La Santa Misa en 62 Historietas
Un Servicio de los MSC
Misioneros del Sagrado Corazón 50. Un Muerto
hace de Guía (Podéis ir
en paz) El 24 de diciembre el oficial Jon de la fuerza aérea
británica había recibido inesperadamente el aviso que desde el mismo día estaba
de franco. Además le dieron permiso de volar con su avión desde Alemania del
norte donde se encontraba su unidad hasta Londres. Allí vivía su madre. Podría,
pues, celebrar la Navidad con ella. Apurado hizo la maleta y la llevó al avión.
Hizo que le echaran gasolina. Los mecánicos examinaban todo alambre, todo
botón, toda instalación de seguridad. Era un día frío con una vista clara,
cuando avisó a la torre su salida. Después de casi una hora de vuelo, cuando estaba por
caer la noche se encontró con una densa neblina frente a él. No le quedó otra
alternativa que avanzar. El aterrizaje seria difícil y llegaría con atraso.
Apretó el botón para prender los faros de neblina. Nada. Quiso avisar a la
torre de control de Londres. Nada. Ninguno de los aparatos funcionaba. Los
alambres estaban totalmente cruzados. No le quedaba otra cosa que volar a
ciegas a través de la neblina. La gasolina le permitiría volar media hora más.
Le quedaban 30 minutos de vuelo. Si intentaba aterrizar podría suceder que
cayera entre los edificios de Londres y sembraría muerte y perdición entre
tanta gente que se aprestaba a celebrar la Navidad.. Si bajaba demasiado
temprano caería al mar y celebraría Navidad con los peces. En su angustia
comenzó a rezar como no lo había hecho
por mucho tiempo. De repente escuchó a otro avión. La neblina era
iluminada por la luna. Una maquina se colocó a su lado. Enseguida reconoció la
marca de avión que él mismo estaba volando, sólo de un tipo más antigua.
Claramente vio al piloto, su rostro y sus gestos. Claramente se percató que el otro le quería hacer entender por
señas: "¡Sígueme! ¡Te serviré de guía!" El extraño aceleró y se colocó delante de él,
dio la señal de aterrizar y se puso a aterrizar. Abajo se encendieron las luces
de una pista de aterrizaje. El extraño la sobrevoló, dio nuevamente la señal de
aterrizar. El mismo aceleró y desapareció con su maquina en la neblina. El joven lugarteniente aterrizó sin novedad. Agotado
bajó del avión. Un suboficial, que daba señales de haber tomado bastante ponche
navideño, se le acercó: "¿Que hace usted aquí?" Luego le explicó al piloto
que esta pista pertenecía a un aeropuerto de
entrenamiento al norte de Londres que había sido inhabilitado desde hace
mucho tiempo. Había escuchado el ruido del avión y por eso había encendido las
luces que aun quedaban. El oficial
contó del cortocircuito, de su desesperación y de su salvación. Luego los dos
se fueron a la cantina del aeropuerto que servía ya para otros fines. Se
refrescó el oficial y llamó a su madre para avisarle que iba estar con ella la
mañana de Navidad. Cuando iba a acostarse vio en su dormitorio la foto
de un oficial de la fuerza aérea. Se puso tenso. Era sin duda el rostro del
piloto que había volado cerca y que le había indicado el camino de salvación.
Luego escuchó la historia de ese hombre que lo había salvado. Hace diez años
había fallecido la noche de Navidad al aterrizar y muriendo había dicho:
"Me propongo de ayudar a todos los que en la noche de Navidad se
encuentran en peligro de muerte". Varias veces había cumplido con su
promesa. Un reportero garantiza la verdad en una novela
inglesa. Podríamos comenzar de conversar sobre la vida después
de la muerte. Podríamos hablar de la casualidad, de la providencia y de la
divina providencia. El relato es para
nosotros imagen y semejanza de lo que sucede en la Santa Misa. Quisiéramos volver a casa. Es decir en resumidas cuentas, la casa de Dios nuestro Padre. Sin embargo, el camino que parece tan sencillo se encuentra obstaculizado - neblina, obstáculos, velos, oscuridades de la vida. Totalmente intransitable se vuelve el camino por el "cortocircuito" dentro de nosotros, cuando se pierde toda la luz, toda la corriente de la fe. El camino conduce hacia la muerte y la perdición.
Entonces alguien está a
nuestro lado. Vemos su rostro. Reconocemos sus indicaciones. Nos colocamos detrás
de Él volando en la misma
dirección. Aterrizamos con toda
seguridad. "¡Podéis ir en paz, yo los guío y los acompaño!", esto es
lo que nos dice Cristo al final de la Misa. En su muerte y sacrificio se ha
propuesto de ayudarnos para que lleguemos a la meta. Se anuncia su muerte y
resurrección. El mismo viene en la Santa Misa. Es entonces que alcanzamos la
vida. |