La Santa Misa en 62 Historietas
Un Servicio de los MSC
Misioneros del Sagrado Corazón 32. Prédica
del Acólito. (Lavatorio de manos y Orad, hermanos) Ha llegado
la Navidad. Estamos en Roma donde vive el Papa. Estamos un poco tristes y
desilusionados. Allí no hay regalos en Navidad. Recién llegan en Epifanía, la
fiesta de los reyes magos. El nombre grecolatino de esta fiesta tan grande
"Epifanía" suena en la lengua italiana como "Befana". Es
para esa fecha que en Roma se hacen las compras y cuando se entregan los
regalos. Por eso los niños italianos piensan más en "Befana" que en
Navidad. Acudimos a
una antigua Iglesia dedicada a la Virgen María, "Aracoeli". Esto
quiere decir "Altar del Cielo". Nos han contado que allí hacen la
prédica los niños. ¿Los niños predican? Esto no lo hemos visto nunca. ¿Quién no
quiere ver tal cosa? El camino lleva a una plaza con mucho tráfico "Piazza
Venezia". Allí está, como una torta gigantesca de mazapán el monumento
nacional. Unos pasos más y llegamos a
la escalera que lleva al municipio que se llama "El Capitolio". Luego
unas escaleras con cien gradas que conducen hasta Aracoeli. En la antigüedad se
encontraron allí el templo del dios capitolino, Júpiter, donde solían terminar
las marchas de triunfo. La Iglesia
está llena de niños. Se reúnen alrededor del nacimiento. El nacimiento se ha
armado sobre un altar lateral. Junto a la próxima columna se ha construido un
ambón, más pequeño que los púlpitos grandes que utilizan los sacerdotes. Hacia
este ambón los niños forman una cola larga, larga. Justo en
esto momento un muchacho italiano baja del púlpito. ¿Qué digo? Corre y salta
hacia abajo hasta los brazos de su mamá. Enseguida otro trepa hacia arriba. Su
cabeza llena de rizos apenas se asoma porque el borde es muy alto. Pero hay
solución para ello. Allí hay un banquito. Se para encima y así es visible a
todos los que se encuentran abajo. Una venia hacia el Niño del pesebre y luego
comienza la prédica. Su voz clara permite que se escuche todo. Cuando dice algo
importante hace un movimiento elegante con la mano derecha. Cuando habla del
niño Jesús lo indica con el dedo. Lo que dice tiene cierta semejanza a nuestras
poesías de NAVIDAD, La gente, esencialmente los padres y los abuelos escuchan
con suma atención. Al final no dice "Amén" sino le sopla un beso
alegremente al Niño Jesús. Contenta lo abraza luego la abuela: "Has predicado
muy bien". ¿Habría
que introducir esta costumbre también entre nosotros? No es necesario.
Solamente necesitamos conservar la costumbre. No sólo en Navidad - todos los
días el acólito le dice una predica al párroco. ¡Sí señor! El acólito, aunque
sólo tuviera siete años le da una homilía al señor párroco. Se realiza
de la siguiente manera: Se han pronunciado las oraciones del ofertorio. Luego
viene el acólito hacia el altar. En su mano izquierda lleva un pequeño plato,
en la derecha una jarra y colgado del brazo una pequeña toalla. Por si acaso,
debe ser una jarra y no sólo una vinajera que no se ve! El sacerdote extiende
sus manos y el acólito le echa agua en las manos - esto es una prédica. Sin
palabras, sino pronunciar largas oraciones le dice al que celebra: "Lo que
sucederá ahora en el altar, lo tienes que hacer con un corazón puro y
límpido". A lo mejor esta es la predica más potente que se ofrece en la
Santa Misa. En cierto
lugar un sacerdote desconocido celebraba la misa dominical. Le tocó acolitar al
pequeño Valentín. Cuando luego del ofertorio se acercó con jarra, plato y
toalla, el sacerdote lo rechazó disgustado: "Hoy en la mañana me he lavado
las manos". Tristemente Valentín tenía que regresar con todo. El sacerdote
estaba en un error. No sabía que no se trataba de sus manos sino de su corazón.
Menos aun sabía que el acólito le estaba hablando y quería despertar en él la
súplica: "Señor, lava mi culpa. Límpiame de mis pecados". Con
ocasión de la prédica sin palabras el acólito podría rezar quizás así: "El
Señor te coneda ti y a mí y a todos nosotrso un corazón puro". Esto es una
súplica para la consagración y la
comunión que luego se celebran. Pero el
párroco no puede permitir que el acólito lo supere. Él debe tener la última palabra.
Dice también una homilía cortísima: "Orad, hermanos, para que este
sacrificio, mío y vuestro, sea agradabla
a Dios Padre todopoderoso". Esta homilía breve hubiera podido ser
más corta aún, quizás: "Oremos". Esta homilía es un poco como el
director de orquesta que levanta la batuta y dice: "¡Atención!
¡Esforzaos!" Es que comienza ahora el gran cántico de la acción de
gracias. La respuesta-oración de los fieles puede omitirse pero también se
puede dar con la frase: "El Señor reciba este sacrifcio de tus manos para
gloria y alabanza suya, para nuestro bien y el de toda su Iglesia santa". La pequeña
predica muestra que el párroco en su interior no está tan seguro como pueda
parecer exteriormente. Busca la ayuda de sus fieles. Preocupado pregunta si
Dios le aceptará esta santa Misa. Siente una responsabilidad por la salvación del
mundo entero. Entonces no importa si hablamos en voz alta o baja, si contestamos
con palabras o sólo con el corazón, lo que importa es que ayudemos, que oremos
todos los que estamos juntos al sacerdote. |