La Santa Misa en 62 Historietas
Un Servicio de los MSC
Misioneros del Sagrado Corazón 59. El rey de
España viene de visita. (El buen
comportamiento en la iglesia) María Pía, que tenia cuatro años y medio, acompaña a
su papá, al Dr. Müller a la Misa dominical.
Se santigua con el agua bendita y corre hacia la tercera banca, la
preferida de los Müller, dobla la rodilla y se sienta en la banca hojeando el libro de cantos. Cuando
comienza la Misa tiene mucho que mirar
y admirar. Pero cuando comienza el evangelio y la prédica para la cual el
párroco "busca y no encuentra el Amén", la señorita Maria Pía Müller
se levanta, se quita el abrigo, lo extiende en la banca, se echa encima y se
duerme en el acto. Todos sonríen. Sólo
la señorita profesora se indigna por la mala educación de la niña. El papá se
da cuenta y piensa: "¡Dejémosla! A lo mejor el párroco se da cuenta y
acorta la prédica". La pequeña dama es aun muy joven para conocer el buen
comportamiento en la iglesia. Más tarde, antes de pasar a la banca, doblará
profundamente la rodilla. Doblar la rodilla achica a la persona. Uno piensa en
ese momento: Dios es infinitamente grande, yo soy tan pequeño, yo necesito de
su ayuda. Luego se arrodillará en la banca. Sólo gente mal
educada se tumba enseguida en el asiento.
Los que se arrodillan han pensado de alguna manera en los reyes magos
del oriente: "Entraron en la casa y encontraron al niño. Se prosternaron y
lo adoraron". Echarse de rodillas ante Dios significa glorificarlo, adorarlo. Eso es
verdaderamente necesario cuando encontramos al "Niño", a Jesucristo
que está presente en persona. El momento de arrodillarse no dura mucho.. Uno se
para porque quiere escuchar y cantar el gloria y la oración del día. Cuando en
Inglaterra se entona el himno de la reina, cuando en una reunión solemne se
entona el himno nacional, entonces todos se ponen de pie. Con eso se expresa el
honor que se tributa a lo que canta el
himno. Es por eso que nos ponemos de pie
cuando más tarde viene el evangelio. Allí viene Jesucristo para hablar
con nosotros. Pronto viene la postura
preferida, sentarse. Pero estar sentado no quiere dar
oportunidad para descansar. Es como uno se sienta en la mesa para bendecirla.
Sirve para recogerse. Antes del almuerzo han ido de una parte a otra. Ahora nos
sentamos. Uno se calma. Así se puede rezar. De esta manera debería ser también
en la Santa Misa. Comienza la proclamación de la lectura. Uno se siente y se
recoge. El monje en la abadía se coloca la capucha en la cabeza para que nada
le distraiga, ni a la derecha ni a la izquierda. Uno está sentado y escucha la
Palabra de Dios en la lectura y luego
en la prédica. Así varían la postura durante la celebración. Cada
vez es adaptada al momento preciso. Todos la asumen porque en la celebración
somos un solo corazón y una sola alma. Por supuesto, él que es inválido o enfermo
hace lo que puede. Terminó la liturgia. Uno no sale corriendo. El
caminar también es distinto como es distinto el caminar en una procesión. El
caminar se vuelve pausado. Uno ve que los acólitos están mal formados cuando
vienen al altar medio corriendo, empujando como quien quiere llegar primero al
reparto del chocolate. El caminar en la iglesia y en la procesión tiene un
carácter propio. Es como si Cristo hubiera llamado: "Ven y sígueme",
como si caminara delante de nosotros y nos guiara. En fin, también en la vida diaria tenemos que
comportarnos como si el rey de España llegara de visita en cualquier momento.
¿Y eso lo logramos cuando Dios está
presente?" |