9. Julio Chevalier, un Hombre con una Misión (E. J. Cuskelly MSC)
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El drama humano
1. LA CRISIS DE VÍCTOR JOUËT
Hay ocasiones en que un hombre tiene que morir por el pueblo, sea porque el pueblo lo exija, sea porque el hombre mismo reconoce que tiene que ser así. En esta ocasión de crisis de la Congregación M.S.C., las exigencias del pueblo eran manifiestamente claras, habían escogido una víctima, el P. Víctor Jouët. Esto se hizo evidente en el Capítulo de 1891, sobre el cual el P. Piperon escribió: "Encontré muy censurables y una evidente injusticia las acusaciones formuladas en pleno Capítulo contra el Rdo. Procurador General. Un criminal confeso y arrastrado delante de sus jueces, no hubiera tenido que escuchar nada tan duro y más intransigente".
Después del Capítulo, los más jóvenes repiten que el P. Jouët es el "único responsable" de todos los problemas. Algunos de los padres antiguos notan que este sentimiento era inamovible. "La causa principal de todos nuestros males, se encuentran en el modo de actuar del P. Jouët». El P. Jouët está totalmente "desvalorizado". Se sugiere que si el P. Chevalier quiere gobernar la Sociedad y restaurar el orden, tiene que deshacerse de Jouët; se llega a sugerir que él "tiene que denunciarlo como un entrometido, un chapucero y enemigo de la Congregación.
En defensa del P. Jouët, el P. Piperon escribe al Prefecto de la Sagrada Congregación de obispos y regulares:
"Llevé verdadera cuenta de las acusaciones presentadas de una forma tan desmedida contra él, tanto en las sesiones ordinarias del Capítulo, como en las conversaciones privadas y no encontré nada que autorizara tal modo de proceder contra él. En todas esas violentas reacciones sólo podía encontrar exageraciones de hechos muy triviales en sí, que hubieran podido explicarse con un poco de buena voluntad. Y para decir las cosas como las siento, a mi entender eran sólo rencores de chiquillos. Era obvio para mí, que era la pasión la que dictaba tales acusaciones... . Y continúa diciendo: "Hace ya veinticinco años, que conozco íntimamente al P. Procurador; yo afirmo, y si fuera necesario lo juraría, que no conozco a ningún otro religioso de la Congregación, más entregado al bien de esta Congregación, más obediente a su Superior, nadie que haya trabajado con más desinterés al bien común".
Como réplica a la sugerencia del P. Guyot de que en la forma de actuar del P. Jouët, residían las razones principales de las dificultades actuales, el P. Chevalier escribe de forma magnífica en su defensa: "Antes que nada debemos distinguir entre el Procurador, el Superior y el religioso.
"1. Como Procurador, ¿de qué podemos reprocharle? De nada, absolutamente de nada. Mucho tiempo tendrá que pasar, antes que encontremos a uno que le iguale. Cada asunto de la Sociedad, que fue puesto en sus manos, él lo resolvió con éxito. Es a él a quien debemos... que la Asociación de Ntra. Sra. del Sagrado Corazón fuera erigida en Archicofradía Universal, con centro en nuestra Iglesia y a nosotros como directores a perpetuidad. Es a él a quien debemos nuestros Vicarios Apostólicos, la Procura de Sydney, el Seminario de Amberes. Es a él a quien debemos la estima de que disfrutamos en Roma y la simpatía de la Sta. Sede y de todos cardenales con quienes ha tenido que alternar.
"2. Como Superior su posición era muy difícil. Tenía mucho que hacer y sin duda se veía obligado a desatender algunos puntos y a realizar otros de un modo imperfecto. Estaba atareado en construcciones, libros de cuentas, en atender a los visitantes, con la Procura, con diligencias al servicio de todos, gobernando la casa con personal inexperto e insuficiente, con escolares a menudo indisciplinados, pretenciosos y exigentes... ; más aún, tenía que prestar su atención a la Asociación de Ntra. Sra. del Sagrado Corazón, editar los Anales, la Escuela Apostólica, la administración, etc. Evidentemente estaba desbordado con tanto trabajo, tenemos pues que hacer concesiones debido a su situación.
"3. Como religioso: ¿de qué se le puede reprochar? Su piedad es admirada por todos; el espíritu de fe, anima todas sus actividades; su obediencia es ciega; su entrega es absoluta, hasta la inmolación. Su carácter es bueno, amable y fácil: es inteligente, sin pretensiones, mortificado, pobre, olvidado de sí mismo, nunca buscando su propia comodidad. Se encontrarán pocos religiosos en la Sociedad que tengan esa rara combinación de cualidades. El no está libre de defectos, lo sé, pero nadie es perfecto. Lo que me entristece más profundamente es constatar tan injusta violencia, manifestándose contra el Padre Jouët, que se desvive sólo para el bien de la Sociedad, nunca calculando lo que da en materia de celo y sacrificio; lo que me apena es ver tanta ingratitud con relación a él. Decidme: ¿quién ha trabajado tanto como él, para el éxito de nuestras obras? ¿No fue él quien dio el empuje actual a la Asociación de Ntra. Sra. del Sagrado Corazón, como también a la Escuela Apostólica? ¿Quién fundó los Anales, llegando a los 16.000 suscriptores, algo que la gente parece olvidar esos días?
"¿No es él, quién en sus viajes, sus predicaciones, sus escritos, que son tan estimados, ha conseguido más que ningún otro, las simpatías y recursos que hoy disfrutamos? ¿No ha sido él, quien con su celo infatigable, con sus esfuerzos, con su savoir faire (saber hacer) ha organizado nuestras magníficas peregrinaciones? ¿ No fue él, quien salvó nuestra casa de Amberes de la ruina, cuando los padres jóvenes, que hoy se han vuelto contra él, la habían comprometido de tal forma, que el arzobispo de Malinas quería deshacerse de nosotros? Fue nuestro querido hermano, quien a pesar de estar enfermo, fue a interceder por nuestra causa, que era de verdad desesperada, y terminó por ganar la partida".
¿ Cómo puede suceder, que alguien tan altamente considerado por sus inmediatos colaboradores, sea tan duramente atacado por los jóvenes, al extremo que los PP. Guyot y Delaporte afirman que debería ser "degradado"? Ante todo consignemos, que aún sus más leales defensores admiten que no tuvo éxito como superior local. Esto lo hemos visto en el texto del padre Chevalier. Piperon también admite: "A pesar de sus numerosas y eminentes cualidades, nunca fue un administrador, no tenía habilidad para gobernar personas y resolver problemas materiales. Un hombre de negocios, predicador, escritor, dotado para resolver asuntos importantes, no podía sujetarse a los mil y un detalles que el gobierno de una casa comporta". En esto, él fue también víctima de las circunstancias. Con su personal tan limitado, el grupo de los M.S.C., en sus primeros años, tenía que confiar demasiadas responsabilidades a los individuos. Como superior de los estudiantes de Roma, el P. Jouët no podía emplear con ellos todo el tiempo, que el cargo requería. Los estudiantes se sentían desatendidos. Y cuando el P. Jouët regresaba a casa después de sus numerosas comisiones, reaccionaba fuertemente y con exceso de severidad ante la falta de disciplina en la casa. Y como consecuencia del malestar de la comunidad, un número de estudiantes tuvo que ser cambiado. Muchos de ellos afirmaban luego, que "gracias al P. Jouët, no hemos terminado nuestros estudios", y es gracias a él que el escolasticado de Roma era menos importante de lo que hubiera podido ser. Algunos de ellos que sentían resentimiento por el trato pasado y no tenían confianza en el P. Jouët, como consecuencia de sus experiencias de estudiantes, eran ahora miembros del Capítulo. Ellos también conocían, que al instalarse la casa de Roma, él había contraído líos monetarios. Su intervención en varias fundaciones, como la de Quito, era también bien conocida.
Y ahora, cuando se experimentaba que la Sociedad estaba demasiado extendida en proporción del número y algunos estaban preocupados por esta situación, era obvio que trataran de echar la culpa sobre el P. Jouët, especialmente cuando tenían viejos resentimientos contra él. Además, a causa del sentimiento que procedía del Capítulo, de que la Sociedad estaba demasiado gobernada por indultos y no suficientemente por las Constituciones, era natural que se le echara la culpa a él. Porque como Procurador, él había obtenido aquellos permisos que ellos reprobaban y había fallado en la consecución de otros, cuya ausencia causaba la gran confusión jurídica que aparecía en el Capítulo.
Que él, antes que nada, sólo actuaba como Procurador y que todas las fundaciones habían sido aprobadas por todo el Consejo, que toda la Administración cargaba con igual responsabilidad al no haber recabado los permisos necesarios, son cosas que algunos muy convenientemente tendían a olvidar, al escogerle a él solamente para el ataque. Otros no lo olvidaban, pero le atacaban sabiendo que así también atacaban al General. Ellos conocían bien las batalladoras cualidades del anciano y preferían esas escaramuzas con el P. Jouët. ¡Pero se encontraron con que el P. Jouët no era un luchador cualquiera!
Así, cuando él fue a Roma y regresó con el decreto de disolución del Capítulo, estaban totalmente convencidos de que lo había conseguido con falsos pretextos. Su obsesión con el Capítulo, Tribunal Supremo, convocado para rectificar todos los errores contra la Administración General, engendró la idea fija, que persistió durante mucho tiempo, que toda decisión venida de Roma opuesta a ellos, era debida a las maquinaciones del P Jouët.
Podemos insistir que ese viaje a Roma, se convierte en punto clave, cuando los miembros del Capítulo tratan de justificar su resentimiento contra el P Jouët. Y un resentimiento que se cree justificado o una furia tildada de "justa", es muy difícil de desterrar. Esa "justa furia" estalló en el Capítulo. Armados con cánones sacados del Código, los jóvenes se consideraban como iluminados cruzados de la justicia. (Y aunque él no lo menciona, cuando el P. Piperon puso en tela de juicio algunas de las acusaciones, se le dijo a la cara que era un viejo "ignoramus".).
Enviaron al P. Klotz, su reconocido campeón, a Roma, para luchar por su causa y traer varias “sanationes”. Y así una vez aclarado todo aquel lío causado por sus padres, se podría continuar la labor del Capítulo. Una cosa que consideraban importante, era sustituir la Vieja Administración con gente menos ignorante y más competente. El P. Chevalier escribió después que ya tenían señalados varios cargos, incluido el de Vicario General, a elementos de su grupo. Y el obispo de Sinope, se quedaría más tarde sorprendido por la sublime confianza de aquellos jóvenes inexpertos, que pensaban podrían gobernar la Sociedad, sin ningún problema.
Cuando una confianza tan presumida, tropieza con el fracaso, hay que echar la culpa a alguien. Cuando el campeón elegido regresa a sus lares y llega a casa sin su trofeo, él y sus electores gritan: ¡juego sucio! Nunca se preguntaron, si el Capítulo tenía derecho a pasar por encima de su General y Presidente, a propósito de quien tenía que llevar a Roma una petición de indulto. El documento no contenía más que esto; y varios indultos versaban sobre materias ajenas al Capítulo. Era sin lugar a duda una maniobra del Procurador.
"¿Por qué el P. Chevalier no escribió sencillamente una carta?", pregunta el cardenal Mónaco. El P. Chevalier veía que el P. Klotz iba para algo más que presentar un documento, iba a defender una causa. El joven campeón perdió la baza, lo cual nunca fue perdonado al P. Jouët.
Pero ambos, tanto el P. Chevalier como el P. Jouët sabían que durante el Capítulo de 1891, la mayor parte del criticismo dirigido al P. Jouët, estaba destinado al Fundador. Ello preocupaba al P. Chevalier, pero no parecía perturbar al P. Jouët indebidamente. Él escribió poco después al P. Chevalier, diciendo que no guardaba resentimiento contra los hermanos que habían hablado en contra suya, aunque admitía que le habían dejado un sabor amargo. Regresó a su despacho de Procurador, determinado a conseguir que se tratara al P. Chevalier, como se merece un General-Fundador.
Cuando se hubo marchado, el P. Chevalier recibió muchos "desinteresados" consejos, sobre cómo podría resolverse el problema. El P. Delaporte, que era un escritor profesional, inundó al P. Chevalier con cartas (una de ellas de 15 largas páginas) y en casi todas ellas había el consejo de "deshacerse del P. Jouët". La opinión de P. Guyot ha quedado consignada anteriormente. A pesar de su reiterada defensa del P. Jouët, el P. Chevalier advertía que la oposición hacia el P. Jouët era masiva. Los jóvenes suplicaban a su "querido Padre Superior" que mostrara un reconocimiento de la justicia de sus opiniones, que patentizara el corazón de padre, que ellos sabían que tenía. Eso quedaría evidenciado ante todos, si se deshacía del P. Jouët.
Él sabía que los jóvenes estaban equivocados, pero también veía que estaban impacientes. Quedarían solamente satisfechos, si se les entregaba la cabeza de Víctor Jouët. Y él no era ningún Herodes. La suya, era una terrible y penosísima situación, de la que no había posible evasión. Entre tanto, completamente ignorante de la posición de su Superior General, el P. Jouët le escribía alegremente desde Roma sobre lo bien que iban las cosas.
Por entonces llegó al P. Chevalier una carta, preguntándole si la Sociedad de los M.S.C. estaría dispuesta a permitir que el P. Jouët se encargara de una importante misión para la Propagación de la Fe en los Estados Unidos de América. Era un trabajo que además de ser importante para las misiones, causaría que los M.S.C. fueran mejor conocidos en toda la USA y redundaría en ventajas para toda la Sociedad M.S.C. He aquí pues algo que podría ser una solución para el P. Chevalier. Él escribió al P. Jouët, exponiéndole la proposición, insistiendo en su importancia y sugiriendo al P. Jouët que tal vez le gustaría aceptarla, una vez que tuviera resueltos los principales problemas que estaba tramitando en Roma. Él quedaría oficialmente como Procurador, con un Vicario que en su nombre atendiera sus obligaciones. ¿Qué opinaba el P. Jouët? El P. Jouët en su respuesta indica que le interesa la oferta. El P. Chevalier debió dar un suspiro de satisfacción, tal vez podría finalmente satisfacer a la turba, sin decapitar al P. Jouët.
Sin embargo, a medida que el año iba transcurriendo, el P. Jouët se sentía cada vez más perplejo. En Issoudun los asuntos no parecían estar tan clarificados, como él desde Roma presumía. Lo que pretendía él, era bien evidente: proteger la posición del Superior Fundador y tener a raya a los disidentes. Primero Morisseau y luego Chevalier parecían favorecer compromisos, compromisos que a él le parecían no tendrían éxito. Por eso escribió al P. Chevalier desde ese punto de vista: "Vd. se muestra inconsecuente y nos hace aparecer inconsecuentes delante de la Sagrada Congregación. Empieza por defender el asunto, alegando que al ser un grupo falto de espíritu religioso, están atacando a los legítimos superiores religiosos. Y ahora pretende que ese grupo se reúna en Capitulo para discutir y decidir, a fin de que sus puntos de vista prevalezcan. Ud. pretende que uno de ellos sea nombrado para el Consejo General (el P. Chevalier había escrito sobre la posibilidad de nombrar al P. Reyn como asistente). La Sagrada Congregación denegó esa pretensión de que escogieran un asistente, para sustituir al P. Guyot, y en cambio aprobaron nuestra elección de Maillard; y ahora Vd. quiere ceder ante ellos. Si Ud. Tenía razón en la primera instancia, como puede tenerla ahora, en que desea hacer concesiones a aquellos de quienes ha dicho que están animados de “mal espíritu”
Él vio, también que eran compromisos en los que él mismo estaba involucrado y vino a darse cuenta de la verdad, en la oferta del viaje a los Estados Unidos En
una carta del 10 de septiembre de 1891 el añade:
"Entonces ellos se volvieron contra el P Jouët y pidieron que se retirara El P Jouët redacto su dimisión (como asistente) a la propuesta que el P Piperon había hecho en nombre suyo El cardenal protector y Mons. Sepiacci, me dijeron No haga nada que no sea necesario... Pero Ud. quería seguir adelante y darles esa pequeña consolación, de la que ellos afirmaron, que no era suficiente... Entonces Ud. les propuso mi salida para América... Ud. tiene cartas de los PP. Klotz y Morisseau que dicen claramente que eso tampoco les dejará satisfechos. ..”El P. Chevalier no mencionó más lo de América. Pero a esas alturas el P. Jouët empezaba a percatarse del conflicto en el que su Fundador estaba metido. Esa sospecha se convirtió en certeza, cuando se dio cuenta de la fuerte animosidad concitada contra él. Escuchó algunas de las cosas que los otros escribían sobre él, a Issoudun, a Roma. Leyó incluso algunas. Leyó incluso afirmaciones como la que sigue:
"No me atrevo a sospechar que el P. Jouët quisiera o pudiera engañar, a pesar de la poca estima que tengo de su franqueza y lealtad."
"Reconozco que es muy piadoso, tal vez un poquito demasiado, según el estilo francés, es cierto, pero creo que es aún más político y diplomático que piadoso, un hombre que con sus trucos y habilidad, arrastra a la Congregación a la desesperación. ¡Ay! Si nuestra pobre Congregación hubiera sido gobernada como las Constituciones prescriben, hace tiempo que nos hubiéramos desentendido de este Procurador... un Procurador que sabe cuanto se le detesta, pero que se agarra al poder. Él es poderoso frente a los Superiores, que le han dado demasiado confianza; y toda revelación les comprometería tanto a ellos como a él... Y aquí expreso no sólo mi opinión personal, sino que me atrevo a decir, la opinión de la mayoría de los miembros de la Sociedad". El P. Jouët copió esa carta en su libreta de notas. Aún cuando sabía que el autor era un joven padre, grosero y difícil, debió sentirse herido, sin embargo, al leer el texto. Otros fueron más caballerosos, pero también expresaban la oposición...
Y al fin intuyó lo que tenía que hacer para la Sociedad, a la que tanto amaba y para su Fundador, al que amaba más todavía. Tenía que hacer por su cuenta lo que el P. Chevalier jamás se hubiera atrevido a hacer. Ahora veía con claridad que el P. Chevalier nunca recobraría la confianza de muchos de los jóvenes, mientras él, Jouët, perteneciera a la Administración Provincial. Él era la piedra de contradicción y aunque nunca entendería el por qué de todo ello, sabía que hay ocasiones en que un hombre tiene que morir por el pueblo. Él comprendió lo que tenía que hacer.
"Él pensó que tenía que sacrificarse en bien de la paz y el bien general y lo hizo con gran dolor. Retirándose, quería servir todavía a la Congregación. Fue en Roma donde tomó la decisión. Me había hablado largo y tendido, en diferentes ocasiones, de sus enemigos, sus perplejidades y de los motivos que le inducían a retirarse..." Así escribe el P. Piperon cuando estaba en Roma a mitades de 1892. El pretexto del P. Chevalier de la extracción menos penosa del P. Jouët de la escena europea de los M.S.C., enviándole a América, no tuvo éxito. El Padre Jouët encontró ahora el pretexto que él confiaba solucionaría el problema del P. Chevalier. Sacó a relucir la posible invalidez de su profesión perpetua en la Sociedad. No daré detalles aquí, pero en realidad su pretensión no tenía mucho peso. Pudo existir un problema canónico, pero no es convincente. Mis expertos en derecho canónico opinan que su profesión era claramente válida. Si hubiera existido una razón objetiva para dudar, el P. Jouët hubiera obtenido fácilmente una "sanatio in radice". Como escribió el P. Reyn en otro contexto, el P. Jouët ha obtenido más indultos que ningún otro hombre en la historia de la vida religiosa y si él hubiera realmente deseado un indulto, lo habría conseguido. En este caso es obvio que él no lo quería y la razón igualmente obvia es, que él necesitaba un pretexto jurídico, para poner en duda su situación en la Sociedad. De esa manera él podría retirarse de sus actividades oficiales, con razones que podría convencer al P. Chevalier de que las aceptara. Pero su motivación no era una duda jurídica, sino la creencia de que de esta manera él podía ayudar a restablecer la paz en la Sociedad.
No está claro en los documentos, sobre cuando se sinceró con el P. Chevalier. Pero una carta escrita en octubre de 1892, muestra todo lo profundamente que el P. Chevalier sentía la situación del momento. "Me siento desanimado al ver cómo todo el mundo me abandona. Sin embargo, nosotros hemos tenido siempre el deseo de hacer lo más acertado y de dar satisfacción a todos... Si tuviera que dar mi dimisión, estaría dispuesto a hacerlo, pues mi posición es realmente insostenible. La carta de Mons. Verius en que describe su audiencia con el cardenal Mónaco, me ha causado una pena indecible Él cuenta que el cardenal le ha dicho que usted también ha pedido para dejar la Sociedad... ¿Es posible que usted quiera abandonarme, usted también?"
De hecho, el P. Jouët había discutido su situación con el cardenal Mónaco. La contesta al P. Chevalier en 26 de octubre: "He visto esta tarde al cardenal Mónaco y le aseguré que más que nunca quiero permanecer entregado al servicio de Ud. y la Sociedad... pero más adelante veremos lo que Dios dispone. Esto es lo que dije a Mons. Marchal y al P. Piperon y esto es lo que le pido a Ud. que acepte, siendo, en la situación en que nos hallamos, lo mejor para mí y para los intereses de la misma Sociedad."
Yo rezo, y hago rezar a otros; y yo sufro ante ese estado de cosas, pero estoy convencido de que el bien de la Sociedad (a la que me siento más que nunca ligado, en su persona y en la del P. Piperon) saldrá ganando finalmente”.
El 10 de septiembre de 1892, escribió una petición oficial pidiendo ser excusado "por razones personales" de atender al Capítulo de primeros de 1893. En una de sus cartas escribió: "en bien de la paz"; esta era la razón verdadera. Para hacer su retirada de la Sociedad menos obvia, él tomó "una ocupación especial", como muchos M.S.C. tomaban entonces y otros lo han venido haciendo desde entonces. Se le encargó de la Archicofradía del Sagrado Corazón en favor de las almas del Purgatorio; tenía también la tarea de construir la Iglesia de Lungotevere Prati en Roma, que iba a ser una capilla para orar por las benditas almas. Con un dejo de su viejo humor, él añadió: "Eso no molestará a los vivos". (Después de su muerte, la Iglesia y la parroquia aneja, fueron confiados a los M.S.C. italianos).
Su situación con relación a toda la Sociedad, fue tramitada con gran secreto. El P. Jouët insistió mucho de que aparte del P. Chevalier, Piperon y más tarde Maillard nadie tenía que saberlo. Se le concedió una pensión anual de 1.800 francos. En enero de 1893, escribía: "Estoy todavía convencido, que poniéndome voluntariamente a distancia de los asuntos de la Sociedad, especialmente de la Administración, se calmarán los espíritus en ambos bandos y se conseguirá una solución pacífica."
Añadió que el trabajo para Las Benditas Almas, iba bien y veía en ello la señal de la bendición de Dios, que confirmaba su punto de vista. Y añade: "Nadie puede objetar que me dedique a las almas del Purgatorio, y así no turbaré la libertad de los vivos."
Hay que recalcar también que en su opinión, él sólo dejaba "los asuntos de la Sociedad", pero nunca la misma Sociedad. Se sentía ofendido si alguien omitía el MSC después de su nombre. Yo soy y sigo siendo en mi corazón y en mi alma, lo que siempre he sido de verdad, aunque no lo sea canónicamente... un Misionero del Sagrado Corazón. Fue usted mismo quien me dio el título siete años antes de que el Santo Padre me permitiera entrar en la Sociedad. Espero, todavía, que mi situación sea sólo temporal. Ha sido necesario para el trabajo por las Benditas Almas, a quienes deseo consagrar el poco vigor que me queda y para bien y paz de la Sociedad."
Él consideraba su situación sólo como cosa temporal. Pero los años van pasando y ya no cabe volverse atrás. Escribiéndole en 1897, el P. Chevalier le menciona que varios Asistentes y otros hermanos han oído comentarios de que ya no pertenece a la Sociedad. Esa impresión quedaba confirmada por el detalle de que firmaba: Jouët MASC, la A. indicando: Apostólico. "Yo contesté, dijo él, que el cardenal Vicario le ha pedido que se dedique a la construcción de la Iglesia del Sagrado Corazón en el Prati, dedicada a las Benditas Almas del Purgatorio y que desde ese momento quedaba sustraído a la jurisdicción de su Superior General, dependiendo sólo del cardenal Vicario, durante el tiempo que su presencia fuera necesaria para el trabajo que le habían asignado, pero que en el foro interno, usted permanecería siempre como Religioso del Sagrado Corazón de Issoudun."
Esta explicación, dijo el P. Chevalier, satisfizo a los Asistentes, que todos estimaban grandemente al P. Jouët: “porque usted está de tal forma ligado a la fundación de la Sociedad, en nuestros ojos y en los del público, que no podrían entenderlo si fuera de otra forma”.
En estas últimas palabras, tenemos también la explicación de por qué el P. Jouët no podía meramente ocupar un lugar cualquiera, al borde de la Sociedad M.S.C. Como el P. Ceresi escribió después de la muerte del P. Jouët: "Él era un hombre exuberante, en cuerpo y espíritu, nacido para altas empresas y lleno de combatividad, hecho para la acción... él no podía, por una ley vital en él y sin negarse a sí mismo, adaptarse a la inmovilidad". Él había sido compañero de armas del P. Chevalier, durante todo el período excitante de aquellos primeros años; ahora eso había terminado. "El no podía resignarse a quedarse inmovilizado en su celda". Necesitaba levantarse y moverse. El hecho de tomar esa nueva dirección, dice el P. Ceresi de "su antiguo superior y padre", se explica "bajo la luz de la fidelidad a una urgencia, íntima y personal y a la especial misión de su existencia".
Y fue en el mismo concepto de su misión" a la que el P. Jouët apelaba, cuando discutía su situación con el P. Piperon: "Mi misión en la Sociedad ha terminado. Veo que ya no puedo hacer en ella más bien". Nosotros quisiéramos mejor añadir, que debido a un capricho de la fatalidad, las cosas habían llegado a tan extraña situación, con relación a su posición en la Sociedad, que el paso último de su misión en la Sociedad, era el de "retirarse de sus asuntos". El desarrollo de este pensamiento, después de la anotada conversación con el P. Piperon, indica que esta fue también la conclusión a la que él había llegado. Pero él no se retiró pidiendo dispensa de sus votos; tal vez nunca hubiera tenido el corazón de hacerlo. Y en la lógica de la posición que adoptó, tampoco hacía falta.
A fin de tomar una posición que le permitiera "retirarse de los asuntos de la Sociedad", sin pedir la dispensa, él retrocedió al año 1872, cuando el Papa Pío IX le autorizó a dejar la Diócesis de Marsella, para llegar a ser M.S.C. Este permiso le fue concedido por siete años, "ad septennium", datado el 7 de julio de 1872. Inmediatamente hizo su profesión delante del Papa, el P. Chevalier, por su parte, renovando la suya. Pero este permiso de "siete años", nunca fue renovado, dice el P. Jouët: además, él continuaba siendo "un sacerdote de la diócesis de Marsella". Teniendo muchos amigos entre los cardenales y siendo un hombre de tanta influencia, se las amañó para que algunos de ellos aceptaran esta tesis: mientras que el obispo de Marsella se sentía feliz de contar con un sacerdote más en su diócesis. Sin embargo, lo que el P. Jouët se olvida de mencionar, es que:
- Antes de 1877, la profesión pública en la Sociedad M.S.C., era perpetua.
- El 3 de junio de 1874, junto con el P. Chevalier y el P. Vandel, él había renovado su profesión delante del Papa y los tres hicieron, además, el voto de estabilidad, que sólo podían hacer los de profesión perpetua.
- El 18 de enero de 1879, el obispo L. Robert de Marsella, escribió que consideraba al P. Jouët totalmente desligado de su Diócesis, para ser a perpetuidad MSC. No había, por lo tanto, ninguna necesidad de una renovación papal del permiso especial, para pertenecer a los M.S.C., cuando expirara el plazo "Ad septennium" en julio del mismo año.
Con cuanta sinceridad creía el P. Jouët en sus argumentos y cuán amplia era esa manera de "retirarse", sin dejar la Sociedad, que daba al P. Chevalier la impresión de que había desertado de su lado, no tenemos medios de conocerlo. Pero sea cual sea la respuesta a esos interrogantes, una cosa es clarísima, que lo que hizo el Padre Jouët en aquellas circunstancias, lo hizo por amor a la Sociedad de M.S.C. En su última voluntad y testamento, dejó sus propiedades de Marsella y Roma, al P. Carlos Piperon. Si Shakespeare tuviera que escribir su historia, podría haber utilizado las mismas palabras que usó para Bruto, que decían: "Este era el más noble de todos los M.S.C.”.
2. EL PADRE Y SUS HIJOS
Una cuestión tan compleja, como la crisis M.S.C., será comprendida mejor si se estudia desde ángulos diferentes. Mirando desde diferentes puntos de vista, se aprecia mejor el carácter de los personajes envueltos en ese drama humano. Recordemos que había un problema de grupo. Por eso tendremos una mejor comprensión de los factores implicados, si recurrimos a la ayuda de simples principios de dinámica de grupo. Todo grupo religioso activo, tiene dos series de finalidades:
a) Sus objetivos finales, o el trabajo a realizar.
b) La finalidad de satisfacer una urgencia emocional, los sentimientos de amistad o relaciones humanas.
Con relación al objetivo final de su actividad, debemos tener en cuenta, para nuestro propósito, dos cosas solamente. Primero, un grupo tiende a la insatisfacción, si sus miembros sienten continuamente, que el trabajo, sea el que sea, no se realiza razonablemente bien. Segundo, los miembros estarán asimismo descontentos, si se aperciben que no están suficientemente capacitados, para hacer el trabajo adecuadamente. Estos dos descontentos (en el campo del trabajo), pueden ser contrarrestados por factores en el campo emocional, o sea, por la comprensión y la amistad. Esto sucede especialmente, cuando se siente que los superiores, unidos a sus sujetos en una bien compenetrada inteligencia, advierten los defectos en el área de trabajo y están decididos a remediarlos tan pronto como sea razonablemente posible. Pero si correspondiendo al vacío en la satisfacción del trabajo, hay, además, un vacío en las satisfacciones emocionales, la situación objetivamente es tal, que el grupo corre un grave riesgo y puede desintegrarse o hacer explosión en un momento dado.
Entenderemos mejor lo que sucedió de 1891 a 1894, si comprendemos que la Congregación M.S.C. no proporcionaba a los miembros jóvenes una suficiente medida de satisfacción, en las dos áreas mencionadas en el párrafo anterior. Era una consecuencia inevitable de la dispersión causada por las persecuciones de 1880. Y tiene una explicación lógica, que excusa de toda culpa. Pero explicaciones lógicas, no pueden satisfacer las frustradas necesidades psicológicas.
Primero, el grupo M.S.C. estaba intentando hacer demasiadas cosas. Estaban comprometidos en más actividades, de las que podían atender. Este punto no hace falta discutirlo. Podemos simplemente citar al mismo Padre Chevalier: "La joven Sociedad de Misioneros del Sagrado Corazón, estaba oprimida por el peso de las actividades, que eran tan importantes como numerosas".
Si la Sociedad estaba "oprimida", es que también había hombres oprimidos. Y en tales circunstancias, las actividades no podían realizarse suficientemente bien. Esto queda claro, si consideramos, punto segundo, que muchos de los hombres realizaban actividades para las que no estaban preparados. "La Sociedad, habiendo usado todos los hombres y fuerzas disponibles, estaba sobrecargada con trabajos que no eran realizados adecuadamente. Niños, adultos, jóvenes, religiosos apenas salidos del Noviciado, estaban atareados en una muchedumbre de actividades."
Los más antiguos lo sentirían menos. Ellos tenían sus propios ministerios, predicar, escribir, trabajo pastoral. Pero eran los más jóvenes los destinados al trabajo de la educación, en seminarios y escuelas apostólicas. Hasta qué punto estaban sobrecargados, no es del caso el evaluarlo. Ellos sentían que la situación era lamentable, y los otros admitían que tenían razón al opinar así. Podrían aducirse razones para excusar ese estado de cosas, el período de fundación de la Sociedad, las persecuciones. Pero las buenas razones no ayudan a la gente, ante una situación que exige un remedio.
Ellos hubieran podido ser ayudados, si hubieran experimentado una comprensión amical, o un apoyo paternal. El P. Chevalier se lo prodigó de modo magnífico a los que convivían con él. (Ver Cap. XI). Pero la diáspora que siguió a 1880, los separó de Issoudun; y su nombramiento como párroco de Issoudun, le obligaba a residir allí. Era más que un Superior General de las épocas actuales, era su Padre y Fundador y el único Superior Mayor que tenían. Pero las circunstancias le mantenían separado de ellos y ninguna cantidad de correo puede sustituir el contacto personal. Y debemos también anotar, que aquella generación de jóvenes había estado privada de la relación de "padre a hijo" en el período de su formación religiosa. El P. Guyot era un maestro de novicios, habitualmente ausente; el P. Jouët, "debido a sus múltiples ocupaciones" apenas si estaba en casa, en el escolasticado de Roma.
Para hombres en esta situación, muy peligrosa en potencia, el Capítulo General tenía que haber sido un rayo de esperanza. Era una oportunidad de "tomar contacto" y a la vez la oportunidad de organizar un plan de trabajo más satisfactorio. Había esperanzas de solventar los problemas personales más inmediatos.
Al llegar a este punto, hagamos un alto para señalar como toda la situación, junto con el desarrollo histórico, se conjuraban para hacer del P. Jouët el objetivo de la animosidad general. Se creía, (no importa si acertada o equivocadamente, porque era un convencimiento muy arraigado) que el P. Jouët había sido el principal responsable de aceptar las actividades de la Sociedad. De esta forma él contribuía a aquella insatisfacción en las diversas actividades. Pero, todavía existía el hecho de que él había despedido de Roma a algunos estudiantes, antes de terminar sus estudios. Por lo tanto había que achacarle el que algunos se sintieran mal preparados, para realizar sus actividades adecuadamente. Cualquiera que conozca estudiantes, comprenderá qué amargo era ese resentimiento, que les era difícil olvidar. El P. Jouët les había decepcionado también en los largos años de escolasticado, en sus necesidades emocionales. Y a su modo de ver, al conseguir la disolución del Capítulo, había disipado sus esperanzas de poder salir airosos de una situación tan difícil y descorazonadora. Y cuando los problemas no conseguían mejorarse, les era cada vez más difícil perdonar al P. Jouët.
Sin embargo, lo central de ese drama personal sólo podía resolverse entre Chevalier y sus hijos. Al decir esto, no tengo la pretensión de convertirlo en un capítulo de novela sentimental o psicológica. Pero he aquí lo que cuentan las crónicas. El P. Piperon (¿y el mismo P. Chevalier?) resume la situación en esta frase escriturística: "He criado hijos y se han vuelto contra mí." El P. Guyot, escribiendo al P. Chevalier para darle su análisis personal de la crisis, dice que el P. Chevalier tendría que mostrarse con "un corazón de padre". Y al ir avanzando la histórica, vemos como los más antiguos, los PP. Jouët, Guyot, Piperon y Delaporte, se retiran hacia los bastidores, esperando que el drama principal se desarrolle en el proscenio. Y cuando uno mira a la correspondencia de aquellos días, desde este punto de vista que los mismos actores sugieren, es extraordinario constatar como la historia se desarrolla en un exacto paralelismo a los acontecimientos de la vida real, que muchos de nosotros conocemos tan bien. Me refiero aquí al caso de un padre, cristiano y bueno, que trabaja abnegadamente por su familia. Él está empeñado (por ejemplo) en organizar un nuevo negocio, que le exige trabajar hasta altas horas de la noche y a menudo en los fines de semana. Como consecuencia, apenas ve a su familia. Eso sí, él establece buenas normas de conducta: no llegar tarde por la noche, estudiar mucho. Los problemas ocasionales que surgen, son resueltos como casos de buena o mala conducta, pero no hay tiempo para un diálogo continuado o las buenas relaciones que surgen cuando se dispone de tiempo para la convivencia. Y entonces, un día, uno o varios de los niños, que han crecido hasta hacerse adultos mientras él tenía las espaldas vueltas a la familia, tienen un conflicto con su padre y hasta abandonan el hogar. De parte del padre hay una extraña sorpresa y de parte de ellos el convencimiento de que nunca más Podrán entenderse con su padre. Conocemos el diálogo y las recriminaciones:
“Todo el esfuerzo en organizar este negocio, era para la familia" (sí, pero nunca nos entregó ni su tiempo ni su persona). "Los padres tienen el deber de procurar que sus hijos obren bien, tienen el derecho de exigir respeto y obediencia" (sí, pero ya no somos niños ahora y tenemos también el derecho de discutir los problemas), etc. El paralelismo con el P. Chevalier y sus misioneros está bien claro, si observamos el curso de los acontecimientos. Y el curso de los acontecimientos empezó cuando el P. Chevalier publicó sus nuevas reglas. Estas, dice él, provocaron una violenta reacción en las casas del norte". Antes de esto a pesar de haber en potencia una situación problemática "omnia recte procederunt, atque in optima pace essent comportata", las cosas procedían pacíficamente. La publicación de las reglas provocó una inopinata perturbatio" (una perturbación insospechada). Esta reacción que causaron puede ser comprendida sólo sobre el telón de fondo que ya hemos planteado. Alguien que no haya comprendido la profundidad de la frustración psicológica, el estado de tensión en la dinámica de grupo, se sorprendería de esa fuerte reacción -particularmente de un Chevalier que creía obrar de forma razonable y de acuerdo con sus derechos, e incluso obligado por deber. Él era el Fundador, pensando dar los últimos toques a su trabajo, antes de su muerte..
El 20 de febrero de 1889 fue enviado a la Santa Sede, por un grupo de misioneros, un Memorandum presentando sus quejas: No había habido Capítulo, había irregularidades en la Administración, y finalmente, sin previa consulta, habían aparecido aquellas nuevas reglas, que eran demasiado detalladas, demasiado severas. El texto latino fue citado y glosado cuidadosamente, para demostrar "su severidad". Se daban ejemplos para probar, tanto el exceso de detalle, como las severas exigencias: se pedía a los estudiantes que rezaran juntos el breviario; todos tenían que guardar total silencio durante el día de retiro mensual, los Primeros Viernes; los religiosos no debían soplar en la sopa, ni acicalarse el cabello (¡¡nunca!!) tenían que cortarse las uñas.
El 5 de marzo, dicho Memorandum fue comunicado al Procurador M.S.C. "pro informatione et voto". El Padre Jouët, naturalmente, envió copia al P. Chevalier.
Este último contestó al P. Jouët en un tono lleno de serenidad y "medio sorprendido solamente" porque ya sé que el diablo lo intenta todo para meter el espíritu de discordia en medio de las más unidas familias religiosas»". El P. Chevalier era un hombre muy sobrenatural. Desgraciadamente, él estaba más especializado en demonología, que en dinámica de grupos. Mientras pudo poner las causas del problema en razones preternaturales, su fe le mantenía tranquilo y sereno. Esto contribuyó a que se le hiciera más difícil reconocer el problema y hallar una pronta solución. Esto también explica por qué el P. Delaporte escribía más tarde:
"He tenido una larga y amigable discusión con el Rvdo. P. General. Quedé desconcertado ante su serenidad. No hay duda ninguna sobre la rectitud de sus intenciones". Sí, nadie puso en duda esta vez su rectitud de intención. Y otros también se sintieron desconcertados por esa serenidad. Es muy edificante creer que con la ayuda de Dios todo acabará finalmente bien. Sin embargo, aquellos que creen tener una queja legítima, preferirían ver soluciones más humanas a sus problemas. En esta ocasión sus hijos gimieron a menudo en su desencanto -advertían que su padre se desviaba del núcleo del problema y atribuía a mala voluntad lo que sólo se debía a la frustración humana en aquella situación, que hubiera podido mejorarse.
"El Señor es mi testigo, escribió él, que al redactar las Constituciones y las Reglas comunes, buscaba solamente su gloria y el bien de los queridos hermanos ". (Esto nadie lo negaría. El Memorandum habla de él "como un hombre que aun está vivo y de una piedad sobresaliente"). Él continúa diciendo: "Después de treinta y cinco años de experiencia y sesenta y nueve de edad, siento que antes de morir, necesito dar los últimos retoques a nuestra amada obra, para evitar que en el futuro no haya ninguna conmoción, o decisiones arbitrarias". (Pero, querido padre, ellos dirían, esto es un sueño imposible). Él añadía, que al hacer las Reglas más precisas, llenaba solamente algunas lagunas. (Pero si uno llena todas las lagunas, especialmente para hombres desbordados por el exceso de trabajo, es casi imposible respirar). Él dice que "la traducción francesa, suprime la aparente severidad del latín" (y el Memorandum da más bien la impresión de una exposición escrupulosa). Aunque el Memorandum dice que ha introducido los cambios sin previa consulta, él señala que había consultado "a los asistentes, a todos los superiores del Instituto y a los padres más antiguos". (Esto es precisamente lo que nosotros pretendemos señalar, dicen ellos: ¿y los jóvenes qué?) De hecho, dice él, el Memorandum está escrito "por algunos padres jóvenes, sin experiencia de la vida". Y algunos jóvenes religiosos también dejan crecer sus uñas por pura vanidad y "tienen el cabello artísticamente peinado, como gente del mundo" -por qué no señalar pues, la recta manera de proceder como religiosos. Realmente, todo suena como un padre moderno y casi podemos escuchar la reacción de los hijos.
Profiere la queja justificable de un padre, ¿por qué no me hablaron primero, antes de enviar su queja a Roma? Hubiéramos podido discutirlo todos juntos. Y si no hubiéramos podido ponernos de acuerdo, podían haberlo discutido con los asistentes. Entonces, solamente hubieran podido recurrir a Roma, si no estaban satisfechos. Este fue el aspecto que más le hirió. Y es en este particular, donde los jóvenes no tenían una respuesta válida.
Al recurrir a Roma, a espaldas suyas, con una queja a la Santa Sede, sin darle la oportunidad de explicarse, o de arreglar las cosas "en familia", este fue su mayor error. Porque esto se sale fuera de los límites de las relaciones entre padres e hijos (aunque ellos afirmaran más tarde de que las habían restablecido). Se le hizo difícil a él, imaginar qué nuevos pasos se podían dar, durante y después del Capítulo de 1891, como no fuera una nueva búsqueda de diálogo. No podía ver en ello, más que "ataques a él y a la Administración" -como había sido el recurso a Roma. Se le hace muy difícil a un hombre, confiar en un hijo, que a sus espaldas, ha intentado que fuera condenado.
En todo el debate, Issoudun se parece muy como el negocio de aquel incidente de familia que antes propusimos como símil. Mucho antes, el P. Piperon había previsto que el tomar la parroquia traería conflictos: o bien la parroquia sufriría, o bien la Sociedad o tal vez las dos. La parroquia no sufrió, porque el P. Chevalier tenía a su lado buenos colaboradores. Él insistió repetidamente, cuanto significaba para la Sociedad desde el punto de vista financiero y, por tanto, para la formación de los jóvenes mismos, que tanto le criticaban. Él presentía, que ellos no apreciaban lo que Issoudun estaba haciendo para la Sociedad y para ellos. No atinaba a comprender como ellos pretendían cambiar la Casa Generalicia de Issoudun. Pero él no podía vislumbrar lo que Issoudun le hacía a él y de rechazo a ellos. Le mantenía apartado de ellos, que es la razón por la que le querían saliera de Issoudun. Pero comprendiendo que Issoudun era muy importante para la obra y por lo tanto para la Sociedad, estaban dispuestos a un compromiso; que se quedara en Issoudun, si así tenía que ser. Pero que se nombrara un Vicario General, que realizara el papel de padre de la Congregación. Tenían demasiado cariño y respeto hacia él, para que ni siquiera se les ocurriera proponer un nuevo General. Sin embargo, él interpretó la sugestión de un Vicario General, como un signo de que ellos querían deshacerse de él y tomando los ataques a Issoudun como ingratitud. En realidad era su manera de decir, que puestos a escoger entre Issoudun y él, es a él a quién preferían.
Así, después de dos Capítulos, clausurado uno y anulado el otro, permanecían los malentendidos y los resentimientos; había disgusto por un lado y por el otro el sentimiento de estar condenados a una continua frustración. Las palabras que los jóvenes habían usado impulsados por esa frustración, eran verdaderos ataques. Ellos se habían ciertamente sobrepasado, pero encontraban muy duro ser catalogados como rebeldes, dominados por el mal espíritu. Padres e hijos estaban metidos en un callejón sin salida y había mucho sufrimiento en ambas partes. El P. Delaporte y Guyot escribieron largas cartas al P. Chevalier, proponiéndole soluciones para arreglar todo el problema. Ambos recibieron severas reprimendas por su pretensión. Y eso no fue sólo por el dolor que el P. Chevalier sentía por la desagradable situación con relación a los jóvenes. Él reaccionó así, a causa de un doble disgusto. Le aseguraban que los jóvenes le amaban y respetaban, que lo que tenía que hacer era mostrarse con su verdadero corazón de padre. Eso es 10 que pretendía él. Sin embargo, al irse complicando la situación, le estaban exigiendo que sacrificara al P. Jouët. En el mismo momento que pretendían un tratado de paz definitiva con él, estaban haciendo la guerra al P. Jouët. Y el P. Piperon dijo: "Los que dirigían esta guerra hicieron un mal inmenso; he estado siempre convencido de ello... Me compadezco de los que le han obligado a retirarse; yo siempre mantengo el más sincero afecto y la más viva gratitud hacia este amado sacerdote. Su decisión de salirse, afligió grandemente al P. Chevalier. Era otro sorbo de amargura, de la mucha que tuvo que beber aquellos días. Amaba tiernamente al P. Jouët y nunca olvidó su infatigable entrega a la Congregación".
En los comienzos de la Sociedad M.S.C., el P. Chevalier tuvo que verse privado del P. Maugenest, su más datado y amado co-fundador. Hacia el ocaso de su vida, el P. Jouët su más íntimo amigo y alter-ego fue obligado a seguir el mismo camino, separándose de él. Indudablemente, cosas así hacen mella en el corazón de un hombre. Por la manera de obrar del P. Jouët en aquellos años difíciles, adivinamos qué clase de hombre era, y así podemos imaginar algo del pesar que sentiría el P. Chevalier, cuando alguno de sus "hijos", exigía que este hombre tenía que ser sacrificado, para que ellos pudieran reconocer en él al corazón de su padre. Por eso comprendemos mejor el por qué, en respuesta a sus pretensiones, él apelara a la autoridad. Sencillamente, no podía hacer lo que le pedían. Tenía que negarse. Cuando comprendemos lo que se le pedía y la tragedia que sobrevino aquellos días en la vida de hombres tan buenos y generosos, no encontramos exagerada la afirmación del P. Chevalier, de que el maligno estaba interviniendo en los conflictos que aquejaban a la Sociedad. Podemos pues hablar también, tanto de demonología, como de dinámica de grupos.
Eventualmente, el P. Jouët aclararía que no hacia falta sacrificarle de cara al bien común; él se sacrificaría a sí mismo. Sin embargo, esto no se supo hasta finales de 1893 y para el gran público, mucho más tarde todavía. En enero de 1891, después del Capítulo, el P. Chevalier se encontró en una situación intolerable. El no podía realizar el movimiento que le pedían sus "oponentes". Pero se decidió a hacer otros. Tal vez si enseñaba los dientes a la oposición, amainaría la tormenta. Sustituyó al P. Delaporte, como superior de la casa de París y se dispuso a verificar otros cambios para alejarlos del campo de batalla. Así trató de enviar al P. Ramot a Sidney -pero al grito de alerta del P. Klotz, el P. Ramot rehusó marchar. El P. Pedro Tréand (aunque clasificado por el P. Chevalier como moderado, solamente), fue entonces enviado a Sydney-, de lo que la Provincia australiana quedará eternamente agradecida.
Pero esos cambios no sirvieron de nada. Confirmaban sólo en su opinión, a los que opinaban que Chevalier estaba obstinadamente opuesto a los cambios necesarios; y, además, hizo vacilar a otros. Y suministraron material al P. Klotz, para la campaña subversiva que desencadenó por aquel entonces.
¿Qué iba a hacer el P. Chevalier? Tenía que hallar una solución al problema, tal como estaba planteado. No siempre es fácil poner en práctica la norma de aconsejarse bien; de ver más allá del "problema aparente", el problema real que está detrás. El problema se presentaba al P. Chevalier, en términos más bien desagradables:
- El Memorandum fue enviado a Roma, a espaldas suyas.
- Se lanzaban ataques a su Administración, con falta de caridad y “un rencor propio de chiquillos”. (P. Piperon).
- Existía aquel fiero (y para él incomprensible) ataque al P. Jouët.
El no era ni psicólogo ni sociólogo. Él era el Fundador y Superior General de una Sociedad religiosa, que otros parecían empeñados en destrozar. Era un hombre que creía sinceramente en la obediencia y en el deber de conciencia de un superior, de conseguir que sus súbditos obraran por virtud. Las mismas cualidades que le habían permitido fundar una nueva comunidad religiosa en circunstancias difíciles, habían también contribuido al problema actual. Y ahora contribuían a la dificultad en solucionarlo.
Porque allí donde reside la fortaleza de un hombre, allí está también su debilidad. El P. Chevalier era un hombre fuerte, un hombre de inagotable energía y amplia visión. Tenía la valentía de arriesgarse y la tenacidad para conseguir. Su fortaleza era su debilidad y uno se puede preguntar, si hasta aquel momento él había realmente constatado esa debilidad. “Todos hemos nacido altivos y agresivos», él escriba". ¿Pero qué decir de aquellos que han nacido indecisos, tímidos y tienen necesidad de apoyo y estímulo? ¿Con su tremenda dedicación, no exigía tal vez demasiado de otros, que no pedían responder con la misma entrega que él ponía? En su amplia visión de organizar una sociedad misionera, ¿tuvo bastante en cuenta el mundo más limitado de los jóvenes, inexpertos, desbordados por la presión de un trabajo que excedía a lo que ellos con calma y eficiencia podían atender? Bajo la presión de su propio trabajo, tomando por descontada la misma entrega total en los demás, sus cartas se vuelven “lacónicas en el tono y con acento autoritario”. Había caído en la brusca idiosincrasia del Berry y sus cartas ya no estaban informadas en aquel “carisma de bondad” que había siempre destacado en sus relaciones personales con los demás. La tensión del trabajo no le permitía la calma de una carta amable, que tanto le habría ayudado. Las suyas, eran puramente casi siempre cartas oficiales; y eso quiere decir que su correspondencia estaba dedicada en gran parte a tomar decisiones o a materias disciplinarias. Además, para hacer más fácil el cumplimentar las decisiones del Consejo General, los superiores locales acostumbraban publicar directivas difíciles, como emanadas del Superior General. Como consecuencia: "Reverendo Padre, nuestros jóvenes no le conocen y eso es lamentable. Cuando otros mencionan su nombre, es siempre con exagerada severidad”.
Y lo que se necesitaba entonces más, era "una corriente de bondad y paternal condescendencia, que preceda de usted, Reverendo Padre, y entonces los hermanos volverán a usted y permanecerán a su lado". Esta era la respuesta, ¿pero cómo ponerla en práctica, en la actual coyuntura de hechos? Durante mucho tiempo sólo le quedaba al P. Chevalier la actitud de esperar, rezar y confiar.
La salida de la Sociedad de Reyn y Klotz, fue un momento decisivo. El P. Klotz era el principal agitador y así una fuente de disensión desapareció. Pero el P. Reyn, Julio Vandel y otros seis o siete estudiantes marcharon también y esto hizo descubrir a otros que estaban en un proceso de auto-destrucción. La retirada del P. Jouët de los asuntos de la Congregación, extinguió en algunos sus sentimientos más agresivos. En aquellos años, el P. Chevalier aprendió también a percibir más allá de los problemas presentes; y a despecho del Memorandum y de los ataques, aprendió también a confiar. Porque el Padre Reyn salió, no por resentimiento, sino como un hijo que se arrodilla pidiendo la bendición del padre. E inmediatamente el P. Chevalier recibió una consoladora carta de los estudiantes. Ellos estaban naturalmente perturbados por los últimos acontecimientos y por la salida de algunos de sus compañeros. Discutieron su futuro, y en dos diferentes instancias, representantes de los grupos holandeses y alemanes, hablaron al P. Chevalier. Él quedó profundamente afectado al ver que su sola preocupación era salvar su vocación M.S.C. Ellos sugirieron que a esa finalidad, pudieran regresar a sus países natales, para continuar sus estudios. En las discusiones, "aunque serio y un poco tieso, él fue tan amable como siempre
Fue evidentemente una discusión cara a cara. Él sugirió la posibilidad de ir a Roma; también les dio su opinión que al tener ahora al P. Vaudon como director del Escolasticado, los problemas desaparecerían. Los estudiantes replicaron que, sinceramente, no compartían su confianza en el P. Vaudon; ni creían que el ir a Roma, les ayudaría en la situación actual. Ellos creían que para su vocación como M.S.C., lo mejor era volver a las casas de sus países natales. Esta proposición "fue evidentemente inspirada por la gracia", escribió el P. Chevalier.
Poco después fue erigida la Provincia del Norte, comprendiendo sobre todo las casas y personas de Amberes, Tilburgo y Salzburgo. Así como antes, el P. Chevalier había considerado que la idea de una nueva provincia, era un "movimiento separatista", ahora en cambio lo vio como un paso positivo. No mucho después el P. Chevalier pudo escribir al P. Jouët: "Gracias a Dios, desde la salida de los PP. Reyn y Klotz y la erección de la Provincia del Norte, la concordia, la paz y la unión reinan de nuevo en nosotros. Quiera el Sagrado Corazón consolidar aún más este estado de cosas.
Es imposible señalar todos los pasos en este proceso de solución de los problemas. Pero sí que se solucionaron -no de la noche a la mañana y no sin sufrimientos. Un poco más tarde solamente, encontramos al P. Chevalier, suplicando a los otros que le dieran alguna oportunidad- que no le acusaran a él por cada decisión que alguien encontraba un poco dura:
"Usted sabe bien, querido amigo, que en todas las cuestiones sometidas al Consejo yo sólo tengo un voto. Yo no quiero imponer mi opinión. En los últimos cuatro años, para no decir siempre, esta ha sido la línea de conducta que me he impuesto, no importa lo que otros puedan decir- así que, por el amor de Dios, no me haga a mí responsable por las decisiones tomadas".
Había todavía problemas humanos, desavenencias entre personas, quejas. El P. Chevalier -cuya calma y serenidad no dejaba de impresionar y maravillar a la gente, sufría mucho interiormente. Este sufrimiento, aunque rara vez, se ve ocasionalmente delatado en una carta:
"Estoy disgustado, cansado y enfermo de todas esas desavenencias.»A pesar de eso sus cartas se van transformando en mensajes cálidos, amicales y ponderados: "No des demasiada importancia, querido amigo, a las historias de algunos hermanos, que probablemente usan mi nombre como una cobertura para expresar sus propios sentimientos. Bástele saber que yo le aprecio y le tengo en gran estima y más que nadie me congratulo de las cualidades con que el buen Dios le ha dotado".Ahora recurre ya frecuentemente a un PS. , ya lleno de atención, ya lleno de buen humor, a veces una combinación de los dos. Por ejemplo, dice al P. Vaudon: "Me dio pena el enterarme de su accidente y confío que se recobrará rápidamente. Quedé muy aliviado al oír que no era nada serio. ¿Querrá creer, que cuando les conté a los vicarios de la parroquia (incidentalmente, todos buenos amigos suyos), la forma como usted se cayó del coche, los muy bribones se echaron a reír?"
Otros sufrieron también, a lo largo de todo este período. El P. Guyot escribió en 1896 que su vida había estado "literalmente emponzoñada por Capítulos", y que no quería oír de nuevo esa palabra. Ni quería aceptar ninguna posición de responsabilidad en la Sociedad. "Yo quiero pasar mis últimos días en ella y morir ahí en la obediencia y en la paz; esta idea de que me puedan confiar alguna autoridad, me tortura y me oprime”. El P. Delaporte, que murió en 1895, no quedó muy afectado por todo aquel conflicto. A pesar de sus 122 kilos, se sentó ágilmente en su silla de la vida y aceptaba lo malo como lo bueno con equidad de espíritu.
Hay, sin embargo, un caso en que vemos al P. Chevalier vivir minuciosamente todo la historia de aquella época, el caso de Julio Vandel, el sobrino del más famoso Juan-María Vandel. El 11 de febrero escribió al P. Chevalier una apelación muy incoherente, pero repetida varias veces: "es usted, Padre, el único que puede salvar la Sociedad", "es usted, dicen muchos, el responsable de todos estos conflictos y usted ha comprendido que a través del P. Jouët es a usted a quién atacan", "estamos todos convencidos... de que usted no puede defraudar a sus hijos, ni usted, ni el Corazón de Nuestro Señor". Si el P. Chevalier hubiera podido entrever todo el fondo del problema, habría comprendido las necesidades emocionales, detrás de ese grito del corazón. Él vio sólo el problema aparente y escribió una carta, aparentemente para el P. Jouët:
"Para archivarla. He aquí una carta insolente del Padre Vandel, a quien he contestado con afabilidad, pero con firmeza y sinceridad." No tenemos copia del contenido de esta respuesta, pero una carta posterior del Padre Vandel, reconoce realmente esta afabilidad y expresa su gratitud "por las muestras de paternal afección que me ha mostrado". Y continúa repitiendo que él cree que la solución tiene que venir del P. Chevalier; y entonces contesta "a las preguntas que usted me ha formulado". Primero, él no admite que estuviera equivocado al no expresar su preocupación sobre el estado de la Sociedad. Que lo había hecho una vez en Roma y "los resultados no fueron, ¡ay! para animarle a la franqueza. Inmediatamente el P. Jouët me alejó de Roma, un año antes de acabar mis estudios. Sabe Dios que he perdonado de todo corazón a este querido padre, pero es más difícil borrar la impresión que me dejó". Continua mencionando el estado de las casas "algunas sin bastante personal, o con hombres incapaces, o que no han recibido la preparación adecuada... usted mismo, Reverendo Padre, ¿no está agobiado por el peso de tanto trabajo? Y si usted no se cuida, y no se preocupa de su descanso y su salud, tendría a lo menos que preocuparse por el hecho que sus obras y las almas se resienten como consecuencia". E insiste, hay demasiadas personas con exceso de trabajo y es contra este mal, que el Capítulo tenía que haberse concentrado.
Él reconoce haber escrito con excesivo apasionamiento, pero aquellos que se sienten afectados por el estado de las cosas, se ven a veces impulsados a expresarse duramente. Además, es irritante para los jóvenes, ver que les aplican las palabras de San Pablo, sobre los neófitos, que son empujados por el orgullo y caen en las trampas del demonio. Cuando en la misma carta a Timoteo, señala el P. Vandel, San Pablo también dice que no hay que dejar a nadie que desprecie su juventud. Que los otros no son la oposición, sino gente que ha expresado su honesta opinión y que siguen con una sincera devoción a su persona y a nuestra querida Sociedad... y haciendo sólo un poquito, usted podría recobrar su afección, la profunda consideración de que usted debería estar siempre rodeado". Su carta fue firmada y refrendada por el P. Meyer.
Pero la espera se iba prolongando y en febrero de 1894 el P. Vandel dejó la Sociedad, junto con el P. Reyn. Pero antes había enviado un Memorandum al cardenal Mermillod en Roma. En una copia del mismo, escrita por el P. Jouët, leemos: "el Rvdo. P. Jouët, cuyas brillantes cualidades son bien conocidas, pero que por desgracia ha perdido la confianza de sus hermanos y realmente no representa a la Sociedad”. Pero no mucho después de haber dejado a los M.S.C., se pone de nuevo en contacto con el P. Jouët, por mediación de una prima suya en Roma, la Hna. Leontina Vandel. Esta vez, era para tramitar su regreso a la casa del padre. En septiembre de 1894, escribió a su prima, que su readmisión era prácticamente un "fait accompli" (hecho consumado). "Gracias a nuestro querido P. Jouët... El Rdo. P. General no ha dejado piedra sin mover, para llegar a esa rápida y feliz conclusión". Esta feliz conclusión llegó finalmente y partió para Sidney, para unirse a su amigo, el P. Treand, ambos del mismo pueblo suizo. A bordo ya del barco, escribía:
"Mi venerado y bien amado P. Jouët:
"He dejado Europa con el corazón colmado por su bondad, su caridad y su amistad. Cuando el barco salía del puerto, no podía apartar los ojos de usted. Vi la gran señal de la cruz que usted trazó en el aire. Recibí su última bendición y le envío mi último adiós y mis últimas palabras de gratitud... "
En enero siguiente, el P. Chevalier le escribió: "Qué bueno es Dios, qué admirables sus caminos. Él nos ha hecho pasar a usted y a mí, por una serie de dolorosas pruebas". Los resultados fueron buenos para usted y buenos para la Sociedad, que tiene ahora una nueva Provincia y Dios "me ha llenado de consolación que ha sido tanto más dulce, por cuanto había sufrido mucho. Digamos pues junto con el P. Jouët: Vivan las dificultades, viva el Sagrado Corazón". Y como conclusión:
"Dé mis cariñosos saludos a los queridos padres y hermanos, y rece mucho por este que nunca le olvida..."
Como contestación, el P. Van del escribió:
"La última carta estaba tan llena de paternal ternura, que quedé profundamente emocionado por ella”.
Aunque un caso especial, el asunto del P. Vandel no fue, sin embargo, un caso aislado. La crisis había terminado. El padre y los hijos se habían encontrado de nuevo.