Papa Francisco en Irlanda: La Misión de la Familia
El Papa Francisco dirigió un especial discurso a los miles de asistentes a
la Fiesta de las Familias en el Croke Park en Dublín, Irlanda, en el marco
del Encuentro Mundial de las Familias que se realiza hasta el domingo 26 de
agosto.
A continuación el texto completo de su intervención:
Hermanos y hermanas, ¡buenas tardes!
Gracias por vuestra cálida bienvenida. Qué bello es estar aquí. Es hermoso
celebrar, porque nos hace más humanos y más cristianos. También nos ayuda a
compartir la alegría de saber que Jesús nos ama, nos acompaña en el camino
de la vida y nos atrae cada día más a él.
En cualquier celebración familiar se siente la presencia de todos: padres,
madres, abuelos, nietos, tíos, tías, primos, de quien no pudo venir, y de
quien vive demasiado lejos. Hoy en Dublín nos reunimos para una celebración
familiar de acción de gracias a Dios por lo que somos: una sola familia en
Cristo, extendida por toda la tierra. La Iglesia es la familia de los hijos
de Dios. Una familia en la que nos alegramos con los que están alegres y
lloramos con los que sufren o se sienten abatidos por la vida. Una familia
en la que cuidamos de cada uno, porque Dios nuestro Padre nos ha hecho a
todos hijos suyos en el bautismo. Por eso sigo alentando a los padres a que
bauticen a sus hijos lo antes posible, para que puedan formar parte de la
gran familia de Dios. Es necesario invitar a todos a la fiesta. También al
niño pequeño. Por eso se bautiza rápido. Si el niño es bautizado de niño
entra en su corazón el Espíritu Santo. Hagamos una comparación: un niño sin
bautismo, los padres dicen no cuando sea grande. Y un niño con el bautismo,
con el Espíritu Santo en el corazón
Vosotras, queridas familias, sois la gran mayoría del Pueblo de Dios. ¿Qué
aspecto tendría la Iglesia sin vosotras? Una iglesia de estatuas. Escribí la
Exhortación Amoris laetitia sobre la alegría del amor para ayudarnos a
reconocer la belleza y la importancia de la familia, con sus luces y sus
sombras, y he querido que el tema de este Encuentro Mundial de las Familias
fuera «El Evangelio de la familia, alegría para el mundo». Dios quiere que
cada familia sea un faro que irradie la alegría de su amor en el mundo. ¿Qué
significa esto? Significa que una familia sea un faro que irradia la
alegría.
Significa que, después de haber encontrado el amor de Dios que salva,
intentemos, con palabras o sin ellas, manifestarlo a través de pequeños
gestos de bondad en la rutina cotidiana y en los momentos más sencillos del
día.
¿Y esto cómo se llama? Esto se llama santidad. Me gusta hablar de los santos
«de la puerta de al lado», de todas esas personas comunes que reflejan la
presencia de Dios en la vida y en la historia del mundo (cf. Exhort. ap.
Gaudete et exsultate, 6-7). La vocación al amor y a la santidad no es algo
reservado a unos pocos privilegiados. No. Incluso ahora, si tenemos ojos
para ver, podemos vislumbrarla a nuestro alrededor. Está silenciosamente
presente en los corazones de todas aquellas familias que ofrecen amor,
perdón y misericordia cuando ven que es necesario, y lo hacen en silencio,
sin tocar la trompeta. El Evangelio de la familia es verdaderamente alegría
para el mundo, ya que allí, en nuestras familias, Jesús siempre puede ser
encontrado; él vive allí, en simplicidad y pobreza, como lo hizo en la casa
de la Sagrada Familia de Nazaret.
El matrimonio cristiano y la vida familiar manifiestan toda su belleza y
atractivo si están anclados en el amor de Dios, que nos creó a su imagen,
para que podamos darle gloria como iconos de su amor y de su santidad en el
mundo. Padres y madres, abuelos y abuelas, hijos y nietos: todos llamados a
encontrar la plenitud del amor en la familia. La gracia de Dios nos ayuda
todos los días a vivir con un solo corazón y una sola alma. ¡También las
suegras y las nueras! Nadie dice que sea fácil. Ustedes lo saben mejor que
yo. Es como preparar un té: es fácil hervir el agua, pero una buena taza de
té requiere tiempo y paciencia; hay que dejarlo reposar. Así, día tras día,
Jesús nos envuelve con su amor, asegurándose de que penetre todo nuestro
ser. Del tesoro de su sagrado Corazón, derrama sobre nosotros la gracia que
necesitamos para sanar nuestras enfermedades y abrir nuestra mente y corazón
para escucharnos, entendernos y perdonarnos mutuamente.
Acabamos de escuchar el testimonio de Felicité, Isaac y Ghislain, que vienen
de Burkina Faso. Nos han contado una conmovedora historia de perdón en
familia. El poeta decía que «errar es humano, perdonar es divino». Y es
verdad: el perdón es un regalo especial de Dios que cura nuestras heridas y
nos acerca a los demás y a él. Gestos pequeños y sencillos de perdón,
renovados cada día, son la base sobre la que se construye una sólida vida
familiar cristiana. Nos obligan a superar el orgullo, el desapego y la
vergüenza, y a hacer las paces. Muchas veces nos molestamos y queremos hacer
las paces pero no sabemos cómo hacerlo. No es difícil, es fácil, da una
caricia y ya está la paz. Es cierto, me gusta decir que en las familias
necesitamos aprender tres palabras: “perdón”, “por favor” y “gracias”. ¿Cómo
son las tres palabras? Todos digamos las tres palabras. No escucho (las
personas repiten “perdón, por favor, gracias”). Muchas gracias. Cuando
discutas en casa, asegúrate de pedir disculpas y decir que lo sientes antes
de irte a la cama. Antes de que termine el día hagan las paces. ¿Saben por
qué se debe hacer las paces antes de terminar el día? Porque si no se hace
la paz la guerra fría del día siguiente es muy peligrosa. Estén atentos a la
guerra fría. Incluso si tienes la tentación de irte a dormir a otra
habitación, solo y aislado, simplemente llama a la puerta y di: “Por favor,
¿puedo pasar?”. Lo que se necesita es una mirada, un beso, una palabra
afectuosa... y todo vuelve a ser como antes. Digo esto porque, cuando las
familias lo hacen, sobreviven. No hay familia perfecta. Sin el hábito de
perdonar, la familia se enferma y se desmorona gradualmente.
Perdonar significa dar algo de sí mismo. Jesús nos perdona siempre. Con la
fuerza de su perdón, también nosotros podemos perdonar a los demás, si
realmente lo queremos. ¿No es lo que pedimos cuando rezamos el Padrenuestro?
Los niños aprenden a perdonar cuando ven que sus padres se perdonan
recíprocamente. Si entendemos esto, podemos apreciar la grandeza de la
enseñanza de Jesús sobre la fidelidad en el matrimonio. En lugar de ser una
fría obligación legal, es sobre todo una poderosa promesa de la fidelidad de
Dios mismo a su palabra y a su gracia sin límites. Cristo murió por nosotros
para que nosotros, a su vez, podamos perdonarnos y reconciliarnos unos con
otros. De esta manera, como personas y como familias, empezamos a comprender
la verdad de las palabras de san Pablo: mientras todo pasa, «el amor no pasa
nunca» (1 Co 13,8).
Gracias, Nisha y Ted, por vuestro testimonio de la India, donde estáis
enseñando a vuestros hijos a ser una verdadera familia. Nos habéis ayudado
también a comprender que las redes sociales no son necesariamente un
problema para las familias, sino que pueden ayudar a construir una «red» de
amistades, solidaridad y apoyo mutuo. Las familias pueden conectarse a
través de Internet y beneficiarse de ello. Las redes sociales pueden ser
beneficiosas si se usan con moderación y prudencia. Por ejemplo, vosotros,
que participáis en este Encuentro Mundial de las Familias, formáis una “red”
espiritual y de amistad, y las redes sociales os pueden ayudar a mantener
este vínculo y extenderlo a otras familias en muchas partes del mundo. Es
importante, sin embargo, que estos medios no se conviertan en una amenaza
para la verdadera red de relaciones de carne y hueso, aprisionándonos en una
realidad virtual y aislándonos de las relaciones auténticas que nos
estimulan a dar lo mejor de nosotros mismos en comunión con los demás.
Quizás la historia de Ted y Nisha puede ayudar a todas las familias a que se
pregunten sobre la necesidad de reducir el tiempo que se dedica a estos
medios tecnológicos, y de pasar más tiempo de calidad entre ellos y con
Dios. Cuando las redes sociales entran en órbita, cuando en la mesa en vez
de hablar en familia, cada uno está con el teléfono y se conecta afuera,
está en órbita; esto es peligroso, porque te saca de lo concreto de la
familia y te lleva a una vida gaseosa, abstracta, sin consistencia. Estén
atentos a esto. Recuerden la historia de Ted y Nisha que nos enseñan a usar
bien las redes sociales.
Hemos escuchado de Enass y Sarmaad cómo el amor y la fe en la familia pueden
ser fuentes de fortaleza y paz incluso en medio de la violencia y la
destrucción causada por la guerra y la persecución. Su historia nos lleva a
las trágicas situaciones que muchas familias sufren a diario, obligadas a
abandonar sus hogares en busca de seguridad y paz. Pero Enass y Sarmaad
también nos han mostrado cómo, a partir de la familia y gracias a la
solidaridad manifestada por muchas otras familias, la vida se puede
reconstruir y renace la esperanza. Hemos visto este apoyo en el vídeo de
Rammy y su hermano Meelad, en el que Rammy ha manifestado profunda gratitud
por el ánimo y por la ayuda que su familia ha recibido de muchas otras
familias cristianas de todo el mundo, que han hecho posible de regresar a
sus pueblos. En toda sociedad, las familias generan paz, porque enseñan el
amor, la aceptación y el perdón, que son los mejores antídotos contra el
odio, los prejuicios y la venganza que envenenan la vida de las personas y
las comunidades.
Como enseñaba un buen sacerdote irlandés, «la familia que reza unida
permanece unida» e irradia paz. Una familia así puede ser un apoyo especial
para otras familias que no viven en paz. Después de la muerte del padre
Ganni, Enass, Sarmaad y sus familias prefirieron el perdón y la
reconciliación en lugar del odio y el resentimiento. Vieron, a la luz de la
Cruz, que el mal solo se puede vencer con el bien, y que el odio solo puede
superarse con el perdón. De manera casi increíble, han podido encontrar la
paz en el amor de Cristo, un amor que hace nuevas todas las cosas. Esta
noche comparten con nosotros esta paz. Han rezado, la oración. Rezar juntos.
Y mientras escuchaba el coro, he visto allí a una madre que enseñaba al niño
a hacer la señal de la cruz. Les pregunto. le enseñan a los niños a hacer la
señal de la cruz, sí o no’ o enseñan a hacer una cosa así que no se entiende
qué es. Es muy importante que los niños desde pequeños aprendan a hacer bien
la señal de la cruz. Es el primer credo que aprenden: creo en el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo. Esta noche antes de irse a dormir, pregúntense, si
le enseñan bien a sus hijos a hacer la señal de la cruz.
El amor de Cristo, que renueva todo, es lo que hace posible el matrimonio y
un amor conyugal caracterizado por la fidelidad, la indisolubilidad, la
unidad y la apertura a la vida. Esto es lo que quería resaltar en el cuarto
capítulo de Amoris laetitia. Hemos visto este amor en Mary y Damián, y en su
familia con diez hijos. Les pregunto: ¿les hacen enojar los hijos? La vida
es así. Pero es bello tener diez hijos. Gracias. ¡Gracias por vuestras
palabras y por vuestro testimonio de amor y fe! Vosotros habéis
experimentado la capacidad del amor de Dios que ha transformado
completamente vuestra vida y que os bendice con la alegría de una hermosa
familia. Nos habéis indicado que la clave de vuestra vida familiar es la
sinceridad. Entendemos por vuestro testimonio lo importante que es continuar
yendo a esa fuente de la verdad y del amor que puede transformar nuestra
vida: Jesús, que inauguró su ministerio público en una fiesta de bodas.
Allí, en Caná, cambió el agua en un vino nuevo y exquisito que permitió
continuar magníficamente con la alegre celebración. Han pensado ¿qué cosa
habría sucedido si Jesús no hacía eso? Han pensado ¿cuán feo es terminar una
fiesta de bodas solo con agua? Es malo. La Virgen comprendió esto y le dijo
al Hijo: No tienen vino. Y Jesús ha entendido que la fiesta terminaría mal
solo con agua.
Lo mismo sucede con el amor conyugal. El vino nuevo comienza a fermentar
durante el tiempo del noviazgo, necesario aunque transitorio, y madura a lo
largo de la vida matrimonial en una entrega mutua, que hace a los esposos
capaces de convertirse, aún siendo dos, en «una sola carne». Y a su vez, de
abrir sus corazones al que necesita amor, especialmente al que está solo,
abandonado, débil y, en cuanto vulnerable, frecuentemente marginado por la
cultura del descarte. Esta cultura que vivimos hoy que descarta todo.
Descarta todo lo que no sirve. Descarta a los niños porque molestan, a los
viejos porque no sirven. Solo el amor nos salva de esta cultura del
descarte.
Las familias están llamadas a continuar creciendo y avanzando en todos los
sitios, aun en medio de dificultades y limitaciones, tal como lo han hecho
las generaciones pasadas. Todos formamos parte de una gran cadena de
familias, que viene desde el inicio de los tiempos. Nuestras familias son
tesoros vivos de memoria, con los hijos que a su vez se convierten en padres
y luego en abuelos. De ellos recibimos la identidad, los valores y la fe. Lo
hemos visto en Aldo y Marisa, casados desde hace más de cincuenta años.
Su matrimonio es un monumento al amor y a la fidelidad. Sus nietos los
mantienen jóvenes; su casa está llena de alegría de felicidad y de bailes.
Es bello ver a esta abuela enseñar a bailar a sus nietos. Su amor recíproco
es un don de Dios, un regalo que están transmitiendo con alegría a sus hijos
y nietos.
Una sociedad, escuchen bien esto, una sociedad que no valora a los abuelos
es una sociedad sin futuro. Una Iglesia que no se preocupa por la alianza
entre generaciones terminará careciendo de lo que realmente importa, el
amor. Nuestros abuelos nos enseñan el significado del amor conyugal y
parental. Ellos mismos crecieron en una familia y experimentaron el afecto
de hijos e hijas, de hermanos y hermanas. Por eso son un tesoro de
experiencia y sabiduría para las nuevas generaciones. Es un gran error no
preguntarles a los ancianos sobre sus experiencias o pensar que hablar con
ellos sea una pérdida de tiempo. En este sentido, quisiera agradecerle a
Missy su testimonio. Ella nos ha dicho que la familia ha sido siempre una
fuente de fuerza y de solidaridad entre los nómadas. Su testimonio nos
recuerda que, en la casa de Dios, hay un lugar para todos. Nadie debe ser
excluido; nuestro amor y nuestra atención deben extenderse a todos.
Ya es tarde y estáis cansados. Yo también, pero permitidme que os diga una
última cosa. Vosotras, familias, sois la esperanza de la Iglesia y del
mundo. Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, crearon a la humanidad a su
imagen para hacerla partícipe de su amor, para que fuera una familia de
familias y gozará de esa paz que solo él puede dar. Con vuestro testimonio
del Evangelio podéis ayudar a Dios a realizar su sueño, podéis contribuir a
acercar a todos los hijos de Dios, para que crezcan en la unidad y aprendan
qué significa para el mundo entero vivir en paz como una gran familia. Por
eso, he querido daros a cada uno de vosotros una copia de Amoris laetitia,
preparada en los dos sínodos de la familia, que la escribí para que fuera
una especie de guía para vivir con alegría el evangelio de la familia. Que
nuestra Madre, Reina de la familia y de la paz, os sostenga en el camino de
la vida, del amor y de la felicidad.
Y ahora, al final de nuestra reunión, diremos la oración de este Encuentro
de las Familias.
Dios, Padre nuestro,
Somos hermanos y hermanas en Jesús, tu Hijo,
Una familia, en el Espíritu de tu amor.
Bendícenos con la alegría del amor.
Haznos pacientes y bondadosos,
Amables y generosos,
Acogedores de aquellos que tienen necesidad.
Ayúdanos a vivir tu perdón y tu paz.
Protege a todas las familias con tu cuidado amoroso,
Especialmente a aquellos por los que ahora te pedimos:
(“Pensemos especialmente en todas las queridas familias”, pidió el Papa)
Incrementa nuestra fe,
Fortalece nuestra esperanza,
Protégenos con tu amor,
Haz que seamos siempre agradecidos por el regalo de la vida que compartimos.
Te lo pedimos, por Jesucristo nuestro Señor,
Amén.
María, madre y guía, ruega por nosotros.
San José, padre y protector, ruega por nosotros.
San Joaquín y Santa Ana, rueguen por nosotros.
San Luis y Santa Celia Martin, rueguen por nosotros.
Los bendiga Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Buenas noches, duerman bien y
hasta mañana.