La Santa Misa en 62 Historietas
Un Servicio de los MSC
Misioneros del Sagrado Corazón 40. En sus
huellas (Padrenuestro) En Bohemia
vivía un duque que era un santo. Se llamaba Wenceslao. Cada mañana, también en
invierno cuando estaba aun oscuro y hacia frío, bajaba de su castillo a la misa
en la iglesia del pueblo. Decía: "Sin Misa no puedo vivir". Su
empleado tenía que acompañarlo y llevar la linterna. Cierta vez
había un invierno extremadamente riguroso. Se apilaba la nieve. El frío hacia
doler los huesos. El empleado murmuraba, mitad para sí, mitad en dirección del
duque: "Con este frío podríamos quedarnos en casa". Wenceslao lo
había oído. Le preguntó al empleado: "¿Te da mucho frío?" - "Sí,
contestó el otro, el frió en los pies es casi insoportable". El duque
Wenceslao le dijo: "Presta atención. Cambiamos de posición. Yo voy primero
y tú me sigues. Cuida de colocar tus pies siempre en mis huellas. Te darás
cuenta que te hará bien". San
Wenceslao abría camino. El empleado le seguía. Cuidadosamente colocaba sus pies
sobre las huellas de su señor que eran como pequeños tubos en la nieve
profunda. Con cada paso el empleado sentía como de la huella subía como una ola
de calor agradable sobre sus pies. Luego de caminar cien metros ya no sentía frío. Le parecía que estaba
dando un paseo de verano. Luego del
canon comenzamos el padrenuestro con las palabras: "Oremos como el Señor
nos ha enseñado". Entonces
seguimos las siete peticiones del padrenuestro como unos pasos pesados. Cristo nos precede. Pronuncia para nosotros
cada frase. Entramos en sus palabras como el empleado de San Wenceslao que
colocaba sus pies en las huellas de su señor. Al rezar el padrenuestro seguimos
las huellas de Jesús. "Padre,
así rezó en la cruz, Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". "Se
haga tu voluntad" así hablo en el monte de los olivos con angustia mortal. "Danos
hoy nuestro pan de cada día", así lo ha instituido el Jueves Santo. "Perdónanos
nuestras ofensas", para ello ha
dejado que lo crucifiquen. "Líbranos
del mal", de esto canta el cielo entero; Tú nos has redimido, de todas las
razas y naciones por tu sangre preciosa. Entremos
así en las palabras de Jesús. Entonces saldrá de ellas una fuerza misteriosa
que dará calor a nuestro corazón. |