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MSC en el Perú

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Los Comienzos de la Región MSC Peruana en las Memorias del P. Siebers

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Fue aquél 23 de Junio de 1938, en las vísperas de la Fiesta del Sagrado Corazón. Junto con el Padre José Petermeyer  estuvimos  a  bordo  del  buque "Saarland" que había anclado en el puerto de Hamburgo. Los pocos pasajeros del barco ya se habían acostado.

Pero nosotros dos, los primeros Misioneros del Sagrado Corazón que estábamos por salir al Perú no pensábamos dormir. Cada uno de nosotros sentía en su interior que este día significaba un comienzo nuevo en su vida. Fue alrededor de la medianoche cuando el capitán mandó levantar anclas. El vacío entre nosotros y la orilla de la tierra natal se llenó de una profunda oscuridad que parecía querer poner un velo sobre todo lo que nos esperaba a nosotros en las tierras lejanas y lo que iba a suceder en nuestro país durante los años venideros.

La medianoche ya había pasado hace tiempo. Navegábamos por el río Elba con dirección hacia el Mar del Norte. Yo estaba pensando en lo que había pasado los últimos meses: Todo comenzó en el mes de marzo. Yo estaba por salir de la casa de nuestro Seminario en Oeventrop para ir a predicar el sermón cuaresmal en la Iglesia Catedral de Paderborn, cuando me llamó el Padre Provincial Hepers para conversar un ratito conmigo. Entonces, me hizo saber que había previsto que yo viajara al Perú con el fin de tratar de hacer allí una nueva fundación. Los pormenores me iban a comunicar después de mi regreso del servicio en dicha ciudad.

Tengo que confesar que en aquel momento no tenía la menor idea sobre este país de América Latina. Por eso después de la prédica pedí al Vicario de la Catedral que me prestara su diccionario para informarme un poco sobre el "Perú'' que se me presentó como un país lleno de grandes posibilidades, pero donde también nos esperaban tareas gigantes y trabajos difíciles.

Más tarde escuché el motivo de mi sorpresivo designio para viajar al Perú: Las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús se habían comprometido bajo contrato, hacerse cargo de la atención de los enfermos en el Hospital Obrero de Lima, recientemente  construido  por el  Gobierno Peruano Además, estaba previsto que se iban a encargar de atender a niños pobres en la Climática de Ancón. La fecha de la salida de las primeras Hermanas MSC estaba fijada para el mes de Mayo. A ellas les hubiera gustado mucho si también Misioneros de Hiltrup las hubieran acompañado, sobre todo porque no había fundación alguna de los Misioneros del Sagrado Corazón en la parte hispanohablante de América del Sur. En estas circunstancias nuestro Padre Provincial se enteró al comienzo del año, que en Lima iba quedar vacante el puesto del Párroco en la Parroquia de Habla Alemana y que las Religiosas alemanas de la Orden de Santa Ursula que habían fundado hace dos años un colegio de mujeres en la Capital del Perú, estaban buscando a un profesor de Religión. Estas perspectivas fueron suficientes para hacer un intento.  Un motivo importante para la prontitud con que se ejecutó el proyecto fue la impresión negativa del gobierno ateo en Alemania que dejaba prever un conflicto fuerte con la Iglesia y nada bueno para los Religiosos.

Nuestros últimos saludos a los familiares y cohermanos los habíamos encargado al Padre Federico Kaiser quien nos había acompañado hasta el barco. Muy a pesar suyo y nuestro no le fue posible como Ecónomo Provincial darnos más de 10 Marcos. Las disposiciones legales sobre el uso de las divisas no nos permitieron llevar más dinero. Esta suma minimísima era todo nuestro capital, tanto para el viaje como para la nueva fundación en el Perú.

Con cierta ironía prometimos solemnemente a no malgastar nuestros viáticos. El Padre Kaiser nos hubiera acompañado con mucho gusto.  Nosotros le prometimos bromeando hacer lo nuestro para que pueda viajar lo más pronto. A nadie de nosotros se le hubiera ocurrido en aquel momento imaginarse que este deseo se iba a hacerse realidad muy pronto, pues antes de finalizar el primer año de nuestra presencia en el Perú el Padre Kaiser arribó en el Callao.

Nuestro arribo a Lima
Nuestro viaje por el mar demoró exactamente un mes: el 23 de Julio de 1938 llegamos al muelle del Puerto del Callao. E la mañana del día siguiente nos recogieron algunas Ursulinas y Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús; era un día de sol radiante cuando pisamos por vez primer suelo peruano. El primer contacto con la gente peruana fue muy positivo, los trabajadores del puerto nos atendieron con mucha amabilidad y sin hacernos grandes problemas.

El viaje desde el puerto a la ciudad nos ofreció con cada mirada múltiples sorpresas.

Las Madres nos llevaron al convento de las Ursulinas. Después de un cafecito nos sentamos juntos y, con la ayuda de las Madres y de algunos conocidos de ellas, tratamos de analizar en tranquilidad nuestra situación.

En este momento quisiera aprovechar la oportunidad para dar gracias de todo corazón a las Madres Ursulinas y a las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús por todo lo que hicieron por nosotros sobre todo en las semanas dificilisimas inmediatamente después de nuestra llegada al Perú.

Conforme al dicho: "Primero vivir y después filosofar!", nos tocó primero resolver el problema donde encontrar una habitación.  Por algunos días nos recibieron amablemente los Padres Redentoristas que nos dieron alojamiento en su convento del Rimac. De allí salíamos en búsqueda de una vivienda y después de algunos días logramos alquilar una habitación no muy lejos del convento de las Ursulinas. Por un precio bastante módico conseguimos adquirir también un par de muebles usados. Así nos acomodamos en la nueva casa donde pronto nos sentimos a gusto.

Como estaba previsto que el Padre Petermeyer iba a trabajar como Capellán y Profesor de Religión en el Colegio de Santa Ursula aceptamos con gratitud la oferta de las Madres Ursulinas quienes nos invitaron a su convento para las comidas principales.  De esta manera superamos las primeras dificultades.  Algunos días más tarde terminaron las vacaciones semestrales... y comenzó para nosotros el trabajo. El Padre Petermeyer se fue al Colegio Santa Ursula y yo al Colegio alemán en Miraflores.  Aunque en los dos colegios los alumnos de los últimos grados entendían bien el Alemán, era otra la realidad en los primeros años donde no se podía hacer nada si uno no dominaba el castellano. Pero el que enseña, aprende rápidamente, como puede ilustrar el siguiente acontecimiento:

El Examen donde el Señor Arzobispo
Cuando recién nos habíamos acostumbrado a hablar en castellano pedimos al Padre Pedro, un viejo religioso alemán de la orden de San Camilo quien conocía bien al Arzobispo, a fin de que nos ayudara para conseguir las facultades necesarias para el trabajo pastoral. Pero, como nadie había avisado al Señor Arzobispo que nosotros íbamos a venir al Perú, no era suficiente la palabra de recomendación de parte del Padre Pedro para contentar a los miembros del Arzobispado y convencerles que nosotros éramos de veras gente tranquila. Después de algún tiempo, el Padre Pedro vino a visitarnos para anunciar con mucha alegría: "Ahora sí, ya pueden Ustedes obtener las facultades, pero tendrán que dar algún examen, porque así no más no se va poder."  El Padre Petermeyer tomó sus libros y sacó los apuntes del tiempo de sus estudios y sudaba estudiando día y noche para irse entonces bien preparado al Arzobispado a fin de presentarse a la comisión examinadora. Se había preparado para todo, menos para lo que realmente le esperaba. El Señor Arzobispo lo vio subir la escalera y le preguntó si venia para presentarse al examen. Entonces llamó a uno de sus Prelados que estaba pasando por allí y le dijo: "Aquí hay un padre alemán que quiere presentarnos su prédica que ha preparado para el próximo domingo." Y dirigiéndose al Padre Petermeyer le ordenó: "Por favor, Padre José, ya puede Usted comenzar." Este se puso pálido y se olvidó hasta de respirar; pero en seguida se reanimó, subió algunas gradas por la escalera principal del Arzobispado y comenzó a predicar utilizando todas las palabras del idioma español que había aprendido.

Después de más o menos diez minutos el Señor Arzobispo preguntó al Prelado que estaba escuchando: "¿Lo ha entendido todo?" Este le contestó: "Muy bien, su Excelencia." Y entonces el Arzobispo lo confirmó diciendo: "Padre José, le otorgo todas las facultades que Usted necesite." Monseñor Farfán llegó a ser desde entonces un buen amigo de los Misioneros del Sagrado Corazón y le debemos mucho.

Trabajo nunca nos faltaba. Pero, desde el comienzo fue muy claro para nosotros que no podíamos realizar una buena labor pastoral con la gente si no se nos diera una propia parroquia y el respectivo convento. Esta base nos iba permitir aceptar otros trabajos en el interior del país, en el caso de recibir refuerzos de nuestra patria amenazada por el peligro de una inminente guerra.

Nuestra primera meta fue entonces construir esta base. Algunas ocurrencias serán suficientes para ilustrar como nuestros proyectos se desarrollaban poco a poco.

Nuestro primer deseo se cumplió rápidamente: Ya en Diciembre de 1938 llegó el Padre Enrique Lepper y algunos meses más tarde arribaron los Padres Federico Kaiser, Ludgero Steens y Guillermo Vogel. Y aún después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, que al inicio parecía destruir todas nuestras esperanzas, un tercer grupo encontró el camino al Perú: fueron los Padres Juan Leugering, Humberto Kirscht y Bernardo Weber, quienes llegaron en el mes de Abril de 1940.

Por eso alquilamos en Marzo de 1939 una casa más amplia en el barrio de Miraflores, cerca al mar. Allí vivimos casi dos años compartiendo nuestras alegrías y penas. Las horas más turbulentas de este primer tiempo nos trajo la muerte de nuestro cohermano, el Padre Guillermo Vogel, quien falleció víctima de la tifoidea, a solo pocos meses después de su arribo. Y el fuerte terremoto del 20 de Mayo de 1940 nos mostró una vez más que el lugar que habíamos escogido para nuestro trabajo misionero no era en efecto uno de los más tranquilos aposentos de la tierra.

La construcción de nuestro convento propio
Cuando nos visitó en Julio y Agosto de 1939 nuestro Padre Provincial, Conrado Hepers, tomamos juntos el acuerdo de adquirir lo más pronto posible un terreno en Orrantia, un barrio en las afueras de la ciudad, para comenzar con la construcción de una casa propia. La elaboración de los planos de construcción se lo encargamos al Señor Paul Linder quien en tiempos pasados había trabajado como arquitecto en Berlín; y los elaboró con precisión alemana. A comienzos de 1941 nos trasladamos a la nueva casa y poco más tarde pudimos celebrar la primera Santa Misa en la nueva capilla, al comienzo sólo con la participación de algunos vecinos. Pero el número de los feligreses aumentaba rápidamente de manera que nos vimos obligados a promover la construcción de una gran iglesia parroquial que fue consagrada en 1946. Dos años más tarde se construyó en Lobatón, un barrio que formaba parte de nuestra Parroquia de San Felipe Apóstol, la iglesia en honor de Nuestra Señora del Sagrado Corazón y una casa para las Madres.

Con esto se concluyó lo que llamaríamos nuestra base en Lima.

El tiempo de espera, en que a consecuencia de la guerra no había posibilidades para que nuevos misioneros puedan venir desde Alemania, se terminó recién en 1948. Tanto más grande fue nuestra alegría cuando pudimos dar la bienvenida a la "generación postguerra": los Padres José Storck, Federico Krämer y Leopoldo Wesselmann y los Hermanos Clemente Hövelborn, Pedro Schmitt y Bernardo Grahe. Los años siguientes nos trajeron a nuevos colaboradores. En 1949 arribaron los Padres José Budde y Enrique Brylka y en 1950 se hicieron presentes los Padres Fernando Bromma, José Mauermann, Humberto Diedert y Germán Rüschhoff. Los tres últimos recientemente escapados de la cruel persecución en la China comunista vinieron al Perú en búsqueda de un nuevo campo de trabajo.

Una exitosa década
Los nuevos refuerzos recién llegados de Europa nos hicieron posible ampliar nuestro campo de trabajo en la pastoral ordinaria y extraordinaria. La primera década de nuestra presencia en el Perú se caracterizó por una constante inseguridad a consecuencia de la guerra mundial. No sabíamos cuando nos iban a mandar más misioneros por que nuestra Provincia Madre en Alemania había perdido casi todo. Por eso nos esforzamos nosotros mismos en hacer lo que fue posible para un grupo tan reducido. Y por lo menos logramos que en Lima donde nos llamaron también los "Padres alemanes", el nombre de los Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús sea conocido y apreciado. Esto lo logramos precisamente por medio de nuestro trabajo pastoral tanto en las parroquias y labores específicas: como las clases de Religión en las Escuelas de Primaria y en los Colegios de Secundaria, por nuestra labor pastoral con los estudiantes universitarios, por nuestra colaboración en la Acción Católica y nuestros esfuerzos en la renovación litúrgica, por medio de la predicación de retiros espirituales, la edición de revistas religiosas y el dictado de clases en la Universidad. Al mismo tiempo prestábamos nuestros servicios en el campo alrededor  de  la  capital  donde  vivían muchísimos obreros que trabajaban en los grandes centros de producción algodonera y agropecuaria, quienes estaban completamente abandonados en el campo religioso, primero en la Parroquia de Surco y más tarde en la región al norte de la ciudad, entre Lima y Ancón.

Por este avance fructuoso de nuestra obra en el Perú que se desarrolló favorablemente no obstante tantas dificultades debemos dar gracias en primer lugar a aquel que nos envió como Misioneros del Sagrado Corazón para anunciar su amor en América Latina y quien derramó sus bendiciones sobre nosotros a fin de que nuestros trabajos resultaran produciendo buenos frutos. Muchas gracias también a la Provincia Alemana de nuestra Congregación Religiosa que hizo grandes sacrificios para promover la obra misionera en el Perú. Finalmente recordamos también con mucha gratitud a nuestros cohermanos que sacrificaron sus mejores años y fuerzas colaborando en los años pioneros de la fundación.

                                     P. Dr. Bernardo Siebers, MSC