La Santa Misa en 62 Historietas
Un Servicio de los MSC
Misioneros del Sagrado Corazón 45. Lo
consideraban debilucho. (comunión) El prefecto de Roma se aburría sentado en su asiento de mármol del
tribunal. A su lado la estatua de bronce del emperador. Delante de la estatua
un recipiente de metal con brasas
ardientes, y junto un recipiente con incienso.
Una larga hilera humana se
acercaba entre las dos filas de los soldados y policías dirigiéndose a
la estatua del emperador. A cada uno de los que se acercaban le tocaba tomar un
puñado de incienso y echarlo en el
brasa para honrar al emperador. Otra y otra vez subía una nube de incienso.
Pero también otra y otra vez sucedió algo distinto. Se escuchaba un breve:
"¡No!". El que habló así fue
atado y encarcelado. Los cristianos
se negaban a rendir culto divino al
emperador. De repente el prefecto de la ciudad se sobresaltó: "Pero este es... " Era verdad. Había visto a su propio hijo.
Hace tiempo cobijaba el temor que su
hijo quinceañero estaba por hacerse cristiano. Pero siempre había
rechazado esta sospecha. El muchacho era demasiado imberbe, demasiado
debilucho, demasiado dependiente y
tímido para seguir tal camino. ¡Ojalá
que el muchacho no esté haciendo tonterías!. Quiso decirle: "No le causes
problemas a tu papá. Unos cuantos granos de incienso no importan mucho".
Se levantó y se acercó a la fila y llamó a su hijo. Éste estaba muy calmado. Se
veía un brillo especial en sus ojos. Cuando nerviosamente el padre le hablaba
respondió: "Déjame, padre. Hay que obedecer a Dios más que a los
hombres". El prefecto hablaba con el funcionario que vigilaba todo, abrió su bolso y le dio unas
monedas de oro. Ahora le tocaba al muchacho de echar el incienso. Se escuchó un fuerte y tranquilo:
"¡No!" El funcionario aferró el brazo del muchacho. Y en su mano echo
unos granos de incienso. El muchacho cerró el puño convulsivamente para que no
caiga grano alguno. El funcionario guió la mano del muchacho encima de la braza. Luego la empujó dentro
de la braza. ¡Qué dolor! Pero el muchacho ya no era el hijo debilucho, tímido, dependiente y
mimado de una noble familia de funcionarios.
Él escuchaba la voz del Señor crucificado: "¡No temas! ¡Yo estoy
contigo!" Así mantenía la mano en el fuego. No la abrió ni un poco. No cayó ni un grano de incienso. A pesar de la tortura del
fuego el muchacho permanecía firme. Pensaba: "Mejor entrar con una mano en la vida eterna que con dos
manos volverme infiel a mi Señor y Salvador". El padre
prefecto ya no podía dominar su emoción. Se puso a sollozar. Puso fin a
la sesión del tribunal y llevo al muchacho de la mano quemada a la casa. Cuando el prefecto contó todo a la madre,
ella le dijo: "Te has quejado muchas veces que tu hijo es un debilucho y un tímido. Pues bien,
tienes un héroe como hijo." En aquel entonces se cumplió lo que dijo Jesús:
"Los arrastrarán ante reyes y gobernadores. No temáis. El Espíritu Santo les dirá en aquella hora
lo que debéis decir". Cuando Cristo viene a nosotros en la santa comunión
entonces su regalo es el Espíritu Santo. Aunque se disuelva la forma del pan
permanece con nosotros el Espíritu Santo con cual Cristo sopla sobre nosotros.
Él nos da la fuerza de hacerlo todo por Cristo aunque sea difícil. |