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Somos Misioneros del Sagrado Corazón: Testimonio personal de Carmelo Puglisi msc

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Capítulo 2

"Con una misión por todo el mundo"

Carmelo Puglisi. 77 años. Italia

¿Por qué me hice MSC? La respuesta es en mi caso muy sencilla: Pertenecía a la nueva parroquia de Santa Teresita del Niño Jesús que en 1937 fue confiada a los Misioneros del Sagrado Corazón. Pero el motivo de mi vocación es privativo del Señor. Puedo asegurar que estaba muy lejos de pensarlo. La vocación llegó de improviso. Se produjo más o menos así:

Era un domingo de diciembre de 1942 y había cumplido los 16 años hacía muy poco tiempo. Desde los quince frecuentaba la acción católica y antes había sido monaguillo. Hasta aquel momento no había pensado seriamente en mi futuro, en decidirme por ninguna opción.

Participaba aquel día en la Misa de los muchachos y jóvenes. Inmediatamente después de comulgar, sentí un gozo extraordinario y, al mismo tiempo, el deseo de ser sacerdote. Me di cuenta de que me había sucedido algo excepcional. Se lo confié al P. Francisco Russo, que era el párroco. Él, dándose cuenta que se trataba de una vocación auténtica, me preguntó conmovido si quería también hacerme Misionero del Sagrado Corazón. Respondí de inmediato que sí, pero he de confesar que fue respuesta instintiva. En realidad, ya me había afirmado previamente en una idea: no iría al seminario diocesano. En diferentes ocasiones me había cruzado con los seminaristas de paseo, siempre de dos en dos y siempre en fila. Nunca me gustó. Jamás hubiese admitido ser como ellos, por tanto, ¡descartado el seminario!

Estaba, pues, decidido por los Misioneros del Sagrado Corazón, aunque, a decir verdad, sabía muy poco de lo que significaba ser Misionero del Sagrado Corazón. Conocía únicamente que el P. Russo, el P. Tenzi (trasladado a Roma hacía dos años) y los demás Padres que en aquellos cinco años había conocido, eran Misioneros del Sagrado

Corazón y me eran muy queridos y muy simpáticos. Entendía muy poco, sin embargo, de la diferencia entre un sacerdote diocesano y un religioso. Necesitaba el consentimiento de mis padres. Fue un permiso un tanto doloroso, no por la opción en sí, sino porque tenían miedo por mí, ya que la guerra no iba bien y se temía en Italia, en expresión de mi padre, "el peligro comunista". Alcanzado el permiso del papá y de la mamá, el día primero de abril de 1943 (¡hace sesenta años!) llegaba a Corso Rinascimento'

Eran los últimos y terribles años de la estúpida y cruel segunda guerra mundial. Me ambienté muy pronto. Me ayudaron el paterno recibimiento del P. Tenzi, director del Escolasticado y la fraternal acogida de los Escolares. Renuncié a inscribirme en la segunda de liceo, interrumpida en Palermo, a causa de la guerra, en puertas a la sazón, y obtuve del P. Tenzi el permiso para prepararme a la graduación liceal en un solo año. Y lo conseguí, si bien en octubre.

Después, dado que el noviciado estaba cerrado a causa de la guer­ra, continué en Corso Rinascimento, matriculándome en el bienio filo­sófico de la Gregoriana. Finalmente, terminada desastrosamente aquella guerra desgraciada, se decidió abrir el noviciado. Fue nombrado Maestro de novicios el joven (contaba sólo 30 años...) P. Victorio Capecci. Fue un maravilloso maestro y un formidable hermano mayor. Éramos 14 los postulantes: 12 para sacerdotes y 2 para Hermanos Coadjutores. Cuatro veníamos directamente del "mundo", los otros habían pasado por la Pequeña Obra. Tomamos el hábito el 31 de octubre de 1945 y emitimos los votos el 1 de noviembre de 1946, después de un año maravilloso desde todos los puntos de vista.

De vuelta a Roma, ya antes de Navidad caí gravemente enfermo (TBC). Me vi obligado a interrumpir los estudios por un año, por lo que terminé la teología sólo en 1951. Durante el cuarto año de teología, el 23 de diciembre de 1950, había recibido la ordenación sacerdotal. Mi primer destino fue Florencia, en ministerio parroquial, entre jóvenes y adolescentes especialmente. Seis años estuve allí, después otros dos en Omegna. En septiembre de 1959 comenzó una ringlera de pesadas responsabilidades, para las que, ciertamente, no estaba preparado. Pero ¡así se suceden las cosas! Ahora, a la edad de 76 años y cinco meses, me encuentro desde 1999 en Pontecagnano. Después... ¡Dios dirá!

   ¿Quiénes, de entre los msc, me han impresionado más y por qué? Podría dar una muy larga respuesta a esta pregunta por haber vivido muchos años en la Congregación (56 completos) y haber podido, por mis cargos, conocer y estimar, a muchos misioneros del Sagrado Corazón italianos y extranjeros. Me limitaré a citar sólo algunos, ya difuntos, porque no me parece correcto hablar de los vivos.

Los Padres italianos más antiguos que he conocido fueron los Padres Nicoló y Ceresi, nacidos ambos en 1869, y los dos, novicios del P. Piperon. El primero era "la regla viviente"; pero es el segundo, el P. Ceresi, aquel de quien tanto he aprendido. Era discípulo del P. Genocchi y había asimilado profundamente la espiritualidad de este gran MSC. Afable, sencillo, el P. Ceresi fue un religioso rico de espíritu de pobre­za, de obediencia, de sacrificio, estimado dentro y fuera de la Congregación (por ejemplo, del mismo Pío XII), por su integridad y fidelidad al Evangelio. Él nos decía que la vida religiosa no se agotaba con la observancia de la regla, debía ser vivida en una atmósfera evan­gélica, siempre fija en Cristo, en su Corazón. Su libro más divulgado, Jesús Maestro, representa la "carta magna" de la espiritualidad del P. Ceresi.

Diferente del P. Ceresi, el P. Pillarella había crecido con otro tipo de formación, dado que había debido, por causas de fuerza mayor, cursar sus estudios en el Escolasticado de Heverlé. Aquí asimiló un profundo amor por la Congregación. El desarrollo que había alcanzado ya la Provincia Holandesa le había impresionado y deseaba otro tanto para la nuestra. Cuando después, en 1927, fue nombrado Provincial, supo dar a la Provincia un impulso de obras nuevas y mayor posibilidad de acogida para las vocaciones. Fue lo que otorgó a la Provincia Itali­ana un desarrollo no alcanzado hasta entonces.

Tuve la suerte de vivir durante algunos años en compañía del P. Coltré en Villa Verius. Obligado por su salud a quedarse en Italia, vivía de los recuerdos de Nueva Guinea. No tenía un carácter fácil, pero era muy dócil e intentaba caminar al paso de nuestra comunidad, formada sobre todo de jóvenes aspirantes. De él aprendí cómo el gran amor por las misiones puede convertirse en una segunda vida, y así ha crecido en mí el amor por la misión de Nueva Guinea, la página más bella, en mi opinión, de nuestra historia misionera.

Quiero recordar a dos de nuestros obispos: Monseñor Ungarelli y Monseñor Amleto de Angelis. Monseñor Ungarelli era un hombre ricode fe, que la transformaba en tantas iniciativas. En Narni, por ejemplo, como director de la Pequeña Obra, se prodigó de manera increíble en la protección de los muchachos de los peligros de la guerra y en procurarles lo necesario. Idéntica capacidad demostró después para implantar y apoyar en bases firmes la pastoral y espiritualidad de nuestra obra en el Maranhao, (Brasil), que tanto le debe. ¡Hombre de fe y de coraje!

Cuando llegué a Corso Rinascimento, en 1943, Monseñor Amleto de Angelis era estudiante de tercero de teología. Me impresionó de inmediato su humildad, afabilidad, su espíritu de sacrificio y de servicio, su rica vida interior. Y así siempre, como verdadero discípulo del Corazón de Jesús, como sacerdote y después como obispo en el Brasil. Su muerte, a sólo 48 años, me causó un gran dolor a mí y a todos nosotros; pero su ejemplo permanece vivo.

Antes de terminar, quisiera añadir, aunque brevemente y a pesar de que uno viva todavía (y ojalá sea por muchos años) al P. Cuskelly y al P. Braun. Dos Superiores Generales que he conocido muy bien y con quienes he debido colaborar. Lo que han hecho por la Congregación será siempre recordado. Diferentes en carácter, abrigaban el mismo amor hacia el Señor y poseían la misma dedicación y tenacidad para llevar adelante su difícil ministerio. Me he sentido muy pequeño a su lado. Y los recuerdo siempre a la vez.

Aún podría citar tantos otros nombres, pero sería demasiado. Termino dando gracias al Señor por la suerte de haber aprendido de tantas vidas ejemplares qué cosa significa y qué cosa puede resultar ser un Misionero del Sagrado Corazón.