El Laico = 'Gigante dormido' o Testigo de la Fe: Examen de Conciencia
¿Qué le parecen estas opiniones respecto a los laicos?
Un cristiano que renuncie a ser fermento del mundo, es porque está asustado,
domesticado, acomplejado, o no ha entendido bien cuál es su misión en el mundo
de hoy.
(Angel Gutiérrez Sanz, Arbil)
¿Es verdad lo que sigue?
"Los católicos tenemos una fe tambaleante, somos un gigante dormido; nuestra
fe debe hablar por sí sola con obras, sin embargo no somos apóstoles activos
y alegres, nos dormimos en nuestros laureles, estamos desganados,
deprimidos, faltos de energía, casi siempre tristes, y por eso no
respondemos al llamado del Señor y al compromiso que tenemos con Él".
"Hace falta una buena sacudida a la Iglesia para que despierte, se active,
se renueve, se ponga las pilas; para que tome conciencia y actúe para que el
mundo dé un giro en el que predominen las buenas voluntades, el amor, la
paz, la unidad, la fraternidad, la ayuda mutua y el perdón. Muchos viven
empecinados en sus odios y rencores que no los dejan ser felices, y dejan un
profundo vacío en el alma, por eso muchas veces somos infelices, porque no
sabemos perdonar y olvidar ofensas".
José Guadalupe Santos Pelayo
Habla un pastor protestante convertido al catolicismo
Y dice doctor Rice, el ex-ministro
protestante: “Entre más tiempo he sido católico y más estudio, más llego a
estar absolutamente convencido de que la iglesia católica es asombrosa. La
iglesia católica siempre ha sido apostólica - y nosotros debemos actuar como
lo que es. Las señales, prodigios, milagros y todo lo demás que tuvo lugar
en la iglesia hace 2.000 años, debería estar ocurriendo hoy, porque la
iglesia no ha cambiado”.
Había hombres (y los hay hoy) en la Iglesia que quieren remediar la
laguna
(El padre Tomás Morales ha sido) Un hombre que ha
sido de los más grandes educadores y apóstoles del laicado del siglo XX. Sus
libros más importantes son precisamente Laicos en marcha y Hora de los
laicos; y que planteaba como la cuestión fundamental más grave de la Iglesia:
la educación misionera para poner en pie a este gigante dormido de potencial
inexplotado de mil millones de bautizados; ¡pero cuantos y cuantos que han
dejado su bautismo como sepultado bajo una capa de indiferencia y olvido!
(Guzmán Carriquirri, subsecretario del Consejo pontificio para los laicos).
Oremos
Dios quiera que pronto se haga el milagro de la Unidad y el Espíritu Santo
despierte al Gigante Dormido del Laicado y todo el conjunto de nuestra amada
Iglesia Católica Apostólica Romana, nacida de la sangre caliente de los
martires y hoy con sangre tibia de "hombre light o... slow".
("Familias Solidarias")
Reflexionemos acerca de las raíces del problema
El gigante dormido
El Papa San Pío X, a primeros del siglo veinte, sostenía una conversación
con algunos Cardenales y Monseñores sobre lo más importante para revitalizar
y actualizar la Iglesia, y les pregunta:
- ¿Qué creen ustedes que es lo más importante y más urgente?
Conociendo las ilusiones del Papa, respondían unos una cosa, otros otra:
que si el Catecismo, que si la Liturgia, que si los Sacramentos, sobre todo
la Eucaristía... El Papa iba moviendo la cabeza en sentido negativo. Al fin,
responde él mismo: - ¿Saben ustedes qué es lo más importante? Que en cada
parroquia haya un grupo de seglares, hombres y mujeres, que se aprieten al
lado del Sacerdote y del Obispo, y se pongan a trabajar juntos.
Con una respuesta como ésta daba
inicio, podríamos decir, a la Acción Católica y al Apostolado moderno de los
laicos, por tantos siglos olvidados en la Iglesia como agentes activos,
directos y responsables del desarrollo, mantenimiento y mejoramiento de la
misma Iglesia.
Hoy, ya no tiene que formularnos nadie una pregunta como la de aquel
querido Papa, pues esto lo tenemos claro como la luz del día. ¿Qué es lo que
nos falta a los laicos? Es ponernos a actuar con eficiencia en el campo que
nos compete a nosotros. Sentirnos Iglesia para trabajar en ella
responsablemente.
Saber tomar iniciativas, que, sometidas siempre a quienes tienen el
gobierno de la Iglesia, los Pastores, contribuyan eficazmente al bien de
todo el Pueblo de Dios. ¿Dónde estaba el mal anterior, un mal que nunca
debería haberse producido en la Iglesia? Estaba en el excesivo clericalismo.
El obispo y el sacerdote lo eran todo. Ellos pensaban, ellos dirigían, ellos
determinaban, ellos llevaban en exclusiva el culto, ellos debían de
responder de todo, y todo lo hacían en el recinto de la casa episcopal o en
el despacho de la parroquia... ¿Los laicos? Un elemento pasivo y nada más.
Actualmente han cambiado las cosas y se han colocado en su debido lugar.
El Obispo y el Sacerdote tienen el ministerio del gobierno, el de la
santificación por los Sacramentos, el de la Palabra como servicio propio. A
ellos les compete el dirigir y el discernir y el empujar.
Pero ellos y nosotros somos una misma y sola Iglesia. Y nosotros los
laicos, metidos dentro de la masa, tenemos como misión el fermentar de
Evangelio todas las estructuras sociales, tanto la familia, como el trabajo,
como la política, como todas las realidades humanas.
De este modo, se nos abren ante los ojos perspectivas inmensas. ¿Nos
damos cuenta de lo que puede hacer un médico, o un profesor, o un
publicista, o un negociante, o una enfermera, o una maestra, o un político,
o un policía, o una artista, o un deportista, o un empresario, o un
entregado a los medios de comunicación yo que les hablo? Podemos seguir y
seguir mencionando profesiones u oficios, para preguntarnos: ¿Qué llegarán a
hacer si todos son católicos de verdad, si se sienten miembros vivos de la
Iglesia, si tienen celo por la gloria de Dios y la salvación de los hombres,
si se ponen al servicio de Jesucristo, en una palabra, si quieren hacer algo
por el Reino?...
En el mismo desarrollo de la vida de la Iglesia, a nosotros, los laicos,
nos toca ser miembros activos en el culto, y no unos meros espectadores.
En el apostolado, hoy se dan ya casos y modos de acción en que antes
ni se soñaba.
Por ejemplo, ¿quién podía pensar que iban a ser tantas las parejas que,
hasta con los propios hijos, si Dios se los ha dado, se iban a ir a las
Misiones?... ¿Quién inspira hoy a tantos el enrollarse en el voluntariado
para las empresas más difíciles dentro de la evangelización?...
En un Congreso de Laicos, que tuvo gran resonancia, se llamó al laicado
de la Iglesia “El gigante dormido”. Muy bien llamado. Porque el día en que
nosotros, los laicos, despertemos de nuestra modorra y apatía, y nos
levantemos dispuestos a hacer algo por Jesucristo y por el Reino, se habrán
multiplicado las fuerzas vivas de la Iglesia de manera sorprendente.
Nuestros ojos han contemplado ya muchos prodigios de santidad y de
apostolado de los seglares en nuestros días. Por eso hablamos con tanto
optimismo. Basta ver lo que han sido, son y siguen siendo y haciendo, por
ejemplo, la Legión de María, la Confraternidad de la Doctrina Cristiana, las
Conferencias de San Vicente de Paúl, los Cursillos de Cristiandad, los
Focolares, los Neocatecumenales, los Carismáticos, el Movimiento Familiar
Cristiano, los Clubs Newman de las Universidades, los laicos del Opus Dei,
sin olvidar a los tan beneméritos y clásicos miembros de las Terceras
Ordenes.
Cuando se miran serenamente estas
realidades, no caben los pesimismos entre nosotros. Al revés, todos sentimos
el estímulo a enrollarnos en las avanzadas, tan nutridas, del apostolado
seglar de la Iglesia. Jesucristo se tiene que sentir orgulloso de los muchos
voluntarios con que cuenta.
Todo lo que se nos pide, como una
exigencia natural, es que nuestra vida sea un testimonio fehaciente de lo
que predicamos y hacemos. Trabajamos porque sentimos las realidades del
Reino. Y tanto más sentimos las realidades del Reino cuanto más trabajamos
por él.
A nuestros pastores, Obispos y Sacerdotes —y no digamos ya al Papa—, los
tenemos en gran veneración por la gracia especial de consagración que han
recibido de Dios para guiar a la Iglesia. Pero nosotros, los laicos, no
somos miembros de segunda categoría. Ellos en su puesto y nosotros en el
nuestro, todos somos Iglesia, la misma Iglesia, sin más privilegio personal
que el poder gastarnos en el trabajo por el Reino de Dios.
(RIIAL 070)