La segunda ola: El P. Julio Chevalier msc, ¿Quién es? (Jean Tostain msc)
LA SEGUNDA OLA
La visita que hizo el P. Chevalier al Cura de Ars nos ha permitido asistir al encuentro de dos generaciones diferentes de sacerdotes. No podemos creer, sin embargo, que hubo interrupción, o cambio brusco. Poco a poco, después de Napoleón (y aun antes), las transformaciones fueron preparándose y se realizaron. No podía hacerse de un día para otro. Se necesitó tiempo para ver cómo se operaban lentamente los cambios.
Millares de parroquias fueron reabiertas. Para proveerlos con sacerdotes, los seminarios fueron reorganizados y confiados, en su mayoría, a los Sulpicianos. Los candidatos al sacerdocio siguen el escalafón: seminario menor, y cinco años de seminario mayor. Los estudios son sólidos, la formación espiritual lo es todavía más.
Al mismo tiempo, se ve un verdadero fenómeno propio de esa época post-revolucionaria en la Iglesia de Francia: centenares de Congregaciones religiosas salen a la luz. Algunas antiguas renacen (los Jesuitas tienen problemas: se desea su presencia en las diócesis, pero son mal vistos por los sucesivos gobiernos), pero sobre todo una multitud de pequeñas congregaciones nuevas, de hombres y de mujeres, que quieren responder a una necesidad particular. Había tanto que hacer! Muchas se consagran a la enseñanza, primaria y secundaria, principalmente para los pobres; otras se dedican a la evangelización de los campos y a las "misiones" parroquiales. Pero se está muy abierto también a las Misiones "extranjeras". La mayoría de esas Congregaciones son "diocesanas" y quieren responder a una necesidad local: muchas desaparecerán en el siglo siguiente o fusionarán con otras. Pero muchas otras conocerán un desarrollo extraordinario, y tendrán influencia en el mundo entero.
Esa florescencia de Sociedades religiosas se explica sobre todo por el sentimiento, muy fuerte, que frente a la urgencia es necesario darse a fondo, consagrando totalmente su vida. Después, se tiene conciencia de que los esfuerzos dispersos o aislados son difíciles y sin futuro. El apoyo de una comunidad es una fuerza y una seguridad de continuidad. (Sin embargo, existe otro motivo que hay que tener en cuenta sin exagerarlo: los seminarios diocesanos no son gratuitos, y las vocaciones de gente pobre, en una Francia pobre, son muy numerosas. Las Congregaciones se hacen cargo de todos esos jóvenes de buena voluntad. Lo que no excluye en ellos, al contrario, las otras motivaciones: don de sí mismo y búsqueda comunitaria).
Sacerdotes bien formados, en creciente número, religiosos y religiosas que no desean más que dedicarse en la "viña del Señor".. Se podría creer que la Iglesia de Francia estaba en vía de recuperación. El asunto no es tan sencillo. La situación ha cambiado mucho, y las mentalidades también.
La generación del Cura de Ars tenía como primera preocupación el traer de nuevo al redil a los hijos pródigos, juntar el rebaño dispersado por la tormenta. Se podía pensar, a pesar de las apariencias, que Francia era, a pesar de todo, un país cristiano, un país de cristianos desamparados, abandonados.. Bastaba con devolverle al buen camino. Pero la tarea que se presentaba inmensa, se verá todavía más difícil de lo que se pensaba.
Primero, existe una nueva realidad: la Revolución ha dejado, bastante difundido en todos los estratos sociales de la población, un anticlericalismo que anteriormente era exclusivo de los intelectuales y descreídos de París. Hubo demasiadas cazas de curas, esos "enemigos del pueblo", durante 20 años. Forzosamente queda algo en la mentalidad. Y también mucho respeto humano, sobre todo en los hombres. Después de aclamar las "ideas nuevas", no se quiere ser tildado de retrógrado. La separación de la Iglesia y del Estado, la terminación del monopolio de la Iglesia sobre la enseñanza, son ideas que se abren camino hasta los rincones más alejados, gracias a los periódicos que empiezan a multiplicarse y son distribuidos en los pueblos por los vendedores ambulantes. El sueño de una restauración a la situación "como antes" no hace unanimidad.
Pero la nota dominante es la indiferencia. Es un fenómeno nuevo en el sentido de que se está generalizando. Bajo el Antiguo Régimen, la religión era parte integrante de la sociedad. No se podía uno imaginar la vida pública, aun la vida a secas, sin la religión (religión de estado). Incluso la llegada del Protestantismo, y las divisiones que traerá, no había cambiado ese estado de ánimo. Se aceptaba o no la posibilidad de un estado protestante, pues un país protestante hubiera permanecido un país religioso, como en otras partes de Europa. Pero ¡ un país sin Dios! Esa idea no cabría en la mente de la población.
Eso no quiere decir que cada habitante del Reino tenía una fe viva y sincera, sino que la religión era parte del marco de su vida. No se podía prescindir de ella. El clero, los monjes a menudo eran burlados, caricaturizados, pero de la misma manera que hoy caricaturizamos a nuestros hombres políticos, a pesar de que no pensamos vivir sin ellos. Ese "marco" religioso podía aparecer a veces como un marco vacío y hueco, pero a lo menos era un marco: permitía pegarse a Dios en cualquier momento. Se admitía que se vivía como pecadores. Pero los pecadores no son personas sin Dios, pues por definición el pecado es una falta contra Dios. Luis XIV despedía a su querida durante la Cuaresma para poder comulgar en Pascua, pero la volvía a recibir más tarde. ¿Hipocresía? ¿Debilidad humana? Todo lo que se quiera, pero no era indiferencia. Y los más libertinos tenían miedo a una sola cosa: morir sin los sacramentos. Se bautizaba a los niños al nacer: eso permitía instruirlos más tarde (más o menos bien) y luego dar a cada uno la posibilidad de oír la llamada de Dios y responderle.
Pero ¡la indiferencia! Esa indiferencia que penetra poco a poco en una población que ha visto demasiados cambios, demasiadas verdades sucesivas y contradictorias, afirmadas todas con la misma violencia... Todo lo que se llamaba institución parece vacilar. La Revolución, el Imperio, los reyes constitucionales que nadie respeta, la República, y ¿qué más??? El marco se ha desvanecido...
No es oposición, no es odio a Dios, como se conocerá en el siglo siguiente bajo los regímenes comunistas. ¡No! Es solamente indiferencia. ¿Dios? No se piensa en él; eso es todo. Hay otras preocupaciones. La vida es dura. Las hecatombes de las guerras napoleónicas han cavado grandes huecos en las fuerzas vivas del país. Se vive pobre. El éxodo rural comienza, y una clase obrera miserable se crea en las ciudades, hecha de gentes desarraigadas que han perdido todos sus puntos de referencia.
Nosotros, que llegamos al siglo 21, conocemos bien esa indiferencia que ha continuado desarrollándose por causa del desasosiego del mundo obrero, y que se ha instalado después por un motivo opuesto: la llegada del confort y de la sociedad de consumo. ¿Dios? ¿Para qué?
Pero para el P. Chevalier y los sacerdotes de su generación, el descubrimiento de la indiferencia que se generaliza es un choque, una conmoción. Ellos ven en ella la fuente de los males de su tiempo, de todos los tiempos. Cuando Dios está ausente, ¿sobre qué regular su vida y la vida de la sociedad?
Entonces no van a predicar tanto sobre la vuelta a la "práctica" religiosa y la necesidad de la penitencia, sino que van a hablar de Dios. Dios que hemos olvidado.. Tomando conciencia de que el pueblo cristiano no está compuesto solamente por hijos pródigos que hay que regresar al camino derecho, sino más bien por ovejas perdidas, errando sin meta, recuerdan la ternura de Jesús para con ellas: "Viendo al gentío, se compadeció porque estaban cansados y decaídos, como ovejas sin pastor" (Mateo 9,36).