UN CORAZÓN NUEVO Y UN ESPÍRITU NUEVO de E. J. Cuskelly MSC: Un Amor Fiel, capítulo 7
CAPÍTULO SIETE
UN AMOR FIEL
Hoy en día, la gente se casa y se compromete a que "sólo la muerte podrá
separarnos", y después de algunos años busca el divorcio. También algunos
hacen los votos perpetuos y dejan la congregación. Antes, uno se ordenaba de
sacerdote "para siempre" y ahora se es sacerdote por dos años, diez años o
por el tiempo que uno quiera. ¡Hoy se discute y escribe mucho sobre la
posibilidad de una vocación temporal a la vida religiosa o de un llamamiento
al sacerdocio para un ministerio no permanente!
Esos son hechos. De esos hechos surgen teorías. Se dice que hoy no tiene
sentido prometer fidelidad, pues se puede cambiar tanto, y de hecho se
cambia a merced de las corrientes del tiempo. Se dice: "No sé y no puedo
saber si, dentro de diez años seré todavía la persona que soy hoy en día.
Entonces, ¿por qué proclamar que seré fiel para siempre si hay posibilidad
de que no lo sea? El hombre que soy a los 24 años, ¿será el mismo a los 40?
¿puede un hombre comprometerse realmente a la fidelidad?"
Frente a todos esos hechos de la vida moderna, importa reflexionar
seriamente sobre la fidelidad. La lglesia se ha adaptado. Ha cambiado sus
exigencias. Se ha hecho menos intransigente. Concede más fácilmente unas
dispensas. Entonces, ¿cuáles son las conclusiones que se pueden sacar? En un
retiro que yo daba, un religioso pedía misericordia al Señor por los que
"eran culpables de haber dejado la congregación". No tenemos derecho a decir
eso. No nos toca a nosotros juzgar y tachar de infidelidad a los que
estuvieron con nosotros y que se fueron después de los votos perpetuos o de
la ordenación sacerdotal.
Por otra parte, por el hecho de que la Iglesia concede dispensas no podemos
concluir que ella aprueba y que nosotros deberíamos aprobar esas actitudes.
Actuar por compasión hacia la debilidad no es negar que la debilidad es
realmente debilidad y no fuerza. Si tenemos que evaluar el contenido de esas
actitudes, nuevas no quiere decir que debemos considerarlas como señales de
progreso. Hay gentes que le pegan la palabra "progreso" a todo lo que
cambia. Pero todo movimiento no es necesariamente hacia adelante. No todo es
progreso. Uno puede moverse tanto hacia atrás como adelante.
Si reflexionamos un poco sobre el sentido de la revelación de Cristo y de la
Iglesia, debemos proclamar que hay lugar para la fidelidad —y una fidelidad
de toda la vida— en el matrimonio, en el sacerdocio y en la vida religiosa.
Y tenemos que proclamar bien alto y claro esa verdad. Sabemos todos que la
Iglesia es sacramento de salvación. Ella es signo para siempre del amor de
Dios irrevocablemente dado. En el seno de la Iglesia, el matrimonio
cristiano, tal como lo dice la Carta a los Efesios, es signo del amor de
Cristo. Los religiosos en general y los M.S.C., según su vocación y su
propia declaración, profesan creer en el amor de Dios y querer testimoniarlo
en su vida entera. Entonces invertimos la pregunta: ¿de qué clase de amor
profesamos dar testimonio? ¿De qué amor necesitan los hombres para ser
animados y fortificados en su vida de cristianos? Hay una sola respuesta a
todas esas preguntas: un amor fiel para toda la vida. Hay un aspecto muy
consolador en el amor en el que creemos. Pero también hay un aspecto
provocador. Pensemos en los destinatarios de la Carta a los Hebreos.
Recordemos igualmente a los apóstoles después del drama del Calvario,
después de su abandono y su traición. Sentían necesidad de creer en un amor
fiel para siempre: fiel en el perdón nunca retractado. El Sumo Sacerdote es
fiel y compasivo: fiel a Dios en el cumplimiento de su deber, pero también
fiel ÿ constante en su piedad y su bondad, de manera que nuestros pecados y
nuestras faltas no cambian nada a su amor.
Para dar testimonio de ese amor, no basta un amor de diez años. Pues no
puede ser un Sacramento de la verdad: "Yo te he amado con un amor eterno".
En nuestras Constituciones, el P. Chevalier citaba un texto que tenemos
todavía: como misioneros del Sagrado Corazón, trabajando con los hombres,
los debemos atraer por los lazos de la bondad. Es una cita del profeta
Oseas, el profeta de la ternura y sobre todo el profeta de la fidelidad de
Dios. Es el profeta del amor constante, duradero, ansioso de perdonar y de
reanudar la amistad, sin importar el desprecio y el rechazo de su amor. Hay
que notar bien eso. Pues es fácil y agradable hablar de bondad y de
benevolencia, sonreír y ser ameno con los demás cuando todo va bien, Pero
todo eso es superficial y sentimental si no somos conscientes de que Ia fe
se vive en un amor también fiel, constante y duradero. La Iglesia, y en la
Iglesia algunos son llamados a dar testimonio de ese amor de una manera
particular. Si no la Iglesia no sería Iglesia. Es precisamente en ese amor
en el que creemos. Y precisamente hacemos profesión de ser testigos de un
amor fiel y benévolo.
Una cantidad de ideas modernas está
muy lejos de toda concepción de fidelidad para toda la vida. Con toda
seguridad, esas ideas no proceden de una meditación asidua de las
Escrituras. Por el momento, la moda está en la fidelidad a sí mismo. Es
instructivo y útil saber de dónde viene esa idea, sino nos arriesgaríamos a
extraviarnos en un razonamiento engañoso. Tratemos de ver cómo hemos llegado
a este estado actual. El proceso ha sido largo, y son numerosos los que no
se han dado cuenta sino de una manera vaga, hasta que esa actitud, que se
había infiltrado entre nosotros, se manifestó en pleno día. Veamos algunas
de las corrientes de pensamiento contenidas en ese proceso.
Hay un elemento bien claro, y es la lealtad que se atribuye a las
expectativas (a lo que se quiere ser): para un caballero, la lealtad a un
código o a sí mismo como caballero. Sucede que excelentes pensadores dicen
cosas que más tarde darán lugar a falsas interpretaciones. Así Shakespeare
dijo: "Sé sincero contigo mismo y no serás desleal con nadie". Más tarde, la
fórmula se simplificó: "Sé sincero contigo mismo". Y Tennyson escribió:
"Respeto a sí mismo, conocimiento de sí mismo, control de sí mismo: estos
tres móviles solos llevan la vida a la cima de la potencia". Esas
expresiones, en especial la de Tennyson, reflejaban una actitud muy en boga,
que contiene un doble elemento de lealtad: el primero, "Sé sincero contigo
mismo": fidelidad a sí mismo; el segundo, era uno de los modelos concretos
al que uno debía conformarse si quería ser "sincero consigo mismo": para ser
caballero, o para ser la persona que se quería ser. Había cosas que un
caballero no podía hacer, pues tenía su propio código de conducta. De ahí
resultaba un movimiento muy humanista, con pensamientos parecidos, en
diversos países. En su tiempo, esos diferentes modelos eran un apoyo sólido
a la fidelidad. Y a menudo los mismos eran de inspiración cristiana que, con
el tiempo, fue en parte deformada o "anemia da". Todos esos modelos estaban
destinados a derrumbarse un día, porque llevaban dentro de sí mismo
debilidades llamadas a salir a la luz. Tennyson escribía: "Respeto de sí,
conocimiento de sí, control de sí, esos tres móviles solos llevan la vida a
la cima de la potencia". Chesterton, considerando eso, objetaba y escribía:
"Respeto de sí, conocimiento de sí, control de sí, esos tres móviles solos
harán de un hombre un pedante". Veía claramente que referirlo todo a sí
mismo llevaba en sí una debilidad bien determinada. Cuando los modelos
concretos se derrumban, no queda más que ser sincero consigo mismo. Cuando
el código es desvalorizado, otra vez no queda más que ser sincero consigo
mismo.
Las normas originales propuestas para ser caballero, —o caballero cristiano—
a menudo partían de una inspiración moral cristiana. Pero con el tiempo, los
cristianos dejaron de prestar atención a la voz de Dios que hablaba a través
de esas prescripciones; no todos los cristianos en verdad, pero muchos de
ellos. Ansiosos de un éxito personal y de proyectar una buena imagen social
o religiosa, prestaron oídos a una seudo-conciencia.
En ciertos libros de devoción, por ejemplo "el huerto del alma", se nos
pedía que empleásemos nuestro tiempo en cultivar las flores de las varias
virtudes en el huerto de nuestra alma. Había ahí cierto peligro de
deformación. Las actitudes del mundo a menudo han afectado la perspectiva de
la fidelidad religiosa. Hubiera sido extraño que eso no se produjera porque
vivimos en nuestro mundo y somos condicionados por nuestra cultura, que
sirve para encarnar nuestra fe y nuestra religión. De ahí surgieron varios
interrogantes: "¿Hasta qué punto los cristianos están animados por un amor
vivo? O, ' ¿Hasta qué punto desean un orden justo y están dispuestos a hacer
lo que se debe hacer? El orden justo y lo que hay que hacer muchas veces son
inspirados por motivos muy profundos, pero también se puede vivir dentro de
ciertas estructuras sin motivación profunda. A veces una seudo-conciencia
puede dictar lo que hay que hacer. Así, para ciertos protestantes fumar o
beber no es de cristiano. En los Estados Unidos existe una secta bastante
curiosa que se llama los Amish. Para ellos, los tractores, los carros
(coches) y todo lo que es mecánico no está de acuerdo con la Biblia. Ellos
utilizan caballos y carruajes. No tienen electricidad en sus casas. Su
conciencia de cristianos les inspira ese comportamiento.
Nosotros también teníamos códigos religiosos que no tenían nada que ver con
el Evangelio. "Las religiosas no comen en público"; "los sacerdotes no se
dejan crecer la barba, ni llevan pantalones cortos". Las mismas
prohibiciones alcanzaban a los estudiantes. El código estaba ahí —y dibujaba
la imagen del sacerdote caballero, de la dama religiosa, del buen
seminarista—. Esas prescripciones podían ser inspiradas —a menudo lo eran—
por motivos serios. Sin embargo, muchas de ellas sólo se soportaban. Y
después de la fidelidad a la regla, al código, a una imagen distinguida, el
próximo paso fue reconocer que se vivía en una situación falta de
autenticidad. Todos podríamos dar numerosos ejemplos de esas reglas que ya
perdieron su autenticidad. Sea en el noviciado, sea después, las hallábamos
difíciles. Así los estudiantes no podían hablar con los vecinos del
seminario. Los estudiantes no podían conversar con los hermanos coadjutores,
ni éstos con los estudiantes. Fue parte de ese código que gradualmente
pareció falto de autenticidad, La siguiente etapa fue el malestar nacido de
esa falta de autenticidad, y la correspondiente frustración. Esa frustración
llega a un grado tal, y el malestar es tan grande que ya no se puede
aguantar y viene el abandono. Cuando no existe más que la lealtad a un
código, a una imagen, a una seudo-conciencia, se produce en ciertas personas
el rechazo a la ley, aún a la ley eterna. Entre los que se fueron, algunos
abandonaron no solo el sacerdocio y la vida religiosa, sino también el
conjunto de las prácticas de la vida cristiana.
Y he aquí que cuando se desarrollaba esa situación de falta de autenticidad
respecto a las prescripciones sociales y morales, surgió Sigmund Freud.
Muchos lo acogieron con alegría. Sus ideas del súper-ego, fuente embarazosa
de inhibiciones malsanas, revelaron lo que muchos anhelaban oír:
"liberémonos del súper-ego", dijeron. La norma auténtica fue el "yo" en mi
situación existencial. La autonomía se identificaba perfectamente con el
"Yo" real. La fidelidad a sí mismo era la única fidelidad realmente La
opinión estaba madura para recibir la influencia existencialista, que ha
hecho mucho más para la no-fidelidad de lo que podamos creer. No me refiero
al existencialismo cristiano como el de Gabriel Marcel que rechazaba ser
llamado existencialista; sino al existencialismo simbolizado por Marcuse,
por ejemplo. Hay ahí una ruptura definitiva con lo trascendente, es decir
una fidelidad mística a sí mismo. Marcuse era el filósofo de los hippies. Él
llegó en la era tecnológica con una fuerte crítica a la sociedad burguesa.
Creó lo que se llamó un marxismo existencialista de inspiración freudiana,
proclamó que el hombre debía ser liberado de toda perfección estereotipada,
de la imitación febril de los demás, de sus ideologías, de sus normas, de
sus inhibiciones ascéticas. Es todo eso lo que él llama el "logos".
Hoy, debemos de ser libres para seguir el eros con una espontaneidad
liberada; dejemos de lado toda imitación de los demás, de sus ideologías, de
sus reglas, y entreguémonos sin reservas al instinto de creatividad siempre
en acción. Todo eso lleva a la ruptura con lo transcendente. El resultado es
el hombre que, queriendo saber lo que debe hacer, interroga su espejo que le
contesta: "Sé fiel a ti mismo; sé fiel a ti mismo". Cuando se ha llegado a
ese punto, sucede, y muy a menudo, que uno se dice que para ser fiel a sí
mismo, no puede perseverar en la situación en que se encuentra, en el seno
de una sociedad religiosa que, según su propio juicio, no le permite ser
auténtico. Entonces no existen más posibilidades de diálogo con Dios. El
viejo refrán vuelve: "Soy el dueño de mi destino. Soy el capitán de mi
alma", Esta nueva versión es menos provocativa sin ser menos determinante,
Ahora tengo posibilidades de expresarme a mí mismo. Pero ya no hay más
posibilidad de diálogo con los demás, no hay más vocación común a todos, ni
valores absolutos. No existen más que contactos exteriores, superficiales.
Así como anteriormente el comportamiento del cristiano o del religioso
caballero, la moral legalista, las expectativas burguesas ponían en peligro
al cristiano, así hoy el cristiano no será menos vulnerable a todo lo que
trae el nuevo sistema. Hay mucho de buen sentido en el nuevo sistema, pero
no hemos conseguido todavía hacer la síntesis de la filosofía y de la
teología que combine lo objetivo y lo subjetivo, lo sustancial y lo
existencial.
En este tiempo de transición, un buen número de contemporáneos se siente
atraído por la llamada a la liberación. Las nuevas tendencias son bautizadas
aún antes de su completa conversión, y son bautizadas con nombres cristianos
tales como: participación en la acción creadora de Dios, apertura total al
futuro que el Señor nos reserva, obediencia ilimitada al Espíritu, libertad
de los hijos de Dios, papel profético que debemos desempeñar, etc.
Esa tendencia se ha hecho tan perniciosa que preocupa hasta a algunos
siquiatras americanos. Se publicó un artículo intitulado "Narcissus
redivivus" (Narciso revivido) en el TIME Magazine (20 de septiembre de 1976,
pág. 70). El autor relata que los siquiatras se sienten preocupados por esa
lealtad a sí mismo y esa concentración sobre sí mismo. Un autor llama el
período de los años 70 en que vivimos "la década del YO", la década en la
que todo se concentra sobre el "YO". Es muy importante reflexionar sobre
eso, porque es el clima en que vivimos y en su conjunto puede parecer muy
bueno.
Cuando un hombre ha empezado a caminar en el sendero de la fidelidad
existencialista a sí mismo, fidelidad de toda la vida llega a ser una
preocupación muy vacilante. Si un día se le pide sacrificar lo que le
interesa para cumplir una promesa, ni siquiera tendrá problema de
conciencia. Confesará sencillamente que ese género de vida ya no tiene para
él.
En estos últimos años, en la vida religiosa, hemos Insistido y con razón,
sobre el desarrollo de la persona. Pero el resultado, si se ha hecho con
excesiva insistencia, nos prueba que hemos ido demasiado lejos.
Estoy convencido que muchas dispensas concedidas estos últimos años se
aplicaban a decisiones que, de hecho, no eran verdaderas decisiones. Se
decía: "Sí, voy a hacer los votos perpetuos; acepto el celibato porque en
este momento no hay muchacha buena moza que se interese por mí; pero si se
presenta una a quien yo agrade, podría cambiar mi decisión. Hasta ese
momento, el celibato no es problema. La obediencia, sí, la acepto con tal
que los no me pidan nunca algo que no puedo aceptar. Y la pobreza, con mucho
gusto, con la condición de que lo tenga todo para el desarrollo de mi propia
personalidad". Ni siquiera hay crisis de conciencia porque "es verdad que he
hecho todas esas promesas, pero después la situación ha cambiado: he
encontrado la prenda de mi corazón; he descubierto que la obediencia era
algo difícil; y obedecer, ser pobre no lleva al pleno desarrollo de la
personalidad que debo buscar fielmente". También se dice, por ejemplo: "En
realidad soy otro hombre, soy fundamentalmente diferente del que, en el
pasado, ha prometido fidelidad en el celibato (o en el matrimonio).
Entonces, si tengo que ser fiel a mí mismo, debo ser lógico y poner fin a
ese equívoco o a esa situación falta de autenticidad. Es evidente que el
único medio de terminar con esa situación es considerarme desligado de mi
promesa hecha en el pasado, porque no puedo abandonar lo que es parte de mí
mismo y al mismo tiempo ser fiel a mí mismo". Otra fórmula es: "Si quiero
ser fiel al espíritu de mi promesa (otra vez fidelidad a mí mismo), tengo
que romper con la letra de la misma y por consiguiente romper con la
institución, que es tan impersonal y que no tiene consideración por mi
persona inviolable". Entonces la institución entra en el pleito.
Quién así razona (y hoy son numerosos) no puede descubrir ningún sentido a
un compromiso duradero. A la luz de la nueva imagen existencialista del
hombre, ninguna promesa de ninguna clase tiene valor. " ¿Cómo puedo prometer
fidelidad cuando no sé qué clase de persona seré dentro de diez años? ¿Cómo
puedo saber ahora lo que corresponderá mejor a mi profunda necesidad de
desarrollo y de enriquecimiento personal en los años futuros? ". El estricto
concepto existencialista de fidelidad a sí mismo pone fin a toda fidelidad.
Y, extraña ironía, no conduce al enriquecimiento de la personalidad, sino a
su empobrecimiento, a su inanición, porque destruye todo amor real, todo don
de sí mismo al otro para el bien del otro. Aquí, podemos descubrir
humanamente lo que Cristo nos ha dicho: hay que perder la vida para
encontrarla. Es decir, perder la preocupación de su propia identidad, de su
desarrollo personal, de ser uno mismo, de la satisfacción de sus necesidades
inmediatas.
Puesto que la fidelidad del cristiano, si es vivida en una vocación
especial, nos concierne a nosotros, tenemos que consultar la Biblia. Allí
encontramos numerosas referencias a la fidelidad. Hay una combinación de
palabras que se cita a menudo: "Hesed" “Emet". Los idiomas semíticos no
tienen superlativos para expresar "muy fiel". Ese superlativo relativo de
superioridad se expresa por la repetición de la palabra, y esa forma en
realidad significa: “fiel y fiel". "Emet" se traduce a veces por "fiel" y
“Hesed" por "misericordioso", pero la unión de las dos palabras es idéntica
a la repetición de "fiel". Dios es el "FIEL". Es fiel en su misericordia.
En la carta a los Hebreos encontramos muchos ejemplos de fidelidad, así como
de comparaciones que muestran la fidelidad de Cristo — de Cristo y de
Abraham. Abraham, llamado a sacrificar a su hijo, sube al monte Moriah a
ejecutar el sacrificio de Isaac. Si se considera desde el punto de las ideas
modernas, según la filosofía existencialista, sacrificar a un hijo es cosa
absurda e imposible. Sin embargo, para Abraham era posible porque creía en
Dios. Cristo sube al Calvario como el cordero que va a ser inmolado. Otra
vez es absurdo e imposible. Sí, es verdad; pero el camina con su fe y su
confianza en Dios, en la fidelidad a la voluntad del Padre, aun cuando dice
"por qué me has abandonado". Los dos casos serían absurdos si Dios no fuese
fiel, "hesed" y "emet", fiel por excelencia. Los dos casos serían imposibles
sin la fe en la presencia de Dios, aún en el silencio y el abandono
aparente. Ser fiel es poder continuar creyendo, amando y caminando
siguiéndole a Él. Ser capaz de creer —aún en las tinieblas— en la presencia
de un Dios de amor. Hacemos profesión de creer en el amor de Dios. Esa fe no
es siempre fácil. Tendremos que escalar montañas. Tendremos que hacer
sacrificios personales y entonces —sobre todo entonces— sabremos si hemos
aprendido a creer en el amor de Dios para con nosotros: un amor que es fiel
para siempre.
Si está demasiado influenciado por el clima de la filosofía moderna, un
hombre que cultiva la fidelidad a sí mismo y desea su propio éxito,
quebrantará, en el momento de prueba, la palabra dada. Por el contrario, en
las dificultades, el P. Chevalier nos remitiría a la Carta a los Hebreos.
Los destinatarios de la Carta sufrían persecución y dificultades, que ponían
en peligro su fe y su perseverancia. Entonces el autor les dice: "Tengan
valor! El mismo Cristo conoció la tentación de sustraerse a la voluntad de
Dios frente al sufrimiento y a la muerte. Pero triunfó, y su compasión, así
como su sacerdocio, son eternos. Así se nos enseña la actitud del cristiano
frente al sufrimiento: fijar nuestros ojos en Jesús humillado v doliente,
tentado y victorioso. Sabernos que el Señor nos comprende*' (Cf. C. Spicq),
Ciertamente, es mucho más difícil analizar todo lo que, en la fidelidad,
tiene que ser tomado en consideración. Pero sabemos que la Iglesia y el
mundo necesitan de hombres que crean en un amor marcado por la fidelidad y
así lo manifiesten. Si nosotros, misioneros del Sagrado Corazón, hacemos
declaración explícita de creer en el amor de Dios y de testimoniarlo, nos es
necesario en qué amor
profesamos creer. ¿Qué amor profesamos testimoniar? Si no profesamos
testimoniar del amor de Cristo que es fiel para siempre, somos de poca
utilidad a los hombres de nuestro tiempo. Los apóstoles sentían la necesidad
de creer en un amor fiel. Cuando Judas no pudo creer más, para él la vida no
valía la pena ser vivida. Tenemos que realizar todo lo que necesita la
Iglesia — Cuerpo de Cristo. En el preciso momento en que la fidelidad es
sometida a discusión es cuando estamos llamados a dar testimonio de un amor
fiel, constante, duradero, compasivo y para siempre benévolo.
A los hombres que sufren, se
sacrifican, escalan montañas, no les basta que llevemos un testimonio de
amor por algunos años, cuando todo va bien, una sonrisa agradable, pero que
no puede durar. Hoy más que nunca, los hombres necesitan que se les ayude a
creer. Es por eso que a menudo hay malestar y decepción cuando los
sacerdotes y los religiosos abandonan su vocación.
No es falta de indulgencia ni de comprensión, pero siempre hay desilusión
cuando, en las tinieblas, una luz se apaga, o cuando desaparece un apoyo
para creer en un amor siempre fiel[1].
(1)
[1] (1)
Nota: Este Capítulo se inspira del artículo del P. V. Walgrave,
O.P., "Je promets fidélité" (Prometo fidelidad), en Vie consacrée,
Nov. 1973, pág. 328 y siguientes.