La Santa Misa en 62 Historietas

Un Servicio de los MSC Misioneros del Sagrado Corazón

 

 

 

4.
Reginald
(La Misa - Fuerza que viene del Sacrificio de Cristo)


Muy en alto, por encima del río poderoso que pasaba por el ancho valle, se erguía la pequeña ciudad encima de una montaña escarpada. La corona de la ciudad era un soberbio castillo real. Estaba construido tan estrechamente unido a la ciudad como si quisiera manifestar así a todos la armonía que existía entre el rey y la ciudad. Al otro lado del río se extendía una gran pradera y más allá un bosque espeso y oscuro. Detrás se veían altas montañas. Aquello era el país de los enemigos despiadados del rey y de su ciudad. Siempre había que ejercer vigilancia para que no verse sorprendidos por un ataque alevoso.
Una hermosa tarde, cuando aún el calor del día envolvía ciudad y valle, sonó desde la torre la señal de una trompeta. Todos los que habían dormitado un poco se despertaron enseguida. Los hombres buscaban sus armas. La señal de la trompeta significaba: "Viene el enemigo". Era verdad. Del bosque salieron densas filas de jinetes montados en pequeños caballos negros. La verde ribera del río se ennegreció de tantos hostiles. Luego aparecieron carruajes pesados con madera y diverso material bélico. Junto a ellos muchos, muchísimos soldados de la infantería. En castillo y ciudad comenzó una actividad febril. En los muros se apostaron los guardias. Se reparó todo lugar que pareció endeble. Se observaba cada movimiento del enemigo. Pero esta tarde no sucedió nada. Los enemigos se retiraron al bosque para pasar allí la noche. Apenas salió el sol se presentaban nuevamente en la ribera del río. Los jinetes cruzaron con sus caballos. Luego comenzaron a construir lado balsas. En las balsas se cargaba el material de guerra para llevarlo al otro lado. La pradera del río se convirtió en una especie de hormiguero. Los enemigos levantaron una ciudad de carpas. Se instalaron para un asedio prolongado de la ciudad y del castillo real. Otro día se dispersaron los jinetes por los contornos y "visitaban" los villorrios y las granjas de los contornos. Reunieron a los animales cerca de la ciudad de tiendas. Otros trajeron toneles de vino. Donde habían estado "de visita" los extraños se levantaban columnas de humo.
En la ciudad se preocupaba y cuidaba de todos el joven rey Reginald. Su padre anciano se había retirado del gobierno. El joven rey era amado por todos. A pesar de la angustia irradiaba alegría y esperanza. Sus determinaciones eran inteligentes y iban al punto. Sus graneros parecían inagotables. Pasaba un día y otro día. Los enemigos seguían acampados en la pradera del río. Una mañana un panadero se fue donde el joven rey Reginald: "Hoy voy a repartir el último pan". También vino el carnicero: "Hoy se entrega el último embutido". Entonces Reginald hizo llamar a doce caballeros selectos. Horas y horas deliberan y planificaban cómo realizar un ataque de sorpresa contra el enemigo. Se trababa de poner en fuga al ejército enemigo. Llegó la noche. Los enemigos estaban dormidos pesadamente porque durante el día habían vaciado un tonel de vino. Por una puerta secreta, escondida entre unos arbustos salieron Reginald y sus doce caballeros. Habían envuelto los cascos de los caballos con trapos para evitar que se escucharan las pisadas de los caballos.
Desde la ciudad dieron un rodeo hacia la llanura. A una breve orden de Reginald partieron al galope contra la ciudad de las tiendas y carpas. Los caballos saltaron contra las tiendas y las derrumbaron. Las tiendas cayeron estrepitosamente. Una de ellas cayó al fuego de los guardias y se encendió. Los enemigos gritaban y blasfemaban y lucharon uno contra el otro porque pensaban que su vecino era el enemigo. Se armó una tremenda confusión mientras que el fuego se extendía cada vez más. Los caballos negros arrancaron las estacas con las cuales los habían inmovilizado y escaparon hacia el río. De repente ¡Una señal! El enemigo llamó a retirada. En muy breve tiempo estaba desierta la cuidad de tiendas en llamas. Cada uno trataba de cruzar el río a nado. A la primera luz del día vieron como desapareció la masa desbandada de los enemigos en el lejano bosque.
Los liberados bajaron de la ciudad. Querían festejar a su joven rey. Encontraron a los doce caballeros. Cada uno estaba orgulloso de no haber matado ni a un solo enemigo. "¿Dónde está el rey? ¿Dónde está Reginald? " Nadie lo había visto. Entonces alguien encontró al caballo blanco del rey en alguna parte entre los escombros. Medio tapado por su caballo yacía Reginald. Una lanza del enemigo le había traspasado el corazón. La alegría de la victoria se trocó repentinamente en luto. A paso lento llevaron los caballeros a su rey hacia el castillo. Lo velaron en la sala de los caballeros del castillo. Todos lloraron porque el libertador de la ciudad había sido arrancado por la muerte. Decían: "Se ha sacrificado por nosotros.
La noche del día siguiente el anciano rey que de nuevo se ocupaba del bienestar los hizo llamar a los doce caballeros al castillo. Con ellos entró a la sala grande que llevaba cortinas negras. Ante el féretro del joven rey muerto habían puesto una mesa. El anciano rey agradeció a los caballeros por su valentía. Luego tomó de la mesa para cada uno una cápsula de plata con una cadena de plata. A cada caballero le colgó en el cuello. En la cápsula había una rizo del cabello del joven rey muerto. Dijo el anciano padre: "Cuando alguna vez os encontréis en peligro o angustia, aferrad la cápsula y decid: "Ayúdame a ser tan valiente como tú." Con mi Reginald podréis vencer a todos los enemigos.

En realidad, el relato de Reginald es la historia de Jesucristo, nuestro Rey y Hijo del eterno Padre. Los hombres fueron asediados por el enemigo malo y sus ayudantes. Casi perecieron en la angustia. Entonces vino en su ayuda el joven rey - Cristo. Eligió a doce apóstoles. Con ellos se fue al encuentro del enemigo. Fue en la noche antes de su pasión. El enemigo fue vencido, se fue corriendo. Pero uno fue alcanzado mortalmente- Jesucristo. En la cruz fue traspasado por la lanza. Se ha sacrificado por nosotros. Él murió por nosotros.
Venimos a Él en la sala de caballeros del castillo real, la casa de Dios. Allí celebramos el recuerdo de su muerte por nosotros. Pero no se ha quedado en la muerte. Ha resucitado. De Él no se nos dará un recuerdo perecedero, como si fuera parte de Él. Él viene personalmente a nosotros en la Santa Misa. En la comunión viene a nuestro interior más profundo y se queda con nosotros. Cuando estamos en lucha y angustia, entonces diremos: "Ayúdanos a ser tan valiente como tú, quien murió por nosotros". Él camina entonces con nosotros en medio de todos los peligros y nos hace fuertes y valientes como Él lo fue cuando se sacrificó por todos nosotros.

 

 

 

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