2. Julio Chevalier, un Hombre con una Misión (E. J. Cuskelly MSC)
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Las tres primeras obras
l. MISIONEROS DEL SAGRADO CORAZÓN
Era el año 1855. El domingo, 9 de septiembre, fiesta del Santo Nombre de María, los misioneros fueron instalados oficialmente en su primera residencia, por su Eminencia el Cardenal Dupont, y recibieron el nombre de Misioneros del Sagrado Corazón.
Esta acotación del P. Chevalier es verídica, sólo que deja cosas por decir. En primer lugar, no es el Cardenal en persona el que les instala, puesto que se hallaba enfermo, sino el Vicario General. Conviene añadir en segundo lugar, que era sólo un pajar. A decir verdad, el pajar estaba habilitado en forma de capilla, pero realmente no dejaban de ser bien humildes comienzos. Con los pocos fondos de que disponían, no podían permitirse el lujo de escoger. Compraron una casa que llevaba varios años abandonada, junto con un pajar o almacén. Ambos edificios estaban situados en una huerta con una viña al lado. Enseguida se pusieron a transformar esta propiedad en la primera casa de su comunidad religiosa.
No fue nada fácil la transformación. Todo el dinero de que disponían los jóvenes sacerdotes había sido empleado en la compra de la propiedad. Contaron con la ayuda de un hombre de la parroquia, un tal señor Voisin. Un hijo de este señor había sido condiscípulo del P. Chevalier en el seminario y su hermano era sacerdote también. El señor Voisin había ayudado ya al P. Chevalier a encontrar y adquirir la propiedad, prestándole incluso 5.000 francos. Se vieron obligados a hacer los necesarios reajustes y reparaciones. También en estos trabajos les ayudaba el señor Voisin, como buen carpintero que era. Con esta ayuda hicieron reparaciones en los edificios; quitaron tabiques en el pajar para conseguir una sala más amplia, y disimularon lo viejo de las paredes a base de pintura roja y blanca. Cuando terminaron estos trabajos, el P. Chevalier no tuvo más remedio que reconocer que "tal capilla improvisada tenía el privilegio de una extrema pobreza y una ruinosa apariencia".
El grupo de Misioneros se había puesto en marcha. Iban a necesitar un enorme esfuerzo para mantenerse a flote. Ya hemos mencionado antes, las cualidades de lucha del P. Chevalier y su perseverancia indomable. Alrededor de un mes después de instalarse, aquella "ruinosa capilla" estuvo a punto de caerse sobre su cabeza. De hecho, comenzó a derrumbarse al lado de la estatua de San José. Los tabiques que habían quitado, sostenían las paredes maestras y una de las paredes laterales comenzaba a derrumbarse. El señor Voisin, tan buen vecino como el nombre indica, acudió de nuevo en su ayuda. Contrató algunos obreros para detener el derrumbe y reparó la pared. Las reparaciones fueron costeadas por algunos amables bienhechores. Lo que quedaba claro era que el viejo edificio no ofrecía muchas garantías y había que pensar en construir una nueva iglesia.
Pasaron unos años en tal situación, hasta el que Cardenal Arzobispo de Bourges ordenó el cierre temporal. Le habían dicho que era un peligro público, a punto de derrumbarse. No dudó pues en mandar que se cerrara. Solamente permitiría abrirla de nuevo al culto si un reconocido arquitecto daba su visto bueno y declaraba que no se vendría abajo. En consecuencia se solicitó la ayuda de un arquitecto, que después de nuevas reparaciones, declaró que podía abrirse nuevamente al público sin peligro alguno.
Como resultado de este incidente, decidieron lanzarse a la obra de construir una iglesia que valiera la pena. Para tal empeño lo primero que se imponía era la adquisición de un trozo de terreno contiguo para ubicar la nueva iglesia. Para ello recurrieron al P. de Champgrand, su primer bienhechor. Les ayudó a la compra de la nueva parcela. Los padres se lanzaron a recolectar fondos para la nueva construcción. Les llegó algo de dinero en forma de donativos y algo más lo obtenían con la venta de imágenes del Sagrado Corazón. El resultado de la campaña fue suficiente para animarles a poner los cimientos en marzo de 1959. La primera piedra se bendijo el 26 de junio del mismo año. El P. Piperon hacía colectas en sus sermones, en la diócesis y fuera de ella. Incluso se fue al Mediodía de Francia y a la Savoya para recoger fondos para la iglesia. El nuevo Arzobispo de Bourges, de La Tour d'Auvergne, nombrado en 1861, les animó en el trabajo. De hecho, estaba llamado a ser un gran amigo y valedor de los M.S.C. durante toda su vida. El 2 de junio de 1864 el Arzobispo consagraba solemnemente la iglesia que es hoy la Basílica del Sagrado Corazón.
No todos sus esfuerzos se limitaban a la construcción del edificio material. Eran "misioneros" y, como tales, se dedicaban a su trabajo. No les preocupaba mucho la pobreza de la primera capilla, al constatar la buena asistencia de la gente. Les preocupaba más el hecho de que eran muy pocos los hombres que asistían a los cultos. Debido a esto, el P. Chevalier decidió fundar la "Liga de Hombres del Sagrado Corazón". Poniendo en marcha la idea en octubre de 1856, visitó a las familias y estableció muchos contactos personales. Después de pocos meses ya tenía inscritos en la Liga a 30 hombres. Puso una misa para hombres un domingo al mes. Fue todo un acontecimiento el conseguir que 30 hombres oyeran misa, hombres de la calle: viñadores, granjeros, obreros, etc. Por pascua de 1857 se acercaron a comulgar alrededor de 50 hombres. Fue la primera comunión pública de hombres en Issoudun desde comienzos de siglo. Al terminar el año había 300 hombres enrolados en la Liga del Sagrado Corazón.
El P. Maugenest era muy apreciado como predicador y por lo mismo se le reclamaba por todas partes. Entre los dos, él y el P. Chevalier, contribuían de una manera decisiva a la vida cristiana de Issoudun y parroquias vecinas. Al mismo tiempo se afanaban en la organización de su propia comunidad religiosa. Querían que su primer año fuera su año de noviciado, así que dedicaron mucho tiempo a la meditación y al estudio. También tenían que trabajar manualmente, ya que no podían contratar obreros, que lo hicieran por ellos. Ellos mismos hacían la limpieza de la casa y arreglaban la comida. Cada congregación religiosa tiene sus propias constituciones o reglas y el P. Chevalier, en lo que llamó ensayo provisional, redactó las "Reglas de los M.S.C.”. Él era el superior religioso a la vez que rector de la capilla pública. Se ocupaba de los servicios religiosos, mientras el P. Maugenest se dedicaba a la predicación por las iglesias vecinas.
A finales de 1856 dieron por finalizado su noviciado y por Navidad de ese año, emitieron sus votos religiosos. Eran votos privados puesto que no habían sido reconocidos Oficialmente como congregación religiosa. Desde luego que no necesitaban el reconocimiento oficial, para sentirse Obligados en conciencia por sus votos. En su profesión tuvieron como único testigo al P. Carlos Piperon, m amigo de los días de seminario, que vino para juntarse ellos. El P. Piperon había sido ordenado sacerdote el 10 de junio de 1854 y más tarde fue nombrado capellán del hospicio Y de la cárcel de Bourges. Dentro de la pequeña comunidad se ocupó de las finanzas--si es que podían llamarse así. También hacía de capellán en el hospital.
La joven comunidad religiosa de misioneros iba tomando forma cuando surgió un grave contratiempo. La causa de ello fue el Cardenal Arzobispo de Bourges. Ya hemos visto que se había mostrado favorable a la empresa, no obstante, cuando se vio en dificultades de encontrar un sacerdote, para un puesto importante de la diócesis, tomó la decisión que la urgente necesidad requería. No encontraba un sacerdote para arcipreste de la parroquia de la catedral y deán de la ciudad de Bourges. Mientras trataba de hallar solución a esta dificultad, llegó a Bourges el P. Maugenest a predicar un sermón de Adviento en la iglesia de San Pedro. Su oratoria, como siempre, causó una impresión profunda. El Arzobispo, conociendo sus muchas dotes de sacerdote y predicador y creyéndole más viejo de los 28 años que contaba, le hizo saber que iba a ser nombrado arcipreste de la catedral.
El P. Maugenest puso objeciones, lloró y sugirió otras soluciones. Habló del trabajo en Issoudun, que su marcha podría hacer tambalear. No había nada que hacer. Autoritariamente, el Cardenal se expreso así: "Soy su Arzobispo y, como tal, su superior; me debe obediencia". El P. Chevalier, cuando a su vez fue a interceder delante del Arzobispo para que le dejara al P. Maugenest a su lado, encontró la misma inflexible actitud. Si el golpe fue amargo para el P. Maugenest, lo fue aún más para el P. Chevalier. El Cardenal no solamente había reducido a dos miembros la pequeña comunidad: les había arrebatado al más dotado del grupo. El P. Maugenest, con su encanto personal, sus dotes de elocuencia que causaban tanta impresión y al mismo tiempo su humilde y modesta personalidad, era el que daba a los PP. Chevalier y Piperon las mayores esperanzas de que su comunidad llegaría a ser algo. Fácilmente se entiende el amargo desengaño del P. Chevalier y que el P. Piperon pudiera escribir: "Le quitaron el único con quien podía contar. ¿Qué podía hacer en adelante con un solo compañero y este de tan poco valor?”
Lo que ambos hicieron fue encaminarse a la Trapa de Fontgombault, para hacer un retiro. Volvieron del retiro resignados de su pérdida y convencidos de que la voluntad de Dios era de que continuaran con su trabajo.
Las palabras del P. Piperon, arriba citadas, ya revelan lo que siempre fue, es decir, un hombre genuinamente humilde e intensamente dedicado al P. Chevalier y su obra. Habría de ser, de muy diferentes maneras, con su palabra y sus escritos, el mejor intérprete de las ideas y espíritu del P. Chevalier. Trabajaría con él con la mayor lealtad toda su vida. Fue el perfecto "subalterno", sin aspirar nunca a mandar, sino a obedecer, convencido siempre de que tenía poco que dar y estaba siempre dispuesto a darlo todo. Pero aquello que podía dar quería darlo dentro de una comunidad religiosa y no puramente en un ministerio parroquial. De hecho, cuando el P. Chevalier, después de lo ocurrido con el P. Maugenest, sugirió que tal vez el Arzobispo los pondría un día a trabajar en una parroquia, Piperon le aseguró: "En ese caso buscaré una congregación religiosa que me admita. Iré hasta el fin de la tierra antes que aceptar una parroquia".
De él escribió más tarde el P. Chevalier: "El querido y venerado P. Piperon... piadoso, bueno, celoso, caritativo y dedicado al trabajo, sin temor a las fatigas ni a las privaciones. "
En 1859 el P. Chevalier comenzó a dar señales de cansancio. Vivía pobremente y trabajaba mucho. Los esfuerzos y sinsabores de los últimos años, habían agotado sensiblemente gran parte de sus energías físicas. Habiendo perdido al P. Maugenest y habiendo tenido problemas con el Arzobispo, se encontraba en una situación en la que se sentía solo y como "desasistido" en sus esfuerzos. Volvió a vivir una vez más, aquel momento de sus primeros días en el seminario, cuando se sintió tan solo. Y fue entonces cuando recibió aliento de diferentes sectores.
Un amigo suyo sacerdote, le llevó consigo de vacaciones la primera quincena de julio. El 14 del mismo mes, tuvo el consuelo de entrevistarse con el Cura de Ars, Juan María Vianney. Este santo hombre le dijo que a pesar de que tendría nuevas pruebas en su camino, su nueva congregación sería bendecida por Dios y haría mucho bien en la Iglesia. Animado con estas palabras y la promesa de que haría una novena, unido en espíritu a la comunidad de Issoudun, el P. Chevalier volvió a casa. Más tarde, en el mismo año una visita que hizo a la Basílica del Sagrado Corazón de Paray‑le‑Monial, le confirmó en su vocación.
A la vuelta de Paray, dice de él el P. Piperon que "era otro hombre". Desaparecieron sus preocupaciones, para dar paso a una aceptación tranquila de lo que fuera la voluntad de Dios. Al mismo tiempo su confianza en el éxito de su obra era mayor que nunca. En sus conversaciones y en su predicación, aparecía claro cómo había sacado de Paray nueva inspiración y se reafirmaba aun vez más en su espiritualidad del Corazón de Jesús.
En agosto de 1860, otro amigo sacerdote le llevó a Roma donde obtuvo una audiencia privada con el Papa Pío IX, a quien habló de su congregación religiosa y la clase de trabajo que pensaba realizar con ella. El Papa le escuchó con cariño, encomiando el ardor que ponía en extender la devoción al Sagrado Corazón y concediéndole la bendición para su obra.
Con el nombramiento del Arzobispo de la Tour d'Auberne como coadjutor de Bourges y la subsiguiente toma de posesión de la diócesis el 10 de diciembre de 1861, el P. Chevalier se dio cuenta que tenía en casa un sólido amigo y mantenedor.
Con nuevos ánimos y esperanzas se dedicó a llevar adelante su obra. Subió al púlpito que el P. Maugenest dejara vacante, aunque no lo hiciera tan bien.
El P. Piperon, con su deliciosa manera de decir las cosas, sin apreciar el alcance de su significado, escribió: “A veces... era realmente elocuente”. Y cuando no lo era tanto, tenía una voz fuerte y agradable y arrebataba a la audiencia con su celo y sinceridad, especialmente cuando hablaba de la "infinita misericordia del Corazón de Jesús y la grandeza de María.
Nada dice el P. Piperon de su propia predicación, a pesar de que él también predicaba por todas partes, recaudando fondos para la iglesia del Sagrado Corazón y extendiendo la devoción a Nuestra Señora.
2. NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN
Si miramos atrás a lo largo de algo más de un siglo, podríamos caer en la tentación de pensar, que el P. Chevalier y sus misioneros emplearon un tiempo excesivo en propagar la devoción a Nuestra Señora. También pudiera uno inclinarse a creer que se había desperdiciado mucho tiempo del "trabajo misionero", en la organización de la archicofradía de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Antes de deducir estas conclusiones y para entender el crecimiento de la Obra del P. Chevalier, necesitamos ver las cosas con las perspectivas de la piedad en el siglo XIX. Tengamos en cuenta que era bajo ese ambiente que se desarrolló su vida espiritual e hizo su trabajo. Era aquella una época de devoción mariana. "A Jesús por María", rezaba el viejo adagio cristiano, que había penetrado la vida del pueblo, y que respondía con más facilidad a las devociones en honor de María, que lo hubieran hecho a prácticas que hoy se piensan tal vez más "teológicas y litúrgicas”. Jesús y María, aparecían mucho más unidos en cualquier oración y en muchas prácticas religiosas de piedad.
"Poco después de que me bautizaran, mi madre me llevó a la iglesia y me consagró a la Virgen Santísima y al Corazón de Jesús. Muchas veces, sobre todo en sus últimos años, a ella le encantaba contarme una y otra vez la entrañable escena, a la que su mente y corazón revestían de un colorido realmente poético.
El P. Chevalier consignó en sus escritos el recuerdo de esta consagración con todos los visos de autenticidad. Cuando de estudiante fundó una asociación de seminaristas le puso por nombre "Caballeros del Sagrado Corazón y de María”.También comenzó una novena a Nuestra Señora con el P. Maugenest, cuando pensó que era la voluntad de Dios el formar un grupo de misioneros. En esta ocasión hicieron una promesa en el caso de que su oración fuera oída: propagarían la devoción al Corazón de Cristo y harían “por todos los medios posibles, que María fuera conocida y amada de una manera especial”. Hemos visto como ya en otras dos ocasiones, al terminar la novena a la Virgen, obtuvieron dos generosas promesas de ayuda que hicieron posible su obra. Es natural que anos más tarde pudiera decir: "Nuestra Señora lo ha hecho todo en nuestra congregación”.
También resultaba lógico que, contra las ideas de aquella época, y sus propias experiencias personales, recurriera a María en busca de ayuda para llevar a los hombres el amor del Corazón de Cristo y hacer que los hombres creyeran y respondieran a ese amor. Y fue consecuencia de estas circunstancias que él y sus compañeros comenzaran a pensar y a hablar de María como "Nuestra Señora del Sagrado Corazón”. En aquellos tiempos las nuevas advocaciones y devociones especiales tuvieron un relieve más peculiar que ahora, en la práctica religiosa del pueblo. Se advierte cierto aire de excitación en los relatos sobre el descubrimiento del nuevo título y el establecimiento de la nueva devoción. Toda nueva devoción, tenía que tener la aprobación de la Santa Sede; y por ello había muchos observadores cautelosos, que estaban en guardia contra las innovaciones que fueran sospechosas en su doctrina o en la práctica. Esto lo aprendió muy bien el P. Chevalier por propia experiencia. Las mismas razones le hicieron pensárselo bien y rezar mucho, antes de decidirse a lanzar la idea.
Durante el verano de 1857, en un tiempo de descanso con sus compañeros, discutían planes e ideas sobre la nueva iglesia en construcción y les preguntó sobre lo que pensaban acerca de la advocación con que la Virgen debiera ser venerada en la nueva iglesia. Hubo varias proposiciones. Claro está que él les estaba conduciendo hacia la proposición, que hacía tiempo ponderaba en su mente, que era honrar a la Virgen bajo el título de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Explicando su idea, decía que el título de Nuestra Señora del Sagrado Corazón indicaba a Aquélla que había sido bendita entre todas las mujeres por el Corazón del Dios amante. Al mismo tiempo la señala como la Madre de los hombres, cuyo único deseo es el llevarlos al Corazón de su Hijo. Por último, este nombre nos hace comprender que nuestra Madre Celestial, participando del triunfo de Cristo en la gloria eterna, es para siempre nuestra poderosa abogada cabe el Corazón de su amante Hijo.
La idea era bien simple y clara. Todos se sintieron entusiasmados con ella. A principios de 1861, cuando se hacían los preparativos para la inauguración de la primera parte de las obras, el P. Chevalier quiso que se pusiera en una ventana una vidriera policromada con la imagen de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. La primera imagen (al igual que la idea misma), fue el resultado de la simple superposición de una imagen de María y otra de Cristo. Primero una imagen de la Inmaculada con las manos extendidas hacia la tierra, ‑ significando el río de gracias que nos viene a través de ella. Delante de esta imagen colocó la de Cristo niño con la mano izquierda señalando su Corazón y con la derecha a su Madre, como diciendo: "por medio de mi Madre se derramarán sobre la tierra los tesoros de mi corazón”.
La devoción arraigó inmediatamente. De seguro que no todos apreciarían el contenido teológico que le daba el P. Chevalier. Muchos se interesaban principalmente en su «poder de intercesión. Pero aún eso, podía ser el comienzo de una inteligencia menos egoísta de la devoción y el descubrimiento de las insondables riquezas del Corazón de Cristo. Preocupado en conjurar la indiferencia religiosa de la comarca del Berry, el P. Chevalier no había dejado un momento de idear diferentes caminos, para poder conseguirlo. Así la “archicofradía” era un medio viejo y eficaz de alimentar la vida espiritual de los laicos, si se podía conseguir que los laicos se interesaran en hacerse socios.
Estas “hermandades”, o asociaciones espirituales, tienen su historia. San Bonifacio ya las había hecho funcionar como grupos de espiritualidad y de caridad. Era la manera de hacer que los valores cristianos impregnaran la vida de los seglares. Al aceptar un "reglamento de vida, los miembros de la asociación encontraban un camino práctico para estar seguros de que rezaban y de que guardaban en el corazón las verdades eternas. En los primeros siglos se acentuaba el esfuerzo en obras de caridad, a la manera que más tarde lo hiciera la Acción Católica. Luego se dio más acento al aspecto de la oración y la piedad en la vida espiritual.
Antes del siglo XIII eran raras las cofradías marianas. En ese siglo florecieron en Italia y de allí se extendieron a otros países de Europa. Estas cofradías crecían en la medida en que alimentaban la piedad popular.
Había claramente un buen número de factores que apoyaban el establecimiento de una cofradía de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Lo apoyaban, no como algo diferente de la obra principal del P. Chevalier, sino como un medio extremadamente eficaz para conseguir lo que él intentaba. Recordemos que era un tiempo en que la gente acudía “a Jesús por María”, una época en que las cofradías expresaban y alimentaban la espiritualidad del laicado. El pueblo dio enseguida señales de responder con entusiasmo a esta nueva devoción que "en una manera en la que no habían pensado”, unía a Cristo, María y los hombres en unos lazos de amor, que era tierno y compasivo. Incluso los temerosos y los indiferentes podrían ser atraídos hacia la amistad y confianza con Cristo, aquellos que no habían respondido a la llamada de sus deberes religiosos, cuando les eran presentados de otra forma.
La conclusión a que llegaron los MSC era obvia: trabajar en la extensión de la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón y establecer una cofradía con el mismo título. Quedó enseguida claro, que habían logrado el medio más efectivo de llevar a cabo su misión de acercar a los hombres con fe y amor al Corazón de Cristo.
El P. Piperon tuvo una gran parte en esa publicidad de la nueva devoción. En los años 1862 y 63 viajó mucho predicando, con el propósito de recabar fondos para la nueva iglesia de Issoudun. A los sacerdotes con los que tropezaba en sus viajes, les hablaba de la nueva devoción y se la explicaba con la ayuda de estampas que luego repartía. Uno de estos fue el famoso jesuita P. Ramière, editor de la revista "El Mensajero del Sagrado Corazón". El P. Ramière publicó un pequeño artículo sobre la devoción, que le había entregado el P. Piperon. De esta forma fue conocida en toda Francia y aun más allá de las fronteras.
La difusión de la devoción fue realmente extraordinaria. A cualquier lugar donde iban los MSC en los años siguientes, encontraban que la nueva devoción les había precedido. El fenómeno fue debido en parte al P. Ramière con sus publicaciones y el hecho de que los jesuitas daban a conocer la devoción en sus actividades apostólicas.
Una persona que se interesó intensamente por la devoción, fue el señor Arzobispo de la Tour d'Auvergne y se mostró ansioso de que se fundara una cofradía y pidió al P. Chevalier que escribiera unos estatutos para la asociación. Estos estatutos fueron aprobados por el Arzobispo el 29 de enero de 1864 y quedó fundada solemnemente la cofradía el 6 de abril del mismo año, en la iglesia del Sagrado Corazón. El Arzobispo inscribió su nombre como primer miembro de la cofradía. Hubo miles de inscripciones en las primeras semanas. Tal fue el aluvión de solicitudes para nuevas inscripciones y para la formación de cofradías filiales, que se recurrió a Roma para convertir la asociación en archicofradía. De las filiales una fue establecida en Sittard (Holanda), varias en Bélgica, como la de Amberes, y otras en Italia. Esta propagación de la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón, fue uno de los motivos que impulsaron a un cierto número de jóvenes extranjeros, a pedir su admisión en la congregación de los M.S.C.
3. SACERDOTES SECULARES DEL SAGRADO CORAZÓN
Acontece que un hombre se puede ver tan ocupado por su obra propia particular, que no tiene ojos para ver la importancia de otras obras similares. Es sabido que a veces los religiosos se preocupan más por el bien de su propio grupo, que por el de toda la Iglesia. La idea del P. Chevalier, no obstante, era tan amplia como la misma Iglesia y el mundo: "Que el Corazón de Jesús sea amado por todas partes". Su grupo de misioneros, tal era su esperanza, aportarían una contribución importante para conseguir ese objetivo. Pero existían también otros que trabajaban con el mismo fin.
En la campiña francesa, su primer campo de trabajo, había ya un grupo de sacerdotes operando. De ordinario vivían solos y siempre con cierta independencia de sus compañeros. No siempre tenían el éxito que ansiaban en el fomento del fervor cristiano. A veces se descorazonaban y desanimaban. El P. Chevalier creyó que podrían ser ayudados y animados en la renovación de su espíritu y de sus ministerios. Como intento de ayuda para su vida espiritual y su apostolado sacerdotal, se lanzó a la fundación de una Asociación de Sacerdotes Seculares del Sagrado Corazón. No era una idea nueva; existía ya cierto número de tales asociaciones a través de Francia. Ahora que muchos de estos grupos necesitaban ciertamente alientos de vida nueva. El P. Chevalier esperaba conseguir darles esa nueva vida a base de confederar los diferentes grupos existentes, centrándolos en Issoudun. El corazón de esta hermandad más amplia sería el grupo central de los religiosos M.S.C. Todo el que compartiera el espíritu de los fines de los M.S.C. formaría parte de esta más amplia hermandad. Al mismo tiempo esta hermandad podría y debería extenderse incluyendo a los seglares, que participaran de la misma espiritualidad apostólica del Sagrado Corazón. Encontramos, pues, que en este momento determinado, ve a su Instituto como abarcando tres categorías: la primera formada por religiosos en sentido estricto; la segunda por sacerdotes afiliados (Sacerdotes del Sagrado Corazón) y la tercera por terciarios.
Para el P. Chevalier, si esta asociación con los M.S.C. llegaba a tener los efectos deseados, aportaría ayuda espiritual y renovado celo apostólico a los hombres consagrados al apostolado. De conseguirse tal efecto, sería, además, una consecuencia natural que algunos sacerdotes pensaran que aun sería mayor la ayuda espiritual que recibirían, haciéndose miembros del grupo religioso. Es lo que en realidad iba a suceder. La previsión de esta posibilidad le planteó un problema al P. Chevalier. Su grupo tenía como fin el trabajo misionero en los campos de acción, ¿estaría pues justificado el apartar de su trabajo a estos hombres para insertarlos en su comunidad religiosa? Su respuesta fue--ya en el año 1863--que estos sacerdotes podrían ser miembros de su congregación religiosa, sin abandonar las necesidades pastorales. Así sucedió muy pronto con el P. Guyot, párroco de San Pablo de Montluçon y el P. Durin, párroco de Nocq‑Chamberat.
Esta obra de contribuir al bien espiritual de los "sacerdotes seculares afiliados" resultó ser un gran trabajo, y muy intenso por cierto. De hecho, demasiado amplio para ser llevado con eficacia por los M.S.C. de Issoudun, en aquellos momentos en su fase de desarrollo. En realidad el grupo no tenía suficiente personal para dar a aquellos sacerdotes desperdigados, el apoyo pastoral y espiritual que en justicia esperaban de su asociación. Por esta razón y alguna otra más, los lazos de estos sacerdotes con los M.S.C. tendieron a desaparecer. La otra razón era que no aparecía con demasiada claridad, en qué consistían exactamente tales lazos. ¿Eran miembros reales de un instituto más amplio o estaban simplemente asociados con él? Cuando fue aprobado el texto básico (Formula Instituti) de los M.S.C. en 1869, las otras dos “ramas”, sacerdotes seculares y terciarios, fueron aprobadas tan sólo "como obras de la congregación".
El P. Chevalier y sus misioneros llevaron adelante, durante bastantes años, este apostolado de animación espiritual del grupo de Sacerdotes Seculares del Sagrado Corazón, afiliados con los M.S.C. Les escribían cartas y circulares. Al ingresar en la congregación, el P. Delaporte fue el encargado responsable de esta obra. Editó una revista destinada a ellos y redactó una serie de reglas. El número de afiliados aumentó bastante e incluso se extendió a otros países, como por ejemplo, Suiza.
En el entretanto, también otras congregaciones optaron por la constitución de grupos similares de sacerdotes afiliados. Así se formaron otras asociaciones bajo el patronato y nombre del Sagrado Corazón. Aun en nuestros días perduran en Francia e Italia "Uniones Apostólicas" de sacerdotes del Sagrado Corazón. De todas formas este particular grupo asociado con los M.S.C. dejó de existir como asociación específica.
Ha de tenerse en cuenta, no obstante, que la obra del P. Chevalier con los sacerdotes seculares, llegó a tener una notable y vital repercusión en su propia Congregación. Le ayudó a idear el estilo de vida que debía imprimir a su propio grupo religioso; no llevaría el signo monacal, pero tampoco seria una mera asociación sacerdotal.
De la división antes anotada en tres grupos, son "los religiosos los que forman el cuerpo selecto (la élite). Pueden ser sacerdotes o laicos (clérigos, hermanos coadjutores y estudiantes no clérigos), viviendo en comunidad o bien dispersos por el mundo, cumpliendo con las obligaciones asignadas. Tendrán por nombre el de M.S.C. o religiosos del Sagrado Corazón".
“Harán los votos de pobreza, castidad, obediencia y estabilidad. Renovarán los votos cada año durante cinco años para hacer entonces profesión perpetua. Nadie se verá obligado a la profesión perpetua, aunque para los principales cargos de la congregación serán escogidos miembros que tengan profesión perpetua''.
A los miembros religiosos en sentido estricto se les exigía los votos que desde el año 1869 hasta 1877 eran perpetuos, ya en la primera profesión. Los sacerdotes afiliados eran libres de emitir votos o no. Estos votos no eran considerados como profesión religiosa.
Este trabajo con los sacerdotes seculares del Sagrado Corazón llevó al P. Chevalier a establecer contactos con otros sacerdotes, que estaban animados de los mismos ideales que los suyos. Esto hizo que algunos ingresaran en la congregación.
Parece oportuno el hacer aquí un par de observaciones, que en un momento u otro deberían hacerse en algún sitio de esta obra.
En primer lugar, advertir como se ensancha la visión del P. Chevalier sobre su obra. Observar cómo a estas alturas es bien poco el trabajo que se dedicaba a la comarca de Berry; cómo mucha de su preocupación con la asociación de sacerdotes seculares y la cofradía de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, se extiende más allá de los límites de una provincia; cuán pocos de sus sacerdotes - aún en estos primeros diez años, del 1860 al 1870 provienen del Berry o realizan en él su ministerio.
Pudiéramos tomar como fecha de referencia en la historia de los M.S.C. el año 1876, ya que ese año tuvo lugar la fundación de la segunda casa y establecimiento de la segunda comunidad, la escuela apostólica en Chezal-Benoît.
Era esta la lista de los M.S.C. a comienzos de ese mismo año:
1. P. Julio Chevalier, radicado en Issoudun, y trabajando principalmente en la iglesia del Sagrado Corazón.
2. P. Carlos Piperon, trabajando con Chevalier y predicando también por infinidad de lugares.
3. Antonio Mousseaux. Vino a Issoudun para unirse a los M.S.C. en 1863, sustituyó al P. Piperon como capellán de los hospicios.
4. Juan Bautista Guyot, párroco de Montluçon
5. P. José Durin, párroco en Nocq‑Chambérat.
6. Luis Bezire (normando). Trabajaba en Issoudun en las oficinas de la asociación de Nuestra Señora del Sagrado Corazón.
7. El P. Víctor Jouët procedía de Marsella. Permaneciendo en la diócesis de Marsella, se hizo editor de los Anales.
Estos cuatro últimos padres se hicieron M.S.C. en 1864.
8. En 1865 llegó un bretón, el P. Paulino Georgelin, el cual en 1867 era profesor en una escuela católica de Rimont.
9. Juan María Vandel, procedía de la diócesis de Lausana. Fundador de "La Obra de Campaña" Continuó con este trabajo y viajó por muchas partes de Francia.
10. Pedro Malabat, predicador y escritor.
11. Celestino Laporte, procedente de la diócesis de Tours.
Hemos hablado de un "ensanchamiento de la visión" del P. Chevalier sobre su obra, no de un cambio y esto nos lleva a nuestra segunda observación. La fundación de una congregación religiosa no es obra de un día, es un proceso progresivo, que dura lo que la misma vida activa del fundador. El fundador no tiene una visión total, clara y detallada, en los mismos comienzos. Tiene, sí, conciencia de una misión y se ve urgido por ella. Ya será otra cosa la forma cómo su misión se plasmará en la práctica y esto sólo lo conocerá a través de los encuentros con las diferentes situaciones y su adaptación a las mismas. El lema base para el P. Chevalier que jamás abandonó era "que el Corazón de Jesús fuera amado por todas partes". Aunque razones prácticas le hacían hablar y ocuparse del Berry, el hecho de la rápida y extensa propagación de la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón y su cofradía, hizo que traspasara enseguida los límites de la comarca. Lo mismo ocurría con su obra de los Sacerdotes Seculares del Sagrado Corazón, que también le llevaron rápidamente lejos de las fronteras de la provincia.
De hecho, cuando era estudiante, le habían aconsejado que limitara sus miras al Berry. Le atraían mucho entonces las misiones entre infieles. Lo observaremos luego al hablar más adelante de las misiones, como una de las obras más principales de los M.S.C. No obstante él procedía de un seminariodiocesano y había empezado a trabajar en su diócesis. A pesar de su atracción por las misiones, era comprensible que su director espiritual le indicara que las olvidara, para preparar un trabajo en la diócesis que pedía a gritos una acción misionera. Limitó, pues, su visión a la diócesis siguiendo aquellos consejos.
El curso de los acontecimientos de su vida, rompería aquellas limitaciones que le fueran impuestas y le obligaría a una visión más amplia de aquello en lo que su grupo M.S.C. trabajaría: QUE EL CORAZÓN DE CRISTO FUERA AMADO EN TODAS PARTES.