Los Laicos llevaron adelante la primera Evangelización de Corea
Jesús Colina, aleteia
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El sábado 14 de agosto de 2014, casi un millón de coreanos han sido testigos de la verdadera
revolución que está trayendo a la Iglesia católica el Papa Francisco.
Los 124 mártires coreanos, asesinados entre 1791 y 1888, que el pontífice
beatificó durante una misa presidida en la Puerta de Gwanghwamun, en Seúl,
tenían un elemento común y caracterizador: no se trataba de sacerdotes ni
religiosos; eran laicos. Algunos nunca vieron a un sacerdote en su vida.
Tras la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro, y su peregrinación
a Tierra Santa, Francisco ha venido hasta estas latitudes para presentar el
mensaje que lanza a toda la Iglesia la evangelización de Corea: una Iglesia
creada por laicos y regada por la sangre de laicos.
En cierto sentido, Francisco es un Papa “anticlerical”. Ciertamente su vida
y palabra (basta leer sus homilías) son un testimonio del valor
insustituible del sacerdocio. Ahora bien, su enseñanza no es para nada
“clerical”: no le da a los obispos y sacerdotes un papel que no les
corresponde ni en la vida social, ni siquiera en la vida eclesial.
Después de cinco décadas del Concilio Vaticano II, la Iglesia católica es
todavía demasiado “clerical”, demasiado dependiente de sacerdotes que en
ocasiones no son sólo dispensadores de los Sacramentos, sino también,
“managers” de obras o instituciones, en papeles que serían más propios de
los laicos.
La verdadera revolución que trae a la Iglesia el Papa Francisco no es tanto
la reforma de la Curia Romana, vital ciertamente para el testimonio
cristiano, dados los problemas de los últimos años, sino sobre todo el
despertar de ese “gigante dormido”, el laicado.
Incluso la reforma de la Curia Romana gira en torno a este objetivo, como lo
demuestra el papel decisivo que el Papa ha dado a los laicos en la
administración económica de la Santa Sede.
En este sentido, el origen de la Iglesia en Corea es un mensaje de profética
actualidad: el Papa visita una Iglesia que fue creada sin un solo sacerdote
y que hoy constituye una de las comunidades más dinámicas del continente
asiático, con unos cien mil bautismos de adultos al año.
Cuando el primer sacerdote misionero llegó a Corea, en 1794, procedente de
China, ya había 4.000 bautizados, que recibieron el sacramento de manos de
laicos. Los primeros católicos del país eran hombres de cultura, que
entraron en contacto con textos bíblicos y cristianos traducidos al chino
por algunos misioneros occidentales en Pekín, en particular por el padre
jesuita Matteo Ricci.
Entre estos, se encontraba Lee Seung Hun, funcionario, que viajó de Corea,
país vasallo del imperio, a Pekín, en 1784. Durante el viaje, en la capital
china, contactó a los misioneros y les pidió el bautismo, así como libros
religiosos para alimentar la fe de sus amigos coreanos que estaban
descubriendo el cristianismo.
Al regresar a su patria, bautizó a los demás miembros del grupo, quienes a
su vez bautizaron a coreanos que iban descubriendo en la figura de Jesús al
Hijo de Dios. No existe ningún otro caso en la historia del catolicismo como
éste.El obispo de Pekín les envió diez años después al primer sacerdote
chino para que finalmente pudieran celebrar la Eucaristía.
Muy pronto la visión cristiana del hombre y de la mujer, que chocaba con las
enseñanzas confucianas de división en clases, con diferente dignidad,
acarreó la persecución contra los cristianos.
Uno de los factores desencadenantes fue el rechazo a la tradición coreana de
rendir culto a los ancestros, lo cual era percibido como idolatría por parte
de la Iglesia, pues en la tradición eran sustitutivos de la divinidad. Pero
el régimen coreano pasó a considerar el cristianismo como un “culto
malvado”; que destruía las relaciones humanas y el orden moral tradicional.
El rey de Corea emanó, en 1802, un edicto de Estado en el que ordenaba el
exterminio de los cristianos, como única solución para sofocar la semilla de
esa locura, como era percibido el cristianismo. El primer y único sacerdote
fue asesinado, pero en medio de la persecución, estos laicos siguieron
evangelizando el país, a costo de la vida.
En las persecuciones de los católicos de Corea murieron, según fuentes
locales, más de diez mil mártires. Entre ellos se encuentran los nuevos
beatos proclamados por el Papa, Paul Ji-chung Yun y 123 compañeros mártires.
Perteneciente a una familia noble coreana, Paul al descubrir a Jesús, como
Hijo de Dios, se negó a ofrecer el culto a los antepasados. Por este motivo,
al morir su madre, no quiso enterrarla según el rito tradicional, sino según
el cristiano. Esto llevó a las autoridades a abrir una investigación, que
daría lugar a una gran persecución, llamada la persecución de Sin-hae. Paul
murió mártir en 1791.
Estos mártires son hoy profetas de la Iglesia del siglo XXI, según el Papa
Francisco, pues muestran cómo los laicos ponen en el centro de la Iglesia a
Jesucristo y la fraternidad de los hijos de Dios, que surge del bautismo.
Estos laicos y mártires, explicó el Papa, “nos invitan a poner a Cristo por
encima de todo y a ver todo lo demás en relación con él y con su Reino
eterno. Nos hacen preguntarnos si hay algo por lo que estaríamos dispuestos
a morir”.
Además, explicó, enseñan que el testimonio de Cristo se transmite viviendo
“la igual dignidad de todos los bautizados”, que “cuestionaba las rígidas
estructuras sociales de su época”.
“Su ejemplo tiene mucho que decirnos a nosotros, que vivimos en sociedades
en las que, junto a inmensas riquezas, prospera silenciosamente la más
denigrante pobreza; donde rara vez se escucha el grito de los pobres; y
donde Cristo nos sigue llamando, pidiéndonos que le amemos y sirvamos
tendiendo la mano a nuestros hermanos necesitados”.
Esta es la revolución que trae el Papa Francisco, la de una Iglesia que es
capaz de superar la “clericalización” de los laicos y la “laicización” de
los sacerdotes. Una Iglesia en la que el “gigante dormido”, los laicos, se
convierten en protagonistas de la evangelización, a través del testimonio en
su vida cotidiana.