9 Issoudun: El P. Julio Chevalier msc, ¿Quién es? (Jean Tostain msc)
ISSOUDUN
Para Julio, ese nombramiento es verdaderamente un signo del cielo, el signo. Recuerda cómo su proyecto de una gran congregación de misioneros había sido juzgado confuso y utopista por el superior del seminario. El buen Sr. Ruel había respondido con una proposición un poco irónica: "¿Por qué no pensar antes en convertir primero Issoudun?" Julio, convencido de que esa congregación saldría a luz, había tomado esa réplica como una respuesta divina: había que comenzar primero en Issoudun. Después nada; nada había venido a confirmar que no se equivocaba. Había terminado sus años de estudios sin recibir el más mínimo signo de que su proyecto tenía una pequeña posibilidad de realizarse.
Pero ese proyecto seguía en su corazón como una certeza. Estaba dispuesto a esperar. "¿ Cómo se hará eso?" No tenía respuesta, pero sabía que se haría, tenía confianza. En la paz de su corazón, se había puesto entonces con ánimo al servicio de la diócesis en el ministerio parroquial, como cualquier joven sacerdote lo hubiese hecho. Y habían pasado tres años más. Como habían pasado, uno tras otro, en Richelieu, cuando era simple zapatero y que sabía que iba a ser sacerdote. Alrededor suyo, no lo creían. Y nada permitía esperarlo. Sin embargo, él se preparaba orando, dedicándose a los pobres, estudiando latín en condiciones imposibles, y también trabajando con ahínco en su humilde oficio. Tenía entonces la misma convicción que ahora: cumplir con su "deber de estado" era la mejor preparación para esperar la hora de Dios.
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El nombramiento de Julio a Issoudun era inesperado, y por eso él ve ahí un signo evidente. En efecto, era la costumbre establecida en la diócesis: después de tres años como vicario itinerante, bajo la dirección de sacerdotes experimentados, cada nuevo sacerdote era nombrado párroco en una pequeña parroquia donde ejercería solo su ministerio. Julio esperaba un nombramiento de ese género. Pero he aquí que es nombrado nueva- mente como cooperador. Pero cooperador en Issoudun. La alegría lo aprieta. La misma alegría que lo había apretado cuando un viajero de paso había declarado que esta-ría dispuesto a pagar la pensión de un seminarista.
Julio busca rápidamente la guía de la diócesis para ver los nombres de los sacerdotes que ya están de puesto en Issoudun y con quienes formará equipo. Hay el párroco, un sacerdote entrado en edad, el Sr. Crozat. Además hay un vicario, nombrado solamente algunas semanas antes que él. Y Julio recibe el segundo choque del día, al leer su nombre: Emilio Maugenest. El P. Maugenest había sido su condiscípulo en Bourges, y lo consideraba como el más animoso de los "Caballeros del Sagrado Corazón". Sin decirlo nunca, Julio había siempre pensado que podría ser el compañero ideal para fundar la Congregación de misioneros!!
Pero, ¿qué hacia en Issoudun? Julio lo había perdido de vista: de hecho había dejado Bourges, antes de terminar el seminario, para entrar con los Sulpicianos en París. El hecho no había sorprendido a nadie: era un muchacho excelente en todo, muy capacitado, piadoso, generoso. Y habiendo decidido regresar a su diócesis, era precisamente nombrado en Issoudun, casi al mismo tiempo que Julio. Todo eso constituye demasiadas coincidencias para que sean solamente coincidencias. Julio ve ahí el milagro, la señal esperada. Señal sin duda, pero no es tan cierto que sea milagro, excepto si se considera que Dios actúa a veces gracias a la buena voluntad de los hombres.
Issoudun era un verdadero problema para el obispo y su consejo. Esa ciudad había experimentado más que otras el remolino de la post-revolución. Habían tenido lugar motines, reprimidos severamente. La burguesía, poco a poco, había abandonado esa ciudad por falta de seguridad. Quedaba una mayoría popular, amargada por el recuerdo de las exacciones pasadas, que quería verse libre de todo apremio, sea del Estado o sea de la Iglesia. Además, Issoudun, que antaño contaba con varios conventos, había visto muchos sacerdotes y religiosos abandonar su estado, durante la Revolución, casarse, criar familias numerosas. Todos esos escándalos habían alejado de la Iglesia a muchos creyentes.
El P. Crozat, en 1830, escribía en su informe al obispo: "La Revolución moral ha sido más profunda aquí que en otras partes. En ninguna otra parte, quizá, ha habido más completa ruptura con el pasado". Las cosas no habían mejorado mucho desde entonces. Es cierto que Monjas y Hermanos, con muchas dificultades y hasta con riesgos y algunos buenos sustos, habían conseguido reabrir dos escuelas. Quedaban todavía un centenar de familias más o menos practicantes: ¿una esperanza de fermento en la masa? Pero el Padre Chevalier, a su llegada a Issoudun, estará un poco pasmado al constatar, por ejemplo, que el catecismo estaba reducido a 15 días solamente antes de la Comunión. Y se dice que por mucho tiempo había un solo hombre (¡uno solo!) que comulgaba en la Pascua de Resurrección.
"¿Qué hacer para Issoudun?", se preguntaban en las altas esferas. La situación sobrepasaba al buen párroco Crozat. Primero, era de edad avanzada, gastado, fatigado. Después, ese santo sacerdote, de extrema bondad, era también muy tímido, poco emprendedor, y no sabía qué hacer. El poco éxito alcanzado en su actividad pastoral lo había hecho más receloso todavía. Por ejemplo, las viejas historias que se contaban en la ciudad sobre la poca moralidad de los antiguos conventos, hacían que el Sr. Crozat tenía miedo de escandalizar. Cuando iba donde las Hermanas, se revestía siempre del sobrepelliz, con estola y birrete, para mostrar que su ministerio, y sólo su ministerio, lo llevaba a donde esas damas. Generalmente pasaba el resto del tiempo en la iglesia, en un rincón oscuro, rezando el rosario a lo largo del día. No juzguemos a nadie, y no nos pongamos a reír: quizá los humildes rosarios del Sr. Crozat le valieron a Issoudun la gracia de la venida del P. Chevalier. Entre los miembros del Consejo episcopal, estaba el Superior del Seminario Mayor. No el Sr. Ruel, sino su sucesor, Sr. Gasnier. Antes, había sido profesor en la misma casa: había conocido muy bien a Julio y a los "Caballeros del Sagrado Corazón". Recordaba sus conversaciones a propósito de Issoudun. Sugirió al obispo el riesgo de los jóvenes y nombrar como vicarios, los dos más animosos del pequeño grupo que él había admirado hacia poco. El obispo se dejó convencer, aunque el P. Maugenest, sujeto de élite, había sido propuesto para la Catedral de Bourges. Y así fue cómo se produjo el "milagro".