La Familia: Padre, Madre, Hijos y los Homosexuales
Domingo después de Navidad:
Fiesta de la Sagrada Familia
P. Cantalamessa
«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos
angustiados». En estas palabras de María vemos mencionados los tres
componentes esenciales de una familia: el padre, la madre, el hijo. No
podemos este año hablar de la familia sin tocar el problema que en estos
momentos más agita a la sociedad y preocupa a la Iglesia: los debates
parlamentarios sobre el reconocimiento de las parejas de hecho.
No se puede impedir que el Estado busque dar respuesta a situaciones nuevas
presentes en la sociedad, reconociendo algunos derechos civiles a personas
también del mismo sexo que han decidido vivir juntas sus propias vidas. Lo
que importa a la Iglesia –y debería importar a todas las personas
interesadas en el bien futuro de la sociedad- es que esto no se traduzca en
un debilitamiento de la institución familiar, ya muy amenazada en la cultura
moderna.
Se sabe que la forma más efectiva de agotar una realidad o una palabra es la
de dilatarla y banalizarla, haciendo que abrace cosas diferentes y entre sí
contradictorias. Esto ocurre si se equipara la pareja homosexual al
matrimonio entre el hombre y la mujer. El sentido mismo de la palabra
«matrimonio» -del latín, función de la madre (matris)- revela la insensatez
de tal proyecto.
No se ve, sobre todo, el motivo de esta equiparación, pudiéndose
salvaguardar los derechos civiles en cuestión también de otras maneras. No
veo por qué esto deberá sonar a un límite y ofensa a la dignidad de las
personas homosexuales, hacia quienes todos sentimos el deber de respetar y
amar, y de quienes, en algunos casos, conozco personalmente su rectitud y
sufrimiento.
Lo que estamos diciendo vale con mayor razón para el problema de la adopción
de niños por parte de parejas homosexuales. La adopción por parte de éstas
es inaceptable porque es una adopción en exclusivo beneficio de los
adoptantes, no del niño, que bien podría ser adoptado por parejas normales
de padre y madre. Hay muchas que esperan hacerlo desde hace años.
Las mujeres homosexuales también tienen, se hace observar, el instinto de la
maternidad y desean satisfacerlo adoptando a un niño; los hombres
homosexuales experimentan la necesidad de ver crecer una joven vida junto a
ellos y quieren satisfacerla adoptando a un niño. Pero ¿qué atención se
presta a las necesidades y a los sentimientos del niño en estos casos? Se
encontrará con que tiene dos madres o dos padres -en lugar de un padre y una
madre-, con todas las complicaciones psicológicas y de identidad que ello
comporta, dentro y fuera de casa. ¿Cómo vivirá el niño, en el colegio, esta
situación que le hace tan diferente de sus compañeros?
La adopción es trastornada en su significado más profundo: ya no es dar
algo, sino buscar algo. El verdadero amor, dice Pablo, «no busca el propio
interés». Es verdad que también en las adopciones normales los progenitores
adoptantes buscan, a veces, su bien: tener alguien en quien volcar su amor
recíproco, un heredero de sus esfuerzos. Pero en este caso el bien de los
adoptantes coincide con el bien del adoptado, no se opone a él. Dar en
adopción un niño a una pareja homosexual, cuando sería posible darlo a una
pareja de padres normales, no es, objetivamente hablando, hacer su bien,
sino su mal.
El pasaje del Evangelio de la festividad termina con una escena de vida
familiar que permite entrever toda la vida de Jesús desde los doce a los
treinta años: «Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su
madre iba guardando todas estas cosas en su corazón. Y Jesús iba creciendo
en sabiduría, en edad y en gracia ante Dios y los hombres». Que la Virgen
obtenga a todos los niños del mundo el don de poder, también ellos, crecer
en edad y gracia rodeados del afecto de un padre y de una madre.