3 Después de la tormenta las primeras vocaciones: El P. Julio Chevalier msc, ¿Quién es? (Jean Tostain msc)
DESPUÉS DE LA TORMENTA,
LAS PRIMERAS VOCACIONES...
Para todos los patriotas franceses, el 18 de junio de 1815 es una fecha muy memorable. Pues fue el desastre de Waterloo. Al otro día, 19 de junio, en Lión, un pequeño cura era ordenado sub-diácono. Era Juan María Vianney. Su ordenación no tiene nada que ver con Waterloo. Si Napoleón hubiera vencido, nuestro futuro santo hubiera sido ordenado igualmente. Pero la coexistencia de las dos fechas nos ayuda a situarnos mejor.
1815, es el final de Napoleón, el verdadero, después de su reaparición de 100 días. Un nuevo régimen comienza. ¿Nuevo? No tanto, pues se da a sí mismo el nombre de "la Restauración". Francia está saliendo de los 25 años más agitados de su historia; quizá los más terribles, con sus grandezas anegadas en abismos de destrucción y terror.
Sin embargo, la Revolución no había empezado mal. El 5 de mayo 1789, se abren los llamados Estados Generales donde el clero está bien representado. Han sido preparados con los "Cuadernos de quejas" redactados en cada parroquia. Esos "Cuadernos" presentan deseos de reforma para la Iglesia y para los sectores de la vida nacional. No se nota ninguna animosidad contra la religión. Se abre la asamblea con un procesión muy solemne.
El 4 de agosto, en la euforia, el Clero renuncia, así como la Nobleza, a sus privilegios. Los pequeños curas de parroquia no tienen privilegios. Se trata entonces del Alto Clero que es, en realidad muy ennoblecido. Todavía no hay nada para temer. La igualdad y el compartir son virtudes bastante evangélicas.
Después, se produce la Declaración de los Derechos del Hombre (26 de agosto). En sí, los cristianos no tienen nada en contra. Hasta el día de hoy, cristianos y sacerdotes, en todas partes del mundo, son encarcelados, torturados, muertos, por defender ese principio de que todos los hombres son hijos de Dios, y entonces que todos tienen el derecho estricto de ser respetados integralmente. Pero en 1789, esos "Derechos del Hombre y del Ciudadano", principios fundamentales del nuevo régimen, huelen mal. Porque son inspirados en las doctrinas de los Filósofos de las Luces. De acuerdo con esas doctrinas, la religión es considerada como una forma de opresión y entonces no podemos estar de acuerdo. El panorama se está poniendo oscuro...
Sin embargo, las cosas van a deteriorarse rápidamente por otro motivo. Al Estado le falta dinero (por ese motivo el Rey había convocado los Estados Generales). En muy poco tiempo se aprobará la solución cómoda de Talleyrand (entonces obispo): todos los bienes del clero pasan a ser bienes nacionales. Así de sencillo! Es verdad que los monasterios eran ricos. Pero esa transferencia de propiedades, sin precedente ni moderación, va a arruinar la Iglesia, quitarle sus lugares de culto que fueron saqueados, utilizados como canteras de piedras o destinados a usos muy profanos. La burguesía y los ricos campesinos que consiguieron esos bienes nacionales a precio irrisorio, estarán en adelante a favor de la Revolución y en contra de la Iglesia, por temor a que se les quiten los mismos.
Puesto que ya los monasterios no existen, la Constituyente prohíbe los votos religiosos (13 de febrero de 1790). Antes de la Revolución, es verdad qué los monasterios conocían un período de decadencia y sus efectivos estaban bastante reducidos. Con este nuevo golpe, parece acercarse el fin.
En su afán de reforma, la Constituyente no se para: las diócesis corresponderán en adelante a los departamentos oficiales (pasan así de 135 a 85). Los obispos y los curas serán elegidos por los electores, comprendidos los no-católicos, como cualquier otro civil elegido.. El rey Luis XVI, de carácter débil, acaba por aprobar esa "Constitución". De mala gana, es verdad, pero aun así la promulgó..
Se produce el desasosiego completo en el clero. 32 obispos diputados (de la Constituyente) elevan su protesta. Como respuesta, la Asamblea exige que todos los miembros del clero presten juramento de fidelidad a la Constitución. De ahí resultó la dislocación total: hubo sacerdotes "refractarios" (rebeldes) perseguidos, masacrados cuando cogidos (cerca de 35,000 se exilaron), y “jurados" (renegados) en los que la población no tenía confianza.
El Papa Pío VI condena firmemente la Constitución Civil del Clero y la Declaración de los Derechos del Hombre en su forma presente. Pero, ¿que importaba el Papa?.. Crece la persecución. El Rey, símbolo del orden anterior, es ejecutado en la guillotina. Las ejecuciones colectivas se multiplican (300 sacerdotes el mismo día, cuando los masacres de septiembre de 1792, en el centro de París, y centenares más en otras Provincias). Se estableció el "Terror", llevado a su paroxismo desde septiembre '93 hasta julio '94. Por esa fecha, se puede decir que todo culto exterior ha desaparecido en Francia.
La caída de Robespierre (27 de julio 1794) señala una pausa en esa furia de destrucción. El 21 de febrero de 1795, la Convención reconoce la libertad de culto. La Iglesia recobra un poco de aliento y trata de organizarse. Una especie de concilio de Francia se reúne en París. Las "Misiones" se multiplican en los campos, en las granjas, dondequiera. Laicos aseguran la enseñanza del catecismo, mal que bien. Pero en 1797, el Directorio, temiendo un resurgimiento monárquico, endurece otra vez su política hacia la Iglesia. Numerosos sacerdotes son arrestados, deportados a Guyana o fusilados.
A la llegada de Napoleón (9 de noviembre 1799), no hay cambio al principio. Pero el hastío de tanta violencia va a inclinar los espíritus hacia la conclusión de un compromiso. Napoleón piensa que él no puede gobernar sin una reconciliación religiosa de los franceses. Por pura política entabla negociaciones con el delegado del Papa Pío VII: llevarán al Concordato de 1801: todos los obispos del Antiguo Régimen deben renunciar. El Primer Cónsul (Napoleón) nombrará él mismo a los obispos a los cuales el Papa dará la institución canónica (no hay más que 60 diócesis). El gobierno asegura el sueldo del clero (pero no hay nada para los religiosos porque Napoleón no los quiere). Los poseedores de bienes nacionales no serán inquietados. Una vez firmado el Concordato, Napoleón le agrega 77 "Artículos Orgánicos" para hacer de la Iglesia de Francia la Iglesia galicana, que había sido un sueño de algunos, antaño; una Iglesia, instrumento de su política de gobierno. El Papa protesta. Sin resultado. ¿Qué puede hacer el Papa?..
Todo eso no constituye la paz soñada por la Iglesia, pero es una clase de paz que le permitirá comenzar a sanar sus heridas. La libertad de culto es declarada solemnemente en Notre-Dame de París, el 18 de abril de 1802. Las diócesis se organizan lentamente. Faltan sacerdotes, pero las vocaciones son numerosas. Los nuevos sacerdotes tienen poca formación, pero les sobra buena voluntad. Aquí y allá, tímidamente se abren seminarios: se necesitará tiempo para ver los resultados
Así llegamos al año 1815: Waterloo, la Restauración, Juan María Vianney…
Si menciono mucho a este último, es porque es muy conocido. Y, contrariamente a lo que se piensa, no es realmente una excepción. El pequeño Cura de Ars era un santo, un gran santo, pero era el reflejo de toda una época. Juan María Vianney, en su pequeña aldea perdida de Ars, hace muy bien lo que una legión de pequeños sacerdotes tratan de hacer, cada uno en su rincón.
¿Quiénes son esos sacerdotes desconocidos? Primero, son hombres traumatizados al ver a Francia tan rápidamente y tan totalmente descristianizada. A lo mejor debería decir paganizada. "Dejen una parroquia veinte años sin sacerdote, y allí adorarán los animales", decía el Cura de Ars. No era un aviso, sino una constatación.
Esos sacerdotes tienen poca instrucción. No hay seminarios todavía. Uno pasa sólo un año o dos con un cura viejo que ha sobrevivido a la tormenta. Se estudia un poco de latín, pues todos los libros religiosos están escritos en latín, y un poco de teología (lo que se puede). Los candidatos pasan un examen delante del obispo, pero son juzgados más sobre su piedad y sus motivaciones que sobre sus conocimientos intelectuales. Hay que arar con los bueyes que se tiene... Juan María Vianney, vocación retardada más que tardía, y particularmente duro de cabeza para aprender en los libros, será finalmente aceptado, después de mucha vacilación, y enviado a una muy pequeña parroquia alejada. "Si no hace el bien allí, a lo menos no hará ningún mal", dice el obispo...
Esos curas del principio del siglo 19 son pobres, muy pobres. El "sueldo" previsto por el Estado es muy bajo; además está a cargo de las municipalidades; ellas mismas muy pobres. Luego es abonado solamente a los titulares de parroquias reconocidas (los curas), y no a los otros (cooperadores). El Cura de Ars era cooperador. Todo el mundo conoce sus pobres alimentos. Pero era cosa ordinaria en muchas casas parroquiales.
Encima de eso, sin embargo, esa generación de sacerdotes es llevada por un impulso que no podemos imaginar. La Revolución, ese período horroroso que ha acabado con todo, la Revolución ha terminado. El Rey regresó. Ahora es el momento de la "RESTAURACIÓN". Se va a restaurar la Iglesia también; van a reconstruirla, a rehacer de Francia una cristiandad como antes, y aun más bella que antes.
Predicarán sobre todo el retorno, la conversión, la penitencia. Si el Cura de Ars tuvo éxito, es primeramente por su oración y sus propias penitencias, pero también porque se mostró particularmente severo. Juan María Vianney prohibía los bailes, cualesquiera que sean; eso es bien conocido. Pero predicaba también mucho sobre el infierno y sobre las pobres almas que se condenan por toda la eternidad. Y cuando los feligreses asustados iban a confesarse, sucedía que negaba la absolución, a veces varias semanas seguidas, hasta que hubiera señales exteriores de conversión visible.
Al mismo tiempo, los curas tratan de devolver a Dios toda la gloria que le es debida. Multiplican las procesiones. El Cura de Ars, tan pobre, encuentra la manera de comprar los mejores ornamentos sacerdotales de su tiempo. Sueña con transformar su pequeña iglesia para hacer un edificio suntuoso: los trabajos se realizarán después de su muerte según los planos preparados por él.
¿Cuál será el resultado de ese impulso de "restauración" de la Iglesia a mediados del siglo? El balance es incierto. Cierto que la parroquia de Juan María Vianney se convirtió ("Ars ya no es Ars", dice), y la muchedumbre acude hacia el santo hombre. Pero Ars es un islote en el océano, y su cura es verdaderamente un gran santo. ¿Qué sucede en otras partes? Es muy variable, según las regiones En 1850, si en Vandea se cuenta un 90% de practicantes, en la región parisina 10% comulga en Pascua. En Orleáns, 4% de los hombres y 20% de las mujeres lo hacen. Y así sucesivamente. La buena voluntad de los sacerdotes no fue suficiente. Uno se da cuenta que el sueño de una Iglesia "como antes", no era más que eso, un sueño. No se puede volver "como antes", hay que ir hacia "adelante". Demasiadas cosas han cambiado, y siguen cambiando…
En la población rural, la gente no entiende lo que pasa en París. El rey constitucional ya no es el rey de antaño. Luís XVIII es un carácter flojo que vacila entre laxismo y autoritarismo. Quisiera ser, al mismo tiempo, el que restablece los valores antiguos y el guardián de los 'logros de la Revolución". Carlos X, célebre por sus desenfrenos, se volvió un beato ridículo. Sus leyes torpes suscitan una ola de anticlericalismo. Se producen motines en París (el arzobispado es devastado). El rey es derrocado y reemplazado por Luís-Felipe (llamado "Felipe-Igualdad"). Su reino terminará con la revolución de 1848. Se proclama la República..
Ya uno se siente desorientado. Demasiados cambios en poco tiempo. Uno no sabe a donde agarrarse. En vez de hostilidad, la indiferencia se generaliza...
La indiferencia!.. Es la que va a suscitar nuevos apóstoles. El Padre Chevalier con muchos otros. Están mejor preparados que sus mayores, pero la tarea les parece más difícil todavía.