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SAN BENITO Y LA VIDA FAMILIAR UNA LECTURA ORIGINAL DE LA REGLA  BENEDICTINA

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don Massimo Lapponi

de Don Massimo Lapponi
No hablemos de cosas grandes; vivámoslas S. Cipriano


A Su Santidad Benedicto XVI
con afecto filial



Indice
Prefacio de S. Em. Card. Franc Rodè

Cinco documentos preliminares

-Primer documento (carta)

-Segundo documento (carta)

-Tercer documento (cita)

-Cuarto documento (carta)

-Quinto documento (cita)

Propuestas para una vida de familia inspirada en la Regla de san Benito

1-El Trabajo

1.1. El trabajo doméstico

1.2. El trabajo profesional

1.3. El trabajo creativo (artístico y artesanal)

2- El descanso

3- Las comidas

4- El vestido

5- Las salidas

6- Los ambientes

7- Los adornos

8- Los instrumentos

9- La distribución de las habitaciones

9.1. El lugar del culto

9.2. La biblioteca

9.3. El lugar del trabajo común

9.4. La decoración artística

9.5. Los objetos y las imágenes de devoción

10. La oración

10.1. La oración en común

10.2. La oración en privado

11- La caridad

11.1. La caridad al interno de la familia y el servicio recíproco

11.2. La caridad hacia el exterior

12. El diálogo fraterno. Los tiempos y los modos de la conversación y de silencio

13. La lectura

14. El estudio

15. La música y el canto sagrado y profano

16. El esparcimiento y el arte tradicional, los medios modernos de diversión, de expresión artística, de comunicación

17. Amistad entre una familia natural y una familia monástica

Apéndice

Oración, vida, rito, educación




PRÓLOGO
DE S. EM. CARD. FRANC RODÉ


Hay obras que nunca pasan, que aún después de muchos siglos se muestran fecundas en nuevas inspiraciones para la vida humana, no exploradas por las generaciones anteriores. Entre estas obras cabe enumerar, sin duda alguna, la Regla de San Benito. Escrita hace mil quinientos años como fruto de una profundización original de la tradición monástica precedente, tanto oriental como occidental, y de la experiencia de una vida enteramente dedicada al servicio de Dios, la Regla de San Benito esconde en su aparente sencillez tesoros de profunda sabiduría humana y espiritual.

La obra de Benito estaba destinada a los monjes; podríamos pensar que el autor no tiene nada que compartir con la vida seglar y, en modo especial con la vida familiar. El autor de este librito que ahora presentamos nos demuestra todo lo contrario: viviendo en una época trágica de guerras, carestías, pestes, invasiones y corrupción civil y moral, Benito quiso enseñar a los hombres de su tiempo cómo se puede vivir juntos en la paz, en la armonía, en el respeto recíproco y en la caridad cristiana. Es por ello que los monasterios benedictinos no fueron para las generaciones futuras sólo oasis de espiritualidad, sino también modelos fecundos de civilización y de vida comunitaria. Los métodos racionalistas de la crítica histórica no podrán nunca medir el influjo enorme que el ejemplo de la vida benedictina tuvo en la vida social y en las familias de los siglos pasados.
Todo esto hoy queda fácilmente olvidado. No obstante, la experiencia actual de la disolución de la vida familiar, a la que parece no encontrarse todavía un remedio eficaz, puede hacernos descubrir bajo una nueva luz la enseñanza perenne de san Benito sobre la vida común.

El autor de este libro que, entre otras bondades, tiene el regalo de la brevedad pero dice mucho en poco espacio, nos permite palpar con nuestras manos la grandeza de la sabiduría benedictina, no solo como guía para comunidades religiosas, sino también para dar nueva vida y nueva esperanza a la comunidad familiar. No serán, efectivamente, las conferencias y las discusiones de grupo, ni siquiera las reformas legislativas, por deseables que éstas sean, las que salven la institución familiar, sino únicamente la propagación de un modelo vivo de vida en sociedad que sea la alternativa al modelo actualmente imperante. “Y yo creo poder afirmar- escribe nuestro autor- que existe un solo modelo que puede ser propuesto eficazmente a las familias: el modelo benedictino tal como brota de la Regla y de la tradición”

¿Tiene razón? Dejamos al lector la respuesta. Nosotros nos limitamos a recomendar vivamente a todas las familias, cristianas o no cristianas, la lectura de estas densas páginas, escritas con pasión no común y, por tanto, provocadoras y estimulantes.

Card. Franc Rodé
Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida
Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica

CINCO DOCUMENTOS
PRELIMINARES


Como premisa a la exposición de mis propuestas tengo el placer de traer a colación una parte de la correspondencia con algunas religiosas y con una joven pariente, así como algún otro documento. En efecto, ha sido a través de esta correspondencia y de la reflexión sobre escritos importantes hoy olvidados, como han nacido y han sido desarrolladas las ideas expuestas en este trabajo. Al tratarse de documentos escritos para ocasiones particulares y sin un plan preconcebido no ha sido posible evitar algunas repeticiones.

Primer documento (una carta)

Desde hace muchos años siento una gran pasión por los escritos de Friedrich Wilhelm Förster. Cuanto más leo algunos de ellos más me iluminan con nueva luz. Últimamente, reflexionando sobre las páginas que te envíe a su tiempo, extraídas de la obra Cristianismo y lucha de clases (1908), he creído entender como nunca antes lo había hecho dos textos clásicos de la espiritualidad cristiana: La Imitación de Cristo y la Regla de san Benito. Te parecerá extraño, pero así es. Es más, creo que Foster tiene aún hoy una altísima misión que desarrollar: el redescubrimiento para nuestros tiempos del fecundísimo valor de las tradiciones espirituales de la antigüedad. Tal vez nadie como él ha podido vislumbrar tan lúcidamente esta mutua relación. La tradición nunca debe ser negada o infravalorada: debe ser comprendida en sus auténticas motivaciones y se debe mostrar su perenne y siempre nueva fecundidad. Una modernidad privada de raíces sería peor que un tradicionalismo privado de actualización.

Vamos al asunto. ¿Cuál era el reproche que el joven Foster, aún laico, hacía a la cultura moderna? Era el de querer resolver los problemas morales, sociales y políticos con una erudición universitaria que no llegaba al alma, al corazón, al querer más profundo del ser humano: una cultura abstracta y, por tanto, muerta. Por eso, a sus ojos aparecía más sano el pueblo llano de su tiempo que las personas de la cultura. Joven laico aún, comenzó a meditar con los clásicos de la espiritualidad cristiana: desde san Agustín a Tomás de Kempis. ¿Y qué encontró en la Imitación de Cristo sino la afirmación de que la cultura universitaria a nada sirve si adolece del conocimiento humilde de sí mismo? Un título universitario no puede sustituir a la humildad del corazón, ni al fuego del alma, ni a la encarnación del espíritu en la humillación del lavatorio de los pies y de la muerte en la cruz. Así mismo la predicación no sirve tanto cuanto el sacrificio diario de cada fibra del alma, del corazón y del cuerpo. Así lo sugiere también el episodio incomparable de la perfecta alegría.

He aquí que aparece en toda su grandeza la Regla de san Benito.
Benito no instituye directamente misioneros, ni siervos de los pobres o de los enfermos: se limita a crear las condiciones concretas para que la vida humana- que normalmente sólo puede ser comunitaria- pueda desarrollarse cristianamente sin impedimentos en todos los detalles de la jornada –“para que ninguno sea molestado en la casa de Dios”- y con un continuo estímulo para mejorar. Se trata, por tanto, de establecer el modo de dormir, de comer, de trabajar, de respetar los horarios, del silencio, de la oración en común y en privado, del modo como debe ser la casa para que “que sea por sabios y sabiamente administrada”. Desde estas alturas espirituales se baja a encarnar el Evangelio en la carne de la vida diaria. De ahí, los monjes harán todas sus obras buenas (cap. IV) dentro del recinto del monasterio, esto es en la custodia de una vida constantemente dirigida a Cristo en sus acciones ordinarias y en el espíritu que éstas irradian. Los monjes no se limitaban a orar, también fundaban monasterios.

La abadesa de…..me ha pedido que hable a los oblatos, y me ha venido la inspiración de hablarles así: el oblato benedictino de hoy no debe limitarse a las devociones privadas (recitar ciertas oraciones, frecuentar las reuniones, etc.): debe tomar nota de que san Benito quiso ordenar la vida diaria de una comunidad con leyes concretas que le permitiesen ser en todo familia de Dios. El oblato benedictino debe organizar su vida familiar con este mismo espíritu. Hoy se habla mucho de la salvación de la familia.

Pero nada se hará si no pasamos de las charlas a la vida de cada día. La misión actual de los oblatos benedictinos es precisamente ésta: establecer, bajo la guía de la Regla, las normas precisas para que el hogar familiar no se convierta en una fonda de paso o en una central electrónica. ¿A qué hora levantarse? ¿Cuándo y cómo rezar todos juntos? ¿Cómo debe ser la estructura de las habitaciones? ¿Qué lugar reservar para el culto? ¿Cómo sentarse a la mesa familiar? ¿Cómo respetaremos los horarios de la familia? ¿Cómo deberían ser los turnos de trabajo en casa para que todos aprendamos a servirnos mutuamente? ¿Qué uso hacer de los modernos medios de comunicación de forma que no invadan nuestra vida y nos impidan una relación humana y natural? ¿Qué horas deben ser tiempo de silencio y de descanso? ¿Qué clase de libros pueden girar por casa? ¿Cuál es la función de la biblioteca? ¿Qué música, qué canciones debemos estimar a cantar? ¿Qué clase de vestido usaremos? ¿Qué tipo de cuadros y de arte queremos que adornen nuestra casa?……Podríamos continuar, siguiendo la Regla y el desarrollo de la tradición monástica. Los oblatos presentes, así como las monjas, quedaron fascinados por estas cosas.
¿No sería éste un empeño a continuar?

Te confío la reflexión sobre este asunto y añado un corolario final, inspirado también por la intuición principal de Foster: las buenas inspiraciones deben ser cultivadas, pero no de forma abstracta. La joven que experimenta la angustia de una familia demasiado cerrada y estricta tiene el deber de aspirar a nuevos espacios, pero debe conquistarlos ella misma demostrando con hechos concretos que sabe vivir el sentido de la familia. El espíritu de todo deseo de mejora es el amor y el amor, para irradiarse más allá, debe demostrarse primero hacia las personas que nos sirven de obstáculo: saber conjugar la firmeza con la dulzura y el respeto. Así – afirma Förster – la joven que quiere hacer un trabajo social en los suburbios porque no soporta a la abuela que le impide realizarse, demuestra no tener ninguna aptitud para el trabajo social. ¿No es capaz de soportar a su abuela y quiere enfrentarse a situaciones de extrema miseria en los barrios pobres entre gente desconocida? ¿No es una contradicción?

Roma, 15.10.2008


Segundo documento (una carta)

Muy distinta es la gente que edifica una ciudad sobre cimientos de antiguas selvas, la proveen de todo y la adornan, a aquella otra que nace y puede ya sentarse plácidamente bajo pórticos ya edificados o huertos ya florecidos. (Carlo Cattaneo)

He tenido la oportunidad estos días de hacer algunas reflexiones de las quiero haceros partícipes.

Quisiera comenzar trayendo a la memoria la figura de un siervo de Dios: el cardenal John Henry Newman, que con toda seguridad será beatificado en abril del año próximo.

En 1843 el pastor anglicano Newman se retiró a la soledad de una casa de campo en Littlemore, cercana a Oxford, a fin de reflexionar en la oración y la meditación, casi en una vida monacal, sobre la definitiva elección de su vida. Durante muchos decenios había estudiado los escritos de los Padres, llevados a Inglaterra por los sacerdotes exiliados de Francia durante la Revolución, en la cuidada edición de los Benedictinos de San Mauro. Había encontrado en su doctrina y en su vida espiritual una sublimidad incomparable frente a la cual palidecían la insulsa devoción victoriana y la doctrina secularizada común en su tiempo en la Iglesia de Inglaterra. ¿Cómo hacer llegar al Anglicanismo el fervor de los tiempos de los Santos Padre? Esta era la batalla a la que se enfrentaban él y sus amigos del llamado “Movimiento de Oxford”. Pero la meditación de la doctrina y la historia de los Padres debería ponerlo frente a una cuestión preñada de consecuencias.

Lo que los modernos objetaban a los Padres de los siglos IV y V era el hecho de que su doctrina se expresaba con términos y conceptos nuevos respecto al lenguaje de la Sagrada Escritura. ¿No convenía, pues, rechazar la teología dogmatica de los Padres y volver a la simplicidad del lenguaje evangélico, evitando las cuestiones doctrinales y las definiciones tales como la Encarnación y la Trinidad? Esta era el alma de la doctrina liberal del Ochocientos que, a juicio de Newman, amenazaba con destruir el cristianismo. No: la teología de los Padres era necesaria para salvaguardar el verdadero sentido del Evangelio. Pero, ¿cómo armonizar su lenguaje con el lenguaje de la Escritura?

Entonces Newman encontró un principio teológico importantísimo: el principio del desarrollo doctrinal. En 1843, en su último discurso- el decimoquinto- pronunciado en Oxford ante todo el cuerpo docente y el alumnado de la gran universidad, había ilustrado de forma espléndida el principio según el cual unas pocas palabras pronunciadas a lo largo del lago de Galilea podían desarrollarse hasta constituir un cuerpo de pensamiento incomparable, infinitamente superior a cualquier filosofía humana. Según este principio, es más de maravillar el hecho de que san Juan, de humilde pescador, se convierta en teólogo, que el hecho de que san Pedro se convierta en príncipe. Por este principio, el mundo del pensamiento cristiano constituye la historia de una conquista, destinada a elevar la mente humana por encima de todo confín, a asimilar todo pensamiento humano transfigurándolo al servicio de la verdad divina.

Pero, una vez establecido este principio, no puede ser recortado a gusto propio. Si la historia de la Iglesia ha visto de la victoria del pensamiento cristiano sobre el mundo y el desarrollo de sus dogmas en los primeros siglos, paralelamente ha visto también el desarrollo del pontificado romano y, posteriormente, el desarrollo de la teología medieval y la expansión de la actividad y de la organización de la Iglesia, de las órdenes religiosas, de la santidad, del arte cristiano etc., en todas las direcciones. Consiguientemente, según este principio, la acusación de innovación abusiva que el Protestantismo dirige a la Iglesia de Roma resulta infundada.

Llegado a este punto, ¿cuál era el deber del teólogo anglicano de apenas 40 años? En la soledad de Littlemore, Newman se dedicó a escribir el tratado El desarrollo de la doctrina cristiana, en el que elaboraba ampliamente las intuiciones de su decimoquinto sermón universitario. Al concluir el volumen la decisión estaba ya madura: en 1845, en la casa de Littlemore, el beato pasionista Domingo de la Madre de Dios recibía al teólogo anglicano en la comunión de la Iglesia de Roma.

En su tratado Newman recordaba que una de las acusaciones del mundo hostil contra la Iglesia era la ser incorregible.

Efectivamente, comentaba, la doctrina de la Iglesia no puede cambiar y nunca cambiará. Desarrollo no significa cambio. En este sentido la historia de la Iglesia se puede comparar con el misterio de la Encarnación: Quod erat permansit dice de Cristo la profesión de la fe, et quod non erat assumpsit. Eso mismo sucede en la Iglesia- prolongación del misterio de la Encarnación: permanece siempre lo que es y asume lo que no es todavía. Una de sus características es, en efecto, la maravillosa capacidad de asimilación de todo lo verdadero y de bueno que hay en cada cosa, aún en la peor

En su obra Newman intenta aplicar su principio también a la vida monástica, observando por ejemplo, como en un principio el estudio era practicado por los monjes antiguos solo excepcionalmente, pasando después a ser una tradición característica del monaquismo occidental. El abad Butler, en su obra Benedictine Monasticism, intentó desarrollar ulteriormente esta aplicación. Se refiere, entre otras cosas, al desarrollo de la Liturgia, en particular al movimiento cluniacense , que amplió y solemnizó los oficios litúrgicos con la música, el incienso, los vestiduras solemnes, las iglesias suntuosas- un aspecto no previsto por san Benito, pero que ha permanecido inseparablemente unido a la tradición benedictina.

La referencia a la música nos recuerda el grandísimo papel desarrollado por los monjes en beneficio no sólo de la Iglesia, sino de toda la civilización, en el campo de la música: desde la invención de la escritura musical (Guido de Arezzo) a la restitución del canto gregoriano (Solesmes): ¡qué inmensa ha sido la obra de los monjes en este sector¡ Tampoco había previsto esto san Benito, pero aún hoy día el monaquismo benedictino significa para muchos la conservación de una cierta dignidad de la música religiosa en la marejada de la libre experimentación, y esto mucho más allá de la sola conservación del gregoriano, ya importante por sí mismo.

He recordado un poco la Historia- otro campo en el que los estudios han tenido un grande y meritorio desarrollo en la tradición benedictina- para llegar a la cuestión: ¿Hoy en día debemos contentarnos con complacernos en las glorias de los padres y mirarlas con nostalgia? ¿No es tal vez nuestro deber permanecer siendo lo que somos y asumir lo que todavía no somos? ¿Acaso el principio del desarrollo se ha detenido? ¿Se ha empequeñecido el brazo del Señor?

Sin duda me diréis: pero ¿Qué es lo que somos y qué es lo que debemos asimilar? ¿La respuesta a este asunto no corresponde más bien a los doctos y a los sabios? No, por cierto. Santa Teresa del niño Jesús es doctora de la Iglesia por haber hecho progresar el conocimiento de los misterios de Dios más que muchos teólogos. Hace pocos días un anciano y buen sacerdote me decía: “En el mundo existen tres categorías de personas: las que hablan mucho y no hacen nada, las que hablan poco y hacen mucho y las que no hablan nada y lo hacen todo”. Sin querer tomarlo a la letra, tiene mucho de verdad.

De todos modos, no son los títulos los que cuentan, sino la luz que viene de lo alto y que Dios frecuentemente concede a los más pequeños.

Veamos si podemos sugerir algo que nos ayude a tomar decisiones prácticas para nuestras comunidades

En los últimos tiempos, la Regla se me ha presentado con una luz nueva: san Benito no escribe grandes tratados de teología o de espiritualidad. Incluso el capítulo VII va más bien dirigido a la vida práctica de cada día que a la mística. San Benito desea crear las condiciones para que la vida de una comunidad se desarrolle día a día y momento a momento a la luz del Evangelio. Por ello desciende a los detalles particulares de la vida, estableciendo como debe ser la construcción del monasterio, cómo y cuándo se hace la oración, cómo y cuándo se puede hablar, cómo y cuándo dormir, comer, trabajar, meditar, cómo vestir, cómo compartir el trabajo de forma que todos se sirvan mutuamente, etc.

Según mis conocimientos sólo otro libro se me antoja comparable a la Regla de san Benito. Es la Filotea de san Francisco de Sales que, sin embargo, trata de organizar la vida individual, no la comunitaria, la vida seglar y no la vida religiosa, si bien muchas de sus enseñanzas sean óptimas también para la vida religiosa. Es necesario recordar que, de ordinario, el ser humano vive en sociedad y que si el ambiente social en que vive tiene usos y costumbres contrarios a los principios cristianos, el individuo tendrá muchas dificultades para vivir en la práctica la virtud evangélica.

El capítulo IV de la Regla prevé que los monjes hagan todas las buenas obras prescritas por la caridad, pero “dentro del recinto del monasterio”, es decir, sustancialmente, en el sentido de que cualquier cosa buena que haga no se sustraiga a la regulación de cada acto en el ámbito de la comunidad en que vive. Hay muchos sacerdotes, sobre todo en el clero secular, que se entregan en alma y cuerpo a la organización de los trabajos, pero su casa es un caos, sus horarios intempestivos, su vida personal, por muy virtuosa, sin orden no regla. Esto no funcionaría entre nosotros, y si hay algún monje que se deja arrastrar a imitar este género de vida con motivo de obras buenas, a mi juicio no hace bien. El benedictino debe influir en la vida del mundo sobre todo a través del orden de su propia vida de cada día, compartida y sostenida por una comunidad.

El mundo tiene necesidad del ejemplo de una vida diaria de oración y trabajo ordenada para poder imitarla en la vida propia adaptándola a las propias las exigencias. Así, tiempo atrás, los paisanos que vivían junto a los monasterios regulaban sus propios modos y ritmos de vida bajo al ritmo de los oficios a que convocaban las campanas y del ejemplo de los monjes.

Los últimos Papas, comenzando cuando menos de Pio XII, han exhortado siempre a los monjes a hacer participes a los seglares de las riquezas de la propia vida. Estimo que debemos ver un importante camino de desarrollo en esta dirección. Esto comporta, de una parte, saber valorar y vivir en nuestras comunidades los rasgos que caracterizan la sacralidad de nuestra vida diaria, alimentándonos de toda la riqueza de la tradición con espíritu creativo y, de otra, buscar nuevas estrategias para hacer irradiar nuestra vida al exterior. Tiempo atrás, en las ciudades, los monasterios eran deseados por los ciudadanos y las administraciones, y los seglares buscaban espontáneamente la presencia, la bendición y el ejemplo de los monjes. Hoy ya no es así. Estamos rodeados por la indiferencia y la incomprensión. Nos corresponde a nosotros despertar a nuestros vecinos a los valores de la vida monástica.

Veamos el primer punto: ¿cómo podemos enriquecer nuestra vida comunitaria de cada día con un nuevo- y antiguo- soplo del Espíritu Santo? Como ya he dicho, san Benito no hace vuelos místicos, sólo habla de cómo comer, como hablar, cono dormir, como rezar….Reflexionemos sobre todo esto a la luz de la tradición benedictina y de las eventuales nuevas posibilidades. Es verdad que las situaciones de emergencia en las que tantas veces nos encontramos no dejan mucho tiempo para ello; pero no podemos dejar de preguntarnos: ¿en nuestra limitación no podríamos hacer más y mejor? Basta recordar que las mayores creaciones del genio monástico se llevaron a cabo frecuentemente en las condiciones menos favorables. La fundación de Solesmes tuvo lugar en circunstancias de inaudita dificultad y pobreza humana y la renovación del canto gregoriano se realizó al tiempo en que las leyes represivas en la Francia del primer Novecientos obligaban a los monjes a cerrar los monasterios y marchar al destierro.

Recuerdo que, años atrás, nuestra Liturgia de Laudes y de la Eucaristía era insípida y maltrecha. Un buen día, mientras daba una lección sobre la Regla a dos jóvenes postulantes- que después no continuaron- encontré un comentario que exhortaba con palabras cálidas a hacer de la celebración fervorosa y cuidada de la Misa y del Oficio el centro de la jornada monástica. En aquel momento nos preguntamos: ¿qué podemos hacer? Yo- pensé- podría sentarme al órgano: aunque concelebre, puedo acercarme al altar en el momento de la consagración, y la noche anterior podríamos preparar los cantos, al menos nosotros tres. Así lo hicimos, y de esta pequeña iniciativa derivó una notable mejoría de nuestra liturgia. Del mismo modo, cuántas pequeñas o grandes cosas se podrían enderezar, embellecer, renovar, perfeccionar con un mínimo esfuerzo, si tuviéramos la convicción de su importancia para nosotros y para los otros.

Quizás nos pueden venir muchas inspiraciones a partir del segundo punto: ¿Qué podemos hacer los monjes, como tales, por los otros? Los sumos pontífices, entre los cuales algunos han amado intensamente la vida monástica- léase Pablo VI- nos invitan a reflexionar sobre ello. A mi entender, como antes he afirmado, hoy no podemos limitarnos a esperar que los otros vengan a buscarnos. Desgraciadamente la vida de la sociedad está de tal forma degradada que los horizontes comunes entre la sociedad y la vida religiosa aparecen cada día más difuminados. Precisamente por ello se hace más urgente tomar conciencia de que los monjes combaten contra el maligno “impulsados por el deseo ardiente de liberar del error ciudades y pueblos” (san Juan Crisóstomo) y sacar las oportunas consecuencias.

Se comprenderá, de lo afirmado hasta este momento, que no se trata de dejar la clausura sino de hacer llegar, por decirlo de alguna forma, la clausura al mundo.

Intentaré explicarme: son muchos hoy los que sienten el malestar de una sociedad privada de contenidos y de fines válidos, de afectos verdaderos y continuados, de paz profunda, de belleza no artificial y contrahecha, de emociones no vulgares, que no persigan atropellar la dignidad humana, de una no efímera alegría interior. Por lo demás, la casi totalidad de padres de familia responsables se sienten afligidos a causa de la preocupación por la educación y el futuro de sus hijos y por el relativo sentimiento de impotencia ante todo ello. Este malestar de espíritu del individuo queda, las más de las veces, sin una respuesta adecuada, ya que el individuo se encuentra totalmente desarmado ante el ambiente social que le rodea y le condiciona.

Esta constatación nos ayuda a entender mejor el mensaje sobreentendido de la Regla: sin un ambiente y unas costumbres sociales que la sostengan en la práctica de cada día, la vida del individuo no puede realizarse según un ideal de rectitud humana y cristiana. Esto significa que no es suficiente evangelizar la inteligencia del individuo con bonitas catequesis y tampoco es suficiente evangelizar el corazón, la voluntad y las obras del individuo con la práctica de las virtudes evangélicas: se hace necesario crear ambientes sociales dirigidos en la vida diaria por costumbres rectamente inspiradas en la sabiduría humana y cristiana, y asumidas por todos.

Ahora bien, ¿cuál es el ambiente social fundamental para la vida humana, el más fácilmente alcanzable, el más disponible a la escucha y el que más interesa y preocupa a la Iglesia? La familia, naturalmente. Pero por desgracia, también la familia está expuesta a la mayor degradación, ya que la vida que se desarrolla en casa padece por todas partes los condicionamientos de una andadura común pasivamente aceptada como una fatalidad inevitable. Frente a la costumbre difundida que, sin pedir permiso, se rige en patrona de casa antes incluso de comenzar la convivencia, los individuos, sean marido, mujer o hijos, se sienten y son impotentes.

La televisión siempre encendida y disponible a cada momento, el uso indiscriminado, y tantas veces precoz e irresponsable, de los modernos medios electrónicos (internet, playstation, juegos y jueguecillos electrónicos, teléfonos móviles, etc. ), los horarios salvajes, la mesa desierta, las entradas nocturnas libres para los jóvenes, los libros, las revistas, los periódicos y folletines de bajo género que giran por casa sin ningún cuidado, la forma de vestir de los jóvenes siempre dispuestos s seguir la última moda, la pseudo música que recorre la casa o se infiltra en los cerebros a través de los auriculares, los adornos e imágenes d cualquier gusto y género-, raramente de valor artístico clásico o religioso-, la ausencia frecuente de padres e hijos, con centros de interés fuera de casa….¿Qué más?. En este contexto, ¿es posible no ser víctima del modo social imperante, de la propaganda comercial más cínica, de la inmoralidad reinante a través de los potentísimos medios de comunicación social? ¿De qué sirven buenos sermones y bonitas catequesis? Entrando en casa el individuo, aún el mejor dispuesto, se encuentra desarmado frente al proprio ambiente familiar.

A un modelo di vida en común degradada sólo se puede responder con la propuesta de un modelo diverso, y yo creo poder afirmar que hoy existe un solo modelo que pueda ser eficazmente propuesto a las familias: el modelo benedictino tal como emerge de la Regla y de la tradición, encarnada en las comunidades vivas de monjes y monjas, en sus usos y costumbres y en la estructura material de sus casas, con todos los aspectos decorativos y artísticos que la embellecen. A partir de este modelo, y solo partiendo de él, será como las familias podrán extraer una regla de vida en común, según la cual, y ya desde el comienzo, se puedan establecer los horarios del día, los momentos de oración y de silencio, los momentos de soledad y de vida común, los tiempos y los modos de realizar los trabajos dentro y fuera de casa, la equitativa y caritativa distribución de los quehaceres domésticos, el lugar del culto de la casa, la distribución de las habitaciones particulares o comunes, los libros y publicaciones a leer y conservar, los cantos para la oración y para la recreación común, el tiempo y la forma del diálogo, la clase de vestido a endosar, el uso del dinero, el tiempo y la forma de las comidas- excluyendo completamente de la mesa la televisión- los programas de televisión que pueden verse en solitario o en común, el uso de los modernos medios de comunicación- teniendo presente la necesidad de los más pequeños de educarse a través del contacto con el mundo real y no tanto con el mundo virtual, y la necesidad de todos de vivir la propia vida, no una vida ficticia.

Personalmente me parece que sólo con una vida de familia que se desarrolla principalmente en el ambiente de una casa cuidada y querida, bajo una regla establecida y una guía atenta por parte de los padres, será posible el buen uso de los modernos medios telemáticos. En efecto, sólo cuando la vida concreta de cada uno y de todos sea el centro de la preocupación de cada uno y de la comunidad, los instrumentos electrónicos quedarán al margen de la experiencia, como medios auxiliares útiles, y non invadirán todo el campo- es decir el tiempo y los lugares- de la existencia sustituyendo a la vida real.

Pero, ¿cómo hacer operativo este ideal? A mi entender el camino más eficaz podría ser la refundación totalmente revisada y renovada del instituto de los oblatos benedictinos. El oblato no debería ser ya el individuo que participa en reuniones mensuales y se da a determinadas devociones: toda su familia debería convertirse en oblata y adoptar una regla de vida inspirada en la enseñanza de san Benito y en la tradición monástica, según las líneas que hemos propuesto. A ello hay que añadir el contacto vivo con una abadía como centro de culto, escuela de canto, modelo de vida comunitaria consagrada al trabajo a la oración, a través de la comunicación de experiencias de santidad, de cultura y de arte de anteriores generaciones, laboratorio de actividades artesanales y artísticas, edificio en cuya estructura y arte se encarna de modo más perfecto que en una casa familiar la elevación, trabajosa pero real, a la luz de Dios, de cada expresión y de cada momento de la vida individual y común.

Más allá de la institución de los oblatos, se pueden establecer otros contactos para propagar el modelo benedictino: encuentros con jóvenes universitarios, con parejas de novios, con grupos de oración y estudio. Particularmente en nuestro monasterio me gustaría organizar con jóvenes una velada musical semanal o quincenal a pasar juntos, después de la cena, en la biblioteca parroquial como momento de distensión, de amistad, de compartir el gusto por la poesía y la música, de trabajo manual artístico, de elevación a lo sagrado. Todo ello para ofrecer a los jóvenes un modelo de encuentro nocturno alternativo a la disipación corriente para su futura vida familiar.

Otro importantísimo ámbito de acción sería el del uso correcto de los poderosos medios telemáticos modernos. ¿Por qué no crear una página web en la que uno o más monasterios promuevan un nuevo humanismo familiar, proponiendo a tal fin jornadas de experiencia para familias, jóvenes y novios? La página podría incluir un amplio material ilustrativo, con abundantes referencias a la multiforme tradición benedictina. Siendo, además, la vida monástica el centro inspirador y el modelo de referencia del discurso sobre la familia, encontrarían su lugar en dicha página la ilustración de los valores y de los ideales de la vida benedictina, la invitación a experiencias de vida monástica, la explicación de las normas a seguir para la aceptación de postulantes, incluso extranjeros , finalmente la programación de una semana vocacional anual y el proceso de inscripción.

He aquí cuanto me ha parecido oportuno escribirte. Me ha llevado un poco de tiempo, pues he estado ocupado en otros asuntos. ¿Podrán servir estas reflexiones para aclaraciones personales y para la vida de nuestras comunidades? Espero vivamente que así sea y lo pongo todo en manos de María y de vuestra caridad.

Vuestro d.mo en Cristo
D. Massimo
Farfa, 13.11.2008-Fiesta de Todos los Santos Monjes


Tercer documento (cita)

“El cristianismo ha dado (al servicio personal y al trabajo manual) el más sagrado carácter, no porque le interesase menos la vida espiritual, sino porque conocía muy a fondo la verdadera higiene de nuestra naturaleza espiritual y sabía, por tanto, que el elemento espiritual es puesto a prueba y liberado del mejor modo en nosotros no por la aversión a la materia, sino por el metódico encauzamiento de ésta. Quien observa desde este punto de vista las diversas clases de trabajo y su influjo sobre el hombre interior, deberá admitir que le estudio científico, por cuanto indispensable sea, es más un peligro que una ayuda para la verdadera cultura, para la auténtica espiritualización del ser humano. Porque aquí la energía espiritual está separada de la vida personal y ocupada en cosas que no tienen relevancia para la autoeducación.

El espíritu no es dirigido al control atento del cuerpo y de sus acciones, no lucha contra los influjos adversos de la vida y de los hombres; es más, no se ocupa en absoluto de estas cosas y se queda endeble en la esfera del espíritu…..La verdadera cultura se adquiere sólo cuando el espíritu ejerce su energía creadora en la vida personal, no cuando se dedica a trabajar al margen de la vida; la verdadera cultura no viene de la falta de espíritu, sino de la omnipresente señoría del espíritu sobre la materia, y de la compenetración vital de cada palabra y de cada acción con las energías del alma. Pero esta sujeción de la materia a finalidades superiores es algo que requiere un penoso ejercicio y una costumbre trabajada con constancia; y el llamado trabajo doméstico ofrece la mejor ocasión para ello.

En su más íntima esencia el trabajo doméstico es transfusión de alma en la materia, es señoría del espíritu sobre la vida… ¿Esta atención del espíritu no es también la esencia del tacto femenino , de la delicada unión entra la acción y la palabra, más aún de cada gesto o expresión de la mirada con lo más íntimo del alma? ¿Y esta “presencia del alma” no se actúa precisamente por medio del trabajo manual, que impide aislarse al espíritu y le obliga a estar presente incluso en las yemas de los dedos? Quien sea consciente de esto, dará por sentado que el trabajo manual, por ir dirigido justamente a vencer la resistencia visible de la materia, es una óptima escuela de tenacidad de la voluntad, de paciencia, de concienciación, de exactitud…..Todo trabajo manual ejecutado de este modo, es decir con un profundo interés espiritual, pasa de ser un simple trabajo manual a ser un trabajo espiritual, y fortalece en el ser humano la espiritualidad y el carácter. El trabajo manual hecho a conciencia constituye una victoria inmediata sobre las potencias materiales de la pereza y la carnalidad, es un triunfo de la energía y de la libertad espiritual, y contribuye, por tanto, de modo inmediato al predominio del espíritu también en los demás campos.

Muy frecuentemente los hombres se muestran menos resistentes que las mujeres a los grandes y pequeños dolores; esto sucede porque el espíritu y la voluntad de los hombres se dirigen menos al control y dominio inmediato sobre la vida, o por mejor decir están separados de ella. Cultura, sin embargo, es aplicación del espíritu a la materia personal, cultura quiere decir “encarnación del espíritu”… La personalidad es estimulada por el amor, desarrollada por el servicio, fortalecida por el vencimiento de sí misma… “El hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir él mismo”. Estas palabras, que Jesús pronunció al lavar los pies a los apóstoles, tienen un profundo sentido para todo este asunto que estamos tratando: el Altísimo viene a los hombres bajo apariencia de siervo para demostrarles que sólo se puede llegar al Altísimo haciéndose siervo.

De Cristianismo y lucha de clases (1908)
de Friedrich Wilhelm Förster


Cuarto documento (Carta)

Carísima Benedetta ,
naturalmente que estoy de acuerdo contigo, y ciertamente lo estaría también Förster. En algunos de sus textos, queriendo acentuar un aspecto particularmente importante de la cuestión puede dar la impresión de olvidar el otro aspecto, igualmente importante. Pero no es así. Se trata de contemplar las dos exigencias. Para entender bien este punto debes tener presente el mundo cultural al que él dirigía su crítica. En su tiempo, la cultura dominante creía resolver los problemas del mundo con la ciencia, con la técnica y con la difusión de la “cultura”. Se vivía en la ilusión de creer que la formación moral del ser humano no fuese más que un subproducto de la erudición escolástica.

En el estudio de la Sagrada Escritura prevalecía la crítica histórico-literaria, que frecuentemente enfriaba el espíritu en vez de abrirlo al mensaje divino. Él, por tanto, no luchaba contra el desarrollo del pensamiento, sino contra el intelectualismo abstracto que no envolvía la vida toda del ser humano, y contra la ingenua confianza de que el progreso técnico, dirigido a hacer más fácil la vida material de los hombres, significase la solución de los problemas humanos y sociales. Contra esas tendencias de su tiempo reclamaba él la urgencia de una cultura dirigida a lo profundo del alma. “La verdadera civilización -escribía en 1904- es subordinación de toda necesidad individual al poder espiritual de la vida, es señoría del ser humano sobre su propia naturaleza; sin una civilización de este género una civilización no es vital; y, por ello, es cuestión de vida o muerte para nuestra sociedad que exista esa civilización verdadera, capaz de subordinar nuevamente la civilización técnica a la llamada civilización del alma, y no suceda que todo el saber y poder sea destinado sin remedio al servicio exclusivo del refinamiento material y, consiguientemente de la degeneración moral.”

Así en lo referente al estudio de la Sagrada Escritura y de la religión, Förster da la alarma contra un intelectualismo que no envuelva el alma. Escribe: “Si hay algo que se pueda considerar como la condición más importante para comprender la religión, esto es, sin duda, el despertarse de toda el alma. El conocimiento de sí mismo es el verdadero medio para el despertar de nuestras energías psíquicas. Ciertamente a ello contribuye también la inteligencia, pero no ya dirigida a deducciones abstractas, sino a la observación de la vida real en sí mismo y a su alrededor, de la discordancia de nuestra voluntad, de los más profundas motivaciones de cada acción y omisión, de las causas de toda ilusión.

Y cita el siguiente texto de Robert Saitschick:
“Muy por encima del sentimiento y de la inteligencia domina la visión interior- en ella está la fuente de las más profundas acciones creadoras, la fuente de la luz, que brilla más clara, más viva, e incomparablemente más segura que cualquier luz de la inteligencia. No fue a partir de definiciones intelectuales que los apóstoles del Cristianismo encontraron su fuerza invencible; no fue a partir de la luz fría y uniforme de unos conceptos de donde les vino aquella fe imperturbable; no fue un intelectualismo igualatorio lo que les dio la atracción de la inspiración interior, la determinación por el fin, la seguridad en la vida y en la muerte……. Sólo cuando maduran en nosotros para la contemplación todas las fuerzas del alma, por la purificación de la voluntad y del verdadero amor, sólo entonces podemos reconocer la verdad cristiana en su esencia; y es entonces, por vez primera, cuando esta verdad se convierte en una posesión inalienable y firme, y nuestra inteligencia encuentra también la más segura y apremiante expresión.”

No quiero alargarme con otras citas. Me parecen que las ya aportadas sean suficientes para demostrar que Forster no desprecia en absoluto el estudio y la vida intelectual, sino que quiere que la vida intelectual tome de la vida profunda del alma su más genuina inspiración. En este sentido, la lucha diaria para vencerse a sí mismo en el cumplimiento de los deberes propios, principalmente- pero no sólo- en al ámbito del trabajo doméstico, si es sostenida por toda la energía y la luz del alma que busca la purificación y el ejercicio del amor, se convierte en el verdadero manantial del conocimiento de la vida y de la iluminación interior sobre las verdades más profundas. Sobre esta base el estudio realizará posteriormente sus propias conquistas. Aunque Förster habla poco de este segundo aspecto en algunos lugares, sin embargo no es difícil completar su pensamiento.

Hagamos ahora una comparación con la actualidad. A mi modo de ver la situación no ha mejorado en absoluto. Es más, probablemente ha empeorado. Me parece que el mundo quiere resolver sus problemas haciendo la vida más fácil, más placentera, más excitante, por medio de la técnica y con la difusión de la enseñanza. ¿Pero de qué enseñanza? ¿De un estudio enraizado en la vida del alma? No me parece tal. Incluso la exégesis bíblica frecuentemente se torna árida a causa de los tecnicismos, si no pretende forzar el sentido de las Escrituras para acomodarlo a la mentalidad en boga. Si, además, se analiza cuáles son los estudios más solicitados, me parece que dominan las ciencias políticas, la economía, el comercio y la informática.

Y no me parecen las materias más apropiadas para conducir al ser humano al conocimiento profundo de sí mismo. Recuerdo haber leído en un ASL este anuncio con la siguiente frase: “Si usas anticonceptivos podrás seguir estudiando”. ¡ Bonito modo de acercar el estudio a la vida del espíritu ¡. San Benito pensaba muy sensatamente que, si este debe ser al ambiente de estudio de nuestras universidades, valía más refugiarse en la montaña para poder encontrarse a sí mismo bajo la mirada de Dios.

Quisiera ahora volver a la Regla de san Benito. “El ocio es enemigo del alma”, se lee allí.; “y por tanto los hermanos deben ocuparse en trabajos manuales en determinadas horas, y en otras, también establecidas, en el estudio de las cosas de Dio”. San Benito, se ve, piensa también en el estudio. No se trata naturalmente de la simple erudición escolástica, sino de la búsqueda de Dios de la que hablas tú también. Ahora bien, en la vida monástica todo está organizado en la vida cotidiana en vistas a la victoria sobre sí mismo- la obediencia- y al ejercicio de la caridad fraterna- el servicio recíproco en los trabajos de todos los días.

Este ejercicio práctico, fundado esencial y exactamente sobre el trabajo doméstico, queda transfigurado por la luz de Dios y de su Palabra que anima, come una melodía interior, la vida del monje: están los tiempos de estudio de las cosas de Dios, la lectura durante la refección; más aún, está el rezo del Oficio Divino que divide toda la jornada y anima desde dentro todas las actividades, un rezo que, con el desarrollo de la vida benedictina, se enlaza con la solemnidad de las celebraciones, de los edificios, de los hábitos, de los manuscritos miniaturizados y, sobre todo, del canto- cultura, pensamiento, arte, melodía que animan con un soplo de poesía e inspiran con un brillo del cielo todas las actividades del monje.

De este modo del sencillo trabajo doméstico de cada día y del espíritu divino que lo vivifica nacen las grandes ideas, los grandes proyectos para la salvación del mundo, a realizar sin sustraerse jamás al sacrificio diario de la vida fraterna en comunidad: nada que ver con la cultura abstracta, alejada de la vida del alma.

Está además el espíritu de la cruz, que da valor supremo a la abnegación diaria del monje “de modo que no apartándose nunca del magisterio de Dios, y adhiriéndose con perseverancia a su doctrina dentro del monasterio hasta la muerte, nos unimos con nuestro sufrimiento a los padecimientos de Cristo para merecer ser también partícipes de su reino”. Pero no es sólo la cruz; está también la bienaventuranza: “con el progreso en las virtudes monásticas y en la fe, el corazón se ensancha y el camino de los divinos preceptos se recorre en la inefable suavidad del amor”.

Hemos celebrado ayer Santa Cecilia y por eso me viene espontáneamente el hablar de música. En el monasterio, el canto penetra en el alma e ilumina los corazones, transfigurando el sentido sublime de la Palabra de Dios- el libro de la Consolación de Isaías (Is 40, 1ss.), cantado en las antiguas lecturas latinas del oficio de Navidad, revelaba todo su contenido secreto: es un canto de penitencia que se trasforma en un eco del cielo y de su bienaventuranza. Escuchaba esta mañana en Radio María el comentario del padre Livio sobre el Evangelio del día: “Venid, benditos de mi Padre….”. El padre Livio comentaba: estas palabras son una música más bella que la música de Beethoven, de Mozart, de Vivaldi: es la música del cielo, de la bienaventuranza eterna. Y yo he pensado: ¿acaso no sentimos ya esta música si, a través de todos los medios que he mencionado, la Palabra de Dios se enlaza con toda nuestra vida? Y entonces me ha venido a la mente el día de tu Bautismo.

Fue en la iglesia de Santa María in Traspontina, en Roma. Yo, joven sacerdote aún, administré el Bautismo y en la breve homilía recordé el origen de tu nombre “Benedicta”- lo había encontrado en un escrito del cardenal Schuster.: “Este nombre viene del Evangelio y, más exactamente del pasaje del juicio final, cuando Jesús dice: “Venid, benditos de mi Padre….” Así, esperamos que esta niña, a través de las pruebas de la vida, en el ejercicio de la caridad, pueda llegar un día a la felicidad sin término”. Pero la bienaventuranza la pregustamos ya desde ahora- como lo vemos expresado en la Regla- si en la fatiga de la obediencia hacemos vivir en nosotros verdaderamente al espíritu de inmolación de Cristo.

¿Todas estas reflexiones no podrían sugerirnos la posibilidad de revisar la vida familiar de un modo nuevo – como te lo hacía notar en los mensajes anteriores- a pesar de las dificultades a las que tú haces referencia. ? Puedo equivocarme, pero me parece que no puede faltar, en presencia de una grave exigencia fundada realmente en la verdad de los hechos, una creatividad dispuesta a revisiones sustanciales. ¿Cuántas familias, ante la necesidad de afrontar el hecho de un hijo drogado o encarcelado o de una hija abandonada por su marido, han tenido que adaptarse a cambios de vida frecuentemente dramáticos? Quizás, en las actuales circunstancias, se podría proponer la exigencia de cambios que afecten igualmente a la vida de las familias, al fin de prevenir, en cuanto sea posible, que los hijos inquietos, desadaptados o viciados, se encaminen por caminos sin salida.

Se trata de sugerencias sobre las que se podría pensar con prudencia, pero también con decisión y espíritu crítico- y no sólo sobre las presentes reflexiones, sino también sobre la marcha común de la sociedad.

Me he alargado demasiado, pero termino, y lo hago mandándote mis más caluroso saludos y bendiciones.
Tuyo aff.mo
D. Massimo
Farfa, 23.11.2008



Querida Benedetta: releyendo mi última contestación a tu carta me da la impresión de haber sido demasiado unilateral y de no haber valorado y apreciado suficientemente tus justas observaciones sobre el valor del estudio. Probablemente me expresé mal. Otra de mis fuentes de inspiración es santo Tomás de Aquino quien, ciertamente, no despreciaba el estudio y la investigación intelectual. Para intentar aclarar las cosas me limito ahora a poner de relieve que la parte más consistente, en su conjunto, de la Summa Teologiae es la segunda, es decir la parte moral. Creo que este hecho nos hace comprender el grado en que la reflexión de santo Tomás estaba dirigida al conocimiento del espíritu humano. Añado otras dos observaciones: la primera es que Förster admiraba mucho a santo Tomás – en otro momento te citaré un texto suyo muy significativo – y que él mismo era profesor universitario de pedagogía (no se puede por tanto pensar que no amase el estudio); la segunda es que, en siglos pasados, las materias fundamentales de estudio en las universidades eran las ciencias morales y metafísicas. Hace poco tiempo he tenido la oportunidad de examinar un volumen de primeros del 700 que contenía las lecciones universitarias de no recuerdo ahora qué gran centro europeo. Me he quedado impresionado por la inmensidad de argumentos sobre la vida moral del ser humano que el volumen sacaba de una antigua tradición, fundamentalmente – pero no exclusivamente – de la Etica de Aristóteles. En otro tiempo ésta era considerada como la cultura superior. Quizás convendría volver a pensar estas cosas a fin de encontrar la justa relación entre la cultura y la vida y poder afrontar en su realidad más concreta los problemas de la vida individual, familiar y social de hoy día. Con cariño.
D. Massimo
Farfa, 27.11.2008


Quinto documento (cita)

“Hacer nacer una conciencia viva y atenta, animar e iluminar “desde dentro” asiduamente nuestro yo material…Tal es el sentido de la historia de Marta y María. Aparentemente el Cristianismo desacredita el trabajo, al proponer fines superiores al trabajo y arrancar al ser humano de la pura idolatría de la producción. “María ha elegido la mejor parte” ¿Acaso esta expresión minusvalora el trabajo? No: justo cuando el ser humano se eleva por fines sublimes a la suprema conciencia de su destino espiritual, justo entonces el trabajo se le presenta con una nueva luz que lo transfigura: se le presenta como un medio de acción para la victoria del espíritu en la vida, como una escuela de dominio de sí mismo; y todas las energías latentes, despertadas en la profundidad del alma para la consecución del fin superior, se trasforman a favor del trabajo.

Sucedió así que justamente el Cristianismo, que pone a María por encima de Marta, despertó también inagotables energías para los trabajos más penosos, humillantes y desinteresados. Prometiendo la corona de la vida al vencedor, el Cristianismo corona propiamente el trabajo que requiere una mayor victoria sobre nosotros mismos.

María, que aspira a esa corona y que en comparación con ella tiene como despreciables las cosas terrenas, es la mejor trabajadora…….su energía para trabajar tiene fuentes más grandes y copiosas, es guiada por un amor superior (….).

El antiguo lema ora et labora tiene un sentido muy profundo, porque quiere afirmar que para la energía, la constancia y la seguridad del esfuerzo en el trabajo es decisivo que el alma se mantenga unida a su destino supremo, se separe del mundo de lo aparente y transitorio y se llene a sí misma del intenso deseo de una perfección que no es de este mundo: y, de este modo purificada y firme, rija cada acción creadora y transforme el trabajo terreno en trabajo celestial, en una obra dirigida a honrar y a extender el mundo espiritual(….).

El ora et labora, sin embargo, no se refiere solamente al trabajo manual, sino, y sobre todo, a esa parte más difícil de todo trabajo de servicio personal, es decir al modo de tratar con los hombres. Si no hay grandeza de pensamientos y de ideales, la inmediata y estrecha relación con el hombre real, con todos sus caprichos y todas sus debilidades y con sus preocupaciones egoístas, contribuirá a amargar y paralizar la vida interior más que a animarla y acrecentarla. El amor de Marta esta obcecado por el espíritu de una inquieta actividad; a su amor le falta la mirada penetrante del alma pacificada y recogida, que aplica sus ejercicios de contemplación y de meditación a las relaciones con los otros y se toma el tiempo necesario para reflexionar y profundizar en el amor. Sin esta suerte de contemplación no puede haber de la acción práctica nada más que estancamiento, disolución y lucha.

Marta no conoce bien al ser humano. Por lo demás, la inferioridad de Marta respecto a María se manifiesta también en esto: ella, por falta de una luz superior, debe sucumbir a las preocupaciones y a las dificultades del servicio diario, y no encuentra remedio alguno contra las desilusiones que le produce su relación con los otros, no encuentra ninguna interpretación conciliadora, ninguna idea de cómo hacer que todo pueda ser utilizado y transformado en provecho del yo interior. Y por esto se explica el grito angustioso que brota hoy de la vida de Marta, es decir del mundo del servicio llevado a cabo de forma estúpida y sin alma; y se explica también el rechazo de tales servicios para dirigirse al recinto del trabajo impersonal y puramente espiritual. Pero la solución es, como hemos visto, que el servicio sea puesto en relación con la vida espiritual del ser humano, de modo que sirva a ésta y de ésta sea servido, fortificado, elevado (….)

Por eso, la escuela ideal de economía doméstica no es la de Marta, sino la de María, en la que, con una radical atención al alma y con el ejemplo de los grandes héroes y heroínas del amor y de la abnegación, las aprendices sean tan eficazmente iniciadas en la vida superior del alma y tan claramente conocedoras del lazo que une su trabajo con esta vida superior que se sientan verdaderamente como sacerdotisas del espíritu y del amor en el mundo de lo material.

De Cristianismo y lucha de clases de Friedrich Wilhelm Förster.


UNA LECTURA ORIGINAL DE LA REGLA BENEDICTINA

PROPUESTA PARA UNA VIDA DE FAMILIA INSPIRADA EN LA REGLA DE SAN BENITO

Como he intentado mostrar en otro lugar, san Benito y la tradición monástica han querido organizar la vida cotidiana de la comunidad a la luz de la sabiduría humana y cristiana, de modo que el individuo deseoso de vivir cristianamente no vea obstaculizado su proyecto por la comunidad en que vive, sino que sea sostenido por ella. Este ordenamiento presenta dos elementos: la disposición práctica de las acciones y la disposición interior que debe animarlas. El primer elemento incluye los modos y los horarios a seguir en los diversos ámbitos de la acción (es decir, el trabajo, el descanso, las comidas, las salidas, el vestido, etc.). El segundo incluye las disposiciones espirituales correspondientes, es decir la humildad, la obediencia, la caridad, la oración, la escucha de Dios, etc. y las condiciones concretas que las favorecen. De estos elementos y de su mutua interrelación surge un cuadro completo y detallado de vida comunitaria, fruto de la profundización de la tradición monástica precedente llevada a cabo por san Benito después de años de experiencia, desarrollado sucesivamente por sus seguidores en el correr de los siglos.

Intentaré ahora extraer de esta tradición los diversos aspectos, exteriores y exteriores, según los cuales debería organizar la propia vida una familia deseosa de salvarse, a través de la sabiduría humana y cristiana, del desorden actualmente reinante .

En primer lugar intentaré ordenar dos series de disposiciones- exteriores e interiores- inspiradas en la Regla de san Benito y en su desarrollo posterior, adaptadas al espíritu de una familia.

1. Las disposiciones exteriores tienen como punto de mira el trabajo (doméstico, profesional, creativo), el descanso, las comidas, el vestido, las salidas, los ambientes, la ornamentación, los instrumentos.

2. Las disposiciones interiores dependerán en gran parte de aquellos aspectos de la vida familiar dirigidos más directamente a cultivar el corazón y la mente: la oración, común y en privado, la caridad dentro y fuera de la familia, el servicio recíproco, el diálogo fraterno, el tiempo y el modo de tertulia y de silencio, la lectura, la música, el canto sagrado y profano, el esparcimiento y el arte más tradicional, los medios modernos de diversión, de expresión artística y de comunicación, la organización de la casa (el lugar de culto, la biblioteca, el ambiente del trabajo común, la decoración artística y las imágenes devotas).
A continuación examinaremos con detalle los puntos anteriores-

1.El trabajo

1.1.El trabajo doméstico

Sírvanse los hermanos uno al otro, de modo que ninguno sea dispensado del trabajo de la cocina, a no ser por enfermedad o por estar ocupado en negocios de gran utilidad, porque de este modo se consigue una mayor recompensa y un mayor mérito en la caridad

Santa Regla, c. 35

Aparece ya en este punto, como sucederá con todos los puntos que examinaremos, que para san Benito el trabajo manual es, de hecho, un empeño espiritual, porque el humilde servicio doméstico- la cocina en este caso- significa ejercicio de la caridad fraterna, victoria sobre el propio egoísmo y sobre la pereza, imitación de Cristo obediente y sufriente. Esta enseñanza de san Benito aplicada a la familia no es sólo una norma práctica para aliviar el trabajo de la madre de familia distribuyendo el trabajo entre todos los miembros de la familia: mucho más que eso, es un poderoso medio educativo a través del cual los hijos – naturalmente también los adultos – aprenden, no con palabras sino con hechos, el significado del amor fraterno y adquieren, con la práctica de cada día, la virtud de la caridad, de la laboriosidad, de la paciencia, de la atención, de la precisión. Sin esta enseñanza la lección de catecismo sirve a muy poco. Me parece superfluo subrayar el influjo positivo que esta práctica- y aquellas de las que hablaremos a continuación-ejercería sobre el afecto recíproco, sobre la mutua comprensión- incluso generacional- sobre la estabilidad de la familia.

1.2.El trabajo profesional

Si en el monasterio hay hermanos expertos en cualquier arte, lo ejerciten, pero con toda humildad y sólo con el consentimiento del abad. Si alguno de ellos monta en soberbia por la pericia en un arte, porque piensa que aporta una gran utilidad al monasterio, se le aparte de ejercer aquel arte y no se le permita ejercerlo por más tiempo, a no ser que se humille y el abad se lo permita de nuevo.
Santa Regla, c.57

La enseñanza de san Benito puede ser preciosa también para la vida familiar en este aspecto. La Regla, en efecto, establece el principio fundamental de que lo que cuenta realmente no es tanto la habilidad profesional o los títulos universitarios o el escalafón en la sociedad, sino el humilde conocimiento de la propia pobreza ante Dios y la disponibilidad a la renuncia de sí mismo y del propio interés o placer en favor del servicio fraterno. Bajo este prisma, el trabajo en casa puede ser más fecundo en bendiciones para quien lo ejecuta y para toda la familia que el más brillante trabajo profesional, aunque este aporte- al menos en apariencia- mayores ventajas financieras. Porque las mismas ventajas financieras podrían verse gravemente comprometidas por la falta de humildad y de caridad, por la consiguiente carencia del afecto familiar, por una falsa escala de valores propuesta en la educación de los jóvenes. San Benito no se deja encandilar por la perspectiva de un mayor bienestar económico o de prestigio social: lo que para él cuenta es el bien de las almas y la armonía fraterna que de ello nace. Decía un sabio: “No tenemos necesidad de profesores, sino de monjes”. Del mismo modo podría decirse: no tenemos necesidad de profesionales, sino de madres, padres, hijos e hijas que no sean sólo profesionales, incluso en la vida social. Es necesario añadir, además, que toda profesión sale ganando bajo todos los aspectos cuando se pospone y somete humildemente al verdadero bien de las almas.

1.2.El trabajo creativo (artístico y artesanal)

Considere todos los objetos y bienes del monasterio como vasos sagrados de altar.
Santa Regla, c.31

Para ilustrar este punto- como otros que veremos a continuación- debemos tener en cuenta la multisecular tradición benedictina. Aunque san Benito no hable de arte, los monasterios de sus monjes se han distinguido siempre, siglo tras siglo, por las producciones artístico-artesanales ligadas a la vida de oración y de trabajo de todos los días. Los libros litúrgicos han sido siempre adornados con espléndidas miniaturas, los ornamentos sagrados siempre confeccionados con maravillosos bordados, los vasos del altar han dado la oportunidad para los trabajos de orfebrería, los coros de madera siempre artísticamente tallados, por no hablar de las obras arquitectónicas, pictóricas, escultóricas de las iglesias, capillas, claustros, pasillos y lugares comunes. A estas expresiones propiamente artísticas se pueden añadir las actividades artesanales menores, como el coser, el remendar, la confección de dulces etc.

En todo ello, el cuidado ordinario y extraordinario por con el culto y por el orden de la casa, manifestado frecuentemente en el trabajo doméstico, reciben una inspiración espiritual y estética que nace de la conciencia humana y religiosa de los monjes, y que añaden, a las ventajas ya señaladas del trabajo manual, un nuevo elemento. Hacía notar Förster cómo desempolvando con cuidado las estatuillas de porcelana se aprende a tratar al prójimo con delicadeza y consideración. Si a ello se añade el esfuerzo, a veces arduo, de proyectar en los materiales y en los objetos de uso ordinario la expresión sensible de la propia creatividad y del propio amor por un ideal estético humano y religioso, el trabajo se convierte en algo profundamente educativo, como dominio del espíritu sobre la materia, del alma sobre el cuerpo y sobre el mundo sensible, y en fuente de alegría interior para sí mismo y para los otros.

De lo dicho, se puede deducir el daño causado por la casi total desaparición del trabajo artístico y artesanal en la vida cotidiana de las familias y de su sustitución por el trabajo puramente mental y abstracto del estudio escolar, por la actividad profesional fuera de casa y por los juegos y las diversiones con artificios electrónicos y espectáculos televisivos que se consumen pasivamente durante horas. Se ha constatado en los jóvenes de hoy un desorden material y mental que sería fácilmente corregido con el esfuerzo asiduo en actividades manuales y artesanales. Querría añadir que la decadencia actual de las bellas artes depende en gran parte, sin ningún género de dudas, de la carencia de aquella base familiar artesana de la que he afirmado que ninguna academia puede sustituir.

Resulta superfluo a estas alturas subrayar cuánto podría aprender de la tradición benedictina en este campo la familia actual.

2.El descanso

Inmediatamente después de la cena vayan todos a sentarse juntos, y uno lea las “Colaciones” o las “Vidas de los Padres” u otra obra que sirva para la edificación de los que escuchan; pero no se lean los siete primeros libros de la Biblia ni los libros de los Reyes, porque no sería de utilidad a la mentes débiles escuchar a esa hora estos libros de la Escritura…..Cuando se levanten de madrugada para la 0bra di Dios exhórtense mutuamente con delicadeza a fin de rechazar las excusas de los somnolientos
Santa Regla, cc. 42 y 22

La Regla y la tradición benedictina prevén momentos de esparcimiento común después de la comida y de la cena, para relajarse de las fatigas del día. Para san Benito el momento de esparcimiento después de la cena se condensa en un tiempo de lectura espiritual, seguido de la oración conclusiva de la jornada- las Completas- y del reposo nocturno, naturalmente regulado por un horario preciso. El levantarse por la mañana está también reglamentado por un horario preciso, que, sobre todo en verano, es muy temprano.

Para una aplicación de estas costumbres a la vida de familia podemos mantener tres puntos: la noche es un tiempo de esparcimiento dedicado, antes del descanso nocturno, a las lecturas y actividades que recreen el espíritu; llegada la hora establecida- no demasiado tarde- todos se retiran para el descanso; ya desde pequeños los niños deben habituarse a levantarse sin concesiones a la poltronería.

Vemos como esto es descuidado hoy en día: por la noche nos dedicamos fácilmente a actividades y diversiones rumorosas y extenuantes, frecuentemente fuera de casa y hasta muy entrada la noche; no existen horarios comunes para el descanso nocturno; niños y adultos son capaces de estar en la cama, cuando les es posible, hasta la hora de la comida e incluso más tarde aún. En este punto es absolutamente necesario ir contra corriente: es una exigencia de carácter espiritual y físico.

En el siglo XIX, Alfonso Gratry escribió una página maravillosa titulada La noche y el descanso que no ha perdido nada de su actualidad. Extraigo algunas de sus frases:
“¡El empleo de la noche! ¡El respeto de la noche! ¡Qué importante cuestión práctica!…. En este punto es necesario saber romper con las costumbres actuales…. ¿Qué son nuestras conversaciones nocturnas, nuestras reuniones, nuestros juegos, nuestras visitas, nuestros espectáculos? Se dirá que son descanso. Pero yo lo niego. El que se disipa no descansa. El cuerpo, el espíritu, el corazón, consumidos, disipados lejos de sí mismos, se sumergen, después de una velada inútil, en un sueño pesado y estéril que no proporciona ningún reposo, ya que la vida demasiado dispersa no deja tiempo ni fuerzas para fortalecerse en sus raíces…..El descanso es necesario; y, hoy en día, tenemos más necesidad de descanso que de trabajo….Nos hacemos inútiles más por falta de descanso que por falta de trabajo…El descanso es la vida que se concentra y se fortalece en sus raíces…La vida debería estar compuesta de trabajo y de descanso, como el sucederse del tiempo sobre la tierra se compone de día y de noche…El descanso, moral e intelectual, es un tiempo de comunión con Dios y con las almas y de la alegría de esta comunión…. Nada hay que nos lleve tan poderosamente al verdadero descanso como la buena música.

El ritmo musical nos hace regular los movimientos y lleva a cabo en el corazón y en el espíritu, y también en el cuerpo, lo que el sueño realiza sólo en el cuerpo, restableciendo el ritmo de los latidos del corazón, de la circulación de la sangre y de la respiración. La buena música es hermana de la oración y de la poseía. Su influjo aporta inmediatamente al espíritu la fuerza de los sentimientos, de las luces, de los arrebatos, conduciéndonos a nuestras raíces. Lo mismo que la oración y la poesía, con las cuales se funde, la música hace elevar la mirada al cielo, lugar de descanso….Que el descanso nocturno sea un negocio del espíritu y del alma, un tender común hacia lo verdadero con un sencillo estudio de las ciencias, hacia lo bello con las artes, hacia el amor de Dios y de los hombres con la oración; dad semillas luminosas y santas emociones al sueño, durante el cual Dios las cultivará en el alma de su hijo dormido”.

Es importante observar cómo la moderna biología ratifica plenamente cuanto Gratry escribe a propósito del descanso del cuerpo: las fuertes pulsiones que el organismo recibe durante el día provocan respuestas continuas del aparato celular, con errores y desequilibrios que el sueño nocturno tiene la función de corregir y armonizar. La falta del descanso nocturno adecuado provoca envejecimiento precoz. Este funcionamiento se extiende incluso a la esfera infrahumana y, en épocas anteriores, el desarrollo de la vida animal ha permitido el desarrollo de la vida vegetal con el alternarse del día y de la noche.

De lo aquí expuesto se podrían deducir normas que establezcan, para las horas que preceden al descanso nocturno, un sustancial recorte (que no debe ser ni excluyente ni diario e indiscriminado, sino moderado y elegido) del uso de la televisión y de los videocasetes o DVD- a ser vistos en común- y sobre todo la búsqueda de la comunión de espíritus entre los familiares a través del diálogo, el gozo compartido del pensamiento y del arte- en especial la música y la poesía-, la oración en común.

3-Las comidas

A quien no llegare al comedor antes del verso, de modo que todos juntos reciten el verso y oren, y todos juntos se sienten a la mesa, si la tardanza es debida a la negligencia o a la mala voluntad, se le llame la atención hasta por dos veces…… Nada de más inconveniente para un cristiano como los excesos en la comida, como dice nuestro Señor: “Vigilad para que vuestros corazones non se emboten por el excesivo alimento”…En las comidas de los hermanos no debe faltar la lectura
Santa Regla, cc. 44, 39, 38

Las enseñanzas que una familia debería extraer de la Regla de san Benito en este apartado se pueden resumir en estos cuatro puntos: 1. La comida debe ir precedida de la oración en común; 2. En la medida de lo posible respeten todos las horas establecidas y estén presentes desde la oración inicial; 3. En el comer y en el beber se ejerciten la sobriedad y la mortificación cristianas; 4. No son convenientes para una familia, que no es una comunidad religiosa, la lectura y el silencio en la mesa, pero ello no impide que la comida sea un momento de comunión humana y espiritual entre los presentes- como era en todas las culturas tradicionales- , en especial hoy en día, cuando los deberes laborales y de estudio mantienen separados a los miembros de la familia casi todo el día. Por ello, debería ser excluido durante las comidas el uso de la televisión y se debería favorecer, por el contrario, la conversación cordial entre todos. Esto resultará mucho más fácil, como he dicho antes, si los trabajos de la cocina, del servicio, de la lavandería y del arreglo de la casa no recaen todos sobre una sola persona, sino que son compartidos caritativamente por todos.

Se puede añadir que una nota muy importante para hacer más viva la alegría de la refección común es la calidad de la comida y el perfeccionamiento en el arte culinario. Tampoco este aspecto ha faltado en la tradición de la vida monástica y entra de lleno en el apartado sobre el valor educativo del trabajo artesano, del que he hablado anteriormente.

A este propósito es oportuno hacer una referencia al problema de la alimentación, que ha cambiado notablemente en tiempos recientes tanto en la calidad como en la cantidad. En este cambio, que despierta bastante preocupación por la salud física y psíquica de las nuevas generaciones y por la relación malsana con la creación, han influido el abandono o la disminución del trabajo doméstico, la falta generalizada de atracción por la casa y por el trabajo artesano, el alejamiento de la naturaleza y la urbanización masiva, la difusión de modelos de consumo ofrecidos por sociedades extranjeras altamente industrializadas, propagadoras de una publicidad agobiante e invasora, el consiguiente olvido de las tradiciones alimenticias mediterráneas , y otros factores análogos. Todo ello ha favorecido una cocina globalizada, uniforme y privada de una relación natural con la producción primaria de los alimentos.

Frecuentemente los jóvenes y los adultos, los hombres y las mujeres, incapaces de emplear su tiempo en el arte de la alimentación, optan por el llamado fast food, con el resultado de consumir regularmente alimentos adulterados nocivos para el organismo. A ello debe añadirse el exceso en la cantidad y el desorden de los horarios, debidos a la ausencia generalizada de autodisciplina moral, considerada como algo ya superado y no aconsejable en la civilización moderna.

A estos graves desvíos, que no se pueden infravalorar, se pueden oponer, en primer lugar, los tres “ingredientes principales” formulados por los expertos de una alimentación sana: genuinidad, estacionalidad y territorialidad, es decir el cuidado por adquirir alimentos no adulterados desde su más lejano origen, propios de la cada estación y producidos en el territorio en que se vive.

Además, como ya se ha puesto de relieve, es necesario volver a valorar, particularmente en este aspecto, el trabajo doméstico y artesanal, el amor a la casa, el valor del tiempo que se trascurre en ella, la dedicación y los ritmos necesarios para un esfuerzo que requiere paciencia y precisión. Volvemos a repetir que la implicación de todos los miembros de la familia facilitará el trabajo de la madre y será educativo para todos. Finalmente, es necesario redescubrir, también para nuestra sociedad, la importancia de la austeridad, de la sobriedad, de la mortificación, de los tiempos de ayuno: todas estas cosas que reafirman la actualidad de la Regla benedictina.

4.El vestido

Creemos… que al monje le bastan la túnica….la cogulla…..el escapulario….Las cogullas y las túnicas para viajar sean algo mejores que las que se usan habitualmente
Santa Regla, c. 55

En tiempos de san Benito los monjes tenían ya un hábito que los distinguía de los seglares, pero la preocupación de san Benito era la pobreza del religioso que no debe poseer nada superfluo. Notemos, sin embargo, que en la Regla no falta la preocupación por la decencia, sobre todo cuando se viaja. La tradición benedictina posterior, representada en este punto por el movimiento cluniacense de los siglos X-XI, desarrolló la solemnidad de los hábitos corales para la liturgia. Así, la cogulla, que en origen era un vestido monástico muy simple, pasó a ser una vestido artísticamente confeccionado, apto para las más solemnes celebraciones litúrgicas.

Vemos, pues, que san Benito no deja al azar este particular de la vida diaria, sino que da normas precisas. Adaptando esta tradición benedictina a las circunstancias propias de la vida de familia, se puede subrayar, por una parte, la exigencia de la sobriedad y de la renuncia al lujo excesivo- hoy también a la extravagancia y a la indecencia, oponiéndose a las fortísimas presiones de la moda y de la propaganda comercial- y, por otra, el cuidado por una estética que exprese realmente la índole íntima de la persona y de la familia. En esta perspectiva las revistas de moda de finales del Ochocientos y comienzos del Novecientos no son sólo una lección preciosa sobre el vestido, sino también una verdadera escuela de espiritualidad.

5.Las salidas fuera de casa

Los monjes que deban salir de viaje se recomienden a las oraciones de todos los hermanos y del abad; y recuérdese a todos los ausentes en la última oración del Oficio divino.
Santa Regla, c. 67

La vida monástica implica una estrecha comunión con la propia comunidad, con su vida y con todas sus necesidades. Según san Benito no hay lugar para el individualismo y la indiferencia asocial y egoísta, desgraciadamente en boga hoy en día. Aún sin seguir a la letra el rigor de las normas benedictinas que regulan la ausencia de los monjes en vistas a su bien espiritual a través de la obediencia y la solicitud amorosa hacia los hermanos, una familia podría muy bien imitar el espíritu benedictino invitando a sus miembros a privilegiar la vida en familia sobre las actividades exteriores. Como ya he dicho, la vida doméstica, si está bien organizada, requiere la atención por las necesidades de todos y por el mantenimiento y el amejoramiento, también estético, del ambiente, que de ordinario falta en las actividades exteriores- profesionales, escolares o de diversión- y que es altamente educativo en la formación del carácter y del sentido social y artístico. Para ello se podrían proponer sin rigidez normas que favorezcan el respeto de todos hacia los horarios, la llegada no demasiado tardía a casa por la noche y, sobre todo, la solicitud de todos por una vida común guiada por la fraternidad.

Esto, naturalmente, no para cultivar un egoísmo familiar, sino, por el contrario, para educar a todos los miembros de la familia en un amor no de teoría, sino práctico, que los lleve a involucrarse en los fatigosos trabajos del servicio recíproco, fundamento de toda actividad verdaderamente social. Mi experiencia me ha hecho ver que en los monasterios y en el campo este sentido social se desarrolla más que en las familias y en la ciudad. A modo de ejemplo: cuando vivía en familia en Roma, la ciudad estaba tan llena de ruidos que cualquier rumor me dejaba indiferente y yo continuaba a pensar en mis cosas. Llegado al monasterio en pleno campo yo continuaba a comportarme del mismo modo: si oía un golpe o un rumor desacostumbrado, a mí no me preocupaba. Pero, más tarde, alguien venía a reprocharme por no haberme interesado por lo que sucedía. Así, poco a poco, he aprendido a estar siempre atento al ambiente en el que vivo y a las necesidades de la casa, de las personas, de la vida común.

6.Los ambientes

Los monasterios deben estar de tal modo estructurados que todo lo necesario, es decir, el agua, el molino, el huerto y las oficinas de las diversas artes, estén dentro del recinto del monasterio, de modo que los monjes no tengan necesidad de caminar por fuera: algo que no ayuda absolutamente a sus almas
Santa Regla, c. 66

La cantidad, la calidad, la disposición de los ambientes dependen de las opciones hechas por quien funda una familia, o de la herencia de las familias de origen. Muy frecuentemente, estas opciones están fuertemente condicionadas por la penuria o por situaciones difíciles, a veces trágicas, de nuestras ciudades. De todos modos, y en cuanto sea posible, los iniciadores de una convivencia familiar deberían tener en cuenta el hecho de que es en el ámbito familiar donde se desarrolla- o debería desarrollarse- la más auténtica vida de la familia. Más auténtica en el sentido de que, muy frecuentemente, la profesión o el estudio nos llevan a centrarnos en un aspecto abstracto de la realidad, aislado del conjunto de nuestra vida. Así, el médico analista se preocupará por la sangre, la cajera por los recibos, el banquero por los préstamos, el universitario por una materia particular, etc.

Es evidente que éstos son, por decirlo de algún modo, fragmentos que deben ser integrados en la totalidad de la vida. Pero esta totalidad debería encontrarse, sobre todo, en la vida doméstica. Por tanto, el ambiente de la casa, práctico y agradable, debe favorecer la presencia asidua de los miembros de la familia. Sería bueno que cada miembro de la familia- esposos, chicos y chicas- tuvieran su propia habitación, en la que encontrar un ambiente acogedor, como residencia habitual y lugar principal de su actividad personal.

Debo hacer aquí una referencia al problema, tan agudo hoy, del ahorro energético. En este aspecto se puede hacer mucho con las opciones en el momento de la construcción de la casa o de la disposición inicial de la habitación. Sin intención de entrar en detalles, para los que sería bueno consultar a algún experto, podemos considerar la posibilidad de utilizar la energía eólica y solar y las propiedades térmicas de la madera y de otros materiales naturales o sintéticos. A veces, determinadas opciones implican un cambio de costumbres y, frecuentemente, una mayor austeridad en el uso del agua, de los alimentos o de las diversas fuentes de energía, favorecida por la profundización en el sentido moral y religioso.

En la segunda mitad de los años 60 del Novecientos, por motivos exclusivamente ideológicos unidos a la obsesión entonces imperante por el colectivismo, se extendió como mancha de aceite la costumbre de centralizar las fuentes de energía. En los centros urbanos se hicieron gastos inmensos para montar calefacciones y otros servicios centralizados, eliminando la calefacción particular de cada apartamento. Cada familia debía pagar su cuota y, en lo referente a las horas y la intensidad del abastecimiento, se dependía de la decisión de la administración central, con el resultado frecuente de que los apartamentos más cercanos a las fuentes de energía reventaban de calor y a los más alejados apenas les llegaba el calor. Además la temperatura sólo se podía bajar apagando la calefacción en cada apartamento, pero el combustible continuaba quemándose con el consiguiente y enorme dispendio. Mantengo todavía el recuerdo obsesivo del calor sofocante y antinatural de los apartamentos de las grandes ciudades.

A esta mentalidad colectivista la doctrina católica tradicional opone el principio de subsidiariedad, según el cual todo organización menor tiene el derecho de llevar a cabo sus finalidades libremente, sin sentirse ahogada por las grandes organizaciones, cuyo único deber es intervenir en apoyo de la organización menor cuando ésta no está en grado de llevar a cabo con solvencia todas sus funciones. Esta doctrina nace de la confianza en la libertad humana, cuando se rige por la justicia y por la caridad, y de la valorización de la función insustituible del dinamismo interior de cada persona: sólo de la santificación de la vida espiritual de cada uno puede surgir un renacer de la sociedad.

Bajo este punto de vista se puede comprender la importancia de una relativa autonomía y, en la medida de lo posible, de un cierto aislamiento de cada habitación y de sus servicios, y no solo por razones de ahorro de energía, sino para poder favorecer el desarrollo de aquella iniciativa individual de la que nace el esfuerzo moral por la fraternidad, hoy absolutamente necesario, que el colectivismo tiende a sofocar.

7.El mobiliario

Si alguno trata las cosas del monasterio con poca limpieza o con negligencia, sea reprendido. En caso de no enmendarse, se le castigue según está establecido.
Santa Regla, c.32

Para poder ser apto a la finalidad a que es destinado y al mismo tiempo agradable y acogedor, todo ambiente necesita ser convenientemente aparejado. El aspecto artístico de los muebles, unido a elementos ornamentales, es muy importante. Esto implica no sólo una cuidadosa elección de los muebles, sino también el cuidado por su orden y limpieza por parte de todos los miembros de la familia. El trabajo dedicado a ello, como ya he dicho, debe ser distribuido equitativa y caritativamente entre todos y tiene un grandísimo valor educativo, sea porque contribuye a educar el sentido de responsabilidad hacia la casa común, sea porque acostumbra a la fatiga física, al sacrificio, a la precisión, al sentido de la justicia y de la caridad y también al sentido estético.

Este último aspecto- al que hay dar una grande importancia- podrá ser más desarrollado con la dedicación a crear con las propias manos los muebles y adornos artísticos de la casa. Lo fragmentario del trabajo profesional, lo abstracto del trabajo mental, lo mecánico de las modernas actividades industriales, podrá ser compensado en gran manera por esta actividad manual creativo-artística llevada a cabo para embellecer la propia morada.

8. Los instrumentos

Para que el vicio de poseer sea erradicado, el abad proporcione todo lo necesario; es decir la cogulla, la túnica, los calcetines, los zapatos, la correa, el cuchillo, la pluma, la aguja, el pañuelo, las tablillas, de modo que se quite toda excusa a la necesidad…Aquello que hay de más, es ya de por sí superfluo, y debe ser eliminado.
Santa Regla, c. 55

Por lo que se refiere a la cantidad y a la calidad de los instrumentos de trabajo y de entretenimiento, una familia no podrá guiarse por el voto de pobreza propio de la vida monástica, pero podría ser muy conveniente desde distintos puntos de vista una cierta analogía con las disposiciones de la Regla. En todo caso, una familia cristiana debe evitar el lujo, el dispendio, la superficialidad. La tendencia actual a llenar la habitación de los niños con una cantidad exorbitante de juguetes y muñecos es auténticamente destructiva para la formación del carácter de los pequeños. Esto fomenta la pereza, la excitabilidad, la avidez, el egoísmo. San Benito puede sugerirnos sobre todo medir nuestras preferencias a tal fin: debemos hacer, ciertamente, que el niño- y no sólo él- encuentre en su habitación el lugar apto para una vida sana de trato humano, de juego, de trabajo, de estudio, de descanso.

Para todo ello es necesario dosificar sobria y prudentemente el uso de aparatos electrónicos, admitidos hoy en día, por desgracia, sin ningún criterio de discernimiento en el ajuar de los pequeños. A esta fatal costumbre se debe oponer la siguiente consideración: el niño se encuentra en una etapa inicial de su desarrollo en la que todo su sistema neuro-cerebral está en fase de formación. En tal situación tiene una absoluta necesidad de contacto con el mundo real, marcado por la experiencia de la distancia, del peso, del esfuerzo, del calor, del frío, del trato directo con la naturaleza-inanimada y animada- y con los hombres. Nada de esto puede ser sustituido en absoluto por el mundo virtual, carente de los caracteres propios de la realidad. Por ello, la dedicación precoz y prolongada de los pequeños en el uso de aparatos electrónicos- sean éstos las pantallas de diversas clases, sean los teléfonos móviles, las cufias u otros- es absolutamente destructivo.

Sólo cuando el ser humano está bien integrado y asentado en las relaciones naturales y humanas, constituyentes de una sana personalidad, se encuentra en grado de enriquecer su experiencia propia y la de los demás con el uso de los medios modernos de comunicación. Para poder comunicar se necesita haber adquirido antes un fundamento firme de las realidades a comunicar. Incluso a nivel mental, sustituir las operaciones propias de la mente- por ejemplo el cálculo matemático- con elementos electrónicos- la calculadora, por ejemplo- no puede ser inocuo para el desarrollo de la inteligencia. Por lo demás, al abuso del mundo artificial de la electrónica no perjudica sólo a los niños, sino también a los adultos, aunque sea con menos gravedad. La electrónica debe tener siempre un papel subsidiario y marginal, nunca esencial y central, en la experiencia humana.

Establecidos estos principios, podemos ahora formular las siguientes normas, tanto positivas y como negativas: 1.hasta una cierta edad- a determinar por los expertos- el uso de los aparatos electrónicos debe ser reducido al mínimo, e incluso eliminado. 2. por esta razón deben evitarse la televisión personal en la habitación, los video-juegos, los teléfonos móviles, los auriculares etc. 3. a una cierta edad se podrá hacer un uso moderado de ciertos de algunos aparatos electrónicos- personalmente excluiría por completo los video juegos. El uso de la televisión debe ser siempre moderado, no prolongado, no habitual, no solitario, sino programado para circunstancias útiles y compartido por toda la familia.4

También el uso del ordenador y de sus variadas posibilidades debe ser introducido gradualmente, con un atento control del tiempo y del modo. Pero es importante integrar estas normas negativas con normas positivas: 5. Es necesario revalorizar los instrumentos naturales y tradicionales de juego y de trabajo, que permiten un sano desarrollo de las facultades musculares, cognoscitivas y creativas. 6. Una vez que el niño haya adquirido una relación correcta con la realidad y se haya aficionado a los instrumentos naturales, encontrando gusto en la actividad física, en la inteligencia práctica, en la creatividad estética, entonces los nuevos aparatos podrán constituir una óptima ayuda a la actividad natural para perfeccionarla, depurarla y comunicarla rápidamente a otros. 7.El descubrimiento de las cosas hermosas que nuestros antepasados han realizado con sus propias manos y con los instrumentos naturales, o en cualquier caso elementales, que tenían a su disposición, debe restablecer una continuidad con su trabajo, interrumpido artificialmente por la exaltación de la electrónica.

Los aparatos presentes en los lugares de la casa y, sobre todo, en las habitaciones de los chicos, nunca deben transformar el ambiente en “ventanas abiertas al mundo”- en realidad aquello no es el mundo, sino una monstruosa falsificación-: deben ser lugares donde se vive la propia vida real, hecha de relaciones humanas reales- y no de ficción, de lo que se da un verdadero abuso, anti-educativo para cualquier edad- de actividades lúdicas, de trabajo útil y creativo, de estudio, de silencio meditativo, de oración, de descanso del alma y del cuerpo.


9.La disposición de la casa

La casa de Dios sea administrada por sabios y con sabiduría….de modo en la casa de Dios ninguno se turbe y se entristezca.
Santa Regla, cc. 53 y 31

Pasando a tratar de las disposiciones más interiores- aunque la distinción no es tan clara- comenzaré por las señaladas en último lugar, aquellas que, en cierto modo, forman parte de ambos ámbitos, interior y exterior. Lo tratado a continuación estará en estrecha relación con lo visto anteriormente.

9.1.El lugar del culto

El oratorio sea lo que dice su propio nombre; y en él no se haga se haga ni se coloque nada extraño a este nombre.
Santa Regla, c. 52

En lo referente a este punto se dan situaciones diversas. La mejor- absolutamente rara- es la de las casas, la mayor parte antiguas, en que existe una capilla familiar. Hay también casas suficientemente grandes como para permitir dedicar un lugar exclusivamente al culto y a la oración- también este caso es más bien raro. En la mayoría de los casos se hace necesario contentarse con trasformar en lugar de oración común una estancia de otro uso- recibidor o salón- en el que siempre debería haber, en unos de los lados o en un rincón, alguna imagen sagrada y otros signos de devoción (reclinatorio, candelabros, etc.). Es sabido que el solo hecho de tener en casa un lugar reservado para el culto es ya, de por sí, un fuerte reclamo, cuando no una condición indispensable, para que la familia adquiera la costumbre de orar en común. Cuando enseñaba religión en las escuelas elementales hacía siempre hincapié en el hecho de que para hacer oración se necesitan dos cosas: un lugar y un tiempo para rezar. Sin estas premisas la oración no puede ocupar un espacio real en nuestras vidas y no pasará de ser, en el mejor de los casos, un deseo piadoso.

Naturalmente, según el Evangelio, la habitación de cada uno será el lugar privilegiado de oración en privado; cuanto he dicho antes sobre los requisitos indispensables para que la habitación de cada uno no se convierta en una “ventana abierta al mundo”, sin silencio y sin intimidad, es también esencial considerando la invitación evangélica a orar en la propia habitación. Y es también esencial un ambiente adecuado y atractivo para la oración en común. También aquí es necesario el cuidado de todos por la limpieza y la estética, elemento, como ya he dicho, para nada secundario y menos aún en el ámbito propiamente religioso.

9.2.La biblioteca

Los libros a leer en el oficio nocturno sean los de divina autoridad, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, y también los comentarios realizados los Padres católicos de innegable nombre y fe recta…..¿Qué página o qué palabra de autoridad divina del Antiguo o del Nuevo Testamento hay que no sea regla rectísima para la vida humana? ¿O qué libro de los santos Padres católicos no nos exhorta con insistencia a avanzar por el camino recto hacia nuestro Creador? Asimismo las “colaciones”, las “Instituciones” y las “Vidas de los Padres, la Regla de nuestro santo Padre Basilio, ¿qué otra cosas son sino instrumentos de virtud para los monjes buenos y obedientes?….En estos días de Cuaresma cada uno reciba un libro de la biblioteca y lo lea ordenadamente de cabo a rabo. Estos libros deben ser distribuidos al comienzo de la Cuaresma.
Santa Regla, cc. 9, 73 y 48

Para aquellos tiempos no puede decirse que la biblioteca de san Benito fuese pequeña. Y evidentemente era una biblioteca bien ordenada. Lógicamente, una familia de hoy no puede atenerse a la letra a las prescripciones de san Benito para sus monjes. Pero no es poco lo que se puede aprender de la Regla. Lo primero, la existencia de la biblioteca. No todas las casas actuales poseen una biblioteca digna de ese nombre. La biblioteca requiere el cuidado y la conservación de los libros.

Por el contrario, ¿cuántas veces sucede que los libros se pierdan, se deterioren, se presten y no sean recuperados? Esto supone un gran perjuicio. Porque un volumen, a los pocos años de su publicación, ya no se encuentra y, como nos enseña la experiencia especialmente en nuestros días, lo más recientemente publicado no equivale a lo mejor. Con mucha frecuencia los libros más valiosos vienen injustamente relegados al olvido, para ser de nuevo descubiertos después de siglos- ¿acaso no sucedió esto en el Renacimiento? Pienso además que muchísimas técnicas de escritura, de copia, de ilustración, que daban a los libros un aspecto estético admirable, han caído en desuso con el correr de los tiempos y han sido sustituidas por sistemas más baratos, pero también estéticamente más bajos; ello sin contar con la progresiva decadencia de las manualidades y, consiguientemente, del arte iconográfico. En esta situación nada más recomendable que la conservación de los libros de otras épocas, a veces también de pocos decenios.

Y naturalmente este mismo cuidado es necesario para los mejores libros actuales, que mañana sería difícil encontrar. En este punto, la tradición benedictina puede hacer escuela. Más allá de la conservación es también importantísima la elección de las publicaciones. Sucede con frecuencia que por la casa circulen libros, revistas, periódicos y periodiquillos de todo género sin un control responsable.

La tradición moral de los países civilizados, no solo los cristianos, han denunciado siempre con razón el daño inconmensurable causado mala prensa. Parece reservado a nuestros días el olvido, entre otras cosas, de esta enseñanza de la sabiduría humana. Sé por experiencia cuántos jóvenes han quedado marcados negativamente para toda su vida por haber encontrado dando vueltas por casa un libro o un periódico con textos o ilustraciones inmorales, o por haber leído, sin una preparación adecuada, escritos facciosos de propaganda subversiva.

 Aún sin bajar a ínfimos niveles morales o políticos, una casa en la giren solamente los fotogramas, los periódicos deportivos o los más recientes libros chispeantes de la literatura en boga y en la que falten los clásicos de la poesía o del pensamiento, no puede dejar de ser sumamente anti-educativa para los pequeños y los jóvenes de casa y espiritualmente deprimente para los adultos. Por el contrario, el niño que va creciendo rodeado por una biblioteca bien organizada, de libros valiosos, enriquecidos además con bellas ilustraciones, ya es un aventajado para la vida y para la escuela por este simple hecho.

9.3.El ambiente del trabajo común

El ocio es enemigo del alma; por tanto, los hermanos deben estar ocupados en determinadas horas en el trabajo manual, y en otras horas, también determinadas, en el estudio de las cosas divinas.
Santa Regla, c. 48

El trabajo al que se hace referencia aquí es aquel trabajo artesanal y artístico del que he hablado en el punto 1.3. En muchos monasterios benedictinos, especialmente en los femeninos, existe un lugar destinado a este tipo de actividad, que frecuentemente se lleva a cabo en común. Me agrada unir a esta tradición una costumbre familiar vigente sobre todo en Dinamarca. En este País, las familias acomodadas tienen la costumbre de reunirse en ciertas horas del día, en especial los Domingos, para dedicarse a una actividad creativa, como puede ser el dibujo, o el bordado, o la música, u otro. De este modo se tiene un momento de esparcimiento y de unión familiar que sirve para cultivar el gusto por la belleza y las habilidades manuales y mentales de cada uno. Sería algo convenientísimo que esta costumbre se propagase por doquier, robando así tiempo y energías al dominio absoluto de la televisión y de los juegos y aparatos electrónicos. Para lograrlo es necesario encontrar un lugar adecuado, que bien puede ser el mismo salón, utilizado en un tiempo oportuno para otras finalidades. En cuanto a las actividades que podrían llevarse a cabo ya se ha dicho algo anteriormente. En el próximo punto hablaré de una ocupación especial.

9.4.La decoración artística

Solo son verdaderos monjes cuando viven del trabajo de sus manos, como nuestros padres y los apóstoles.
Santa Regla, c. 48

En la tradición benedictina encontramos extendido por doquier el amor hacia la propia casa y el cuidado por embellecerla con una decoración que exprese, por una parte, la fe de los monjes y, por otra, sirva de invitación a elevar el espíritu a Dios en cada momento de la jornada. La belleza, en efecto, nos habla siempre de Dios, sobre todo cuando celebra la humanidad de Cristo, de la Virgen y de los Santos. Y una célebre exhortación de san Pablo ensancha inmensamente nuestro horizonte: “Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta”. (Fil 4,8). Los exegetas interpretan estas palabras como dirigidas no sólo a los contenidos propios de la fe, sino a todas las cosas bellas y buenas en cuanto provienen de Dios.

Por tanto, todo aquello que puede embellecer la casa de una familia, y no sólo las imágenes religiosas, debería estar presente en todas sus dependencias para alegrar el corazón y elevar el pensamiento de sus habitantes. Si para ello es necesario cultivar los gustos y elegir cuidadosamente los objetos decorativos, sería también muy deseable que los mismos miembros de la familia se dedicasen a hacer con sus propias manos los adornos necesarios. Como he dicho con anterioridad, esto sería enormemente educativo para las capacidades físicas y mentales de pequeños y mayores y constituiría una genuina fuente de alegría y de recíproca aceptación.

9.5.Los objetos y las imágenes devotas

El primer escalón de la humildad es aquel en que el ser humano, con la continua visión de la presencia del Señor antes sus ojos, rechaza el atolondramiento.
Santa Regla, c. 7

En un monasterio habrá una prevalencia de ornamentos religiosos, en una casa familiar, por el contrario, prevalecerán las decoraciones artísticas y las imágenes inspiradas en la vida del mundo o en los recuerdos de la misma familia. Pero tampoco deben faltar las imágenes y los objetos religiosos, sobre todo en el lugar del culto, pero no sólo allí. La tradición católica, hoy desgraciadamente descuidada, colocaba encima del lecho de los esposos una imagen de la Virgen o de la Sagrada Familia. El significado redentor y excelso de este signo no puede ser olvidado. Un significado análogo pueden tener también otras imágenes u objetos sagrados puestos en diversos lugares de la casa.

Así como se acostumbraba antes a poner una imagen del ángel de la guarda en la habitación de los niños. En los últimos decenios, la iconografía sagrada- también la profana- ha experimentado una notable caída, sea por el abandono de las manualidades, sea por la perversión de los gustos. Por ello se hace necesaria una cuidadosa elección de los objetos sagrados- también de los adornos artísticos profanos- y, sobre todo, adquirir, a través del estudio de modelos anteriores, el gusto y la habilidad manual para expresar en formas artísticas adecuadas las propias emociones religiosas y humanas. Todo esto no es algo secundario: pequeños y mayores aprenden a conocer y experimentar el sentido interior de la religión y de la vida y sus misterios más por la Biblia de los pobres de la iconografía que por la catequesis. También se debe a esta decadencia de la que he hablado la falta de sentido religioso incluso en la infancia. Añado a esto que la fotografía no puede sustituir a la creación artesanal, del mismo modo que la ficción no puede sustituir a la lectura de un libro.

10.La oración

10.1.La oración en común

En estas, por tanto, alabemos a nuestro Creador….. y por la noche levantémonos a ensalzarle.
Santa Regla, c. 16

El oficio divino señala todo la jornada monástica. De este modo la oración se hace práctica de vida, encarnada en el oficio recitado o cantado en las distintas horas del día. Los salmos, los himnos, las invocaciones, que han enriquecido la liturgia de la Iglesia a lo largo de la historia cristiana, frecuentemente enriquecidos con un elevado valor poético, no han sido escritos para quedar encerrados en los libros, ni para ser ejecutados en el teatro o en conciertos, sino para entrelazarse con la vida de cada día: “Llenaos del Espíritu, recitando en vuestro corazón salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor de corazón, dando gracias siempre y por todas las cosas a Dios Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef 5, 18b-20)

Ciertamente la familia no puede dedicar a la oración en común todo el tiempo que le dedican los monjes. Pero puede intentar imitarles en ciertos momentos de la jornada: a la mañana, antes de la comida y, sobre todo, antes del descanso nocturno. Esta oración en común nunca debe ser hecha de modo prosaico y descuidado, sino que debe ser embellecida por una oportuna elección de los textos y, como veremos a continuación, del canto.


10.2.La oración en privado.

Si alguno quiere rezar en privado en algún otro momento, entre y ore, pero no en voz alta, sino con lágrimas y fervor interior.
Santa Regla, c. 52

Todos los miembros de la familia, desde los más jóvenes a los más ancianos, deberían desear el estar a solas con Dios. Esto puede ser cultivado con la presencia de imágenes sagradas en el lugar del culto y en la habitación de cada uno, por el clima de silencio y por la costumbre de reflexionar, de estudiar y de meditar. En este sentido, es evidente el daño causado por una casa llena de posters e imágenes fotográficas mundanas, descaradas y vulgares, y perturbada continuamente por pseudo-músicas de discoteca, por televisiones encendidas y por el rumor de los aparatos electrónicos. Para favorecer la oración individual es absolutamente indispensable que la habitación propia esté protegida de esta invasión mundana, y pueda ser un lugar de silencio, de estudio, de meditación y una morada embellecida con arte y enriquecida con libros de poesía, de pensadores, de oración: la patria del alma, donde cada uno pueda encontrarse a sí mismo después de la disipación y de los afanes de la jornada.

11.La caridad

11.1.La caridad dentro de la familia y el servicio recíproco

Este es el celo en el que los monjes deben ejercitarse con amor ardiente: adelántense unos a otros en el tributarse el honor; sopórtense con suma paciencia en las enfermedades físicas y morales: obedézcanse mutuamente; ninguno busque la utilidad propia, sino la de los otros
Santa Regla, cc. 4 y 53

Se ha hablado, a veces, del “egoísmo monástico”, como si la clausura encerrase a los monjes en el estrecho círculo de los intereses de la propia comunidad. En muchos casos esto ha sido así; pero no era esta la finalidad de san Benito, ni ha sido ésta la práctica de los monasterios cuando se ha aplicado con seriedad la enseñanza de la Regla. Por el contrario, la clausura ata al monje al servicio de la comunidad de la vida fraterna y lo somete a la obediencia: esto lo purifica del egoísmo y del amor propio y de este modo le prepara para la práctica de toda obra buena. El ejercicio de toda obra buena debe ser realizado sin que el monje se dispense de las obligaciones de la caridad y de la justicia hacia la comunidad de la que forma parte y de la que recibe la ayuda continua para la vida del cuerpo y del alma.

Por otra parte, el bien que se puede hacer fuera dentro del conjunto de la vida comunitaria, bajo la coordinación del abad, vale mucho más que el que se podría hacer individualmente. Esto no es óbice para que el monje pueda tener sus propias iniciativas, pero debe someterlas siempre al juicio del superior, quien tiene el deber de valorar los talentos de sus monjes y de coordinarlos con las necesidades de la vida fraterna

11.2 Caridad más allá de la familia

Tienes que aliviar la situación de los pobres, vestir a los desnudos, visitar a los enfermos y enterrar a los muertos. Anda y ayuda a los  y consolar los tristes... Mucho cuidado y gran atención ha de mostrarse al recibir a la gente pobre y peregrinos, es que en ellos se recibe de manera especial a Cristo.
Santa Regla cc. 4 y 53

Pero así como, a veces, hay un egoísmo monástico, también hay, desgraciadamente, un egoísmo familiar, por el cual las personas casadas se encierran frecuentemente en los intereses exclusivos de su propia familia y, con sus palabras y su ejemplo, enseñan a sus hijos a hacer otro tanto. Para combatir contra esta tentación se aconseja valorar las virtudes que se adquieren a través del servicio recíproco, del que ya se ha hablado varias veces y cuya importancia no puede ser minusvalorada, y a través de la práctica de la sobriedad y de la renuncia por exigencias de la caridad hacia los de fuera y de los problemas de la sociedad que nos rodea. Frecuentemente el origen de tantos males individuales y sociales está en la falta de las virtudes que la sabiduría humana y cristiana benedictina invita a practicar.

Por eso, serán propiamente estas virtudes, cultivadas en una vida monástica o familiar inspirada en la Regla de san Benito, las que aporten una ayuda a los sufrimientos del mundo. Por ello, se aconseja a los padres, para no dejar a medias la formación moral de los pequeños, el ponerlos en contacto lo antes posible, pero con discreción, con las plagas de la sociedad y enseñarles a practicar el espíritu de servicio que han adquirido en familia, en apoyo de los que sufren y de los desheredados.

12.El diálogo fraterno. El tiempo y el modo de la conversación y del silencio

Hemos hablado de convocar a todos al consejo, porque frecuentemente el Señor inspira un parecer mejor a uno más joven…….La decisión dependa de la voluntad del abad……pero así como los discípulo tienen el deber de obedecer al maestro, así también conviene que él lo disponga todo con cuidadosa y ecuánime sensatez…..Los monjes deben observar siempre con diligencia el silencio, sobre todo en las horas nocturnas.
Santa Regla, cc. 3 y 42

Se lamenta hoy en las familias la falta de tiempo para el diálogo entre esposos y entre padres e hijos. Muy a menudo esta falta de tiempo depende de los muchos empeños inútiles fuera de casa, del desafecto hacia el ambiente y el trabajo doméstico, de las demasiadas horas absorbidas por la televisión o los aparatos informáticos. Hemos visto ya como el momento de las comidas es sagrado y debe ser dedicado a la comunión fraterna, respetando los horarios y excluyendo la televisión durante la refección. Del mismo modo se ha hecho referencia a la noche como momento privilegiado de descanso y de alejamiento de las preocupaciones exteriores y de las diversiones ruidosas y mundanas, y como momento de comunión de los corazones en el diálogo, en la compartición de pensamientos y sentimientos, en la oración en común.

A todo esto se opone la mala costumbre, universalmente extendida por desgracia, de la mala utilización de la televisión, como si fuera una inevitable fatalidad que debe llegar necesariamente para absorber las mejores horas de la noche. Todos podemos comprender la irracionalidad de esto, pero ninguno tiene la fuerza de oponerse a ello. Sin embargo, la familia que quiera regirse según unos principios sanos, debe considerar como una excepción el uso nocturno de la televisión o de los DVD, como una excepción cuando la ventaja compense la pérdida- es decir raramente-, y no como algo habitual. Habitualmente y como regla de vida, la familia debe estar libre para dedicarse al diálogo y a aquellas actividades lúdicas o artísticas que lo favorecen. La alegría del uso creativo de la inteligencia en un diálogo cordial o en una actividad manual gozosa o en la música, instrumental o vocal, o en el goce compartido de la poesía, es algo muy distinto de la pasividad gris y taciturna impuesta por la televisión.

Repetimos una vez más que habituarse al servicio recíproco, a la condescendencia humilde, a la sobriedad y a la abnegación, constituye una premisa indispensable y preciosa para un fructuoso y respetuoso diálogo entre los familiares. Todo lo contrario hay que decir del habituarse a la pereza, al egoísmo, al acaparamiento, a la presuntuosa testarudez.

Señalemos finalmente la importancia del silencio en la Regla benedictina, sobre todo del silencio después de la última oración de Completas. Después del esparcimiento, el diálogo compartido y la oración de la noche, todo debe concluirse con el recogimiento nocturno, cuando se apagan las luces del mundo y se encienden las infinitas místicas lucecillas en la cúpula del cielo: el cielo del alma tiene necesidad también de sus propias estrellas, que vienen a consagrar los pensamientos, los afectos, las oraciones con las que el corazón se adormece para que produzcan su misterioso fruto en la inconsciencia del sueño.

13.La lectura

Escuchar con gusto las santas lecturas
Santa Regla. C. 4

Se podría repetir aquí lo ya afirmado en el capítulo 9. 2. Añado solamente que la lectura no puede ser sustituida por las variadas formas de comunicación visual ofrecidas por los modernos aparatos electrónicos. Una cosa es la reflexión, otra la imaginación. La prevalencia de la segunda sobre la primera marca muy negativamente al hombre actual y puede ser destructiva para el equilibrado crecimiento del niño. También es importante la calidad material del libro y la posibilidad de conservarlo y de volver a hojearlo otras veces, incluso a distancia de años. Nos da seguridad el saber que aquel viejo amigo está siempre ahí dispuesto a repetirnos sus sabias palabras, que quizás no hemos meditado o entendido del todo y que, con el paso de los años y el enriquecimiento de nuestra experiencia, revelan nuevos significados. Si la habitación de los chicos no está llena de los ruidosos aparatos electrónicos con su caótica y continua avalancha de imágenes, el pequeño podrá aprender pronto el gusto por las buenas lecturas, que enriquecen la mente y el corazón.

14.El estudio

Hemos esbozado esta Regla a fin de que al observarla en los monasterios demos prueba, en cierto modo, de tener dignidad de costumbres y un cierto encauzamiento de la vida monástica. Pero para quien desee avanzar rápidamente hacia la perfección de esta vida, están los preceptos de los santos Padres que, si practicados fielmente, son muy aptos para conducir al hombre al culmen de la virtud. ¿Qué página o qué palabra de autoridad divina del Antiguo o del Nuevo Testamento no es norma rectísima para la vida humana. ¿O qué libro de los santos Padres católicos no nos exhorta insistentemente a correr por el camino recto hacia nuestro Creador?….. Quienquiera que tú seas que te apresuras hacia la patria celeste, pon en práctica con la ayuda de Cristo este pequeña Regla esbozada para principiantes; y entonces, con la protección de Dios, podrás llegar fácilmente a aquellas sublimes vetas de doctrina y de virtud que antes hemos mencionado.
Santa Regla, c. 73


San Benito, huido de Roma scienter nescius et sapienter indoctus (conscientemente ignorante y sabio sin ciencia), escandalizado de la vida inmoral de los estudiantes de la Urbe, buscó en la vida monástica una escuela diferente de aquellas instituciones académicas: “la escuela del servicio divino”. Crecer en la humildad, en la caridad, en la abnegación, es para él más importante que avanzar en la instrucción académica. Para san Benito, la verdadera sabiduría consiste en la práctica de las virtudes humanas y cristianas. No desprecia el estudio cuando éste se orienta al conocimiento de los caminos de Dios. En el capítulo 48 de la Regla escribe: “El ocio es enemigo del alma; por tanto los hermanos, en determinadas horas del día, deben ocuparse en el trabajo manual y en otras, también determinadas, en el estudio de las cosas de Dios”. Y, a propósito del abad, dice que debe poseer la “ciencia de las cosas espirituales” (c. 64) y que “su mandato y su enseñanza entren suavemente en el espíritu de los discípulos como fermento de justicia divina” (c. 2).

Por tanto, la verdadera sabiduría debe nacer del esfuerzo por una vida virtuosa y, a su vez, debe iluminar con su luz el camino de la virtud. Pero, como hemos visto, para san Benito la virtud se practica principalmente en los servicios más humildes requeridos por la vida común y la caridad fraterna. Esta vida común, por lo demás, no está ordenada a un fin terreno, sino a un bien espiritual. Porque, efectivamente, buena parte de los servicios requeridos por la vida común miran al recto ordenamiento y a la práctica regular y fervorosa de la oración litúrgica, de la buena organización de la lectura, tanto pública como privada, del estudio de la Palabra de Dios y de los escritos patrísticos y monásticos, del esmero por una vida de oración personal bien planteada. Incluso las observancias de la Regla aparentemente más terrenas son trasfiguradas a través del espíritu de la imitación de Cristo obediente y sufriente, que no vino para ser servido sino para servir, y a través de la alegre oblación de sí mismos en el amor de Dios y en la caridad fraterna. De este modo, cuanto se ha contemplado en el rezo del oficio, en la meditación de la Sagrada Escritura y en la oración, viene puesto en práctica después en la vida de cada día.

La tradición monástica sucesiva debía desarrollar grandemente estas líneas maestras establecidas por san Benito como fundamento de una cultura no abstracta y escolástica, sino profundamente amalgamada con las exigencias prácticas de una vida cristiana personal y comunitaria virtuosa. Es evidente que en un monasterio benedictino bien establecido no hay lugar para el erudito o el científico vicioso o hinchado por el orgullo y desdeñoso de los trabajos humildes requeridos por la vida común y por la caridad fraterna.

En la perspectiva de san Benito- que es naturalmente la del Evangelio- el humilde monje iletrado que se sacrifica día y noche por amor a Dios y a los hermanos, es más sabio que el de muchos títulos nunca disponible y siempre orgulloso. Pero también es cierto que la misma vida religiosa comunitaria requiere el desarrollo de una múltiple actividad cultural. Para ser monjes cristianos es necesario leer, meditar, recitar continuamente la Palabra de Dios y los escritos de los Padres y es necesario rezar los salmos y los cánticos inspirados y los himnos y las oraciones de la Iglesia durante muchas horas del día. De aquí la necesidad de aprender, enseñar, pensar, escribir, copiar, miniaturizar, componer y, después, cantar, desarrollar y enriquecer el patrimonio musical, inventar una escritura musical más adecuada, construir oratorios, iglesias, capillas, bibliotecas, lugares para los distintos servicios de la vida monástica, embellecerlos con el arte arquitectónico, pictórico, escultórico, tallar coros de madera, confeccionar ornamentos sagrados, inventar ritos litúrgicos o paralitúrgicos- de aquí el nacimiento del teatro medieval- etc.

Como escribí en otro lugar, “cultura, pensamiento, arte, melodía concurren para animar con un soplo de poesía e inspirar con un resplandor de cielo todas las actividades del monje. Así, del sencillo trabajo doméstico de cada día y del espíritu divino que lo vivifica nacen las grandes ideas, los grandes proyectos para la salvación del mundo, llevados a cabo sin jamás dispensarse del sacrificio diario de la vida fraterna en comunidad: nada que ver con la cultura abstracta, lejana de la vida del alma” propia de tanta erudición académica.

De esta escuela debía nacer la mayor sabiduría cristiana. Me agrada citar aquí algunas hermosas consideraciones de Jacques Maritain sobre santo Tomás de Aquino, que salió del monasterio de Montecasino para entrar en la nueva Orden de los Dominicos y terminó su no larga vida hospedado en el monasterio de Fossanova:
“Él (santo Tomás) debía abandonar la casa del Beato Padre Benito, de quien, como pequeño oblato de hábito negro, había aprendido las doce reglas de la humildad, y a quien, siendo Doctor espléndido que ha finalizado su obra, pedirá hospedaje para morir…En el cielo, santo Domingo le pidió Tomás a san Benito porque el Verbo de Dios necesitaba a Tomás para confiarle la misión de la inteligencia cristiana”.

La entonces moderna Orden Dominicana podía adaptarse mejor que la antigua Orden Benedictina a la vida de estudio de las grandes universidades medievales, pero el episodio es emblemático: incluso la más alta y desarrollada vida intelectual, si quiere ser recta y no caer en la abstracción, debe extraer su linfa del servicio humilde- “humildad” viene de humus=tierra- de la oración vivida, de la práctica de la caridad, y nunca debe contentarse con revolotear por las aulas de las universidades, sino que debe volver a los hogares familiares y monásticos para iluminar con la luz de la sabiduría la vida de trabajo, de oración, de angustia y de esperanza de los simples fieles y de todos los hombres.
Me parece que lo expuesto hasta este momento es muy útil para una correcta evaluación de la función y del valor del estudio en la vida de una familia.

Observamos en primer lugar que hay una cultura del espíritu que es más importante que la cultura que la vida escolar. Es más, esta cultura del espíritu debería ser el fundamento y la finalidad de toda otra actividad intelectual. Esto significa que todo lo que viene incluido bajo la aparentemente pobre expresión “trabajo doméstico”, constituye en realidad el riquísimo fundamento de toda verdadera cultura. No es por tanto inconveniente ni desdeñable para una mujer licenciada dedicarse a tiempo pleno al cuidado de la casa y de la familia . Del mismo modo, no hay discriminación alguna en reconocer que no todos se sienten inclinados a una vida intelectual escolar, desde el momento que las energías de la inteligencia, del corazón y de la voluntad se expresan igualmente, y frecuentemente mejor, a través del trabajo manual, el servicio fraterno humilde, la oblación de sí mismos en la caridad.

La historia enseña que, con mucha frecuencia, el arte más elevado ha brotado de esta humilde actividad familiar, y no de las universidades y academias. Quien, a su vez, se sienta dotado para la actividad intelectual escolar, debería aprender de las anteriores consideraciones a extraer de la práctica diaria de la virtud las inspiraciones para sus estudios y referir a ella toda su actividad intelectual.

Escribía Forster hace más de cien años: “Para que el hombre no pierda nunca de vista el centro firme de la vida, es decir el trabajar su propio carácter, es necesario que el mucho saber sea despojado de su influencia dispersiva y confusa, lo que se obtiene poniéndolo en constante relación con aquel centro. Todo lo demás no es educar al pueblo, sino pervertirlo.”. Estas consideraciones nos indican el significado de una cultura superior y la justa escala de valores de las ciencias: no son la informática, la economía y el comercio o las ciencias políticas las que pueden aspirar al rango de guías de la cultura humana. Recordemos que la parte más voluminosa y compleja de la Summa Theologiae es la segunda, es decir la parte moral: el Doctor Angélico muestra de este modo que la ciencia más importante con mucho es el estudio del alma humana y que a esto mismo deben orientarse todas las demás ciencias.

15.La música y el canto sagrado y profano

Los hermanos no lean o canten por orden de ancianidad, sino sólo aquellos que sean aptos para deleitar a los oyentes.
Santa Regla, c. 38

Siguiendo la costumbre del monaquismo antiguo, san Benito otorga un papel central en la vida del monasterio a la recitación coral del oficio divino. Como es natural y conforme a la exhortación antes citada de san Pablo ( ), frecuentemente los salmos y los cánticos eran cantados. Por lo demás, el salmo es, por propia naturaleza, poesía y canto: por tanto la verdadera oración debe ser poesía y canto.

La tradición benedictina sucesiva desarrolló grandemente este aspecto, hasta el punto que el monaquismo medieval llegó a ser un gran bienhechor de la humanidad por la conservación y el desarrollo del patrimonio musical antiguo. Fueron los monjes benedictinos quienes inventaron la escritura musical que, con las pocas modificaciones con que hoy la conocemos, permitió poner por escrito de forma precisa las melodías litúrgicas de la Iglesia. Por eso el canto sagrado medieval- que en gran parte retoma y desarrolla el canto romano tardío, es el más extenso repertorio antiguo que podemos conocer con precisión.

Es notorio que los mismo nombres de las notas provienen de las sílabas iniciales de los primeros seis versículos del himno litúrgico de la fiesta de san Juan Bautista- señal del origen eclesial y monástico del arte musical occidental. Posteriormente, en los siglos XIX y XX, los monjes del monasterio benedictino de Solesmes, en Francia, restituirán al canto gregoriano, a través del estudio científico de los códices, su primitiva pureza, rescatándolo de las alteraciones padecidas en el curso de los siglos.

También en este caso se observa que la música es cultivada en los monasterios como algo que forma parte de la vida de todos los días, no como algo académico o de concierto: se debe orar juntos y, por tanto, también se debe cantar juntos, y cantar bien, y crear la música adecuada para una liturgia siempre más cuidada y solemne, que se debe transmitir, y para ello conservar, y para ello escribir de forma cada vez más adecuada. También en años recientes se ha podido observar cómo, en la marejada de la experimentación salvaje en el campo de la música sagrada, los monasterios benedictinos han sabido conservar generalmente una cierta dignidad, con la conservación del canto gregoriano y con una prudente apertura a las mejores expresiones de la música moderna.

Ya en el Setecientos el benedictino alemán Martin Gerbert, abad del monasterio de san Blas en la Selva Negra, lamentaba la decadencia de la música sagrada, en la que en los siglos pasados se había ido introduciendo poco a poco la música moderna profana, de tal modo que la música sagrada no se distinguía de ella. Según su modo de ver, el cambio había sido tan rápido y grave en los últimos tiempos como para poner en peligro la misma pureza del culto, “si ya Platón pensaba que, degenerando la música, ni el mismo Estado podía salvarse”.

Esta última observación nos lleva a considerar la importancia del papel de la música en la vida de la familia. Se trata de un aspecto que se tiene poco en cuenta, sin considerar el efecto determinante que la sugestión musical ejerce en la profundidad de la vida inconsciente. La música de la que se alimentan con abundancia nuestros jóvenes se ha degenerado cada día más en los últimos decenios, con la colaboración de medios sonoros y de instrumentos de comunicación cada día más poderosos y sofisticados. La tradición benedictina podría ofrecer muchas sugerencias para corregir esta peligrosa situación.

Partimos de la observación de que la música, por su destino natural, no debe ser un objeto de museo o de sala de conciertos, sino que debe acompañar nuestra vida de todos los días, como sucede en los monasterios con la música sagrada. La familia podría imitar en esto a los monjes, animando los momentos de oración con cantos bonitos, elegidos y cuidados. Pero podría hacer mucho más aún: todo el inmenso mundo de los sentimientos humanos debería ser cultivado y educado a través de la música y del canto. Para los antiguos la música era un poderoso medio educativo.

Los padres y los educadores deberían procurarse en primera persona la formación estética conveniente para adquirir el gusto infalible por las melodías y los cantos aptos para despertar en los hijos los mejores sentimientos humanos y cristianos. Un repertorio a descubrir y valorar, incorporándolo a la trama de la vida diaria familiar, es riquísimo patrimonio del canto popular italiano y extranjero, sagrado y profano, y de la lírica del Setecientos y del Ochocientos, sobre todo la italiana.

Hubo un tiempo en que estos cantos eran conocidos por todos; hoy han sido sustituidos por las más descaradas composiciones de las variedades televisivas. También en el campo de la música religiosa dominan con frecuencia las más desgarbadas y ensordecedoras improvisaciones de última hora. Un sabio autor escribía hace cien años que se sufre todo el dolor del mundo al oír con qué clase de música se alimenta y se deleita nuestro pueblo. ¿Qué diría hoy? También en este punto es necesario dar marcha atrás. La tradición del canto popular y de la lírica clásica, con su irresistible celebración de los más altos y tiernos sentimientos humanos, implícitamente cristianos como fruto de una educación religiosa multisecular, no ha sido abandonada por no ser adecuada para nuestros tiempos, sino por motivos ideológicos y comerciales. Cuando este patrimonio es oportunamente propuesto, el hombre y el joven hoy quedan conquistados por él y ven que responde a las aspiraciones más profundas.

Las familias, por tanto, deberían aprender a enlazar los momentos de distensión y de trabajo con los bonitos cantos de la tradición popular y clásica, también con una oportuna elección de cantos modernos, entre los que no faltan las bellas composiciones, aunque no siempre es fácil encontrarlas en medio de tanta música comercial.

“Queriendo recrear una raza bella y fuerte”- escribía hace años el P. Doncoeur,- “nos hemos propuesto enseñarles de nuevo a cantar”. Pero añadía: “la música, el canto sin conexión con la vida, están muertos; no os serán sabrosos y vuestro esfuerzo no será ni fecundo ni perdurable si no impregnáis de verdad vuestra vida con la música….El cuadro de belleza, de armonía, de gozo que puede hacer brotar el canto no es otra cosa que la tierra del buen Dios, el camino, el bosque, la montaña y también el campo, la fábrica y el hogar”.

No hay duda de que nuestra vida moderna, falsa y artificial, mata el canto, del mismo modo que, alejando al hombre de la naturaleza, seca las secretas y preciosas fuentes de la alegría de vivir.

16.El esparcimiento y el arte tradicional, los medios modernos de diversión, de expresión artística, de comunicación

Espere la santa Pascua con la alegría del deseo sobrenatural.
Santa Regla, c. 49

La Regla de san Benito no prevé momentos de esparcimiento y de fruición del arte, pero la vida del monje, aunque austera, mortificada y siempre disponible a compartir la cruz de Cristo, es en el fondo una vida de alegría, en la que, “con el progreso en las virtudes monásticas y en la fe, el corazón se ensancha, y la vía de los divinos preceptos se recorre en la inefable suavidad del amor”. (Santa Regla, Prólogo). Por lo demás, san Benito afirma no haber querido establecer “nada penoso, nada pesado” (ibid.), no obstante la severidad de la disciplina que tiende a corregir los vicios y a conservar la caridad. Nada de extraño, pues, en que la tradición monástica siguiente haya incorporado en el horario de la jornada momentos de recreación y de juego y haya desarrollado con amplitud la actividad artística. Esto es algo que debe imitar la familia que quiera seguir el espíritu benedictino, ya que, como he indicado, la participación común en la actividad lúdica o artística favorece en gran manera la comunión espiritual y el diálogo.

Los juegos tradicionales, como las actividades artísticas y artesanales manuales, tienen la ventaja de impregnar las facultades físicas y mentales del ser humano sin la pantalla de energías artificiales. Esto es importantísimo, yo diría indispensable, para el desarrollo de la inteligencia, de la manualidad y del sentido estético de grandes y pequeños. Además, como lo ha expresado poéticamente el P. Doncoeur, el hombre tiene necesidad del contacto vivo con la naturaleza y de poder ejercer sobre ella sus propias facultades cognoscitivas, de admiración y creativas.

Por desgracia, el inmenso desarrollo de la tecnología y de la electrónica nos ha ido alejando progresivamente de la experiencia viva de la naturaleza y ha vuelto nuestra vida falsa, lejana de sus fuentes genuinas, y artificialmente agitada por las experiencias cada día más irreales y degeneradas de la propaganda comercial. Lo cual no impide que los medios modernos, bien utilizados, puedan ofrecer nuevas y extraordinarias posibilidades a la acción humana. El principio fundamental para su uso correcto, lo hemos señalado ya, es: los medios electrónicos nunca deben suplantar a la realidad de la naturaleza, ni al uso natural de las facultades humanas.

Su puesto nunca debe ser el primero, sino el segundo. Esto quiere decir que el ser humano debe primeramente hacer sus propias experiencias de contacto vivo con la naturaleza y con los otros seres humanos y de ejercicio natural de sus propias facultades- inteligencia, esfuerzo físico, conocimiento de la realidad y admiración de la belleza, laboriosidad transformadora e creatividad artística, compartición de la vida de la mente y del corazón- y, sólo después de haber realizado lo anterior, podrá ampliar sin riesgos sus propias facultades, ya consolidadas, y comunicar cuanto ha aprendido, pensado y realizado en las nuevas dimensiones del espacio y del tiempo, sirviéndose de los medios electrónicos.

Esta jerarquía, que no es sólo de valores sino también cronológica, supone, como ya he indicado, sea el aplazamiento de algunos años en el acceso del educando a los medios electrónicos, sea el siguiente uso moderado de estos medios, de modo que su utilización llegue a completar, y nunca a sustituir, el contacto con la vida real. En este sentido sería importante que los jóvenes, y en general toda la familia, usasen los medios de reproducción visual de la forma más amplia para crear y trasmitirse las filmaciones de su propia vida, de su trabajo, de sus propias realizaciones, para después poder compartirlas con otros grupos familiares y culturales incluso distantes.

Estas y otras experiencias parecidas tendrían la gran ventaja de favorecer la creatividad activa en vez de la pasividad en relación a los medios electrónicos y, al mismo tiempo, enseñarían a hacer de ellos unos instrumentos de fiel comunicación de la realidad y no de su falsificación, como sucede fácilmente en el universo de la información, de la publicidad y de la ficción. Estas últimas, cuando son bien elegidas y de uso no demasiado frecuente, puede desempeñar un valiosísimo papel educativo. He dicho “no demasiado frecuente” porque una filmación realizada con verdadero arte y con un mensaje profundamente humano necesita de mucho tiempo para ser asimilada por el recuerdo y la reflexión. Ya he expresado con anterioridad mi parecer decididamente negativo en cuanto a los juegos electrónicos.

17.Amistad entre una familia natural y una familia monástica.

Si, para la corregir los vicios y la conservar la caridad, se debiese introducir alguna norma un tanto dura, sugerida por un razonable equilibrio, no te dejes llevar tanto del desánimo como para abandonar el camino de la salud, que sólo se puede reemprender a través de una puerta estrecha.
Santa Regla, Prólogo

Seguramente muchos de entre los lectores de este escrito objetarán que lo presentado aquí es demasiado exigente y difícilmente practicable sin ir contra corriente con firmeza y sin invertir los hábitos de vida vigentes hoy día. Pero, como ya hemos observado antes, son muchas las familias que se encuentran en la necesidad de modificar radicalmente toda su forma de vida a consecuencia de alguna tragedia, como es la tragedia de tener un hijo que se droga o está en la cárcel o como es la tragedia de una hija abandonada por su marido. ¿No sería mejor modificar voluntariamente la vida de la familia con el fin de prevenir, en lo humanamente posible, tales desgracias en vez de verse obligados a hacerlo después para ponerles remedio? En mi humilde opinión, no hay duda de que muchas de estas tragedias dependen de los desequilibrios que la situación actual, pasivamente aceptada por las familias, provoca en el desarrollo de la edad evolutiva.

En las actuales circunstancias, los pequeños crecen con fuertes carencias neurológicas, psíquicas, afectivas y morales, encontrándose así inadaptados, en la adolescencia y en la edad madura, para una vida social y matrimonial sana, con las trágicas consecuencias que de ello se derivan. Querer oponer a la urgencia de un cambio esencial en la vida actual de la familia los pretextos del trabajo y de la falta de tiempo, es querer imitar la actitud del avestruz: esconder la cabeza para no ver. Se podría preguntar: Una vez que sucede la tragedia, ¿dónde van a parar las aparentes ventajas que se creían tener en el trabajo y en la falta de tiempo?.

Pero querría terminar, además de con una invitación a reflexionar sobre lo expuesto en este libro, con la invitación, a las familias, que quieran hacer suya la enseñanza de san Benito, a entablar una amistad estable con un monasterio benedictino, masculino o femenino. Así, lo que se intenta llevar a cabo en la propia casa se encuentra, más completo y, en cierto modo, transfigurado, en la comunidad monástica y en su morada. El monasterio sería entonces, como ya lo he expresado, “centro de culto, escuela de canto, modelo de vida comunitaria consagrada al trabajo y a la oración, a través de la comunicación de experiencias de santidad, de cultura, de arte de generaciones pasadas, laboratorio de creatividad artesanal y artística, edificio en cuya estructura y en cuyo arte se encarna, de modo más perfecto de cuanto pueda hacerlo en la casa de familia, la elevación, fatigosa pero real, de toda expresión y de todo momento de la vida personal y comunitaria, en la luz de Dios” .
28.12.2008-Fiesta de la Sagrada Familia


Apéndice

Hace muchos años, en un momento de fuerte inspiración, escribí algunas consideraciones sobre la vida de familia que me parecieron de notable actualidad. Sin embargo, al no encontrarles una salida práctica las puse aparte y casi las olvidé. Leyéndolas ahora, después de que nuevas experiencias me hayan llevado a la redacción del presente trabajo, me parece que dichas consideraciones no han perdido nada de su interés, y que pueden finalmente encontrar su justa colocación en las propuestas anteriormente presentadas. Las reproduzco aquí tal y como entonces las escribí, añadiendo alguna breve nota explicativa.

Probablemente no es erróneo afirmar que en el joven o en el jovencísimo de hoy puede haber una conciencia crítica precoz. Ahora bien, dos son las posibilidades- si hay diferencia entre la cultura de la familia y la cultura de la sociedad:


1. o el niño criticará a la familia;
2. o el niño criticará a la sociedad.

Todo depende de la propuesta cultural que se le presentará con mayor autoridad y convicción. Si la familia vive pasiva y rutinariamente su propia cultura, el niño no podrá por menos que quedar fascinado ante la agresividad de la cultura de la sociedad. Es, por tanto, una obligación moral de los padres saber crear las condiciones de una cultura familiar tal que pueda hacer surgir en el niño una conciencia crítica de contraste en relación con la cultura de la sociedad.

Una cultura familiar así no podrá estar hecha exclusivamente de prohibiciones. Debe ser fundamentalmente positiva y propositiva: es decir, debe ofrecer al niño unos contenidos que lo lleven a amarla y defenderla.

Intentaré puntualizar sobre algunos aspectos de una cultura familiar sana:
-forma parte esencial de una familia la centralidad de la vida personal y la comunicación entre personas fundada en la comunión del mundo interior de cada uno. A nivel familiar no existe oposición entre la vida personal y la vida social, porque aquí la vida interior, evidentemente, es esencialmente social, inclinada a desbordarse, a alimentarse en el dar y en el recibir. Aquí las abstracciones estadísticas, que consideran al ser humano solo como un número, caen por tierra .
-Por vocación, pues, la familia se siente inclinada en primer lugar a tener una conciencia abierta en un horizonte de relación personal inmediato, profundo (interior), dialogante, afectivo.
-De esta vida interior comunicada nasce espontáneamente la elevación hacia la comunicación con un mundo espiritual superior, respuesta a la infinita riqueza de la interioridad participada.
-Al mismo tiempo, toda manifestación inmoral no puede por menos que ser considerada como extraña en una convivencia fundada sobre la estima recíproca de cada persona en el diálogo y en un amor profundo (interior).

Caracteres de la cultura social de hoy que se oponen a la cultura natural de la familia.
-Problemas sociales afrontados de modo abstracto y anónimo (estadísticas)
-Irrupción de los modernos medios de comunicación en el ámbito de la comunicación familiar, con el daño consiguiente para la misma comunicación y para su cultura propia.
-Inmoralidad de costumbres justificada como expresión de una sociedad emancipada- opuesta de hecho a la cultura propia de la sociedad familiar- notemos, en este sentido, que la medida de los valores morales de la sociedad es distinta a la de la familia, por cuanto aquella se funda en relaciones abstractas de problemas abstractos .

De hecho, entre ciertas tendencias de la sociedad actual y la cultura familiar auténtica, el contraste no podría ser más claro. ¿Cómo encontrar una medida común entre un amor de comunión total, profundo (que incluye el más íntimo mundo interior), indisoluble, sagrado e inviolable (que llega a tocar la relación personal con Dios), y una cierta cultura social fundada en relaciones económicas abstractas, en la avalancha de imágenes artificiosas y de falsas expresiones musicales transmitidas a chorro continuo por los medios, en una propaganda y en una práctica de la inmoralidad extendida a todos los niveles en la relación entre ambos sexos?

Observamos cómo- más allá de la apariencia que le dan sus necesarias prohibiciones-la doctrina católica sobre este punto está basada en la exigencia de un amor basado en motivos elevados (no exclusivamente carnales y sensibles), espiritual en su esencia y, por ello, total, sagrado, indisoluble. Esto constituye una propuesta fuertemente positiva, en la que las prohibiciones sólo tienen la misión de salvaguarda. A través de esta sublime puerta de entrada, el ser humano es llamado a pasar a los adentros del reino de las relaciones espirituales e interiores entre los seres humano. De esta misma plenitud, confianza, donación, intimidad espiritual gozan las relaciones con los hijos.

A esta propuesta tan altamente creativa y positiva se opone una moral social que considera al ser humano sólo en cuanto individuo encerrado en su propia autonomía, válido sólo por su trabajo exterior, al que el cínico interés comercial intenta apartar de la tutela eclesial y familiar para fundamentar sus relaciones humanas exclusivamente en una búsqueda epidérmica de emociones y placeres (sobre esta base los intereses comerciales pueden hacer el cálculo de sus ganancias).

Pensemos ahora en la situación del niño o del joven: por una parte tiene un mundo de afectos y de principios morales, humanos y religiosos; por otra se le presenta un modo de vivir y de sentir fundamentado en la autonomía de las relaciones familiares, en un mundo de emociones epidérmicas propagado por todos los medios, en una posibilidad de relaciones libres entre los sexos. Si la cultura familiar de la que proviene se le presenta como rutinaria, convencional, unida solamente a un infantilismo sentimental que nada tiene que aportar a las exigencias de un adulto de hoy, él terminara fatalmente siendo víctima de las seducciones de la sociedad.

Por eso es necesario que la familia sea positiva, creativa, plena, adulta y crítica (luchadora) en relación a los aspectos destructivos de la cultura de la sociedad. Entonces la crítica precoz del niño moderno podría ser una preciosa aliada de la cultura familiar, ejercida sobre la misma sociedad que trata de seducirlo.
Un punto importante: hasta hace pocos decenios la cultura de la sociedad estaba fuertemente influenciada por la cultura familiar (cristiana) y esta última había tenido la oportunidad y, con frecuencia, también la energía de mostrarse creativa y beligerante en hacer prevalecer sus ideales en la sociedad. Se puede decir que existía una tradición muy fuerte de cultura familiar, que no estaba amenazada por los medios como lo está hoy en día. Esta tradición era el fruto de generaciones que habían obrado y había transmitido a lo largo de decenios y de siglos un mundo de sentimientos y de pensamientos (ars longa vita brevis).

Ahora bien, esta cultura no ha declinado de forma natural, como sucede con tantas cosas humanas, sino que ha sido violentamente quitada de en medio y asesinada. De ella permanecen, no obstante, tantos vestigios, con frecuencia confinados entre los objetos fútiles de los la infancia. Pero, si miramos en profundidad, descubrimos que en esos vestigios no se esconde sólo algún placentero y vano sueño infantil, destinado a desaparecer con el paso del tiempo, sino unas poderosas energías creativas capaces de formar y de inspirar con fuertes ideales la vida de las personas adultas y maduras. Esta cultura necesita ser reencontrada para ser continuada y enriquecida por la experiencia de nuevas generaciones. La violencia de la sociedad actual no debe prevalecer de modo que borre el pasado e hipoteque el futuro. Este último no depende fatalmente de los condicionamientos sociales del momento presente, sino de nuestra libre creatividad. Pero para que nuestra creatividad pueda influir en el futuro (por medio de una continuidad en los hijos y en los nietos), debemos proponer una cultura digna capaz de vencer a las fuerzas de la disgregación social.

Intentemos, en primer lugar, recuperar una tradición cultural que ha sido injusta y violentamente silenciada con el pretexto de estar superada y ser poco adecuada a los nuevos tiempos (en realidad eran las nuevas tendencias sociales las que querían imponerse, excluyéndola como incompatible con ellas). La voluntad de excluirla debía hacerla aparecer como anticuada para poder quitarla de en medio. De aquí las acusaciones de infantilismo, paternalismo, romanticismo, evasión de los problemas sociales, intimismo, egoísmo, etc. Acusaciones todas ellas falsas, cuya validez se funda únicamente en la formas degeneradas de la cultura familiar tradicional. Pero las formas sanas, creativas, heroicas de esa misma cultura familiar hacen derretirse, como la nieve al sol, las acusaciones partidistas de la nueva cultura. Hemos tendido ocasión de hablar de ejemplos famosos y sublimes de la fecundidad social de la cultura religiosa y familiar tradicional . Hemos visto como el lazo sagrado humano y religioso, que une íntimamente a los miembros de la familia, es capaz de difundirse indefinidamente en beneficio de la sociedad, no a base de esquemas abstractos puramente exteriores y estadísticos, sino con la implicación social de fuerzas espirituales capaz de despertar en la misma sociedad y en las personas que la forman las más íntimas energías. Este es el camino de las revoluciones verdaderamente eficaces y benéficas .

Vamos ahora al libro del que hemos hablado . Hoy viene fácilmente relegado entre los libros infantiles que el joven presuntuoso de nuestros días ni siquiera se digna conocer. Pero el presidente Lincoln no se avergonzó de decir de la autora: “He aquí la mujer que ha hecho estallar la guerra”; la fuerza social de esta novela está propiamente en saber despertar todas las energías morales y religiosas de la interioridad humana para una renovación de la sociedad. Por eso os pido que lo hagáis leer a vuestros hijos o leédselo vosotras mismas a vuestros hijos y nietos a fin de despertar en ellos los mejores sentimientos de su corazón y el entusiasmo por su misión social de conquista y de redención de un mundo cruel e inhumano. De este modo se demuestra la fuerza y la seriedad- y no el infantilismo y la ineptitud- de la cultura familiar tradicional. Esta es la fuerza que los jóvenes deben sentir, experimentar y amar para poder comprender la necesidad de oponerse a la cultura social que la rechaza.

Intentaré ahora esbozar un programa para lograr este fin.

1-En primer lugar sería bueno enlazarse con esa tradición cultural tan injustamente marginada, mostrando sus aspectos más dignos, heroicos e inmortales. Para esto sería oportuno reconstruir, con una biblioteca y otros medios de transmisión (música, imágenes, etc.), los varios aspectos de un mundo espiritual declarado artificialmente pasado, a pesar de ser eterno.

2-Además, será necesario tener el coraje de enriquecer esta tradición mostrando, con obras y proyectos dignos de ser transmitidos a nuestros descendientes, la fuerza creativa de una cultura familiar y cristiana tan injustamente combatida y ridiculizada. Deben ser justamente los males de la sociedad causados por una cultura abstracta, comercial e inmoral que nos hace la guerra, el objetivo del espíritu misericordioso, creativo y salvífico de los sentimientos humanos y cristianos, que la familia tiene la misión de salvaguardar y transmitir. Los niños y los jóvenes deben ser implicados en estos proyectos, atrayendo su entusiasmo, su intransigencia, su tendencia a la crítica y a la autoafirmación típicas de su edad hacía la práctica del bien.

NB. El contraste entre generaciones nace exactamente cuando la generación saliente no ha sido capaz de transmitir a la generación nueva una riqueza de pensamientos y de sentimientos de la que sentirse orgullosa y dispuesta a defender y desarrollar.


Oración, vida, rito, educación


de D. Massimo Lapponi

En las catequesis que se llevan a cabo sobre la oración se suscita con frecuencia el problema de la relación entre la oración y la vida, un problema que nace de una especie de ruptura entre la esfera espiritual, propia de la dimensión religiosa y humana de la persona, y la esfera de los intereses ordinarios y de las actividades terrenas. A todas las respuestas, soluciones y sugerencias, frecuentemente preciosas, que los guías espirituales ofrecen ordinariamente, se deberían añadir aquí algunas observaciones nacidas de la reflexión sobre la tradición benedictina viva. Con esta colaboración querría redondear el tratado desarrollado en mi reciente libro San Benito ya la vida familiar, publicado este año por la Libreria Editrice Fiorentina.

La tradición benedictina, bajo la guía de la Regla del santo Patrón de Europa, mira a organizar la vida cotidiana de una comunidad, incluso en sus aspectos prácticos y operativos, en función de la celebración, de la escucha y de la puesta en práctica de la Palabra de Dios y del misterio de Cristo en la actividades de todos los días. La importancia dada por la Regla a los aspectos concretos de la vida comunitaria de cada día y de la liturgia responde a una suerte de continuación, o mejor a una más amplia realización, del misterio de la encarnación. De este modo, el Espíritu de Cristo anima con su soplo divino toda la actividad de la comunidad monástica, sea en el amplio y variado ámbito del trabajo, sea en el de la oración: ora et labora. Este famoso lema benedictino ya sugiere de por sí una superación de la ruptura entre oración y vida. Pero el aspecto particular en el que aparece más directamente esta superación es la liturgia monástica, con todo su desarrollo a lo largo de los siglos. Es especialmente en la liturgia donde la oración se encarna y se hace viva, y no para quedarse aislada del resto de la actividad humana, sino para obrar una profunda trasformación en ella.

En mi volumen antes recordado, ya llamaba la atención sobre el desarrollo de la solemnidad de las celebraciones, de la música litúrgica, de los ornamentos y de los vasos sagrados y del arte figurativo, escultórico, arquitectónico y gráfico, ligado a la oración litúrgica, llevado a cabo por la tradición benedictina. Sin embargo, había dado suficiente relieve a la importancia de loa ritualidad. En un pasado más o menos reciente se ha acusado bastante frecuentemente a la ritualidad como si fuese un ornato exterior que haría de la oración un formalismo. Esto es algo que puede suceder y, de hecho, ha sucedido no pocas veces. Pero, como bien se dice, abusus non tollit usum: en sí misma la ritualidad no es otra cosa que la encarnación más inmediatamente palpable de la oración y, por tanto, es ella misma, y con mucha razón, una extensión del misterio central del cristianismo- en este sentido no deberíamos mirar con hostilidad y desconfianza las aportaciones de las vocaciones de los nuevos países en sus experiencias celebrativas, con sus costumbres de danza extrañas a nuestra cultura.

Participar, o sólo estar presente, en una celebración monástica en la que palabra, sentimiento y voluntad tienen su natural correspondencia en el edificio sagrado, enriquecido por la huella del arte y del recuerdo, en el canto, en los hábitos, en los gestos, ¿no hace, ya de por sí, de la oración parte de la vida? Ahora bien, esta ritualidad, con los varios elementos que contribuyen a enriquecerla, fluye también fuera del oratorio en la vida del monasterio: en el capítulo, en el refectorio, en el ambiente de trabajo y de estudio.

Así, a modo de ejemplo, la mesa amplía la ritualidad a la exigencia de puntualidad, a la oración inicial y final, a la lectura durante toda la comida, o parte de ella en los días de dispensa, al servicio de la mesa, a las normas de la galantería. Santificar, con la ritualidad litúrgica y con su redundancia en las varias actividades, el modo de gestionar, de hablar, de trabajar en relación a la vida común y, necesariamente por tanto, de sentir, de pensar y de obrar en las diversas circunstancias de la vida diaria, ¿no supone ya superar con naturalidad la ruptura entre oración y vida?

Esta conclusión tiene importantes consecuencias para el proyecto de aplicar la Regla de san Benito a la vida de las familias y, especialmente, para la propuesta de un contacto vivo entre estas y un monasterio benedictino, como he ilustrado en el ya nombrado libro San Benito y la vida familiar. Bajo este punto de vista, la participación regular de una familia en partes significativas de la liturgia monástica y en una mesa para los huéspedes regulada por una ritualidad de alguna forma benedictina, no puede menos que favorecer en gran medida en los laicos un fácil acercamiento entre oración y vida, gracias al eco que tendría en la vida familiar la experiencia del contacto con la ritualidad monástica, sobre todo en la oración común y en la mesa. Y esto vale para todos, pero de modo especial para los más pequeños.

Recientes estudios neurológicos han individuado en el sistema nervioso central del ser humano las llamadas neuronas espejo, a través de las cuales la actividad psíquica y sus comportamientos reflejos están determinados en el hombre, y sobre todo en el niño, no tanto por el contenido mental de la instrucción escolar o catequética cuanto por lo que el hombre o el niño ven. Así, la visión de unos padres que obran de común acuerdo o, por el contrario, de unos padres en desacuerdo, tendrá en la formación mental y emocional del niño un influjo mucho mayor que todas las clases teóricas sobre las virtudes sociales o religiosas. Mientras nuestra generación ha podido gozar en su ambiente vital de una presencia consistente de imágenes y costumbres religiosas, de un arte y una literatura llena de ejemplos de ideales cristiano vivos, de una ritualidad litúrgica, y también familiar, religiosa y civil, marcada por un fuerte sentido de la dignidad estética, las generaciones sucesivas se han visto privadas, en gran parte, de todo esto y se les ha proveído más que abundantemente de un contenido de imágenes y experiencias muy diverso. Yo mismo he podido observar cómo, durante un retiro de preparación para los sacramentos de la iniciación cristiana, los niños presentes se mostraban distraídos e insensibles antes el Santísimo Sacramento expuesto y ante la repetición de la invocación del nombre de Jesús, hecha por los religiosos que los guiaban. Para ellos Jesús non era una presencia viva y significativa, como lo era para nosotros gracias a su encarnación en la liturgia, en la iconografía, en la música, en el arte, en la literatura.

Estas experiencias y estas reflexiones pueden hacernos comprender la eficacia que tendría una presencia regular de los pequeños, junto con sus familias, en la liturgia monástica, y en su riqueza poética, musical, artística y ritual, sobre todo si ellos mismos participan personalmente con el vestido oportuno y con pequeños actos auxiliares. Dígase lo mismo de una mesa ofrecida a las familias en que las exigencias de puntualidad, de participación ordenada en la oración inicial y final, la inteligente disposición del servicio fraterno, la breve lectura inicial y conclusiva, la observancia de una cierta buena crianza, reflejan en alguna medida la ritualidad de la mesa monástica festiva. Si estas experiencias, repetidas con regularidad, redundasen después en las costumbres de las familias – en conformidad con el proyecto que hemos presentado en el libro repetidamente mencionado – con toda seguridad el problema de la ruptura entre oración y vida sería resuelto en gran parte de modo feliz y se aportaría una ayuda esencial a la educación religiosa y humana de la sensibilidad y de la inteligencia de los pequeños.

De “Ora et labora” de junio 2010

Trad. de P. Antonio Jose Iturgoyen Martinez y Marcelo Torres






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