iniciación en la fe cristiana es recibida por los
hijos como la transmisión de un tesoro que sus padres les entregan, y de un
misterio que progresivamente van reconociendo como suyo y muy valioso. Los
padres son maestros porque son testimonio vivo de un amor que busca siempre
lo mejor para sus hijos, fiel reflejo del amor que Dios siente por ellos. La
familia cristiana se constituye así en ámbito privilegiado donde el niño se
abre al misterio de la transcendencia, se inicia en el conocimiento de Dios,
comienza a acoger su Palabra y a reconocer las formas de vida de los que
creen en Jesús y forman la Iglesia.
42. Los acontecimientos más importantes de la vida familiar, especialmente
las fiestas cristianas, cobran un valor transcendente para el sentido
religioso de la vida. De ahí que a las familias les esté encomendada esta
gran misión en el despertar religioso de los hijos: «Uno de los campos en
los que la familia es insustituible es ciertamente el de la educación
religiosa, gracias a la cual la familia crece como “Iglesia doméstica”»[22].
La experiencia de amor gratuito de los padres, que ofrecen de manera
incondicional a sus hijos la propia vida, prepara ya para que el don de la
fe, recibido en el bautismo, se desarrolle de manera adecuada. Se «dispone
así a la persona para que pueda conocer y acoger el amor de Dios Padre
manifestado en Jesucristo, y a construir la vida familiar en torno al Señor,
presente en el hogar por la fuerza del sacramento»[23].
43. La propia vivencia de fe en la familia, como testimonio cristiano, será
el medio educativo más eficaz para suscitar y acompañar en el crecimiento de
esa fe a los hijos, pues en la familia cristiana se dan las condiciones
adecuadas para que se pueda vivir la fe en el día a día. Es la misma fe
celebrada en los sacramentos, que son acontecimientos significativos en la
historia de la familia, de modo especial la Eucaristía dominical, y en la
oración, expresión de fe y ayuda a la integración de fe y vida[24].
Contenidos básicos de la fe
44. Como tal «Iglesia doméstica», la función educadora de la familia no se
queda en el solo testimonio, de por sí imprescindible, sino también en la
presentación de los contenidos de la fe y la debida adecuación a la edad de
sus hijos: «La misión de la educación exige que los padres cristianos
propongan a los hijos todos los contenidos que son necesarios para la
maduración gradual de su personalidad desde un punto de vista cristiano y
eclesial»[25]. Son básicos: la educación en el respeto y amor a Dios, los
fundamentos de la fe cristiana, los principios morales que surgen del
Evangelio y que aportan un verdadero discernimiento entre el bien y el mal,
y un espíritu de fe que impregna toda la vida familiar cristiana.
Valores y virtudes
45. La familia debe ser también el marco propicio donde se descubran, asuman
y practiquen las virtudes cristianas, más aún en medio de un ambiente social
desfavorable. «La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el
bien. Permite a la persona no solo realizar actos buenos, sino dar lo mejor
de sí misma»[26]. Y esto se adquiere por repetición de actos y por la gracia
de Dios; su práctica va construyendo una personalidad armónica de tal manera
que el ejercicio de una virtud llama y promueve otras virtudes, como son las
teologales, que informan y motivan a las morales. «Disponen todas las
potencias del ser humano para armonizarse con el amor divino»[27]. Las
distintas dimensiones que conforman la virtud, como son el conocimiento, la
afectividad y la práctica, deben ser tratadas y coordinadas desde los
ámbitos escolares, parroquiales y familiares, coordinados adecuadamente.
46. La educación en valores, por otra parte, debe tener en cuenta que el
valor en sí se constituye en referente de la persona a la hora de buscar
criterios para actuar. El concepto de «valor» es particularmente susceptible
de una interpretación relativista de la vida moral, y la percepción de los
valores depende cada vez más de su vigencia en la sociedad y la cultura. Por
ello, es necesario juzgar a la luz de la fe «aquellos valores que gozan hoy
de la máxima consideración y ponerlos en conexión con su fuente divina. Pues
estos valores, en cuanto proceden de la inteligencia con que Dios ha dotado
al hombre, son excelentes; pero, a causa de la corrupción del ser humano,
muchas veces se desvían de su recto orden de modo que necesitan
purificación»[28]. En este sentido, es indispensable presentar los valores
en sus raíces más profundas, con las razones que fundamentan su ser y con la
continua verificación de su influencia en los comportamientos de los hijos.
Conviene tener en cuenta que los valores se conforman y desarrollan desde
las distintas dimensiones (neuronal, cognitiva, afectiva y comportamental).
La coordinación exige una distribución de las responsabilidades de cada
ámbito educativo, teniendo en cuenta sus peculiaridades.
La vocación al amor
47. El amor es «la vocación fundamental e innata de todo ser humano»[29]. La
educación, por lo tanto, está orientada a formar a la persona para que sea
capaz de vivir la expresión plena de la libertad: entregar la propia vida
con el don sincero de sí misma[30]. El lugar propio donde la persona recibe
y comprueba la autenticidad del amor es la familia, cuya misión consiste en
«custodiar, revelar y comunicar el amor»[31]. En el clima de confianza
propio del hogar, los hijos reciben la experiencia fundamental de ser amados
y son instruidos de modo natural para aprender el significado del don del sí
mismos. «La familia es la primera y fundamental escuela de socialización
como comunidad de amor. Ello se lleva a cabo mediante la educación con
confianza y valentía en los valores esenciales de la vida humana»[32].
48. La familia creyente aporta, por un lado, una especial y auténtica
comunicación de valores y virtudes humanas, como son la educación en la
corresponsabilidad, el servicio a los demás, comenzando por la misma
familia, o el respeto a las diferencias, empezando por los propios hermanos;
y, por otro lado, aporta una comunicación de valores y virtudes cristianas,
como son el perdón, la comprensión, el amor a la verdad, la alegría del
compartir, la solidaridad y la caridad ante el dolor, la pobreza y la
soledad. Dicha transmisión de valores y virtudes humanas y cristianas en la
familia tiene un doble fundamento: el amor de Dios y el amor de los padres.
«El amor de los padres se transforma de fuente en alma, y por consiguiente,
en norma, que inspira y guía toda la acción educativa concreta,
enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia, bondad, servicio,
desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto más precioso del
amor»[33].
Padres y pedagogos
49. Por todo ello, son los padres los verdaderos pedagogos; ellos son
quienes conducen al hijo de la mano hacia el bien; quienes pueden iniciar en
la experiencia cristiana y hacer significativo el mensaje de Jesús. «En
virtud del ministerio de la educación, los padres, mediante el testimonio de
su vida, son los primeros mensajeros del Evangelio ante los hijos. Es más,
rezando con ellos, dedicándose con ellos a la lectura de la Palabra de Dios
e introduciéndolos en la intimidad del Cuerpo eucarístico y eclesial de
Cristo, mediante la iniciación cristiana, llegan a ser plenamente
padres»[34]. Su aportación como iniciadores de la experiencia de fe y del
encuentro con Cristo constituye las claves del primer anuncio. Los niños
deben saber sobre Jesucristo lo más esencial, de modo entrañable y asequible
a su edad; lo que aprenden, quieren verlo realizado en su familia y gustan
de practicarlo y testimoniarlo.
Educar para el amor
50. Después, a medida que crecen, sobre todo en los años primeros de la
adolescencia, surge, por imperativo de la propia naturaleza, el deseo de
autonomía personal que los adolescentes comparten con otros compañeros. Es
entonces cuando se dan los primeros síntomas de alejamiento de la familia.
Es en este momento cuando la ayuda de los padres es vital y decisiva; la
cercanía del sacerdote, el catequista o el profesor es indispensable al
presentar el rostro amable de la Iglesia y el amor de Cristo. Los esposos
tienen ahí su vocación propia de ser, el uno para el otro y ambos para sus
hijos, testigos de la fe y del amor de Cristo.
A este respecto, consideramos que uno de los elementos negativos contra el
amor en familia es la banalización de este y su interpretación reductiva. La
educación para el amor, como don de sí mismo, constituye también la premisa
indispensable para los padres, llamados a ofrecer a los hijos una educación
afectiva clara y delicada. Dentro de la educación en las virtudes, adquiere
una importancia especial la educación en el amor, que integra y dirige
adecuadamente los afectos para que la sexualidad signifique y se exprese en
autenticidad[35]. «En este contexto es del todo irrenunciable la educación
para la castidad como virtud, que desarrolla la auténtica madurez de la
persona y la hace capaz de respetar y promover el “significado esponsal” del
cuerpo. Más aún, los padres cristianos reserven una atención y cuidado
especial, discerniendo los signos de la llamada de Dios a la educación para
la virginidad, como forma suprema del don de uno mismo, que constituye el
sentido de la sexualidad humana. Por los vínculos estrechos que hay entre la
dimensión sexual de la persona y sus valores éticos, esta educación debe
llevar a los hijos a conocer y estimar las normas morales, como garantía
necesaria y preciosa para un crecimiento personal y responsable en la
sexualidad humana»[36].
Educar es un servicio
51. Ciertamente, la acción educativa de la familia es «un verdadero
ministerio, por medio del cual se transmite e irradia el Evangelio, hasta el
punto de que la misma vida de familia se hace itinerario de fe y, en cierto
modo, iniciación cristiana y escuela de los seguidores de Cristo»[37]. En
resumen, «la catequesis familiar es, en cierto modo, insustituible, sobre
todo:
— por el ambiente positivo y acogedor,
— por el atrayente ejemplo de los adultos,
— por la primera y explícita sensibilización de la fe y
— por la práctica de la misma»[38].
52. Con los últimos pontífices señalamos que «la familia debe ser un espacio
donde el Evangelio es trasmitido y desde donde este se irradia»[39]. En
dicha transmisión, la Palabra de Dios ha de ocupar un lugar privilegiado,
dando a conocer a los niños aquellos personajes más importantes, las
palabras y hechos de Jesús más cercanos a cada edad. Hemos de dar a la
familia la debida confianza en su quehacer educativo, pues «la tarea
educativa de la familia cristiana tiene, por esto, un puesto muy importante
en la pastoral orgánica»[40]. La mutua colaboración entre familia, parroquia
y escuela hará posible una eficaz formación integral de los hijos.
Es imprescindible y urgente facilitar a las familias materiales adecuados
para la formación y educación de la fe en todas las edades. Asimismo, es
necesario preparar catequistas y profesores que sirvan a este objetivo y
faciliten con su saber, entrega y testimonio, el servicio a la fe en la
familia.
2. La acción catequética en la parroquia
53. El trasfondo del panorama espiritual en España tiene su origen en una
cultura pública que se aleja decididamente de la fe cristiana y camina hacia
un «humanismo inmanentista». Tal humanismo envuelve e impregna casi todos
los aspectos importantes de la vida de nuestros conciudadanos y es una causa
fundamental de la misma emergencia o urgencia educativa, especialmente en lo
que se refiere a la comunicación de la fe. No nos resulta sorprendente que
la pregunta crucial de los pastores y sus colaboradores sea: ¿cómo hacer un
creyente, hoy?
¿Cómo se hace un cristiano, hoy?
54. Hemos de reconocer que para la Iglesia, en el contexto europeo, la
respuesta no es en absoluto diáfana ni evidente. Desde los años anteriores
al concilio Vaticano II, la acción pastoral de la Iglesia está encontrando
dificultades cre-cientes para engendrar en la fe a las nuevas generacio-nes.
El ambiente familiar resulta tibio o, al menos, insuficiente. La enseñanza
religiosa apenas logra que la fe de sus alumnos resista ante las diversas
concepciones de la vida vigen-tes en la sociedad. La catequesis infantil y
juvenil es en muchas ocasiones algo semejante a una débil corriente de aire
fresco en medio de la canícula. La iniciación a la fe que reciben hoy muchos
bautizados desde la cuna resulta un proceso discontinuo, incompleto y muy
débil para asegurarles consistencia y coherencia cristiana.
Modelo: el catecumenado
55. La Iglesia tuvo durante siglos de paganismo ambiental un proceso de
iniciaci��n sólido, bien trabado y completo, que asumía a los candidatos a
las puertas de la fe, los acompañaba a lo largo de varias etapas y los
conducía a una fe adulta. Tal iniciación ofrecía eficazmente a las nuevas
generaciones de cristianos una adhesión firme a Jesucristo, una vinculación
estable a la Iglesia, una ver-tebración de los contenidos doctrinales del
mensaje cristiano, un programa de conducta moral, una dirección para el
compromi-so cristiano y una experiencia de oración individual y litúrgica.
La atmósfera que rodea hoy a nuestras generacio-nes infantiles y juveniles
es muy propicia para engendrar una tupida indi-ferencia religiosa. Solo una
iniciación cristiana de muchos qui-lates puede asegurar, bajo la continua
acción de la gracia, la emergencia de cristianos del siglo XXI.
56. Dicha iniciación «se realiza mediante el conjunto de tres sacramentos:
el Bautismo, que es comienzo de la vida nueva; la Confirmación, que es su
afianzamiento; y la Eucaristía, que alimenta al discípulo con el Cuerpo y la
Sangre de Cristo para transformarlo en Él»[41]. Esta inserción en el
misterio de Cristo va unida a un itinerario catequético que ayuda a crecer y
madurar la vida de la fe. Pues «la catequesis es elemento fundamental de la
iniciación cristiana y está estrechamente vinculada a los sacramentos de la
iniciación»[42]. Mediante la catequesis que precede, acompaña o sigue a la
celebración de los sacramentos, el catequizando descubre a Dios y se entrega
a Él; alcanza el conocimiento del misterio de la salvación, afianza su
compromiso personal de respuesta a Dios y de cambio progresivo de mentalidad
y de costumbres; fundamenta su fe acompañado por la comunidad eclesial.
57. En la situación actual, todo el proceso de iniciación cristiana exige
una atenta reflexión sobre su significado y su forma de realización. A este
respecto, valoramos la renovación catequética en nuestra Iglesia que, a
pesar de lagunas y deficiencias que hay que subsanar, va dando frutos
positivos. Estos frutos se notan de modo significativo en la catequesis
parroquial, a la que nos referimos aquí como servicio a la transmisión de la
fe. Más aún, en el proyecto que nos ocupa, dicha catequesis tiene un papel
fundamental, además de la dimensión educativa que conllevan la liturgia y
las otras acciones eclesiales.
Catequesis de iniciación
58. En el proceso de conversión y adhesión a Jesucristo es necesario situar
la catequesis dentro de la acción evangelizadora de la Iglesia: «El primer
anuncio tiene el carácter de llamar a la fe; la catequesis el de fundamentar
la conversión, estructurando básicamente la vida cristiana; y la educación
permanente, en la que destaca la homilía, el carácter de ser alimento
constante que todo organismo adulto necesita para vivir»[43]. Por ello, sin
la catequesis de iniciación, «la acción misionera no tendría continuidad y
sería infecunda. Sin ella, la acción pastoral no tendría raíces y sería
superficial y confusa»[44]. En efecto, la catequesis se propone fundamentar
y ahondar la adhesión personal a Cristo y la maduración de la vida
cristiana. La catequesis no es una cuestión de método, sino de contenido,
como indica su propio nombre: se trata de una comprensión orgánica
(cat-echein) del conjunto de la revelación cristiana. Así, la catequesis
hace resonar en el corazón de todo ser humano una sola llamada, siempre
renovada: «Sígueme». Atendiendo a su etimología, podemos decir que la
catequesis consiste en ayudar a que el mensaje resuene en el corazón del
oyente para convertirlo en creyente y transformarlo en discípulo y testigo.
El primer anuncio
59. La catequesis parroquial recoge el despertar religioso que ha surgido en
el seno de la familia, aunque no debe suponerse siempre, pues en muchos
casos dicho despertar se circunscribe al mero conocimiento de elementos
religiosos del entorno. Por ello, concierne a la parroquia promover ese
primer anuncio de llamada a la fe. En todo caso, lo que la catequesis aporta
es «una fundamentación a esa primera adhesión a Jesucristo»[45]. Esta
relación entre iniciación cristiana familiar y catequesis parroquial es
básica. El niño adquiere en la familia la vivencia del amor de Dios y al
prójimo; después la parroquia lo recibe en la comunidad que, retomando esa
vivencia inicial y acogiéndola con esmero, tratará de arraigarla y
fundamentarla, procurando su maduración en la catequesis, «en la comunión
eucarística, donde está incluido a la vez el ser amados y amar a los
otros»[46], y en la comunión con los hermanos, a fin de «hacer del
catecúmeno un miembro activo de la vida y misión de la Iglesia. La fe
cristiana es una fe eclesial»[47].
La primera síntesis de fe
60. La catequesis de la iniciación cristiana se presenta como catequesis
integral, en la cual su dimensión cognoscitiva se enriquece «con una
iniciación en la vida evangélica, con una iniciación en la oración, en la
liturgia y en la responsabilidad pastoral y misionera de la Iglesia»[48]. La
catequesis es así un «elemento fundamental de la iniciación cristiana y está
estrechamente vinculada a los sacramentos de la iniciación, especialmente al
Bautismo, sacramento de la fe. «La finalidad de la acción catequética
consiste precisamente en esto: propiciar una viva, explícita y operante
profesión de fe»[49], «poniendo a uno no sólo en contacto, sino en comunión,
en intimidad con Jesucristo»[50]. «En síntesis, la catequesis de iniciación,
por ser orgánica y sistemática, no se reduce a lo meramente circunstancial u
ocasional; por ser formación para la vida cristiana, desborda, incluyéndola,
a la mera enseñanza; por ser esencial, se centra en lo común para el
cristiano, sin entrar en cuestiones disputadas ni convertirse en
investigación teológica. En fin, por ser iniciación, incorpora a la
comunidad que vive, celebra y testimonia la fe. Ejerce, por tanto, al mismo
tiempo, tareas de iniciación, de educación y de instrucción»[51]. La
comunión entre instituciones y agentes de la educación cristiana al servicio
de la transmisión de la fe, pasa necesariamente por la comunidad de fe,
fuente de los auxilios necesarios para ser sal de la tierra y luz del mundo.
Objetivos
61. Así pues, resumiendo, podemos decir que la catequesis parroquial se
propone ofrecer y lograr los siguientes objetivos:
Una iniciación orgánica en el conocimiento del misterio de Cristo y del
designio salvador de Dios.
Una iniciación en la vida evangélica, una vida nueva según las
bienaventuranzas.
Una enseñanza de los principios de la moral y una adecuada pedagogía de las
virtudes y de los valores.
Una iniciación en la experiencia religiosa, en la oración, la vida litúrgica
y sacramental.
Una iniciación en el compromiso apostólico y misionero.
Una integración progresiva en la comunidad cristiana.
62. Estos objetivos de la catequesis solo se realizarán de manera adecuada
si se capacita bien a los catequistas en el conocimiento, desarrollo y
aplicación de cada uno de ellos; formarlos mucho y bien para que puedan
afrontar los desafíos que la cultura moderna presenta a la fe cristiana. Su
función en la transmisión de la fe constituye un verdadero ministerio
eclesial, pues «el ministerio catequético tiene en el conjunto de los
ministerios y servicios eclesiales, un carácter propio que deriva de la
especificidad de la acción catequética dentro del proceso de la
evangelización»[52]. Es un servicio eclesial fundamental en la realización
del mandato misionero de Jesús.
Agentes pastorales parroquiales
63. El proyecto de coordinación será eficaz si es asumido por cada uno de
los ámbitos competentes en la transmisión de la fe, teniendo en cuenta que
es la parroquia la que debe asumir el protagonismo de dicha coordinación.
«En ella se vive la comunión de fe, de culto y de misión con toda la Iglesia
(…). En ella están presentes todas las mediaciones esenciales de la Iglesia
de Cristo: la Palabra de Dios, la Eucaristía y los sacramentos, la oración,
la comunión en la caridad, el ministerio ordenado y la misión. (…) Las
parroquias deben crecer espiritual y pastoralmente para ser, como les
corresponde, puntos de referencia privilegiados para los que se acercan a la
Iglesia de Cristo y quieren vivir como cristianos»[53]. La liturgia viva,
cuidada y propuesta en todas las edades y acciones educativas, constituye
una participación en la admirable escuela de la Palabra y de la Eucaristía,
en los signos y en la presencia viva de Jesucristo en su Iglesia. Poner en
práctica esta acción educativa exige una preparación cualificada de
sacerdotes, catequistas y profesores. Su urgencia demanda que esta
preparación ocupe un lugar privilegiado en la formación permanente de todos
los agentes de educación religiosa.
64. El eslabón que une la catequesis con el bautismo es la profesión de fe:
la adhesión madura a la persona de Jesucristo, «obsequium fidei». Dicha
adhesión se lleva a cabo de manera progresiva a través del catecumenado
postbautismal, en estrecha vinculación a los sacramentos de la
iniciación[54]. Es necesario anunciar y facilitar a los niños, adolescentes
y jóvenes, mediante itinerarios catequéticos adecuados, el encuentro con el
Señor. Un encuentro que conlleva «promover la intimidad personal con
Jesucristo y el testimonio comunitario de su verdad, que es amor, y que es
indispensable en las instituciones formativas católicas (…) Mientras hemos
buscado diligentemente atraer la inteligencia de nuestros jóvenes, quizá
hemos descuidado su voluntad»[55].
65. Los adolescentes y jóvenes, cuando se sienten respetados y tomados en
serio en su libertad, se interesan por los grandes retos, sobre todo cuando
los ven plasmados en referentes de confianza en la misma fe. Cuando esas
propuestas son exigentes, razonables y responden a sus anhelos más
profundos, se muestran dispuestos a dejarse interpelar y orientar su vida.
Hay muchos jóvenes que buscan hoy a alguien que les ayude a encontrar el
sentido de la vida, la integridad de la fe y la autenticidad de aquellos que
presentan el mensaje de Jesucristo.
3. La enseñanza religiosa en la escuela
66. Podemos afirmar que la enseñanza religiosa escolar está al servicio de
la evangelización, es decir, es una mediación eclesial al servicio del reino
de Dios. Lo peculiar de la enseñanza religiosa escolar consiste en una
presentación del mensaje y acontecimiento cristianos en sus elementos
fundamentales, en forma de síntesis orgánica y explicitada de modo que entre
en diálogo con la cultura y las ciencias humanas, a fin de procurar al
alumno una visión cristiana del hombre, de la historia y del mundo, y
abrirle desde ella a los problemas del sentido último de la vida.
El saber sobre la fe
67. A este respecto, hemos de cuidar que dicha mediación eclesial al
servicio del reino de Dios se adapte adecuadamente al marco escolar que
tiene sus características propias. La religión no es solo una realidad
interior, aunque para el creyente esto sea lo decisivo; la religión ha sido
a lo largo de la historia, como lo es en el momento actual, un elemento
integrante del entramado colectivo humano y un ineludible hecho cultural. El
patrimonio cultural de los pueblos está vertebrado por las cosmovisiones
religiosas, que se manifiestan en el sistema de valores, en la creación
artística, en las formas de organización social, en las manifestaciones y
tradiciones populares, en las fiestas y el calendario. Por ello, los
contenidos fundamentales de la religión dan claves de interpretación de las
civilizaciones. Y si la religión es un hecho cultural importante que subyace
en el seno de nuestra sociedad, es evidente que su incorporación a la
escuela enriquece y es parte importante del bagaje cultural del alumno.
Frente a algunas voces discordantes sobre la presencia de la religión en la
escuela, señalamos algunos motivos que autorizan su presencia. A saber:
Comprender la civilización
68. La enseñanza de la religión es necesaria para comprender la civilización
europea en la que estamos sumergidos. Es tarea propia de la escuela ofrecer
a los alumnos elementos para situarse ante la cultura que los envuelve y
para discernirla adecuadamente, asimilando lo positivo y declinando lo
negativo. Sin un conocimiento adecuado de la religión es misión imposible
comprender nuestra civilización. Para conocer la filosofía, la literatura,
el arte, las costumbres populares, las fiestas y los valores morales de la
civilización que hemos heredado no hace falta creer en la religión católica,
pero sí es preciso comprender la religión.
Unidad interior del alumno
69. La enseñanza de la religión en la escuela, bien realizada, favorece la
unidad interior del alumno creyente. En la escuela, el alumno que ha
heredado la fe en la familia y en la parroquia, va adquiriendo saberes
nacidos de las ciencias naturales y de las ciencias humanas. Una persona va
madurando cuando todos estos saberes establecen un diálogo dentro de sí y
comienzan a gestar en su interior una síntesis. El alumno percibirá que la
fe que ha recibido es compatible con las ciencias que va aprendiendo.
Motivos, valores y caminos
70. La enseñanza de la religión en la escuela enriquece al alumno que la
recibe en tres aspectos importantes para la persona humana: le brinda
motivos para vivir (por qué y para qué), le ofrece valores morales a los que
adherirse y le indica caminos para orientar su comportamiento. En efecto, la
enseñanza religiosa ofrece un para qué vivir, o sea, motivos; ofrece unos
valores morales que se derivan de la fe, por ejemplo: si somos hijos de
Dios, los demás no son seres extraños, molestos, competidores, sospechosos,
arbitrarios, sino hermanos y amigos; y ofrece normas de comportamiento en la
familia, en la sociedad, en el trabajo, etc. Es verdad que esto se debe
hacer en la familia y en la parroquia, pero también en la escuela, puesto
que esta no solo está para instruir, es decir, ofrecer conocimientos y
habilidades, sino para educar. Y educar es transmitir motivos, valores y
pautas de comportamiento. Esta transmisión, siempre respetuosa y
propositiva, no es algo extraño a la escuela, sino algo muy en consecuencia
con su naturaleza. Al menos cuando se trata de alumnos que por sí o por sus
padres quieren recibirlos en la escuela.
71. Además de lo dicho, la escuela es el ámbito donde el alumno va
conformando su personalidad en relación a sus compañeros, mirando al
profesor como referente y asimilando críticamente el saber que se le
transmite. Es un tiempo crucial para el desarrollo personal, por más que
vaya bajando el influjo de la escuela frente a la influencia de los medios
de comunicación, el ambiente y los compañeros; de aquí la importancia de la
transmisión de la fe en el ámbito escolar. «El ingreso en la escuela
significa para el niño entrar a formar parte de una sociedad más amplia que
la familia, con la posibilidad de desarrollar mucho más sus capacidades
intelectuales, afectivas y de comportamiento»[56]. En este proceso
educativo, y a pesar de dificultades diversas, se puede y se debe integrar
la dimensión religiosa de la persona.
72. La enseñanza religiosa se presenta como saber sobre la doctrina y moral
católicas, que desarrolla, junto a otras, la capacidad trascendente de la
persona, el sentido ��ltimo de la vida y da respuesta a la cultura, a fin de
integrar el saber de la fe en el conjunto de los demás saberes[57]. Su
naturaleza y finalidad se desarrolla y se cumple mediante la transmisión a
los alumnos de «los conocimientos sobre la identidad del cristianismo y de
la vida cristiana, que capacita a la persona para descubrir el bien y para
crecer en la responsabilidad»[58].
Dimensión evangelizadora
73. Siguiendo las orientaciones de Benedicto XVI, hemos de subrayar que la
enseñanza religiosa, «lejos de ser solamente una comunicación de datos
fácticos, informativa, la verdad amante del Evangelio es creativa y capaz de
cambiar la vida, es performativa»[59]. Por ello, esta materia no se puede
reducir a un mero tratado de religión o de ciencias de la religión, como
desean algunos; debe conservar su auténtica dimensión evangelizadora de
transmisión y de testimonio de fe[60]. Por ello, los profesores deben ser
conscientes de que la enseñanza religiosa escolar ha de hacer presente en la
escuela el saber científico, orgánico y estructurado de la fe, en igualdad
académica con el resto de los demás saberes, haciendo posible el
discernimiento de la cultura que se transmite en la escuela y respondiendo a
los interrogantes de los alumnos, en especial a la gran pregunta sobre el
sentido de la vida.
74. No podemos olvidar que la enseñanza religiosa escolar se inserta, desde
su especificidad, dentro de los elementos básicos de la acción
evangelizadora de la Iglesia. En este sentido, «el mandato misionero
comporta varios aspectos, íntimamente unidos entre sí: “anunciad” (Mc 16,
15), “haced discípulos y enseñad”, “sed mis testigos”, “bautizad”, “haced
esto en memoria mía” (Lc 22, 19). Anuncio, testimonio, enseñanza,
sacramentos, amor al prójimo, hacer discípulos: todos estos aspectos son
vías y medios para la transmisión del único Evangelio y constituyen los
elementos de la evangelización»[61]. Todo esto define el marco para la
acción coordinada de la educación cristiana al servicio a la transmisión de
la fe.
75. Dentro de este rico conjunto de elementos evangelizadores, la enseñanza
religiosa ha de asumir, de manera muy especial, «el anuncio y la propuesta
moral» del Evangelio[62]. El anuncio para que los alumnos conozcan,
fundamenten o fortalezcan su adhesión inicial a Jesucristo suscitada en la
familia o se inicien en ella; y los principios que fundamentan la propuesta
moral y las virtudes cristianas para ejercitarse así en la praxis del bien
común y del amor a todos, especialmente a los pobres y necesitados. La
enseñanza religiosa escolar sirve a la familia y a la catequesis en cuanto
presenta una síntesis orgánica y sistemática de la fe. Constituye una
aportación específica al desarrollo de las capacidades espirituales,
religiosas y morales y, en consecuencia, a la fundamentación de los valores
morales, las virtudes cristianas y la opción por el bien y la verdad.
Las grandes preguntas
76. Las grandes preguntas del ser humano, a las que la enseñanza religiosa
pretende responder, carecerían de respuesta sin la referencia a Dios y su
salvación: «Sin su referencia a Dios el hombre no puede responder a los
interrogantes fundamentales que agitan y agitarán siempre su corazón con
respecto al fin y, por tanto, al sentido de su existencia»[63]. A partir de
la síntesis de fe, se pretende «descifrar la aportación significativa del
cristianismo, capacitando a la persona para descubrir el bien y para crecer
en la responsabilidad, para afinar el sentido crítico y aprovechar los dones
del pasado a fin de comprender mejor el presente y proyectarse
conscientemente hacia el futuro»[64].
La respuesta
77. Todo ello pide, como objetivo educativo, la respuesta adecuada de la fe
que busca entender, «fides quaerens intelectum», y el explícito sentido de
la vida cristiana. A su vez, la enseñanza religiosa fundamenta una serie de
valores que dan sentido y estructuran la acción humanizadora de la religión
católica «ofreciendo algunas dimensiones de carácter ético y moral que nacen
de las relaciones entre la fe y la cultura, y entre la fe y la vida»[65].
Dicha acción tiene como modelo y fundamento la Palabra, la Vida y la Persona
de Jesucristo con toda su vitalidad, actualidad y capacidad de respuesta.
Sería muy pobre la educación que se limitara a dar nociones, informaciones y
valores, dejando a un lado la gran pregunta acerca de la verdad, sobre todo
acerca de la Verdad que guía la vida. Es necesario «ayudar a los jóvenes a
ensanchar los horizontes de su inteligencia abriéndose al misterio de Dios
en el que se encuentra el sentido y la dirección de nuestra vida, superando
los condicionamientos de una racionalidad que solo se fía de lo que puede
ser objeto de experimento y cálculo. Es lo que llamamos la «pastoral de la
inteligencia»[66]. Serán los profesores quienes, por su protagonismo en la
escuela, junto con los padres y la comunidad parroquial, sirvan a la
formación religiosa católica, y no solo los profesores de religión, sino
todos los profesores cristianos[67].
Escuela católica y profesorado cristiano
78. Es necesario que la escuela católica se comprometa con este proyecto:
«La acción educativa de la Iglesia a través de la escuela católica, además
de vincularse a la formación plena, entendida como desarrollo perfectivo de
las capacidades básicas del alumno, propone una educación integral del
mismo, tratando que todas las capacidades puedan ser integradas
armónicamente desde la luz del evangelio que fundamenta una cosmovisión
integradora de la personalidad»[68]. Tanto las personas consagradas como los
profesores cristianos laicos ejercen, dentro de la comunidad educativa, «un
ministerio eclesial» al servicio de la diócesis y en comunión con el
obispo[69]. «La enseñanza de la religión en la escuela a cargo de docentes
clérigos y laicos, sustentada en el testimonio de los docentes creyentes,
debe conservar su auténtica dimensión evangélica de transmisión y de
testimonio de fe»[70]. La escuela católica, junto a la familia y la
parroquia, lleva a cabo un objetivo primordial: promover la unidad entre la
fe, la cultura y la vida. El presente documento pretende facilitar el logro
de este objetivo cuyo cumplimiento depende en gran parte de la escuela
católica.
4. Propuesta de objetivos comunes
79. Nuestra propuesta tiene como finalidad la educación en la fe de niños,
adolescentes y jóvenes para llevarles al encuentro con Jesucristo y su
Evangelio, en el seno de la Iglesia. Para ello proponemos algunos objetivos
y medios que sirvan a la reflexión personal y comunitaria, así como a la
coordinación de los ámbitos y agentes comprometidos en la transmisión de la
fe en un proceso educativo. Es imprescindible trabajar sobre objetivos que
orienten y organicen una acción común; estos surgen de los elementos básicos
y comunes a la acción evangelizadora de la familia, la parroquia y la
escuela.
Análisis de la realidad
80. Hemos de partir de un análisis objetivo y sincero, que abarque todos los
elementos que conforman y determinan la educación de nuestros destinatarios.
Dicho análisis debe realizarse mediante «una lectura realista y completa de
los signos de este tiempo a fin de desarrollar una presentación persuasiva
de la fe»[71]. Esta lectura, que es una aportación común de la catequesis y
de la enseñanza escolar, será un buen servicio para la familia, en cuanto
análisis crítico de la situación cultural y su influencia en los hijos.
Los objetivos que proponemos pretenden responder a aquellos elementos que
conforman la personalidad como son la identidad del ser, el sentido de la
vida o la dignidad de la persona. En este sentido, entendemos que Jesucristo
ilumina, plenifica y da sentido a la vida. Por ello, el objetivo primordial
de la educación en la fe es dar a conocer y llevar al encuentro de
Jesucristo. Con el papa Benedicto XVI nos preguntamos: «¿cómo proponer a los
más jóvenes y transmitir, de generación en generación, algo válido y cierto,
reglas de vida, un auténtico sentido y objetivos convincentes?»[72]. Desde
siempre y en cada lugar, las nuevas generaciones de hombres y mujeres se han
preguntado y se preguntan por su identidad y su destino. Buscan y esperan
una respuesta que les indique el camino, que les oriente hacia el final, que
les proponga medios para fundamentar la vida con valores perennes. En
Jesucristo «se abre para el hombre la posibilidad de recorrer el camino que
lo lleva hasta el Padre (cf. Jn 14, 6), para que al final Dios sea todo para
todos (1 Cor 15, 28)»[73]. Y así lo reconoce el concilio Vaticano II:
«Realmente el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado»[74].
Dar razón de nuestra fe
81. Es vital, pues, «dar razón de nuestra fe», presentar el amor vivo que
llena la vida y potenciar la esperanza fundamentada en Jesucristo. A las
nuevas generaciones se les debe ayudar a librarse de prejuicios
generalizados y a darse cuenta de que el modo cristiano de vivir es gozoso,
realizable y razonable. Por ello, más que enseñar conocimientos religiosos
desde claves académicas, «se trata de dar a conocer el verdadero rostro de
Dios y su designio de amor y de salvación a favor de los hombres, tal como
Jesús lo reveló»[75]. A su vez, «al haberse confiado a la Iglesia la
manifestación del misterio de Dios, que es el fin último del hombre, ella
misma descubre al hombre el sentido de su propia existencia»[76]. El
encuentro personal con Jesús es clave para desvelar y sustentar nuestra
existencia cotidiana. La llamada de Jesús nos invita a conformarnos y
transformarnos en Él. Cuando comenzamos a tener una relación personal con
Él, Cristo nos revela nuestra identidad y, con su amistad, la vida crece y
se realiza en plenitud. Mediante la fe, estamos arraigados en Cristo (cf.
Col 2, 7), como una casa que está construida sobre cimientos firmes. Estar
arraigados en Cristo significa responder concretamente a la llamada de Dios,
fiándose de Él y poniendo en práctica su Palabra[77], dejándose plasmar por
Él hasta el punto de llegar a ser, por el poder del Espíritu Santo,
configurados con Cristo. «No hay prioridad más grande que esta: abrir de
nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su
amor para que tengamos vida abundante (cf. Jn 10,10)»[78].
La dignidad humana
82. Uno de nuestros objetivos es educar a los niños, adolescentes y jóvenes
para ser críticos con el ambiente en el que se mueven, que valoren su
dignidad de personas, dejando de ser un número más, y aportándoles
propuestas seguras, contrastadas y garantizadas por la palabra, la vida y la
persona de Jesucristo. Los cristianos, al reconocer en la fe su auténtica
dignidad, son llamados a llevar adelante una vida digna del Evangelio. Dios
Padre, infinitamente perfecto, ha creado al hombre para hacerle partícipe de
su vida misma. De ahí que la dignidad humana esté enraizada en haber sido
creado «a imagen y semejanza de Dios». Esta es una de la claves fundantes de
la antropología cristiana.
Un proyecto de vida
83. Otro de los factores que caracterizan el proceso educativo de la persona
es encontrar sentido a su vida, mediante el descubrimiento de una fuerza
vital que satisfaga los anhelos y esperanzas más profundas que anidan en el
corazón humano. Se trata de un proyecto de vida en torno al cual organiza y
orienta toda su existencia y comportamiento. Los cristianos, en comunión con
la Iglesia, creemos que Jesucristo, como Dios y Hombre verdadero, es quien
da sentido a nuestra vida. El encuentro con Jesucristo, el Hijo de Dios,
proporciona un dinamismo nuevo a la existencia. Todos los hombres están
llamados a esta unión con Cristo, que es la Luz del mundo. La unión con Él
lleva consigo negarse a sí mismos, pues «el que quiera a su padre o a su
madre más que a mí no es digno de mí» (Mt 10, 37). La relación con Él no
queda reducida a una mera relación entre discípulo y maestro. Jesucristo no
dice yo os enseño el camino, sino «yo soy el Camino». Camino significa que
Dios vino a nosotros en Cristo y, en Él, la persona está dirigida
íntegramente a Dios, de tal manera que el motivo más profundo de la acción
del cristiano es Jesús mismo.
Formación doctrinal
84. La respuesta cristiana a la cultura emergente y determinante, hoy, en
los educandos, no sería eficaz sin una sólida formación doctrinal, que
facilite la profesión de la verdad y el ejercicio del testimonio. Esta
formación conlleva, como elemento de coordinación en la enseñanza y la
catequesis, la asimilación de una síntesis de fe persuasiva, adecuada a la
edad, sistemáticamente estructurada, que facilite la respuesta a la cultura
y oriente al encuentro con Jesucristo. Esta formación afecta a la
personalidad propia y a la de los demás, pues la exigencia del seguimiento a
Cristo conlleva una llamada al amor. A este amor responde el hombre amando a
Jesucristo, muerto y resucitado, amando a Dios, nuestro Padre, y amando a
los hombres, nuestros hermanos: «si me amáis, guardaréis mis mandamientos»
(Jn 14, 15). Y así, «estrechamente unidos en el amor mutuo alcancen en toda
su riqueza la plena inteligencia y el perfecto conocimiento del misterio de
Dios que es Cristo» (Col 2, 2). Él nos revela las riquezas de su gloria y
nos ilumina para gustar a Dios, que es amor. Este es el principio y fin de
toda formación religiosa: anunciar a Jesucristo, facilitar su conocimiento,
a sabiendas de que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o
una gran idea, sino por el encuentro de un acontecimiento, con una Persona,
que da un nuevo horizonte a la vida»[79].
La fe como encuentro
85. Cuando Jesús habla del amor fraterno que ha de unir a los hijos de Dios,
el sentido del mismo lo fundamenta en su persona, pues «la unión con Cristo
es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega»[80].
Más aún, Jesús mismo dice que «a quien se declare por mí ante los hombres,
yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos» (Mt 10,
32). Es el anuncio personal del cristiano que proclama su amor a Dios y a
los hombres en virtud de un mandato recibido y, aunque se encuentre solo,
está unido por profundos vínculos invisibles, los espirituales, a la
actividad evangelizadora de la Iglesia. La Iglesia es la realidad histórica
permanente donde el Padre, en Jesucristo, por la fuerza de su Espíritu se
nos manifiesta; dentro ella resuena, una y otra vez, la Voz que llama, que
convoca, y la Presencia a la que se invoca. El Señor es el fundamento de esa
realidad, Él es quien da sentido y plenitud a la vida, aquí, «ayer, hoy y
siempre». Por ello, el proyecto de educación que proponemos en orden a la
transmisión de la fe dependerá de la adecuada relación con Él.
Objetivo general:
«Transmitir la fe de la Iglesia a los niños, adolescentes y jóvenes en la
familia, la parroquia y la escuela».
Objetivos específicos:
Elaborar un itinerario básico y complementario de educación en la fe, en
cada una de las etapas de desarrollo formativo, como marco común para las
distintas instituciones educativas.
Analizar los elementos de la cultura contemporánea, que buscan determinar la
personalidad de niños, adolescentes y jóvenes, confrontar la influencia de
los contravalores que conlleva, y ofrecer alternativas emanadas del
Evangelio.
Promover el conocimiento de Jesucristo: Camino, Verdad y Vida; motivar el
encuentro y la intimidad con Él por medio de la oración; y animar al
seguimiento personal, acogiendo la vocación a la que cada uno sea llamado:
el laicado cristiano, la vida consagrada o el ministerio ordenado.
Fundamentar la educación en valores y virtudes a partir de la Persona,
Palabra y Vida de Jesucristo, y ofrecer aquellas que, de acuerdo con la
edad, determinan la dimensión moral de los destinatarios.
Analizar y responder a las cuestiones fundamentales propias de la infancia,
adolescencia y juventud, desde las diversas concepciones de la vida y
ofrecer la especifica del humanismo cristiano.
Promover y facilitar la incorporación a la comunidad que cree, vive, celebra
y testimonia la fe, por medio de convocatorias comunes a las familias,
parroquias y escuelas.
Iniciar a los niños, adolescentes y jóvenes en la oración personal y
comunitaria, aportando materiales y medios a las familias para que
practiquen en el hogar y participen en la misa dominical de la parroquia.
Nuestra propuesta está pidiendo, a su vez, cuatro líneas prioritarias de
acción: a) la revitalización de una profunda pastoral familiar; b) la
prioridad y urgencia de formación y acompañamiento espiritual de
catequistas; y c) una efectiva formación pastoral de los profesores
cristianos y de religión.
IV. Elementos al servicio de la transmisión de la fe en la familia,
la parroquia y la escuela
86. En el fondo de nuestro planteamiento, se trata de articular un proyecto
común de coordinación, respetando las peculiaridades de cada uno de los
ámbitos educativos. Las dimensiones de la familia, de la catequesis y de la
enseñanza religiosa escolar responden a las capacidades del individuo y
facilitan un proyecto orgánico y sistemático al servicio de la transmisión
de la fe. A la hora de elaborar un itinerario adecuado a la edad de los
destinatarios, es imprescindible conocer y coordinar las confluencias y
peculiaridades de la catequesis parroquial, la formación religiosa en
familia y los programas de la enseñanza religiosa escolar, a fin de
colaborar en una misma acción evangelizadora.
87. Uno de los elementos a tener en cuenta, a la hora de coordinar la
educación cristiana, es el de las dimensiones específicas de cada
institución y es particularmente necesario en lo que se refiere a los
contenidos. Cuidando lo característico y propio, se favorece mejor lo
complementario. Dichos elementos han de centrarse en torno a los tiempos,
etapas y edades en los que confluye la dimensión formativa de los tres
ámbitos mencionados y, sobre todo, en aquellos en los que es conveniente
completar la formación religiosa. En este aspecto, y atendiendo a las
orientaciones de los últimos papas, es necesario y urgente elaborar para los
adolescentes y jóvenes «un itinerario de inteligencia de la fe, que les
permita armonizar mejor sus conocimientos religiosos con su saber humano
para que puedan realizar una síntesis cada vez más sólida entre sus
conocimientos científicos y técnicos y su experiencia religiosa»[81]. Esta
síntesis de fe centrada en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre,
debe ser el objetivo común a todos. A ello nos invita con insistencia
Benedicto XVI ante la «emergencia educativa».
1. Dimensiones de la familia (los rudimentos)
88. Decíamos más arriba que, a través de la catequesis del despertar
religioso, el niño recibe de sus padres y del ambiente familiar los primeros
rudimentos de la fe, que consisten en una sencilla revelación de Dios, Padre
bueno y providente, al que aprende a dirigir su corazón[82]. Es un momento
importante para educar en actitudes creyentes, sobre todo en la confianza,
que contribuirán a desarrollar su fe. Desde el afecto y la fantasía que le
caracteriza, el niño es capaz de vivir una auténtica experiencia religiosa,
original y profunda. Dada la influencia del ambiente familiar, dominante en
esta etapa, es imprescindible una relación frecuente de los padres con
catequistas y demás agentes de pastoral infantil. En este sentido, es
conveniente que la parroquia invite, con cierta periodicidad, a encuentros y
convivencias a los matrimonios y familias para ayudarles en esta tarea.
89. En este contexto se deben cuidar las siguientes dimensiones:
El despertar del sentido religioso del niño mediante una toma de conciencia
de sí mismo y de lo que le rodea.
El desarrollo en el niño de su capacidad de admiración, a través de los
gestos, reacciones y palabras de la familia y de la comunidad, y ayudarle a
descubrir a Dios Padre.
El acceso del niño a la oración como diálogo con Dios, y despertar en él un
conocimiento y crítica de sí mismo.
2. Dimensiones de la catequesis (síntesis de fe desde la vivencia)
90. Las dimensiones propias de la catequesis son directrices indispensables
que iluminan el camino, refuerzan la vida cristiana y conforman la formación
religiosa integral. Así, la catequesis que introduce progresivamente en las
insondables riquezas del misterio de Dios, revelado en Cristo, trata de
llevar a los hombres a cuanto la Iglesia cree, celebra, vive y ora. Es
decir, dicha acción eclesial conlleva el desarrollo de las siguientes
dimensiones de la fe:
El conocimiento de la fe (doctrina).
La experiencia litúrgica y sacramental (celebración).
La formación moral (virtudes y valores).
La iniciación a la oración (experiencia religiosa).
La educación para la vida comunitaria (la Iglesia).
El compromiso para la misión (la Evangelización)[83].
3. Dimensiones de la enseñanza religiosa escolar (síntesis de fe desde el
saber)
91. Por su parte, la enseñanza religiosa escolar, desde lo que le es
específico, presenta el mensaje cristiano, desarrollando las distintas
dimensiones del saber, al servicio de la transmisión de la fe. Estas son:
La dimensión teológica y científica del saber religioso (síntesis de la
doctrina católica).
La dimensión trascendente de la persona (sentido último de la vida).
La dimensión humanizadora (concepción cristiana de la persona).
La dimensión ético-moral (principios y valores).
La dimensión cultural e histórica (relación fe-cultura).
Y así, tanto las distintas dimensiones como las que les son propias
confluyen en los conceptos básicos y se diferencian en sus finalidades y
consecuencias formativas. Es decir, las dimensiones son distintas, no
excluyentes, y complementarias.
4. Contenidos que orientan un itinerario orgánico y sistemático
92. La coordinación puede quedar en buenos deseos. Para evitarlo, conviene
programar y concretar algunos contenidos que deben ser las bases de un
itinerario, y que cada diócesis puede adaptar según su situación religiosa,
social y cultural. En concreto, «la Delegación Diocesana de Familia se ha de
coordinar explícitamente con la Delegación de Catequesis y de Enseñanza para
que se aseguren los contenidos mínimos de esta presencia y la formación
especializada de las personas encargadas de darlos»[84].
La respuesta a este primer acercamiento a la formación, la encontramos ya en
las exhortaciones apostólicas Evangelii nuntiandi de Pablo VI y Catechesi
tradendae de Juan Pablo II. En esta última se dice que es de gran
«importancia hacer entender al niño, al adolescente, al que progresa en la
fe «lo que puede conocerse de Dios»; en cierto sentido: «lo que sin conocer
veneráis, eso es lo que yo os anuncio»[85]:
93. Los contenidos de este anuncio son:
El testimonio de Dios Padre, revelado por Jesucristo mediante el Espíritu
Santo, que ha amado al mundo en su Hijo y, en Él, ha dado a todas las cosas
el ser, y que nos ha llamado a ser sus hijos y a heredar la vida eterna.
El misterio del Verbo de Dios hecho hombre, que realiza la salvación del
hombre por su Pascua, es decir, por su muerte y su resurrección, evitando
reducir a Cristo a su sola humanidad y su mensaje a una dimensión terrestre;
y para que se le reconozca como el Hijo de Dios, el mediador que nos da
acceso al Padre en el Espíritu.
El amor de Dios para con nosotros y de nuestro amor para con Dios, su
misericordia ante el pecado y su gracia para la salvación.
El amor fraterno, que procede del amor de Dios, y es el núcleo del
Evangelio.
El misterio del mal y la búsqueda activa del bien.
El misterio de la Iglesia, presencia eficaz de Jesucristo y de su salvación,
es una comunidad de hombres pecadores y, a la vez, santificados, que forman
la familia de Dios, reunida por el Señor bajo la dirección de aquellos a
quienes el Espíritu Santo constituyó pastores para apacentar la Iglesia de
Dios.
Explicar que la historia de los hombres, con sus aspectos de gracia y de
pecado, de miseria y de grandeza, es asumida por Dios, en su Hijo
Jesucristo, y ofrece ya algún atisbo de la ciudad futura.
La búsqueda del mismo Dios a través de la oración y el insondable misterio
de la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
Las exigencias, hechas de renuncia y también de gozo, que conlleva a lo que
san Pablo llama «vida nueva», «creación nueva», ser o existir en Cristo,
«vida eterna en Cristo Jesús». Este modo de vida es la de estar en el mundo
pero sin ser del mundo; una vida según las bienaventuranzas y destinada a
prolongarse y a transfigurarse en el más allá.
Las exigencias morales personales, emanadas del Evangelio, y las actitudes
cristianas ante la vida. La búsqueda de una sociedad más fraterna y
solidaria, el trabajo por la justicia y la paz.
El anuncio profético del más allá, vocación definitiva del hombre, que nos
será revelado en la vida futura[86].
Este es el núcleo de contenidos de los que no podemos prescindir, pues todos
ellos son elementos fundamentales a la hora de programar un itinerario de
educación en la fe. Lo que sí nos corresponde es adecuarlos a cada edad, por
tiempos y etapas, según los destinatarios y el contexto socio-cultural en el
que viven.
5.Propuesta de un itinerario marco para la formación religiosa de los
adolescentes
94. Se trata de desarrollar lo que Benedicto XVI ha llamado «pastoral de la
inteligencia». Es un itinerario basado en el Catecismo de la Iglesia
Católica. Somos conscientes de que, en cada edad, hay contenidos que emergen
con mayor urgencia y que hay que tenerlos presentes a la hora de programar
el itinerario para cada una ellas, como hacemos en el que ahora proponemos
para adolescentes. La adolescencia es una edad de referentes
contradictorios, por un lado, y transcendental en la construcción de la
personalidad del adolescente, por el otro, en la que se han de tener en
cuenta las siguientes características, que nos van a servir para los
objetivos propuestos:
95. A los adolescentes les preocupa la inseguridad y la confianza, la
soledad y el deseo de compañía, pero, sobre todo, la necesidad de amar y de
ser amados. Todo ello lo buscan superar o realizar a través de la amistad y
del grupo. Aunque acomodados en la familia y con un amplio servicio
educativo, muchos adolescentes crecen pobres en ideales y en esperanza, y
espiritualmente vacíos. Por ello, al descubrir algo que les asombra y
supera, demandan fundamentos racionales ante su inseguridad.
96. Por encima de la razón prima la dimensión emocional, estético-expresiva
y simbólica de la vida. Les interesa mucho la diversión, las aficiones
deportivas, el éxito en la canción, las emociones generadas por el deporte.
El logro de estos intereses ha generado una cierta banalización de las
dimensiones fundamentales de la vida, como la dignidad del ser humano y su
trascendencia.
97. Con todo, el adolescente cambia de opciones y sufre las situaciones
contradictorias de las que espera comprensión por parte de los adultos. Por
un lado, «se debate entre las ganas de vivir, la necesidad de tener
certezas, el anhelo del amor y la sensación de desconcierto, la tentación
del escepticismo y la experiencia de la desilusión»[87]; por otro, el
adolescente también lleva consigo la búsqueda de la verdad, la sed
generalizada de valores y la respuesta al sentido último de su vida, y, en
consecuencia, la búsqueda de Dios.
98. De aquí surge la necesidad de proponer un itinerario orgánico, razonable
y apreciable para esta edad. El discernimiento de las características que
conforman la situación de las personas a las que va dirigido el mensaje
cristiano es la primera acción responsable a la hora de concretar los
contenidos adecuados. La propuesta que presentamos a continuación es un
servicio de orientación, que necesariamente tendrá que ser desarrollado
conforme a las circunstancias y medios de cada diócesis o grupo de trabajo.
99. Entre los contenidos de este itinerario, subrayamos los siguientes:
Dios Padre ha creado al hombre libremente para hacerle partícipe de su vida.
La dignidad del ser humano está enraizada en su creación, «hecho a imagen y
semejanza de Dios». «Viniendo de Dios y yendo hacia Dios el hombre no vive
una vida plenamente humana si no vive libremente su vínculo con Dios»[88].
No se trata de saber cómo ha surgido el cosmos sino, más bien, de descubrir
cuál es el sentido de tal origen dado por Dios.
En todo tiempo y en todo lugar, Dios se hace cercano al hombre, le llama y
le ayuda a buscarle, conocerle y amarle. «Cuando el hombre escucha el
mensaje de las criaturas y la voz de su conciencia puede alcanzar la certeza
de la existencia de Dios»[89]. Dios Padre muestra su omnipotencia paternal
por su misericordia infinita, por la adopción filial, por el perdón que da
de nuestros pecados[90].
Dios Padre convoca a todos, a quienes el pecado dispersó, a la unidad de su
familia, la Iglesia. No fue Dios quien hizo el mal y la muerte. Dios
constituyó al hombre en la justicia, sin embargo, persuadido por el Maligno,
abusó de su libertad levantándose contra Dios e intentando alcanzar su
propio fin al margen de Dios. Por su pecado, Adán, en cuanto primer hombre,
perdió la santidad y justicia originales, no solamente para él, sino para
todos los humanos. La Virgen María con su fe y obediencia colaboró a la
salvación de los hombres y se convirtió en la nueva Eva, madre de los
vivientes.
Para lograr la unidad de la Iglesia, el Padre Dios envió a su Hijo como
Redentor y Salvador. Nuestra salvación procede de la iniciativa de Dios, que
envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. La redención de
Cristo consiste en que Él ha venido a dar su vida en rescate por todos.
Jesús cumplió la misión expiatoria que justifica a muchos, cargando con las
culpas de ellos. La victoria sobre la esclavitud del pecado, obtenida por
Cristo crucificado y resucitado, nos ha dado bienes mejores que los que nos
quitó el pecado. Los discípulos de Jesús deben asemejarse a Él, hasta que Él
crezca y se forme en ellos. El reino de Dios se manifiesta a los hombres en
las palabras, en las obras y en la presencia de Jesucristo. Confesar o
invocar a Jesús como Señor es creer en su divinidad. Cristo resucitado vive
en el corazón de sus fieles.
Dios llamó a todos a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos de adopción por el
Bautismo, herederos de su vida. Cristo, cabeza de la Iglesia, manifiesta lo
que su cuerpo contiene e irradia en los sacramentos. El Espíritu Santo que
Cristo derrama sobre sus miembros construye, anima y santifica la Iglesia.
La Iglesia es, en este mundo, sacramento de salvación, signo e instrumento
de la comunión con Dios y entre los hombres. La misión del Espíritu Santo en
la liturgia de la Iglesia es la de preparar a la asamblea para el encuentro
con Cristo, recordar y manifestar a Cristo a la comunidad de los creyentes,
hacer presente y actualizar la obra salvífica de Cristo por su poder
transformador, y hacer fructificar el don de la comunión de la Iglesia.
Para que esta buena noticia resonara en todo el mundo, Jesucristo envió a
sus Apóstoles dándoles el mandato de anunciar el evangelio con la seguridad
de que Él estaría siempre con ellos. Hoy, la Iglesia católica anuncia la
totalidad de la fe, administra la plenitud de los medios de salvación, es
enviada a todos los pueblos, abre sus puertas a todos los hombres y abarca
todos los tiempos; por su propia naturaleza es misionera.
Este tesoro de la fe ha sido guardado y transmitido fiel e íntegramente por
los Apóstoles y sus sucesores, los obispos. Cada uno de ellos son, por su
parte, principio y fundamento visible de la unidad en sus Iglesias
particulares. Los obispos, ayudados por los presbíteros, tienen la misión de
enseñar la fe auténtica, de celebrar el culto divino, sobre todo la
Eucaristía, y de cuidar de su Iglesia como verdaderos pastores.
Todos los que han acogido esta llamada del Señor son enviados, también, a
anunciar su Palabra (credo), celebrar la fe (liturgia), vivir como hermanos
(moral) y orar al Padre (oración)[91]. La miseria humana atrae la compasión
de Cristo, que ha querido cargarla sobre sí, identificándose con los más
pequeños de sus hermanos. Por eso podemos afirmar que, cuando servimos a los
pobres y a los enfermos, somos el perfume de Cristo.
Jesucristo nos precede en el reino glorioso del Padre para que nosotros
vivamos en la esperanza de estar un día con Él eternamente. Al final de los
tiempos retribuirá a cada hombre según sus obras.
6. Referencias a la psicología de esta edad
100. Nos parece conveniente y necesario tener presentes algunas de las
características propias de la adolescencia, pues el mensaje cristiano es
sembrado en una tierra abonada de elementales necesidades y de sorprendentes
posibilidades. Ofrecemos las referencias siguientes:
Libertad: la libertad se realiza en el amor. Dios es amor y, en Él, el
hombre adquiere su libertad. Quien renuncia a todo, incluso a sí mismo, para
seguir a Jesús, entra en una nueva dimensión de la libertad, que san Pablo
define como «caminar según el Espíritu» (cf. Gál 5, 16). Libertad y amor
coinciden; por el contrario, obedecer al propio egoísmo conduce a
rivalidades y conflictos[92].
Confianza: La mutua confianza motiva el enorme deseo de saber y comprender;
este se manifiesta en las continuas preguntas e insistentes peticiones por
parte de los adolescentes. La mera información no propicia la gran pregunta
acerca de la verdad, sobre todo acerca de la verdad que puede guiar la vida.
Amistad: Los adolescentes, más vulnerables al creciente individualismo
propiciado desde la cultura actual, que tiene como consecuencia inevitable
el debilitamiento de los vínculos interpersonales y la disminución del
sentido de pertenencia, podrán experimentar la belleza y la alegría de ser y
sentirse Iglesia, así como la de encontrar buenos amigos en ella, frente a
la soledad al que están expuestos con el uso excesivo de las técnicas de
comunicación[93].
Compañía: Nuestros adolescentes y jóvenes están desprotegidos ante las
dificultades. Es constatable la fragilidad y el interés propio en estas
edades. La capacidad de amar corresponde a la capacidad de sufrir, y de
sufrir juntos. Es necesario que la formación cristiana responda a sus
preguntas sobre el dolor, el mal y la muerte, que cuestionan y necesitan luz
en medio de sus dudas y oscuridades. La Pasión, muerte y Resurrección de
Jesucristo puede responder a muchos de sus interrogantes.
Celebración: Todo itinerario formativo debe ayudar a sus destinatarios a
crecer y madurar en un verdadero sentido de pertenencia a la comunidad
parroquial. El centro de la vida de la parroquia es la Eucaristía, y en
particular la celebración dominical. Si la unidad de la Iglesia nace del
encuentro con el Señor, no es secundario que se cuide mucho la adoración y
la celebración de la Eucaristía, permitiendo que los que participan
experimenten la belleza del misterio de Cristo.
101. Estas propuestas no pretenden ser una programación nueva y distinta,
paralela a la que se desarrolla en la catequesis, el grupo o la enseñanza
religiosa escolar. Son itinerarios cuyos contenidos pueden ser comunes a la
enseñanza o la catequesis, acentuando, en cada etapa y en cada ámbito
correspondiente, aquellos aspectos en los que es necesario incidir más, ya
sea por su deficiencia, necesidad o insuficiente desarrollo.
V. Medios y modos para la coordinación en la transmisión de la fe
102. La coordinación de tareas entre la familia, la parroquia y la escuela
tiene como objetivo concertar esfuerzos e inquietudes y unir personas para
conseguir un objetivo común: la transmisión de la fe católica. Las
dificultades estriban, muchas veces, en la ausencia de una formación
religiosa adecuada, así como en el mutuo desconocimiento de aquellos
elementos que intervienen en el proceso de dicha transmisión en cada uno de
los ámbitos educativos. Por ello, es imprescindible encontrar y contar con
responsables de catequesis, enseñanza religiosa y pastoral familiar para
conocer los proyectos educativos, distribuir tareas y adquirir compromisos
en orden a elaborar un proyecto común; un proyecto que, a la luz de la nueva
evangelización, pide una nueva sensibilidad, un nuevo esfuerzo misionero y
una nueva propuesta de fe.
1. Situaciones a tener en cuenta en las distintas edades
103. Podemos constatar que la educación religiosa en la infancia es
significativa en nuestro país, al menos desde el punto de vista
cuantitativo. Son muchas las familias que solicitan los sacramentos de
iniciación para sus hijos y reciben las correspondientes catequesis. Puede
ser una oportunidad de la gracia de Dios para que los padres puedan
reencontrarse con la fe y con la Iglesia. Asimismo, es apreciable en estas
edades, y a pesar de todo, la solicitud de la enseñanza religiosa en la
escuela. Y es importante, también, tener en cuenta la influencia social de
los acontecimientos religiosos del entorno y la presencia cultural de la
religión, que afectan sensiblemente en estas edades. En efecto, los años de
la infancia son de gran trascendencia para la iniciación a la fe, pues el
despertar religioso sitúa a los niños ante un mundo en el que la imagen de
Dios Padre puede dar sentido a todo lo que les rodea. El niño percibe el
lugar que ocupa Dios en sus padres, en su familia y en su hogar. Nunca será
suficiente repetir que son necesarios agentes de pastoral y materiales
adecuados para ayudar a los padres en esta entrañable tarea.
Agentes y materiales
104. En este sentido, es de agradecer, una vez más, la dedicación y entrega
de tantos padres, catequistas y profesores al servicio de la educación
cristiana. Sin embargo, las circunstancias actuales que rodean la vida de
los niños y sus familias nos urgen a una preparación integral de agentes,
teniendo en cuenta cuatro dimensiones: humana, intelectual, espiritual y
pastoral. Dichos agentes, para llevar a cabo el ministerio eclesial que se
les ha encomendado, están llamados a ser: expertos en humanidad, expertos en
la fe de la Iglesia y expertos acompañantes en el camino de aquellos que les
han sido confiados. Asimismo, reconocemos, también, que se dispone de
instrumentos suficientes que ayudan al despertar religioso. En primer lugar,
los catecismos de iniciación, que son documentos de fe, y, también, todos
aquellos materiales que responden, tanto a los diseños curriculares y sus
correspondientes programas.
Infancia media
105. Entendemos que, en este proceso de tiempo, existen unos años, de seis a
nueve aproximadamente, en los que se nos ofrece una mayor posibilidad de
coordinación. Es el tiempo de catequesis de iniciación sacramental, en el
que la parroquia hace un gran esfuerzo en la transmisión de la fe y en el
cuidado del grupo de catequizandos; la enseñanza religiosa escolar informa
sobre la síntesis de fe, presente en el currículo oficial; y la familia se
esfuerza por completar la educación cristiana de los hijos. A este respecto,
conviene hacer un esfuerzo grande de coordinación en orden a los objetivos y
contenidos, de modo que los contenidos no se repitan, o en su caso, tengan
un desarrollo complementario, de manera que los tres ámbitos puedan
colaborar eficazmente en la transmisión de la fe. Es muy conveniente que
padres, catequistas y profesores programen celebraciones conjuntas con los
niños, donde ellos puedan celebrar la comunión de fe y de vida con quienes
están ayudándoles en su crecimiento y maduración.
Infancia adulta
106. En las edades posteriores, entre los diez y doce años aproximadamente,
es necesario un replanteamiento conjunto en orden a favorecer la síntesis de
fe. Se hace necesaria una catequesis orgánica y sistemática que, coordinada
con el currículo escolar de religión católica, se centre en los objetivos
correspondientes y puedan ser compartidos con la familia y el grupo de
referencia. La parroquia tiene en este momento un papel mayor de
responsabilidad en cuanto al proceso de continuidad por la recepción de los
sacramentos y en la coordinación de los catequistas, padres y profesores.
Adolescencia
107. Un cuidado especial nos merecen los adolescentes, cuyas edades oscilan
entre los doce y dieciséis años. Los expertos nos dicen que en estos años se
va forjando la personalidad a fuerza de experiencias, búsquedas, dudas e
ilusiones. De ello ya hemos hablado antes. Es una etapa de la vida a la que
debemos dedicar un mayor esfuerzo de evangelización. Ante la búsqueda del
sentido de la vida, los adolescentes necesitan referentes personales,
modelos que orienten esa búsqueda. Solo Jesucristo puede llenar sus
expectativas, anhelos e inquietudes. Nuestro proyecto de coordinación debe
tener en cuenta estos elementos para formular una propuesta de contenidos
que orienten, clarifiquen y den respuesta cristiana a sus interrogantes,
proyectos y esperanzas.
108. Es un momento propicio para coordinar la acción catequética de la
parroquia, con la acción formativa de la escuela y con la participación de
los padres. Esta etapa necesita, urgentemente, un proyecto educativo
cristiano. La Iglesia, madre y maestra, con especial cuidado por estos hijos
suyos, se dispone a trabajar en dicho proyecto.
2. La urgencia del testimonio cristiano de los padres, catequistas,
profesores y alumnos
109. El testimonio de los padres conlleva que cada hogar se convierta en
espacio de escucha comunitaria de la Palabra de Dios, de la oración en
familia, del testimonio de amor mutuo y de la práctica sacramental de los
padres. La oración es uno de los rasgos que definen e identifican a toda
comunidad cristiana y, por tanto, a la familia, «iglesia doméstica».
Maestros y testigos
110. En el despertar religioso, la iniciación en la oración es un sencillo y
amoroso diálogo con Dios, es ponerse ante Él, presente entre nosotros, con
quien es posible dialogar. Orar con los hijos es tratar con Dios y
comunicarle nuestros problemas, necesidades, alegrías y esperanzas. Así
concreta Benedicto XVI esta acción educativa de los padres: «Con el don de
la vida los padres reciben todo un patrimonio de experiencia. A este
respecto, los padres tienen el derecho y el deber inalienable de trasmitirlo
a los hijos: educarlos en el descubrimiento de su identidad, iniciarlos en
la vida social, en el ejercicio responsable de su libertad moral y de su
capacidad de amar a través de la experiencia de ser amados y, sobre todo, en
el encuentro con Dios»[94].
111. El testimonio cristiano de padres, profesores y catequistas redunda en
los niños, adolescentes y jóvenes, y es un referente para ellos; dicho
testimonio es motivado por aprendizaje, pues lo que trasmiten es la fe de la
Iglesia, que ellos, a su vez, han recibido y, en su nombre, la transmiten
con autoridad y ejemplaridad. Al dar razón de su fe (1 Pe 3, 15), testifican
su propia identidad y les ayudan a descubrir la plenitud del ser humano
realizada en Jesucristo, el Hombre nuevo[95]. Él es la clave para comprender
el misterio del hombre, Él es quien da sentido a toda vida y toda realidad.
3. Medios y servicios mutuos
112. La propuesta de educación cristiana que hacemos es un medio de
evangelización que necesita de la acogida y del servicio especialmente de la
parroquia, de sus sacerdotes y de los catequistas. La parroquia crea
comunidad y sirve a la comunidad de personas que profesan la fe. La
parroquia alimenta y sustenta el testimonio de catequistas, padres,
profesores cristianos y alumnos a través de la catequesis y de los
sacramentos, fundamentalmente la Eucaristía. La acción educativa de la fe en
la escuela y en la familia sería ineficaz si los padres y profesores, junto
con los catequistas, no dieran testimonio de comunión y de una comunidad que
ora, celebra y ama. La parroquia debe asumir, una vez más, la
responsabilidad de ser el motor de esta coordinación deseada.
En la parroquia
113. En este sentido, escuela y familia esperan de la catequesis parroquial
la iniciación en la fe, en la vida litúrgica, en la oración personal y
comunitaria, la integración en las celebraciones de la comunidad, la
manifestación y testimonio de la unión de todos en la misma fe, en el mismo
amor y en la acción caritativa y social, en el esfuerzo por servir, mantener
y realizar una verdadera comunidad eclesial con Jesucristo como centro. La
formación cristiana no tendrá continuidad si no va acompañada de la práctica
religiosa. No pueden arraigarse la enseñanza y la catequesis que se presenta
a niños y adolescentes si no se encuentran regularmente con Cristo, que
transforma desde el interior su ser y su actuar.
En la familia
114. La familia, además de la educación en virtudes y valores por la palabra
y el ejemplo de los padres, puede contrastar, evaluar y corregir el
desarrollo de los mismos en sus hijos, y su aplicación en casos y
circunstancias concretas. La educación en este ámbito se orienta, en muchas
ocasiones y por la demanda de las circunstancias vitales del entorno
familiar, a la adquisición de virtudes y valores evangélicos. Los padres
deben ser informados de aquellos contenidos y métodos a través de los cuales
los hijos puedan conocer, asumir y ponerlos en práctica. Así, por ejemplo,
la dimensión afectivo-sexual deberá estar presente en el proceso educativo
de la fe; por ello, «la delegación diocesana de Pastoral Familiar tendrá la
responsabilidad de revisar los materiales que se utilicen y de ayudar,
mediante expertos, a la adaptación pedagógica y la capacitación de los
catequistas, y demás agentes, que enseñen estos temas»[96]. La familia
necesita de ayuda ante las influencias negativas que determinan el
crecimiento armónico de sus hijos hacia el bien, la verdad y la auténtica
libertad. A su vez, la escuela y la parroquia esperan de la familia que sea
un espacio donde se respiran valores cristianos. La familia está llamada a
ser hogar, escuela y taller de fe[97].
En la escuela
115. Los profesores cristianos y de religión católica necesitan también de
la parroquia que les acoja como creyentes, pues, en ella, alimentan su fe y
la celebran y, desde ella, la testimonian. El profesor de religión, por su
parte, que enseña y anuncia la fe en nombre de la Iglesia, necesita el apoyo
de la comunidad parroquial. Además, una de las garantías que un profesor
puede presentar ante el obispo diocesano, junto a su necesaria preparación
teológica y aptitud pedagógica, al ofrecerse como profesor de religión, es
su vinculación y servicio a la comunidad cristiana de referencia.
En comunión para la misión
116. Los catequistas, profesores y padres, interrelacionados, han de ofrecer
un testimonio coherente y concorde con los valores que la enseñanza
religiosa propone y fundamenta, así como han de valorarse positivamente en
aquello que cada uno realiza según su función. Es necesario crear modos,
espacios y tiempos para el encuentro y celebración de la fe entre los
integrantes de la comunidad educativa. La parroquia ha de cuidar, en el
marco de una pastoral de conjunto, esta dimensión y facilitar a todos su
participación.
117. Para la realización de este proyecto no podemos olvidar las escuelas de
padres. Es conveniente y necesario crearlas o potenciarlas, bien desde las
propias familias, desde los centros de enseñanza o desde las mismas
parroquias. Estas escuelas son imprescindibles para llevar a cabo los
objetivos que hemos enunciado. Revisando la experiencia habida en cada
diócesis, la escuela católica y los profesores de religión pueden prestar
una encomiable ayuda en este servicio.
Conclusión
118. Invitamos a todas las instituciones implicadas a colaborar en este
proyecto al servicio de la transmisión de la fe. Formar a las nuevas
generaciones siempre ha sido una labor ardua, pero gratificante. En las
circunstancias actuales que nos toca vivir, podemos afirmar que es una tarea
difícil, pero apasionante. Hoy, necesitamos educadores en la fe que sean
maestros y testigos; o, mejor, testigos para ser maestros. Percibimos, en
general y con prudencia, cómo aumenta la demanda de una educación llevada
por profesionales con vocación de servicio, que den testimonio[98].
Confiamos en los católicos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos,
apasionados en la noble tarea de la educación y dispuestos a ofrecer lo
mejor de sí mismos al servicio de la formación integral de niños,
adolescentes y jóvenes, siguiendo los criterios del Evangelio y como
miembros de la Iglesia. Junto a estas reflexiones y orientaciones, os
ofrecemos también nuestro apoyo y estímulo de pastores, conscientes que más
allá de cualquier duda o dificultad, incluso ante la tentación de querer
apoyarnos en nosotros mismos, tenemos un valedor en quien hemos puesto toda
nuestra confianza: Jesucristo, el Maestro, el Señor.
119. Deseamos que esta propuesta de coordinación sea acogida con esperanza
al servicio de la comunión para la misión en el contexto de la nueva
evangelización. Desde nuestra experiencia, hemos optado por la mayor
concreción posible que haga viable la coordinación en los contenidos
fundamentales, los objetivos generales y específicos, así como las acciones
más asequibles en los correspondientes ámbitos educativos. Posee los
elementos necesarios para ser eficaz. Requiere un trabajo conjunto de todos
los agentes implicados en la educación en la fe para adecuarlo a las
circunstancias de cada diócesis, desarrollarlo y asumirlo como propio en
cada parroquia, en cada escuela y en cada familia. Es una ocasión para
fomentar, de nuevo, la educación cristiana a todos los niveles y ofrecerla
como alternativa a otras. La Conferencia Episcopal Española estudiará las
posibilidades de un proyecto educativo católico que contemple una visión
coherente, armónica y completa del hombre, con objetivos, acciones y medios
adecuados, y que sirva como marco de referencia para todas las instituciones
educativas católicas.
120. Agradecemos a todos vuestra disponibilidad, servicio y entrega en la
hermosa misión de ofrecer el Evangelio a las nuevas generaciones. Estamos
convencidos de que todo aquello que sembramos con esperanza y alegría,
expresión de nuestra vivencia y testimonio cristianos, dará su fruto allí,
donde, como y cuando el Espíritu Santo quiera.
En palabras del beato Juan Pablo II, somos conscientes de que «está en juego
el futuro de la transmisión de la fe y su realización»[99]. Ponemos este
proyecto en manos de la Virgen María, catequista de Jesús en Nazaret,
maestra de la fe, animadora de la esperanza y, sobre todo Madre, testimonio
vivo del amor de Dios. Que Ella, experta en la acción del Espíritu Santo,
nos aliente y acompañe en la realización de este proyecto, viviendo
contentos por dentro y contagiando por fuera la belleza de la fe.
Madrid, 25 de febrero de 2013
Notas
[1] Secretariado Nacional de Catequesis, Por una formación religiosa para
nuestro tiempo, en Jornadas Nacionales de España (Madrid 1966); Id., La
educación en la fe del pueblo cristiano en España, hoy, en XVII Asamblea
Plenaria del Episcopado Español (Madrid 1973); Comisión Episcopal de
Enseñanza y Catequesis, Orientaciones astorales sobre la Enseñanza Religiosa
Escolar (Madrid 1979); Id., El religioso educador. Identidad y misión hoy en
la Iglesia (Madrid 1982); Id., La catequesis de la comunidad (Madrid 1983);
Id, El sacerdote y la educación (Madrid 1987); Conferencia Episcopal
Española, La Iniciación Cristiana. Reflexiones y Orientaciones (Madrid
1999); Id., La Familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad.
Instrucción pastoral (Madrid 2001).
[2] Benedicto XVI, Discurso a la Asamblea General de la Conferencia
Episcopal Italiana (29.5.2008).
[3] Benedicto XVI, carta apostólica Porta fidei, n. 10.
[4] Benedicto XVI, Porta fidei, n. 10.
[5] Cf. Ratzinger, J., Convocados en el camino de la fe (Salamanca 2002),
pp. 301-302.
[6] Benedicto XVI, visita pastoral a Brescia, Discurso en el auditorio
Vitorio Montini (8.11.2009).
[7] Juan Pablo II, Discurso inaugural del Sínodo de Obispos (1980).
[8] Benedicto XVI, Verbum Domini (Roma 2010), n. 109.
[9] Cf. concilio Vaticano II, constitución dogmática Lumen gentium, nn.
25-27.
[10] Congregración para los Obispos, Directorio para el ministerio pastoral
de los obispos Apostolorum succesores (Roma 2004), nn. 123-134.
[11] Pío XII, carta encíclica Mystici Corporis, cap. 3.º.
[12] Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes divinitus, n. 5.
[13] Congregración para el Clero, Directorio General para la catequesis, n.
44.
[14] Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 32.
[15] Congregración para la Educación Católica, La Escuela Católica en los
umbrales del Tercer Milenio (Roma 2002), n. 10.
[16] CIC, c. 806.
[17] Juan Pablo II, carta apostólica Novo millennio ineunte, n. 43.
[18] Conferencia Episcopal Española, La Iniciación cristiana. Reflexiones y
orientaciones (Madrid 1998).
[19] Benedicto XVI, Discurso a la Conferencia Episcopal Italiana
(28.5.2009).
[20] Juan Pablo II, carta encíclica Redemptor hominis, n. 14.
[21] Benedicto XVI, Homilía en las primeras vísperas de la fiesta de Santa
María, Madre de Dios (31.1.2008).
[22] Congregración para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n.
16.
[23] Congregración para el Clero, ibíd., n. 66.
[24] Cf. Conferencia Episcopal Española, Directorio de la pastoral familiar
de la Iglesia en España, (Madrid) n. 60.
[25] Juan Pablo II, exhortación apostólica Familiaris consortio, n. 39.
[26] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1803.
[27] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1804.
[28] Cf. concilio Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et spes, n. 11.
[29] Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 11.
[30] Cf. Conferencia Episcopal Española, Directorio de la Pastoral Familiar
de la Iglesia en España, n. 34.
[31] Conferencia Episcopal Española, Directorio de la Pastoral Familiar de
la Iglesia en España., n. 63.
[32] Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 37.
[33] Ibíd., n. 36.
[34] Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 39.
[35] Cf. Conferencia Episcopal Española, Directorio de la Pastoral Familiar
de la Iglesia en España, nn. 89-90.
[36] Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 37.
[37] Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 39.
[38] Congregración para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n.
178.
[39] Pablo VI, exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, n. 71.
[40] Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 40.
[41] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1275.
[42] Congregración para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n.
66.
[43] Congregración para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n.
57.
[44] Ibíd., n. 64.
[45] Congregración para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n.
63.
[46] Juan Pablo II, exhortación apostólica Christifideles laici, n. 14.
[47] Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, La catequesis de la
comunidad, n. 60.
[48] Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, La catequesis de la
comunidad, n. 80.
[49] Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n.
66.
[50] Ibíd., 80.
[51] Ibíd., 68.
[52] Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n.
219.
[53] Conferencia Episcopal Española, La Iniciación Cristiana. Reflexiones y
Orientaciones (Madrid 1998). n. 33.
[54] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1231.
[55] Benedicto XVI, Discurso a la Universidad católica en Washington
(17.4.2008).
[56] Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n.
179.
[57] Cf. Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, Orientaciones
pastorales sobre la Enseñanza Religiosa Escolar (Madrid 1979).
[58] Benedicto XVI, Discurso a los docentes de religión católica
(25-IV-2009).
[59] Benedicto XVI, carta encíclica Spe salvi, n. 2.
[60] Cf. Benedicto XVI, Discurso a la Conferencia Episcopal Polaca en visita
“ad limina” (26.11.2005).
[61] Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n.
46.
[62] Juan Pablo II, carta encíclica Veritatis splendor, n. 107.
[63] Benedicto XVI, Discurso en la Universidad Gregoriana de Roma
(13.XI.2006).
[64] Benedicto XVI, Discurso a los profesores de religión en la escuela
italiana (23.4.2009).
[65] Conferencia Episcopal Española, La Iniciación Cristiana. Reflexiones y
Orientaciones (Madrid 1998). n. 37.
[66] Benedicto XVI, Discurso a la asamblea diocesana de Roma (11.6.2007).
[67] Cf. Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, Orientaciones para la
pastoral educativa escolar en las diócesis (Madrid), n. 9.
[68] Conferencia Episcopal Española, La escuela católica, oferta de la
Iglesia en España para la educación en el siglo XXI (Madrid), n. 23.
[69] Cf. Congregación para la Educación, Las personas consagradas y su
misión en la escuela (28.X.2002), n. 42.
[70] Benedicto XVI, Discurso a los obispos de la Conferencia Episcopal
Polaca en visita “ad límina” (26.XI.2005).
[71] Juan Pablo II, Discurso a los obispos de Estados Unidos en visita “ad
limina”, (28.5.2004).
[72] Benedicto XVI, Discurso a la Asamblea de Roma (11.6.2007).
[73] Benedicto XVI, Verbum Domini, n. 20.
[74] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, n. 22.
[75] Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, n.
23.
[76] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, n. 41.
[77] Cf. Benedicto XVI, Mensaje a la Jornada Mundial de la Juventud, 2011.
[78] Benedicto XVI, Verbum Domini, n. 2.
[79] Juan Pablo II, exhortación apostólica Christifideles laici, n. 1.
[80] Ibíd., n. 14.
[81] Juan Pablo II, Discurso a los obispos de Francia en visita “ad limina”
(20.2.2004), n. 4.
[82] Cf. Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, La catequesis de la
comunidad, n. 36.
[83] Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, La catequesis de la
comunidad, nn. 5-92.
[84] Conferencia Episcopal Española, Directorio de la Pastoral Familiar de
la Iglesia en España, n. 84.
[85] Juan Pablo II, exhortación apostólica Catechesi tradendae, n. 29.
[86] Cf. Pablo VI, Evangelii nuntiandi, nn. 26-29.
[87] Benedicto XVI, Visita pastoral a Brescia, Discurso en el auditorio
Vittorio Montini (8.11.2009).
[88] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 44.
[89] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 46.
[90] Ibíd., n. 207.
[91] Cf. CCE, nn. 1-49, 207, 1691, 284, 413-420, 455, 511, 666, 868, 1112,
2449.
[92] Cf. Benedicto XVI, Ángelus en la Basílica de S. Pedro (27.6.2010).
[93] Cf. Benedicto XVI, Discurso a la Asamblea Eclesial de la diócesis de
Roma (26.5.2009).
[94] Benedicto XVI, Homilía a las familias en Valencia (9.7.2006).
[95] Concilio Varicano II, Gaudium et spes, n. 22.
[96] Conferencia Episcopal Española, Directorio de la pastoral familiar de
la Iglesia en España, n. 92.
[97] Cf. Juan Pablo II, carta apostólica Novo millennio ineunte, n. 33.
[98] Cf. Benedicto XVI, Discurso en el auditorio Vittorio Montini, Brescia
(8.XI.2009).
[99] Juan Pablo II, Discurso a los obispos de Francia en visita “ad limina”
(20.II.2004), 3.