11 Los Comienzos: El P. Julio Chevalier msc, ¿Quién es? (Jean Tostain msc)
LOS COMIENZOS
Los Misioneros del Sagrado Corazón ya tienen existencia. Existen porque se mencionan con este título en un registro oficial, aunque sea solamente en la agenda común de los nombramientos de la diócesis. Sin embargo se necesitaría otra cosa. Y para comenzar, una casa. No es fácil por muchos motivos. Primero, hay que contar con el anticlericalismo de Issoudun. ¿Vender una casa a los "curas"? Muchos se negarán. Entonces, hay que encontrar una persona de confianza que preste su nombre para comprar la casa como si fuera por cuenta propia. Eso no facilita las cosas. Después, no puede ser cualquier casa. Las primeras que fueron propuestas eran demasiado caras, o pequeñas, o arrinconadas entre otras casas, lo que no deja posibilidad de ampliación.
Por fin, encuentran una, que colinda con los campos. Una casa baja de 20 metros de largo, inhabitada desde largo tiempo, un poco deteriorada, pero tiene un jardín y un edificio anexo, una especie de cobertizo. Pero el problema es que no tienen todavía el dinero que el P. de Champgrand tarda en entregar. Por ese motivo, la casa casi se les va (felizmente, la señora del comprador eventual se da cuenta con tiempo que la "propiedad" - ¡qué horror! - casi linda con el cementerio). Mientras tanto, en la casa curial llegaron los nuevos vicarios. Maugenest y Chevalier deben liberar sus habitaciones. Ahora están en la calle. Entonces toman la decisión de hacer una corta visita a sus familias.
Julio se va para Richelieu. Mamá Chevalier está muy feliz. Pregunta por su nueva parroquia, y quiere saber si la gente es acogedora, etc. Piadosa y pobre, su sueño es terminar su vida como ama de casa de su hijo párroco. Para ella, es la seguridad garantizada y la felicidad. Pero Julio responde: “No soy párroco, soy misionero”. Ella se desmaya. Cuesta trabajo reanimarla Y durante ocho días muy penosos, Julio tiene que aguantar las lágrimas y los argumentos desesperados de su mamá, a mismo tiempo que un "verdadero sitio" de parte de la familia. "Mi madre que era una mujer de fe y generosidad, escribirá Julio acabó por comprender los motivos de m determinación, y aceptó la separación que debía ser para siempre en la tierra. Me la hallaba heroica". Entonces él va refugiarse en casa de los Jesuitas en Poitiers.
Por fin, al cabo de un mes, se compra la casa en Issoudun. Hacen algunos trabajo indispensables: una puerta, uno o dos tabiques (lo que le quita ventana al cuarto del P. Chevalier). Se transforma el granero en capilla. Es una edificación poco sólida de tres metros de alto. Derriban (¡imprudentemente!) los dos muros interiores, pintan con cal, encuentran sillas "como en una iglesia", y con una sencilla mesa hacen un altar mayor "radiante de pobreza".
Hay que notar que todos esos trabajos aunque modestos, no pudieron hacerse sin( mediante un préstamo: 5,000 francos, suma enorme, vistas las circunstancias. En fin para los que son legítimamente curiosos, digamos que esa primera casa de lo Misioneros del Sagrado Corazón, la verdadera Casa-Madre, se encontraba más menos en el lugar de la entrada de lo edificios actuales, en el límite de lo que es 1a Plaza del Sagrado Corazón.
Nuestros nuevos Misioneros del Sagrado Corazón habían previsto hacer de su primer año un tiempo de noviciado (como es costumbre al principio de toda vida religiosa), un tiempo de silencio, de meditación, de oración y estudio, permaneciendo apartado del mundo. Habían previsto salir a predicar en las parroquias de los alrededores solamente los domingos y días de fiesta. Pero el P. de Champgrand los acosa: él no les ha dado dinero para que pasen su tiempo en oración, sino para evangelizar la región. El obispo les hace comprender que él espera mucho de ellos.. en seguida. En cuanto al P. Crozat, buen sacerdote pero párroco infeliz, les da a entender muy amablemente que él espera de sus religiosos una renovación para Issoudun... sin tardar mucho.
En cuanto a permanecer ignorados del mundo, nuestros misioneros deben abandonar la idea muy pronto. Una noche (por causa de los trabajos desconsiderados de acondicionamiento) se cae una pared de la capilla. ¡Es una catástrofe! No tienen ni un centavo para las reparaciones. Pero algunos curiosos van a ver el desastre.. Se enteran de que algunos Padres se han instalado allí. Se comenta en la ciudad. Bienhechores generosos proponen arreglar o hacer arreglar los daños. Todo Issoudun (una ciudad donde no sucede nada) se interesa por el acontecimiento. En resumidas cuentas, la gente siente cierto orgullo por esa nueva instalación que dará importancia a la ciudad. Llegan donativos. Finalmente, no sólo se arregla la capilla, sino que se construye un pequeño campanario, y le ofrecen una campana y un armonio. La capilla, arreglada de esa manera, daría envidia a varias iglesias de campo. Y en adelante será cada vez más frecuentada por la gente, un poco por curiosidad, y un poco porque han colaborado más o menos a su "restauración", y la consideran su iglesia propia. Una brecha en el lado del "Sagrado Corazón" ha provocado otra brecha en la indiferencia. ¡Constituye todo un símbolo!
Y he aquí que el obispo encuentra una astucia para abrir la comunidad hacia el exterior. En efecto, el hospital y el hospicio de Issoudun le han pedido un capellán. Por otra parte, un joven sacerdote de la diócesis, Pablo Morel, solicita el permiso de unirse a la congregación naciente. El obispo le da la autorización con la condición de que sea capellán; lo que hace en enero de 1856. Entonces vemos a nuestros religiosos ligados a un ministerio exterior fijo.. Desgraciadamente, el P. Morel, lleno de cualidades, tiene una salud delicada. Puede sostener el ritmo riguroso de la comunidad sólo algunos meses. No se acostumbra a su régimen espartano. Pide un cambio. Precisamente casi al mismo tiempo, otro sacerdote, capellán del hospital y la cárcel de Bourges, da parte a su obispo de su deseo de retirarse en un monasterio. Monseñor le sugiere entrar en la comunidad de Issoudun y tomar la responsabilidad de la capellanía de los hospitales.
El primer Convento en Issoudun |
¡Coincidencia extraordinaria! Este nuevo, Carlos Piperon, fue un miembro muy activo de los "Caballeros del Sagrado Corazón"', uno de los más cercanos a Julio Chevalier, con Emilio Maugenest. Desempeñará un gran papel en la Congregación. Es un hombre muy sencillo, poco seguro de sí mismo, pero con una inmensa dedicación. Será el segundo perfecto, fiel intérprete de las ideas y del espíritu del P. Chevalier, predicador itinerante incansable (si es enviado y no tiene que tomar la iniciativa), gestor competente y escrupuloso de la vida cotidiana. Uno llega a preguntarse cómo la "Sociedad" hubiera evolucionado sin este hombre tan recogido como indispensable.
Pero, por su lado, el P. Crozat, con suave testarudez, no renuncia a "utilizar" esa nueva fuerza que es la Comunidad. Su propósito es hacer de la nueva "iglesia" del Sagrado Corazón una segunda parroquia en la ciudad. Ésta aliviaría la ya existente, y sin duda la impulsaría a más fervor. En este caso, los jóvenes Misioneros del Sagrado Corazón no tienen que defenderse. El P. de Champgrand, que desde siempre tiene mucho interés por las misiones en los campos, se opone fuertemente. El obispo igualmente. Además, es imposible: desde el Concordato (siempre vigente), la creación de nuevas parroquias depende de las municipalidades. La petición del P. Crozat crea muchas olas y remolinos, pero no tiene ni principio de concretización. Sin embargo, afable y bondadoso, trata, cada vez que lo puede, de hacer participar los Padres de las grandes ceremonias de la parroquia. Los Padres participan (por ejemplo de una triunfal procesión del 15 de agosto, magistralmente organizada por el P. Piperon), pero no se consideran miembros de la parroquia por eso. El P. Chevalier, que no quería dejarse encerrar en una diócesis, no puede aceptar ser absorbido por una parroquia.
Sin embargo, la capilla del Sagrado Corazón se convierte en centro activo. Los Padres predican mucho en las parroquias cercanas donde son muy solicitados por los párrocos. Tan pronto como 1855, la "Regla" de la Sociedad cita entre las obras por emprender:
1) los retiros para sacerdotes y laicos;
2) las "Conferencias del Sagrado Corazón"
(se trata de asociaciones como hoy las "Conferencias de San Vicente de Paúl")
a) para jóvenes y hombres;
b) para soldados;
c) para empleado(a)s doméstico(a)s;
d) para damas;
e) para obreros;
f) para aprendices, etc.
Amplio programa en que nuestros jóvenes religiosos se lanzan con entusiasmo y que realizan poco a poco. Sin embargo, eso representa solamente una parte de su intensa actividad.
Hay que notar que, si las damas tienen su conferencia, los hombres son privilegiados jóvenes, soldados, obreros, aprendices..). El Padre Chevalier recuerda posiblemente los últimos consejos del párroco de Aubigny ("nos ocupamos demasiado de las mujeres y no bastante de los hombres"). Quizá, o sin quizá. Pero eso no puede sino reconfortarlo: preocuparse por "los más desamparados" es su verdadera vocación. Ahora bien, hay mucho que hacer. Así la capilla, que puede recibir varios centenares de personas, se llena los domingos. Pero prácticamente, no hay más que mujeres. En Issoudun, en ese tiempo, los hombres no practican: eso no se hace. Un respeto humano enorme, una costumbre, un hecho.. Nadie puede cambiar eso..
¿Nadie? ¡Sí!. El P. Chevalier. Decide celebrar una misa de los hombres. Con ese fin, él, el P. Maugenest y el P. Piperon visitan los campos durante un mes e inscriben nombres. El domingo señalado, 30 valientes asisten. Es un acontecimiento en la ciudad; a la salida, los 30 neófitos tienen que desfilar entre dos hileras interminables de curiosos bromistas y sarcásticos: es extraño, hombres y mujeres, sobre todo mujeres. Pero el resultado de eso es que los hombres se sienten heridos en lo vivo: en la siguiente son 50, después 100, 300.. Aparentemente el P. Chevalier, atacándose a la indiferencia, consigue algún éxito. Pero él no se sorprende. Sabe que el Sagrado Corazón vencerá la indiferencia. Su única preocupación: darlo a conocer y amar más lejos, siempre más lejos, en todas partes..
La capilla, sin duda alguna, es demasiado pequeña. Durante los oficios, mucha gente se queda afuera. A principios del 1857, el P. Chevalier comienza a hablar de construir una nueva iglesia, una verdadera. No tiene un centavo; sabe que con toda seguridad se necesitará mucho tiempo para que los dones de los fieles permitan comenzar los trabajos. Es un motivo más para lanzar la idea sin tardar. Entonces se produce una catástrofe, bajo la forma de una carta del obispo ordenando la clausura de la capilla. "Alguien" le ha dicho que está por caerse y amenaza derrumbarse sobre los fieles. Estamos a lunes. El P. Chevalier se va a toda prisa a Bourges, y explica al obispo que su capilla no es amenaza para nadie. Monseñor no quiere tomar el riesgo. Ordena hacer trabajos de consolidación, y exige un certificado de arquitecto asegurando la solidez del edificio, antes de autorizar su reapertura. Se hacen los trabajos de prisa, en tres días; y, con el certificado en el bolsillo, el P. Chevalier vuelve al obispado el sábado. El domingo, la capilla acoge la muchedumbre como de costumbre. Pero esa aventura da más fuerza a su idea de que hay que construir una iglesia.
Como se ve, nuestros religiosos están ocupadísimos, y su "noviciado", bastante agitado. Sin embargo, consideran que es válido, y deciden pronunciar sus votos en la fiesta de Navidad de 1856 (sólo Emilio Maugenest y Julio Chevalier. Carlos Piperon, llegado más tarde, sirve de testigo). Naturalmente son votos privados, pues la Congregación no tiene estatuto jurídico todavía. Y como no están obligados, en una gestión privada, a seguir las reglas de la prudencia, hacen de una vez los votos perpetuos. Los pronuncian "según las Reglas de los Misioneros del Sagrado Corazón", regla redactada con sumo cuidado por el P. Chevalier, en la oración y la meditación, y prudentemente llamada: "Ensayo provisional".
La Congregación parece tener comienzos prometedores. Se ve a lo menos en el éxito de sus actividades (lo que es prueba de que responde a una necesidad real de la Iglesia de ese tiempo). Sin embargo, la falta de nuevas vocaciones inquieta al P. Chevalier. Muchas congregaciones nacieron en este siglo 19, y no tuvieron problema en encontrar nuevos miembros desde sus principios. Los Misioneros del Sagrado Corazón, por su parte, son solamente tres. Varios sacerdotes han tratado de juntarse a ellos, pero ninguno se quedó mucho tiempo. Hay que reconocer que la vida es dura en el "Sagrado Corazón". Levantarse a las 4 de la mañana para reservarse un tiempo suficiente de oración; extrema frugalidad en la comida; grande pobreza y incomodidad de la casa. Y el ministerio es pesado: predicaciones sobre predicaciones en las parroquias cercanas, misiones sobre misiones, retiros, largas sesiones de confesiones en la capilla. Uno recuerda los comienzos apostólicos de Jesús y de sus Apóstoles cuando la muchedumbre entusiasta los apretaba por todas partes: "Eran tantos los que iban y venían que no les quedaba tiempo ni para comer" (Mc. 6,31). Y es en ese momento que la joven Congregación, todavía tan reducida, va a recibir un golpe inesperado que el P. Chevalier creyó que le iba a ser fatal.
El P. Maugenest, predicador notable y estimado, predicó el Adviento en la Catedral de Bourges a fines del año 1857. Atrajo sobre sí la atención del obispo. La diócesis carece de sacerdotes y, si hay sacerdotes "ordinarios", hay pocos sujetos de élite. El obispo busca desesperadamente un párroco para la Catedral. Decide sacar al P. Maugenest de los Misioneros del Sagrado Corazón para nombrarlo arcipreste. El P. Maugenest protesta todo lo que puede. El cardenal responde: "Yo soy su obispo. Usted me debe obediencia". El P. Chevalier sale en seguida hacia Bourges para hacer valer que el P. Maugenest es el pilar de la joven congregación, y que, sin él, todo se viene abajo. El obispo contesta: Si su obra viene de Dios, la pérdida de uno de sus miembros no podrá impedir el éxito. Si es obra del hombre, la presencia de ese sujeto no la preservará de la ruina".
El P. Chevalier y el P. Piperon están anonadados por esa decisión irrevocable. Para ellos es un cataclismo, un desastre. Se retiran algunos días en un monasterio para tratar de ver claro en el asunto (el P. Maugenest ha sido enviado de oficio a un convento, para reflexionar. El obispo le ha dicho simplemente: "Saldrá de allí, espero, completamente sumiso").
La prueba es nueva para el Padre Chevalier. En efecto, había encontrado en su vida, desde su infancia, muchos obstáculos que le impidieron avanzar tan rápido como lo deseaba. Aprendió a esperar, y finalmente desaparecían los obstáculos, y podía seguir adelante. Pero nunca anteriormente, una prueba le había obligado a echar para atrás. Maugenest era su brazo derecho. Y aún más: era el valor seguro de la pequeña Sociedad, el más capacitado entre ellos, el más culto, un hombre competente, eficaz.. Y un religioso enteramente dedicado a su misión. Sin Maugenest, habrá que abandonar muchas cosas, volver para atrás, cuando el porvenir se anunciaba lleno de promesas.
Como era de esperar, Maugenest "se somete". Y los otros dos aceptan, con el alma destrozada, arrodillados juntos delante del sagrario (ni siquiera tuvieron tiempo de hacer una novena). Toman una resolución, a pesar de su abatimiento, de hacer todo para continuar la obra comenzada. Pero están anonadados. La prueba es demasiado dura, demasiado imprevista, y sienten que todo su proyecto es cuestionado otra vez. La tentación de la duda se insinúa. Sin embargo, no se nota ni huella de queja (y menos crítica) en los escritos del P. Chevalier. Los pobres no se quejan. O aceptan, resignados, la fatalidad, o bien luchan, la espalda contra la pared, los dientes apretados, para enfrentarla.
Julio Chevalier decidió luchar. Pero es un poco con la energía de la desesperación. Su verdadero temor es que la partida del P. Maugenest sea un primer paso hacia el desmembramiento de la comunidad. Espera recibir él también, un día de éstos, su nombramiento en una parroquia. El P. Crozat está envejeciendo. Corren rumores de que los dos religiosos podrían reemplazarlo. El P. Piperon repite todos los días que, si debe salir del "Sagrado Corazón", se retirará en un monasterio: lo que no levanta mucho el ánimo del P. Chevalier. Sin embargo, quiere luchar. Si debe partir, a lo menos no será porque se haya desanimado. Entonces se deshace en esfuerzos para tratar de salvar lo esencial. Se entregó tanto al trabajo que, al año siguiente, 1859, cayó enfermo. En cuanto mejora, un amigo lo lleva consigo en peregrinación a la Salette, para permitirle mudar de aires.
Es en esa ocasión que hizo un desvío hacia Ars y que se encontró con Juan María Vianney, el santo Cura.