UN CORAZÓN NUEVO Y UN ESPÍRITU NUEVO de E. J. Cuskelly MSC: Carisma y Espiritualidad, capítulo 2
CAPITULO SEGUNDO
CARISMA Y ESPIRITUALIDAD
Al tratar del carisma y de la espiritualidad de un instituto particular, dos
peguntas se plantean y las dos pueden tener vías paralelas e igualmente sin
salida. La primera: "en vez de replegarse sobre su propio carisma ¿no sería
mejor tratar de vivir todo el Evangelio? ". La respuesta adecuada a esta
pregunta se encuentra en una definición descriptiva del carisma religioso.
Voy a citar al Padre John Futren, S. J.: "Es el ángulo particular bajo el
cual miramos a Jesús en el Evangelio; el acento o la intensidad que ponemos
en una cierta manera de seguirle y de servirle en el prójimo" (The Way,
Supplement no. 14, 1971, p. 63).
De aquí la cuestión: nuestro carisma o el Evangelio no tiene sentido ya que
el carisma es una manera de mirar y de seguir a Cristo en el Evangelio.
La segunda pregunta es ésta: "¿Qué tenemos de particular para distinguirnos
de los demás religiosos? ". Más precisamente, ¿qué es lo que nos distingue,
por ejemplo, de los "Sacerdotes del Sagrado Corazón? ". Esta pregunta es
interesante y podríamos tomar tiempo para discutirla. Sin embargo, debo
confesar mi incapacidad para darle una respuesta práctica. Además, si se
trata para nosotros de vivir nuestra propia vocación, una discusión de este
tipo me parece inútil. La única pregunta práctica es: ¿Qué es lo que inspira
la vida de nosotros los M.S.C.? ¿Qué es lo que da un sentido y un valor a
nuestra vida y qué es lo que podría dar esto a todo joven que desee unirse a
nosotros? "
Mucho más todavía, al contestar a las preguntas anteriores y al reflexionar
sobre el sentido que pueda tener una vocación particular, debemos recordar
que una espiritualidad nunca se elabora en un escritorio aún por los
fundadores más intuitivos y más brillantes. Es el resultado de la
experiencia vivida de un hombre o de una mujer excepcionales —una
experiencia que también pueden vivir otros después de ellos—: la experiencia
de un Agustín, de un Ignacio, de un Francisco de Asís, de una Teresa de
Ávila. . .
Es verdad que mucho antes de pensar en aplicar el término paulino del
carisma en su sentido actual, San Agustín penetraba en el corazón mismo del
significado de la palabra "carisma religioso". Pensaba que el carisma se
oponía a todo análisis lógico y que era ante todo una realidad que podía
reconocer cualquiera que de él hiciera experiencia. Comentando el capítulo
VI del Evangelio de San Juan, citando la palabra de Cristo: "Nadie puede
venir a Mí si no lo atrae mi Padre que me envió", se refiere a ésta
sentencia de los clásicos: "Trahit sua quemque voluptas" todo hombre se
encuentra atraído por su propio deseo o placer. "Está atraído por Cristo
quien le subyuga en la verdad, la felicidad, la justicia". San Agustín sigue
diciendo entonces: "Denme alguien que ame y comprenderá lo que digo. Denme
alguien que desea, que tiene hambre, denme un peregrino sediento, anhelando
la fuente de la vida eterna, denme tal hombre, y comprenderá lo que estoy
diciendo". Agustín escribía como aquel que se estremecía de gozo frente a la
realidad del Dios revelado en Jesucristo. En el puro estilo paulino,
escribía, además: "Veía un rostro y aprendía a alegrarme conmovido" (Conf.
7, 21). No ha escrito "Denme un espíritu sobresaliente, denme una
inteligencia especulativa y entenderá". Si no admirable y sencillamente: "Da
amantem et sentit quod dico'.'
Cuando consideramos el carisma del P. Chevalier podemos preguntamos en qué
luz ha visto el rostro de Cristo, a través de qué experiencia ha aprendido a
"alegrarse conmovido" mientras se estremecía frente a la realidad del Dios
revelado en Jesucristo. He escrito en otras partes sobre este tema (Julio
Chevalier, ch. V). Pero me parece útil volver sobre unos puntos más
sobresalientes. Siendo seminarista, Julio Chevalier tenía una preocupación
muy viva para con los demás. Se sentía preocupado por las malas corrientes
que impregnaban la vida de los hombres y les impedían vivir su fe. Esta
preocupación la vivía en el contexto de la Escuela francesa de
espiritualidad. Interpretando y aplicando las enseñanzas de esa Escuela,
veía todas las cosas bajo esa luz seria y severa.
Dios es un Dios de majestad, Creador y Señor del universo. El primer deber
del hombre para con Dios es el deber de religión (visto habitualmente bajo
el ángulo de la virtud de la justicia). El hombre tiene la obligación de dar
culto a Dios, de adorarle, de servirle, de obedecerle como a su Soberano y
Señor. Cristo, según la literatura de aquella época, es el perfecto
religioso, el que ha adorado, obedecido, servido lo más perfectamente
posible. El sacrificio es el acto supremo de religión, y en el Calvario,
Cristo ofreció el sacrificio supremo. Según algunos teólogos de entonces, el
anonadamiento es la nota esencial del sacrifico. Estamos llamados a seguir a
Cristo en su servicio, obediencia, adoración y sacrificio.
En el Calvario se anonadó en su sacrificio, así sigue anonadándose en su
sacrificio eucarístico. Julio Chevalier (como muchos otros), al sacar las
conclusiones de este pensamiento teológico, se consagró en una ascesis
rigurosa. Era fervoroso y generoso, sin embargo, se encontraba lejos de
manifestar una verdadera alegría humana.
Representado esquemáticamente este primer estadio de formación de la vida
del P. Chevalier (A) podría pintarse con colores oscuros y marcarse con
letras grandes. Si para corregir esta impresión, se volvían a los diferentes
estudios hechos en el Seminario, no encontraba en ellos ningún atenuante de
tono y de color. En aquel tiempo la teología dogmática tenía pocas cosas que
decir sobre el amor de Dios, apenas existía algo. La teología moral trataba
solamente de los deberes del hombre y de la obediencia escrupulosa a los
mandamientos de Dios. La Sagrada Escritura se prestaba más a una exégesis
literal y no a una exposición de magníficos temas bíblicos como hoy día. La
categoría se hacía el eco dé la enseñanza teológica de entonces. Me he
tomado el tiempo de examinar un cierto número de catecismos antiguos para
ver si se encontraba uno que tratara en detalle del amor de Dios. En los
manuales consultados no he encontrado más que una sola alusión a esta
pregunta, y esto en el contexto inverosímil de la condenación eterna. El
catecismo decía: "los que mueren en estado de pecado mortal serán privados
para siempre del amor de Dios". Toda enseñanza sobre la vida espiritual,
reflejaba evidentemente el contenido de la enseñanza de la teología.
Frente a este telón de fondo (doctrinal), se cornprende fácilmente que el
momento en el cual Julio Chevalier descubrió el Corazón de Cristo, fue para
él algo más que el encuentro de una nueva devoción y de una serie de
prácticas piadosas.
Podía decir entonces, como anteriormente lo: hacia San Agustín "He visto un
rostro y he aprendido a alegrarme conmovido". Revelada en el rostro de
Cristo, veía por fin la "ternura infinita de este Dios encarnado para
nuestra Salvación. Era para él entonces una visión totalmente nueva de Dios
y es de ella que, por vocación, estarnos llamados a testificar. Testigos del
amor infinito de Cristo para los hombres, nuestra misión es, en un sentido,
ser los sacramentos del amor benévolo de Dios (Cf. J. Chevalier, pp. 123
ss). Esta nueva visión de la religión y de la revelación (C) estaba inundada
por una luz y unos colores resplandecientes que irradiaban toda su vida en
el descubrimiento del Corazón de Cristo (B). Es la visión, la inspiración y
la obra de su vida, que estamos llamados a compartir. Las compartiremos
plenamente en la medida en que hagamos nuestras su visión y su inspiración,
es decir, en la medida en que su carisma viva en nosotros.
Los Misioneros del Sagrado Corazón de hoy, reflexionando sobre su vocación,
han profesado vivir constantemente tres elementos esenciales del carisma de
la fundación:
1.
Un interés extremo por todos los hombres, especialmente los más
desfavorecidos.
2.
"Et nos credidimus caritati", hemos aprendido a creer en el amor de Dios
manifestado en Cristo (1 Jn. 4, 16);
3.
"un espíritu impregnado de caridad, bondad y sencillez".
Pero existe otro elemento de la espiritualidad del P. Chevalier que merece
ser considerado con gran atención. Lo trataremos más ampliamente más
adelante, pero conviene mencionarlo desde ahora. Los nuevos conocimientos
del P. Chevalier no suprimían la ciencia anteriormente adquirida. La
completaban. Jesús sigue siendo el que ofrece la adoración perfecta al
Padre. Ha entregado su vida por sus amigos, por la humanidad que amaba. Él
no ha actuado por los hombres solamente, "sino para que el mundo sepa que
ama al Padre". Para J. Chevalier, la necesidad de adorar y de alabar a Dios
está transformada por la luz del amor que ha descubierto en el corazón de
Cristo, pero el culto y la adoración, la alabanza y la acción de gracias
permanecen como parte esencial de su vida. Es lo que indica la (D) del
esquema.
Era natural para el P. Chevalier tomar las prácticas de la devoción al
Sagrado Corazón para expresar su culto en los términos de su nueva visión.
Tales prácticas llevan el sello de su tiempo. Así podemos comprender que
todas ellas no sean un atractivo para las generaciones siguientes. Algunas
de ellas han desaparecido. Sin embargo, sería tener una visión muy
superficial, considerarlas sencillamente como formas anacrónicas de piedad.
Eran, en su tiempo, la expresión de este culto de amor y de adoración que
debía expresarse de una manera o de otra. En ciertos lugares se ha creado un
vacío. Es vital llenarlo. En toda espiritualidad hay un brote contemplativo
y debe estar presente en la nuestra.
Entendemos muy bien que para el P. Chevalier la visión y la inspiración
particulares que le surgían del descubrimiento del Corazón de Cristo hayan
sido en su vida una experiencia maravillosa. Era algo nuevo, fresco,
diferente. Actualmente algunos dudan de ello, porque es una visión que se ha
hecho en toda la cristiandad, enseñada en la teología, en la Escritura, en
la Catequesis. Entonces, ¿cabe todavía una congregación religiosa que se
consagra (profesa) a vivir esta visión hecha ya universal? Contestaré con
esta otra pregunta: toda la Iglesia se interesa muchísimo hoy por los
pobres; ¿no caben ya personas como Madre Teresa de Calcuta? La respuesta a
las dos preguntas se sitúa en la diferencia que existe entre la doctrina y
la vida. Miren nuestro mundo, aún nuestro mundo católico, es evidente que no
todos los cristianos creen, de una manera absoluta, en el amor de Dios en
toda su vida y en todas sus acciones. La Iglesia será la comunidad de los
que creen en el amor de Dios, de los que se preocupan por los pobres a
condición de encontrar en ella grupos que consagran su vida entera a este
fin bajo una forma u otra. Aquí también podemos decir: "Da amantem et sentit
quod dico"
A veces se da una cierta confusión porque no se distingue claramente entre
carisma y espiritualidad. Utilizando otro diagrama me gustaría explicar lo
que diferencia el uno del otro. De hecho, están estrechamente unidos. Sin
embargo sería útil distinguir algunos elementos conexos.
1.
El carisma es el punto central, la intuición, la inspiración —la visión de
Cristo que subyuga al hombre. Esta intuición central es como la chispa que
enciende la llama en toda una vida. Debe encarnarse en las esferas más
amplias de la ciencia y de la práctica. Así nace de ella toda una corriente
de espiritualidad, portadora de su propio tono particular o de su color.
(1)
Carisma — la visión central o la inspiración. Una manera particular de mirar
a Jesús en el Evangelio, una especial importancia plasmada en el modo de
seguirle, y de servirle en los demás.
(1)
Carisma — la visión central o la inspiración. Una manera particular de mirar
a Jesús en el Evangelio, una especial importancia plasmada en el modo de
seguirle, y de servirle en los demás.
(2)
Espiritualidad fundamental MSC — nace del carisma y está tan estrechamente
unido a él, que no siempre es fácil ver si forma parte del carisma o no. —
v.g.: La Eucaristía, la devoción al Sagrado Corazón, etc.
(3)
Componentes necesarios de nuestra espiritualidad total, pero comunes a
muchos religiosos: consejos evangélicos, comunidad, etc.
(4)
Campo de la libertad personal en la espiritualidad: primero en cuanto toca a
las devociones privadas, v.g.: Santa Rita, San Francisco Javier, etc.
(4a) Segundo, en la manera según la cual vivimos las devociones
fundamentales, como, por ejemplo, la devoción al Sagrado Corazón, y
refiriéndose a la medida que cada persona debe dar a uno de los elementos
esenciales de nuestra espiritualidad, por ejemplo, Nuestra Señora.
2.
Hay unos elementos de una espiritualidad más amplia que por estar tan
estrechamente unidos al carisma, en la práctica, es difícil discernir si
forman parte de éste en verdad, o si más bien son una consecuencia necesaria
del mismo. Esta expresión necesaria e inmediata del carisma, puede llamarse
"espiritualidad MSC fundamental".
3.
Existe una tercera área común a todos los religiosos: los consejos
evangélicos y la vida común. En todo instituto religioso, estos dos
elementos tomarán también una tonalidad particular, ya que son los medios
para dar una respuesta humana y total a la visión inicial y a la
inspiración.
4.
Aún en una comunidad cada persona es única. Cada uno tiene sus dones,
propios de la naturaleza. Estos dones no pueden esconderse sin consecuencias
para la persona. ¿No se ha dicho que existen tantas espiritualidades como
personas? El carisma que compartimos inspirará, pero no quitará la respuesta
individual que se debe dar a Dios. Hay un lugar para la libertad personal.
4a Esta verdad conlleva una aplicación particular e importante en cuanto al
valor dado a los elementos esenciales de nuestra espiritualidad. Uno tendrá
una espiritualidad eucarística más fuerte que el otro, otro dará más
importancia a la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón, etc. .
Que cada uno descubra su propio camino. Nadie puede decir, teniendo en
cuenta estas diferencias, que es más leal que los demás al espíritu del
Fundador.