Catequesis quinta: La familia, abierta a Dios y al prójimo
La familia, formadora en los valores humanos y cristianos
(VI Encuentro Mundial de las Familias)
A. Canto de entrada
B. Oración del Padre Nuestro
C. Lectura de la Biblia: Ef 5, 25-33
D. Lectura de la Enseñanza de la Iglesia
1. El hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, para vivir y convivir con
Él. Ni el ateísmo, ni el agnosticismo, ni la indiferencia religiosa son
situaciones naturales del hombre ni pueden tampoco ser situaciones definitivas
para una sociedad. Los hombres estamos re-ligados esencialmente a Dios, como una
casa lo está respecto al arquitecto que la construyó. Las dolorosas
consecuencias de nuestros pecados pueden oscurecer este horizonte, pero, más
pronto o más tarde, añoramos la casa y el amor del Padre del Cielo. Nos ocurre
como al hijo pródigo de la parábola: no dejó de ser hijo cuando marchó de la
casa de su padre y, por eso, a pesar de todos sus extravíos, terminó sintiendo
un anhelo irresistible de volver. De hecho, todos los hombres sienten siempre la
nostalgia de Dios y tienen la misma experiencia que san Agustín, aunque no sean
capaces de expresarla con la misma fuerza y belleza que él: «Nos hiciste, Señor,
para ti, y nuestro corazón no descansará, hasta que descanse en Ti»
(Confesiones, 1,1).
2. Consciente de esta realidad, la familia cristiana sitúa a Dios en el
horizonte de la vida de sus hijos desde los primeros momentos de su existencia
consciente. Es un ambiente que ellos respiran e incorporan. Esto les ayuda a
descubrir y acoger a Dios, a Jesucristo, al Espíritu Santo y a la Iglesia. Con
plena coherencia, ya desde el primer momento de su nacimiento, los padres piden
a la Iglesia el Bautismo para ellos y les llevan con gozo a recibir las aguas
bautismales. Luego, les acompañan en la preparación a la Primera Comunión y a la
Confirmación y les inscriben en la catequesis parroquial y buscan para ellos la
escuela que mejor les eduque en la religión católica.
3. Sin embargo, la verdadera educación cristiana de los hijos no se limita a
incluir a Dios entre las cosas importantes de su vida, sino que sitúa a Dios en
el centro de esa vida, de modo que todas demás actividades y realidades: la
inteligencia, el sentimiento, la libertad, el trabajo, el descanso, el dolor, la
enfermedad, las alegrías, los bienes materiales, la cultura, en una palabra:
todo, estén modelados y regidos por el amor a Dios. Los hijos tienen que
habituarse a pensar antes de cada acción u omisión: «¿qué quiere Dios que haga o
deje de hacer ahora?» Jesucristo confirmó la fe y convicción de los fieles de la
Antigua Alianza, sobre el que consideraban como «el gran mandamiento», cuando
respondió al doctor de la Ley que «el primer mandamiento es éste: amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas» (cf.
Mc 12,28; Lc 10,25; Mt 22,36s).
4. Esta educación en la centralidad del amor a Dios la realizan los padres,
sobre todo, a través de las realidades de la vida diaria: rezando en familia en
las comidas, fomentando en los hijos la gratitud a Dios por los dones recibidos,
acudiendo a Él en los momentos de dolor en cualquiera de sus formas,
participando en la misa dominical con ellos, acompañándoles a recibir el
sacramento de la Reconciliación, etc.
5. La pregunta del doctor de Ley sólo incluía «cuál es el primer mandamiento».
Pero Jesús, al responderle, añadió: el segundo es semejante a éste: «amarás al
prójimo como a ti mismo». El amor, pues, al prójimo es «su mandamiento» y «el
distintivo» de sus discípulos. Como concluía san Juan con fina sicología: «Si no
amamos al prójimo a quien vemos ¿cómo vamos a amar a Dios a quien no vemos?» (1
Jn 4,20).
6. Los padres han de ayudar a sus hijos a descubrir al prójimo, especialmente al
necesitado, y a realizar pequeños pero constantes servicios: compartir con sus
hermanos los juguetes y regalos, ayudar a los que son más pequeños, dar limosna
al pobre de la calle, visitar a los familiares enfermos, acompañar a los abuelos
y prestarles pequeños servicios, aceptar a las personas haciéndoles pasar por
alto y perdonar las pequeñas limitaciones y ofensas de cada día, etc. Estas
cosas, repetidas una y otra vez, configuran la mentalidad y crean hábitos
buenos, para afrontar la vida del « prejuicio» mediante el amor a los demás, y
hacerles así capaces de crear una sociedad nueva.
E. Reflexión del que dirige
F. Diálogo
G. Compromisos
H. Oración comunitaria
I. Oración por la familia
J. Canto final