La Santa Misa en 62 Historietas
Un Servicio de los MSC
Misioneros del Sagrado Corazón 46. Por los Demás. (Canto de
la Comunión) Después de la comunión el anciano párroco cerró la
puerta del tabernáculo. Estaba contento que la comunión había terminado. Es
que en la iglesia la temperatura en
este invierno había bajado a cinco
grados bajo cero. Casi no podía mover las manos y no sabia como agarrar las
sagradas formas. El agua de la vinajera se había convertido en hielo. Los fieles seguían cantando el canto de la comunión.
El anciano párroco cuidaba mucho las costumbres antiguas. Por eso colocaba la
hostia siempre en la boca de los que deseaban comulgar. Del otro lado era muy
de avanzada, muy moderno. Siempre de nuevo había predicado: "Uno no
comulga para sí solo. Uno comulga también para los demás. Por eso hay que
cantar al recibir la comunión, cantar la "con-unión". El canto nos une los unos a los otros,
mientras que el recibir el cuerpo de Cristo nos une al Señor". También la pequeña Dorotea del pueblito alejado
estaba contenta que terminaba la Misa. Era la única de la familia que podía acudir
a la Misa. Los vecinos la habían traído en su trineo. Quería volver pronto
porque el abuelo estaba muy enfermo.
Los padres no podían dejarlo solo. Sus pensamientos volvían y volvían a la comunión. El
anciano párroco había estado delante de ella y le había dado la comunión. Luego
había mirado de un lado al otro como quien busca algo. Dorotea había cantado
junto con los demás y había pensado: "Voy a comulgar también para el
abuelo". Cuando la niña llegó a la casa encontró a sus padres
cerca del lecho del abuelo. Este respiraba con fatiga y movía sus manos d
inquietas sobre la cubrecama. Varias veces dijo: "Llamen al párroco. No
quiero morir sin recibir Jesús".
Le contestaron que un criado había salido para recoger al párroco con su
trineo. "Pronto estará aquí".
Cuando la niña entró al cuarto el
abuelo la miraba y le dijo: "Niña, tú
has recibido a Jesús. Acércate para poder estar muy cerca de Él".
La niña se inclinaba sobre el abuelo. En ese momento cayó del cuello de su
abrigo la sagrada hostia. Dorotea tomó el santísimo sacramento y se la dio al
abuelo. Juntos rezaban: "Alma de Cristo, santifícame; Cuerpo de Cristo,
sálvame; Sangre de Cristo, lávame". Un largo rato todos guardaban un
silencio profundo. De repente el abuelo tuvo un fuerte acceso de tos. Inclinaba la cabeza. Había
muerto. Pasaba media hora antes que
viniese el párroco. La madre abrazó a Dorotea diciéndole: " Dorotea, le
has traído la comunión al abuelo como viático". Nadie comulga para sí solo. Todos comulgamos también
para los demás. Por eso nos acercamos a la mesa del Señor cantando. El pan del
cielo nos une con Cristo. El canto nos une entre nosotros. Nadie comulga para
sí solo. Puede suceder como le sucedió
a la pequeña Dorotea. Le llevaba el santísimo sacramento a su abuelo moribundo.
Dios lo dispuso así. Un caso de este tipo será poco frecuente. Sin embargo,
cada vez llevamos a casa la bondad del
Señor. Así cada comunión se convierte en una procesión de Corpus Christi. Tú
eres el ostensorio en el que se coloca
a Jesús. Todos que te encuentran deberían notar que llevas a Jesús
dentro de ti. Tú eres un canto que es cantado también por los que te
encuentran. Este canto, entonado al comulgar recién es concluido por aquellos
que hablan contigo cuando vienes de Misa. |