El Papa Francisco en Irlanda: La Familia Iglesia Doméstica
En la tarde del sábado, el Papa Francisco continuó con su visita a Irlanda
con motivo del Encuentro Mundial de las Familias que se celebra en Dublín y
que concluirá el domingo con la Misa presidida por él.
La Procatedral de Santa María fue otro de los lugares a los que acudió
Francisco, en esta ocasión para rezar ante los restos mortales del venerable
Matt Talbot, un obrero y laico católico muy querido en el país que murió en
1925.
A su llegada, el Pontífice recibió de manos de un matrimonio joven un ramo
de flores que poco después colocó en el altar de la capilla, donde desde
febrero de 2011 hay una vela encendida en memoria de las víctimas de los
abusos.
Después, un matrimonio de ancianos que acaba de celebrar sus 50 años de
casados ofreció su testimonio, y otros dos matrimonios jóvenes le hicieron
unas preguntas.
A continuación, el saludo del Papa Francisco:
Queridos amigos:
Me alegro de poder encontraros en esta histórica pro-catedral de Santa
María, que durante estos años ha visto innumerables celebraciones del
sacramento del matrimonio. Cuánto amor se ha manifestado, cuántas gracias se
han recibido en este sagrado lugar. Agradezco al arzobispo Martin su cordial
bienvenida. Estoy particularmente contento de estar con vosotros, parejas de
novios y esposos que os encontráis en distintas fases del itinerario del
amor sacramental.
De modo especial, agradezco el testimonio de Vincent y Teresa, que nos han
hablado de su experiencia de 50 años de matrimonio y de vida familiar.
Gracias por las palabras de ánimo como también por los desafíos que habéis
expuesto a las nuevas generaciones de recién casados y de novios, no solo de
aquí, en Irlanda, sino del mundo entero. Es muy importante escuchar a los
ancianos, a los abuelos. Tenemos mucho que aprender de vuestra experiencia
de vida matrimonial sostenida cada día por la gracia del sacramento.
Creciendo juntos en esta comunidad de vida y de amor, habéis experimentado
muchas alegrías y, ciertamente, también muchos sufrimientos. Junto con todos
los matrimonios que han recorrido un largo trecho en este camino, sois los
guardianes de nuestra memoria colectiva. Tenemos siempre necesidad de
vuestro testimonio lleno de fe. Es un recurso maravilloso para las jóvenes
parejas, que miran al futuro con emoción y esperanza… y puede que con un
poquito de inquietud.
¿Habéis discutido mucho? Es parte del matrimonio, el matrimonio donde no se
discute es un poco aburrido. Pueden hasta volar los platos, pero el secreto
es hacer las paces antes de que termine el día. Y para hacer las paces no es
necesario un discurso, basta una caricia y las paces se hace. Si no se hace
las paces antes de ir a la cama, la guerra fría del día siguiente es
demasiado peligrosa y empieza el rencor.
Agradezco también a las parejas jóvenes que me han dirigido algunas
preguntas con franqueza. No es fácil responder a estas preguntas. Denis y
Sinead están a punto de embarcarse en un viaje de amor que según el proyecto
de Dios lleva consigo un compromiso para toda la vida. Han preguntado cómo
pueden ayudar a otros a comprender que el matrimonio no es simplemente una
institución sino una vocación, una decisión consciente y para toda la vida,
a cuidarse, ayudarse y protegerse mutuamente.
Ciertamente debemos reconocer que hoy no estamos acostumbrados a algo que
dure realmente toda la vida. Si siento que tengo hambre o sed, puedo
nutrirme, pero mi sensación de estar saciado no dura ni siquiera un día. Si
tengo un trabajo, sé que podría perderlo aun contra mi voluntad o que podría
verme obligado a elegir otra carrera diferente. Es difícil incluso estar al
día en el mundo de hoy, pues todo lo que nos rodea cambia, las personas van
y vienen en nuestras vidas, las promesas se hacen, pero con frecuencia no se
cumplen o se rompen. Puede que lo que me estáis pidiendo en realidad sea
algo todavía más fundamental: “¿No hay nada verdaderamente importante que
dure? ¿Ni siquiera el amor?”. Sabemos lo fácil que es hoy caer prisioneros
de la cultura de lo provisorio, de lo efímero. Esta cultura ataca las raíces
mismas de nuestros procesos de maduración, de nuestro crecimiento en la
esperanza y el amor. ¿Cómo podemos experimentar, en esta cultura de lo
efímero, lo que es verdaderamente duradero?
Vivimos en una cultura de los provisional. Parece que no hay nada duradero.
¿No hay nada precioso que pueda durar? Existe la tentación de que ese “de
toda la vida” se transforme en un “mientras dure el amor”. Si el amor no se
hace crecer con el amor, dura poco. En el amor no existe lo provisional. Eso
se llama “encantamiento”, pero el amor es definitivo. Es un “yo” y “tú”. Es
como decir la “media naranja”. El amor es así: Todo por toda la vida.
Lo que quisiera deciros es esto. Entre todas las formas de la fecundidad
humana, el matrimonio es único. Es un amor que da origen a una vida nueva.
Implica la responsabilidad mutua en la trasmisión del don divino de la vida
y ofrece un ambiente estable en el que la vida nueva puede crecer y
florecer. El matrimonio en la Iglesia, es decir el sacramento del
matrimonio, participa de modo especial en el misterio del amor eterno de
Dios. Cuando un hombre y una mujer cristianos se unen en el vínculo del
matrimonio, la gracia del Señor los habilita a prometerse libremente el uno
al otro un amor exclusivo y duradero. De ese modo su unión se convierte en
signo sacramental de la nueva y eterna alianza entre el Señor y su esposa,
la Iglesia. Jesús está siempre presente en medio de ellos. Los sostiene en
el curso de la vida, en su recíproca entrega, en la fidelidad y en la unidad
indisoluble (cf. Gaudium et spes, 48). Su amor es una roca y un refugio en
los tiempos de prueba, pero sobre todo es una fuente de crecimiento
constante en un amor puro y para siempre. Apostad por ello para toda la
vida. Arriesgad, porque el matrimonio es un riesgo que vale la pena, para
toda la vida. Porque el amor es así.
Sabemos que el amor es lo que Dios sueña para nosotros y para toda la
familia humana. Por favor, no lo olvidéis nunca. Dios tiene un sueño para
nosotros y nos pide que lo hagamos nuestro. No tengáis miedo de ese sueño.
Soñad en grande. Custodiadlo como un tesoro y soñadlo juntos cada día de
nuevo. Así, seréis capaces de sosteneros mutuamente con esperanza, con
fuerza, y con el perdón en los momentos en los que el camino se hace arduo y
resulta difícil recorrerlo. En la Biblia, Dios se compromete a permanecer
fiel a su alianza, aun cuando lo entristecemos y nuestro amor se debilita.
Él nos dice, escuchad bien: «Nunca te dejaré ni te abandonaré» (Hb 13,5).
Como marido y mujer, ungiros mutuamente con estas palabras de promesa, cada
día por el resto de vuestras vidas. Y no dejéis nunca de soñar. Siempre
repetid en el corazón: ‘no te dejaré, no te abandonaré’.
Stephen y Jordan están recién casados y han preguntado algo muy importante:
cómo pueden los padres trasmitir la fe a los hijos. Sé que aquí en Irlanda
la Iglesia ha preparado cuidadosamente programas de catequesis para educar
en la fe dentro de las escuelas y de las parroquias. Pero el primer y más
importante lugar para trasmitir la fe es el hogar, se aprende a creer en
cada. A través del sereno y cotidiano ejemplo de los padres que aman al
Señor y confían en su palabra. Ahí, en la casa, que podemos llamar «iglesia
doméstica», los hijos aprenden el significado de la fidelidad, de la
honestidad y del sacrificio. Ven cómo mamá y papá se comportan entre ellos,
cómo se cuidan el uno al otro y a los demás, cómo aman a Dios y a la
Iglesia. Así los hijos pueden respirar el aire fresco del Evangelio y
aprender a comprender, juzgar y actuar en modo coherente con la fe que han
heredado. La fe, hermanos y hermanas, se trasmite alrededor de la mesa
doméstica, en la conversación ordinaria, a través del lenguaje que solo el
amor perseverante sabe hablar. No olvidáis nunca que la fe se transmite en
dialecto, dialecto de la casa, dialecto de la vida del hogar, de la vida en
familia. Pensad en los siete hermanos de los macabeos como la madre le
hablaba en dialecto, es decir, en lo que desde pequeños habían aprendido de
dios. Es difícil aprender la fe, se puede, pero es difícil si no ha sido
recibida en esa lengua materna, en casa, en dialecto.
Estoy tentado de hablar de una experiencia mía, de niño. Si es útil la
cuento. Recuerdo una vez, tendría cinco años, entré a casa, y allí en el
comedor papá llegaba del trabajo y en ese momento delante de mí he visto a
papá y a mamá besándose. No lo olvido nunca. Hermoso. Cansado del trabajo,
pero tuvo la fuerza de expresar el amor a su mujer. Que vuestros hijos os
vean así acariciándoos, besándoos, porque así aprenden el dialecto del amor,
la fe en este dialecto del amor.
Por tanto, rezad juntos en familia, hablad de cosas buenas y santas, dejad
que María nuestra Madre entre en vuestra vida familiar. Celebrad las fiestas
cristianas. Vivid en profunda solidaridad con cuantos sufren y están al
margen de la sociedad. Otra anécdota. Conocí a una hija que tenía tres
hijos. Era un buen matrimonio. Tenían mucha fe. Enseñaban a sus hijos a
ayudar a los pobres porque les ayudaban mucho. Una vez la madre estaba
almorzando con los hijos. Llaman a la puerta y el más grande va y abre la
puerta y dice que es un pobre que pedía comida. Almorzaban una bisteca a la
milanesa empanada, son buenísimos. La madre cogió un cuchillo y comenzó a
cortar la mitad de cada uno de los hijos. Dijo. A los pobres hay que darle
de lo de cada uno, no de lo que sobra. Así les enseñó a dar de lo suyo a los
pobres. Esto se puede enseñar en casa cuando hay este amor, este dialecto,
cuando se habla de la fe.
Cuando hacéis esto junto con vuestros hijos, sus corazones poco a poco se
llenan de amor generoso por los demás. Puede parecer obvio, pero a veces se
nos olvida. Vuestros hijos aprenderán a compartir los bienes de la tierra
con los demás, si ven que sus padres se preocupan de quien es más pobre o
menos afortunado que ellos. En fin, vuestros hijos aprenderán de vosotros el
modo de vivir cristiano; vosotros seréis sus primeros maestros en la fe.
Las virtudes y las verdades que el Señor nos enseña no siempre son estimadas
por el mundo de hoy, que tiene poca consideración por los débiles, los
vulnerables y todos aquellos que considera “improductivos”. El mundo nos
dice que seamos fuertes e independientes; que no nos importen los que están
solos o tristes, rechazados o enfermos, los no nacidos o los moribundos.
Dentro de poco iré privadamente a encontrarme con algunas familias que
afrontan desafíos serios y dificultades reales, pero los padres capuchinos
les dan amor y ayuda. Nuestro mundo tiene necesidad de una revolución de
amor. La atmósfera que vivimos es sobre todo de egoísmo, de intereses
personales. Que esta revolución comience desde vosotros y desde vuestras
familias.
Hace algunos meses alguien me dijo que estamos perdiendo nuestra capacidad
de amar. Estamos olvidando de forma lenta pero inexorablemente el lenguaje
directo de una caricia, la fuerza de la ternura. Parece que la palabra
“ternura” ha sido eliminada del diccionario. No habrá una revolución de amor
sin una revolución de la ternura. Que, con vuestro ejemplo, vuestros hijos
puedan ser guiados para que se conviertan en una generación más solícita,
amable y rica de fe, para la renovación de la Iglesia y de toda la sociedad
irlandesa.
Así vuestro amor, que es un don de Dios, ahondará todavía más sus raíces.
Ninguna familia puede crecer si olvida sus propias raíces. Los niños no
crecen en el amor si no aprenden a hablar con sus abuelos. Por tanto, dejad
que vuestro amor eche raíces profundas. No olvidemos que «lo que el árbol
tiene de florido/ vive de lo que tiene sepultado» (F. L. BERNÁRDEZ, soneto
Si para recobrar lo recobrado).
Que, junto con el Papa, todas las familias de la Iglesia, representadas esta
tarde por parejas ancianas y jóvenes, puedan agradecer a Dios el don de la
fe y la gracia del matrimonio cristiano. Por nuestra parte, nos
comprometemos con el Señor a trabajar por la venida de su reino de santidad,
justicia y paz, con la fidelidad a las promesas que hemos hecho y con la
constancia en el amor. A todos vosotros, a vuestras familias y a vuestros
seres queridos os imparto mi bendición. Gracias por este encuentro. Ahora
les invito a rezar juntos la Oración por el Encuentro de las familias. Les
pido que no se olviden de rezar por mí.