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El Sagrado Corazón de Jesús, autor P. Julio Chevalier MSC: El Sagrado Corazón y el Cielo III, libro 3 cap. 6

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Nota: Al comienzo de la página le ofrecemos los puntos saltantes del capítulo y al final del resumen encontrará los enlaces que lo llevarán inmediatamente al tema que pueda interesarle.

 

Libro III

Capítulo Sexto

EL SAGRADO CORAZÓN Y EL CIELO —III‑
(continuación)

 

Resumen del contenido:
I. Sabemos lo que son los ángeles en el Cielo, y lo que serán los 
cuerpos de los santos, pero, ¿qué sucederá con el mundo material, después de la resurrección general?— Nada será destruido de lo que fue creado.— Es por el Cristo que el mundo existe, y todo lo que es de Cris
to, no perecerá jamás.— Habrá en el Universo cambios de forma, pero no de substancia, lo que producirá unos cielos nuevos y una nueva tie­rra.— Este mundo renovado, alegrará los ojos de los santos y mostrará a Dios en sus obras mejor que hoy. Descripción de la Jerusalén celeste por san Juan.— Tan fascinante como es, está muy por debajo de la verdad.—Dios dará a nuestros ojos una potencia de vista sorprendente, tan mara­villosa como la del microscopio más perfeccionado. Si lo tuviéramos aquí abajo, nuestras piedras más vulgares, ¿no nos parecerían jaspe o zafiro? ¡Y si la luz fuera más intensa!..........

II.  ¿Habrá en el cielo, como aquí abajo, movimientos de astros y vegetación de plantas? ¿Existirán los animales? Autores muy serios lo admiten.— Pruebas que dan para ello.— Este mundo material, elevado a un orden superior, mostrará a Dios en todas partes, más que nunca, en sus bellezas transparentes.— Pero, ¿las plantas, los animales, morirán en este mundo nuevo?— No, responden los autores católicos y teólogos profundos.— Razones que aportan ................

III.              ¿Disfrutaremos con este mundo regenerado? Sí, pues Dios lo ha preparado para estas criaturas.— Es para Jesús primero, y luego para María, y por nosotros todos y para los ángeles.— Multiplicidad de prue­bas que atestan esta verdad.— Se objeta que tales placeres, distraerán de la contemplación de Dios.— Sí, como el retrato de un padre, amadotiernamente, distrae de la persona que representa.— Dicen también, Dios basta, ¿para qué otros placeres?— Sí, pero no le basta a Dios de hacer lo que nos bastaría. En el orden de la naturaleza, como en el de la gracia, ¡ cuántos dones no nos prodiga, sin estar obligado a ello!— Otras objeciones refutadas.— ¿Por qué en el mundo de aquí abajo, tantas be­llezas ocultas, tantas fuerzas desconocidas, tantas magnificencias acu­muladas, y que jamás podremos disfrutar?— ¿No será acaso, que habien­do sido hechas para el hombre, llegará finalmente el día en que las co­noceremos y disfrutaremos, para glorificar a su Autor?...

 

I. El mundo material después de la Resurrección General y su transformación

II. Sobre el mundo vegetal y animal

III. Disfrutaremos del mundo regenerado

NOTAS DEL CAPITULO SEXTO DEL LIBRO TERCERO

 

 

I. El mundo material después de la Resurrección General y su transformación

Después de la resurrección general, ¿qué sucederá al mundo material? Que debe existir eternamente, lo dice la Escriturar : "Dios ha fortalecido el globo de la tierra, y no será debilitado.2" "Es para la eternidad, Señor, que vuestro Verbo Encarnado per­manece en el Cielo,3" y en efecto: "Dios no aborrece nada de lo que hecho"4; al contrario, es por amor que lo ha creado todo; el átomo tan minúsculo, lo ha amado como al ángel, con un amoreterno.5 ¿Cómo lo aborrecería después de haberlo creado? Y laaniquilación, sería el odio por excelencia: el amor hace al ser; sólo el odio lo suprime.

Este átomo, por lo demás, es una palabra de Dios, palabra es­crita. Y si tenemos microscopios bastante potentes para estudiar las profundidades, ¡ cuántas cosas nos dirían! ¡Y Dios borraría es­ta palabra! ¿Por qué? Que yo tache una palabra por inútil o inexac­ta, se comprende; pero Dios, ¡ no! Dios no tiene nada que borrar; lo que dice está bien dicho, y está dicho para la eternidad.

Y añado, (y esta razón es la mejor, aunque a primera vista no lo parezca), que es por el Cristo que el átomo existe, igual que los soles y los ángeles!6, y tan lejanos como puedan estar esas relacio­nes desconocidas, bastan para proteger al átomo contra el aniqui­lamiento.7 ¿Es que nuestro corazón no ama todo lo que toca su corazón? ¡ ¡Y no son sólo los vestidos de los seres difuntos que quisiéramos guardar para siempre, sino todo lo que les ha servido!!

¿Qué no será el amor en Dios, si tal es el amor para nosotros?

No temas, pues, humilde átomo, imperceptible grano de polvo en los bordes de la nada, en donde Dios te ha puesto; no temas, no. Aunque el abismo sin fondo está cerca de tí, tu no caerás nunca en él. Tú eres de Cristo, y todo lo que es de Cristo, no perecerá nunca.8

No obstante, David dijo que "los cielos mismos, perecerán". Es verdad. Pero explicando esta afirmación, añade: "Vos los cam­biaréis, Señor, como un vestido, y quedarán cambiados.9 " Es una destrucción de forma, no de substancia lo que anuncia; como aquí: "Los cielos de hoy y la tierra están reservados para el fuego, para el día del juicio y de la perdición de los impíos... El día del Señor vendrá como un ladrón, y entonces los cielos pasarán con gran rapidez, como una tienda ligera que el huracán arranca; en­tonces los elementos serán disueltos por el calor, y la tierra y las obras que en ella están, serán quemadas.10

Esto será la purificación general del universo, "sometido a pe­sar suyo a la vanidad" y que liberado de la servitud de la corrup­ción, conseguirá la libertad de los hijos de Dios11; pues, "noso­tros sabemos, dice san Pablo, que toda criatura gime y está de par­to hasta la hora presente".

Este dar a luz que se prepara, es el de un mundo nuevo. "Se­gún la promesa de Dios, dice san Pedro, esperamos unos cielos nuevos y una nueva tierra, en los que habite la justicia.12

¿Cuáles serán estos cielos nuevos y esa nueva tierra? Solo Dios lo sabe. Pero tenemos algunas conjeturas razonables, que parece nos pueden satisfacer.

"Es por el hombre que todos los cuerpos fueron creados,13" dice santo Tomás. Y después de la resurrección, si no sirven ya para nutrir o defender nuestra vida, que desde ahora ya está indefecti­ble, a lo menos darán gozo a nuestra vista, mostrando a Dios en sus obras." Nuestras almas, en efecto, verán a Dios cara a cara; pero nuestros ojos materiales no teniendo esta perspicacia y poder, Dios les dará en el mundo renovado, un espectáculo y una especie de in­demnización igualmente dignos de El.14

"Harán falta, dice santo Tomás, que además del cuerpo de Cristo y el de los bienaventurados, también los otros cuerpos reci­ban de la bondad divina una influencia más grande (una efusión más perfecta), que sin cambiar su especie, les añada la perfección de una cierta gloria.15

Lo que serán la grandeza, el esplendor, la belleza de esta gloria, podemos deducirlo del hecho que esta gloria será para nuestros ojos, lo que para la inteligencia será la visión intuitiva; en otros tér­minos: cuanto más esta visión rebase el conocimiento intelectual que tenemos de Dios, tanto más la revelación de Dios por el mun­do transformado, rebasará la revelación que tenemos en el mundo de hoy.

Sin duda, no será según santo Tomás, "que los cuerpos insen­sibles hayan merecido esta gloria; sino que el hombre ha mere­cido que esta gloria fuera conferida a todo el universo porque es allí que hay un aumento de su gloria, como el hombre merece que su vestido reciba una decoración, que ciertamente no es su vestido quien la ha merecido.16

Es en el mismo sentido que un autor escribe: "Los cielos se­rán renovados para representar la renovación y la gloria de los san­tos.17

Ya que, creado para el hombre, el mundo material vino a me­nos con él; restaurado, reparado con él, elevado incluso al orden sobrenatural, ¿cómo podría ser que no fuera con él eternamente glorificado?

Lo será pues, y habrá proporción entre la gloria del mundo ma­terial y la de los santos como entre la dignidad de un personaje y las insignias de que está revestido.

¿Y quién podrá describir la gloria de los santos y la magnificen­cia de sus cuerpos resucitados?

El gran autor español, Luis de Granada, tiene el mismo pensa­miento en su Guía de Pecadores. Después de una descripción mag­nífica de las magnificencias de la tierra, escribe: " ¿Y cómo será las del cielo? Pues esta tierra es la tierra de los que mueren y el cie­lo de los que viven; aquí los pecadores, allí los justos; aquí los hombres, allí los ángeles; aquí los que combaten, allí los triunfado­res; aquí, en fin, amigos y enemigos, allí, sólo los amigos y los ele­gidos. Y los habitantes de aquellos lugares, siendo tan diferentes, como lo serán los lugares mismos, pues Dios pone siempre la ar­monía entre los lugares que crea y los que los habitan." (Lib. I, cap. 9).

Estos pensamientos son muy justos, entendidos con santo To­más, del hombre en general; pero lo son todavía más, si en lugar del hombre, simple criatura, se considera al hombre por excelen­cia, el Hombre-Dios! Lo hemos dicho, y lo repetimos: y nunca lo repetiríamos bastante.

Es por el hombre-Dios que todo fue hecho, los cuerpos lo mis­mo que los espíritus; es para El antes que nada, que ellos deben ser un vestido de honor, expresando, representando su divinidad; ¡y qué dignidad la suya! Y sus ojos materiales, no pueden igual que los nuestros, ver a Dios cara a cara. Es para ellos sobre todo, para compensárselo, que Dios prepara este espectáculo del mundo rege­nerado. ¡Cómo será pues este espectáculo preparado para tales ojos, por una potencia tal y un tal amor!

Por eso san Juan que vio en un éxtasis la Jerusalén celeste, no sabe qué términos emplear para describir su magnificencia.

"Yo, Juan, vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén bajando del Cielo, de la presencia de Dios, preparada como una esposa adorna­da para el esposo.18"

"... Brillaba con la claridad misma de Dios. Y su luz parecía una piedra preciosa, como una piedra de jaspe; brillaba como el crista1.19 "

"... Y el muro que la rodeaba estaba construido de piedra de jaspe; y la ciudad misma era de un oro tan puro como el vidrio transparente".

"... Y los fundamentos del muro de la ciudad, estaban ornados de toda la clase de piedras preciosas.20

Y el vidente, habiendo descrito toda esa variedad de piedras preciosas, añade que "las doce puertas estaban hechas de doce per­las, cada puerta formada por una perla.21"

Y por desbordante que sea para la imaginación, esta descrip­ción nos impresiona poco. ¡ Qué diría yo! Es precisamente porque nos abruma, que nos deja fríos: pensamos que todo son alegrías, figuras: poesía, ¡ manera de hablar! Y como por ignorancia, casi lo tratamos como un cuento oriental.

Pues bien, no es sólo vana poesía, una piadosa exageración. ¿Qué puede haber de vano o exagerado en la palabra de Dios? De ninguna manera, esta página ni siquiera está a la altura de la reali­dad y de la verdad; pues Dios se sirve del lenguaje humano y este lenguaje es incapaz de pintar las realidades divinas, pues le faltan los colores.

Y sin embargo yo diría, para que apareciera tal como lo ha descrito san Juan, ¿es que precisaría que el mundo actual sufrie­ra una transformación tan completa y tan profunda? Ni mucho menos; acaso bastaría que lo miráramos con más detención.

¡Y me explico! ¿Qué hay de menos resplandeciente que una telaraña? Pero coged un microscopio que lo amplía centenares de veces; y se os presentará como un tejido de plata y de perlas.22

¿Se podría negar que Dios puede dar a nuestros ojos la poten­cia de ver, sin microscopio todo eso que el microscopio nos mues­tra?

¿Qué es lo que sería el mundo de hoy para la persona dotada de esta vista maravillosa? !Nuestras piedras más vulgares, nos pa­recerían jaspe y zafiro!

¿Y si la luz se volviera más intensa?: Una comparación. Nos encontramos en una catedral al amanecer; las vidrieras ya son magníficas con los primeros rayos del día; ¿pero cómo serán a la luz del mediodía?

Y Dios nos dice por Isaías que en este mundo nuevo, "la luz de la luna será como la luz del sol y la del sol siete veces más grande, como la luz de siete días" reunida, condensada en uno solo.23

Bastaría con esta luz para transformar el mundo.

No intentemos, pues, limitar nuestros pensamientos a las des­cripciones de san Juan, y creamos que la realidad las rebasará con mucho y que en este mundo tan bello, nada lo será más que la sim­plicidad misma de los medios empleados por Dios para embellecerlo.

II. Sobre el mundo vegetal y animal

Pero, ¿habrá en este mundo, como en el actual, movimiento de astros y vegetación de plantas? ¿Existirán los animales?

Santo Tomás lo niega. Según él, esta organización del mundo está motivada por la corruptibilidad de nuestro ser; y como resu­citaremos incorruptibles, no tendría razón de existir.24

Sin embargo, muy graves doctores admiten lo contrario. "Des­pués del juicio y la purificación del mundo por el fuego, la tierra, dicen ellos, estará de nuevo revestida de las maravillas de la vege­tación y de otras, que hoy día la embellecen, y esto por la belleza del mismo mundo y para satisfacción y gozo de los santos y de los niños muertos sin bautismo.25

¿No es por esto, sino más bien por una metáfora simple, que la Iglesia llama paraíso a un lugar que está siempre verde? Semper verentia et amoena loca paradisi.26

Ciertamente, la organización presente del mundo no tiene por objetivo nuestra vida corporal y de substituir, con generaciones nuevas, las que han desaparecido. Es además una revelación de Dios. Bossuet dice de la naturaleza que no pudiendo conocer todo lo que puede, intenta "presentársenos para que la conozcamos mejor, y para hacernos conocer a su divino Autor. Es por esto que despliega a nuestra vista con tanta magnificencia, su orden, sus di­versas operaciones y sus adornos infinitos. Ella no puede ver, pero se exhibe; ella no puede adorar, pero nos inclina a ello y ese Dios que ella no escucha, no nos permite a nosotros que le ignoremos.22

Y la visión intuitiva no volverá inútil esta revelación de Dios por la naturaleza; al contrario, lo hemos dicho ya, y lo enseña san­to Tomás: nuestros ojos, no pudiendo contemplar la esencia divi­na, la vista de Dios, a través del mundo transfigurado, será para ellos como una compensación.

La cuestión, pues, es esta: ¿el mundo en reposo sería más ca­paz de revelar a Dios, que el mundo en movimiento? Pero ese mundo petrificado, ¿es que no sería la muerte, la muerte eterna? ¡Sería tremendo! ¡Ni una hoja agitada, ni una flor que se abre! ¡Ni un pájaro en el aire, ni un pez en el agua! Estos seres habrían desaparecido del mundo; o acaso, ¿es que se nos presentarían sólo como fósiles, o como plantas, o animales esculpidos o pintados co­mo los de Altamira?

Pues bien, este paraíso celeste, sería menos bello que el paraíso terrestre, menos bello con seguridad que nuestra tierra actual; y esta "influencia tan grande de la bondad divina, que debe, según santo Tomás, añadir al mundo material una belleza más grande dentro de una perfección mayor", esta influencia le suprimiría, por el contrario su perfección capital, que consiste en expresar en su vida, algo de la vida divina.

Yo prefiero mucho más imaginarme el mundo de entonces, or­ganizado como el de hoy, ¡pero en su perfección suprema! Remi­niscencias de pecado, inexistentes; nada de fealdad ni maleficen­cia en los seres; cada planta, cada animal siendo lo que tenían que ser, ¡poseyendo todos sus encantos y sus facultades! En una pala­bra, el paraíso terrestre universal, pero más bello, elevado a un orden superior, o sea, mostrando a Dios por todas partes, más que nunca, en sus bellezas transparentes!

"Al mismo tiempo que verán a Dios tal cual es, dice el abate Moigno, 28 los elegidos verán en Dios las maravillas de la crea­ción". Estas leyes admirables que rigen a los seres, las veremos creadas, mantenidas, aplicadas y combinadas por Dios, y com­prenderemos lo que Dios intenta decirnos de sí mismo, con ello. Leeremos este magnífico poema de la creación, del que sólo dele­treamos algunas palabras, entonces lo leeremos totalmente, comprendiendo el significado de cada frase y la profundidad de cada palabra.

III. Disfrutaremos del mundo regenerado

Acabamos de esbozar algunos rasgos del mundo futuro. Des­pués de los ángeles, tan numerosos, tan hermosos, todos diferentes, hemos contemplado los santos, innumerables también esplendorosos en la belleza personal de sus almas y de sus cuerpos; espectáculo magnífico embellecido mil y mil veces por la presen­cia de Jesús y de María; de María, bella como la luna, de Jesús, sol incomparable, resplandor del Padre, fuente y tipo de todos los esplendores celestes.

Luego, volviendo nuestros ojos hacia el mundo material, he­mos indicado algunas de las bellezas de que estará revestido.

Si ahora abarcamos en una mirada este maravilloso conjunto, nuestros ojos quedan cegados, nuestra imaginación abrumada. ¡Qué espectáculo! ¡Los ángeles!... ¡los santos!... ¡el mundo mate­rial transfigurado!... ¡número incalculable!... ¡indescriptible varie­dad!... ¡unidad perfecta!... ¡belleza sin nombre!... Sí, de verdad, el alma se pierde.

! Digamos desde ahora cómo disfrutaremos del espectáculo!

Pero, ¿es que hay necesidad de decirlo? ¿Se puede dudar de ello, es discutible? Ciertamente no... Sin embargo, hay quien lo ha puesto en tela de juicio. ¿Juan Jaime Rousseau no hace decir a un sacerdote, que "la inmensidad, la gloria, todos los atributos de Dios, serán el solo objeto en que estará ocupada el alma de los bienaventurados; y que esta contemplación sublime borrará todo otro recuerdo, que uno ni se verá en el cielo y que ante esta visión embelesadora, no se pensará más en nada terrestre?29

¡Y cuántos sermones, y meditaciones sobre el cielo, que pare­cen fomentar estas ideas!

Pues bien, estas ideas son falsas y hay que demostrarlo. Lo cual no es difícil.

Para empezar, ¿este espectáculo del mundo futuro, para quién lo ha preparado Dios? Si no es para nosotros, es para El. ¿Y qué representan estas bellezas acumuladas? Aunque fueran mil y mil veces más grandes, son sólo creadas, por lo tanto finitas; ¿y "qué es la belleza finita para la que es infinita?"

No, Dios es para sí mismo, el solo espectáculo digno de El. Y esas magnificencias del mundo futuro, es para las criaturas que las ha preparado. Para Jesús primero y para María y luego para noso­tros y los ángeles. — Primero, pues, para Jesús mismo:

1).-       A la verdad, ¡qué títulos no tiene Jesús para ser acreedor de las recompensas divinas! Por El y con El, todas las criaturas rin­den a Dios un homenaje infinito y esto gracias a su humanidad. Colocando ahí al Hijo, por debajo del Padre,3° ella permite al Hijo, adorar al Padre; y además, resumiendo toda la creación,31 ella se convierte con el Verbo una adoración divina.

Aún más, esta creación que Dios había hecho tan bella, el pecado la manchó, la profanó. ¿Quién lavó esta mancha y reparó esta profanación? El Verbo con su humanidad, ¡ y al precio de qué sufrimientos!32

¿Qué no hará nuestro Dios para recompensar esta humanidad santa, adoradora y víctima? Imposible que recompense al Verbo, puesto que siendo Dios no puede nada recibir; pero esta humani­dad, ¡qué dicha para Él, el de poder beatificarla cuerpo y alma! No temamos que desperdicie ninguna oportunidad. El es "El Se­ñor que remunera y devuelve siete veces más.33" Colmará, pues, a esta humanidad querida de todas las beatitudes. Se mostrará a ella, en sí mismo y en sus obras, de todas las formas en que pueda ser visto. De ahí esa visión intuitiva en la que el alma de Jesús estuvo siempre sumergida; de ahí, lo hemos dicho ya, todas las bellezas del mundo regenerado. Los sentidos de Jesús son impo­tentes, como los nuestros, de percibir la naturaleza divina, es una consecuencia inevitable de su propia naturaleza.34 Pero esta natu­raleza bendita, sabrá siempre conseguirlo a través de sus obras. Los ojos de Jesús, entristecidos antaño por espectáculos tan dolorosos, sus oídos desgarrados por tantas blasfemias, su carne y todos sus sentidos saturados de dolores inenarrables, encontrarán en el uni­verso regenerado, alegrías inenarrables.

2).-    Y después de Jesús, María. "El orden de la naturaleza, ha sido instituido para el orden de la gracia. Y siendo María la Madre de Jesús, es por Ella que se nos ha dado un Redentor y nos han sido transmitidas todas las gracias de la Redención, cuya fuente es el Sagrado Corazón. Ella es pues, también Ella, la causa final de la creación. Es decir, que el fin del universo es el Cristo, su Madre y los Santos, o si se quiere: el mundo ha sido hecho para que los Santos reciban la gracia por el Cristo y por María.35"

De ahí, esta aplicación que la Iglesia hace a María, de las pala­bras dichas por Dios mismo sobre la sabiduría encarnada: "El Se­ñor me poseía desde el principio de sus caminos.36 " Esos caminos de Dios, son las obras exteriores y el comienzo es el primer pensa­miento y su objetivo último es la Encarnación. Y en este comien­zo, en este pensamiento de la Encarnación, María se encuentra ya inserta como Madre del Verbo Encarnado.

Así pues, en el mundo regenerado, es decir, reparado, acabado, finalizado, María será la Reina y Señora de todo. Ella lo es desde ahora, pero entonces aparecerá en toda su gloria; y nosotros vere­mos que es por Ella, después de Jesús, que Dios hizo el mundo tan bello; para deleitar sus sentidos, y por ellos, llegar y alegrar a su alma, embelesada ya en la visión beatífica.

¿Y quién ahora podría creer que Jesús y María gozando del mundo regenerado, los ángeles y los santos, no lo pueden disfrutar? ¿Y eso? ; Jesús, María verían, escucharían y ¿nosotros no veríamos, no escucharíamos nada? Esta suposición no puede ni concebirse seriamente. Los ángeles y los santos, que no son más que uno con Jesús y María por la gracia y por la gloria, nosotros sere­mos, nosotros también reyes del mundo; este universo transformado será nuestro palacio y el placer que ya no podrá ser un peligro, nosotros disfrutaremos, cuerpo y alma, de inenarrables placeres.

Por lo demás, ya lo hemos visto: "Todos los sentidos, dice san­to Tomás, quedarán recompensados en los bienaventurados, co­mo serán castigados para los réprobos.37 " Y si nadie pone en duda los castigos físicos de éstos últimos, ¿cómo podríamos poner en duda las satisfacciones físicas de aquellos?

Alguien podría decir, que esos goces tan diversos, podrían dis­traer de la contemplación de Dios. ¿Es posible? ¿Acaso los retra­tos de un padre y de una madre, impiden pensar en los seres queri­dos que representan?

Ya es hora de comprender que en el cielo todo estará en orden, es decir, que la voluntad de Dios se cumplirá perfectamente. Y si su voluntad es mostrarse a nosotros por las criaturas, nosotros le veremos realmente en ellas; y nadie podrá distraernos de El, es de­cir, que todo conducirá a Él, como el sentido conjunta todas las palabras de una frase.

Que aquí abajo, a menudo, los placeres de los sentidos nos des­vían de Dios, es una aberración y una ceguera, consecuencias del pecado. En que nosotros no comprendemos el lenguaje de las criaturas, que por sí mismas claman de ir a Dios; pero en el Cielo, con el pecado desaparecerá todo desorden, e iremos a Dios como el río inexorablemente se orienta hacia el mar.

Puede que presenten otra objeción: Dios basta, ¿por qué otros placeres? ¡0h!, es verdad que Dios puede bastar para la sa­tisfacción eterna de nuestras inteligencias y nuestros corazones; nadie lo puede poner en duda. ¿Pero cuándo le basta a Dios, ha­cer lo que es suficiente? En el orden natural, ¿no hay muchas criaturas ahora, animales y plantas, de las que nos podríamos pa­sar? ¿Hacen falta tantas flores, para recrear nuestra vista? ¿Tantos perfumes, para deleitar nuestro olfato? Esta variedad de sabores en nuestras bebidas y en nuestros frutos, ¿no es acaso una profusión que de verdad no era indispensable? Y en el orden sobrena­tural, es que una lágrima de Jesús, ¿no bastaba para salvar al mun­do? ¡Y vertió su sangre hasta la última gota! ¿Cuántas gracias acu­muladas sobre nosotros todos los días y cuya inutilidad prueba bien que no eran necesarias? Y Dios se contentaría en la gloria de darnos sólo suficiente, ¡y este suficiente sería El mismo! Libre como es de multiplicar sus dones, sin temor a la ingratitud, ¡cómo podría ponerles límites! ¡No! ¡No! Nuestro corazón, el nuestro, no dice jamás: ¡ Basta ya! cuando se trata de dar a los que se ama, ¿cómo podría Dios ser menos generoso? "Por naturaleza y por há­bito, escribe Mons. Gay, Dios tiende siempre a dar alegrías a sus pobres criaturas!38 " Es así, lo ha sido siempre y lo será para toda la eternidad.

Pero algunos pueden decir que aquí abajo, cuando Dios se muestra a un santo, enseguida todos sus pensamientos, sus afecciones, toda la vida de este santo se concentra y queda absorbida en Dios. Le habláis, y no os oye;lo tocáis y no siente; está fuera de sí totalmente. A veces su cuerpo se eleva de la tierra, en la levita­ción, sustraído a las leyes de la gravedad. Es el éxtasis; y el cielo, será un éxtasis eterno.

Sí, pero en un sentido diferente, el éxtasis, el arrobamiento, es el estado de un ser fuera de sí mismo, en reacciones que no son de la naturaleza, (nunca saldremos de la naturaleza, eternamente sere­mos seres humanos), pero fuera del estado, de la manera de ser que le conviene en el momento actual. Ver a Dios, por ejemplo, ver un ángel o un santo canonizado, es algo que no corresponde al tiempo actual, que convenga a nuestra vida de prueba tal cual es;

así esta visión sale de sí misma, de las condiciones presentes, a aquellos que son favorecidos.

Pero en el Cielo, ver a Dios, sus ángeles y sus santos, será co­mo aquí en la tierra, vernos los unos a los otros. Esta visión cons­tituirá entonces nuestro estado permanente; estado sobrenatural, es cierto, porque habremos necesitado de la gracia para conseguirlo y la gloria, para establecernos en él de un modo definitivo; pero un estado, que entonces será necesario a nuestra naturaleza, y tan necesario que fuera de él, caeríamos muy por debajo de nuestra naturaleza.

En el Cielo, pues, la visión de Dios no tendrá nada de extraor­dinario para nosotros; al contrario, será dentro del mismo orden; e impregnados de esta luz, nunca jamás seremos alejados de ella por nuestros sentimientos personales, como el pez arrojado de la ori­lla dentro del mar.

En el Cielo, Dios será nuestro elemento; nada fuera de El po­drá distraernos, ni nada en el absorbernos; pero gozando entonces plenamente de este don, hoy tan raro, de la perfecta libertad de espíritu, veremos a Dios en todo y lo veremos todo en Dios.

Tal vez tenemos ahora la respuesta a esta cuestión: ¿Por qué en el mundo hay tantas bellezas ocultas, tantas fuerzas desconoci­das? ¡Mirad el mar, su extensión, sus abismos! ¡Cuántos seres se albergan en él! Entre sus olas, ¡ qué fauna, qué flora! Y en cada uno de esos seres, ¡ cuántas magnificencias acumuladas! ¿Qué di­go? En una gota de agua, ¿no existen maravillas sin nombre?

¡Todo esto es para el hombre, se me dice! Es verdad, pero no para el hombre de aquí abajo. Que pueda y deba, ese viajero de un día, estudiar las magnificencias sembradas en su camino, ¡sí! ¡Pero eso no es nada! ¿Qué sabemos nosotros? ¿Cómo lo sabemos? ¿Y por qué esta profusión de maravillas ignoradas, si no es preci­samente porque no lo serán indefinidamente y un día las conoce­remos?

Mientras que trabajamos para saber poco y mal, los ángeles y los santos ya lo contemplan. Sin fatiga ellos ya en lo que noso­tros buscamos, y tal vez, en nuestra búsqueda, ellos nos ayudan, como los amigos de un ciego, que al verle marchar a tientas, ale­jan silenciosamente de su paso los obstáculos y ponen en su mano lo que necesita para dirigirse.

Sea lo que sea, un día nos uniremos a ellos, esos sabios de la eternidad, tan sabios que el mismo título, tan glorioso aquí, no les podría ser aplicado seriamente, de tanto rebasa su ciencia a nuestra ciencia y nuestros términos. Nos uniremos a ellos y con­templaremos con ellos; y entonces veremos que todas las mara­villas creadas estaban preparadas por Dios para ser, con El mismo, el objeto inagotable de nuestras alegrías eternas.

Y digo: CON EL MISMO, pues por grande que parezca la di­cha débilmente intuida en las páginas precedentes, no será sin embargo una dicha accidental. Lo hemos estudiado todo primero, porque es más fácil de comprender, ¡ pero es sobrepasado mucho más por la dicha esencial! Esta dicha, es la visión intuitiva, de que ahora nos ocuparemos.

 

NOTAS DEL CAPITULO SEXTO DEL LIBRO TERCERO

1.    Estas palabras son de Com. a Lapid.: Scriptura mundum dicit fore aeternum. Como sobre la 2a Epist. de san Pedro 3, 12 y 13. Y el sabio comentarista da como prueba los textos que citamos.

2.    Salmo 92, 5.

3.    Salmo 98, 89. — Se objeta bien a sí mismo los textos que citaremos más adelante: "Los cielos perecerán", etc. Pero los concilia con los precedentes diciendo que los cielos serán renovados, no en su substancia sino en su cualidad.

4.    Sabiduría 11, 25. "Vos amáis todo lo que existe y no odiáis nada de lo que habéis hecho".

5.    Jerem. 31, 3 — "Es con amor eterno que yo os he amado; por eso os he traido porcompasión de la nada a la vida". Palabras verdaderas para todos los seres.

6.    Colos. 1, 16 — "Es en El (en el Cristo) que todas las cosas fueron creadas en los cie­los y sobre la tierra, las cosas visibles y las invisibles, sean Tronos, sean Dominacio­nes, sean Principados, sean Potestades; en El y por El todo ha sido creado."

7.    "¿Quién atrae esos torrentes de amor hacia la creación? Es evidentemente Aquél por quien ella fue concebida, detenida en el plan divino, sacada de la nada, y por quien ella debe ser divinizada". (El abate Pin, Jesús-Christ dans le plan divin de la creation, p. 160.

8.    Santo Tomás da como motivo de la renovación del mundo, el amor natural que el hombre siente por este mundo. — "Todo animal, dice él, ama aquello que se le pa­rece. De donde se deduce que la semejanza es la razón del amor; pero el hombre tiene cierta semejanza con el universo, es por eso que se le llama: un mundo peque­ño... Así el hombre ama naturalmente el mundo entero y así, para satisfacer el deseo del hombre, el universo debe ser mejorado (y con mayor razón aún conservado)." Somme, supplem., q. 91, art. 1).

No podría darse del hombre una idea más grande, ni de Dios una idea más conmo­vedora. iElevar al mundo a un estado más perfecto para satisfacer un deseo del hombre! i Qué buen Padre es el Todopoderoso! Credo in unum deum Patrem Omni potentem. — Aplicadas a Jesús, esas palabras de s. Tomás son aun más bellas. Como hombre, Jesús tiene todas las afecciones del hombre, ama más que nadie, el univer­so entero; y desea su conservación y elevación a una perfección más alta, y es para satisfacerle, a El, el hombre por excelencia, que Dios hará las maravillas de que ha­blamos.

9.  Salmo 101, 27.

10.   2a Pedro 3, 7.10).

11.   Rom. 8, 22.

12.   2a Pedro 3, 13.

13.     Somme, suppl. q. 91, art. 1.

14. Los santos verán a Dios inmediatamente en su esencia. Pero esta visión esencial, el ojo de la carne no podrá conseguirla; así pues, para que tenga la visión divina y con ella el gozo que ansia, verá la divinidad en sus efectos corporales. Tendrá en el cuerpo una manifestación de la divina majestad, sobre todo en la carne de Cristo, después en la de los bienaventurados y finalmente en todos los otros cuerpos. Hará falta por lo tanto que los otros cuerpos reciban de la divina bondad una in­fluencia más grande (que la de hoy), no para cambiar su especie, sino añadiendo una cierta perfección de gloria; y esto será la renovación del mundo. (santo Tomás, Somme, supplem. q. 91, art. 1).

15. Citado más arriba.

16.  Somme, pplm., q. 91, art. 1, ad 5.

17. Oecumenius, citado por Corn. a Lap. Comment. a 2a Epist. Pedro, 3o, 13.

18. Apocalip. 21, 2.

19. Apocalip. Id.

20. Id. Id. 18-19.

21. Id. Id. 21.

22. Es una de esas innumerables diferencias que ponen a las obras de Dios tan por enci­ma de las obras de los hombres. ¿Qué son ellas, nuestras obras, vistas al microsco­pio? Las de Dios, en cambio, parece que las embellece. Sin embargo, no embellece unas para desfigurar a otras. Las muestras mejor, eso es todo.

— ¿No es esto lo que insinúa el texto sagrado: "Nada más admirable que las obras del Todopoderoso; son gloriosas sus obras, están ocultas y no se las ve". Ecclicus. 11, 4). Es como decir que las maravillas conocidas en la naturaleza, ocultan otras más grandes todavía, y que ni sospechamos. En el mismo libro se dice (cap. 4, 21), que Dios pondrá delante del justo, sus secretos al desnudo, y acumulará sobre él te­soros de ciencia. ¿Qué no hará con los justos glorificados?

23. Isaías, 30, 26.

24.  Somme, Supplem., q. 31, art. 2 — Más lejos, art. 5, dice de los animales y las plantas que no teniendo relación alguna con el estado incorruptible, no subsistirán en el mundo regenerado.

25. Estas palabras son de Guillermo de París, citado por Dionisio el Cartujo, a su vez ci­tado por Corn. a Lab. (Commentaire sur la 2a Epit de s. Pierre, 3, 13). Cornelio cita aún otros autores que sienten lo mismo, entre ellos Pico de la Mirándola y s. Anselmo, de quien aduce este pasaje: "La tierra, que calentó en su seno el cuerpo del Se­ñor, será toda entera un paraíso; y porque ella fue regada con la sangre de los márti­res, estará siempre embellecida de flores fragantes, de rosas y violetas" — "No obs­tante, añade Cornelio, otros piensan lo contrario".

26.   Ritual, oración por los agonizantes y difuntos.

27.   Magnífico comentario de esta palabra de san Agustín: Quae cum cog.noscere non possit, quasi innotescere velle videtur. (Bossuet, Sermon pour le vendredi de la 3a semaine de caréme.)

Sto. Tomás dice en el mismo sentido, que todos los cuerpos sirven al hombre de dos maneras, primero para sustentar su vida material, luego para su progreso en la ciencia de Dios, puesto que el hombre, con la ayuda de las criaturas ve los atribu­tos invisibles de Dios. (Supplm. q. 91, art. 1).

28.   Les Splendeurs de la Foi, vol. 4o, p. 633.

29.   Citado por el abate Blot, Au ciel on se reconnait, p. 53.

30.   Juan 14, 28.

31.   Es la idea tan conocida que el hombre es un mundo en pequeño, un pequeño mun­do. Y Jesús es verdaderamente hombre; es pues toda la naturaleza que adora con El, y puesto que es Dios, sus adoraciones tienen un valor infinito, igual que su persona.

32.   De ahí la gran conclusión, que Jesús es la razón de ser de todo. Si Dios ha creado elmundo, es que por Jesús, debía sacar de él una gloria infinita. Si no ha aniquila­do el mundo caldo, es que veía en Jesús la reparación. Es Jesús el amo del mundo no solamente como Dios, porque lo hizo todo y lo conserva; sino como hombre, pues es por El y en vista de sus méritos que Dios sacó el mundo de la nada, y luego no lo devolvió a la nada. "En El todo ha sido hecho, dice san Pablo, los seres visi­bles y los invisibles, las Dominaciones, los Principados, las Potestades". "Todo ha sido creado por El y en El". (la Colos. 1, 16). Y en otro lugar: "Todo es vuestro; pero vosotros sois de Cristo y el Cristo es de Dios" (la Cor. 3, 22). Dónde para tra­ducirlo mejor: "Vosotros sois de Cristo, y el Cristo es de Dios: Vos autem Christi, Christus autem Dei." Los genitivos Christi, Dei, no expresan solo el derecho de pro­piedad, sino que este derecho viene de la generación: genitivo y gignere, engendrar,son palabras de la misma familia. El Cristo es de Dios, puesto que fue engendrado por Dios, como Dios y como hombre y nosotros somos de Cristo, puesto que Cris­to nos ha engendrado a la vida sobrenatural, y que El es en el orden natural, nuestra razón de ser, nuestro modelo y el fin, no solo de todos los elegidos, sino de todas sus obras." (Corn. a Lap. Comment sur l'Epit. aux Romains, cap. 5o, 14, t. 18, p. 101). El mismo autor dice aún: "Esta gloria le era debida por sí mismo, a un tal hombre (Jesucristo), que fue el fin de todas las criaturas y de todos los hombres; que todo le sirvió y fue ordenado a su gloria" (Ia Cor., cap. 3o, v. 23, t. 18, p. 276). Y aún más, añade: "El Cristo, como hombre, es el fin que Dios tuvo primeramente en vista y por el cual lo creó." (la Colos. cap. lo, v. 15, t. 19, p. 75).

33.   Eclesiástico, cap. 350, v. 13.

34.   Un ojo de carne no puede alcanzar la visión de la esencia divina, dice s. Tomás (Somme, Suplem. q. 91, art. 1). San Agustín tiene la misma doctrina, dicien­do: "La materia de Dios es invisible, como es asimismo incorruptible; y en el siglo futuro esta naturaleza no cambiará en nada para hacerse visible, que para hacerse corruptible, de invisible e incorruptible que es". (Ep. No. 148, No. II, Col. 745). Lo que es cierto de la vista, lo es con mayor razón de los otros sentidos.

35.   Ver le Sacré Coeur de Jésus dans ses rapports avec Marie, por el R. P. Julio Cheva­lier. I v. in-8, p. 28 y sigui.

36.   Prov. 8, 22 — Este pasaje ha sido escogido en muchas misas en honor de la Virgen, y como primera lección de su oficio en el común, lo que da gran autoridad a estainterpretación seductora, y por lo demás de gran belleza y profundidad.

37.   Ver lo que se ha dicho más arriba sobre el cuerpo de los bienaventurados (en el texto y en las notas). — Añadimos ahora: "En la visión beatífica, según Cornelio a Lapide, no hay nada por pequeño que sea, que no cree, no vivifique, no alimente (vegetet) y no haga feliz maravillosamente a los bienaventurados". Y es sobre todo de los placeres sensibles a que se refiere aquí el autor. Más lejos añade: "Todos los sentidos de los bienaventurados tendrán en el Cielo sus satisfacciones y gozos, pro­pios y maravillosos, sus placeres y voluntades, que el ojo no ha visto ni el oído escu­chado. Es lo que enseñan santo Tomás, D. Scot, D. Soto, Henri y otros que citan Suarez... y J. Sala". (Comment. sur l'Apocalupse, cap. 22, v. 2, t. 21, p. 408). "To­do recreará a los bienaventurados, dice en otro lugar: Dios los ángeles, los elemen­tos, los astros, el aire, la tierra..." (Comment. sur Baruch, cap. 6, v. 9, t. 12, p. 456).

38. De la vie et des vertus chrétiennes. Tratado del abandono a Dios, III p., p. 185.

 

 


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