La Santa Misa en 62 Historietas
Un Servicio de los MSC
Misioneros del Sagrado Corazón 34. Ella
llevaba algo misterioso (El Cánon - Acción de Gracias por Cristo) El joven
rey Reginald había muerto al defender su ciudad. Su anciano padre se había
encargado nuevamente del gobierno. La ciudad en el monte vivía en paz y prosperidad. A los pocos meses de la derrota
del enemigo y de la muerte del joven rey llegó el día cuando se debía celebrar el quincuagésimo aniversario del
reinado del anciano soberano. Decía la
gente: "Tenemos que celebrar esto. Tenemos que agradecer al rey porque nos
ha cuidado tan bien. Tenemos que agradecerle que a pesar de su edad avanzada y
de sus enfermedades carga con el gobierno". Decidieron preparar una gran
celebración. Lo más solemne sería una procesión festiva. CAda familia le
entregaría al rey algo hermoso, útil y hecho por las propias manos. Llegó el
día del aniversario. Habían adornado todas las casas con flores y banderas.
Puesto que eran bodas de oro habían colgado en cada puerta una corona de oro.
Las campanas repicaban. Las bandas tocaban en los parques. En la plazoleta del
castillo habían armado un trono para el rey. Alrededor de él se formaba la
gente en un inmenso semicírculo. Luego dieron inicio a la procesión. En la
cabeza cabalgaba el heraldo. Seguían los trompeteros. Después un grupo
multicolor de banderas, luego el coro.
Después de ellos caminaban las parejas. Cada familia había enviado a sus
representantes. Una pareja llevaba una canasta llena de fruta, otra una canasta
llena de verduras, otra con espigas, otra con vino. Los orfebres traían una
jarra de plata. Los jardineros las flores más hermosas. Parecía una procesión
de nunca acabar. Al final
de la procesión caminaba una dama vestida de negro. Llevaba un velo. En sus
brazos llevaba algo grande y pesado. Pero no se podía ver porque estaba
envuelto en una tela. La gente había visto como la dama arribó a la ciudad la
noche anterior. Preguntaban: "¿Quién es ella?" Los organizadores de
la procesión sonreían pero guardaban el secreto. Uno después del otro entregaba su regalo al
anciano rey. Al mismo tiempo ejecutaban cantos, bailes y músicas. Al final
estaba ante el trono la dama velada. Se quitó el velo. Y el rey vio que era la
mujer de su hijo fallecido. Sorprendido no sabía qué decir. Entonces ella quitó
el velo también del bulto que cargaba en sus brazos y lo entregó al rey. Era un
niño pequeño, su hijo. Le dijo al rey: "Pienso que esto es el regalo más
hermoso. Te traigo al hijo de Reginald, el pequeño Reginald". Todo había
sucedido de la siguiente manera. Cuando los enemigos asediaban la ciudad la
joven reine se encontraba en una de las haciendas alejadas de la ciudad. Con
ella estaba su hijo recién nacido, bautizado con el nombre de Reginald. Los
enemigos secuestraron a la madre y al niño.
Nadie sabía dónde se encontraban. En una aventura azarosa la joven reina
había escapado de los enemigos. Había caminado por meses, se había escondido,
había marchado noches enteras, había mendigado pan y leche. Por fin había
llegado exhausta y rendida a la frontera del reino. Escuchó que la gente decía:
"Celebraremos las bodas de oro del rey". De manera que se vino a la
fiesta. Dijo el
anciano rey: "No hubieras podido traerme nada más hermoso. Es el regalo
más precioso. Me has devuelto a mi hijo Reginald". Se levantó y mostró el niño a todo el
pueblo. ¡Que algarabía, qué gozo! La música tocaba y la gente gritaba:
¡Viva!". En la
santa Misa sucede algo muy similar aunque no sea precisamente como lo que
sucedió en el castillo de Reginaldo. A Dios, nuestro Padre, le consagramos
nuestros dones. Queremos darle gracias por todo el bien que nos ha hecho. Pero
luego no sólo le entregamos pan y vino. Tenemos entre manos la ofrenda más
hermosa, más preciosa, el Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Salvador y lo entregamos al Padre de los cielos. En los
tiempos pasado cantamos como cántico en la Iglesia: "Te presentamos en tu
Hijo un sacrificio agradable". También hoy en día podríamos cantar así. La
diferencia es esta: El joven rey Reginald había muerto por los suyos. El
pequeño Reginald, al que habían secuestrado, ocupaba su lugar. - Jesús, nuestro
rey, ha muerto por nosotros. Sin embargo, vive, está con nosotros en la Santa
Misa. Podemos presentarlo al Padre celestial y ofrecérselo y dar gracias por
medio de Él por todo lo que Dios ha hecho por nosotros. Nosotros somos como la
reina que lo lleva a la presencia de Dios. Porque todos somos Iglesia y como
Iglesia pertenecemos a Cristo y Cristo nos pertenece a nosotros. De eso se
trata en la Santa Misa: Jesús, que murió y vive, es entregado al Padre. Esto es
lo que sucede en el canon magno, desde el prefacio hasta el padrenuestro. |